UNA PESETA EL VOLUMEN ENCUADERNADO
Un crimen extraño.
La marca de lós cuatro.
El perro de Baskeville.
Policía fina.
Triunfos de Sherlock Holmes.
El problema final.
Nuevos triunfos de Holmes.
La Resurrección de Sherlock Holmes.
NOVELA ILUSTRADA
CORTAN-DOX Ts
LA NOVELA ILUSTRADA —.
Director litera“io: Vicente Blasco Ibáñes,
Oficinas: Mesonero Romanos, 42
MADRID
pa
ar, núm. 8
«callo del Oli
— Juro y prometo sólemnemente..,
(Pág. 8.)
LA ÚLTIMA CITA DE JOHN HARSTON ES :
Las oficinas de Girdlestone y Co. no eran
muy á propósito, ni por su emplazamiento
ni por su aspecto, para sugerir una alta
idea en cuanto á la prosperidad de tan:
acreditada firma comercial.
Arrinconada en una callejuela, á dos-
cientas yardas de Fendurd Street Station,
Una mezquina puerta daba entrada á un
lárgo pasadizo. Á un lado de éste había una
placa con esta inscripción; Girdlestone,
y Co. Negocios de África.
Encima de ella una mano pintada, con el
á seguir hasta
un patio cuadrado, rodeado de puertas,
indica extendido, invitaba á
- SObre una de las cuales reaparecía, en grah-
des létrás blancas, él nombre. de la firma,
con la «Palabra «empujad» escrita debajo.
Siguiendo esta lacónica invitación, se en-. E
traba por fin en una espaciosa estancia,
que 'era el despacho público de los ricog.
negociantes africanos, La tarde en que da
comienzo nuestra relación, reinaba en la:
oficina la calma más absoluta, he
En el fondo, ante una mesa emplazada
á cierta altura del suelo, un hombre de
edad provecta y rostro cansado aparecía:
abstraído en la operación de alinear inter-
minables filas de números. Diez ó doce
Jóvenes, encorvados sobre dos largos bu-
fetes, escribían con una rapidez verdadera-.
mente, furiosa, sin levantar cabeza. Un
conocedor de las oficinas de Londres, hu-
biera deducido de la extraordinaria activi-
dad de los escribientes que estaban bajo
la fiscalizadora. mirada de Algún lc, |
de la firma. :
Así era, en efecto. Apoyado en el miáremol,
de la chimenga, un hombre joven, recio, '
de anchas los joa y cuello de LR cg
6. | EL MILLÓN DE
- ba una agenda y dirigía de tiempo en
tiempo sobre los escribientes su mirada in-
quisidora. La costumbre del mando se veía
¡Impresa en cada línea de su rostro semi-
cuadrado, vigoroso y altivo.
La pesada cadena de oro cruzada sobre
el chaleco y el grueso brillante que relu-
cía en uno de sus dedos, acababan de dar
un sello de grosero materialismo á la figu-
ra de Ezra Girdlestone, hijo único de John
Girdlestone y heredero de los vastos ne-
-.gocios de la firma. Sin levantar la vista de
la agenda, y á la vez que una sonrisa de
- crueldad se dibujaba en sus labios, el jo-
-. ven pronunció esta sola palabra;
—Parker. |
Un escribiente flacucho y pelirrojo se
Puso en pie de un salto y fijó en Ezra su
Inedrosa mirada.
- —Y bien, Parker, ¿quién ganó?
—No entiendo, señor—replicó confuso
el pobre muchacho. |
-— —De sobra me entiende usted. Cuando
yO vine estaba usted jugando con Robson
y con Perkins. Y como presumo que el
Juego ha durado todo el tiempo que yo
estuve fuera, tengo naturalmente mucha
- curiosidad por saber quién ha ganado.
Los tres infelices acusados se echaron
á temblar ante la sarcástica expresión de
su amo.
Este prosiguió calmosamente:
-——Cada uno de ustedes cobra treinta che-
- lines semanales. ¿No es esa la cantidad
exacta, míster Gilray?—añadió dirigiéndo-
- se al viejo escribiente que ocupaba la mesa,
_del fondo.—Sí; estoy seguro de no equi-
—vocarme. Ahora bien; esa partida será muy
- Interesante; pero no me entusiasma hasta
el punto de pagarles en buena moneda el
- tiempo que emplean en divertirse, Reco-
mendaré á mi padre que deduzca á cada
uno cinco chelines de la suma que deben
- recibir el sábado. | |
- Hizouna pausa, y cuando yalos culpables
- creían que la tempestad había pasado, co-
- Iimenzó denuevo, aunque descargando abora
- sobre otra víctima. bai,
, Usted, míster
2 Gilray, cuidará de que
esa deducción se haga, y al propio tiem-
po deducirá diez chelines de su propio
- haber, ya que ha desatendido la obligación
que, como dependiente mayor, le corres-
'ponde de imponer el orden en las oficinas
durante la ausencia de sus principales. Es-
LA BEREDERA
pero que cumplirá usted estas instruccio-
nes puntualmente, míster Grlray.
—$Sí, señor—repuso el viejo escribiente
en tono respetuoso.
Y sin embargo, el buen hombre estaba
cargado de familia y los diez chelines de
menos significaban un empeoramiento con-
siderable en la comida del domingo.
Hubo un largo silencio. Ezra volvió á ho-
jear su agenda, y los escribientes, temien-
do unos agravar el castigo impuesto, y los
otros que el temporal les alcanzase también
á ellos, prosiguiéron su tarea con mayor
actividad. Un criado apareció, anunciando
á míster Girdlestone que su padre deseaba,
hablarle. Ezra dejó la lectura, y después
de pasear lentamente sobre sus subordi-
nados una mirada que les amenazaba con
nuevos rigores, abandonó la estancia.
El despacho de míster Girdlestone era
una confortable habitación algo pequeña,
lujosamente decorada con pinturas, mode-
los de barcos, mapas y toda suerte de
atributos modernos. . á
John Girdlestone era innegablemente lo
que se llama una gran figura. En su cara
un tanto angulosa, de facciones enérgicas
y profunda mirada, tan impenetrable era
la expresión que nada podía leerse á no
ser energía y resolución, asociadas con tan-
ta frecuencia á los ánimos más elevados
como á los corazones más perversos.
Sin duda por esa misma ambigúedad eran
tan contradictorias las opiniones acerca de
él. Se le tenía como un fanático enreligión,
un puritano en moral, y un hombre de la
integridad comercial más estricta.
No faltaban, sin embargo, algunos que le
miraban de reojo, y no había en realidad
sino uno solo á quien él pudiese llamar
amigo. Al ver entrar á su hijo, Girdlestone
se incorporó. Era tan alto, que su cabeza
descollaba mucho sobre la de su hijo; pero, -
aun descontada la diferencia de edad, no
era ni con mucho tan robusto y vigoroso
como éste... ... Ea y
El joven, al entrar había abandonado la
sarcástica sonrisa que tuvo ante los escri-
bientes, y recobró su expresión habitual,
brusca y huraña. | da
—¿Qué ocurre —preguntó dejándose caer
sobre un sillón y hundiendo sus manos en.
los bolsillos. ER Er
_ —Hay noticias del «Aguila Negra», Ha
llegado ya 4 Madera. :
coc As: CONAN-DOYLE : De
—Pero, ¿y el cargamento?
—Va completo, ó poco menos, según me
anuncia el capitán Miggs.
—Extraño que Miggs pueda dar un in-
forme cabal y que usted lo crea. Está siem-
pre borracho.
—Miggs es un excelente marino. No diré
- que sea un hombre perfecto, pero todos te-
nemos nuestras faltas. Aquí está la lista,
refrendada por nuestro agente: «Seiscien-
tos barriles de aceite de palma...»
—El aceite de palma está en baja.
—Subirá antes de que arribe el «Aguila
Negra» —replicó el padre en tono confiden-
cial. —Trae además en gran cantidad co-
cos, goma, ébano, cueros, cochinilla y.
marfil. |
El joven no pudo ya ocultar su satisfac-
ción. Pod |
—¡No es mal cargamento para ese dia-
blo de Miggs! El marfil es una gran ad-
quisición.
—Bien necesitamos unos cuantos viajes
como éste. El negocio ha estado muy flo-
jo. Pero hay algo que amengua la satisfac-
ción de estas noticias. Tres marineros han
muerto de fiebre, y por cierto que ho se
mencionan sus nombres.
—;¡Mal negocio! —exclamó Ezra. — Ya
sabe usted lo que eso significa: Tres mu-
jeres cargadas de chiquillos alborotando
las oficinas y pidiendo una pensión. Como
si tuviéramos nosotros la culpa de la im-
previsión de esos condenados marineros.
Su padre le contuvo alzando la mano en
ademán suplicante. |
— Hijo mío, es necesario que tengas más
respeto. ¿Quién puede ser tan desalmado
que no se conmueva ante la desgracia de
esas pobres familias? Yo, por mi parte, es-
toy profundísimamente afectado.
—¿Pero pensionaría usted á las viudas?
—Eso de ningún modo. La casa Gird-
- Jestone y Compañía no es una sociedad de
seguros de vida. Esas pensiones serían un
precedente peligroso, ylos marineros perde-
rian todo estímulo de prudencia y de aho-
rro. Alentaríamos la disipación y el vicio
- de un modo indirecto. * (
Una maliciosa sonrisa fué el comentario
de Ezra á tan elevado razonamiento.
—Pero hay algo más. Mi amigo John
Harston se está muriendo, y quiere verme.
Aunque á estas horas no acostumbro á Sa-
-—lir por hada, es para mí un deber de cris-
tiano el acudir á ese llamamiento. Tú que-
das al cuidado de todo.
—¿Está usted seguro de que eso es ver-
dad? Pero si el lunes estuve hablande con
él en la Bolsa. Yo no puedo creerlo.
—Desgraciadamente es verdad. El mé-
dico asegura que hay pocas esperanzas de
que salga de esta tarde. Se trata de unas
tifoideas malignas.
—¿Son ustedes muy amigos?
—Nos conocemos desde la niñez. El
mismo día que murió tu pobre madre, hace
diez y siete años, nació la única hija de
Harston. Muchas veces la he oído expre-
sar, á propósito de lo unidos que hemos es-
tado siempre, el presentimiento de que mo-
riríamos al mismo tiempo. Pero nuestras ,
vidas están en manos de Dios, y parece
que el uno va á ir á su presencia antes que
el otro. ¡Cúmplase su voluntad!
—Y si el médico acertase, ¿para quién
sería el dinero de Harston?
—Todo para su hija. Es la única here-
dera. Ni siquiera hay otros parientes, que
yo sepa, excepto los Dimsdale, que también
son ricos. po
—¿Ignora usted que las tifoideas son
muy contagiosas? E
—Eso dicen—repuso tranquilamente el
jefe de la firma; y tomando su sombrero,
salió del despacho. |
Cuando Girdlestone llegó á casa de Hars-
ton, encontró al médico que bajaba la es-
calera. ne A
—Y bien, doctor: ¿cómo sigue el en-, ,
fermo? dl AS
—¿No vendrá usted con intención de
verle? », ] '
—Vengo con ese exclusivo objeto.
-—Se trata de un caso de tifoideas de las
más contagiosas. Puede morir de un mo-
mento á otro, ó á lo sumo vivir hasta la
noche; pero no hay ninguna esperanza ya.
La presencia de usted no podrá hacerle
bien alguno, y hasta me temo que no le
reconozca siquiera. En cambio, se expone.
usted á un serio peligro, y es mi deber
aconsejarle que desista de entrar en la al-
ODA |
—¿Pero usted no viene de alli? '
—Yo cumplo con mi obligación, de
y
escuelas.
AS > EL MILLÓN DE LA HEREDERA
—Pues yo también —afirmó resuelta-
mente el anciano. SS
Momentos después llegaba á la habita-
ción del enfermo. Al empujar la puerta
sintió intenso olor de medicamentos. La
cama, en uno de los rincones más alejados,
se distinguía apenas en la semiobscuridad
de la estancia, Antes de que pudiera ver
nada, oyó Girdlestone la ronca respiración
del moribundo. Una enfermera que estaba
sentada cerca al lecho, se levantó al reco-
nocer al visitante, y después de hablarle en
yoz baja algunas palabras, salió de allí.
Marchaudo casi á tientas, llegó Girdles-
tone junto á su amigo.
Estaba tendido boca arriba, sin darse
cuenta de nada; los ojos inmóviles, fijos *
hacia el techo; sn respiración, silbando en-
tre los secos y ardorosos labios. La vidrio-
sa mirada anunciaba la proximidad de la
muerte. | %
Girdlestone, con una patética solicitud,
humedeció uua esponja y la pasó por la
_ frente de su amigo.
Este se estremeció; volvió levemente la
_ cabeza, y una llamarada de inteligencia y
_de gratitud animó por un instante sus ojos.
- —¡Gracias!—exclamó, como si la pre-
sencia de su amigo le aliviase de algún gra-
ve cuidado. i | |
Su escuálida mano buscó la de su amigo
como para pedirle que le trasmitiera algo
de su energía. | e $
- —...Estoy muy débil-—prosiguió, —¿me
oyes bien? 2 Sis
-. —Perfectamente. neo DN |
| —Dame una cucharada de eso. ¿Qué ta
- decía?... Ah, si; que he hecho mi testamen-
0... Baja nn poco la cabeza, y me oirás
- mejor, Dejo apenas cincuenta mil libras...
..(1 250.000 pesetas). Debí retirarme antes
- de los negocios. LESS |
_ —Yate lo aconsejé. . |
- —Pues bien; dejo cuarenta mil libras á
mi querida Kate.
pt
Un relámpago de codicia pasó por. los
de ojos de Girdlestone,
¿Y el.resto?! :..... a: no
—Se distribuirá por partes iguales entre
las iustituciones de educación de niños po-
_ bres. También nosotros éramos pobres
cuando niños, y sabemos lo que valen esas
¡La wmirnda de Girdlestone expresó cierta
- coutrariedad, que pasó desapercibida para
J
el enfermo. Este,
mente, prosiguió: .. :
—Mi hija, pues, tendrá una fortuna;
pero he dispuesto que ni ella misma ni na-
die pueda disponer de ese dinero hasta que
Kate llegue á la mayor edad. La pobre no
tiene amigo ni pariente alguno, excepto mi
único primo el doctor Jorge Dimsdale. Ja-
más una huérfana se habrá visto más sola.
Recógela, John, llévala contigo y mira por
ella como si fuese tu propia hija. Guárdala
sobre todo de caer en manos de un hombre
sin corazón, que sólo por interés quisiese
casarse con ella. Te lo pido. en nombre de
nuestra vieja amistad. Concédemelo y mo-
riré feliz. A |
Girdlestone no respondió. Sus cejas se
contrajeron como si alguna idea enojosa
cruzase por su mente. :
—Tú eres—añadió el” moribundo — el
cada. vez más fatigosa-
único hombre justo que conozco... Si por
la voluntad de Dios mi hija muriese sin ha-
berse casado, entonces...—el aliento le faltó
y hubo de hacer una pausa para recobrarlo.
—Entonces, .. ¿qué? | | |
_—Entonces, su fortuna irá á ti, pues no
hay nadie que pueda emplearla mejor. Esas
son las cláusulas esenciales de mi testamen-
bo... Confío, Johm, en que cuidarás de mi
hija como yo mismo... ¿me lo prometes?
—¡Te lo prometo! |
John -Harston iba decayendo rápidamen-
te, Con un penoso movimiento señaló á un
libro que había sobre la mesa de noche.
—Coge ese libro. PAN
Girdlestone obedeció. y
— Ahora repite lo que voy á decir... Juro
y. prometo solemnemente... dote
-—yJuro y prometo solemnemente...
—Proteger y guardar como á mi propia
hija... á Catalina Harston, hija de mi di-
funto amigo John Harston... y que los de
mi propia sangre y descendencia se conduz-
can conmigo como yo me conduzca con ella.
_ Apenas hubo repetido Girdlestone la úl-
tima palabra del juramento, Harston, falto
de fuerzas, dejó caer pesadamente la cabeza.
sobre la almohada...
—¡Gracias, Dios mío!. ¡Ahora ya puedo
IE A
—Aparta tus ojos y bu pensamiento de
las vanidades y pequeñeces de este: mun-
do—dijo austeramente Girdlestone,—y fín
jalos arriba, en lo que es inmortal y eterno.
- ,¿Qué.eseso?... ¿be vas? —dijo angustia»
A. CONANtDOXLE 7 > 9
do el moribundoal ver que su amigo tomaba
-€el bastón y el sombrero..
-_ —Sí. Tengo á las seis en punto en: la
City, una cita á la que no puedo faltar.
—Yo también tengo otra allá arriba... y
Voy á acudir á ella—dijo el enfermo con
Una sonrisa apenas perceptible. -
—Ahora te enviaré á la enfermera...
Adiós.
2 —¡Adiós...
mío!
- La firme yenérgica mano de Girdlestone
Oprimió por ún momento la.mano de Hars-
ton, crispada ya por la agonía. y
Después marchó á su cita de negocios,
- entras que su amigo partía también para
la cita última y suprema, cuyo mensajero es
la muerte. Aa
y Dios. te lo pague, amigo
1
F
- DOS OBRAS DE CARIDAD:
Una mañana de Octubre, á las pocas se-
- Manas de este suceso, John Girdlestone se
+ Saliaba sentado ante la mesa de.su despa-
- Cho. SiN :
' Examinabauna lista de la situación mer-
- “antil de las múltiples especulaciones dela
- Casa. Enfrente de él, indolentemente recos-
- badoen una butaca, se hallaba Ezra,.en cu-
- Jas profundas y amoratadas ojeras.se mar-
- Caba la huella de una noche.de orgía...
- —Según veo—exclamó su padre .con
Acento de.reproche,—has estado bebiendo
ya esta mañana. | |
-—No he tomado más que un. «brandy»
Son seltz al venir á la oficina. Algo .hay
- QUe tomar para sostener las fuerzas.
. Un hombre de tu edad no necesita acu-
Ir á eso, que es muy perjudicial. Tu sa-
ud es buena, pero no debes jugar con ella.
Esta noche te has retirado muy tarde..
, —TEstuve jugando con el mayor Clutber-
_—No me gusta que andes mucho con
Su. amistad no ha: de serte.
€8e hombre.
Oir dd libro oda miad
_—Pierda usted cuidado. Tengo ya edad
Para escoger:mis amigos, Me gusta, cono-
“st gente,de todas. clases. Usted. es muy:
*lco, pero puede usted. servirme. de muy
poco en: la vida de sociedad, Se necesita
alguno que enseñe á vivir en ella, y el
mayor es mi hombre. Cuando no me haga
falta ya me desprenderé de él.
— Bien; haz lo que quieras—se limitó á
decir el jefe de la firma. ;
-:Aquel hombre, rígido é inflexible con
todo el mundo, sólo era débil con su hijo.
- Todas las discusiones'análogas desde hacía
mucho tiempo, acababan siempre con las
mismas palabras.
—Puesto que estamos en la oficina — yol-
vió á decir el viejo después de una pausa;=-
dediquémonos á los negocios. Lias acciones
del lilinois estaban ayer á 112.
—Esta:mañana á 118. E 10.0
.—Pero, ¿has estado ya en la Bolsa?*':
—8Sí, he venido de allí hace un momén:
to.... Y puedo decir más: seguirán subieúdo
durante algunos días, | |
“Girdlestone hizo una señal con lápiz al
margen de la lista. ' 06d pel
—¿El algodón conviene conservarlo?...
—Hay. que deshacerse de él á escape.
Esta mañana he estado hablando'con Fea-
therstone;no quería soltar prenda, pero
dejó escapar lo bastante para que yo dedu-
_Jera lo.que nos conviene hacer.
-.: Girdlestone hizo otra anotación en la lig=
ta. La experiencia le había enseñado á no
- discutir las decisiones de su: hijo, pues ja-
más las adoptaba sin sólidos fundamentos.
—Toma la lista. Repásala, y siencuentras
algo que convenga modificar, anótalo tá
- mismo.. '
—Lo haré en la oficina, porque no quie-
ro dejar solos á esos holgazanes. Gilray no
tiene carácter para meterlos en cintura.
Al salir Ezra tropezó con un peripuesto e
vejete que entró de rondón en el despa-
cho, seguro de ser bien recibido.
: Así fué, en efecto. En la calurosa cordia -
lidad con que Girdlestone correspondió: 4
su.saludo, se dejaba ver la alta calidad del
visitante. Este no era otro que el conocidí-
simo filántropo míster Jefferson Edwards,
cuya firma se consideraba casi de tanta ga-
rantía comio la: del mismo Rothschild. e
Era. un hombre pequeño, nervioso y Has
lúdico id arta Nes,
-—¿Quétal, amigo Girdlestone, qué tal?—
exclamó secándose'con el pañuelo la fren-
te sudorosa.— Tan firme como de costum-
bre, ¿eh?... ¡Admirable, hombre!... ¡admii
rable! EEE Y diario
10 EL MILLÓN DE
—Es que usted me mira con buenos ojos...
Pero siéntese usted y permitame que le
ofrezca un vaso de Burdeos.
—No, gracias —exclamó Jefferson mien-
tras contemplaba al jefe de la firma como
si hubiese sido algún curioso ejemplar zoo-
lógico.—¡Extraordinario hombre! El «fé-
rreo» Girdlestone, como le llaman en la
City. Bonito nombre, ¿eh?... y muy apro-
piado... Hierro, sí, señor... muy duro por
fuera, pero muy blando de aquí—y al decir
esto se tocaba en el lado del cofazón y reía
ruidosamente, mientras Girdlestone son-
reía á su vez agradeciendo la lisonja. 4
—Muy blando de aquí, me consta -—con-
tinuó el hombrecillo á la vez que desem-
bolsaba un gran rollo de papel. —Por eso he
venido desde luego, sabiendo que vengo á
la propia morada de la caridad. Se trata
- de la Sociedad de Evolución de los Abo-
rígenes. ¡Un fin: nobiliísimo,: amigo: Gird-
lestone, nobilísimo!
—¿Cuál es ese fin?
—Pues bien claro está... La nifubión de
- los aborígenes... Esto es... Un... Vamos...
una especie de darwinismo práctico, como
si dijéramos. Hacer evolucionar los aborí-
genes hacia tipos más elevados, ¿compren-
de usted? Una idea portentosa... Y el éxi-
to de todo estriba en un poco de dinero.
- —Es sin dudaun objeto digno de alaban-
za—observó Girdlestone con la mayor gra-
vedad.
—Ya sabía que usted opinaría de ese
modo—gritó entusiasmado el filántropo.—
Elevar las razas aborígenes en la escala de
la humanidad, depurar, mejorar sus sensa-
_ciones y sus hábitos. Usted nos ayudará
suscribiéndose. :
-——Seguramente. ¿Qué nombres figuran
enla lista? |
—Veamos... Spriggs, diezlibras; Mortan,
diez; Vigglesworth, cinco; Iudermann,
quince... Y muchas otras cantidades de me-
nor importancia.
—¿Cuál ea la mayor de todas?
-—La de Indermann: quince libras.
—Es una buena causa—dijo Girdlestone
_mojando la pluma. —Ya lo dicen aquellas
palabras de la Biblia... ¿Porsupuesto, lalis-
ta de donativos será impresa y circulada?
—Con la mayor profusión posible.
—Aquí tiene usted mi cheque de vein-
ticinco libras. Y crea usted que celebro
- podercontribuir á la regeneración de aque-
LA HEREDERA
.
llos pobres seres á quienes la Providencia
ha colocado en esfera tan distinta de la
mía. :
—Girdlestone —dijo emocionadísimo el
respetable miembro del Parlamento mien-
tras guardaba el cheque,—tiene usted un.
corazón de oro. Jamás olyidaré este rasgo,
amigo mío... ¡jamás lo olvidaré!
—La opulencia tiene sus deberes y la ca-
ridad es el primero de ellos—repuso con
evangélica unción el negociante estrechan-
do la mano del filántropo.—Adiós, mi que-
rido amigo, y envíeme noticias del éxito de
su noble empeño. Si hace falta más dinero,
usted sabe que mi caja está abierta.
Apenas el filántropo hubo desaparecido
se dejó ver en los labios de Girdlestone una
sardónica sonrisa.
—No he hecho un mal negocio: Este ve-
cio, con su influencia parlamentaria” y su
crédito financiero, puede servirme de mu-
cho. El figurar á la cabeza de una lista se-
mejante aumenta la confianza del públi-
co... Me parece que las veinticinco libras no
han sido tiradas á la calle.
Mientras tanto el filántropo atravesaba
las oficinas. Al adelantarse el viejo Gilray
deferentemente á abrirle la puerta de la
calle, Jefferson le dió un amistoso' golpe-
cito en el bombro.
—¡Hola, amigo! —dijo.—Aquí está el
hombre modelo, el trabajador incansable,
el espejo de empleados. '
Y añadió dirigiéndose á los escribientes:
—Aquí le tenéis. Observadle siempre,
imitadle siempre, que ese es el camino...
¡el verdadero camino! :
Y sin aguardar respuesta escapó esile
adelante en busca de nuevas donaciones
para la magna obra de la evolución de 180 :
aborígenes. |
»
4
Al retirarse Gilray de la puerta vió á
una mujer pobremente vestida, de rostro
pálido y llorosa, que llevaba un niño en
brazos. 4
—Perdone usted, notara dijo humil-
demente, —¿podría ver á míster Girdles-
tone?
—No lo sé de dierto-—repuso con ama-
bilidad el viejo empleado.—Pero está en
Su ass y creo que no tendrá incon-
Rh
E Maestre del «Aguila Negra», y ya ve usted,
PAS
+ tone: moviendo la cabeza con un ademán .
- de infinita conmiseración.—Pero esas co-
- Sas vienen para probarnos. Son avisos del
= ee
A; CONAN-DOYLE -
- Veniente en recibirla, si quiere usted espe-
Tar un momento.
-— Poco después la pobre mujer entraba en
-€l despacho de Girdlestone. El jefe de la,
firma la recibió con más recelo que sor-
- Presa.
-_ —Soy la mujer de Hudson—dijo tími-
damente la recién llegada.—El contra-
ha muerto...
La pobre mujer rompió á llorar.
—Cálmese usted, buena mujer, cálmese
Usted.
—¡Quién me lo había de decir! Cuando
| Supe que llegaba el «Aguila Negra» fuí tan
| “ontenta al puerto á esperarle, como siem-
Pre... Llegué á bordo y no me dejaron pa-
- Sar. Adiviné mi desgracia, y al confirmarla
| Perdí el cohocimiento.
—Es una gran desgracia—dijo Girdles-
—Dice usted muy bien, señor—repuso
a viuda secándose los ojos. —Usted es un
- caballero muy caritativo.
La pobre mujer se había levantado y
Permaneció de pie algunos instantes en ac-
Úitud indecisa. . Ll
—Diga, señor—exclamó por último, —
Pr podré cobrar los atrasos del pobre
Jim |
-. —¿Los atrasos?—respondió el piadoso
hombre tomando un 'libro de la mesa y
Ojeándolo rápidamente. — Usted ignora
que se le anticiparon pagas, y que resulta
Una diferencia de diez libras á favor de la,
| Cása. Pero de eso no hay que hablar por
ahora. Cuando usted esté más desahogada
- Podrá abonar ese resto. ,
Pero, señor—balbuceó la infeliz, —no
tengo recursos de ninguna clase. *
. —Es muy sensibie, verdaderamente sen-
Sible; pero ya'se habrá hecho usted cargo.
vosotros no podemos hacer más de lo que
nacemos. Conque vaya usted con Dios y
DO se amilane. ] Tas
Girdlestone se levantó en ademán con-
-Cluyente, y la pobre mujer, con el niño en
brazos, salió del despacho sollozando. Ya
en la calle, se quedó parada sin saber qué
Tumbo tomar. Gilray aprovechó un mo-
Mento para salir de la oficina, y llamando
sd la atención de la mujer con un ademán
11
lleno de piedad, deslizó en sus manos el
contenido entero de su pobre bolsillo.
Hay especulaciones que están por enci-
ma de los hombres de negocios. Acaso la
humilde limosna de Tomás Gilray á la
viuda del marinero, será un día mejor re-
munerada que las veinticinco libras dedi-
_cadas por la firma Girdlestone á la evolu-
ción de los aborígenes.
II
EL CAPITÁN MIGGS
Apenas el viejo negociante se había tran-
quilizado, cuando llegó á sus oídos una voz
que, en tono más enérgico y expresivo de
lo ordinario, preguntaba á los escribientes
si el principal se hallaba visible.
—Adelante —exclamó Girdlestone sol-
tando la pluma. ;
La invitación fué cumplida tan enérgi-
camente, que la puerta golpeó con estrépi-
to en la pared. Nada entró, sin embargo,
á no ser una tufarada de alcohol. —
—Adelante —repitió ya. impaciente el
jefe de la firma.
A este segundo mandato se dejaron ver,
sucesivamente, una cabeza enorme cubier-
ta de pelo negro y enmarañado, un rostro
curtido, de ojos pequeños y enorme boca
guarnecida de poderosos dientes ennegre-
cidos por el tabaco; una barba imponente .
de exuberancia y suciedad; un cuello de
toro, unos hombros de gorila, y por fin el '
cuerpo entero de un perfecto lobo de mar
que, después de algunos traspiés y antes
de palabra alguna, asió la mano del nego-
ciante y comenzó á sacudirla furiosamente.
—Bien, capitán—dijo Girdlestone cor-
dialmente.—Me alegro mucho de verle de
vuelta, tan intrépido como siempre. .
_—Yo también me alegro mucho de ver
á usted, señor. . LÓN di
Su voz era ronca y áspera, y el tartamu-
deo de sus palabras indicaba que ya aque-
lla mañana había bebido. :
—He asomado la cabeza antes de entrar
por si tenía usted compañía. Ya sabe usted
que nuestras conversaciones han de ser.
siempre reservadas... ¡eh!, ¿digo algo?
—Lo que debe usted hacer es dejar la -
12
bebida. Es el peor vicio que se puede te-
her, y ya verá usted cómo le cuesta. caro
en este, mundo y.en el otro.
. El bravo Miggs no pareció muy impre-
sionado por esta admonición.
.—— Cierto es —añadió el negociante cam-
biando de tovo—que los marineros son
marineros, y que una vida tan ruda pide
algunas expansiones. Lio comprendo y no
quiero imponer á los demás la misma aus-
teridad que regula mi propia conducta.
— Muy bien dicho. Es usted un
hombre. A YE
—Por lo demás, he quedado muy satis-
fecho del cargamento y deseo que tenga
usted igual fortuna en el próximo viaje.
—Ya puede usted decirlo; como que un
cargamento como ese no hay quien lo trai-
ga hoy... Y á propósito, mi-amío, ¿no ten»
dría usted por ahí.alguna cosa que beber?...
- No siendo agua, por supuesto. ES
Girdlestone se levantó y sacó de un es-
tante. una botella de: rom y un vaso que
dejó al alcance del marinero. ' .
.— Superior — dijo éste 'chasqueando go-
losamente la lengua después del primeroy
copiosísimo trago, :
En seguida, -bajaúdo la voz y adoptando
un tono de maliciosa confianza; añadió:
_—Vamos á ver, señor, aquí para éntre
los dos. ¿A que no creía que el «Aguila» vol-
vía de este viaje? dae
* .—— Hombre, tanto como esOri
—Ni más, ni menos. Un cascarón: de
nuez semejante... Y con un condenado
_ temporal. que nos cogió al principio, que
DO es para contado: Había usted de haber
“visto qué manera de haceragua. Dos días
enteros estuvimos agarrados á las bombas
dale que le das... Le aseguro á usted que
no creí volver á verme en Londres. '
- _,— ¡Bah! No hay que exagerar tanto: To-
davía puede el «Aguilan' emprender otro
A A A O E
—Como, emprenderlo, sí; pero yo le asé-
guro á usted que no vuelve. 000”
—Vamos, vamos, Miggs; esta mañana
no: parece usted el: mismo... Déjeme lle-
narle el vaso otra vez....Pues sí, un lobón
de mar, como usted, no' repara en peligros
ilusoriós cuando se presenta: una” buena
- ganancia... ¿O esque quiere usted perder:
su buen nombre de valiente? --+.00
_—Es que .nsted no sabe como-estáel di-:
| choso barquito.:; Antes de pensar en eóhar-
y]
EL MILLÓN DE >
beatigosí!, Y cid
LA' HEREDERA
se á la mar con él hay que repararlo de
arriba abajo.
-—AÁ ver, ¿qué reparaciones necesita?
—Meterlo en dique y darle un recorrid
—Ab, ¿sí? Muy bien—repuso con frial-.
dad el negociante.—Si usted insiste e
ello, se hará. Pero no hay que decir qu
el sueldo de usted bajará bastante.
ma do Ar
—Natural mente. Usted tiene ahora
quince libras al mes y el 'cinco' por ciente
de comisión; pero esas son condiciones ex»
cepcionales, en consideración al' riesgo qu
pueda correr. Si usted quiere que 'él 'bar
se le ponga nuevo para 'viájar cómo u
sd 4
Obispo, ganará usted “diez libras al mes
la mitad de la comisión que ahora tiéne:
—¡Eh!... Poco á poco, patrón, poco' $
poco—exclamó el capitán levantándose y
avanzando un paso en actitud iracunda,—
Usted se tentará la ropa antes de hac
eso; yo tengo los colmillos muy retorcidos.
De mí no se abusa. A
- —Usted está borracho y no sabe lo que
se dice. | | i ias
—Lo sé muy bien. Yo estoy trabajando
para usted y jugándome el pellejo para
usted, y no consiento que se me dé esé:
pago... Suponga que me da la gana de sa-.
lir contando ciertas historias. Ya veríamos
adónde iba á parar la firma Girdlestone
_—¡Cómo! ¿Se atreve usted á amena
zara? 0 nar EEE 0
- —Póngame usted en el disparadero; y.
verá usted si lo hago 'como lo digo.
Girdlestone, sin' responder, 'oprimió el'
botón de un timbre. . -* :
- —Gilray —dijo cón' la más absoluta cal
ma al ver aparecer al dependiente mayor
—Vaya usted en seguida y avise á un «po-
demarñenir yl cepa <DIOA. CAE
El capitán Hamilton'se inmutó visible-
mente ante 'aquella inesperada resolución -
de su antagoniáta >
- —¿Qué vá usted á hacer? —preguntó con
DOuitaas IA A AOS
—Entregarle á la policía. + y'
o —¿A mí?:... ¿por'qué?* a dc bd ,
«—Por insultarnie en'mi' propia 'casa' y
exigirme dinéro con 4hmenazas de acust:
ciones calurihiósag:*"! AD 0 Seat
¿Y eso'qaién lo priieBa? Como no há
al
0%
AN
1481109 hay “exclamó Ezra aparediéhdo
A. CONAN-DOYLE :
de improviso.—Los dependientes y yo he-
Mos oído que usted amenazaba á mi padre
Son desacreditarle si no le sube el sueldo.
-_—Yo no he querido decir eso —repuso
liggs con el azoramiento de un zorro co-
gido en la trampa.—Habrá sido torpeza
Mía en explicarme.
- —¿Qué historias eran esas que usted
Quería contar? ¿De qué pensaba usted acu-
a - Sarme?
13
usted-volver á navegar con el barco en las
mismas condiciones? ] ?
—Seguiremos lo mismo, si 4 usted le
parece—contestó vencido Miggs, dejándo-
se caer de nuevo en la silla. - >
—Perfectamente. Ezra, haz que despi-
dan al «policeman». / |
—Lo que yo digo—observó Miggs des-
pués de una larga pausa—es que habrá
que reparar algo, aunque sea por encima,
—¡De mí no se abusa! -
-_¿K—De nada, señor—volvió á decir el ca-
en en tono cada vez más humilde y con-
luso. ]
, TéTiene usted algo que decir contra la.
honorabilidad de la firma Girdlestone?
Todo lo contrario, señor.
—¿Hago entrar al policía? —preguntó:
.
£n aquel instante Gilray desde la puerta.
