A. OONAN-DOYLE 3 39
Girdlestone gimió con desesperación
viendo la comenzada maniobra del «Agui-
la Negra» y temiendo verle alejarse de un
momento á otro. El barco, sin embargo,
no acabó de virar.
—Nos han visto—dijo Sampson.—Es-
tán esperando por nosotros. .
- —¡Estamos salvados! —murmuró Ezra
enjugando el sudor que corría por su ros-
tro. —Baja al camarote, padre, y arréglate
un poco —Pareces un espectro.
El «Aguila Negra» había virado por se-
gunda vez y se disponía á evitar los ban-
cos de arena para internarse en el Canal,
“cuando la mirada de Miggs cayó sobre el.
barco de pesca y vió que hacía señales.
Aprestó su catalejo y después de algunos
Instantes de inspección en su rostro se di-
bujó un gesto de asombro, que bien pron-
to se trocó en angustia.
—Ya están aquí otra vez—dijo al se-
gundo.
—¿Quiénes, capitán?
—¿Quiénes han de ser? Las musarañas
que me hace ver esta condenada cabeza—
aludía á sus frecuentes delirios alcohóli-
.cos.—Algunas veces son duendes y bicha-
rracos; pero ahora es algo peor. ¿Qué dirá
usted que me ha parecido ver en aquel
barco? Pues nada menos que al amo, á
Girdlestone, con un sombrero canotier
que le cae como un tiro, y á su hijo ha-
- ciendo juegos de manos edo: una serville-
ta... Yo debo de estar muy malo, y qu
mismo voy á acostarme.
Y se fué, en efecto.
Mac Pherson enfocó á su vez el anteojo
y vió, con no menos sorpresa que el capi-
tán, que era, en efecto, Girdlestone y su
bijo los que hacían señas desde: el barco
de pesca.
Inmediatamente hizo arriar la pued: ma-
yor. A los pocos minutos el barco de Samp-
son arrancaba, y Girdlestone y su hijo pi-
Saban la cubierta de su propio buque.
—¿Dónde está el capitán? —preguntó el
jefe de la firma á Mac: euciennd qe le ua
raba estupefacto.
-—En su camarote, lei:
- —Haga usted que el al siga su rum-
bo. Mi padre y yo.os ACOMPañamos. |
: —¡Cómo! :
—$í. Tenemos en España un asunto de
gran interés. Ha surgido una complicación
qa sel nuestra MESE y! e pre-
ferido ir en nuestro 'propio barco mejor
que esperar un «paquebot».
—¿Pero dónde van ustedes á dormir?
Aquí no hay ningún alojamiento conve-
- niente.
—En la cámara hay dos divanes y en
ellos nos arreglaremos perfectamente. Y
para demostrarlo, ahora mismo nos vamos
á ellos, porque estamos rendidos de fatiga.
XXVI
ÚLTIMO VIAJE DEL «ÁGUILA NEGRA»
La travesía fué al principio inmejorable.
El tiempo era esplóndido, y el paso del
Canal se hizo sin dificultad alguna.
Al salir de las aguas de la Mancha: co-
menzó á sentirse mar de fondo, y aunque
el aspecto del cielo no había cambiado, el
«Aguila Negra» se bamboleaba como si hu-
biera tenido los mismos hábitos de intem-
perancia que su capitán.
De vez en cuando, de las profundidades
del buque salía un ruido sordo provinien-
te de algún fardo puesto en movimiento
por el balanceo. Pero, entre todos aquellos
ruidos se percibía otro periódico y regular
de tal modo parecido á los golpes de una -
hélice, que hacía dudar que se estuviese
en un barco de vela. El
—¿Qué ruido es ese, capitán?—pregun-
to Girdlestone á Miggs.
-—Las bombas que funcionan. -
—¡Cómo! Yo tenía entendido que á las
bombas no se recurría sino cuando los bu- Fa
ques estaban en peligro.
-——Es que el buque está en peligrilairaá: pe
- plicó imperturbable el lobo de mar.
—¡En peligro! —exolamó Ezra mirando
el cielo radiante y el mar tranquilo.—No
- le creía á usted tan corto de espíritu.
_—Cuando un navío no tiene fondo, está '
en peligro, lo mismo con Rp as bueno
que con tiempo malo.
¿Pero dice usted | que el «Aguilas. no d A
tiene fondo? di
—Digo que es como“si no lo len:
Por algunas junturas se puede. meter la
mano perfectamente.
— ¡Qué escándalo! —gritó el viejo 06 Y
- no no me eN qna usted cuenta de 2.