._—Que espere en la oficina hasta que yo
ES respondió el negociante.—Y ahora,
ec onemos en dique el «Aguila Negra» y se.
teduce el sueldo á diez libras, ó prefiere
ppitán, volvamos al punto de partida,
para que no. intervenga el inspector del
gobierno. |
- —Por supuesto que se hará algo. La fir-
ma no omite gasto alguno para tener bien
montados todos sus servicios. Se le darán
unas manos de alquitrán y de pintura y
ya estamos al corriente. El casco tiene re-
sistencia, y al mando de un marino como
usted puede ir al fin del mundo.
—Bien, bien—dijo el capitán más some-
tido que convencido.—Usted hace lo que
le conviene con sus barcos y yo ya voy pa-
gado por el riesgo. No hay. más que decir. -
14 EL MILLÓN DE
..—¿No quiere usted otro vaso de rom?
—No, ya no más. |
—¿Por qué? | + :
—Porque quiero tener el entendimiento
claro mientras tenga que hablar con usted.”
Ya beberé yo por ahi cuando no haya ne-
gocios de por medio... Ahora usted me dirá
qué día vuelvo. por aquí. En
__—Cuando esté todo listo para hacerse
á la mar otra vez; dentro de unas tres se-
'manas. Para entonces ya habrá arribado
Spénder con la «Joven Ateniense».
—A menos de algún accidente en el
camino. Cuando nosotros regresábamos ya,
estaba en Sierra Leona. Por cierto que yo.
no pude hacer nada allí porque se había
dado una orden en contra. mía por haber
disparado un tiro á un negro. : E
—Esa es una acción muy censurable.
Es menester que no pierda usted de vista
nunca los intereses de la firma, Miggs. Es -
intolerable que por un estúpido arrebato
de ira haya usted cerrado el comercio de
Freetown al «Aguila Negra».
—Para lo que yo cargaba allí... Crea us-
ted que me tienen sin cuidado todos los
puertos ingleses. A mí que me den negros
de verdad, negros salvajes que no sepan
nada de ley ni de civilización, ni de nin-
guna de esas monsergas. Con esos sí que
me entiendo yo bien. qua
_—¿Qué procedimiento sigue usted con
due Lara RR | AS
- —¿Qué procedimiento?... Más de cuatio
- quisieran saberlo —dijo el lobo de mar con
una sonrisa misteriosa y picaresca.
—¿Es algún secreto?
—Para usted no; á usted puedo decírse-
- lo. Lo primero que hago es emborrachar-
los; todo está en eso.
- —¡Deveras! * |
—Como usted lo oye. En cuanto des-
embarco reúno á unos cuantos jefes, los.
>
, encierro con un tonel de aguardiente y em- - | 50 tl : za bri
ca. Cabello rubio, ojos grises de inteligente
-piezan á charlar como cotorras. Áveriguo
- todo lo mejor que hay por allí y lo saco. al
precio que me da.la gana. Luego los con-
denados piden su propina, porque en eso
- Son enteramente europeos; les doy cuatro ..
baratijas, se quedan tan cóntentos y ya
tengo la parroquia segura para otra vez.
- ——¡Admirable plan! Es usted un hombre
- inapreciable. PR
Ine está.ocurriendo...
.—Pues .no sabe «usted obra cosa que se -
ma debe
LA HEREDERA
—A ver. a
—Si el,barco se fuese á pique en el pró-
ximo viaje, usted no lo sentiría mucho,
¿eb? ER
—¿Por qué? |
—Porque si estuviera asegurado, vamos
al decir, á un tipo muy. alto, podría resul-
tar un negocio regular... ¿qué le parece?
—Eso. allá usted. La. firma no quiere
saber nada de esas combinaciones—repu-
so Girdlestone con dignidad.
—Corriente... Bueno, pues yo me voy.
Cuando usted me necesite no tiene más
que:mandarme llamar. | 5
—Ese hombre no tiene nada de tonto—
dijo Ezra entrando apenas el marino hubo
desaparecido.—Eso último' que ha dicho.
. Merece pensarse.
—Ya se pensará—repuso su padre con.
una astuta sonrisa.—En esas cosas la fir-
quedar á cubierto... Ya me entien-
des. o z
— Y por lo visto el clima de aquellos pañ-
ses no le hace mella, | 5
- —Es verdad; su cuerpo sale incólume;
pero, ¿y su alma, Ezra, y su alma? ¿Qué
cuentas no tendrá que rendir á Dios?—ex-
-.clamó el cristianísimo anciano elevando al |
cielo la mirada.
IV
CIENCIA Y SPORT
En la Universidad de Edimburgo, ver-
dadera «alma mater» de los estudiantes in-
_gleses, se hallaba cursando la carrera de
medicina el joven Tomás Dimsdale, hijo
único del muy honorable Doctor Dims-
dale.< ' “ AS si |
- Es un hermoso tipo de la raza británi-
plexión.- SR Dd
- Está en su cuarto. Después de mirar el
reloj, dice: p y
.—Mucho tarda hoy Garraway. Ya son
mirada, arrogante estatura y vigorosa com-
cerca de las once. rd
- "Y gubiéndose sobre una silla, dió tres
golpes en el techo. Casi inmediatamente
sonaron otros tres golpes en el piso de en-
/
. A. CONAN-DOYLE | 1
A los pocos minutos se abrió la puerta
y entró un joven de mediana estatura.
-¿— Aquí me tienes djo:*+mmpesaraos
- cuando quieras.
Y en un instante separó la mesa á un
lado y se calzó unos guantes de boxeo: qua
tomó de una percha.
-— Dimsdale, que había hecho lo mismo, se
colocó enfrente de él. en el. centro de la
estancia.
- —Vamos á ver—dijo.. rrer dla guardia y.
s mucha atención. Golpe á la frente:
- El otro tomó impulso y descargó un pu-
- ñíetazo sobre el lugar indicado: Dimsdalesa-
- cudió la cabeza sonriendo.
—No es eso. Falta rapidez, seguridad... *
—Es que es muy difícil.
- —Luego lo repetiremos. Ahora vamos á
hacer un asalto.
Mientras los dosjóvenes continuaban fer-
“vorosamente entregados al boxeo, un caba-
llero bien portado, de edad madura, aunque
de aspecto forzudo y vigoroso, se detenía
en la puerta de la misma casa.
| —¿Vive aquí míster Dimsdale?—pregun-
tó á la portera.
—$í, señor; en el tercer piso.
] —Soy el doctor Dimsdale. ¿Sabe usted?
,—¿El padre del señorito?
- —El mismo. Acabo de llegar de Lon=
dres... ¿Conque dice usted que es el tercer
piso?... Pues voy en seguida, |
—¿El señorito sabía que venía usted?
_—No, es una sorpresa.
Y el doctor comenzó á subir la escalera
con toda la rapidez que le permitía su más
- que mediana obesidad. Poco después lle- -
gaba á la habitación de su hijo.
—¡ Hombre,» qué casualidad! —exclamó
para sí.—Está la puerta. abierta. Mejor,
así se sorprenderá más.
¿Pero el sorprendido fué él. Enel preciso
instante en que con los brazos abiertos en-
traba en el gabinete del estudiante, vió
que un hombre, un malhechor, sin duda,
“se precipitaba sobre su adorado hijo.
Esta vez la obesidad del doctor no fué :
obstáculo á á su rapidez. De un salto penetró
en la estancia y con un soberbio puñetazo
hizo rodar violentamente al supuesto agre-
Sor, que no era otro que el desgraciado
aprendiz de boxeador, Jak Garraway.-
—¡Granuja! —rugió el indignado doctor.
- —¡Padrel—gritó Tomás acudiendoá un
RA al: ese: de: aa á su propa.
«football»
y á la:urgencia de: auxiliar á su desdichado
amigo.
—¡Caramba, cuánto lo sléniel Usted com-
prenderá...— tartamudeaba todo confuso el
buen míster Dimsdale, cuando la explica-
ción oportuna le hubo enterado de su la-
+ mentable error.
No, si ño ha sido nada... No' faltaba
más—repuso algo mobino el pobre Garra-
way, condenado á recibir como buenos los
puñetazos de ambos Dimsdale.
- —Pero, vamos á ver, Tomás. ¿Qué obje-
to tienen estos ensayos gimnásticos en vís-
peras de exámenes?
:—Oh, es que usted no sabe. El miércoles
* próximo es el:match»' internacional de
. Y mimadre, ¿está buena?
—Esta noche llegará. Hemos querido ve-
nir á.tus exámenes. También viene con
ella tu prima Kate Harston.
—¡Bravo! ¡Kate también! ¿Estará muy
guapa? ¡
.—Hecha una mujer. Ha sido un triunfo
conseguir que ese judío de Girdlestone nos
la deje por una temporada. Desde que se
encargó de ella, á la muerte del pobre Hars-
ton, la tiene poco menos que emparedada.
- Y ahora cuéntame tú. Supongo que estarás
bien preparado para el examen, ¿eb?
—Bah, no tenga usted cuidado —respon-
dió Tomás con afectada seguridad.
— A ver, á ver que estás estadiando—dijo
el doctor examinando uno de los abiertos
libros. — Hombre esto €s de lo más inte-
. resante:.. Vamos á ver, ¿cuántos agujeros
tiene el hueso esfenoides?
——¿El esfenoides?... ¿el esfenoides?...
pere usted un
y como si alguien le llamará con mucha
Urgencia, sal hó: to de la. habita=
ción.
+—¿Quién le llama? Yo no de oído nada. de
—No sé... no sé quién será.. . Pero yo sí
lo he oído perfectamente. +
—Bien. ¿De modo que usted es compar a
-ñero de estadios: de Tomás?
- —Sí, señor. ' E
- —Entonces de seguro sabrá en eso que
le he pesquevado: la estructura: del. esfe-
noides.
.—Yalo creo. El estionidení:
me usted; me está llamando: Tomás. )
Y dando media vuelta, dejó solo'al dó0> F
tor: que, encendiendo un cigarrillo, se dedi-.
có mientras esperaba la vuelta de los cien |
momento... .¡voyl.. hd q DA
- Dispénse- a
0
nes á recitarse á sí mismo la estructura y
disposición del esfenoides. e
Era el día señalado para el «match» in-
ternacional de «football» en la Raeburn Pla-
ce Grounds.
Uno de los infinitos carruajes que allá
se dirigían estaba ocupado por la familia
Dimsdale, padres é hijo, yendo con ellos
la gentilísima hija del difunto John Hars-
ton.
Era la huérfana una linda muchacha de
diez y siete abriles, en la que se hermana-
ban los encantos de la mujer con el gracio-
so candor de la adolescente.
Libre por algún tiempo de la hipócrita
severidad de su tutor; rodeada, por prime-
ra vez desde Ja muerte de su padre, de
personas que la tratasen con cariño, la po-
bre niña creía nacer á una nueva y dichosa
vda. 0 1.
_ Tomás, llamado á ser uno de los héroes
en la fiesta de aquel día, queriendo sin
duda, que su prima apreciase por sí misma
las hazañas deportivas que ante sus ojos
pensaba realizar, aprovechaba la forzosa
lentitud de la marcha para instruirla en los
detalles técnicos del juego. :
- Cuando, ya sonada la hora de comenzar
la partida, llegaron al lugar del espectácu-
lo, el público llenaba el aire con el es-
- — truendo de sus aplausos, saludando al ban-
- do de Inglaterra. :
Tomás, viéndose en retraso, corrióá4 ocu-
. par su puesto. iS
Entre los quince jugadores que formaban
cada partido estaban los más sobresalien-
tes jugadores de «football».
Haremos gracia á nuestros lectores de
los mil incidentes de la partida, contentán-
donos con referir su episodio más culmi-
nante, porque así cumple á la merecida glo-
ria de Tomás Dimsdale y porque acaso in-
- fluyó en el porvenir de la hermosa Kate.
Animados por los gritos casi bélicos de
«Inglaterra!» «¡Escocial», ingleses y esco-.
- ceses lucharon con el mismo denuedo con
que siglos atrás pudieran haber luchado
Sus abuelos en las asperezas de los montes :
- Cnampianos. Eyed pi) Y
Hubo un momento de suma ansiedad en
- que todos los espectadores creyeron la par:
>
EL MILLÓN DE LA HEREDERA
tida ganada por los ingleses, pero Dimada-
le con una pasmosa agilidad pasó á tres de
losmás terribles enemigos, y' después de
una brillante lucha, consiguió lanzar el ba»
lón a: campo contrario. Lia campana anun-
ció la terminación del «match». En tanto
que mil sombreros se agitaban en el aire,
el héroe permanecía sentado en el suelo,
sonriente, pero pálido y con uno de los bra-
zos colgando pesadamente.
¡Pero qué importaba una clavícula rota!
¡Había conquistado la victoria para su par-
tido y había sido aclamado por la ciudad
entera á presencia de Kate!
v
APROBADOS Y SUSPENSOS
«Pocas semanas después, restablecido
apenas de su accidente, el pobre Tomás se
veía próximo á una nueva lucha en la que,
desgraciadamente, no tenía grandes espe-
ranzas de obtener igual resultado. La fe-
cha del examen se acercaba. ¡Y en qué
ocasión tan inoportuna! La Química y la
Zoología, escuetas y antipáticas, le recla»
maban una asiduidad que él, por mandato
de su corazón y hasta por imperativo de
la más elemental caballerosidad, no podía
consagrar más que á la amable compañía
de Kate. Estos requerimientos tan Opues-
tos se traducian en constantes admonicio-
nes del buen doctor. ;
Todos los días, invariablemente, se re-
petía la misma escena seis ú ocho veces.
_—Tom-—decía el doctor,—que el exa-
men se echa encima; que no puedes perder
el tiempo. Vete á estudiar. E A
Y el pobre Tom, interrumpido á la mi-
tad de su madrigal hablado, se despedía de :
la joven con una mirada de amarga resig-
nación, y en cumplimiento del mandato
paternal iba á encerrarse en su cuarto de
estudiante. ¿Y para qué? Para pensar en
Kate,. para ensalzar en verso los ojos de
Kate... Y tras algunas horas de encierro,
completamente infructuosas para la cien-
cia, se echaba á la ealle, y ya que la cruel-
dad paterna le privaba de dirigir sus pasos
adonde el corazón los empujaba, se dis.
raía-visitandoá.su camisero, á- su sombrre
no dOÑANDOYLE O
rero, á su sastre... Porque es de advertir
que Tom, á quien jamás habían preocupa-
do mucho los preceptos de la moda, se ha-
bía hecho elegante por la misma razón por
que se había-becho poéta. Y á un hom-
bre que necesitaba todo su tiempo” para.
cumplir con tan absorbentes menesteres,
aún se le exigía que'consagrase largas ho-
ras á descifrar los 'secretos de la Química y
de la Botánica. ¡Inaudita crueldad.
Llegó, por fin, el tremendo día de la
prueba.
—Maucho ánimo, hijo mío —le recomen-
dó por centésima vez el doctor al dejarle
en la puerta de la Universidad.—No te
atolondres y procura no confundir Unas
materias con otras.
—No hay cuidado—pensó el estudian-'
te. —Son tan contados mis conocimien:.
tos, que no hay peligro de confusión: '
Automáticamente se dirigió á las aulas.
- En el claustro encontró un grupo de com-
pañeros, cuyos semblantes pálidos y de-
macrados pregonaban los desastrosos: efec-
tos del mes de repaso.
El vencedor del «football» era de los que:
más temblaban ante la próxima prueba.
Mientras tanto, el doctor, su esposa, y
Kate, esperaban ansiosos en su casa el re-
- greso de Tomás.
—Pobre hijo —había dicho cien veces la
señora.—¡Qué: ganós tengo ya de verle des-
cansado!
—Ahora se desquitará—había respondi:
- do míster Dimsdale. —Vamos á celsbrar el;
suceso de una manera sonada. Ya que an- '
bes he demostrado tanto rigor, no he de.
escatimarle ahora la recompensa. '
Kate no decía nada; pero miraba al reloj.
y pensaba que la tardanza iba siendo ya
—€Xtesiva. —
Pasó mucho rato y Tomás no venía. El:
- reloj sonó una vez más dando lá hora. En-
tonces los dos esposos se miraron con Án-
- quietud. -
"Esto es ya demasiada tabdants—ajjo |
la madre.—¿Será posible?..: —y no'se atre--
vió 4 exponer por completo su pensamiento.
—¡Qué! ¿Qué haya perdido? —exclamó el.
doctor adivinando.—Calla, —majer... ¡qué> - milde»'caga, como él modestamente decía.
4
Cosas se te ocurren!
En aquel instante llamaron-á la puerta;
—¡El es! —dijeron los tres á un tiempo.
No era él; pero era una carta suya.
Mistress Dimsdale se pusó muy pálida;+
17*
Káltb se “volvió de espaldas para ocultar su
ansiedad; ell mismo doctor, esforzándose '
en aparecer sereno, temblaba al 'desgarrar
el sobre.
He aquí, substancialmente, el contenido
de la carta: de
«Mi querido nat Ho sido suspenso y
no me atrevo á á presentarme hoy ante us-
tedes. "="">
»Por mucho que le sorprenda, debo de-
cirle lealmente que no ha sido una desgra-
cia ni una injusticia; es simplemente que
no sé las asignaturas ni llegaré á saberlas
nunca: Me reconozco incapaz para el estu-
dio. de la Médicina, y tengo, en cambio,
gran inclinación y creo que alguna capaci-
dad para. el comercio. Si usted accede á
dejarme seguir ese camino, yo aseguro que
jamás le'daré motivo para que sé arrepien-
ta. Mañana iré á abrazar á mi madre—á la
- que ruego: mé perdone este disgusto, —á
saludar á Kate y á conocer la resolución
que usted adopte y que acatará gustosa-
mente su obediente hijo
ae Tomás.»
-—Mira por donde sale ahora—dijo el
doctor pto EN podia haberlo di-
cho antes.
—Gracias 4 Dios que no le ha ocurrido +
nada—exclamó la madre. A
—¡Pobrecillo! Qué disgusto. estará pa-
samdo —pensó Kate.
de DOS ón id
y $
AN de
ez rd EN e .
-Ningúno, entro, sus iefiaits. ámigos, 3, po:
día jactarse de” conocer" “el dóticilio del
muy honorable mayor de: infintería, reti- e
rado, Tóbiasg Clutterbuck. An:
Y cuenta que 1ó primero que “hacía al-
ser: precario "4 una pérsona'éra ofrecerle
coh"él más cortés encatecimiento' su «hu-
Perd'como siempre se olvidaba de Añadir”
las'señas, jamás pudo nadie sacar partido: y
de aquella Hospitalidad" tan franca > géne-' a
_rosamente ofrecida. — sudan;
La ee can als del er: bug tan
18 EL MILLÓN DE LA HEREDERA
familiar en la mesa de juego del «Rag and
Robtail», como en los salones de la «Juven-
tud Dorada».
Precisamente el día de que hablamos es-
taba en uno de los salones del «Rag and
Robtail» explicaudo su árbol genealógico á
uno de sus amigos, Ezra Girdlestone.
—Es tan cabal como los dedos de la
mano—decía, representando, en efecto, con
sus dedos á cada uno de los ilustres pa-
rientes que iba citaudo.—Esta es —y mos-
traba el pulgar izquierdo — Miss Letitia
Snackles de Snackleton, prima del viejo
José de Snackleton. Casó con Crawford,
ya sabe usted, de los Crawford del condado
de Warwick. Estos son—y levantaba los
tres dedos siguientes—los tres hijos del
matrimonio: Jemines, Haroldo y John,
¿comprende usted? Este—el dedo meñi-
que—es Carlos Clutterbuck, rei bisabuelo,
y este otro dedo representa...
—No me diga usted más; compreudido.
Eso es muy interesante, mayor; pero se
veia más claro si lo publicase usted en un
libro.
-——Ab, pues ya lo creo que lo publicaré —
respondió el mayor sin resentirse por la
a e modo que... ¿qué señas
-deciamos?... Feuchuerde Street, ¿eh?... La
dirección á las oficinas, por supuesto... Per-
fectamente. Verdad es que con solo poner-
en el sobre: «Girdlestone, Londres», no se
perdería la carta... Por cierto que ayer es-
tuve hablando de ustedes con sir Murgra-
ve Moore... ya sabe usted, de la primera
nobleza del condado de Watterford.
—¿Macha nobl:za y poco dinero?—re-
puso desdeñosamente Ezra.
—Nada de eso.—Se ha casado con una
riquísima heredera... Pues como decía, le
hablé de usted haciéndole justicia, y mos-
tró muchos deseos de conocerle... Por cier
to que—una de esas ridiculeces que OCu-
rren á lo mejor—quedé desafiado con Jo-
rroks para una partida de billar, y no sé
cómo tenía yo la cabeza al salir de casa
que me he venido sin dinero... Claro es que
si. yo le digo una palabra basta y sobra...
-0 á cualquiera que acuda; todo el mundo
me conoce... Pero esta gente de circulo me
carga; á la menor confianza que se les. da
abusan. Usted es muy distinto. De usted
puedo aceptar un, favor de esa clase... Por
unas horas, por o de otro modo no
lo admitiría. A e
—Agradezco la confianza, mayor; pero
hay un pequeño inconveniente Tengo por
principio invariable no prestar dinero a
nadie.
—Es decir... ¿que me niega usted ese
pequeño favor? :
—Soy fiel á mis principios.
Por un instante el comandante mudó de
color y la ira relampagueó en sus ojos;
pero en seguida logró dominarse y se echó
á reir.
—Bien, no nos enfademos por semejante
miseria. Estos hombres de negocios son
el mismísimo diablo. Á cualquiera que se
le contase que el mayor Clutterbuck no
ha tenido bastante garantía con su nom-
bre... Pero ¡qué diablo! así aprenderé á
nO olvidar el bolsillo... Y si acaso á usted
le ocurre, no tenga reparo en acudir á
mí. Yo no soy hombre de negocios y mi
dinero es siempre de mis amigos... Con
que hasta luego; ¿supongo que nos vere-
mos esta noche? :
—¿Dónde estará usted?
—Lu la sala de juego, como de costum-
bre—repuso el veterano. Y despidiéndose
del joven con una sonrisá de afable pro-
tucción, se alejó majestuosamente.
Encaminóse á su domicilio, en uno de
los barrios más extraviados y más humil-
des. ;
Entró en una casa de muy poco decorosa,
apariencia, subió un número muy regular
de escalones, siguió un largo y obscuro pa-
sillo, empujó una puerta y entró en su
«humilde» morada, que consistía en dos ha:
_ bitaciones, g grandes como celdas de conven-
“to, de las que una servía de dormitorid” y
la otra de todo lo demás.
Y aun aquella morada ño era de su ex-
clusivo uso. Sentado junto á la pequeña
Chimenea había un hombre corpulento y
barbudo, con una enorme pipa en la boca,
que compartía con Clutterbuck el domi.-
nio de ella, en cuanto puede llamarse domi-
nio al derecho de inquilino que pre con
problemática puntualidad. |
El barbudo acogió la llegada de su com-
pañero con una especie de gruñido, que
quería ser saludo, y el mayor contestó con
una caricia que más bien podía pasar por
_coscorrón. Acto seguido se quitó el sombre-
ro y lo guardó cuidadosamente en una som-
brerera; se despojó dela levita, del chaleco,
del pantalón y de las botas, guardando >
A. CONAN-DOYLE
todás las prendas con igual cuidado; las
reemplazó con una bata y unas zapatillas
bastante usadas y comenzó á bailar una
polka en señal de satisfacción por lo có-
modo que se sentía con esta indumentaria,
—Por supuesto — dijo interrumpiéndose
de pronto —que maldito si hay motivo para
bailar. Está el horizonte completamente
negro.
—Más negro lo hemos visto otras ve-
«ces—observó su compañero con acento que
le reputaba por alemán desde nna legua—
y no nos hemos muerto. Ya de un día á
otro vendrá mi letra, y si no vendrá otra
- cosa cualquiera que nos sacará del ato-
lladero. :
—Por lo menos, debemos esperarlo. Lo
que más me preocupa de todo es que el
condenado sastre no me permite ampliar la
cuenta... Y lo que es yo, sin buena ropa,
me encuentro tan desarmado como un ba-
rrendero sin escoba.
- Elalemán asintió á la propiedad de la
- Imagen, y lanzó melancólicamente hacia el
y techo una bocanada de humo.
Segismundo von Baumser habia venido
á Londres huido de su patria, á causa de
sus exaltadas ideas políticas. Había estado
empleado en algunas cosas comerciales, y
“ahora estaba cesante. 1 y Ciutterbuck ha-
bían sido compañeros de hospedaje; ha-
bían intimado mucho, y cuando las cosas
Vinieron mal y les obligaron á extremar
las economías, acordaron alquilar á medias
aquella pequeña habitación, reduciendo así
el gasto de casa á la menor expresión
posible. El mayor dirigía y gobernaba al
alemán, que sentia hacia él una adwira-
ción sin limites y le obedecía ciezamente.
—¿De modo— preguntó Clutterbuck—
- que tampoco hoy han dado señales de vida
los correligionarios?
Von Baumser sacudió negativamente la
cabeza.
- ———¡Mal rayo los parta! ¿Entonces para
qué diablos sirven las ideas políticas?
- —Y usted—iuterrogó ásu vez el ale-
mán—¿cómo anda de dinero?
-Clutterbuck sacó diez soberanos (1) de
oro y los extendió sobre la mesa.
- —Yo tengo esto, 6 lo que es lo mismo,
ada. Ya sabe usted que e. me 096
dl
(1) Monela equivalente á 25 pesetas.
cortar la cabeza que tocar á una moneda
de estas. En cuanto no lleve por delante
dinero para sentarme en la mesa. de juego
Ó para emprender una partida de billar,
estoy perdido. No puedo, pues, disponer
de un céntimo. Pocos hombres hay tan
egoístas como mi falso amigo Girdlestone.
—¿Qué le ha hecho á usted?
—Un agravio y hasta casi una estafa. Ese
hombre ha estado disfrutando los dones de
miamistad. Niescapazde jugar á nada una
partida que me pueda sacar de un apuro
ni afloja nunca el bolsillo para significar-
me su respeto y admiración como hacen:
otros con algún delicado convite Ó cosa
análoga. Yo he sido magnánimo hasta ha-
cer caso omiso de su ruindad; y en pago
á todo eso, se ha negado descaradamente"
á hacerme un pequeño préstamo que me
digné pedirle, pretextando que no lo tiene
porcostumbre. ¡Como si fuera usual la oca-
sión de servir á un Clutterbuck!
—¿Es hijo de un «kauffmán»?
—¿Qué diablos es eso? ¿Quiere usted de
cir un negociante?
—Justamente. Uno que comercia con las
costas de África?
—El mismo. :
—¿Y usted cree que esos son muy ricos?
—Kiquisimos. Lo creo yo y todo el.
mundo. :
—Pues todo el mundo está en un error,
amigo mío. Yo conozco la marcha de sus
negocios. ¡Valiente marcha!
— ¡Querido Baumser! usted no sabe lo
que se dice.
—Afirmo—insistió el alemán formali-
zándose —que dentro de tres ó cuatro me-
ses á lo sumo. la casa Girdlestone se habrá
venido al suelo. Ya lo vérá usted.
—Eso debe de ser una equivocación,
Baumser. Pero si en toda la City no se ha.-
lla hoy una firma que goce de más crédito.
—Podrá ser; pero á pes de todo, yo
| sé lo que sé.
':—¿Quere usted decirme que está: mejor
enterado que los que andan continuamente
en la Bolsa y que los mismos que negocian
con los Girdlestone?
_—Yosé lo que sé —repitió el alemán.
—¡Con cien mil diablos! ¿Y no puedo
yo saber de una vez qué es lo que usted
sabe? |
—No le serviría de nada ai puedo de-
cirlo ahora. Conténtese con mi palabra for-
EL MILLÓN DE: LA HEREDERA
mal de-que:lo: quele he dicho esla: pura
verdad. La firma ¡Girdlestune se declarará
en quiebra muy pronto. 22000
—Pues entonces, ó el hijo no sabe nada,
6 es el actor más perfecto que:he visto: en
- mi vida. En fin: lo que sea sonará, y no:
me pesará que suene como usted lo-anun-
cia. Ahora, vamos: al comedor antes de
que se acaben el pan y: la manteca.
- Este erael último refugio contra el ham-
bre en los días malos. La patrona por una
pequeña cuota mensual, aseguraba á los
- huéspedes una cantidad de pan y manteca
“tan limitada, que los últimos que llegaban
corran inminente riesgo de quedarse con
el estómago vacío. Se
-——Temiendo esto, los dos amigos apresu-
-raron el paso, suspendiendo para más bar-
de sus opiniones acerca de la anunciad
ruina de la casa Girdlestone.
VI
A
UN MONOPOLIO DE DIAMANTES
-Aunque todo el mundo lo ignorase, no
carecía de sólido fundamento lo que von
Baumser había dicho acerca de los Gird-
Jestone. Desde algún tiempo atrás un cha-
-— parrón de desastres había .caído sobre la
acreditada firma, poniéndola á dos dedos
de la. ruina. Y si el mayor mo había po-
dido traslacir nada en la actitud de Ezra,
era por la sencilla razón de que éste igno-
-—yaba el verdadero estado de las cosas.
-—Muchascireunstancias habían contribuís
do á las enormes pérdidas experimentadas.
- Ev primer lugar, las más poderosas com-
- puñias de navegación alemanas é: inglesas
-— hmbíau comenzado á- enviar sus barcos á
las costas africanas, y lo que había sido casi
“un monopolio de la casa Girdlestone, se
- vinoá convertir:en una competencia difici-
—Jísima; por otra-parte, los indígenas iban
conociendo ya el. verdadero valor de las
mercancías, y era imposible: realizar las
- fabulosas ganancias de otras veces.
Aparte de estas:causas generales,. había
- otras particulares de mucha mayor consi-"
-deración. Para sostener la competencia
con los barcos modernos, Girdlestone ha-
«Estrella Vespertina». Bor-una de esas ino-
portunas cicaterías en que incurren los co-
merciantes más. expertos, se- abstuvo de
asegurarlos, pensando que si sus viejos bar»
cos iban y venían sin contratiempos, aque-
llos dos sólidos y hermosísimos buques sal-
drían con bien de todos los peligros. Pero
no en.-vano se pondera cuán inseguras son
las cosas del mar. Mientras el «Aguila Ne-
gra», que comenzaba á hacer agua casi al
zarpar, volvía á salvo con asombro de su
misma: tripulación, el «Providencia» y el
«Estrella» se abordaron un día de niebla
en el Canal de la Mancha. El primero se
fué á pique en cinco minutos, ahogándose
el capitán y seis de los tripulantes; el se-
gundo: perdió la: carga y pudo arribar á
Falmonuth casi destrozado. Aquella catás-
trofe costó á-los Girdlestone treinta y cin-
co mil libras esterlinas. No paraban aquí
los infortunios de la firma. El viejo Gird:
lestone se había entusiasmado con algunos
negocios un tanto inseguros, pero que po-
dían rendir gahancias prodigiosas; y te:
miendo que Ezra, enemigo jurado de dar
un paso sin antes asegurarse de sus conse-
cuencias, había de oponerse, especuló sin
conocimiento suyo, arriesgando gran parte
de los fondos sociales. El resultado había
sido funesto, y Girdlestone, que había pro-
curado y conseguido que los infortunios de
la casa no transcendieran al público, veía
ya imposible ocultarlos á su hijo, y temía
la explosión de su ira. Se estuvo resistien »
do hasta la llegada de una noticia que ha-
-bía de ser decisiva. Esta llegó por fin. Era
un telegrama del agente en la isla de Ma:
' dera, y. sus palabras-no podían ser más des-
consoladoras: Lia expedición más impor-
tante, y en la cual fiaba Girdlestone como
la única salvación posible, había sido un
completo fracaso. Dificilmente se había po-
dido sacar para cubrir-los gastos.
- Junto al telegrama había tres cartas.
Girdlestone empezó á abrirlas upa por una,
presintiendo cuál podría ser su contenido.
Una era de un banquero, anunciándole que
su cuenta corriente estaba próxima á extin-
guirse. Otra, de la agencia de seguros ma-
rítimos, manifestándole que:las pólizas de
dos: de sus barcos -se hallaban en descu-
bierto. y debían ser. satisfechas en plazo
—brevísimo.
- Girdlestone dejó caer la cabeza entre las |
manos. Después. de unarato de profunda y |
4%
y
: A. CONAN-DOYLE E ¡E
amarga meditación, se irguió resuelto ya á
adoptar el partido más doloroso ciertamen-
te, pero ya el único posible: confesarlo todo
4 Ezra, arrostrando su indignación, y reca-
bar su ayuda, mediante la cual, todavía
quedaban horizontes de esperanza. :
Apenas la había adoptado, cuando entró
«Ezra en el despacho.
—Buenos días —dijo en tono mallut-
rado, arrojando sobre una butaca el gabán
y el sombrero.
—Buenos días, hijo —repuso con voz
algo trémula el anciano.
Ezra le miró atentamente.
—¿Qué le pasa á usted, padre? Desde
“hace algunos días le encuentro uy dema-
-. crado y muy pensativo.
—¿Qué quieres, hijo?... Los negocios.
-—No es eso. Es el aire de este endiabla-
«do Londres, que cada día se hace más irres-
-«pirable. Yo me lo he dicho muchas veces
- y ahora se lo digo á usted: Hay que com-
-prar una casa de campo decente como la
tienen otros con menos motivo, y poder
irse á ella algunas temporadas. ¡Qué dia-
blo! Después de hacer un buen balance hay
«que atender algo á la salud.
-—Todo eso está muy bien. Pero es el
caso que el último balance no ha sido bue-
no ni mucho menos.
—¡Bah, bah! Números dnzili 34 drid
- Ezra señalando á
bre la mesa.
—$í; pero esos números, hijo ud; no
son enteramente exactos. Nuestra verdade-
ra. situación es mucho menos lisonjera.
ali
de -—¡Chtdl Calla... Que: no se se:aperciban de
los libros que Ra so-
nada los dependientes... Fuerza es que se-
- pas la verdad: Lios negocios no están como
parece... Hemos tenido pérdidas... En una
palabra, Ezra, estamos A A de una
quiebra inminente.
- Durante algunos ibiomentóa! y joven
- miró escrutadoramente á su padre. Poco á
- poco'la expresión de incredulidad de su
semblante fué borrándose hasta convertir-
_Se-en un gesto e. causó: miedo al pipi
traficante.
¡Qué ha héoho abel Dntondós us
ted ha estado especulando á escondidas...
- sin mi conocimiento, arruinándonos estú-
_Ppidamente... ¿Cómo se ha: atrevido usted á
hacer eso? —y cogiendo á su padre por las
solapas epa á sacudirlo: fariosamente. E
—¡Ezra!... ¡Suéltame!... No pongas las
“manos sobre tu padre... Es cierto que erre;
pero mi intención era la mejor.
—¡Necia disculpa! —gritó el joven des-
cargando 'un puñetazo sobre la ca
¡La intención! ¿Y de qué me sirvirá á
su intención después de que me haya arrui-
nado?
—Acuérdate, Ezra, de que si yo he per-
dido el dinero, también yo lo puse. Te
asocié á la firma por mi espontánea volun-
tad, cuando «la casa estaba acreditada y
próspera. .. Por otra parte aún no nos ha-
llamos absolutamente arruinados. |
—¡Arruinados!—exclamó de nuevo el jo-
ven extendiendo amenazadoramente sus
manos crispadas.—No; hay que evitarlo,
hay que evitarlo... Hable cia ¿Usted que
nos ha perdido debe salvarnos... ¡Pronto,
pronto! ¿Qué hay que hacer? ¿cuál es el re-
medio?... ¡Hable usted!
—Calma, Ezra, calma —exclamó el viejo
con tono suplicante.—Aún tenemos mu-
chas probabilidades de salvación si conser-
vamos la serenidad. Para ello, necesito an.
te todo el concurso de tu talento y detu
capacidad. |
—Ya podía batea haberse. acordado de
eso antes... Pero, en fin, ¿qué probabilida-
des son esas? ¿Con qué medios cuenta us-
ted? Sepamos.
-_—Tengo varios planes. Si babilitamos
fondos para los créditos más urgentes y
logramos afrontar esta mala racha, pronto
volveremos á estar á flote... Ante todo, con-
téstame á una pregunta: ¿Qué be us la
hija de John Harston? Ae
-—No me parece mal... 5 peto: ch qué vie» '
ne eso? a
—Un poco de paciencia, Es una exce-
lente muchacha... Una muchacha buena y
rica... aunque realmente su fortana vale
poco comparada con su virtud.
. —Bien, A qué tenemos con eso? dijo: ;
Ezra impaciente.
-—Tenemos que ivotropartidata no bay
ninguna que pueda gustarme tanto para
nuera... ¿Me comprendes ahora? Todo está
en bus manos, Bara. Si eN cre ahí está ke
la salvación. g
¿Y eso es todo lo: que se le: ha ocurri-
do 4 usted? preguntó el joven con vue
sonrisa poco. agradable. y
No es todo, pero es acento lo
til Tiene cuarenta mil libras: Rs
22. EL MILLÓN DE
nas, con las cuales bastaría para restable-
cer los negocios de la firma. Al mismo
tiempo tendrías una mujer encantadora.
—¡Bah! Hay muchas mujeres encanta-
doras sin necesidad de llegar á tanto. El
matrimonio no me seduce. |
- «—Piensa que es absolutamente nece-
sario. |
—¡Donosa necesidad! Yo estoy para per-
der mi libertad por toda la vida, y usted
para tirar el dinero en sus absurdos capri-
chos. ¡No entiende usted mal la división
del trabajo!
- —Este asunto te interesa á ti tanto como
á mí. Tú eres libre de aceptar ó no; pero
si no aceptas, los dos nos arruinaremos á la
vez. ¿Piensas tú que si yo pudiera inten-
tarlo con esperanzas de éxito te lo enco-
mendaría á ti? |
Ezra se retorció el bigote y se miró con
- cierta vanidosa complacencia en el espejo
situado sobre la chimenea. A
> —Ciertamente—repuso —que si nos de-.
_cidimos por ese medio, me parece que pue-
do responder del resultado. Pero antes vea-
mos los otros proyectos.
- ——El principal requiere arbitrar antes to-
_dos los fondos que permita nuestro crédito;
pero el resultado será inmediato y porten-
toso. Mi plan—y al decir esto se levantó y
extendió el brazo en solemne é inspirado
ademán, —mi plan es, sencillamente, esta-
-——blecer un monopolio de diamantes.
A
Después de las últimas palabras de Gird-
-— lestone un largo silencio de estupefacción
reinó en el despacho. - o pe
] —¡Un monopolio de diamantes! —excla-
- mó por fin Ezra mirando profundamente
-á su padre.—¿Qué quiere usted decir con
A !
-—Una cosa muy clara. Si tú acaparas
todo el algodón ó todo el azúcar de los
mercados y tienes en tus manos la produc-
- ción entera, de modo que seas árbitro ab-
“soluto, se dice que ejerces el monopolio del
algodón ó del azúcar.
- —No pregunto eso. De sobra sé lo que
es un monopolio; pero ¿es que usted sueña
en comprar todos los diamantes del mer-
cado?... ¡Si el mismo Rothschild no podría
intentarlo siquiera! AA a
LA HEREDERA
—No es necesario llegar á ese extremo.
Basta con fijarse en las minas del Africa
del Sur, que son las que regulan el precio.
Claro está que no podemos comprar todas
aquellas minas; pero con una cantidad re-
lativamente pequeña basta para mi objeto.
—¿Y qué udelantaría usted comprando
sólo una parte de los diamantes? ¿Cómo se
iba á/ arreglar entonces para regular el
precio, que es lo esencial?
—Muny bien, muy bien—dijo el anciano
sonriendo con orgullo.—Veo que á pesar
de tu talento innegable no has alcanzado
lo profundo de mi idea. Voy á explicártelo
por entero: Ya sabes de sobra que siendo
los diamantes un artículo de lujo y habien-
do relativamente poca cantidad de ellos en
el mercado, su precio oscila con una gran
sensibilidad bajo toda clase de influencias.
Ahorá bien; después de muchas observa-
ciones, me he persuadido de que bay una
cosa que infaliblemente hace sufrir una
extraordinaria depreciación á los diaman-
tes: la noticia de haberse descubierto nue-
vas minas de ellos. ¿Me vas comprendien-
do ya? :
—Siga usted —dijo Ezra, que iba demos-
trando un interés creciente á medida que
adelantaba la explicación.
" —Supongamos ahora—prosiguió el vie-
jo con una astuta sonrisa—que llega una
noticia de esa naturaleza y hace el efecto.
consiguiente. Y supongamos que cuando
los diamantes están por los suelos y todo
el mundo procura desprenderse de los que
posee, nosotros tenemos el capricho de
arruinarnos, comprando una gran cantidad
de ellos. Si luego resulta que todo fué una
falsa alarma y que, como es lógico, el pre-
cio se restablece con exceso, ¿no es eviden-
te que podemos vender los que hayamos
acaparado al precio que nos dé la gana ó
poco menos? Supongo que ya me irás com-
prendiendo? | O dd
-—Sí; pero me parece que hay demasia-
das suposiciones en todo eso. ¿Quién nos
dice que esos rumores se van á producir?
Y si se produjesen, ¿quién nos iba á garan-
tizar que luego resultarían falsos?
-_—¿Pero ahora salimos con eso?—excla-
mó Girdlestone cada vez más regocijado.—
“Poco feliz estás hoy, Ezra. No demuestras
tu acostumbrada penetración... Vamos á
ver: si somos nosotros mismos los que ha- |
cemos esparcir esos rumores, ¿no tendre-
A. COÑAN-DOYLE '
mos algún fundamento para suponer que
al cabo van á resultar fulsos... Eh, ¿qué
tal?... Ya ves, ya ves como este viejo 10 es
- tan inútil como pudiera parecerte.
| Ezra contemplaba á su padre con Ss0r-
- Presa y admiración. E pee
-——-—Verdaderamente, la idea es genial —
- dijo al fin.—Lo que me parece es que para
concebida por un hombre tan cristiano y
tan rígido es un tanto reprobable.
ción. En seguida escribirá ó hará escribir
en los periódicos principales, hoy una des-
cripción tentadora de las minas; mañana,
la noticia de haberse creado una poderosa
compañía para explotarlas; á los cuatro
dias, relación de nuevos y más prodigiosos
hallazgos... y así sucesivamente. Esa cam-
paña de prensa, bien llevada, resonará au-
mentada y corregida en los periódicos in-
gleses, se propagará, produciendo un páni-
me No pongas las manos sobre'tu padre, (Pág. 21.)
- —¡Cómo reprobable!... Eso es astucia
-. comercial simplemente. El derecho de de-
- Tensa está permitido en toda ley moral. De
-9tro modo, yo nunca lo intentaría... Y aho-
Ya, puesto que no te ha parecido mal, en-
- tremos en los detalles; para esto cuento
con que tu cooperación será eficacísima...
Por de pronto necesitamos un hombre de
- confianza que vaya al Perú, á los montes
- Urales... á cualquier sitio que parezca á
- Propósito para el objeto... En cuanto Jle-
gue «descubrirá» unas minas de diamantes,
- Tiquísimas, fantásticas, inagotables. Como
- Aras, que llevará, naturalmente, á preven-
-co enorme, á los mercados de Africa del
Sur, y los diamantes bajarán considerable-
mente de precio... que es lo que se trata
de demostrar. Allí estará un segundo agen-
te con el dinero, que irá comprando exrlas
condiciones que es de suponer, hasta que
le digamos «basta». Viene después la ver-
dad á restablecer sus sagrados fueros, y la
firma Girdlestone vuelve á su prosperidad
de antes. Esto no tiene quiebra. Se de-
teorema de matemáticas.
-—Sí;
muestra con la misma exactitud que un/
; pero de todos modos hay que ir
dd A on a CE e,
-—Ya lo ereo que se irá... Eso aparte de
8 24 EL MILLÓN DE ¿LA HEREDERA
que como hemos de hacer la compra con
dinero ajeno, ya comprenderás . que no po-
demos perder gran cosa.
—¿Y de dóx.de va á salir ese dinero?
—De nuestro crédito, que todavía está
. Inbacto y que tiene la autoridad de cuaren-
pa ta años sin una sola tacha. Apelando. á él,
podemos reunir cuarenta ó cincuenta mil
libras, y. con ellas, juiciosamente emplea-
das, basta. para realizar el plan.
i Y ha pensado usted en quiénes sean
esos agentes que 'se necesitan? Este es
asunto de la más capital importancia.
—Eso:es muy dificil para mí. En la es-
fera de mis conocimientos, ¿á quién voy á
proponerle un asunto semejante?
. —En cambio, yo puedo encontrar sin
buscarlos, más de veinte amigos de casino,
muy elegantes y muy correctos, que ven-
—derían su alma al diablo por cien libras.
Por supuesto que todos ellos son hombres
- de honor; pero lo tienen en tanta estima
que no hacen uso. de él pura, que no se les:
desgaste.
—Entonces tú te encargas! de bath los
dos necesarios. .
—No hace falta más que uno: el que ha
- de ir á «descubrir» las minas.
—¿Y para comprar los diamantes?
—¿Pero va usted á confiar el dinero a
un hombre, quien quiera que sea?
- —Entonces....
- —Entonces, quien irá á. comprar los dia-
mantes seré yo mismo. -
hombre que hace falta: el mayor Tobías
- Clutterbuck. Es un sujeto de poca apren-
- sión y menos dinero. La semana pasada,
precisamente, intentó un empréstito. Por
-Jodemás tiene una figura muy presentable,
una consideración social más que regular,
- trato de gentes, osadía y cuanto hace fal-
- litano, señor.
E _ba para el negocio, .
- —Pues no hay más que, hablar,
Mahora dígame, ¿cuándo - YA, O nt
- dejar de gastar dinero inútilmente en. db
- seguro de barcos? Eso: no puede, seguir así.
arcos que aque-
“No deben asegurarse puás
Mos que se vayan, Á perder,
E SEP |
———¿Y eso quién. puede, saberlo? ¿Qué :
quieres que, yo haga? .
pe Migas. Ho sencillo. e eee inlodndicn de
nada.
le. rinde?
El tres. por, ciento...
peñasco el «Aguila Negra», y en vez de se-
guir pagando pólizas, cobrar de una yez el
seguro, que ya va.siendo hora. E
—No, Ezra; eso .no puede hacerse así.
Una cosa es dejarle á él que lo haga bajo
su responsabilidad y otra es darle orden
expresa para que eche el barco á pique.
Eso sería entregarnos atados de pies y ma-
nos en poder de Miggs.
—Bueno, haga usted lo que quiera. Usted
nos ha metido en el atolladero y usted
debe sacarnos de él. En cuanto á mí, le diré
lo que pienso hacer. Si me decido á pre-
tender á Kate y me caso con ella, lavo mis
manos en los asuntos de la firma, dejo á us-
ted que se las arregle con los marineros y -
con los acreedores y me retiro con las cua-
renta mil libras.
—Pero el asunto de los diamantes...
—Eso ya está hablado. Lo intentaremos
ante todo, y lo que es por mi no ha de
ed
Y tomando el gabán y el acrmabréro salió
| del despacho sin dirigir una palabra de des-
pedida á su padre. ¡
Este, después de un rato de meditar
hizo sonar el timbre. Inmediatamente se
presentó el dependiente mayor.
—Buenos días, Job n— le quo afablemen-
te Girdlestone.
—Buenos días, señor. :
—Vamos á ver, Gilray; he slds decir
que ha tenido usted una epaocio, ¿uy
- algo de verdad en eso?
G —¡Adrairablel No me habia atrevido á A
- proponértelo. —... |
—En cuanto a ctro agente, yo tengo el
—$í, señor; un hermano de mi mujer
ha muerto y nos ha, pjado UNAS mil qui- 3
_nientas libras. |
Girdlestonesonrió con la indulgente son-
- risa de un hombre para quien semejante
cantidad no ¿AiOanRo absolutamente
—¡ Hola, hola! ¿Y qué va únáted hs hacer
con ese capitalazo?.
—Lo he puesto enel. Banoo. Metropo- |
—¿En el Mpiecpoiana? ax qué interés
- —Eso es una miseria, Ño. sé cómo. hoy
| sociedades « que abusen así de los pequeños
capitalistas, Precisamente ahora me .he
acordado de usted al admitirle 4 uno, de
mis corresponsales una, cantidad parecida,
pagándole el cinco por. ciento. Y, por usted
lo. hega con mayor. gublo. No.en, blo .. (
"A. 'CONAN-DOYELE :*
usted tantos años sirviendo á la firma. Con
que no hay. más que-hablar. Lie admito ese
pico, y siquiera tendrá usted una renta más
decente. JOR
+ =—Oh, señor—repuso el pobre viejo emo-
cionado ante aquel rasgo de generosidad.—
No sé.cómo agradecerle... : La Es
—No hablemos de eso, Gilray. la firma
que protege á tanta gente de fuera, no ha
de hacer menos con uno de lacasa.:. ¿Tie-
ne usted ahí su libro de cheques?... Firme
- usted por valor de mil cuatrocientas li-
- bras... No puedo tomar más, porque ya
- Sabe usted á cuantos compromisos de esta
índole tiene uno que atender. :
--Gilray firmó los cheques, los puso en
- Manos «de su principal y se retiró balbu-
-ceando palabras. de agradecimiento. -
-—— Girdlestone, apenas se vió solo, puso en
circulación el depósito de su subordinado,
como se verá por las dos cartas siguientes.
A sa banquero:
«Muy señor mío y amigo:
"Tengo el gusto de incluirle las .cuatro-
- cientas libras importe del saldo que se sirve
- Usted comunicarme. En breve le haré un
nuevo depósito. de consideración y hasta
entonces queda suyo, etc.».
A la agencia de Seguros marítimos: -
«Muy señor mío: 10% ADO as
» Adjunto es cheque de doscientas cúuaren-
bay una libras siete chelines importe de
! las primas de seguro de mis buques «Lieo-
pardo», «Joven Ateniense» y «Aguila. Ne-
gra». O RIAS O e
» Aunque debía haberle remitido “antes
esta suma, dada su insignificancia y los mu.
chos asuntos de mayor interés que sobre
o aiíbanal ¿18h Havas poa idos
- =»De usted muy atento, ete». 00000
mí pesan, espero. hallará explicable el ol-
+ Cerradas y enviadas al «correo estas dos
- cartas, el jefe de la firma sintió más sereno
su.espíritu y se:entregó. al deleite de:calcu-
lar las ganancias que había de producirle
Su ingenioso y admirable proyecto de mo- |
los- diamantes... eat Do
E
IA
y su cinismo. '
VII
LANOES DE AMOR Y FORTUNA DE TOMÁS
DIMSDALE
Desde su vuelta de Escocia, Katc vivía
encerrada en la casa que habitaba :(Gird-
lestone, en Eskleston Square...
«Dentro de ella la joven poseía la más
completa libertad. Podía andar á su arbi-
trio por todas las habitaciones, pasear por
el jardín, leer, bordar, hacer, en fin, cuan-
to le viniese en gana. Desde el principio
se la había tenido absolutamente ajena á
los quehaceres domésticos y no pesaba so-
bre ella :obligación alguna. |
Sin embargo, distaba mucho de ser feliz.
Fuera de una vieja ama de llaves taciturna
y severa, que era una especie de Girdlesto-
ne con faldas, no tenía la joven otra socie-
dad que la de los dos miembros de la firma.
El padre, cada día más absorto en sus ne-
-gocios, no se cuidaba gran cosa de ella; el
hijo, entregadoá su acostumbrada vida bras-
nochadora y disipada, sólo se dejaba ver á
las horas de las comidas, y aun la joven hu-
biera preferido no verle nunca; ban insufri-
bles se le habían hecho sus modales soeces
El viejo Girdlestone, que no había con- a
sentido sino muy á regañadientes en dejar
á Kate acompañar á los Dimsdale en su 500
viaje á Edimburgo, la recibió al regreso
con bastante frialdad, no ocultando su des-
contento por el agrado con que la joven
- hablaba de su primo Tomás. .
. AA .
«Por primera providencia le prohibió has-
- ta.que él lo determinara que fuera á visitar
á sus parientes. Al mismo tiempo le hizo
la más ponderativa descripción respecto á
u: los, antecedentes que él tenía del joven
+ Dimsdale, pintándole como un mozalbete
de malas inclinaciones y perversas costum-
bres, Y para que Kate no: contraviniera |
sus órdenes, la: hacía “acompañar siempre
- que salía por una mujer de toda confianza.
. Un día, sin embargo, en ocasión en que
la guardiana había sido enviada á algún re»
cado, Kate sintió absoluta precisión de com-
prarun libro ó unos encajes, ús otra cosa
- — porel estilo, y-salió resueltamente, decidi-
) . - da á sostener;.en todo caso,.su derecho:de E E
26 | EL MILLÓN DE LA HEREDERA
hacer sus compras sin necesidad de centi-
nela de vista. ¡Y qué casualidad! Apenas
había doblado le esquina de la calle vió un
hombre cuya cara le era harto conocida, y
que con expresión de indecible júbilo venía
- rápidamente á su encuentro.
A A ella alegremente
al reconocerle.—¡Qué casualidad encon-
trarte!
Seguramente no le hubiera parecido tan
grande la casualidad si hubiera sabido que
eljoven no tenía por aquellos dias otra 0cu-
pación que la de rondar á todas horas las
inmediaciones de la casa de Girdlestone.
— ¡Vaya si es casualidad! —repuso To-
más. —Y gracias á ella; porque como tú
no has vuelto á casa... ¡Tanta gana como
tienen mis padres de verte!
—Y yo de verles á ellos. ¡Han sido con-
-<raigo muy buenos!... Pero no es culpa mía.
Mi tutor no quiere que salga.
—¡Tu tntor! ¿Y qué derecho tiene á es-
clavizarte? Eso es una villania.
- — —0Obh, no hables asi. Se ha portado muy
bien conmigo. Ya ves, me está sirviendo
. de padre...
-—¡Muy hipócrita es lo que es!... Y su
hijo, ¿te parece también un santo?
- —0Oh. no—repuso la joven con indigna-
ción.—Ese cada día me inspira más aver-
sión. Es grosero, cínico y de mal corazón.
El otro día hizo una cosa que prueba su
crueldad. EAS a
—¿Que fué?
—Verás. Estaba yo en mi cuarto cuando
- oí un gato que maullaba en el jardín de un
modo que daba lástima. Sali á ver lo que
ocurría y vi á Ezra en una ventana con
una escopeta de salón en la mano. Había
| colgado al gato de nna pata y se estaba
entreteniendo en acribillarle á sangre fría...
- Entonces fuí, y sin mirar siquiera á donde
él estaba, desaté al pobre animal y. me lo
llevé para curarlo; pero tenía tantas heri-
das que murió al poco rato. :
—¿Y él no te dijo nada?
- —Me dijo que si le daba ocasión, me :
no meterme. más en sus
2
enseñaría á
asuntos. :
i enseñar á á respetarte.
NO, Tomás. Tú no debe ES eso,
- njes necesario. Ya supe yo responderle. |
_Por lo demás, evito su presencia Ost
: qe. puedas y le veo aid eu |
— ¡A ti te pre eso!... Yos sí que] le voy á j
—LKate, necesitas alguien que te defien-
da y quiero serlo yo... "Después de lo que
me has referido, no puedo callar por más
tiempo. Yo te quiero, Kate; estoy conti-
nuamente pensando en ti y no tengo otra
aspiración que tu felicidad... Si supiera”
que eras dichosa, tal vez no tendría valor
para decirtelo. Pero viendote sola y des:
amparada, quiero que lo sepas y que me
permitas quererte y velar por ti.
El joven se detuvo y miró ansiosamen-
te á su prima. Kate, ruborosa y emociona-
da, habia inclinado la cabeza sobre el pe-
cho. Tomás vió brillar eu sus ojos una lá.-
grima...
—¿Qué me respondes). o ¿Te han ofen-
dido mis palabras?
—No, eso ie la joven con voz tur-
bada.
—Dime entonces que no te disgustan
mis sentimientos... Déjame al menos es-
perar que panal algún día cdt á que-
rerme.
—Ya te quiero, Tomás. Tus padres y tú
son las únicas personas que me a
cariño.
—Será preciso que tu tubor sepa en se:
guida que tienes quien mira por ti.
—No, Tomás. Al contrario, es preciso
evitar que se entere de nada. Es muy rí-.
gido y se creería obligado á extremar más
todavía la sujeción en que me tiene.
—Eso no lo consentiría yO.
—No podrías evitarlo. La ley le da to-.
dos los derechos hasta que yo cumpla vein-
te años. Afortunadamente, ya está cercana
esa fecha y entonces... |
—Pero, ¿y mientras tanto?
—Ya te lo he dicho: paciencia y cas
nuestros sentimientos.
—Eso es muy duro para mods ocio i
—¿Y si yo te lo mando?—insinuó Kate
dulcificando lo penoso del mandato con
una mirada que inundó de alegría el cora-
zón de Tomás.
- —Te obedeceré... ¿Pero á mis padres sí.
podré decirles?... |
o —8i comprendes que: no ha de disgas-
tarles. | x
-—Al contrario, será su mayor alegría.
Y después de una larga despedida Kate
volvía á su encierro, llena el alma de una
alegría que jamas habia sentido. Tomás, -
.viéndolá desaparecer, se arrepentia de la :
: NR que Eorta de padel y se Ju 3
Í
A. CONAN-DOYLE
raba no dejarla mucho tiempo en la odiosa
compañía de los Grirdlestone.
Al llegar Tomás á su casa le avisaron
- que su padre le esperaba en el despacho.
—Vamos á ver—le preguntó el doctor
-á boca de jarro apenas le vió entrar: —¿si-
-gues en tu propósito de dedicarte al co-
mercio?
*—Si, señor; pero...
—Lo digo porque ahora se presenta una,
- ocasión que puedes aprovechar. Á ver qué
te parece esa carta.
Tom cogió el papel que su padre le daba
- y leyó lo siguiente: |
«Muy distinguido señor mío: .
Hace algún tiempo abrigo el propósito
de asociar á los negocios de mi casa algu-
- ha persona formal y emprendedora que,
- compartiendo con mi hijo la dirección de
- los negocios, permita aliviar mis hombro
de tan pesada carga.
-——»Ahora bien; enterados de que su señor
hijo tiene el propósito de consagrar sus
- valiosas aptitudes á los asuntos comercia:
_les, mi hijo y yo, de común acuerdo, he-
- mos decidido proponerle que sume su nom-
“bre á nuestra razón social. ad
¡Conocido como es en el mundo entero
- el crédito y la prosperidad, cada día ma-
yor, afortinadamente, de la casa Girdles-
tone, no dudo que ustedes sabrán inter-
pretar este ofrecimiento en el sentido de
que no me guía otro móvil que el de faci-
- litar el porvenir á un joven de reconocido
- Mérito y que tiene á mis ojos, como un
título más, el de su varentesco con el que
fué mi constante y fraternal amigo, John
Harston. ¿0 ASES
-»En espera de su resolución y rogándole |
27
samiento fué bastante para modificar su
propósito.
—Yo en esto no quiero intervenir— dijo
el doctor.—Tú verás lo que hay que con-
testarle. A mí no me es simpática esa gen-
te; pero no cabe duda de que, comercial-
mente, están á gran altura, y asociarte con
ellos es entrar en el mundo de los negocios
por la puerta grande. Conque tú dirás.
—Yo estoy dispuesto á aceptar.
—Pues no hay que hablar más. Y pues -
to que pide la respuesta ahora mismo, va-
mos á llevársela personalmente. Habrá que
tratar de la participación metálica que has
_de aportar á la sociedad, y estos asuntos
conviene tratarlos con todo detalle.
Tomás asintió y una hora después en-
traba en el despacho del jefe de la firma.
Este no ocultó su satisfacción al saber
que podía contar con la persona y con el
capital del joven Dimsdale, y le prodigó
toda clase de alabanzas.
—Antes de cuatro ó cinco años, amigo
mío, habrá usted duplicado su capital. Y
no tendrá usted que agradecérmelo á mí,
“sino á su trabajo. Por eso precisamente he
exigido que aporte usted su dinero; para
que el legítimo afán de acrecentarlo le
haga desplegar todo el talento y toda la
energía que usted posee. Por lo demás—
añadió con una sonrisa de soberbia,—ya
se comprende que unos cuantos miles de
libras no habían de mudar el estado de la
- casa Girdlestone.
Dos días después de esta conferencia se
firmó el contrato, como resultado del cual
Tomás, hecho miembro de la firma, se en-
contró en cierto modo más cerca de su
adorada Kate, y el viejo Girdlestone pudo.
disponer de siete mil libras más, contan-
tes y sonantes, para realizar el gigantesco
monopolio, en el que tenía puestos ahora
todas sus potencias y sentidos. 13
la brevedad posible, se ofrece de usted con
la, mayor consideración, atento servidor
JoHy GIRDLESTONE.»
La primera intención de Tomás fué ha-
cer pedazos la carta y rechazar desde lue-
go la proposición. Pero casi en seguida
pensó que aquel era un medio que la Pro-
“Videncia le deparaba para poder aproxi-
marse á Kate y velar por ella, y aquel pen»
IX
EZRA GIRDLESTONE DA UN MAL PASO
Algunos días después de la última con- .
_ferencia relatada entre ambos Girdlestone,
Ezra y el mayor Clutterbuck, teniendo
cada uno delante sn correspondiente vaso
..
740
de «brandy», se hallaban en una habitación
reservada del café Nelson.
El mayor, que desde su malograda ten-
tativa había decidido prescindir de la esté-
ril amistad del opulento cuanto invulnera-
ble joven, se había hecho de rogar bastan-
te para acceder á aquella entrevista. Mas
como al fin, si no esperaba ganar nada en
ella, nada tampoco tenía que perder, acabó
por aceptar la invitación con el aire ma-
jestuoso. del que concede. un favor muy
.grande, y esperaba ahora, ocultando. su cu-
riosidad tras un gesto de altiva indiferen-
cia, á que su acompañante expusiera. el
objeto de la cita, |
-. —Pues sí, querido mayor—dijo Ezra
- cuando el mozo que les servía desapareció
cerrando la puerta tras de sí.—Deseo ha
blar á usted de un asunto muy interesan- -
be. Y tanto es así, que á nadie más que.á
usted, cuya discreción es proverbial, con-
fiaría yo una cuestión tan delicada...
- ¿De qué se trata, pues?—preguntó el
mayor distraídamente, lanzando al techo
una bocanada de humo. PA
—Usted sabe sin duda que en las espe-
culaciones comerciales el mero anticipo de
una noticia determinada puede significar
de pérdida ó la ganancia de muchos miles
de libras. y SS ir
El mayor se dignó hacer una leve señal
de asentimiento. .......
_. —Pues bien; nosotros vamos á empren-
der ahora un negocio de la mayor impor-
tancia, Para realizarlo necesitamos un
- Agente de condiciones excepsionales. Un
hombre inteligente, decidido, que tenga
_clerta representación social y que sepa
guardar un secreto. De sobra sabemos que
esas cualidades reunidas se encuentran
muy excepcionalmente, y por lo mismo
- estamos dispuestos á pagarlas de una ma-
nera también excepcional...
-—Es muy justo —observó flemática-
-—Mi padre pensaba emplear uno de los
muchos agentes de toda confianza que la
firma tiene á sus Órdenes; pero yo le he
_. hecho desistir; le he dicho que para una
misión de esa altura no había más que un
- hombre: un amigo mío, llamado Tobías
Clutterbuck,. inteligente como» ninguno,
_ noble por los cuatro :costados y descen=
- diente.de los antiguos reyes
y ya
ceda a
- sa. El mayor cruzó
de Silesia. .:
EL MILLÓN [DE ¡LA HEREDERA
— Bien. Es lo mismo. . )
—¡Cómo lo mismo! —gritó el mayor in-
dignado. | ]
—(Juiero decir que es lo mismo... para
mi padre; Como él sabe tan poco de eso...
El caso es que le hice ver su noble origen,
sus cualidades de viajero universal, de mi-
litar aguerrido y de hombre de mundo, y,
por último, que era una torpeza y una in-
Justicia dar á ganar el dinero que tenemos
dispuesto á un comerciante subalterno
cualquiera, habiendo hombres de tanto mé-
rito como mi noble amigo Clutterbuck.
—Eso está muy bien argumentado—re-
puso éste con la más absoluta convicción.
—Le dije además que desde el momen-
ho en que usted se encargase del asunto,
podía apostarse la cabeza en favor de su
más completo éxito.
— Indiscutiblemente. Cc R
—¿Entonces está usted dispuesto á acep-
tar ese cometido? Ei
__—No vayamos tan deprisa, amigo mío.
Todavía falta algún detalle....Me parece
que se le ha olvidado á usted decirmé en
qué consiste esa misión que yo he de des=
empeñar. PAS dd
Ezra habia ido insinuándose con la ma-
yor cautela y evitando anticipar palabras
comprometedoras. Pero habiendo encon-
trado una actitud tan abordable en el ma-
yor y teniendo de él un concepto no muy
elevado, desde el punto de vista moral,
creyó que podía arriesgarse á entrar en lo
verdaderamente difícil del asunto. En po-
cas palabras le:dió, con: su acostumbrado
cinismo, una idea bastante clara del admi-
rable proyecto que ya conocemos, y termi-
ou gendos!: 2 Rod
—Conque ya sabe ústed de lo que se
trata. Todo se reduce para usted á un via:
je de recreo/á los Montes Urales. Los gas-
tos del viaje, así como los de su permanen-
meses, quedan á nuestro cargo. Además
recibirá usted doscientas «cincuenta. libras
desde luego, y en caso de éxito satisfacto-
rio, como es de esperar, otras doscientas
cincuenta. sd E dns
Después de estas palabras hubo una pau-
as piernas y se reclinó
perezotnmentesobesTel réspaldo de su
asiento.
_ Vamos á ver—dijopor fin.—Ante todo
* sl 4
A, CONAN-DOYLE-
bien... Quedamos en que
- Rusia, ¿no-es-eso?
— Justamente. :
-Al Hegar allá me voy derecho: á una
- comarca en donde hay unos montes...
- + —ILos Montes Urales.
. —Bien... Después de eso tengo que ha-
-cer-la comedia de que he descubierto una
- mina de diamantes, y para hacerlo creer
yo: tengo que ir
enseñaré algunos que llevaré á preven-
ción... ¿Voy bien?” )
- ——Admirablemente.
—En seguida tengo que acudir á los pe-
riódicos y hacer insertar en la -prensa to-
das esas mentiras. A,
- ———Hombre, ¿mentiras?... Parece una pa-
labra algo fuerte... Digamos «información»
Si usted quiere. Una información ya se
- sabe que puede resultar verdadera ó in-
exacta. ; : E io
- ——No tengo inconveniente. El caso es
que esa información producirá una baja
- considerable en el precio de los diamantes,
-ᣠfavor de la cual usted y su padre se em-
bolsarán una barbaridad de miles á costa
del prójimo... |
—¡Qué cosas
- presión sea demasiado cruda, la idea es
- bastante aproximada á la realidad.
tiene usted, mayor!... Pero
en fin, no riñamos por eso. Aunque la ex-.
—Es acertada la idea, ¿verdad? Pues
- Girdlestone—exclamó el mayor levantán-
dose bruscamente y cambiando de tono: —
la de cogerle á usted y tirarle por esa ven-
tana, para hacer un favor á la sociedad.
- Al oir esto, Ezra se quedó estupefacto y
como privado de movimiento.
- Después se levantó de un salto y avan-
zó hacia el mayor con el rostro contraído
de rabia y los ojos resplandeciendo sinies-
A a y
Por muy grande que fuera la arrogancia
del mayor, no dejó de comprender que se
hallaba en una situación peligrosa. Así,
Pues, se dispuso á terminar rápidamente
Aquella escena, aunque procurando ocultar
Su alarma con un nuevo desplante..
No quiero envilecerme más cruzando
mi palabra, con usted. Sepa de una vez
Jara siempre queno somos todos unos y
procure que no vuelva yo á encontrarle en
e alguna, porque entonces nose librará
de llevar su merecido. «+
Y dirigiéndole una. última mirada de:
Y
wr
a : deció.
todavía tengo otra mucho mejor, señor
2
amenaza y de desprecio, se inclinó para”
coger el sombrero. bici.
Esta era la: ocasión que acechaba Ezra
para lanzarse de un salto sobre el coman-
dante. E
Pero éste se hallaba prevenidó. Con un
rápido paso de costado esquivó la acome-
tida, al mismo tiempo que introducía la
mano derecha en el bolsillo, Casi al mismo
tiempo se dejó oir un ligero chasquido que
bastó, sin embargo, para imponer respeto
al agresor. a pay |
-—¡Un revólver! —gritó éste retroce-
diendo. E
—No se asuste usted —repuso Clutter-
buck triunfante.——No es más que un ju-
guete que acostumbro á llevar preparado
para dar bromas á los amigos. No puede-
usted figurarse lo divertido que resulta.
Y mientras decía esto enfilaba á Ezra
con el cañón de una pistola, dispuesto
á romperle el cráneo al menor movi-
miento. : k
El joven, á pesar de su valor y de la có-
lera que sentía, se encontró dominado.
—Ahora—continuó el mayor con tono
zumbón—vamos á ver si es usted un chico
bien mandado. Vaya usted hasta esa puer-
ta... Bien... Abrala usted.
Girdlestone, rechinando los dientes, obe
—Perfectamente. Ahora va usted á salir
delante de mí... Y ya sabe usted, muy for-
mal, muy caJladito y más derecho que un.
recluta. Una palabra ó un movimiento que
se salga de estas instrucciones, y hago fun- .
cionar mi juguete. No sería usted el pri.
mero, ni probablemente el último á quien .
yo haya extendido el pasaporte. Conque des)
¡oído-4 la voz! —continuó con voz de mar o
do militar.—¡De frente! mal
«Los parroquianos del café Nelson con- y
templaron con curiosidad el extraño des-
file de aquellos dos hombres graves y silen-
_ciosos que, conservando siempre la misma
distancia, atravesaban el salón sin volver
la cabeza á ningún lado; pero nadie adivi-
nó que el uno acariciaba en su bolsillo la.
culata de una pistola y que el otro estaba
amenazado de una sentencia de muerte al
menor movimiento de dudosa interpreta-
AN ¿mad
-—Enla puerta del establecimiento había:
un coche desalquilado. El mayor subió á
él sin perder de vista á Ezra que, sin atre-
30 » EL MILLÓN DE
verse á intentar nada, esperaba estoica-
mente los acontecimientos.
—Ahora, señor Girdlestone—dijo el co-
mandante cuando estuvo instalado en el
vehículo, —le voy á dar un consejo prove-
choso. Para lo sucesivo no tome usted por
regla de conducta el creer que todos son
tan bribones como usted. ]
Ezra se mordió los labios hasta hacerse
sangre; pero no respondió.
—Segundo consejo. Nunca ataque usted
á un hombre sin convencerse antes de que
esté desarmado. a,
Tampoco esta vez obtuvo contestación.
— Y último consejo. No se asuste usted
nunca demasiado de una pistola, porque
puede sucedzr que esté descargada como
la mía... ¡Arrea, cochero!
-- Y arrastrado por el trote del caballo,
desapareció en la obscuridad, dejando en
los cidos del joven el eco de una carcajada
burlona. e :
A pesar del fracaso que acabamos de re-
ferir, los Girdlestone no desistieron de rea-
lizar su magno proyecto, ELO
- Recurriendo al crédito de lu casa habían
reunido en dinero contante y sonante un
“respetable número de miles de libras, al
que se sumaba la participación aportada
por el nuevo socio Tomás Dimsdale. Todo
estaba, pues, preparado para la ejecución
del. plan, al par que desistiendo de él la
“ruina era inmediata é infalible. O a
En pocos días encontraron un agente
./ capaz de reemplazar diguamente á Clutter-
buck en la expedición á los Urales. Era el
tal un vividor muy experto que había re-
corrido medio mundo, hablaba tres ó cua-
- tro idiomas, entre ellos algo de ruso, y era
capaz de forjar una historia de diamantes
- y tesoros, capaz de achicar á la del mismo
ISIDOO El MAO.
Cnidadosamente aleccionado por el vie-
jo Girdlestone, Langworthy—que así se.
- Jlamaba el agente—se había puesto inme-
- diabamente en camino. 01. 0.0000,
- Como era cuestión esencial que á las pri-
meras noticias de sus descubrimientos es-
tuviese la «firma» preparada para aprove-
- tes, Ezra hizo sus preparativos, y provisto
j pos diamantes. 3
LA HEREDERA
ya de su pasaje de primera en el vapor
«Chipre», celebró con su padre una última
conferencia.
El jefe de la firma estaba pálido y ner-
vioso. El único punto débil de su corazón
de piedra, era el cariño hacia su hijo. Por
Otra parte, nunca había estado separado de
él por mucho tiempo y aquel largo viaje le
inspiraba toda clase de temores y remordi-
- mientos.
—Mucho cuidado y mucha prudencia,
hijo mío. En los países que vas á recorrer
hay muchos aventureros y desalmados:
—¡Bah! eso me inquieta poco. He apren-
dido al pie de la letra la lección de mi ex-
celente amigo el mayor, y llevo aqui—y en-
señó un revólver—seis respuestas bien ter-
minabtes para contestar á cualquier agre-
sión.
—¡No, hijo mío;no! No vayas con ánimo
de buscar reyertas. En el asunto que vas
á gestionar te ha de ser de más ayuda la
astucia que la violencia. :
—Voy bien provisto de ambas cosas y
dispuesto á emplear cada una á su tiempo,
Cambiaron un abrazo: de despedida, y
mientras el hijo, fuerte y despreocupado,
se lauzaba á la nueva aventura con la con-
fianza puesta en el cañón de,su revólver y
en los billetes de Bauco de su cartera, el
padre, comosi le enviase á una misión pro-
videncial, ocultaba el dolor de la separa-
ción tras un gesto de resignación altiva,
.
digno de otro Guzmán el Bueno.
x
EL MAYOR CLUTTERBUCK ENCUENTRA UNA
, e MINA
1
La primera carta de Ezta desde ol Afri-
ca del Sur se hizo esperar algún tiempo.
Según en ella decía, había querido antes
de escribir recorrer los principales centros
_Mmineros para tener los antecendentes pre-
cisos cuando llegase la hora de comprar.
Despues de este recorrido, se había esta-
blecido en Kimberley como foco principal
donde se centralizaba todo el comercio de
Las impresiones que Ezra confiaba á su
padre acreditaba la perspicacia del jóven y
A. CONAN-DOYLE - 0 ON
lo pronto que había forjado su plan de ope-
raciones y adquirido conocimiento del pais
y de sus habitantes para cuando llegase el
momento de actuar. No perdía de vista
tampoco la marcha de los asuntos en Lion-
_dres, y así le recomendaba la absoluta abs-
tención de toda especulación aventurada y
la mayor vigilancia sobre Tomás Dimsda-
le, tanto respecto de la oficina cuanto en
lo tocante á su posible y peligrosa aproxi-
mación á Kate Herston. La nota más sa-
- liente de la carta era la impaciencia y la
las habré reparado. Mi plan no puede fra-
casar... Y si llegase á fracasar—añadió con
inflexible resolución —todavía quedan otros
CAMmIDOS.
Y su gesto al decir estas palabras era de
tal modo somibrio y malvado, que nadie
hubiera podido reconocer en aquel hombre
al devoto hermano mayor de la Capilla Tri-
nitaria ni el estimable y pacífico hombre
de negocios de Fendurch Street.
Un buen rato permaneció abstraído, con
las pupilas animadas por un reflejo cruel,
—Ahora va usted á salir delante de mí (Pág 29.)
y
Ú
“inquietud por las noticias que debían lle-
- gar de los Urales: a
«No he visto hasta ahora en los periódi-
“cos noticia alguna de Rusia, y cada dia
que pasa me hace pensar en la posibilidad
de un fracaso Óó de una traición de vues-
- tro agente. ¿Qué ibamos á hacer si tal su-
- cediese? Entonces sería inevitable la ruina
dela firma, y usted. sólo tendria la culpa.
No puedo pensar en ello sin indignarme
-por el peligro á que nos han traído sus lo-
le
Curas.
-—Es verdad; fueron verdaderas locuras,
Aunque es muy duro que ál me las eche en
- Cara. Pero el corazón me dice que pronto
como si contemplase abiertos ante él aque-
llos caminos á que en último extremo pen-.
saba lanzarse para triuufar de la miseria.
.. —¡Bah! —exclamó por fin sacudiendo la,
cabeza como para alejar tales pensamien-
tos. —¿A qué pensar en eso todavía? Lang-
worty es un agente fiel y capaz; Ezra tiene
talento y arrojo para todo. ¿Quién puede
“echar á perder: el proyecto?
Y X k
- —Elcomandante Clutterbuck —exclamó :
—Gilray apareciendo en aquel instante y
anunciaudo la visita del mayor con tal
oportunidad, que más bien parecia respon-
der á la arrogante preguuta que á sí mis-
mo se hacia el jeío de la firma.
LONE
A
PS
hd
32 EL MILLÓN DE LA HEREDERA
_Girdlestone conocía al mayor por las re-
ferencias de Ezra, y le consideraba como
el. culpable en. gran parte de las costum-
bres licenciosas de aquél. Añádase á esto-
que.conocía la escena desarrollada. en el
reservado del café. Nelson, y ya: se supon-
drá que el bizarro mayor no fué acogido
muy cordialmente por el negociante.
Pero Clutterbuck no era hombre que se
desconcertaba por tan poca cosa. Avanzó
hacia Grirdlestone con la más amable de
las: SONTISAS, se apoderó: de su manóú y co-
menzó á sacudirla con tal entusiasmo, que
parecía delatar lo menos una amistad de
veinte años.
—¿Cómo está usted, mi querido o
No puede figurarse cuánto celebro verle.
Le hemos nombrado tantas veces Ezra y
yo... Vaya, vaya. Está usted bien, ¿eh?
—Perfectamente, á Dios gracias —res-
pondió el viejo con sequedad al mismo
tiempo que con displicente ademán le se-
| - venido usted á aprorecharie: de su ausencia,
para insultarle? |
-—ñalaba una silla.
-— —-Sí; me sentaré un momento... No quie-
_ro que me pase como á-un amigo mío...
Bagan... Usted no le habrá conocido, claro.
Pues era un hombre famoso, créalo usted
Por supuesto, que para hombres simpáti-.
cos, precisamente usted tiene un hijo,
- —8Si; he oído á mi hijo hablar muchas
veces de usted. Según tengo entendido, se
reunían ustedes con bastante frecuencia
á jugar á los naipes, al billar y á. otras
distracciones por el estilo, á las que yo no
_jado ála cabeza del mayon: de muy buena
- me he entregado nunca, pero á las que,
desgraciadamente, mi hijo tiene bastante
- Inclinación. E
- —¡Cómo! —dijo dl etoR veras
nO din jugado usted nunca? Ah, pues toda-
_ vía está usted á tiempo. Precisamente yo
'conozóo muchos señores respetables que
se han dedicado al billar á una edad ya
avanzada y juegan admirablemente. Sius--
- bed quiere, yo me encargo deenseñarle, * y
para que vea usted que no' busco gangas,
le doy setenta y cinco para'ciento:
- —Gracias. No he cifrado jamás mis aspi-
. raciones en semejantes ciéncias. De modo -
que si no ha cio usted" con: más objeto:
á e ese...
- El mayor soltó" una otra estrópitosa; Ñ
—¡Ja, jal... ¿Cree usted po yoibaá an-
agnífica ocú-
-rrencia!... No, señor, no; > que necesito
dar cinco millas para eso?...
pS en con es acerca + de su ey0-
Le
-—¿De mi hijo?
-—Sí, señor; ya he dicho. que es E más-
simpático del mundo, aunque algo calave-".
ra; pero ¡qué diablo! eso es propio de: la:
edad. Y si no, ahí está el caso de mi ami-
go Tuffletón, capitán de «Azules»... ¿No co-:
noce usted á Tutfletón?
--—No, señor; no le conozco, ni tengo el
menor deseo de conocerle.,. Así es que le
ruego me diga concretamente lo que usted
desea, pues tengo muchos geo y no:
puedo perder el tiempo:
Clutterbuck dejó .asomar á sus labios
una indulgente sonrisa.
—¡Qué nervios! Se conoce que es al tem-
peramento de la familia. Lo mismo que
Ezra, idéntico; claro que, como de más
edad, es de suponer que sea también más
: discreto; porque, amigo mío, Ezra es muy
simpático, ya lo he dicho; pero ¡qué indis-
creto es el diablo del múchacho!
—¿Qué quiere usted decir con eso? ¿Ha
—¿Su ausencia? Precisamente á á eso iba
yo á parar. Sé que ha ido á Africa, á los
mercados de diamantes. Lleva.el propósito
de realizar una empresa admirablemente
: concebida, justo es decirlo, pero encamina
da con una falta de cautela verdaderamen-
te inexcusable. s
Girdlestone cogió una ecada regla, de
ébano y se puso á. golpear sobre la mesa
con ella. Evidentemente la hubiera arro-
gana.
—Voy á explicar mis palabars—contimuó
éste.—¿Qué diría usted si se le presentase
un ales y sin más que la presunción
de que usted era tan bribón como él le pi:
diese su complicidad vara realizar una es-
tafa escandalosa? ¿No creería usted que
aquel hombre había cometido una e Dm
discreción? PR
El negociante guardo ibndo: |
“Y si, á mayor abundamiento, le hu-
biese dado á usted toda clase de detalles de:
su proyecto, sin saber si usted iba óno
á conséntir en ayudarle, ¿no sería; eso una-
verdadera locura? Usted forzo8amente ha
de convenir en ello; su buen sentido le dirá"
indudablemente qué tal cosa ía Una lo-
Cura. ; pa Sp y
E ode bién" caballo: -2dijo en tono"
0 el ca como si no' nal
“A, CONAN-DOYLE
diera absolutamente nada de la alusión.
—Y bien; yo supongo que su hijo le ha-
brá contado la interesante conferencia que
tuvimos en el café Nelson. Él tuvo la
bondad de prometerme que si yo iba á
Rusia y pretendía descubrir unas minas
fantásticas, la firma Girdlestone sabría re-
-compensarmeespléndidamente. Yohubede
responderle que ciertos principios—y aquí
el mayor se irguió con mayor ALrOgan-
cia—en los cuales mi familia inspiró siem-
- pre sus actos, me impedían aprovecharme
- de su generoso ofrecimiento. Esto parece
- que le sentó mal, perdió los estribos y tuvi-
mos algunas palabras. En definitiva, que
nos separamos de una manera tan especial
que apenas si me dió tiempo para adver-
-—tirle la grave indiscreción que había come-
tido.
Todavía el negociante guardó silencio
y continuó golpeando la mesa con el filo
de la regla.
-— —Ya comprenderá usted que una vez
- enterado de tan ingenioso plan, he tenido
- la curiosidad de seguir su desarrollo, He
sabido primero que Langworty—ya ve us-
ted que sé el nombre de su agente— ha
partido para Rusia. Después me he ente-
“rado asimismo de la marcha de Ezra á
frica... Y lo hará bien allí seguramente,
porque, como listo, es listo. «Coolum non
animan mutan» como se decía en Clougo-
- wes allá en mis buenos tiempos... 86 tam-
bién que su hijo ha llevado consigo-la frio-
-lera de unas cuarenta mil libras, evidente-
mente para invertirlas en diamantes tan
- pronto cómo se descubran las minas que
yo no he querido descubrir... Bien. Pues
como digo, la combinación sería admira-
ble para ustedes si fuesen los únicos que
- están en el secreto; pero desde el momen-
- bo en que hay otros...
-, =¿Otros? |
-—Claro, yo mismo. Seguramente que si
- yo fuera ahora con el cuento 4 los que
negocian en diamantes, les podía dar una
conferencia que les dejase bizcos, sobre -
el modo de hacer bajar el precio de las |
piedras. ¿No le parece á usted?
-—Hablemos claro, señor Clutterbuek—
dijo el. viejo, que había tomado ya su par-
tido.—Quiere decirse que' usted está: en
posesión de un importante secreto, comer-
- cial, Pues bien; ¿para qué andar con más
rodeos? ¿Cuánto quiere usted?
-83
El mayor sonrió amigablemente como
si no quisiera tener en cuenta la incorrec=
ción de la pregunta.
—¡Qué concisión! En seguida aparece el
hombre de negocios, echando por el ca-
mino de en medio. Me parece que estoy
viendo á Ezra. La misma inteligente mi-
rada, la misma expresión, idénticos ade-
manes... Nada, que no he visto hijo y pa-
dre que más se parezcan.
—¿Quiere usted contestar á mi pre-
gunta?
—Hasta en eso se parecen ustedes: en
la poca calma que tienen... Pues á fe mía
que no recuerdo qué era lo que usted me
preguntaba.
» os pregunto que cuánto necesita us-
ed.
—Ab, sí, ya recuerdo... Pues hombre, eso
de necesitar es muy relativo... Pero en fin,
¿qué le parecería si le dijera mil libras?...
Sí, eso es: mil libras.
—¿Necesita usted mil Hbras? |
—Y las he estado necesitando toda mi
vida. Lo que es que, desgraciadamente,
no he podido llegar á tenerlas hasta ahora.
—Bien; ¿y á cambio de qué?
—¡Cómo á cambio de qué!... Irá usted
á presumir que yo consienta en ser cóm-
plice. Á'cambio de nada. Simplemente por
mi silencio, por mi neutralidad. Es senci-
llamente una razonable división del tra-
bajo. Ustedes realizan su' plan, yo callo
mi boca; ustedes se; embolsan sus innu-.
merables millares de libras; yo me con-
formo con mi modesto millarcito... De ese
modo, todos tan contentos.
—¿Y si yo me negara? , |
—¿Para qué suponerlo? —respondió sua=
vemente el' mayor.—Yo tengo una idea
demasiado alta de su buen juicio para su-
ponerle capaz de cometer semejante locuta,.
Si usted rehusara, entonces —muy sensible
me sería, pero ya sabe usted que la caridad
bien ordenada empiéza por uno mismo—
tendría que revelar el' secreto á los mu-
chos que hay que lo pagarían á peso de
oro.:. Y claro es que entonces la casa Gird: dl
lestone... habría acabado. |
—Lo que me extraña—exclamó el jefe És
de la firma después de una pausa refle-
xiva—es que usted dijera á mi hijo que su
honor le impedía intervenir en ese nego- '
_cio.* ¿Considera usted, pues, que es muy
, operaba valerse de un ¡Aobesto cofifla- E
34
do de amigo á amigo para exigir dinero
por él? ?
—Respetable señor, me va usted á obli-
gar á que hable con toda claridad... Yo
profeso la teoría—y no quiero ofender-
le con esto—de que el que roba á un la-
drón ha cien años de perdón. Siendo el
negocio deustedes—muy piadosamenteca-
lificado—un negocio inusitado, no debe ex-
trañar que mi conducta con ustedes se
salga también de lo que yo tengo por uso.
No es tolerable que pretendan ustedes apro-
piarse todos los diamantes del mundo ó
poco menos, y se escandalicen de que al-
«guien les quite una piedrecilla insignif-
cante. paa
Girdlestone sin pensar en darse por agra-
viado reflexionó de nuevo.
—Y si yo consintiera en pagar su silen-
cio al precio que usted exige, ¿quién me
garantiza que después seguirá usted ca-
llando? e |
—¡Cómo que quién lo garantiza!... ¡La
palabra de un hombre de honor! —exclamó
el mayor llevándose la mano al pecho con
una dignidad imponderable.
Una sonrisa de amarga ironía apareció
en los labios de Girdlestone.
—HEstamos por hoy en poder de usted,-
-y nos toca someternos... ¿Dice usted que
quiere... quinientas libras?
—Mil.
—Es mucho dinero.
—¡Babh! La más insignificante mina de
diamantes vale cien veces más.
- —Bien; las tendrá usted.
- Y con estas palabras terminantes, el
viejo se levantó como dando por termina-
da la entrevista. ! dE
- Clutterbuck, sin moverse de su asiento,
- seechó á reir con la mayor naturalidad
del mundo y señaló con un significativo
ademán el libro de cheques que había so-
Abre la mesa o, e
—;¡Qué! ¿Ha de ser ahora mismo?
_—¡Claro! ¿Para qué esperar á mañana?
El negociante, sin contestar palabra,
volvió á sentarse y, firmando un cheque,
lo entregó al veterano. Hste lo examinó
con la mayor escrupulosidad y lo guardó
en la cartera. En seguida tomó con igual
- parsimonia su bastón, su sombrero y sus
- guantes, y haciendo el más irreprochable
- de sus saludos, se retiró con aquel aire de
importancia, inseparable de su persona,
X El mayor colocó
EL MILLÓN DE LA HEREDERA
que le daba la respetabilidad del más res-
petable miembro de la Cámara de los Lores.
Sean cualesquiera los cargos que en bue-
na y sana moral se pudieran hacer al ma-
yor, la verdad nos obliga á consignar que
su conciencia no le hizo el más insignifi-
cante reproche. Si acaso él la consultó, lo
que debió decirle fué que se apresurara á
cobrar el cheque, porque, en efecto, eso
hizo sin pérdida de tiempo, presentándose
en el Banco que debía pagarlo.
Como no las tenía todas consigo en cuan-
to al valor actual de la firma Girdlestone,
los pocos minutos que tuvo que esperar
después de entregar el cheque, fueron para
él verdaderamente crueles. Por fin, el em-
pleado reapareció preguntando: :
—¿Qué moneda quiere usted?
Aquellas palabras le parecieron pronun-
ciadas por la voz de un ángel. Sin embar-
go, exteriormente conservó su aplomo y
dijo con la misma indiferencia que si estu-
viese acostumbrado á hacev todos los días
cobros de igual importancia:
—Cien libras en oro, y el resto en bi-
lletes. | e
Recibida y embolsada aquella cantidad,
que él no soñara nunca ver reunida en sus
manos, al salir á la calle detuvo el primer
coche que halló al paso y se hizo conducir
á su Casa. Bi
En la reducida habitación corrían malos
vientos. El pobre von Baumeer, á quien
¿us correligionarios do Alemania habían
dejado decididamente en el más ingrato de
los desamparos, cansado de buscar entre
los anuncios de los periódicos una coloca-
ción que jamás se presentaba, se había en-
cerrado estoicamente entre las cuatro pa-
redes y se pasaba días enteros sentado jun--
to á la chimenea, teniendo entre los dien-
tes su pipa vacía. Cuando vió entrar, á su
amigo, le recibió con un gruñido melan-
cólico.
—Á ver, fuera de aquí—gritó el' hom:
bre de la suerte;—váyase usted al dormi-
torio. Necesitoestarsolo enestahabitación. -
A UI a
_—Paralo que á usted no le importa; me-
nos preguntas, y lárguese pronto. AS.
Von Baumser puso depie su enorme cor-
pachón de oso y se alejó, dócil y lento,
como si, en efecto, fuera un plantígrado
domesticado. IE de
sobre. la mesa los bi-
A. CONAN-DOYLE : : 35
lletes del modo que le pareció que harían
más efecto, y después dispuso diez colum-
nas de oro formadas cada una por diez
soberanos, con tal arte, que la mesa re-
sultaba pequeña para contener tan, al pa-
recer, fabulosas cantidades de oro y bille-
tes. Cuando la decoración estuvo á su gus-
to, hizo venir á von Baumser.
Elalemán, ante aquel cuadro, perdió du-
rante un minuto el uso de la palabra. No
atreviéndose á creer lo que veía, extendió
el brazo y pasó su mano, en una caricia
inefable, sobre el prodigioso tesoro. Por
fin recobró la palabra y el movimiento
para desbordar su júbilo y su admiración
en una especie de danza salvaje mezclada
con un diluvio de exclamaciones alemanas,
á cual más faltas de armonía y más sobra-
das de consonantes.
Cuando el veterano se cansó de disfrutar
con los aspavientos de su amigo, volvió á
guardar el dinero y dijo con voz de mando:
— ¡A la calle!
—¿A dónde vamos?
—¡A donde á usted no le importa! ¡Pues
no es floja curiosidad! Ein marcha.
A la puerta esperaba el coche que había
llevado al mayor. Este ordenó al cochero:
—Al restaurant Verdi.
Una vez en el aristocrático estableci-
miento, Clutterbuck encargó dos cubiertos '
de los más caros.
—(Que estón dispuestos para dentro de
dos horas. Y nada de vinillos medianos,
¿entiende usted? (Queremos beber. lo me-
príncipes... - sn |
Desde allí condujo al alemán á uno de
los mejores almacenes de ropas hechas.
jor que haya en la casa y comer como
—Entre usted —le dijo poniéndole en la
Mano diez soberanos, —y cómprese el traje
- mejor que tengan. E :
— ¡«Gottin Himmel»! —gritó von Baum-
ser loco de contento.—¿Pero va usted á
E: esperar en la calle?
—Sí; dese usted prisa, : |
—¡Oh! Yo no puedo consentir que es-
pere usted en la calle. Entre usted con-
migo. dd
—Que no, he dicho. Si entrara con usted
- —añBadió con una convicción profundísima,
le pago el traje.
Hecha la metamorfosis completa del cor-
pulento y desaliñado socialista alemán en
cd
j
3
;
—en seguida conocerían que soy yo quien
un caballero bien vestido y hasta casi ga-
llardo, los dos amigos volvieron al restau-
rant Verdi.
La comida respondió en un todo á las
exigencias del encargo, y los dos bohe-=
mios le hicieron los honores, vengándose
á diente airado de las largas temporadas
pasadas á pan y manteca.
(E
NOTICIAS DE LOS URALES
Á los dos ó tres días del lucrativo ne-
gocio realizado con tanta fortuna por el
honorable Clutterbuck, empezaron á circa-
lar por la prensa inglesa sensacionales no-
-bicias Ge Rusia. La primera fué dada en
un telegrama de la Nueva Agencia Cen-
tral, concebido estos términos: e
«Moscow 22,—Según comunican de To-
bolsk, se ba realizado un importantísimo
descubrimiento en la vertiente oriental de
los montes Urales. Según patece, un geólo-
go inglés ha descubierto un abundantísimo
yacimiento dde brillantes. Algunas de las
piedras halladas, reconocidas en Tobolsk
- por personas competentes, han sido decla-
1adas de calidad igual, si no superior, á las
de las regiones mineras más ricas del mun-
do. Inmediatamente se ha comenzado á
formar una compañía para la explotación -
de esa nueva riqueza, y muy en breve
empezarán los trabajos.» pea Y
Algunos días más tarde, un telegrama de
la, agencia Reuter, daba nuevos detalles:
«Parece confirmarse que los campos de
diamantes recién descubiertos en lasinme-
diaciones de Tobolsk, superan á todos los
conocidos hasta el día. En cuanto álaauten-
ticidad del descubrimiento no puede ya du-
darse, pues, aparte la respetabilidad del sa-
bio inglés que lo ha realizado, las piedras
han sido vistas por muchas personas y las.
noticias de los pueblos circunvecinos co-
- rroboran el hallazgo. Se dice que el gobier-
No ruso piensa adquirir la propiedad delas
nuevas minas para explotarlas por los pre-
36
sidiarios en forma análoga á la empleada
en las minas de sal de Siberia».
En los días que siguieron á estos despa-
chos, los periódicos más importantes dedi-
caban columnas enteras al acontecimiento
de más palpitante actualidad.
La información del «Times» era intere-
santísima. ? :
«Desde hoy—decía el gran periódico, —
la riqueza mineral de Rusia puede conside-
rarse enormemente acrecentada. Á las mi-
nas de plata de Siberia y á las de petróleo
del Cáucaso, habrá que añadir los diaman-
tes de los Urales, que acaso excederán en
valor á las de los productos anteriores. Á
uno de nuestros compatriotas corresponde
la fortuna y el bonor de haber revelado á
la nación rusa, la fabulosa riqueza que du-
rante centenares de años había permane-
cido desconocida é intacta en el corazón
- de aquelterritorio. Según parece, el instin-
to geológico de míster Langworthy fué vi-
- vamente impresionado por la semejanza de
composición y aspecto que presentaban al-
gunos valles de los Urales con los campos
diamantinos del Africa del Sur, y guiado
más que nada por su amor á la ciencia, se
- consagró á una inspección detenida que
confirmase Ó desvaneciese sus sospechas.
- La fortunas recompensó en seguida sus afa-
nes con el hallazgo de algunas piedras de
gran valor, y posteriores tentativas permi-
- ten asegurar que la zona diamantifera es
sumamente extrema, abarcando una gran
zona de ambas vertientes de los Urales.
Ya se ha constituído una poderosa compa-
_ñía para explotarlos y, según la actividad
- desplegada, antas de dos meses darán co-.
_mienzo los trabajos.»
- El Daly Telegraph» relataba sustancial-
mente lo mismo y añadía en un comenta-
rio humorístico que tenía, sin embargo,
-. bastantes visos de verosimilitud, que no
-— estaba lejano el día en que los brillantes se
- aplicarían á los usos más comunes y en que
el más desastrado vagabundo de Londres
podría coger su cotidiana borrachera, be-
biendo en un vaso de legítimo diamante,
- ted de sus provechos.
Los buenos padres de familia. que leían
su acostumbrado periódico sin más fin que
el de ayudarse á la digestión del desayuno
Son el aliciente de curiosear las vidas ajo-
EL MILLÓN DE LA HEREDERA
nas, sólo hallaban en la noticia el hones-
to recreo de todo lo que produce lo mara-
villoso; pero 'en los círculos frecuentados
por la gente de negocios, la sensación fué
indiscriptible. (
Aquel prodigioso hallazgo, no sólo sem-
bró ja consternación entre los que se dedi-
caban á la industria de los diamantes, sino
que repercutió también á los interesados en
todos los demás ramos del comercio sud-
africano. Ade
El «Stock Exchange» hormigueaba de
grupos numerosos en los que se discutía
apasionadamente sobre las probables con-
secuencias del acontecimiento. - ¿
En el centro de uno de aquellos grupos
un hombrecillo rubicundo y panzudo que
comerciaba en piedras preciosas y había
estado precisamente comprando grandes
cantidades por aquellos días, interrogaba
ansiosamente al opulento Fugger, conside-
rado como el rey de la industria diaman-
tina. |
—¿Qué opina usted de eso, míster Fug-
ger? ¿Verdad que hay mucha exageración
en lo que cuentan? ¡Dios mío! Si todo
eso resulta cierto, ¿qué va á ser de nos-
otros? . 0d
—Esperaremos á conocer detalles—re-
puso flemáticamente el interpelado. |
- —¿Detalles? Pues si los periódicos están -
“llenos de ellos... Yo no sé quién les manda
4 los periodistas contar esas.cosas que pue-
den arruinar á muchos hombres honrados.
¿Y ese maldito Langworthy? ¿Por qué no
le mandaría Dios uva apoplejía fulminante
antes de que se le ocurriera meterse Áá Cu-
riosear en los montes Urales...? Ya ve us-
ted qué viaje de recreo... ¡Á ninguna per-
sona decente se le ocurre viajar poraque-
llos sitios! dos A
—No es cosa de apurarse tanto. Todo
_ se reduce á que venda usted sus piedras en
algo menos de su precio. En tanpocos días
no puede ser mucha la pérdida.
—¡Ojalá!... Y por cierto que nadie mejor
que usted podía comprármelos... Después
de todo podría resultar una falsa alarma
y sería para usted un magnífico negocio.
-—Gracias. Puesto que el negocio puede
ser tan magnífico, no quiero privarle á us-
- —Agquí viene míster Girdlestone —dije- E
ron en aquel momento algunas voces. —.
ver qué opina del asunto. aiii
A. CONAN-DOYLE : 37
El jefe de la firma sereno y orgulloso
como en los tiempos de su meyor prospe-
ridad, avanzó por entre los del grupo, que
- deferentemente le abrían paso.
—Una palabra, míster Girdlestone —ex-
clamó el gordinfión procurando hacer su
venta antes de que los demás hablaran.
Usted que siempre tiene dinero inactivo
_puede aprovechar esta ocasión. tengo un
lote de diamantes que vale tres mil libras:
se lo doy á usted en dos mil.
Girdlestone, sin dignarse contestar á la
-, cándida proposición del hombreci'lo, co-
gió de un brazo al rey de los diamantes y
le separó confidencialmente del grupo.
—Querido Fugger, usted es hombre au-
torizado en estas cuestiones. ¿Cree usted
que las noticias de Rusia influirán en los
precios del África del Sur? '
— ¡Cómo influir! Si todo se confirma, se
trata, sencillamente, de la ruina del mer-
cado sudafricano. El nuevo relato pubiica-
ko por la prensa hará bajar los precios en
un cincuenta por ciento.
Ninguna señal de júbilo apareció en el
- rostro impenetrable del viejo negociante.
- Más bien parecía que aquella afirmación le
sorprendía desagradab!emente.
“ —¡Qué me dice usted!... No creía yo
Que fuera tan gravé la cosa, Le he pregun-
- tado, porque tengo allí á mi hijo que se em-
peñó en hacer una excursión con objeto de
irse soltando en los hegocios, y temo queno
esté alerta y me le engañen.
—¿Á su hijo de usted? Menudo chasco
se llevaría el que quisiera engañarle.
—No, por más que usted diga... Es muy
joven, carece de experiencia y estoy con
- cuidado. Pero en fin, espero siempre que
Dios, á quien constantemente se lo pido,
: velará. por él.
Y después de deta alarde de su fe religio-
-8a, el hipócrita se alejó moviendo la cabeza
con aire de pesadumbre, mientras su cora-
Zón saltaba de alegría y de orgullo al ver
Salvados, gracias á su genio, el crédito y la.
, een de la firma.
ra iMesh se tds instalado en
el hotel central de Kimberlay
Mientras esperaba impaciente noticias
de Rusia, se había dedicado á recorrer toda
la Comarca, y gracias ás su actividad en la
competencia con quetrataba todas las cues-
tiones comerciales, á la calculada esplendi-
dez de que hacía gala con oportunidad y
hasta al prestigio de su juventud bella y
fuerte, había logrado darse á conocer en
toda la región minera y adquirir estima
ción y autoridad.
Una tarde, al salir del hotel, vió un gran
grupo de gente ante la redacción del «No-
ticiero del Vaal». Sabiendo que el correo
del Cabo había llegado poco antes y sospe-
chando á lo que podía obedecer aquella
animación desusada, aceleró el paso y se
mezcló al grupo.
—Dicen que vienen malas noticias de
Inglaterra.
—¿Quién lo dice? !
La preguntafué estéril, porque nadiesupo
contestarla. Todos iban á lo mismo;habían
oído algo, y sin saber de dónde había
partido la noticia, acudían á completarla
de boca de los periodistas, que debían es-
tar enterados.
—¿Qué quieren ustedes?—les preguntó
el director del «Noticiero».
— Saberlas noticias de Inglaterra —con-
testaron varias voces á la vez.
—Pero es el caso —objetó el periodista,
que jamás había visto tan solicitadas sus
informaciones, —que voy á publicar un ex-
traordinario, y si digo lo que contiene no
venderé ni un ejemplar. :
—Le pagaremos toda latirada—exclamó
uno de aquellos hombres. ;
Y sin esperar respuesta, hizo circular en-
bre el grupo su sombrero, que rápidamente
se llenó á medias de monedas de cobre y
de plata. |
—Bien. Voy á 1eadiéa las nia 454
el director recibiendo los fondos recauda- E
dos. '
Y desapareciendo breves moméntos, vol- :
vió con un gran periódico en cuyas Co-
- Inmnas, que obstentó desde lejos á las mi-
radas de los curiosos, se destacaban gran-
des letras negras que debían encabezar
transcendentales acontecimientos.
Oigan ustedes... oigan ustedes.
Y leyó con voz campanuda. los epígrafes
siguientes: EA eS
MINAS DE DIAMANTES EN RUSIA
¿xtraordinario descubrimiento debido 4
un inglés. —Inminente ruina de la coloma
38
EL MILLÓN DE
del Cabo.—Baja de precios. — Opiniones
autorizadas.— Otros detalles.
: —Ahora, señores—añadió el periodista,
- —ustedes comprenderán que no puedo de-
- Cirles más. La máquina está esperando el
original para el número extraordinario y
tengo que ponerme en seguida al trabajo.
—Compren ustedes el periódico y sabrán co-
sas estupendas. :
Y sin hacer caso del clamor de reproba-
ción que siguió á sus palabras, se metió
dentro y dió con la puerta en las narices á
los curiosos.
Ezra atravesó por entre el grupo y llamó
repetidamente á la puerta.
- —¿Qué se ofrece?—preguntaron desde
adentro.
- —Déjeme ustedentrar, O'Flahorty, ten-
- go que hablarle reservadamente.
_—¿Tiene usted otro ejemplar de ese pe-
riódico?—le preguntó cuando estuvo den-
tro de la casa. ) EE
_—Tal vez... ¿Por qué lo pregunta usted?
—Porque pienso llevarlo ahora mismo.
-—¿Cuánto me daría usted por él?
- Medio soberano.
—Un soberano.
—Agquí lo tiene usted. A
- Y guardándose cuidadosamente el codi-
-. ciado papel, salió por una puerta excusada
dejando burlados á los que en la calle es-
- peraban, y se dirigió rápidamente al hotel.
Enseguida dió orden de ensillar su caba-
pe en dirección á Dutoitspan.
- Dos motivos
lo, y aunque ya anochecía, partió á galo-
y! le habían impulsado á tan
repentina determinación, El uno era el de
- juzgar por sí mismo los efectos que pro-
- dujera la noticia y aprovecharse del páni-
- co de los primeros momentos, por si venía
- luego una rectificación; el otro, una curio-
- sidad cruel de contemplar los excesos de
- desesperación que indudablemente se des-
axrollaría entre los mineros. ]
- Alas diez en punto entraba á galope
en las calles de Dutoitspan y desde un prin-
anticipado. ie ON
- Frenteá la puerta del Griqualand Salón,
un inmenso grupo, alumbrándose con an-
torchas, bullía y gritaba revelando una ex-
citación indiscriptible. e ends
- Alverllegar á Ezra, á quien todos cono-
cian, le rodearon acosándole á preguntas.
cipio comprendió que la noticia se le había
LA HEREDERA
— Traigo muy malas nuevas, amigos míos.
Se han descubierto unas riquísimas minas
de diamantes en Rusia. Toda la prensa da
noticias detalladas y no queda la menor
duda de que desgraciadamente es verdad.
—¿Pero es verdad también que bajarán
aquí los precios, según dicen muchos?
—Me temo que á estas horas hayan ba:
jado. Precisamente yo he comprado un lote
hace poco y desde ahora mismo lo vende-
ría á cualquier precio.
—i¡No lo creáis! Eso es un engaño—gri-
tó una voz iracunda.
—¡Cómo! ¿Quién es ese que se atreve á
desmentirme?—dijo Ezra con acento de:
“amenaza.
—No es á usted, señor—repuso el que
había hablado, que era un hombre de me-
. diana edad y de aspecto enfermizo, cuya
vista extraviada daba á conocer la turba-
ción de su espíritu.—Es á esos que se com-
placen en dar malas noticias para desespe-
rar á los hombres honrados. Yo digo y
repito, que los precios no pueden ir abajo
de esa manera. ¿Se han descubierto minas
en Rusia? Y bien, ¿qué tenemos nosotros
que ver con Rusia?
—En este caso, sí tenemos que ver, buen
hombre. ¿Usted cree que aquí explotamos
los diamantes para comérnoslos? ¿No ve
usted que es para exportarlos 4 Europa?
Y si Rusia inunda á Europa de diamantes,
¿dónde se van á vender los que aquí se
produzcan? E
; —Es verdad, es verdad—gritaron varias
voces. E
-—Yo he venido para avisarles á ustedes.
- Procurando darse prisa á vender, puede
todavía evitarse en parte la ruina.
—Yo no, yo no—gritó con desesperado
acento el mismo hombre de antes.—Yo
_me dejo hacer pedazos antes de regalar
á nadie mi trabajo de nueve años.
—Pobre Jim—dijo uno de los del grupo.
—Todos somos pobres—replicó otro. —
Muchos perderemos tanto como él. :
—-$i, pero es distinto. Con razón le lla-
man el «Mala Estrella». a
- Era, efectivamente, un desventurado. De-
jando una numerosa familia en Inglaterra,
se había ido' al Cabo hacía mueve años.
Había luchado desesperadamente, y la des-
gracia malogró siempre sus esfuerzos. Ul-
timamente había logrado la propiedad de
un pequeño yacimiento, y cuando se dispo=
¿
A. CONAN-DOYLE 39
£
nía á venderlo para regresar ála patria,
otro golpe de su implacable destino le vol-
vía á sumir en la miseria.
Aquellaidealellenaba de desesparación y '
amenazaba trastornarleel juicio. Sin querer
escuchar razones y obstinándose en cerrar
los ojos á la verdad, continuó lanzando im-
precaciones y amenazas, mezcladas con 80-
llozos mal reprimidos, hasta que agotadas
sus fuerzas cayó al suelo presa de un acci-
dente nervioso.
Algunos de sus compañeros de desgracia -
que, conociendo su historia, le compade-
cían, acudieron en su auxilio y le conduje-
ron al Griqualand Salón, hasta hacerle vol-
ver en sí con algunos sorbos de «wisky».
Desde Dutoitspanlanoticiase propagó ve-
lozmente en todas direcciones. Á las once,
la voz de alarma había sonado en Klip-
trift; á la una, la población minera de Ho-
bron estaba igualmente consternada; á las
tres de la mañana un emisario galopaba .
por el camino de Bluejaket, y, en fin, antes
de amanecer, la línea entera del distrito mi-
nero, á una y otra orilla del Vaal, estaba
en conmoción, como sacudida por un hu-
racán de espanto y de miseria. :
-— Y á la misma hora, á cinco mil millas de
distancia, el causante de tantos dolores dor-
mía tranquilamente en su confortable le-
cho, soñando, tal vez, con la eterna recom-
pensa que el cielo reservaba á sus edifi-
cantes virtudes cristianas. '
Ezra pasó la noche en casa de un mi-
nero de Dutoitspan. Á la mañana siguiente
cuando se estaba haciendo la «toilette» con
su esmero acostumbrado, oyó que su hués-
- ped le llamaba. ll
—Salga usted, míster Girdlestone. Pare-
ce que ocurre algo extraordinario.
Cuando Ezra acudió, vió que un grupo de
mineros subíala calle conduciendo un bulto
cuya naturaleza no pudo distinguir al prin-
cipio. EEN : )
- —Parece alguno que se ha emborracha-
do —indicó su compañero. da
- Y cuando al acercarse el grupo se dispo-
nían tal vez á interrogarles con alguna bro-
ma, una mancha roja, destacando sobre
los vestidos del supuesto borracho, les hizo
bruscamente sentir la tragedia.
—¿Qué ha pasado?—preguntó Ezra.
—Ya lo ve usted. El pobre Jim Steward
- el que llamábamos «Mala Estrella», que
se ha levantado la tapa de los sesos.
y
elegido.
—Desde que llegó la mala noticia an-
daba como trastornado. Dijo que é! no pa=
saba por esta ruina y se ha salido con la
suya... ¿Quiere usted verle?
Y fué á levantar la tela con que piadosa-
mente habían tapado la cara del muerto.
Ezra, retrocedió con horror. Temió ver
fijos en él los vidriosos ojos del cadáver.
—No, no—repuso vivamente.
—Á míster Girdlestone le hace poca
gracia ver muertos—observó uno.
—Es que esta desgracia me ha afectado
mucho... Voy á beber un vaso de agua.
Y entró en la casa como huyendo de
que las miradas fijas en él leyesen el cri-
men en su rostro. :
—Voy creyendo—se dijo á sí mismo—
que tengo mejor corazón que mi padre. Sin
duda esto le parecería á él una excelencia
más de nuestra habilidad comercial... Pero
en fin, la suerte está echada y después de
haber llegado á estas alturas, sería estú-
pido dejar de aprovechar lo que ya está
hecho.
Y tranquilizado su espíritu con esta re-
flexión y sus nervios con un sorbo de«bran-
dy», se dispuso á comenzar los trabajos
del día.
HT
EL ROBO DE LOS DIAMANTES
La crisis producida en los mercados sud-
africanos, fué mayor aún de lo que podían
esperar los causantes de ella.
Las calles de Kimberlay se hallaban sin
cesarinvadidas por sombrías multitudes de
mineros hambrientos que ofrecían el co-
diciado fruto de su trabajo á cambio de un
pedazo de pan para sus hijos. e
Los mismos traficantes en piedras pre-
ciosas, lejos de aprovechar la depreciación
procuraban deshacerse á toda prisa desu
mercancía para salvar alguna parte de su
“capital de la formidable bancarrota.
Ezradecidió ponerseen campaña sin pér-
dida de tiempo. Mas como era harto cono-
cido para poder dedicarse sin peligro 08s-
_tensiblemente á la compra de diamantes, se ;
valió de un auxiliar quede antemano había
40
Era éste un tal Farintosh, clérigo rene-
gado, maestro después en el colegio Trini-
. bario de Dublín, aventurero por último, y
- hombre que á su absoluta falta de escrí-
pulos reunía un gran despejo natural y
una cierta ilustración que le hacían muy
apto para cualquier asunto de aquella ín-
dole.
El A <=,
mL) E
aos JA '
EL MILLÓN DE LA BEREDERA
ahora se atreviera á comprar podía hacer
un negocio redondo.
Segunda señal de asentimiento por parte:
de Farintosh.
—Claro es que las noticias recibidas pa.-
rece que no dejan lugar á duda. Sin embar-
go, la experiencia me ha demostrado que
en los negocios no hay muchas veces nada.
Erza temió ver fijos en él los vidriosos ojos del cadáver. (Pág 39-)
-—— Ezrale hizo llamar y llevó mañosamente
- la conversación á la crisis de los dia-
mantes. IES AA S
TY el caso es—insinuó—que á lo mejor
- podría resultar que todo fuese una falsa
' alarma. | : cane
El ex clérigo se limitó á mover silencio-
-samente la cabeza. Era hombre de muy
pocas palabras.
- —Sifueraasí—continuó Ezra, —uno que
tan incierto como lo que parece más cierto. '
Tanto es así, que he pensado en arriesgar
unas libras en este negocio. Verdad es que
yo he venido aquí más bien por ver mundo
que por otra cosa; pero se ha presentado
esta ocasión y quiero probar fortuna.
-. — Muy bien hecho—dijo por fin el silen-
cioso Farintosh. ee |
-- —La dificultad es que aquí todo el mun-
do me conoce y si ven que empiezo á com-
4
A. CONAN-DOYLE 41
-prar, van á subir los precios. Poreso he pen-
sado valerme de usted, que es hombre de
capacidad; claro es, que si usted acepta
Puede valerse de otros dosó tres que le me-
“rezcan confianza. Ustedes se convienen
-con los vendedores y les hacen venir aquí
Para pagarles. Siempre eso es mejor que
Do que anden ustedes por esos caminos
con el dinero encima.
Farintosh pensó sin duda que no le pa-
ecía mejor ni mucho menos; pero no hizo
—Dinguna objeción.
—Claro es—siguió Ezra, —que estoy dis-
puesto á pagarles bien, y que usted, además
del salario que convengamos, tendrá una
participación en las compras.
- —¿Y piensa usted destinarmucho dinero
al negocio?
.—No tengo criterio cerrado. Si la cosa
lo merece, no me importaría arriesgar hasta
—breinta ó treinta y cinco mil libras.
Farintoshk' no pudo dominar un gesto de
asombro. Su impasibilidad desapareció por
Un instante, peropronto volvióá recobrarla.
- —En el estado en que están las cosas,
Creo que con esa cantidad pueden comprar:
se todos los diamantes del mercado y hasta
todas las minas.
- —Ke hará lo que se pi E Ezra
sonriendo.—La cuestión es que usted me
ayude bien.
La campaña empezó inmediatamente.
-Farintosh escogió dos subordinados tan bri-
bones y tan corridos como él, y en pocas
Semanas buvieron invertidos muchos miles
de libras. Ezra, mientras parecía dedicado
exclusivamente á pasearse, ibaacumulando
en su maleta una rigueza enorme,
Terminado pronto y bien su negocio y.
temiendo siempre que nuevas noticias res-
-bablecieran la verdad y se llegasen á averi-
guar sus malas artes, dispuso su regreso
_ Inglaterra.
Pero entre tanto un gran peligro se cer-.
Día sobre sucabeza. En fuerza de haberpre-
ferido buscar un hombre listo, lo. había ha-
llado tal, que su agudeza era peligrosa,
Mientras compraba diamantes por cuen-
ba ajena, Farintosh había reflexionado. En
Aquellas circunstancias invertir cantidad
tan enorme en un negocio que parecía per-
dido era evidentemente una locura, y Ezra
su juicio, no tenía nada de loco. Sólo po-
Aa concebirse aquello mediante la absoluta
penidad de que el apásitoo esparcido obe--
decía á una falsa alarma. Ya en este cami- .
no, recordó que la aparición de Ezra en
Kimberley había precedido algunas sema-
nas á las noticias de Rusia. Esto le hizo
presentir la verdad, y juzgó indigno de él
servir á otro de ciego instrumento para
realizar ganancias fabulosas sin sacar él
mismo otro provecho que un miserable pu-
ñado de libras.
Formó en seguida su proyecto, y para
realizarlo reunió secretamente á sus com-
pinches. -.
—Burt, Williams —les di, —Os he lla-
mado para un asunto de la mayor impor-
tancia. Ya sabéis que míster Girdlestone se
vuelve dentro de dos ó tres días á Ingla-
terra.
Los otros no dijeron nada, porque nada
tenían que decir. Su trabajo había sido
pagado espléndidamente y ambos, estaban
satisfechos.
—Como sabéis, se ha gastado en diaman-
tes cerca de treinta mil libras. ¿Vosotros
creéis que está tan loco como para tirar á
la calle ese dinero? Yo no lo creo. Lio que
pasa es que aquí hay gato encerrado y
que nosotros hemos estado haciendo un -
papel muy triste. Gracias á nuestro tra=
bajo se va á embolsar una barbaridad de
miles, y nosotros somos. tan simples que
nos vamos á dar por bien pagados con
cuatro dotan, ”
—¡Qué ladrón! —rugió Burt indignado.
—Eso no debemos consentirlo de ningu-
¿na manera.
—¿Y quién había de consentirlo? Para
eso precisamente os he llamado.
. —Ya estamos al cabo de la calle—dijo
Williams, silencioso hasta entonces; —
¿dónde guarda los diamantes? ¡
—En úna maleta que tiene en su cuarto.
.—¿Y no habrá manera de sacar un mol-
de lo la cerradura?
—¡Ajajá! Como éste—repuso Forintosh
mostrando un trozo de cera. ( e
—Venga. Mañana mismo tenemos una.
llave. |
—Hay que esperar á que él haya. SA-
lido. .
—Es inútil. Cuando Bale queda la habi-
tación tan asegurada que haría falta llevar -
-unapieza de artilleria para entrar. Además,
no podemos esperar. Tal vez se vaya, me
ñana mismo. Pa
—Entonces..:.—replicaron. Burt y Wi- DN
| y del mundo.
42 EL MILLÓN DE
_lHNdams á la vez cambiando una mirada de
desaliento. : :
. —No hay que apurarse. Yo tengo un pro-
yecto —dijo Farintosh.—La habitación que
ocupa está separada del resto del edificio
_ por una galería. Pues bien; mañana nos
presentamos cuando él esté allí. Iremos á
despedirnos de él como buenos servidores.
Mientras dos le entretienen, otro le coge
por la espalda disimuladamente y...—el
ademán suplió con ventaja á la frase.—No
hay que apretar mucho. Sólo se trata de
_atontarle por un rato, y sobre todo, evi-
tar que grite. y
- —Comprendido. De eso me encargo yo
—exclamó Burt riendo con brutalidad y
_esgrimiendo en el aire sus puños de at-
leta. e
) -Pero es muy peligroso—observó Wi-
Jliams, que gustaba más de la astucia que
de la violencia. :
—Lo peligroso es que se nos escape con
- todo... Saldremos tranquilamente por la
puerta del hotel. Tendremos preparados los
caballos y á las pocas horas ¡cualquiera nos
alcauza! : e AS |
__ Al anochecer del día siguiente, cuando
- Ezrase hallabaocupado ensus preparativos
de viaje, los tres bribones entraron, som-
brero en mano y con el aire más humilde
- - —Conpermiso,señor—dijo Farintosh. —
- Como ya se marcha usted, hemos querido
venir á despedirle y á ver si tiene algo que
MAnDdArnos.- 1 cl de 4 E
-———Nada. Yaos lo había dicho y noteníais
- necesidad de molestaros. Estoy convenci-
do de que he hecho un mal negocio. Los
precios siguen bajando.
- —Es posible que las cosas cambien
a dd
j —Tal vez; pero no tengo grandes espe-
-YANZAS. q os El
- —De todas maneras, esperamos que no *
- se irá usted descontento de nosotros.
Lara Hao o
_ —Es verdad; usted nos ha pagado lo
- convenido —dijo Burt, que empezaba á im-
- pacientarse.—Pero los caballeros acostum-
-——bran siempre á dar alguna cosa más.
- —¡Ah! ¿Es á eso á lo que habéis venido?
Pues ya podéis marcharos. No pienso aña-
die 1 un céntimo Mb...
- —¿Conque esas tenemos? ¿Lo dice us-
LA HEREDERA
ted de veras?—replicó Burt, con aire pro-
vocativo.
—Y no tan sólo lo digo de veras, sino
que si vuelves á hablarme en ese tono,
te voy á dar el más soberbio puñetazo que
te hayan dado eu tu vida.
—No haga usted caso de este bruto, se-
ñor—dijo Farintosh interviniendo concilia-
doramente.—Nosotros estamos pagados y
usted no tiene obligación de nada más.
Ahora, si buenamente quiere usted darnos
Es trago de rom para celebrar la despe-
ida...
—Eso es otra cosa; podéis beberos todo
el que queda—y se volvió para coger el
frasco que estaba en una mesa detrás de él.
Burt aprovechó aquel momento. Rápido
como el rayo, levantó en el aire su formi-
dable brazo acmado de una llave inglesa
- y descargó un tremendo golpe sobre la ca-
beza de Ezra. Este, sin lanzar un solo gri-
to, se tambaleó y cayó de bruces contra el
suelo. El frasco, escapándose de su mano, -
se rompió y el rom desparramado se mez-
-cló con la sangre que brotaba copiosamen-
te de la herida. y
—¡Bien señalado! —dijo en voz baja el
ex clérico:con la satisfacción del inteligen-
ts que hubiera estado presenciando una lu-
cha simulada. — Ahora á aprovechar el
tiempo. o A ES E
—En pocos minutos el contenido de la
codiciada maleta se distribuyó entre los
bolsillos de los tres sujetos, que momentos
- después salían pausada y tranquilamente
del hotel, saludando con afabilidad á los
dependientes que hallaban al paso.
- Algo más tarde la luna llena, brillando
en el sereno cielo sudafricano, alumbraba
la vertiginosa huída de tres jinetes que á
todo galope salían de Kimberley, mientras
sus mismos apacibles rayos, deslizándose
por la galería del Hotel Central y á través
de los cristales de una ventana, dejaban ver
oe la silueta de un hombre que yacía exáni-
_—Nada de eso; ni vosotros de mí—dijo
me en el suelo, sobre un charco de sangre.
HA
Ezra tenía siete vidas como los gatos,
y al cabo de poco rato comenzó á recobrar
“el conocimiento. td IÓN 209%
Entre sus malas cualidades no se con-
taban ciertamente la falta de valor ni dere-
A. CONAN-DOYLE
solución. Su primera idea lúcida fué la de
alcanzar á toda costa á los ladrones.
Dió voces y acudieron varios criados. El
cuadro que se ofreció á su vista les“hizo
prorrumpir en exclamaciones que Ezra in-
terrumpió con acento imperioso.
—¡Silencio! Encended luz.
Mientras le obedecían acudieron, abraí-
dos por los gritos, casi todos los dependien-
tes del hotel y muchos huéspedes.
43
lla mi caballo; me parece que seré capaz
de darles caza.
Á medida que Ezra daba sus órdenes,
iban saliendo hombres en distintas direc -
ciones. El joven sacó un pañuelo y se ven-
dó con él la herida.
—¿Seguramente, el señor no pensará ir?
—le preguntó el dueño del hotel. —Sería
una imprudencia.
—Imprudencia ó no, iré delante de to-
Descargó un tremendo golpe sobre la cabeza de Ezra. (Pág. 42.)
—Señores. He sido asaltado y robado.
Los ladrones son tres y se llaman Farin-
tosh, Burt y Williams. Cuando han entra-
do aquí serían las nueve. Ahora son las diez '
y media; de modo que no pueden ir muy
lejos. Usted, Jameson, y usted, Mullar,
Vayan y pregunten á todo el mundo á ver
si se les ha visto salir de la ciudad. Usted, :
Jones, vaya á casa del inspector Anislié y
dígale que me mande en seguida seis de
los mej
sus hombres mejor montados... No pido
1 ores hombres, sino los mejores Ca-
ballos, entiéndalo usted bien... Pete, ensl-
A Ao > : , , Rd: dá
dos. Haga usted que me traigan un frasco
de «brandy» por si necesito reponer las
fuerzas en el camino. |
Entretanto el suceso se había esparcido |
por la ciudad, y un enorme gentío se ha-
-Jlaba á la puerta del hotel. La aparición E
de Ezra, atrozmente pálido, con la cabeza
_vendada y el traje manchado de sangre,
faé acogido con un murmullo de admira-
ción. |
Ezra, indiferente ante aquellas demos-
“traciones, se dispuso á montar á ca- Se
44 EL MILLÓN DÉ
4
En aquel instante llegó uno de sus emi.-
sarios.
—Señor, los han visto salir por el cami.-
no de Capetown. Sus caballos, según pare-
ce, no iban en disposición de resistir mu-
cho. Puede usted tener la seguridad de al-
canzarles.
En el lívido semblante de Ezra apareció
una Sonrisa que no auguraba nada bueno pa-
ra los fugitivos.
—¡Cuánto tardan esos policias! — gritó
con impaciencia. —¿No irán á venir nunca?
—Aquí están ya—le respondieron varias
voces.
Y en aquel instante, seisjinetes de la Co-
misaría montada de Griquelandia, apare-
_cieron en el extremo de la calle. Iban arma-
dos de sable y revólver, montaban buenos .
caballos y parecían todos jóvenes, Vvigoro-
sos y resueltos. El sargento que los manda-
ba, se puso á las órdenes de Ezra.
- —No hay tiempo que perder —gritó éste.
—bÚlevan hora y media de ventaja. Vamos, *
pues... Por el camino de Capetow:,... Cien
libras si les damos caza.
-. —¡Atención! —exclamó la voz de mando
del sargento.—¡Media vuelta! ¡Al trote!
- Y la pequeña fuerza, con Ezra á su cabe-
za, emprendió rápidamente la marcha, de-
jando tras si un guerrero rumor formado
por los cascos de los caballos al herir el sue-
lo y por el tintineo de los sables que brilla -
ban siniestramente al claror de la luna.
—¡Al galope! —grito Ezra á la salida de
la población. Ue dedo EANDo NA
—¡Al galope! —mandó el sargento á los
Durante algunas millas galoparon en si.
_lencio. Ezra, sin cuidarse de los que le se-
guían, espoleaba sin piedad su caballo, y de
biempo en tiempo, se alzaba sobre los estri-
bos para explorar, con ansiosa mirada, la.
lejanía. a los Ae
_ —Perdone usted, señor—se atrevió por
fin á decirle el sargento, llevándose respe-
tuosamente la mano al kepis. —¿No le pa:
rece á usted que sería conveniente moderar
Un poco la velocidad? A este paso los caba-
los no podrán resistir mucho. O O
77 Ya descansarán luego. No pase usted
cuidado por ellos. Prefiero pagar una doce-
na de caballos antes que dejar escapar á esos.
- bribones.. A NA A
El sargento no hizo la menor objeción y
- . siguió galopando. o OR
iban como
Banco. UA | (
-_ —Se hizo el cambio en un abrir y cerrar
- de ojos y Ezra y el sargento reanudaron su
- interrumpida carrera. Dos de los hombres:
LA HEREDERA
Al poco rato Ezra le interrogó á su vez.
—¿No cree usted que hayan podidotomar
otro camino?
—De ningún modo. Tódos los demás son
muy malos y á ellos lo que les interesa es
alejarse pronto. :
—¡Oh! entonces los alcanzar, Estoy dis-
puesto á seguirlos hasta el fin del mundo.
—Y nosotros con usted—replicó el sar-
gento entusiasmado ante aquella energía
indomable.
Los caballos se iban cansando; pero á
fuerza de espuela se les hacía galopar siem-
pre. Sólo el de Ezra parecía, como su amo,
insensible á la fatiga. ]
A las dos de la madrugada pasaron por
Bluewater's Dritt; 4 las dos y media deja-
ron atrás la Granja de Van Hayden; á las
tres vadearon el Modder River y. á las cua-
tro y cuarto entraban en las calles de Ja-
- cobidal. En una de ellas encontraron á un
jinete perteneciente á una patrulla de po-
licía | ¿6 |
—Buenos días, camarada—le dijo el sar-
- gento.—¿Ha pasado alguien poco antes que
- nosotros? e : :
— Tres hombres á caballo.
—¿Que paso llevaban? A
. —A todo correr. Y eso que los caballos -
para entregar el pellejo.
_— ¡Ya son nuestros! —gritó Ezra con jú-
bilo.— ¡Vamos!
—Es que á nuestros cab .llos les pasa lo
mismo, señor. Casi ninguno podrá seguir
un kilómetro más. . a >
_—Segujremos usted y yo. Somos bastan-
tes para ellos. ER
-—$1 yo tuviera un caballo como ese... —
_ replicó el sargento señalando al del policía,
_ —Moóntele usted. El podrá tomar el de
usted y ahí va para indemnizarle. 29
- Y entregó al de la patrulla un billete de |
cuyos caballos no estaban agotados del to-
- do, les seguían algo rezagados; «los demás:
¿vieron .q he desiabir: + (os at es
os estaban ya
casi á su alcance, parecía dar alas á los per-
La idea de que los fugitivos
- seguidores. od | ia
-. —¡Atención!—gritó de pronto el sargen-
bo.—Alli se vo unjinete. 000 0
¿Un hombre á caballo se veía en efecto
.
¡ A. CONAN-DOYLE 7 | 45
en el camino. Pero no huía, sino que al con-
trario, venía hacia ellos. Cuando estuvo cer-
ca vieron que nada de común tenía con los
ladrones. Parecía un extranjero. El deplo-
rable estado de cansancio que se notaba en
él y en su cabalgadura, indicaba que había
dejado muchas leguas á la espalda.
- —¿Ha encontrado. usted en el camino
tres hombres á eaballo?—le pregunto Ezra.
- —Y he estado hablando: con ellos —re-
puso el viajero.—Les he dicho las noticias
que traigo de Fagersfontein, y porcierto...
— ¡Adelante! —grito Ezra, sin querer de-
tenerse á escuchar aquel relato que nada le
importaba.
En otro rato de galope frenético dejaron .
ya muy atrás á los dos hombres que pere-
-zosamente les seguían. Por fin les pareció
oir un ruido sordo que podia ser muy bien
el correr de los caballos de los ladrones.
-—BEllos “son, ellos son... ¡AÁnimo, sar-
gento!
—-Dos de mis hombres vienen un poco
más atrás. ¿No convendría esperarles?
—¡No, no! Nada de esperar... ¡adelante!
—¡Pues lo que es por mi, adelante!
—¡Ab!... Ya se ven... ¡allí van!
- Alo lejos se les divisaba, en efecto, en-
vueltos en una nube 12 polvo. |
—Lileve usted la pistola preparada, se-
—ñior. Vamos á estar á tiro ya mismo, y con- .
viene ganarles por la mano., !
En efecto, estuvieron á tiro más pronto
aún de lo que esperaban.. Farintosh, que *
se habia. apercibido de la persecución, al
"ver que los enemigos habían quedado redu-
cidos á dos resolvió valerse de la astucia pa-
ra quitarles de en medio. En un recodo del
camino él y sus compadres echaron pie á
tierra y se apostaron á.un lado, pistola en
mano, acechando la llegada. de los perse-
guidores. La aparición de éstos fué recibi-
da con. una descarga. El caballo de Ezra,
alcanzado por una bala en mitad del pecho,
- cayó al suelo herido de muerte. Ezra, des-
pon e, O £ . hb e
embarazándose de él á tiempo para evitar
que le arrastrara en su caída, saltó en lim-
_pio al suelo y se revolvió como una fiera
contra los de la emboscada. El sargento,
—sugestionado por la admirable intrepidez
del joven, desmontó á su vez y le siguió re-
Suelto á todo. si NR
Muy. cerca. ya Unos de otros, se cambia-
ron algunos pistoletazos. Ezra, impávido,
no había disparado todavía, Sólo cuando
estuvo seguro de no errar, disparó su pisto-
la contra Farintosh.
El ex clérigo cayó al suelo lanzando una
blasfemia.
Entre tanto el sargento y Burt se habían
abacado cuerpo á cuerpo. La superioridad
física del bárbaro triunfó sobre el arrojo del
bravo policía, á quien un puñetazo de su
adversario hizo casi perder el conocimien-
to. Aprovechando aquel instante, Burt se
dirigió al caballo del sargento que estaba
suelto en el camino, y, montando en él, es-
capó como alma que lleva el diablo.
—¡Ah, bandido! ¡Se nos escapa! —excla-
mó rabiosamente Ezra.
—Y milagro que no se me ha llevado por
delante —observó algo mohíno el polizonte
, llevándose la mano á su contusión, por for-
tuna más dolorosa que grave.
-.—No piense usted en eso, amigo... Yo
sabré recompensarle... ¿Y el otro?... ¿dónde
está el otro?
El otro era Williams, al que no se había
visto huir, y que sin embargo no parecía
por parte alguna. Desde los primeros tiros
se había incrustado materialmente en la
cuneta de la carretera, y allí continuaba to-
davía más muerto que vivo.
- Al fin Ezra le descubrió y se dirigió á él
en actitud nada tranquilizadera. :
' —¡Perdón, señor! —gimoteó el misera-
ble con voz lacrimosa.—Yo no le dí á usted
el golpe; fué ese canalla de Burt. Yo no
quería tampoco robarle á usted; eso fué co-
sa de Farintosh. Y yo le acompañé porque
como ha sido cura, creí que no iba á hacer
nada malo... Sí, señor, Farintosh me ha
engañado, y yo me alegro de que usted le
haya dado su merecido. (
El ex clérigo contemplaba esta repug-
nante escena desde algunos pasos más allá.
Había erguido á medias el cuerpo, apo-
yándose en una gruesa piedra en la cual
- descansaba una mano mientras otra opri-
mía la herida de su pecho. En sus labios,
-—plegados por una sonrisa singular, había
aparecido un hilo de sangre.
—Venga usted, míster Girdlestone, ven-
ga usted aquí—dijo con su palabra mansa
y monótona entrecortada ahora por la ve-
-cindad de la muerte.—-Ha quitado usted de
en medio á un hombre de provecho, ¿eh? )
Quién me había de decir que de venerable
pastor de almas iba á venir á parar en es-
-+$o:.. Ein morir en mitad del campo como
46 EL MILLÓN DE
un perro... Pero no crea usted que me
arrepiento como ese cobarde...
Y dando á su imborrable sonrisa una ex-
presión de increíble cinismo, exclamó:
— Yo he gozado lo que he podido, y aho-
ra que me quiten lo bailado... Pues oiga us-
ted lo que quiero decirle, Es una noticia á
cambio del pistoletazo que usted me ha da-
do á mí... y me parece que todavía va usted
_ ¿8 salir perdiendo.
-—¿Qué quieres decir? —preguntó Ezra
frunciendo las cejas amenazadoramente.
—Poca cosa... ¿No ha encontrado usted
un hombre que venía de Fagersfontein? ¿no
le ha dicho á usted las noticias que trae?
¿No?... Bueno, pues ahí está mi caballo, en
_ el maletín tiene usted casi todos sus dia-
mantes. Cójalos usted y hágase cuenta de
que se lleva un montón de grava del cami-
no... Piensa usted que estoy delirando, ¿eh?
Usted sabe que las minas de Rusia son una
- filfa; pero no ha contado usted con la hués-
peda... En Fagersfontein han descubierto
minas de verdad y mucho más ricas... Esa
es la noticia que traía el hombre... Conque,
adiós... yo me muero... pero sepa usted que
sus diamantes no valen nada. Son pie-
dras... piedras... piedras... oO
Y repitiendo esta palabra hasta que un
vómito de sangre le cortó la voz para siem-
pre, aquel hombre murió con la risa en los.
labios, complacido porque moría haciendo
daño á su enemigo. | Eee
XIII
LA FIRMA GIRDLESTONE PONE SITIO Á CUA-
| - RENTA MIL LIBRAS |
Lo que Farintosh había dichoá Ezra so-
bodas sus partes. Así lo comprobó el joven
negociante en el pueblo inmediato, de la-
¡bios del propio mensajero enviado desde
- Fagersfontein. ia |
Resultaba, pues, que tras esfuerzos tan
continuados, y á pesar de no haber repara-
.8ocio de los diamantes había fracasado.
Por otra parte, como ya el escándalo ori-
ginado por el robo había hecho público lo
LA HEREDERA
que á él no le convenía que se supiera, su
regreso á Kimberley, además de inútil re- J
sultaba comprometido. Con la prontitud y
resolución característica en él, concibió ,
uba idea y la llevó á efecto. Envió por de-
lante al sargento, confiándole la castodia E
de Williams, y cuando hubo desaparecido,
emprendió él lamarcha en dirección opues-
ta. En el pueblo inmediato reemplazó su
caballo por otro de refresco, siguió con to-
da la rapidez posible á Capeown, y se em-
barcó en el primer vapor que salía para In-
glaterra,
Cuando llegó, la situación de la firma no
podía ser más crítica. No es que los nego-
cios allí hubieran ido mal, puesto que, al
contrario, los barcos de la casa habían rea-
lizado algunos viajes felices y hasta el pro-
pio y casi inválido «Aguila Negra», contra
todas las previsiones del capjtán Miggs,
había regresado una vez más. trayendo un
cargamento muy lucrativo. ¿Pero qué sig-
nificaba todo eso ante el enorme fracaso de
los diamantes? La baja producida por las
noticias de Fagersfontein era considerable
y duraría seguramente algunos años. ¿Y
dónde estaría para entonces la firma? El
dinero tomado para el magno proyecto lo
había sido á muy corto plazo, y la fecha
del vencimiento se venía encima á más
- andar. da,
—Y ya ves, ya ves qué desesperación —
le decía el honorable Girdlestone á su hijo
mostrándole los libros de cuentas.—Quin-
ce mil libras se han ganado en este mes. Si
pudiéramos seguir así algunos meses más,
nos habíamos salvado. ¡Pero es imposible,
imposible! Muy pronto vencerán esos cró-
ditos, y será inevitable la ruina, la deshon-
ra, la muerte... Porque yo no sobreviviré á
semejante catástrofe.
—Dejémonos de arranques melodramá-
ticos —repuso Ezra sin impresionarse lo.
: . más mínimo.—Todo eso estaría muy bien
bre hallazgo de nuevas minas, era cierto en
si con la muerte remediará usted algo. Dice.
usted que nos bastaría recuperar esas trein-
ta ó cuarenta mil libras? de
- —Seguramente. |
—Que viene á ser, poco más ó menos, el.
capital de míster Harston—dijo Ezra sub-
] E - rayando las palabras.
do en obstáculos de ninguna clase, el ne-
Su padre le miró fijamente. Aa
_—No, Ezra, no—dijo al fin sacudiendo
desoladamente la cabeza. —Harto he pen-
“sado en ello. Ese dinero está impuesto en
/
A. CONAN:DOYLE E 47
tales condiciones, que nadie puede tocar á
- él mientras ella no llegue á la mayor edad.
—¿Pero y si se casa?
—¡Si se casal... .
—;¡Claro! Pues no parece sino que ha per-
dido usted la memoria. Supongamos que
Catalina Harston se casara conmigo...
—¡Ah, entonces!... ¿Pero tú te decidi-
rías?...
—i¡Naturalmente! O cree usted que yo
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24 FU ZE
Pero una tarde, cuando el jefe de la fir-
ma regresaba á su domicilio particular, sor-
prendió una escena que Je causó el más de-
plorable efecto. Kate, asomada al balcón,
hablaba con expresión tan embelesada
que no dejaba lugar á dudas, con un hom-
bre joven y arrogante que estaba parado
en la acera. Aquel joven—ya lo habrán
supuesto nuestros lectores—era el tercer
socio de la firma, Tomás)Dimsdale.
Se apostaron, pistola en mano, acechando la llegada de los perseguidores. (Pág. 45.)
e €
voy á transigir con la ruina... Para eso no
hubiera vuelto de Africa, En fin, si yo sal-
vo la firma, no lo hago por usted, sino
> POr ma eta al Sue
Después de esta substanciosa conferen-
cia, todos los esfuerzos de uno y de otro se
-encaminaron al mismo fin. Quedó conve-
nido que Ezra no se insinuaría sino muy.
lentamente y comenzando antes por desva-
necer la indudable prevención con que la
- joven le miraba. Con esto y con la confian-
za de que la tenía al fin y al cabo en su po-
der y alejada de toda influencia extraña, se
las prometían muy felices. ide A
pregunta:
El viejo, aunque lleno de ira contra aque-
llas relaciones que amenazaban dar al tras-
te con su nuevo proyecto, no quiso en el
instante darse por enterado. Pero aquella
noche no durmió pensando en la forma de
“salvar ó destruir aquel obstáculo.
Al día siguiente en la oficina, llamó á
capitulo á Tomás. Este, que casi no desea-
ba otra cosa, se espontaneó á la primera
—8í, señor; Kate y yo sostenemos rela
ciones desde algún tiempo.
—¿Y usted no ha pensado punca que
hacía mal ocultándomelo á mí, que además
e
E - jestad de aquel hombre
-—cribiré, hasta que usted me lo autorice;
48
de ser amigo de usted ocupo el lugar del
padre de ella? |
—He temido siempre
que usted no las
aprobara... |
—Eso era posible; pero lo que segura-
mente no podía yo aprobar, es que de ese
modo burlaran mi confianza dos personas,
de las que no hubiera recelado nunca—re-
puso el viejo con acento de insuperable
dignidad. |
- —Reconozco que hice mal — confesó
Tom noblemente.—Y ahora que ya lo sa-
/ be usted, me atrevo á esperar...
—Escúcheme usted, joven. Yo tengo,
ante todo, que cumplir el encargu de un
moribundo. El padre de Catalina en su le-
cho de muerte, me encargó que velara por
ella, y yo sería un villano si no lo hiciera...
Usted es un hombre trabajador y honrado.
Pero su conducta en esta ocasión no. le ha-
ce todo lo irreprochable que ha; de ser el
hombre á quien yo acepte para Catalina.
- Ya ha reconocido usted su error, lo que
prueba que se arrepiente de él; está bien.
- Persevere en ese arrepentimiento y de-
muéstreme que es sincero. :
-, —¡Qué debo hacer?—exclamó el pobre
muchacho subyugado por la austera ma-
| | que le hablaba de
-— sagrados deberes. ' |
-— —Ñ—Lo'contrario de lo que ha hecho us-
ted hasta aquí. No intentar ver á Kate á
espaldas mías, no escribirle...
—¿Pero hasta cuando ha de ser eso?
—En rigor, debe ser hasta que ella llegue
á la mayor edad. Pero si usted acepta y
cumple la prueba que le impongo, es posi-
- ble—y aquí su voz sehizo amable é insi-
- huante—que mucho más pronto haga por
Usted una excepción que no haría por na-
die en este mundo. ap
—Basta. Muy doloroso es lo que usted
exige de mí; pero quiero: demostrarle que
mi cariño á Kate es capaz de*todos:los sa-
- crificios. No trataré de hablarla, no la es-
-_—No basta eso. Es precisó que los pa-
dres de usted tampoco la vean ni la escri-
ban. Sólo así el sacrificio por parte de us-
- bed me dará la garantía que necésito.
- —Loacepto también. Puesto que se tra-
rigor.
- —El
Pt
Ab
piense casarse?
E cruel dolor
- tade una prueba, quiero ser probado á todo
mío dejará de serlo en: cuanto yo.
pueda con tranquilidad absoluta de micon-
EL MILLÓN DE LA HEREDERA
ciencia autorizar sus relaciones con Kate.
— Con /esa esperanza me será soporta».
ble la dilación... Lo que sí quisiera es po
nerle ahora siquiera dos letras dándole
cuenta de este convenio.
—No me opongo, bien entendido que ya
contará usted con que ella no ha de con-
testarle.
—Aunque así sea,
—Bien. Y ahora ocupémonos de los ne-
gocios de la firma. Es preciso que tenga
usted la bondad de ir al puerto é inspeccio-
nar la descarga de «La Joven Ateniense».
Después de esta combinación magistral,
los dos Girdlestone tenían el campo libre
para llevar adelante su proyecto. Y mien-
tras Ezra, cambiando sus hábitos y hasta
su manera de ser, se mostraba cada vez
más deferente con la joven y hacía poner
flores en su cuarto y le regalaba trozos de
música y novelas de sus autores favoritos,
el viejo ideó aprovechar por partida doble
el pacto hecho con Tomás. |
Como ya esperaba la carta de éste á
Kate, lo primero que hizo fué interceptar-
la y, hecha pedazos, arrojarla á la chime-
nea. Después, y cuando comprendió que
el inexplicable silencio de gu novio traía á
la joven muy cavilosa, decidió ensayar su
nueva idea, A
. —¿Conque es cierto—dijo un día mien-
tras estaban almorzando—que se nos casa
Dimsdale? A
—Así parece—replicó Ezra con la mis-
ma fingida indiferencia. —Anoche, por cier-
to, le vi con su novia en el teatro. Es una
rubia muy hermosa.
—¿De qué familia es? ps
—Creo que es una prima suya. Muy rica,
según dicen. E | y
Kate se puso muy pálida, y aunque al
principio se propuso no desplegar los la-
bios, un impulso más fuerte que su volun-
tad la obligó á romper su propósito. .
—¿Pero creen ustedes que realmente
—Las señas al menos, son mortales. To-
,dos los días se recibe en la oficina una car-
ta de ella para él. ea E
- "Kate apretó los dientes para resistir el.
que le causaban aquellas pala-
PO A A PA. O
Al día siguiente, á los postres de
mida, entraron algunas cartas. :
—Mister Dimadale—dijo el dependiente
A
la co-
Í
Mi
A. CONAN-DOYLE
que las traía —las ha abierto y ha tomado
nota de ellas en la oficina. ;
—Perfectamente. Tiene facultades... Á
ver... «Liquidación de la casa Rudder»...
«Memorandum de las transacciones hechas
en sierra Leona»... ¿Eh? ¿qué es esto?...
«Mi querido Tom.»... «Taya Ajampre, Mary
Ossary»... ¡Ja, ja!... Vea usted esto, Kate.
Dimsdale ha mezclado su correspondencia
“amorosa con la mercantil. ¡Qué cabeza tie-
nen estos enamorados!
La pobre Kate no pudo articular pala-
bra. Durante algunos momentos hizo es-
fuerzos valientes para contener el llanto
que se desbordaba; al fin no pudo más, y
pretextando un fuerte dolor de cabeza, se
retiró á su habitación y lloró amargamen-
te el doloroso desengaño.
—Esto marcha como una seda— dijo el
viejo restregándose las manos. Ya no bene-
mos enemigos.
—¿Pero qué diablos siguifica esto?
¿Quién ha escribo esa carta?
—:¡Quién la había de escribir! Yo mis-
mo. Asuntos como éste no se confían á na-
die.
- —¡Admirablemente! Ya veo que usted
no repara en pelillos.
—El fin justifica los medios repuso el
Viejo gravemente.—Mi fin es salvar el ho-
nor de huestra casa. Dios lo ve, y mi con:
ciencia está tranquila. y
- —En cuanto á eso, la mía también. Aun-
que yo no exijo de Dios que bendiga mis
Intenciones, porque creo que le costaría |
- trabajo.
-——-No me gustan esas irreverencias
-——Ni A mi las reverencias de usted. Pero
esa divergencia de e námetirgas es ajena á
nuestro negocio. En cuanto á éste, esta-
mos conformes en que lo que urge es lograr
que Kate me acepte. Si no por - cariño —lo
que me va pareciendo bastante dificil —por
despecho. Y para esto último, la ocasión
€s pintiparada.
- —La aprovecharemos. Yo seré el pri-
mero en hablarle de tu cariño. 'Tú procu-
Ya sólo que tu condo: no desmienta mis.
palabras.
O
8 despecho de 1 btiónas espóranzas .
mostradas por Girdlestone y del estoica
semblante o con que sabía mostrarse ante el
mundo, ofionds se OA hadas en
Londres un hombre más infeliz. La for-
midable y larga lucha entablada contra el
infortunio, había triunfado de su robusta
salud y había apando por enfermarle de
cuerpo y de alma. Sas tormentos estaban
acrecentados por el esfuerzo de no dejar
traslucir á nadie el verdadero estado de
la firma. Mas.como esto era inevitableren
plazo muy breve, era preciso que antes se
lograra concertar la boda de Ezra y Kate,
único medio posible de salvación.
Lo más raro de todo era el firme con-
vencimiento de Girdlestone en cuanto á la
rectitud de su conducta. Diariamente ro-
gaba á Dios por la prosperidad de la firma,
único y exclusivo objeto de su vida, y nun-
ca se le había ocurrido que aquellas ple-
garias encerraban una contradicción sa-
crilegá' con los abominables. medios em- .
pleados.
Para Ezra esta complejidad espiritual de
su padre era sencillamente incomprensi-.
ble, y sólo consideraba á su padre como un -
redomado hipócrita. El, en cambio, :aún-..-
que igualmente falto de escrúpulos, : odia- De
ba la hipocresía, y sólo su horror, 4 lá.mi;,..
seria habíale deci lido á simular. un amor
que estaba muy lejos de sentir. Lias. virbu - *
des de Kate le parecían ridículas y la en-
contraba muy Sosa en comparación: con
las mujeres que estaba acostumbrado und
j
tratar.
Así, pues, todos sus esfuerzos eran inúbi-
les y Se contraproducentes. Unas veces
“sus galanterías resultaban estériles y otras
_rayaban en groseros atrevimientos. Un día
intentó besar la mano de Kate. El resulta -
do de este paso fué que la huérfana se con- ..
-finara en sus habitaciones y no Poe Les!
dejarse ver casi en absoluio. .,
El viejo Girdlestone creyó necesaria su |
intervención.
—Hija mía —la dijo, —es menasidn que A
no esté usted tan encerrada. Siguiendo aida |
“va usted á perder la salud
—Crea usted —repuso la joven sonrien- !
do tristemente—que me preocupa muy po-
- co perderla. | |
—A usted tal vez no; pero hay. otros á
quienes preocupa mucho. Estoy seguro de
¿que Ezra se afligirh en el alma si eso suce
diese... |
—No hay motivo. para tanto.
4 ns pue no? ¿Es usted tan eq que y
4
50 EL MILLÓN DE .
no haya visto que mi pobre hijo adora has-
ta el suelo que usted pisa?
—¡Por favor, no me hable usted de eso!
—¿Pero por qué, hija mía, por qué? Ez-
ra tendrá sus defectos, como los tiene todo
el mundo. Pero es un hombre honrado y de
gran capacidad para los negocios. Es rico
y con su actividad y su talento sabrá ha-
cerse más rico todavía.
—Vuelvo á rogar á usted que no me ha-
ble más de eso. Mi resolución está tomada
irrevocablemente, no me casaré nunca.
—Ya cambiará usted de opinión; estoy
seguro de ello. Recuerde usted que desde
que su pobre padre al morir me encargó que
velara por usted lo he hecho con toda mi
alma; que me he pasado muchas noches sin
cerrar los ojos, pensando sólo en su porve-
nir; que mi deseo más ardiente es el de ase-
- gurar su felicidad antes de morirme... ¿No
- lo ve usted eso en mi conducta? ¿Tiene us-
ted alguna queja de mí? a
—Ninguna. Es usted demasiado bueno
para conmigo.
—¡Y de esa manera me paga usted! ¡Des-
trozando el corazón de mi hijo y el mío pro-
pio!... ¡Piense usted que es mi hijo único,
- que de la voluntad de usted depende la ven-
tura ó la desgracia de mi vejez!
-—No puedo... no puedo.
—Reflexione usted sobre ello, sin em-
bargo. Piense en que el amor de un hombre
de bien no se encuentra tan fácilmente que
merezca ser tratado con ese desprecio... ¡Y,
- sobre todo, compadezca usted á este pobre
viejo que se ha desvelado constantemente
por hacerla feliz!
Después de estas palabras conmovedoras
y convencido de que no dejarían de prudu-
cir gran efecto, Girdlestone se retiró bastan-
te satisfecho de la entrevista. .
—Ahora—advirtió á su hijo—deja pa-
sar algún tiempo. No conviene importunar-
la demasiado. |
—S8i pudiera yo coger el dinero sin ella,
- maldito si pensaría en volverle á decir una,
palabra. Eso sería mucho mejor para mí.
- —Y mejor para ella todavía—concluyó el
viejo sentenciosamente.
LA HEREDERA
XIV
EL MAYOR CLUTTERBUCK SE ECHA NOVIA
Una tarde en que el digno mayor, senta-
do junto á la ventana de su cuarto, fuman-
do un cigarro y saboreando un vaso de
Burdeos, como era su costumbre en los
tiempos de prosperidad, fué sorprendido
por la más linda aparición que había con-
templado en su vida. En uno de los balco-
nes de la casa frontera á la suya, vió
una mano blanca que levantaba un vi-
sillo; una cara redonda y fresca doselada
por un cabello negro y sedoso y un par de
ojos más negros que el cabello que le esta-
ban mirando—á él, la cosa no admitía du-
da—con cierta maliciosa curiosidad.
El solterón no recordó en aquel momen-
to que tenía puesta la bata de casa y que,
en aquel traje, su facha debía tener muy
poco de aquella seducción que inmortalizó
á Don Juan Tenorio. Sólo pensó—porque
en eso pensaba siempre—en el mérito de
su persona, y por tanto, no le pareció ex-
traño, sino muy natural haber desperta-
do el interés ya que no el amor de una mu
jer, cualquiera que fuese. |
Irguió su cuerpo como para que pudiera
admirario la desconocida y envió hacia ella
una larga mirada, el más expresivo home-
naje de su galantería.
La linda cabeza, 'cuya expresión no te-
Día, á pesar de su frescura, nada de infan-
til, pareció turbarse y desapareció rápida-
mente tras el visillo. *
Al cabo de dos minutos, ó de dos minu-
tos y medio á lo sumo, volvió á aparecer,
muy formal y muy seria. Miró con profun-
do interés hacia la calle; después al princi-
pal de la casa de enfrente; Inego al segun-
do y, por último, acabó por fijarse en el
mayor. i
La desconocida, acaso por no esconder-
se otra vez, sonrió levemente; el mayor
sonrió á su vez y procuró darle á entender
con la mirada que la adoraba; que sabía co -
rresponder á las distinciones de una dama,
y hasta que era descendiente de los reyes
de Milesia.
Mucho decir era esto en una mirada; pero
f
A. CONAN-DOYLE 51
el mayor confiaba mucho en la elocuencia
de sus ojos.
La vecina, si recibió el mensaje, no pa-
reció muy disgustada de ello; pero el mayor,
envanecido por aquel primer triunfo, seguía
enviándole miradas tan fogosas, que al cabo
la hermosa desapareció definitivamente por
aquella tarde. |
Cuando von Baumserllegó encontró á su
amigo en un estado de animación extraor-
dinario. Y el mayor, que no era aficionado
á que los secretos se le pudrieran en el
cuerpo, no tardó mucho en referirle el epi-
sodio.
—Es la mujer más hechicera que he vis-
to en mi vida. |
—No lo dudo, amigo mío; pero me pare-
ce que lo toma usted con demasiado calor
para su edad.
—¡Cómo á mi edad! La edad no son los
años, querido. Un hombre como yo, robus-
to y saludable, con la ventaja de una expe-
riencia que no se tiene á los veinte años,
está en la ocasión crítica para casarse.
—¡Casarse!... ¿Pero realmente pensaría
usted en semejante barbaridad?
—No diga usted necedades, von Baum-
ser. Yo he hablado en general, y no es de-
cir que tenga ese propósito. Pero, en fin,
¿aunque lo tuviera?
—No conoce usted á las mujeres. por lo
que veo. Oiga usted un caso que me ha su-
cedido 4 mí mismo. A los veinticinco años
yo tenía una novia y un amigo. Mi novia
vivía en otro pueblo distinto del mío, y co-
Mo yo no podía ir—por razones que no son
del caso—con demasiada frecuencia, mu-
chas veces mi amigo iba á visitarla y le lle-
vaba regalos míos. Esto era muy frecuente,
porque teníamos fijada ya la fecha de la bo-
da. Pues bien, mi amigo... he de reconocer
- Que él era más guapo que yo, esa es la ver-
dad... pero, en fin, eso no quita para que
Sea una traición... El hecho es que la mis-
ha semana de la boda mi prometida se es-
capó con mi amigo y me quedé de una vez
Sin la una y sin el otro. ¡Para que se fie us-
ted de las mujeres! |
TY de los amigos! —agregó el mayor.
-—Y bien, ¿usted qué hizo?
—Una tonteria. Yale he dicho que tenía
veinticinco años. Les seguí y les dí alcan-
ce en Francfort del Rhin. Le espere á él en
la calle, le insulté y nos desafiamos. El eli-
gló la espada, porque la manejaba muy
bien; era el mejor tirador de su universidad.
Nos batimos y me abrió un agujero en el
vientre... Dos meses me costó estar en ca-
ma. Eso es—concluyó reflexivamente el
germano—lo que llaman una satisfacción.
Por mi parte no he visto nada menos satis-
factorio en mi vida. :
—Eso es ciertamente una infamia que
usted no merecía. Pero en fin, hay mujeres
y mujeres. Algunas con sólo verlas se cono-
ce que son virtuosas... ¿Usted no conoce á
Tomás Dimsdale?... Sí, hombre, un chica-
rrón muy simpático que ahora se ha meti-
do á negocios con esos bribones de Gird-
lestone...
—Bueno, pues le vi hace unos días con
una muchacha que por las trazas debía de
ser su novia. No hice más que verlos y
pensé para mí: «bien has sabido escoger,
amigo». No he visto mujer que lleve más
clara en el semblante una credencial de
virtud... Pues ya ve usted, él no será el
único que tenga esa suerte... Sin ir más
lejos, si usted viera á nuesta vecina...
_—La he visto—repuso tranquilamente
von Baumser,
—Pero hombre, ¿ahora sale usted con
esas? ¿Y qué más sabe usted?
—(Que es viuda de un ingeniero y, ájuz-
gar por la vista, que debe andar cerca de
los cuarenta. | :
, —Eso es una impertinencia. Los años
dicen menos todavía en la mujer que en el
hombre, Una mujer de esa edad...
—¿Está en la mejor ocasión para ca-
sarse?
—Todo sería que ella quisiera. Aquí don-
de usted me ve, yo mismo, Tobías Clutter-
buck, estaría dispuesto ¿hacer ese que á us-
ted le parece tan gran disparate.
El mayor era sincero al hablar así. Algo
violenta á nuestra escrupulosidad de narra-
dores el tener que atribuirle una impetuo-
sidad pocó de acuerdo con sus cualidades
de hombre de mundo; pero sabido es que
el amor se complace en hacer mangas y ca-
pirotes de la experiencia y hasta de la ló-
gica. No encontramos otra explicación.
Aquella noche el mayor durmió muy mal.
A la mañana siguiente despachó un emisa-
rio y al poco rato poseía, respecto á su her- .
mosa vecina, los siguientes datos: Que era,
en efecto, viuda de un ingeniero; que se lla- '
maba ó se hacía llamar mistress Scully y
que habitaba hacía alguna semanas en el
BAS
EL MILLÓN DE
Hotel Morrison, á uno de cuyos balcones
la había visto asomada el mayor.
Después de recibir estos informes, Clut
terbuck no hizo ninguna nueva confidencia
-á su amigo. Se vistió con mayor esmero
- aún que de costumbre, tomó su sombrero
- de copa reluciente, un par de guantes sin
- estrenar y un bastón de ébano con puño de
plata. Salió sin acordarse de decir adiós á
- su amigo, bajó la escalera, cruzó la calle y
- se encontró ante el hotel Morrison.
: —¿Está en casa mistress Sculli?—pre:
- guntó al primer criado que encontró.
—Si, señor. : y
-— —Tenga usted la bondad de decirle que
- desearía el honor de ser recibido por ella.
Aquí está mi tarjeta: «Tobías Clutterbuck,
- mayor retirado».
- Pocos momentos después se hallaba en
- presencia de la linda viuda. a oda
- Aunque en su corazón sentía una impre-
sión semejante á la que debieron de sentir
los soldados de Hernán Cortés viendo ar-
der sus naves, el saludo que hizo acredita-
ba aquella suprema distinción que era una
de sus más reconocidas cualidades.
- —Espero, señora—fueron sus primeras
yJalabras, —que perdonará usted este atre-
vimiento de mi parte. Oí decir que vivía
¿quí mistress Sculli... ne
—Ese es mi nombre, en efecto —repuso
la dama, haciendo estremecerse al visitan-
te con una sonrisa de imponderable gra».
- — ¿Y me será permitido preguntarle si
“tiene usted algún parentesco con el mayor
general Sculli, del ejército de la India?
-— —Ante todo, tenga usted la bondad de
mar asiento... ¿Mayor general Sculli, ha
licho usted?... Pues no sé qué decirle. Mi
difunto marido tenía, en efecto, un parien-
“te en el ejército; pero no he oído nunca lo
_que haya sido de él... ¿Y dice usted que ma-
yor general, nada menos? No me lo hubie-
a figurado nunca. Es
- —Era un soldado modelo, señora —dijo
el mayor con acento más elocuente.—Tan
capaz de abrirse camino á sablazos por en
medio de las filas enemigas, como de esca-
ar, despreciando todos los peligros, las cj-
mas del Elimalaya divo oliva 0d,
—¡Oh! ¿Conque tan valiente? Sa
—Cuántas veces él y yo, después de al-.
gún combate terrible, hemos dormido so-.
Jre charcos de sangre,
blaZzO...:
n el mismo campo
LA HEREDERA
de batalla. El día de su muerte, al caer par-
tido en dos por una bala de cañón, se vol-
vió hacia mi...
—¿Después de partido en dos?...
—Se volvió hacia mí—continuó Clutter-
buck imperturbable—y me dijo: «Tobi—él
siempre me llamabaasí, —Toby, yo tengo...»
Su marido de usted era hermano suyo, ¿no
es así?
—No, el Sculli que servía en el ejército
era un tío de mi esposo.
—Ya decía yo... «Yo tengo un sobrino
en Inglaterra, al que quiero como á un hijo.
Está casado con una mujer angelical... Te
los recomiendo, Toby. Prométeme velar
por la joven pareja. Protégelos...» Hstas
fueron. sus últimas palabras, señora. Al
acabarlas de pronunciar expiró. ¡Pobre
amigo mío!... Ási es que cuando, por una,
dichosa casualidad, ha llegado á mis oídos
el nombre de usted, no podía sentir tran-
quila mi conciencia hasta venir á informar -
me, comio lo he hecho. : :
Fácil es suponer la sorpresa que esta na-
rración produciría á la viuda. No podía sa-
ber que semejante pariente existiera, pues-
to que había sido creado por la fértil fanta-
sía del mayor; pero existiendo la posibili-
dad de que el tío de su esposo hubiese
llegado á general, le era grato darlo por
hecho, ateniéndose á los informes de Clut-
terbuck. El difanto ingeniero había sido de
humilde cuna, y este inesperado hallazgo
de todo un mayor general en la familia, sa-
tisfacía la vanidad de la viuda, muy afició-
nada á figurar en sociedad.
— ¡Pobre amigo! —repitió el veterano en
tono conmovido. —Eramos como dos her-
manos, señora. Y era un hombre como no
«se encuentra otro. «Clutterbuck —me dijo :
un día el general en jefe, —me preocupa.
mucho el que podamos tener una guerra
.en-Europa. No, no hay nadie que me me-
rezea confianza». «Mi general—le repliqué,
-—no diga usted eso. Estando ahí Scully...»
«Es verdad. Scully sería nuestro hombre».
Y tan convencido estaba que cuando le ;
vió morir con la cabeza abierta de un sa-
N
—¡Cómo! Me pareció oirle decir que lo
había matado una'bala de cañón. .
—$í, señora. ¿Usted sabe las heridas que
recibió al mismo tiempo? Como que se ha-
,llaba en lo más recio de la pelea, luchando -
cuerpo á cuerpo. ¡Ab! Era un león, un ver-
A. CONAN-DOYLE
- dadero león, señora... Y sobre todo les que-
ría 4 ustedes de un modo... Si él hubiera
abrigado la seguridad de que yo tendría la
suerte de encontrar á usted como al fin la
encuentro, habría muerto tranquilo.
—Es extraño, sin embargo, que nunca,
mientras vivió, quisiera hacernos conocer
su existencia.
Esta observación hubiese desconcertado
á otro menos avisado que el mayor. Pero
la fecunda imaginación de éste halló en se-
guida, la respuesta.
—¡Ah, señora! Sin saberlo ha tocado us-
ted al dolor que minaba su existencia. Esa
misma observación le hice yo muchas ve-
ces y siempre me respondió lo mismo: «(Qué
quieres, Toby: es un secreto que se enlaza
con el lustre de mi familia. Hasta que ce-
sen las causas que me imponen este dolo-
roso silencio, no debo dar noticia alguna á
mi hermano.»
— Sobrino —rectificó mistress Scully.
—Sobrino, eso es... Y como yo sé por ex-
periencia los secretos que se nos imponen
á veces á los que somos de ilustre linaje...
—¡Es extraordinario! ¿Qué secreto po- '
dría ser ese?
—Lo ignoro, señora. Sin duda por ser
secreto no quiso revelárselo á nadie.
—Es verdad. De todos modos, mayor
-Clutterbuck, yo le agradezco muy de veras
las noticias que me da sobre ese pariente,
cuya existencia no sospechaba siquiera.
¡Vea usted lo que son-las cosas! Tan ajena
como estaría yo de sufrir una desgracia de
familia á la hora en que mi pobre tío mo-
ría partido en dos de un cañonazo... En fin,
mayor, repito que no tengo palabras con
qué agradecerle...
- —Nada tiene usted que aja decctció: se-
ñora. Ya estoy sobradamente recompensa»
do con el honor de poderla ofrecer mi amis-
- tad y con el placer de contemplar de cerca
ese hechicero rostro que ya había a, Imira-
do de lejos.
No sabiendo qué contestar á esta i inespe-
rada galantería, misbress Soully sonrió dis-
—cretamente.
-—Y ahora, señora, sólo me resta añadir
- que deseo y espero que usted me haga la
honra de utilizarme en su servicio para
cualquier asunto que sea. Generalmente
una señora sola siempre tiene necesidad
de alguien que la aconseje, informe 6 auxi-
mayor á
| q en todo md dani á negocios.
—¡Oh, mil gracias, mayor! Verdadera-
mente, desde que murió el pobre Jack, los
pocos negocios que me interesan andan
siempre manga por hombro. No será muy
difícil que yo solicite el consejo de usted en
alguna ocasión. Siempre he tenido que va-
lerme de agentes que se han cuidado más
de su provecho que del mío.
— ¡Digo! Valientes pícaros están esos
agentes.
—Ahora mismo, precisamente, no sé '
cómo colocar las quince mil libras del se-
guro del pobre Jack.
—¿Quince mil libras? Eso está resuelto
en seguida, Setenta y cinco libras al año,
al cinco por ciento. de
—No sé, no sé... Hace poco he colocado
dos mil al siete por ciento. : |
—Entonces es usted un águila para los
negocios. se
—Mucho.menos que eso, mayor. Las po-
bres mujeres no servimos para nada,
—Aunque sólo fuera desde que la conoz=
co á usted, tendría que pensar todo lo con=-
trario—repuso galantemente el mayor to-
mando su sombrero.
Y después de tomar la venia de la viuda
y de varias reverencias capaces de hacer la
Srta de un cortesano, el mayor salió -
- del hotel encantado del éxito de su AER
- tagema.
—¡Cada vez más admirable, amigo mío -
—decía poco después á von Baumaser al re=
ferirle la visita.—Con una cara como esa y
además con dinero que no sabe cómo co»
locar... El hombre que le haga tilín ya
puede decir que ha hecho un negocio e
dondo.
—Vamos, que antes de nada me voy á
ver apadrinando la boda de mi excelente
amigo Clutterbuck.,
_—Lo malo será que no Did ell a, que
lo que es por mi...
Á pesar de esta duda, más aparente que
real, aquella noche el mayor durmió bien
y soñó que se casaba con la viuda vestido
de mayor general y apadrinado pon Sus
abuelos los etica! de cmd da
e foblnna Dnoeló sonreir ahdta: á pa
dos bohemios. Desde la famosa visita del
á la viuda Scully se había podid
A ds
A
«8
pd | EL MILLÓN DE
rodear de un lujo que le era desconocido
desde largo tiempo. El conde, su tio, se
había dignado acordarse de él á la hora de
la muerte, y le había legado una pequeña
renta que, unida á lo que le quedaba, le
ponía á salvo de las preocupaciones por el
día de mañana.
Von Baumser también participó de aque-
lla prosperidad creciente. Había encontra-
do colocación en una casa de banca y con-
tribuía así al bienestar de que ambos se ro-
deaban.
Cierto día fueron sorprendidos por la lle-
- gada de la criada, que traía sobre una ban-
deja una pequeña carta envuelta en un so-
bre de color de rosa, dirigido á á Clutter-
buck.
—Es de una mujer —gritó von Baumser.
—¡Oh, afortunado mortal!
-—————Es para usted lo mismo que para mí.
- Mistress Scully nos invita á pasar la «soi-
rée» en su casa el Inartes próximo. Habrá
baile.
— ¿Irá usted?
.. —¡Pues no faltaba más! Y usted tasibión.
Ahora mismo le vamos á contestar PR:
bando. |
Llegado el gran día, con el mismo cui-
- dado que hubiese puesto para una revista
- de inspección en los tiempos que ceñía es-
- pada, el mayor se contempló al espejo per-
- feccionando el nudo de su corbata, y satis-
fecho de sí mismo, se sintió capaz de con-
- quistar el mundo.
- Von Baumser, vistiendo un traje algo
- pasado de moda, se hallaba sentado en el
- borde de la camas mirando con envidia la
_Irreprochable «mise» de su compañero.
—Le sienta á usted admirablemente—
exclamó, aludiendo al traje del mayor.
——Está hecho en casa de Poole—respon-
dió aquél con negligencia... —¡Pero hom-
bre, que lleva usted la corbata debajo de '
la oreja izquierda! Eso será muy original,
- pero no me parece lo más á propósito.
-. —Es que si me la pongo derecha, no se
me verá bajo la barba. Sin embargo, si us-
- ted cree que no debe verse, la esconderé,
-—¡Diablo! Hay un diluvio de coches á la
puerta. Todas las habitaciones están ilumi-
_ nadas y se oye ya templar los instrumen-
tos. En marcha ahora mismo.
- —En marcha, pues. :
Y salieron precipitadamente. El mayor
$ iba dd A ote aquell misma no-
LA HEREDERA
che; el alemán resignado á aburrirse en ob-
sequio de su amigo.
Mistress Scully, luciendo un magnífico
traje de seda negro con encajes, estaba á la
puerta del salón.
Estaba seductora, verdaderamente he-
chicera, haciendo los honores de la casa.
Eso fué, al menos, lo que pensó el mayor
al acercarse á ella y estrechar su mano.
—Permitame usted que le presente á mi
amigo von Baumeser.
La viuda tuvo una sonrisa que ganó por
completo el corazón del germano.
, La fiesta no carecía de animación ni de
variedad en los bailes. Los valses sucedían
á las polkas y las mazurkas á los valses,
con una rapidez que extenuaba á las pare-
jas y ponía 4 prueba la resistencia de los
músicos. |
- No faltaba el salón de juego, donde la
viuda, el mayor y otras muchas personas,
de las menos jóvenes se retiraron huyendo
del aturdimiento del baile.
Después de haber jugado, hablado y reí-
do, fueron á cenar. El lugar estaba ya in-
vadido por los del baile, lo que produjo al-
gún desorden, pero en cambio dió al traste
con toda ceremonia y contribuyó á aumen-
tar la animación.
El mayor no perdió la menor ocasión ns
ganar terreno en el corazón de la viuda.
Empezó por preguntar á voces al capitán
Tuck, colocado al otro extremo de la mesa,
si había conocido al mayor general Scully;
y al contestarle negativamente, discurrió
dando rienda suelta á su fantasía sobre los
inseparables méritos del imaginario gene-
ral. Acabada la cena, los jóvenes volvieron.
á sus bailes y los jugadores á sus cartas; el
mayor se dedicó con más asiduidad que an-
tes todavía, á la conquista de la viuda.
—Me parece, mayor, que siente usted
demasiado calor aqui.
-—Un poco, en efecto.
—Hay una habitación donde podría us-
ted hallarse más fresco y de paso fumar un
cigarro.
- —Con mucho gusto iría... pero sería si
viniese usted también.
—Imposible, mayor. Pertenezco á mis
convidados.
—No haga usted caso. Ya se > atienden
ellos los unos ¿ los otros. Ae
—Sin embargo...
—Créame usted. Se ha ivtigado usted
A. CONAN-DOYLE a 55
demasiado y necesita descansar un poco.
Y al mismo tiempo el mayor abrió la
puerta de un modo tan galante, que mis-
tress Scully no pudo negarse á pasar.
La viuda se sentó en el extremo de un
- canapé y el mayor en el otro extremo. Ima-
gínese cómo estaría el inflamable veterano.
—Encienda usted su cigarro.
-—Temo que el humo...
——No me molesta. Al contrario, me gusta.
El mayor entonces sacó un cigarrillo de
su pitillera de plata, mientras su amiga en-
cendía y le presentaba una cerilla.
—Para la que vive tan sola como yo es
un placer sentirse siquiera alguna vez ro-
deada de amigos.
—¡Sola! —dijo el mayor aproximándose.
—Para soledad la mía. Si me muriera esta
noche no habría nadie en el mundo que se
preocupara de ello.
—;¡Oh, calle usted, por Dios!
—Es la pura verdad. Y sin embargo, no
me quejo de la suerte, porque estos últimos
tiempos han traído para mí alegrías que me
eran desconocidas y que no se borrarán ja-
más de mi corazón. Y sin embargo, acaso
es imprudente entregarme á ellas, porque
si mis esperanzas se desvaneciesen, la so-
ledad me sería más insoportable que nunca.
El mayor se detuvo acometido por una
tos nerviosa mientras que la viuda perma-
- hecía en silencio, con la mirada fija sobre
los dibujos de la alfombra. E
—Esas esperanzas—continuó el mayor
en voz baja, inclinándose adelante y to-
mando una de las blanquísimas manos de
la viuda, — esas esperanzas consisten en que
Usted se apiade de mí, en...
—¡Por fin le encuentro á usted! —gritó
- €n aquel momento von Baumeser, asoman-
Ao su roja cabeza y sonriendo regocijada-
- mente.
- —¡Vayausted al diablo! —rugió el mayor
levantándose bruscamente. A
La cabeza del alemán desapareció como
por ensalmo. :
— Perdone usted la vivacidad de mi len-
guaje—continuó Clutterbuck,—es que mi
emoción era demasiado fuerte... ¿Quiere us-
- bed ser mía, Lavinia? Yo soy un viejo sol-
. dado algo rudo, que sólo puede ofrecer á
usted un corazón que le será fiel hasta la
Muerte. ¿Quiere usted hacerme dichoso
- Siendo mi mujer? ;
Al decir esto trató de pasarle el brazo
por el talle; pero ella se levantó vivamente
y se le quedó mirando con una sonrisa en-
tre maliciosa y triunfante.
—Oigame usted, mayor. Yo soy una
mujer muy sencilla y muy franca, y viuda
de un hombre también muy franco y muy
sencillo. Así, pues, hablemos sin rodeos.
¿Usted viene por mí ó por mi dinero?
El mayor quedó tan sorprendido de esta
pregunta á quemarropa, que no supo al
pronto qué contestar; pero como hombre
acostumbrado á vencer situaciones difíci-
leg, no tardó en reponerse.
—Por usted, y sólo por usted—replicó,
—y aunque no tuviera usted un céntimo
me sería lo ¡nismo.
—¡Cuidado con lo que se dice! ¿No ha
oído usted hablar de la quiebra del Banco
de Agra?
—No; ¿por qué?
—Porque todo cuanto yo poseía estaba
depositado en ese Banco.
Segundo golpe de sorpresa contra el ve-
terano; pero ahora lo pasó más rápida:
mente. :
—Lavinia—exclamó con solemne acen-
to, —usted ha sido franca conmigo, y á fe
mía que yo voy á serlo con usted. Hace
algún tiempo yo estaba casi en la miseria;
entonces la hubiera querido á usted á la
vez por su dinero y por su persona. Afor-
tunadamente hoy tengo una modesta ren-
ta y muchas esperanzas de aumentarla,
Usted dice que ha perdido su dinero; yo
le digo que tengo bastante para los dos.
_Una sola palabra de usted y todo arre-
glado. |
—¡Cómo! ¿Me quiere usted sin el di-
nero? E En
— ¡Claro que sí! ¡Voto al chápiro! —gri-
tó Clutterbuck enlazando de nuevo el talle
de su amiga, que esta vez no opuso la me-
nor resistencia. A :
—¡Qué mala costumbre es esa de los
votos y los juramentos! —dijo la viuda.—
Ahora que ya tengo derecho le voy 4'echar
un sermón á propósito de eso.
—Todos los sermones que sean menes-
ter, mientras esos ojos me estén mirando
así. 7 ds | :
—Pues bien, Toby. Si quiere usted ser
- mi marido es menester que sea usted muy
bueno. En primer término, que deje en ab-
soluto el billar. : IÓ
—El billar! El caso es que para mí 10:
56 : ) EL MILLÓN DE
presenta una rentita de tres á cuatro li-
bras por semana.
—No importa. Ni billar, ni cartas, ni
apuestas en las carreras. Es necesario que
Toby se porte en adelante como corres-
ponde á un distinguido militar.
—Eso estaría muy bien; pero si dejo
eso, que hoy por hoy es mi profesión, ¿de
qué ha de vivir un militar distinguido, y
sobre todo la mujer de ese militar distin-
guido?
—Ya nos arreglaremos, amigo mio,—
contestó ella con una maligna sonrisa. —
He dicho antes que toda mi fortuna esta-
ba depositada en el Banco de Agra.
—¡Razón de más!
—Es que no he dicho que la retiré antes
de la quietra. Querido Toby, ha sido una
crueldad intentar esta prueba, lo reconoz-
co; pero no he podido resistir la tentación.
Toby tendrá todo el dinero que necesite,
sin necesidad de recurrir al juego; vivirá
E tranquilamente, contará sus guerras y sus
- viajes y hará lo que le plazca sin que na-
die se lo estorbe.
—¡Bendita sea esa boga! —exclamó con
verdadero fervor el bohemio, inclinándose
para abrazar á Lavinia, y no pudiéndose
- contener una lágrima al verse arribar á
Puerto después de Tas tempestades de la
vida.
- —Ni billar, ni cartas, sin embargo, por
- espacio de tres meses. Voy á pasar una
temporada en el Hampshire, con unas pri-
mas que están en el campo, y durante ese
- tiempo no me ha de ver usted, , 2unque sí
- consiento en que me escriba. Si al volver
_me da usted palabra de honor de que ha
renunciado á sus malas costumbres, en-
bonces....
— -¿Entonces?.... de
—Deje usted que llegue y lo verá. do
ahora no sigo aquí ni un minuto más. ¿Qué
E e van á decir mis convidados?
Y se fué, viva y ligera como una avispa, .
E mientras el mayor permanecía como arro-
bado, sintiéndose mejor de lo que había
sido desde que al embarcarse para las In-
dias recibiera a último abrazo de su ma- :
: dre.
Como codo en el mundo 8 de tener in,
también lo tuvo el baile de mistress Scully. | A
- res, y que volvía una vez más con un po- 388
Cuando los últimos invitados salían, esta-
ba amaneciendo. :
( TR, usted, mayor—decía vc von Baum- e
LA HEREDERA
ser á su camarada mientras bajaban la es-
calera. —¿Le parece á usted conveniente
enviar al diablo á un hombre como yo? Le
advierto á usted que eso me ha ofendido
mucho.
—Perdón, amigo mío—repuso Clutter-
buck estrechándole efusivamente la mano.
—Por todo el oro del mundo no quisiera,
haberle dado ese disgusto; pero ¡qué dian-
tre! si alguna vez llego yo á entrar en una
habitación en que esté usted pidiendo su
mano á una mujer, le permito á usted
apostrofarme con las palabras más violen-
tas y dichas en ademán que, aunque sig-
nifiquen lo mismo, suenen peor.
— ¿Pero qué? ¿Ha pedido usted su mano?
—preguntó el germano olvidando instan-
táneamente su resentimiento. *
— $.
—¿Y ella la ha concedido?
— Sí,
— ¡Magnífico! ¡Magnífico! Eso merece
que lo celebremos bebiéndonos algunos va-
sos por el futuro matrimonio.
—Ya lo haremos; pero _por de pronto
vámonos á dormir... Sí, señor; es uba mu-
jer que vale mucho y además Juega al
«whis» de una manera portentosa. |
Y después de este singular elogio dió
as buenas noches á su cala de y Se retiróá.
su cuarto.
XV
- EN LA TABERNA DEL GALLO Y EL CUCLILLO
El cometido de Tomás Dinsdale, no ca-
recía ciertamente de trabajo. Además del
que prestaba en la oficina se veía obligado
á pasarse muchas horas en los muelles vi-
- gilando la carga y descarga de los barcos
de la firma. Esto, después de todo, era lo
que más le agradaba, porque le libraba
algunos ratos del sombrío encierro de la
oficina y le permitía respirar el aire libre |
en la ribera del Támesis,
Cierta mañana, hallándose en el puerto,
vió llegar y echar el ancla al famoso «Agui-
la Negra», que ya conocen nuestros lecto-
deroso cargamento. Í
. La ae $ cordialidad de Tom: han
l
A. CONAN-DOYLE e
bían sido muy del agrado del viejo Miggs,
que, por consiguiente, recibió con las ma-
yores muestras de amistad al joven socio
de la casa Girdlestone cuando e vió subir
á bordo.
- — Que me retuerzan el pescuezo—fué su
Saludo— si no está usted cada día más fuer-
le y más saludable. Bien se conoce que no
ha palo usted por Fernando Póo y que
- Sús pulmones uo han respirado las nieblas
del Gabón,
¿ —Usted ute está mal del todo, ca-
-pitán.
-—Vamos tirando. ;
- —Podemos empezar en seguida la des-
Carga, ¿eh? ¿Quiere usted hacer levantar
la escotillas?
— Eso no es de mi incumbencia. A. ver,
Mac Pherson; haz andar listos á tus esco-
Ceses. Yo ya he hecho bastante, me pare:
Ce, con traer desde Africa esta criba que
dicen que es un barco. Justo es que des-
canse un poco al llegar al puerto.
Mac Pherson, el segundo, era un esco-
céós corpulento, rubio, barbudo. .
—Yo me encargo de todo—dijo.—Pue-
> de usted saltar á tierra é irse donde le
plazca,
—Al Gallo y el Cuclillo, desde luego.
Mister Dinsdale, cuando acabe usted á ver
si viene á
el camino.
Y cuando vió que era aceptada su invi-
tación se despidió y saltó á tierra.
+ Durante casi todo el día, Tom perma-
! neció en las escotillas comprobando el car-
gamento, mientras que Mac Pherson, con
Sus numerosos auxiliares, obreros del mue-
lle, marineros y negros de la costa, traba:
e y sudaban en Lol profundidades del
avio, |
- Cuando todo acabó, lol y Mac Pher-
on se dirigieron al lugar designado por el
Capitán.
Después de cruzar innumerables pee
Juelas, sucias y borbuosas, se detuvieron
Ante una taberna.
-, —Por aquí—dijo el escocés, que eviden-
temente no Apo entonces su den vi-
ita. |
Y empujando una puerta entró en el lo-
cal, lleno de gente, donde el olor de las
debidas espirituosas y de las miserias hu-
Menas noia á Lora, aún más nausea-
á beber un vaso de vino conmigo.
tú, Mac Pherson, ven con él y enséñale
bundas que los efluvios de la sentina del
buque.
—¿Está ahí el capitán Miggs?—pregun-
tó Mac Pherson á una mujer que se halla-
ba tras el mostrador.
—£$í, señor. Está con un amigo, pero me
ha dicho que pasen ustedes.
Y franqueando una puerta y subiendo
una empinada escalera, les condujo á'una
habitación. donde les esperaba el lobo de
mar.
Este se hallaba semitendido en una me-
cedora, con los pies sobre la repisa de la
chimenea y un gran vaso de rom y aguar-
diente al alcance de la mano. Enfrente de
él, en un asiento análogo al suyo, y con un
vaso también semejante al suyo, estaba
nuestro antiguo conocido von Baumser.
En calidad de empleado de una casa de
Hamburgo, el alemán había frecuentado -
el trato con los cargadores de la costa de
Africa y había intimado especialmente con
el bravo Miggs, que era un hombre muy
sociable en sus ratos de relativa sobriedad.
—Adelante, caballeros, adelante. Sién-
tense ustedes. Aquí les presento á mi ami-
go von Baumser, empleado de la casa
Eckerman. :
—Y este caballero, según creo, es mís-
ter Dimsdale—-dijo el alemán estrechando
la mano de Tom.—He oído muchas veces
hablar de usted á mi buen amigo el Roa |
Clutterbuck.. ,
—Abh, el veterano Clutterbuck. Le co- A de
DOZCO mucho.
— Llénense ustedes los vasos — dijo
—Miggs alargando la botella. —¡Pardiez , ami. |
go Mac Pherson! Hace dos días, á fe, que
no pensábamos encontrarnos aquí ahora.
—Ya lo creo que no—repuso el segundo
.“apurando de un trago el pasas de su |
- —¡Voto al demonio! Un:mar verdadera=
mente asqueroso, mi palabra. Y el conde-
nado barco se llenó de agua que no podía ay
levantar cabeza. Las olas nos pasaban por
encima y habíamos perdido ye cuanto a
puede perder. *
—Seguramente ahora se le hará un buen
arreglo —observó Dimsdale. Poo
- El capitán y el segundo soltaron bm o
tiempo la carcajada.
- —Un buen arreglo, ¿eh, Mac Pherson? :
Y que se acucid la A reducida á una mi
seria...
58 EL MILLÓN DE
—¿Cómo es eso? No querrán ustedes de-
cir que cobren más cuanto peor esté el
buque.
—Ha puesto usted el dedo en la llaga.
Entre amigos no hay por qué guardar se-
cretos. Le dije al principal en todos los to-
nos que era menester reparar el barco; y
¿sabe usted lo que me contestó? «Muy
bien, se reparará; pero entonces reduciré á
tanto el sueldo de usted y á tanto el del
segundo.» Entonces éste y yo nos consul-
bamos y dijimos que valía más el riesgo -
con quince libras que la seguridad con doce.
—¡Pero eso es escandaloso! —exclamó
Tom indignado. |
—Pues es el pan nuestro de cada día. Y
lo será mientras se puedan hacer combina-
ciones con los seguros. Cuando hay barcos
viejos que comprar y agencias que los ase-
guran en mucho más de lo que valen, pue-
den ganarse los miles como agua. Conozco
un tal Arcy Campball que se pinta solo pa-
ra el caso. No hay otro en todo Liverpool
que sepa irse á 1 como él.
—¿Irse á pique |
—Como usted lo oye. Se metía en el
Canal cuando hacía niebla, y gobernando
hacia las luces de los otros barcos si los
veía ó guiándose por la sirena, iba al cho-
que, y ¡cataplún!... Era un bonito juego,
ya lo creo. Media columna en los diarios
-. ensalzando su heroica conducta y algún
que otro artículo de fondo hablando de los
lobos de mar británicos y de las catástro-
fes inesperadas. Una vez hasta llegó á ha-
cerse una suscripción á favor suyo. ¡Ja, ja!....
—¿Y qué ha sido de esa estrella británi-
- ca? —preguntó el alemán. e
- —Creo que ahora está mandando un pa-
quebot. : ; SO
—¡Cáspita! Ya me guardaría yo de hacer
Una travesía con él. a EA i
- —Ñ—Pues sí, esos negocios se hacen de
muchas maneras. Se carga de grano un
barco que no sea muy resistente. A muy
- poca agua que entre—y eso no puede me-
os de suceder en un barco de ese género,
—el grano se esponja, se esponja hasta
que las junturas de las tablas ceden... y
buenas noches. También suelen .emplear
el gas de hulla para que se prenda fuego á:
bordo de los barcos de vapor. O los acci-
dentes de la hélice... Eso es muy socorri-
- do; buque hay que sale del puerto con la
_ hélice aserrada casi por completo.
O
—bira.
LA HEREDERA
—Yo no puedo creer, sin embargo, que
míster Girdlestone aliente semejantes
COSas. |
—Porque su juego consiste simplemen-
te en esperar. El no hace hundir los bar-
Cos; se contenta con no repararlos jamás,
y asegurarlos á un tipo muy alto. Lo de-
más lo confía á la providencia. Ya ha he-
cho muy buenas jugadas por ese procedi-
miento. La pérdida del «Belinda», por
ejemplo, le valió más de cinco mil libras.
En cuanto al «Sockotoo», vaya usted á sa-
ber, no se ha vuelto á saber más ni de él
ni de la tripulación. Se hundió en alta mar
sin dejar rastro.
— ¡La tripulación también! —exclamó
Tom horrorizado.—¿Pero y ustedes mis-
mos, entonces? |
—Ah, nosotros estamos ya pagados por
el riesgo —repuso el marino encogiéndose
de hombros.
—¿Pero y los inspectores del Gobierno?
—¿Esos? Ya habrá visto usted mismo
cómo cumplen con su deber.
Tom estaba consternado por lo que oía.
Si Girdlestone se entregaba á tan abomi-
nables negocios ¿de qué no sería capaz?
¿Quién podía confiar en el cumplimiento
de sus promesas? Este pensamiento se cla-
vÓ como una espina en su espíritu mien-
tras oía las revelaciones del marino. Pues
todavía le quedaba algo peor que escuchar.
—A propósito de Girdlestone—dijo de
. repente el alemán.—Voy á decirles algo que
probablemente no saben ustedes. ¿Tienen
ustedes noticia de que su hijo está á punto
de casarse? A Y
—¿Con quién?—preguntó Dimsdale con
vehemencia. | ,
—No sé el nombre de ella. Sólo he oído
decir que es una ahijada ó pupila de su
padre. A eS :
—¡Cómo!—exclamó Tom levantándose
bruscamente.—Eso no puede ser verdad.
¡No querrá usted referirse á mistress
Harston? a a 7
—Precisamente; mistress Harston; ese
_es el nombre que me han dicho.
— ¡Mentira! Eso es una infame men
—Es posible—replicó serenamente von
Baumser.—Yo sólo digo que lo he oído de
quienes deben estar muy enterados.
—Si fuera cierto, sería la más negra in
famia que se haya cometido en el mundo
.
A. CONAN-DOYLE l 59
Ahora mismo voy á saberlo. ¡Juro á Dios
Que lo sabré.
-_ Y sin esperar más razones, Tomás salió
disparado de la taberna.
En la calle vió un coche de alquiler.
- —¡Cochero! Eccleston Square, 60. A es-
Cape. Habrá propina. El automedonte su-
16 de un salto al pescante y azotó fiera-
- Mente las costillas de su jamelgo, que partió
á todo el correr que permitían sus mengua-
das fuerzas.
Como puede suponerse, aquella súbita
desaparición llenó de sorpresa á los amigos.
o —Vaya una viveza de genio—observó
Mac Pherson.—Va como un barco de vela
delante de una tempestad.
-—Ahora recuerdo—dijo von Baumser—
haber oído á mi amigo el mayor que había
Visto á este joven acompañando á esa mis-
bress Harston.
as —Entonces es que está celoso —exclamó
úigos. — También yo lo estuve en mis
- Mlempos. Pero no quita para que se diga si-
-Qliera: «Con permiso de ustedes» ó«Buenas
_Doches, caballeros». La educación es la
educación. - |
.._—0h, amigo mío—replicó el tudesco.—
'n hombre celoso merece disculpa. Estoy
Seguro de que no ha querido ofendernos.
A pesar de esta seguridad, Miggs no se
daba por convencido y fué preciso que sus
Compañeros le hiciesen disolver en un río
e aguardiente los implacables resquemo-
tes de su buena educación.
XVI
RUPTURA DE HOSTILIDADES
. Ezra proseguía empeñado en la conquis-
ta de Kate, redoblando para con ella toda
clase de atenciones y procurando antici-
- Darse á sus deseos. Ne
Pero la joven no cedía lo más mínimo.
un admitiendo la perfidia del Tom de
hoy, recordaba el Tom de otro tiempo y
Su corazón le permanecía fiel en absoluto.
-. Algunas veces la bondadosa alma-de la
_*JOven impresionada por el aparente sufri-
Miento de Ezra, le dirigía algunas palabras
Amables que él tomaba por indicios de un
Próximo cambio, |
Un día su padre le llamó á su despacho.
—He recibido un aviso señalándome un
plazo perentorio para el pago de algunos
créditos considerables. Es menester acele-
rar á toda costa el asunto.
—No se puede coger la fruta sin que
madure.
—Madura ó no, es menester cogerla.
Ahora mismo está Kate en el comedor.
Aprovecha esta ocasión que puede ser de-
cisiva. Ve y que Dios te proteja.
—Por mí no ha de quedar. Allá voy.
Al verle aparecer con algo de singular
y de sombrío en la actitud y en la mirada,
Kate no pudo menos de inquietarse.
—Va usted á llegar muy tarde á la ofi-
cina—ledijo intentando aparecer serena.—
Son cerca de las once.
—Hoy he decidido no ir. Vengo aquí
resuelto á conocer mi suerte de un modo
definitivo. Kate, usted sabe que yo la amo.
Si consiente usted en casarse conmigo seré
dichoso. ¿Qué me responde usted?
Kate, que le había oído, con la vista
fija en el suelo, levantó la cabeza y fijó en
él su mirada franca. poo
—Renuncie usted á esa idea —respondió
con voz amable, pero firme.—Yo le agra-
deceré siempre ese cariño; podré pagarlo
siendo para usted una hermana; pero ja-
más otra cosa. :
- —¿Jamás?—replicó Ezra con voz recon-
centrada. —¿Usted sabe que hay muchas
mujeres que se juzgarian dichosas si yo las
dijese lo que le digo á usted?
. Asemejante impertinencia la joven son-
rió levemente.
—Buen remedio; vaya usted á ellas.
Aquella sonrisa hizo estallar la cólera de
Ezra. | Sl
—Ya sé, ya sé; usted no me quiere por-
que está encaprichada por ese necio que le
ha dejado á usted por otra. |
- —¿Con qué derecho se atreve usted á
hablarme de ese modo?—exclamó Kate le-
vantándose indignada. : OS
- —Harto sabe usted que es cierto. ¿Qué
sentimientos de pía estimación tiene usted
para humillarse así á un hombre que la.
desprecia y que se porta como un can alla?
—Si estuviera él aquí no hubiera usted
pronunciado esas palabras... Y además, yo
no creo que él me haya engañado.
Y como iluminada por una inspiración
repentina añadió:
BL MILLÓN DÉ
060
—Lo que creo más bien es que usted y su
padre han tramado una conspiración para
hacerme romper con él.
Acaso el semblante de Ezra, descom-
puesto por la cólera, había dado á la huér-
fana esta súbita percepción de la verdad. Y
cuando vió su rostro ensombrecerse aún
más ante la acusación, su corazón se inun-
dó de alegría porque comprendió que había
adivinado.
—No puede usted negarlo—gritó, chis-
peante la mirada. —El no me ha engañado;
me ha sido siempre leal y yo no he dejado
ni dejaré de amarle. .
— ¡Oh! — rugió Ezra > Aclanilin un
paso con una expresión de diabólica mal-
dad en los ojos. — Pues ese amor le ha de -
hacer á él más daño que provecho. Vere:
mos cuál de los dos gana la partida. Vere-
MOS...
Y en el paroxismo de la cólera, i incapaz
de articular una palabra más, giró rápida-
mente sobre sus talones y abandonó la es-
tancia.
En seguida fué en busca de su padre y
permaneció encerrado con él más de una
hora.
Lo que en esta conferencia trataron na-
die lo supo jamás. Pero desde entonces se
- observó en ellos un cambio indefinible. So-
“bre sus frentes seextendían como una som-
bra y sus miradas se huían mutuamente
como para ocultar la obsesión de un pen-
samiento fijo y terrible.
Después de la marcha de Ezra, Kate per- -
'Manecía en el comedor. Estaba segura ya
de la lealtad de su amigo, y esta seguridad
la llenaba de alegría. Por otra parte, la
figura de su tutor se le había hecho de re-
- pente odiosa. La hipocresía del padre le
parecía más aborrecible aún que la violen-
cia del hijo.
Pensando en esto. estaba orando, lab de
su tutor delante de .
e vantar la vista, vió á
ella. $
—¡Muy bien AS y el viejo
-cruelmenteirónico.—Bien recompensa us-
ted los cuidados y la aplMcción: agus: Abe
al amigo de su padre. |
-—Mi único deseo es renunciar 4 esa,
protección y abandonar esta casa. Usted
me ha engañado pérfidamente respecto á
Tomás Dimsdale... Y eso ha ma una ib= >
¡IDA
cierto apenas. podía creer aquel
LA HEREDERA
arranque en una muchacha siempre tan
dulce y tan sumisa.
— Cualesquiera que sean mis faltas, Dios
sabe que mis intenciones son buenas. Si
he luchado contra esa inclinación amoro-
sa, ha sido por el propio bien de usted. -
—¡Oh, ya no me dejaré engañar máal
Porque ahora quiero saber la verdad com-
pleta, de él solamente, de su propia boca.
— ¡Silencio! —gritó rudamente Grirdles.
tone.—Usted olvida su situación en esta
casa, y será fuerza que yo se la haga recor-
dar. Esta misma tarde saldrá usted con-
migo para el Hampshire. Allí he tomado
una casa de campo donde permanecerá us-
ted hasta que haya desechado esas ideas
románticas y perturbadoras.
—Entonces no saldré de ella nunca.
—Eso dependerá de usted-—repuso el
viejo volviendo la espalda.
Desde la. puerta se volvió para, añadir
aún con voz solemne y los brazos levantas
dos al cielo:
— Que Dios le perdone el daño que ha
causado usted en este día.
A las tres y media un coche se detuvo
á la puerta. Subieron á él las maletas, ya
prevenidas; acto seguido Girdlestone orde-
nó nuevamente á la joven subir al vehículo,
y sentándose á su lado mandó emprender
la marcha.
Aquella misma tarde otro coche se de-
tuvo ante el 60 de Eccleston Square y des-
cendió de él un joven con la vista extra-
viada y la ansiedad impreña en el sem-
blante.
—-¿Está en casa mister Girdl lestono? A
preguntó á. la sirviente que le abrió la
puerta.
—No señor.
—¿Y mistress Haeldno |
— Tampoco. Los dos se han arch
hace un rato.
—¿A qué hora volverán? |
—No vuelven por ahora. Van á past
una temporada en el campo.
. —¡En el campo! ¿Dónde? |
-—No han dicho dónde. Siento no serl
- á usted más útil, Buenas noches, caballero.
Y cerró la puerta, riéndose maliciosa-
mente de la co pega del J9Nen. |
A. CONAN-DOYLE 4 61.
La sirviente que tan mala noticia 'aca-
aba de dar á Tom, llamada Rebeca, era
doncella de Kate. Había estado en la
asa y continuaba en ella por imposición
e Ezra, que gustaba á ratos de su lindo
Palmito y del cual estaba ardientemente
thamorado. Tenía unos furiosos celos de
sate, y de aquí el que se alegrara de todo
0 que podría ser un mal para. ella. Por eso
Se habia complacido en responder negati-
Var á las ansiosas preguntas de To-
ÁS.
Oyendo estaba todavía el paso del joven
Que se alejaba, cuando oyó otro paso más
Yo que se dirigía hacia ella y sin duda
Conocía, puesto que pareció impresionarla
Vivamente. :
El vestíbulo estaba mal alumbrado por
l gas y la joven estaba envuelta en la pe:
Mumbra. Al divisar vagamente su silueta,
UZra, que era el que llegaba, lanzó una ex-
clamación de sorpresa. pude
- —No se asuste usted, señorito Hizra, soy
Yo—dijo ella en voz baja. |
- —¡Que el diablo te lleve! ¿Qué haces
aquí de fantasma?
.
-—¡Oh! no es la primera vez que usted
Me encuentra aquí y nunca se ha enfada- -
“0 conmigo. |
-—Tienes razón, chiquilla. Es que hoy
6stoy muy nervioso... ¿Dónde andan los
Otros? : do
.—Juana ha salido. La cocinera y Wil-
liams están abajo.
- —Entra conmigo aquí en la biblioteca.
Quiero hablarte... Ven, siéntate aquí... ¿Se
Marcharon por fin al campo?
—$í; esta tarde á las tres.
—¿Ella no ha dado alguna escena?
- —¿Por qué había de darla? Si aquí'no
Se cuida nadie más que de ella... Y usted
el primero de todos. Antes, siquiera, me
hacía usted caso alguna vez; pero ahora...
Y se echó á llorar. |
—A ver si acabas — dijo Ezra impacien-
—Necesito que me des informes, no que
Ye pongas á gimotear... ¿Se ha mostrado
ella tranquila y conforme con la marcha?...
—Sí—repuso la. doncella sofocando un
'OZO
«—¿Le has oído decir á mi padre á dón-
€ iban? TO o
—No; le oí solamente decir al cotheró
Ue guiara á la estación de Waterloo. Na-
a más. ad AGO
y
—Pues bien, yo te lo voy á decir. Van
al Hampshire, á un lugar llamado Beds-
worth, que está junto al mar. Y yo quiero
que tú vayas allá también.
—¿Yo? ¿para qué?
—Porque necesito tener allí alguien que
mo inspire confianza.
—¿Pero usted no irá, se quedará aquí?
— o |
—¿Entonces voy á estar siempre sin
verle. |
- —Ya me verás. Iré todos los sábados, y
si las cosas marchan bien, con más fre-
, cuencia. Eso puede depender de ti.
—¿De mí? ¿Qué tengo que hacer?
—Ezra vaciló un instante.
—Tú estás dispuesta á servirme siem-
pre, ¿no.es eso?
—Demasiado lo sabe usted. Cuando
quiere de mí alguna cosa parece acordar-
se; pero después me deja abandonada co-
mo se deja á un perro. | |
—No creas esas cosas, chiquilla. Yo sé
lo que vales y te lo probaré antes de lo
que tú crees. Por eso mismo —añadió pa-
sándole cariñosamente la mano por el ri-
zoso cabello —quiero que seas tú quien va-
ya 4 Bedsworth. |
—¿Y qué debo hacer allí? co
—Servir y dar compañia á mistress -
Harston. EA Ie
—¡Maldita sea! —gritó Rebeca levantán-
dose de un salto, con los ojos relampa-
gueantes de odio.—¡Siempre ella! ¡Todo
por ella!... ¡Oh, no! Hágame usted peda-
-zos si quiere, pero no iré. |
—Rebeca—dijo Ezra lentamente. —¿Tú
aborreces á Kate? Se
—Con toda mi alma. e
—Pues bien, yo la aborrezco más que
tá si es posible. Si antes he pensado en
hacerle el amor, ahora es todo lo contra-
rio; puedes estar tranquila respecto á eso.
- —Entonces, ¿por qué me enviáis á ser-
ada tio id
—Porque quiero que haya á su lado al-
guien que comparta mis propios sentimien-
tos hacia ella. «Si nunca más volviera de
allíp, me tendría sin cuidado — y al pro-
- nunciar con singular expresión esas pala-
bras, sus ojos se fijaron profundamente en
_la doncella. da ua pogaS ÓN
—¿Por qué me mira usted de ese modo? e
¿—No te importe. Ya lo comprenderás y
. podrás prestarme un gran servicio, ¿Irás? PS
É .
62
—Iré. /
—Eres una buena muchacha. Esa ad-
hesión bien merece este abrazo. Ahora ve-
te, no recelen algo los criados. Buenas no-
ches.
—Buenas noches, señorito Ezra. Me voy
pensando en sus promesas. Vivo solamen-
te de esperanzas...
—¿Qué diantre podrá, esperar?—se dijo
él cuando la vió desaparecer.—¿Creerá que
voy á casarme con ella?... Mejor. Una mu-
jer tan ciega puede ser inapreciable en
Bedsworth. ¡Quién sabe lo que habrá ne-
cesidad de encomendarle!...
- Y su rostro se contrajo sombríamente
ante las criminales posibilidades que su
corazón entreveía.
Mientras esto sucedía, Tomás Dinsdale,
después de haber recorrido Londres ente-
ro sin orientación y sin resultado, regtesa-
ba triste y abatido á su casa.
Queriendo evitar la presencia de sus pa-
dres, se fué derechamente á su habitación;
“pero el doctor le salió al paso impidiendo
su propósito.
—¿Qué es eso? ¿Te ibas á acostar sin
dde una palabra? Nada de eso, caballeri-
to. Ven Áá fumar una pipa charlando con-
migo, y á abrazar á ta madre que lleva to-
> da la noche esperándote. |
- *—¡Cuanto siento daros mal rato! He es-
pas en el muelle hasta ahora. Había tan-
- to trabajo...
- Mistress Dimsdale esperaba sentada en
un sillón junto al fuego. En cuanto vió á
su hijo comprendió que le sucedía algo ex-
traordinario..
—¿Qué es eso, hijo mío, qué te pasa?
-— ¿Por qué tienes esa cara tan desencajada?
-- —No nos ocultes tus pesares, Tomás—
- dijo el doctor, —que nadie hará por des-
_vanecerlos tanto y tan de veras como nos-
- Obros..
Instado así, Tomás contó las revelacio-
nes que había oído en la taberna y el re-
-sultado de su visita á Eccleston Square.
—No acierto á comprender nada de es- |
-to—dijo para terminar;—me parece tan
- Ionstruoso, que no acierto á razonar so-
- ¿bre ello. |
-— —Siempre me ec die la, madre —
que no debías haber aceptado sociedad
ninguna con esos Girdlestone.
_—Lo hecho ya está hecho —replicó el
| llenos á Teparar el yc sl es po-
EL MILLÓN DE
LA: HEREDERA
sible. Una sola cosa puedes tener por cier-
to, Tom, y es que Kate Harston es inca-
paz de acto alguno que no sea bueno y.
noble, y que si sospecharas de ella debías
avergonzarte de ti mismo.
—¡Muy bien dicho, padre! Lio mismo he
pensado y pensaré siempre. Hay que bus-
car otra explicación al misterio. ¿Por qué
se habrán ido de Liondres y adónde ha-
brán ido?
—$Sin duda ese bribón ha temido que
pudieras impacientarte y por eso ha pro-
curado alejarla de ti. :
- —Y suponiendo que así sea, ¿qué podría
yo hacer?
—Nada PEO MEN El está en su
derecho.
—BÍ, pero aislada, sin apoyo... Y luego
teniendo á su inmediación á ese salvaje de
Ezra... ¡Eso es lo que me pone más fu-
rioso!
—Confía 'en ella, bob todo. Y ten la
seguridad de que sise ve apurada excesl-
vamente, no dejará de dirigirse á tu madre.
—Esa esperanza tengo siempre. ¡
—Procura, además, no enfadarte inútil-
mente con los Girdlestone. No les des la
ventaja de perder tu sangre fría.
Así continuaron los padres hablando du-
rante largo rato y lograron, por fin, con-
fortar un poco el ánimo de su hijo. Mas
cuando se separó de ellos, el doctor no di-
simuló su preocupación.
—Me inquieta mucho—repitió varias
veces—pensar en lo que puede ser de esa
pobre niña en poder de semejantes desal-
_mados. ¡Quiera Dios, Matilde, que no le
suceda alguna desgracia!
XVIr.
A
EL CAUTIVERIO
Una vez en la estación, Girdlestone cui-
dó muy especialmente de que su pupila no
se enterase del punto adonde se dirigían.
Ocuparon un departamento reservado de
primera clase. Al arrancar el tren, el vie
jo sacó un cuaderno del bolsillo y se puso á a
echar cuentas. y
Kate, sentada frente á él, contemplaba
en silencio aquel rostro duro y anguloso,
A, CONAN-DOYLE
y medida que hacía más detenido examen
de su expresión, cruelmente impasible, la
ba ganando un sentimiento tal de pavor
y de repugnancia que acabó por reclinarse
desesperadamente en un asiento, lanzando
convulsivos sollozos. |
_—Nada de nervios, nada de nervios—
ijo el viejo con acento breve y amenaza-
dor.—Ya nos ha fastidiado usted bastante
on ellos.
- —¿Por qué es usted tan implacable con-
Migo? ¿Qué crimen he cometido yo? Si es
que no puedo... ¡que no puedo amar á su
jo!... Tenga usted compasión... Otras ve-
Ces era usted como un padre para mí.
_—Y así me ha recompensado usted.
“Honra á tu padre», dice el Evangelio. Y
Usted le honra desobedeciendo todas sus
órdenes. La culpa la tuve yo permitiendo
el dichoso viaje á Escocia con esa familia
Mtrigante y astuta.
Kate secó sus lágrimas y alzó brusca-
Mente la cabeza. E
- —Usted podrá decir de mí todo lo que
Qhiera si á ello le autoriza el cargo de tu-
tor; pero no tiene usted derecho á ofender
% mis amigos.
_H—Basta de impertinencias — replicó,
1rdlestone. |
Y volvió á engolfarse en la lectura de su
Cuaderno. Sin cruzar una palabra, pasaron
Varias estaciones. Por fin, al detenerse el
Tren una vez más, Grirdlestone cerró su
Cuaderno y dijo: : |
_—Ya hemos llegado.
- La estación estaba desierta. Ellos eran
1
—He telegrafiado pidiendo un coche.
¿Sabe usted si me espera?—preguntó el
Viejo á un empleado.
—$i es usted mister Girdlestone, sí, se-
or... Eh, Corkar, aquí están los señores
QUe esperas.
0d
—¿Dónde vamos, señor? —preguntó el
Cochero cuando los viajeros se hubieron
Mstalado. » OA
Al priorato de Hampton. ¿Está muy
lejos? E e 1
4la vía férrea. Lo menos hace dos años
QUe no vive allí nadie. CES
-_—No importa. Nos esperan y todo es-
bará preparado. Deprisa, que hace frío.
_Al poco trecho, Kate advirtió que atra-
esaban la calle de un pueblecillo. Después
108 dos únicos viajeros que allí se apeaban. .
—A unos tres kilómetros de aquí, junto
63
al volver un recodo, lanzó un grito de
alegría: E
—¡El mar!
—+Sí—dijo el conductor señalando con
el látigo. —Aquella es la isla de Wight.
Como iban á buen paso, no tardaron en
llegar al término del viaje. Se desviaron
del camino siguiendo por un pequeño sen-
dero y bien pronto hallaron un elevado
muro de más de doscientos metros de lar-
go. Una sola puerta de hierro, flanqueada
por dos columnas coronadas por sendos
escudos de armas, daba acceso á la propie-
dad, amurallada totalmente. Pasada la
puerta, el coche llegó á un espacio descu-
bierto donde, irregular y maltrado por el
tiempo, se alzaba el edificio del antiguo
priorato.
Al detenerse ante él, la puerta se abrió
y apareció una vieja con una bujía en la
mMAnÑo. :
—¿Es míster Girdlestone?
—¡Claro que sí! —replicó éste áspera-
mente.—¿No he telegrafiado que venía?
Entraron en una vasta habitación, alta
de techo, que en otro tiempo había servi-
do de refectorio á los monjes. En el fuego
hervía una cacerola y en una mesa de ma-
dera blanca, colocada en el centro de la es-
tancia, los cubiertos estaban preparados
con una simplicidad rayana en pobreza.
—Siéntese usted, hija mía—dijo la vieja;
—quítese el abrigo y acérquese al fuego...
Pero ¿por qué llora usted?
—¡Todavía! —exclamó con acento duro
Girdlestone.—Yo sí que debía llorar, que
sufro todas estas molestias por la desobe-
diencia y el romanticismo de usted.
Kate no respondió. Se sentó junto al
fuego y ocultó el rostro entre las manos
para entregarse á sus pensamientos.
—¿Qué haría Tom? ¡Ah, si supiese que
ella se encontraba en aquella horrible si-
tuación, qué pronto volaría en su socorro!
Decidió que lo primero que haría á la -
mañana siguiente sería escribir á mister
Dinsdale, diciéndole dónde estaba y todo
lo que había sucedido. a:
Este pensamiento la animó un poco, y.
pudo tomar algo del alimento que, grosera-
- mente preparado, le fué servido.
Acabada la comida, la vieja la condujo
á su habitación.
Si el mueblaje del comedor era de una
sencillez espartana, éste lo era todavía
F
64 : EL MILLÓN DE LA HEREDERA
más. Consistía exclusivamente en una pe-
queña cama, nada lujosa ni cómoda, y en
un arcón de madera sobre el cual se veían
algunos objétos de los más indispensables
para el aseo perssnal.
-Á pesar de la desnudez de la estancia,
jamás Kate había entrado en sus lujosas
habitaciones de Ecclestan Square con más
placer que en aquella tan mezquina, pero
en la que se hallaba libre de la presencia
de sus carceleros.
- Al despertar á la mañana siguiente, Ka-
te no se daba cuenta del sitio en que se ha:
llaba ni de los acontecimientos del día an-
_ terior. En el momento se le ocurrió que
había sufrido algún accidente en la calle
y la habían llevado á un hospital. Pero
bien pronto la realidad, con todas su amar-
guras, volvió á su memoria. eS
Se levantó y se asomó ávidamente á la
ventana, esperando que la belleza del pai-
saje compensara la soledad del sitio.
Su decepción fué completa. Sólo se divi-
Saba una vasta llanura pantanosa, que en
la marea alta se escondía sobre -el mar y
fiexionar y aprender á ser más dócil en lo
- sucesivo. Lias locuras de usted han preci-
pitado los sucesos, y esta residencia es
muy á propósito para hacerle entrar en
- razón. De aquí no saldrá usted hasta que
haya probado su arrepentimiento y la re-
solución de reparar el mal que ha cau-
sado. :
—$1 eso quiere decir que he de consen-
tir en casarme con su hijo, aquí viviré
siempre y aquí moriré. 7
—Todo será que usted se empeñe en
ello. Desde luego ya irá usted viendo que
aquí no tendrá la comodidad y el regalo
que tenía en casa. ;
— ¿Pero al menos se me dará una don-
celia? >”. (
—Vendrá Rebeca. Ezra me ha telegra-
fiado anunciándome la llegada de ambos.
—¡Ezra también! —gritó Kate con ho-.
rror. sé A
—¿Pues qué? —replicó colérico el viejo
—¿llegaría usted á pretender que el pobre
muchacho no pudiese siquiera ver á su
padre? ME :
Apenas Girdlestone abandonó la estan -
cia, Kate llamó á la vieja y le pidió papel
para escribir una carta. ]
—¿Papel? Ya suponía el señor qué haría |
que entonces se ofrecía á la vista en toda usted esa petición. Pues sepa usted que
su desnudez, propia para llevar al ánimo
_el:tedio y la desolación. (
Sin embargo, allá lejos se veían algunas
pobres cabañas, de las que salían espirales
- de humo. Ya no era la soledad tan absolu-
ba. Allí había gente, corazones generosos
tal vez, que podrían acudir á su defensa
en caso de peligro.
modos.
—Ha tardado usted demasiado, y le
- prevengo que aquí no estamos en Eccles-
- ton Square. «El perezoso padecerá ham.
- bre», ha dicho el profeta. Ya lo sabe usted
- para lo sucesivo. pa
Después del desayuno, el tutor despidió E
¿la vieja, y sentándose ante el fuego, con
las manos á la espalda, informó á Kate de -
A A
- —Hace mucho tiempo que tenía deci-
od
6 a
-. —El desayuno está preparado —dijo la
vieja entrando, —y el señor pregunta cómo
no ha bajado usted todavía. |
Girdlestone la acogió con muy malos |
después me ha
aquí no hay papel, ni pluma, ni tinta. |
-. —Está bien. Iré 4 Bedsworth, y escri-
biré en la oficina del correo. Se p
La vieja, al oir esto, soltó la carcajada.
—¿Qué es eso? —preguntó Girdlestone..
entrando de pronto y mirando severamen-
te á las dos mujeres. E
—Nada, señor. Me reía porque la seño-
rita me ha pedido papel para una carta, y
dicho que iría á Bedsworth
DO A O
-—Deuna vez para todas —vociferó Gird-
lestone irritado, —sepa usted que aquí está
por completo aislada del mundo exterior.
- Ni cartas, ni visitas ni nada. Todo eso se
_ha concluído para usted. PON sd
La única esperanza de la pobre Kate se.
había desvanecido. Se retiró, pues, á su
alcoba y se dedicó á leer una Biblia que
le habían dejado en ella después de arran-
carle todas las hojas en blanco. —
Al cabo de una hora oyó pisadas de 'ca-
E -ballos, y asomándose á la ventana, vió un
dido, si persistia usted en ser rebelde, lle-
- varla á algún sitio. donde pudiera usted re-
carro cargado de muebles. El' conductor,
- bajo la órdenes de Girdlestone y ayudado |
A. CONAN-DOThE
de la vieja, comenzó á colocarlos en las
habitaciones.
- Kate aprovechó aquella ocasión. Tomó
su sombrero y salió de la casa.
No recordaba, sino muy vagamente, el
camino que había traído al venir; pero
confiaba en encontrarlo. No le engañó esta
esperanza. Después de un rato de mar-
Cha, vió la entrada del sendero con las al-
tas columnas remontadas en sus escudos
de piedra. La gran puerta de hierro
estaba abierta. Ya se disponía á fran-
- «Quearla con una exclamación de júbilo,
cuando...
—Eb, mocita ¿A dónde se va?—gritó una
voz bronca saliendo de entre los árboles.
La joven se detuvo asustada. A un lado
del sendero vió un hombre de faz avina-
grada, sentado en una silla de tijera, con
la pipa en la boca. Un solo ojo brillaba en
- su semblante, horriblemente marcado por
- las viruelas; el otro, perdido en la misma
enfermedad, se mostraba enormemente
- abierto, blanco, opaco, repugnante.
El hombre se levantó y. se puso delante
de la puerta.
- —Buen hombre—dijo la pobre niñn tí-
- midamente, —necesito salir para ir á Beds-
- worth... Tome usted un chelín y no me
detenga usted.
El tuerto tendió una mano, sucia, tomó
la moneda, la hizo saltar en el aire, la pro-
bó con los dientes y, por fin, la sepultó en
Su bolsillo.
—No hay salida por aquí, señorita; se lo
he prometido : al amo es puedo desde-
—Es que ia no tiene dersio para
detenerme. Tengo en Londres amigos que
-8e lo harán pagar muy caro.
—¡Diantre con la damiselal ¡Creo que
me amenaza!... E
—Pues bien, saldró á pesar de usted.
Y echó á correr rápidamente con la es -
peranza de escapar al terrible centinela.
ero éste, de un salto, la cogió por la cin-
aro y la arrojó brutalmente contra un ár-
bol. El choque fué tan duro, que la a
- quedó casi desvanecida.
—Pues es verdad que le dan arrebatos - —
exclamó el abominable tuerto.
- Y cogiendo su silla de tijera, la plantó
en mitad de la entrada y volvió á sentarse.
- —Ya ve usted que no adelanta nada con
| acalorarse, E sais y
¿para qué quiere
usted escaparse? Si sale de aquí será a.
ir á un manicomio.
Aquellas palabras abrieron un nuevo y.
más obscuro horizonte ante los ojos de
Kate.
—¡A un manicomio!... Entonces ¿usted |
quién es?
—¡Diablo, qué manera de preguntar!...
¡Sí parece propiamente razonable!... Pues
bien, yo soy Stevens Bill, antiguo mari-
no. Y además antiguo guardián de la sala de
suicidas en Portsmouth... Y tengo mucha
experiencia en cuestión de locos, ¿sabe us-
ted? Y míster Girdlestone me ha buscado
por eso y me ha traído, y cuento acabado.
Conque ya ve usted que cuando me han
puesto aquí nada más quepara guardar esta
puerta, es inútil que intente usted salir.
—Si me dejara usted pasar, yo le daría,
á usted mucho más dinero del que pueda
darle míster Girdlestone.
—¡Cómo se entiende! Yo soy fiel á mi
palabra, ¡voto val Yo no me vendo, y so-
bre todo, no me vendo á cambio de prome-
sas, que es todo lo que usted me da.
—Es que no traigo o más que al
gunos chelines. - ai
—Bien; démelos mms
Y después de reunirlos con el que ya se
había guardado, añadió:
—Y ahora, márchese usted, que puede
venir el amo y yo no quiero compromisos.
A pesar de este fracaso, Kate no perdió |
“ aún la esperanza; se internó entre los ár-
boles y marchó hasta el límite de las tie-
rras del priorato. Allí se alzaba un muro
de nueve pies de altura y erizado, en lo
alto, de cascos de botellas. Siguió á lo lar-
go de él y encontró una pequeña puerta
de madera que se abría sobre la vía es
pero estaba cerrada con llave.
La infeliz adquirió la. triste convicción
de que no le sería posible escaparse ni
aun comunicarse con nadie del exterior á
quien poder dar noticia de la cruel s si
tuación en que se hallaba.
Cuando regresó á la casa, el tubor la es-
peraba á la puerta con una sonrisa irónica a
en sus labios.
—¿Qué tal el nnbaas ¿Le ha gustado á ab
usded la finca? ¿y la muralla? ¿y el porte-
ro?... Me alegraré que todo. haya sido de
su gusto. y ca
Kate intentó replicar con n entereza; pero.
fué en vano. Sus labios pa: sus
4
60
ojos se llenaron de lágrimas y, dejando es-
capar un sollozo, corrió á su cuarto, se
arrojó sobre su pobre lecho y derramó el
Jlanto más amargo de su vida. |
X VII
MARTIRIOS Y FANTASMAS
Aquella misma tarde llegó Rebeca de
- Londres. Aunque Kate no sentía hacia ella
simpatía ni confianza, el solo hecho de te-
ner á su lado una mujer joven como ella,
le inspiró cierto sentimiento de segu-
ridad. es '
- El mueblaje de la alcoba de la huérfana
había sido algo mejorado, y la doncella se
estableció en la estancia inmediata, de.
- suerte que con solo golpear en el tabique,
podían ambas jóvenes comunicarse.
Esto tranquilizó un poco á Kate, por-
que durante la noche se oían tantos cru-
jidos de las viejas maderas, tanto roer de
ratas, que la soledad se hacía insopor-
table. Sto: |
Aparte de estas causas naturales que
predisponían al miedo, decíase que se pro-
ducían también fenómenos incomprensi-
bles, rayanos en lo sobrenatural, que jus-
tificaban los más espantosos terrores. Con,
una cruel minuciosidad de detalles, Gird-
lestone refirió á su pupila la tenebrosa le-
yenda del monasterio: A
- «—Parece ser que en otro tiempo el
priorato era habitado por una comunidad
de frailes dominicos que, decaídos de su
santidad primitiva habían sabido, sin em-
bargo, conservar su fama de piedad y ocul-
tar su estado de desmoralización.
»Sucedió que un joven de la comarca,
sinceramente piadoso, quiso ser recibido
entre ellos. |
R .
»Los monjes ls admitieron, en efecto, y
al principio le ocultaron sus abominacio-
nes; mas cuando creyeron que su concien-
cia adormecida le inclinaría á tomar par-
te en sus vicios, cesaron de disimular
AUIGÓL AD Prep *
»Escandalizado de tanta indignidad, el
joven, desde las gradas del altar, fustigó
con su ardiente elocuencia la infamia de
HL MILLÓN DE LA MHEREDERA
los frailes, amenazándoles con que denun-
ciaría sus odiosos tratos. E
»Alarmados y furiosos, los culpables co-
gieron al acusador y le encerraron en un
calabozo en el que pululaban millares de
ratas, tan corpulentas y feroces, que aco-
metían á cuantos hallaban á su alcance.
»Abandonado en aqúella espantosa cár-
cel, sus gritos durante la terrible lucha
con las fieras alimañas resonaban á trayés
de los corredores, y no cesaron sino con su
vida. l
»Refieren también que á veces se ve 8
sombra vagar por los lugares de su marti-
rio. Y sea verdad ó no, lo cierto es que na-
die ha querido nunca habitar este edificio
ni mucho menos comprarle.
»Tal es la leyenda—concluyó el viejo.—
Pero claro es que usted, que no teme resis-
tir á su tutor, no se espantará por seme-
jantes patrañas.» 0 |
—En efecto—repuso Kate con firme-
za,—los fantasmas no me dan miedo.
Sin embargo, la terrible historia se que-
dó grabada en su espíritu. A la mañana si-
guiente todavía pensaba en ella con pavor,
mientras se preguntaba cuál sería el fin
de su martirio y el objeto que perseguían
sus odiosos tiranos.
Jamás se le había ocurrido que su fortu-
na pudiese ser codiciada por los Girdlesto-
ne, á los que, como todo el mundo, creía
millonarios,
Ezra llegó el sábado en la noche. Kate
le vió desde la ventana. Venía hablando
acaloradamente con su padre. ¿Qué tendría
que decirle tan interesante y misterioso
para detenerse á discutir en medio del cam-
po con aquella temperatura glacial?
Era sencillamente que Ezra informaba
á su padre de lo irremisible de la ruina, á
menos de una salvación inmediata.
—¿No te parece—dijo el anciano togien-
do á su hijo por el brazo y hablándole casi
al oído—quye esa opinión vulgar de que
toda muerte violenta acaba por descubrir-
se es falsa y ridícula? Recuerdo haber ha-
blado de esto con el «detective» Pilkington,
que era miembro de nuestra iglesia de Du-
rham Street. Su opinión era que constan-
temente se está suprimiendo gente y que
de cada diez casos se descubre apenas
uno, El noventa por ciento de las proba-
bilidades, Ezra... y después los que se des”
A. COMNAN-DOYLE
cubren son todos casos vulgares. Un hom-
bre inteligente podría reirse de los «detec-
,tives»... ¿Pero no sientes qué fría está la
noche? |
_ —Sin embargo, conviene más permane-
Cer fuera para tratar estas cuestiones. ¿Có-
mo van las cosas desde que están ustedes
aquí?
, Sin novedad. Steven, el portero, es
hombre de confianza. |
—¿Qué medidas ha tomado usted?
-. —He cuidado de que se sepa en Beds-
- Worth y en Clextan que tenemos aquí una
_€nferma. He dejado entender está algo
desequilibrada. Esto explica su aislamien-
to y nos facilitará...
—¡Calle usted! —exclamó el joven estre-
meciéndose. —No quiero oirle- otra vez.
s una cosa horrible.
—Efectivamente, es desagradable, peno-
80... ¿pero qué otro camino nos queda?
- "¿Y en qué forma ha pensado usted
Yesolverlo?... Supongo que nada de vio-
lencia. -
- ¿ Podría ser que nos viéramos obliga-
dos á ello. |
—81 fuera necesario yo tengo un hom-
bre muy á propósito para ello.
—¿Quién?
, El mismo que me abrió la cabeza en
Africa. Le he encontrado en Londres pe-
teciendo de hambre, le tengo, y hará cuan-
to yo le exija. Hasta creo que ese encargo
le gustaría, porque tiene verdaderos instin-
tos de bestia salvaje.
—Es muy triste, muy triste. Cuando un
hombre llega á eso, ¿qué hay que le distin-
sa de los animales?... Bien, ¿y cómo puedo
Ponerme en relación con ese hombre?
- Telegrafieme usted, por ejemplo, es-
bas palabras: «Envía médico»; y le hago
- Venir en el primer tren. *
,—Le acompañas tú. Es preciso que es-
tés aquí presente. ys
—¿No puede usted pasarse sin mí?
-, No; es menester triunfar ó caer
- Juntos. RO EE
Ganas me dan de renunciar á todo.
Esto me repugna.
-. — ¡Cómo! ¿Retroceder ahora? No, eso
- Sería indigno. Todo nos favorece: sólo ne-
- Pesitamos un poco de corazón. ¡Hijo mío,
Yo mío! Piensa que de un lado está la rui-
Ba, el deshonor, la miseria, y del otro la
"iqueza, el triunfo, la reputación, todo lo
6%
que puede hacer agradable la vida. Ade-
más, le hemos ofrecido la paz, y no la quie-
re. Ha despreciado tu amor, y es justo que-
sufra tu odio.
—Es verdad; no podemos retroceder ya..
Seguiré adelante.
—Y yo contigo.
—Creo conveniente—dijo el joven—re-
comendarle á Rebeca, por si hay que uti-
lizarla. Es materia dispuesta para todo.
—Has hecho bien en enviarla... ¿Hans
ido muchos á buscarme á la oficina?
—Si, 4 todos he contado la misma his-
toria: agotamiento nervioso, prohibición.
del médico de ocuparse en los negocios...
El único que parece sospechar algo es
Dimsdale.
—8Se mostrará muy asombrado de nues--
tra desaparición. a
—No es eso lo peor; sino que me ha diz
cho que él tenía derecho á saber dónde es-
taba Kate y me ha armado una escena de-
lante de todos los empleados. Todas las
tardes me sigue hasta casa y espera á la:
puerta hasta más de media noche, para:
convencerse de que no salgo. Más aún:
hoy me ha seguido hasta la estación. Traía.
el sombrero sobre las cejas y un tapabo--
cas hasta la nariz, pero yo le he conocido..
He tomado billete hasta Colchester, y éb
también; y cuando se dirigió hacia el tren
que iba allá, me he metido yo en el otro»
sin que se diera cuenta. Á estas horas dé:
seguro está en Colchester buscándome.
— Acuérdate, hijo mío, de que ésta es la:
tercera de nuestras pruebas—dijo el vie-
jo disponiéndose á entrar en la casa. —
Si esta vez triunfamos, el porvenir es
nuestro. A ON
_ —Ya hemos intentado lo de los dia-
mantes y lo del matrimonio; á la tercera
va la vencida—repuso Ezra siguiéndole..
e
,
Cuando á la mañana siguiente bajó Ka-
te al desayuno, Ezra apenas la saludó.
Cuando ella le miraba volvía los ojoss,
pero luego, á su vez, la miraba él á hur-
a Ao
- En vano el mercader suscitó conversa.
ción acérca de las personas y las cosas de-
la City. Su hijo, profundamente preocupa-
do, no le escuchaba. Aquella noche habís..
83 eS BA MILLÓN DE LA HERMDERA
dormido mal y había tenido horrorosas pe-
sadillas.
Terminado el desayuno, Ezra se volvió
á Londres. Kate se retiró á su cuarto.
poco, entró en él su tutor.
—Espero—le dijo—que leerá usted los
oficios del día, ya que no puede ir á la
iglesia. |
—¿Por qué me lo impide usted?
—No soy yo, sino su propia rebeldía.
Arrepiéntase usted.
—¿Arrepentirme?... Sí. Me arrepiento
- de haber creído en sus hipócritas muestras
de piedad; de haberle supuesto bueno y
honrado mientras estaba usted violando .
infamemente el juramento hecho á mi pa-
dre en su lecho de muerte.
- —Está bien—repuso el viejo.—Me in-
gulta usted como de costumbre. Y, sin
embargo, yo vengo con el deseo de hacer-
le un favor. Es lo que dice el Evangelio: '
adevolverás bien por mal»... La casa está
infestada de insectos venenosos. Aquí tie-
ne usted este frasco que los destruirá con
solo esparcir por la habitación algunas go-
tas. Es para esos animales un veneno acti-
vísimo que, no obstante, no ofrece peligro
para las personas ni aun ingerido en gran
cantidad.| e
Y dejó el frasco sobre el arcón." ">
Kate no dijo una palabra. El viejo, ob-
PERO CIPUTA
e 43 E
servando la palidez de su víctima, el brillo
- de sus ojos, la exaltación que se advertía
en todo su ser, pensó que acaso la mentira
propalada. acerca de su locura, se conver-
tiría muy pronto en una verdad.
Y sin embargo, cuando la creía física y
- moralmente agotada, ella había forjado
: un proyecto de fúga y se hallaba con la
energía suficiente para realizarlo.
Este poo: basado en la hipótesis
de que el portero no montaba su guardia
sino de día, consistía en llegar sin ser vis-
ta hasta la puerta del parque; escalarla va-
- liéndose de los resaltes que presentaban
sus travesaños, ganar el camino y seguir-
le hasta hallar un"alma caritativa á quien
- pedir auxilio. pgs > o 0 EN
La, puerta de la casa sé cerraba todas
las noches; pero esperaba encontrar la lla-
-— ween la cerradura, y en último caso, acu-
dir á otra puerta que había y que tal vez
fuera más accesible, ó saltar por una ven-
tana del piso bajo.
El mayor peligro estaba en despertar
á alguno de la casa. Girdlestone, por fow
tuna, dormía en el piso alto. La vieja era
sorda, y en cuanto á Rebeca, Kate cono-
cía la pesadez de su sueño.
- La evasión no parecía, pues, imposible.
_ Aquella noche memorable, Rebeca se
acostó antes que de costumbre, y Kate se
retiró también muy temprano, á fin de
hacer sus preparativos.
Tomó sus alhajas, que podían serle ne-
cesarias á falta de dinero, y se echó ves-
tida en la cama, temblando, con el oído
atento. ; ;
Oyó en el comedor el paso vigoroso de
Girdlestone, luego el ruido de la puerta al
cerrarse y, por último, subir la escalera el
viejo, terminada su ronda nocturna.
-_ —Pronto estarán todos durmiendo —
pensó.
Era preciso aprovechar el primer sueño
que es el más profundo, pero á la vez no
exponerse por precipitación excesiva á un
fracaso. Creyó que la hora más oportuna
sería las dos de la madrugada.
Vestida con su vestido más fuerte, en-
vueltos los zapatos en trozos de tela para.
amortiguar el ruido; tomadas, en fin, to-
das las precauciones, esperó el momento
que se había fijado. ] .
. Cuando llegó por fin, sacudió la somno-
lencia que le había invadido, se levantó y
se dirigió á la escalera. El frío y el miedo
la hacían tiritar; pero dominando el sufri-
miento físico y la turbación moral, comen-
zÓ á bajar á tientas los escalones. :
El solemne silencio centuplicaba el cru-
jido de las carcomidas tablas en que apo-
yaba sus pies; muchas veces la infeliz se
detuvo, con el corazón oprimido y casi
sin palpitar. Cuando por fin llegó á la plan-
ta baja, respiró con más libertad y trató
de orientarse. El frío, el miedo de ser sor-
prendida, la agitaba con temblores que no
podía dominar. Sin embargo, halló la puer-
ta. Puso la mano sobre la cerradura; la
llave no estaba allí. e
Quedaba la probabilidad de la otra puer-
-+ta. Volvió sobre sus pasos, oyó los acom-
pasados ronquidos de la vieja al pasar
por delante de su cuarto, y continuó en la
obscuridad su camino.
La salida que buscaba debía encontrarse
ya cerca. La luna había disipado la niebla
- y su luz pálida, penetrando por todos los
huecos, arrojaba sobre el pavimento wma
A. CONAR-DOXLA | o 69
serie de trazos plateados y vacilantes que
hacían aún más obscuros los intervalos de
sombras.
Kate, impresionada por aquel efecto fan-
tástico, se detuvo un instante á la entrada
«del corredor, sin atreverse á continuar
avanzando.
De repente tuvo la sensación de alguien
"que se acercaba... Con los ojos dilatados
por el terror, vió á lo lejos una masa infor-
me cruzar un espacio iluminado, perderse
en la sombra, mostrarse de nuevo para
volver á desaparecer y surgir por tercera
vez aún, avanzando hacia ella...
Despavorida, quiso huir; pero el terror
la tenía clavada al suelo, petrificada como
en una pesadilla horrible...
La aparición se acercó más todavía; sur-
gió en el último espacio de luz, tendió los
brazos hacia ella...
-—¡Dios mio!... ¡el monje!... ¡el fantas-
ma... :
Y lanzando un grito que el eco hizo re-
sonar en los ámbitos del viejo edificio, la
infeliz cayó á tierra desmayada.
XIX
"SE AGRAVA LA SITUACIÓN
La incertidumbre y ansiedad de Tomás
Dimsdale eran indescriptibles.
En vano recurrió á todos los medios de
información posibles. Agencias, anuncios
en los periódicos..., todo fué impotente
para arrojar alguna luz sobre el Indescifra-
ble misterio.
Al fin su pensamiento se aferró tenaz-
mente á una sola idea.
- —Ezra sabe dónde están; de giádo Ó por
fuerza, yo le arrancaré el secreto.
aparición de Kate. Tomás permaneció en
la oficina hasta las dos de la tarde, ace-
chando la salida de Ezra. Por fin, éste
- tomó su sombrero y se lanzó á la calle
Tomás se levantó de un salto y le siguió
tan de cerca, que aún no se había cerrado
- la mampara tras el uno, cuando ya el otro.
la había franqueado.
Ezra se volvió y un juramento. de des-
i peoho se escapó de sus labios.
La mirada de los dos hombres se encon-
tró un instante cambiando un relámpago
de odio.
En la puerta, Ezra saltó á un coche.
Por fortuna, á pocos pasos de él había otro
que acababa de dejar á sus viajeros, y Tom
lo tomó á su vez.
—No pierda usted de vista ese coche en-
carnado —ordenó al cochero,—sígale usted
á todo trance.
El carruaje ocupado por Ezra siguió rá-
pidamente por Fleet Street, volvió después
atrás pasando por San Pablo, y después de
empeñarse en un laberinto de calles late-
rales salió por fin al dique del Támesis,
sin haber podido desembarazarse de su
perseguidor. Al llegar á las callejuelas del
barrio Surrey, se detuvo ante una taberna
de último orden, en la cual entró Ezra pre-
cipitadamente.
Dimsdale permaneció en acecho y no tar-
dó en verlo reaparecer acompañado de un
hombre medio borracho, con traza de ver-
dadero criminal y vestido de miserables
harapos.
Volvió á empeñarse la lucha de v.loci-
dad entre ambos coches hasta la estación
de Waterloo. Al ver á Ezra saltar á tierra
Tom le imitó, y arrojando una libra á su
cochero corrió para llegar al despacho de
- billetes, como lo consiguió, al mismo tiem-
po que su rival.
Este entonces dió en voz baja una orden
al hombre que le acompañaba, el cual, de
improviso, selanzó sobre Dimsdale cogién-
- dole por el cuello.
Pero no en vano era éste miembro dis-
tingido del Internacional Football. Con la
facilidad que le daba su consumada prác-
tica, cogió al insolente agresor entre sus |
brazos musculosos y, con un rápido movi-
miento, le derribó en tierra tan violenta-
mente que se quedó aturdido para un rato...
- En seguida, se precipitó sobre Ezra, que
Era el tercer sábado después de la des-
ya le esperaba puesto en guardia. e
La partida era bastante igual, porque
ambos eran boxeadores ejercitados y ex-
cepcionalmente aptos para la lucha. Ezra
parecía más fuerte; pero en cambio q
era más ágil. En
Ataques y respuestas se “sucedieron con
tal rapidez, que apenas podía la vista dis-
_ tinguir los movimientos. Un grupo de
viajeros y os se pee á sepa:
rarles,
20
Tom presentaba en la frente la señal de
un fuerte puñetazo de Ezra, y éste tenía,
la boca ensangrentada y varios dientes
“rotos.
Todavía, á pesar de los pacificadores,
«pugnaban por seguir peleando, cuando un
«robusto «policemen» cogió á Tom por el
«cuello.
—¡No les deje usted escaparse á ellos! —
«gritó Dimsdale'en el colmo de la desespe-
:ración al ver que Ezra y su acompañante
- habían desaparecido. | |
Acompañado del mismo «policemen», á
«quien impuso del caso, recorrió la estación
en todos sentidos, pero inútilmente. Por
tercera vez estaba burlado.
De pronto vió venir á un caballero muy
- «colorado, muy alto y muy gordo que se
“acercaba á él medio andando y medio co-
rriendo. A juzgar por su corpulencia, muy
urgente debía ser el caso que le obligaba á
«semejante prisa.
Cuando estuvo cerca, Tomás reconoció
en él al mayor Clutterbuck.
Este, al llegar junto al joven, le tendió
“1n papel mientras pugnaba por decir algo
que la falta de aliento le impedía articular.
—Le... lea usted esto—exclamó por fin
haciendo un supremo esfuerzo.
. Tom cogió la carta, la recorrió ávida-
“mente con los ojos, y se puso lívido como
da muerte.
EL MILLÓN DE
(AA
- Cuando Kate, después de la terrible apa-
rición recobró el conocimiento, se encon-
tró acostada en su cama. Cerca de ella es-
taba Rebeca mirándola.
-—— —¡Ave María! —exclamó cuando la vió
- abrir los ojos. —Creí que no iba usted á re-
<obrar el sentido. Está usted así desde las
ho de la mañana y es ya cerca de medio
AAA o A
| Kate durante un rato miró con ojos ex-
. “traviados á todas partes. ne e
Al fin exhaló un suspiro, se pasó la mano
por la frente y dijo: |
—Rebeca. No sabes qué cosa tan horri-
ole. O estoy loca, ó he visto realmente al
- aparecido. MES CA
- ——Nosotros sí que creímos que era usted
“an aparecido. Oir un grito semejante, sa-
dir y encontrarla á usted como muerta en el
LA HEREDERA
corredor, era para ponerle el pelo de pun-
ta á cualquiera. : :
—Es que esta casa acabará por matar-
me... ¡Oh, Rebeca! Si tienes corazón de
mujer, ayúdame á salir de aquí. Mi tutor
desea mi muerte; lo he leído en sus ojos...
—Me deja usted asombrada. Cuando
precisamente lo mismo él que su hijo no
atienden á nada más que á procurarle cui-
dados y comodidades y se le ocurre á usted
acusarles de que la quieren matar... ¡Pobre
señor! No tendría pequeño disgusto si su
piese lo que acaba usted de decirme.
Y dando media vuelta con aire de vir-
tuosa indignación, la dejó sola.
No duró mucho esta soledad. Bien pron-
to Girdlestone se presentó.
—¿Está usted enferma?
—Si,
—¿Por
graciada?
—Muy desgraciada—replicó la: pobre
niña escondiendo el rostro entre las manos.
—¡Ah!—exclamó el viejo con dulzura.—
¡La vida es un valle de lágrimas! Sólo en
otro:mundo mejor hallaremos la paz y la
serenidad del espíritu.
El timbre de su voz se había hecho tan
cariñoso que hizo brotar una esperanza en
el corazón de Kate. Sin duda la crueldad
de sus infortunios había llegado á conmo-
ver á aquel hombre de hierro.
—Sólo al otro lado de la tumba está el
reposo apetecido. A no ser por los deberes
que me ligan á la tierra, muchas veces hu-
biera intentado abreviar mi existencia para
alcanzar esa paz inacabable... Algunos con-
sideran como un pecado el acortar las mi-
serias de la propia vida; eso es un absurdo
que no he creído nunca. Decidir por un
acto de voluntad el triunfo del espíritu so-
bre la carne, es digno de ánimos elevados
y verdaderamente piadosos.
Cogió, como por un movimiento maqui-
nal, el frasco que había dejado el día antes
en la habitación y lo contempló con mira-
da soñadora. i ] : |
—Es tentador pensar—continuó dicien-
do—que esto es un remedio radical contra
todos los males de la vida. Bastan algunas
gotas, y la grosera envoltura carnal nos
abandona; y el alma, en todo el esplendor
de su pureza, se remonta al cielo... Pero,
¿qué es eso? ¡Qué ha hecho usted!.....
Con un movimiento rápido Kate le ha=
qué llora usted? ¿Es usted des-
*
A. CONAN-DOYLE FE
bía arrancado el frasco de las manos y lo
había hecho pedazos contra el suelo.
— ¡No quiero!... No quiero ayudarle á
usted —dijo con voz débil, pero en tono
resuelto.—Usted quiere empujarme al sui-
- cidio y es inútil. Si es necesario que mue-
ra, tendrá usted que matarme.
Viendo su máscara caída, Girdlestone,
- con los ojos animadog de un resplandor fe-
lino, avanzó un paso y sus manos se ade-
- lantaron con los dedos extendidos como si
fuera á estrangular á la huérfana. Se con-
- tuvo, sin embargo, y recobró su actitud
- impasible.
— ¡Idiota! —se limitó á decir desdeñosa-
mente.
.—No me daré la muerte; pero la espero
sin temblar. No le tengo miedo.
—Para mí es ya indudable —replicó el
viejo con calma—que tiene usted la razón
trastornada. ¿Qué quiere decir todo eso de
- esperar la muerte? Aquí no hay nadie que
pueda causarle daño, más que sus malas
acciones. . |
Y salió de la habitación con el paso de-
- cidido del que ha tomado alguna resolu-
ción irrevocoble.
Con el semblante rígido, subió á su cuar-
to, sacó de su escritorio un telegrama en
blanco, lo llenó rápidamente y se dirigió
por sí mismo á Bedsworth á Hacerlo trans-
- mitir. En la puerta de la finca encontró al
tuerto sentado en su silla de tijera.
—¿Cómo sigue la enferma, nostramo?—
- preguntó el guardián á la vez que se ponía
respetuosamente de pie.
—Muy mal, Stevens. Cada día está más
decaída y temo que no pueda durar mu-
cho. Ahora mismo voy á telegrafiar á Lon-
- Ares para que venga un médico con toda
urgencia.
"Y después de estas pidan continuó su
- camino.
—Cada vez lo entiendo menos—se dijo
el guarda rascándose la cabeza. —A mí
no me ha parecido ni tan loca, ni tan en-
_ferma. Y luego, si el caso es tan urgente,
¿por qué no acude á los médicos de Beds-
worth ó de Claxton, que están á dos pa-
s0s?... Todo es extraordinario... ¡Anda,
pues esto es más todavía!... ¡La moribunda
- que viene de paseo!...
Era, en efecto, Kate, que aprovechan-
do la ausencia de su tutor e hacer: un
último esfuerzo,
—Buenos días, señorita—gritó el guar-
da.—Ya veo que está usted desmejoradi-
lla; pero no tenga apresión. Yo aseguro
que no está usted tan mal como acaba de
decirme el amo.
—¡Pero si yo no tengo nada! Ni estoy
enferma, ni estoy loca como le han hecho
á usted creer.
—Eso dicen todos—repuso el guardián
con un gruñido que quería ser sonrisa.
—Yo lo digo y es verdad. Pero me vol-
veré loca si sigo aquí. Mi tutor quiere ase-
sinarme; se lo he conocido en los ojos. Y
si usted no me favorece será usted cómpli-
ce de su crimen.
—¡Diablo, eso sería un poco fuerte! —
exclamó el digno Stevens algo perplejo.
—Déjeme usted salir, señor Stevens. Us-
ted tendrá hijas quizá y no querría que las
tratasen tan cruelmente... No tengo dine-
ro, pero aquí están mi reloj y mi “cadena;
serán para usted si me deja pasar.
—El caso es... Mire usted, señorita. De-
jarla pasar no puedo por todo el oro del
mundo. Ahora, que por este recuerdo que
usted me da —y alargó el brazo para resi-
bir la alhaja, —si quiere usted escribir á
sus amigos, yo llevaré la carta á Beds-
worth.
—;¡Oh, gracias! Es usted un ¿obio hone
rado... Tengo lápiz para escribir; pero, ¿y
papel?
Vió en el suelo un pedazo que el viento
había arrastrado allí. Estaba muy arruga-
do; pero le sirvió para trazar dos ó tres lí-
neas exponiendo concisamente su situa-
ción.
-—En Bedsworth tendrá usted que com-
prar un sobre y hacer que le escriban en él
estas señas que van aquí apuntadas.
'—Eso es harina de otro costal. A cam-
bio del reloj no puedo yo comprometerme
á tanto. Pero ese lápiz puede que valga al-
guna cosa—el lápiz era de oro,—y si usted
me lo da...
—Tome usted y vaya pronto. y
En esto se vió avanzar por el camino, ,al
trote corto, un «poney» arrastrando un li-
gero carruaje en el que venía una dama
- muy hermosa, er paga de un pequeño
«(groom»
—Alguien vione—gritó el tuerto. —Vá-
yase usted, señorita.
—Déjeme usted decir una palabra á esa
señora. | :
$9 EL MILLÓN DE
—Que se vaya usted le digo —repitió el
guarda cambiando de actitud y avanzando
hacia ella amenazadoramente.
Kate retrocedió lentamente. Después,
asaltada por una idea súbita, echó á correr
á través de los árboles.
Apenas la vió desaparecer, Stevens hizo
pedazos el papel que le había entregado
y se puso á cargar su pipa tranquila-
mente.
XX
UN RAYO DE ESPERANZA
Kate había recordado que al otro lado
de la finca, cerca del muro, había un sote-
chado á lo alto que era fácil subir y desde
el que se veía un trozo del camino.
Cuando llegó el coche no había apareci-
do; no era extraño, pues tenía que dar un
largo rodeo; pero, ¿y si había vuelto atrás
ó tomado otra dirección?
Por fin oyó el ruido de las ruedas y le
vió aparecer. A bastante distancia todavía
- del observatorio de la huérfana había una,
bifurcación. Al llegar á ella, hubo un ins-
tante de duda que fué para la huérfana de
terrible ansiedad. Por fin la dama, que iba
de guiando, fustigó el «poney» y el coche vol-
vió á la izquierda, alejándose.
Kate dejó escapar un, grito desespe-
rado.
—¿No ha oído usted, señora?... Mire
allí... Hay una mujer gritando.. a ¿No haría-
mos bien en volver?
—Mejor haremos en no meternos en lo
-que no nos importa. MAS :
—Es que parece que se dirige á nos-
otros... Sí, seguramente. y
| —Vamos. á ver entonces — exclamó la
dama haciendo volver el coche,
Kate había agotado sus fuerzas. Cuando
el carruaje llegó al alcance de su voz, qui-
so hablar y no SAC Lloraba y reía á un
tiempo.
La. forastera advirtió aquella, excitación
extraordinaria...
-—¿Qué es eso, pos; le ocurre á á usted,
- niña?
2 A, señora, quien quiera que « sea us-
bed, es Dios quien me la envía. Estoy en-
, por último,—
LA HEREDERA
cerrada aquí contra mi voluntad y amena-
zada de muerte. :
—¡Cómo! Amenazada de cinta —gritó:
la dama levantando los brazos en ademán
de piedad y consternación.
Kate comprendió que no había instante
que perder. Clara y concisamente, hizo el
relato de todas sus desgracias, hasta la es-
cena de aquella misma mañana en que ha-
bía sido incitada al suicidio por el mismo
que jurara á su padre cuidarla y prote-
gerla.
Al terminar, rogó á su providencial au-.
xiliadora que hiciese saber á sus parientes
de Londres el sitio y la situación en que se
hallaba.
Escuchándola, el rostro de la dama—que
no era otra sino la encantadora mistresg
Scully, prometida del mayor Clutterbuck
—expresaba tan pronto una indignación
profunda como una piedad sin límites. Al
final se quedó pensativa y silenciosa.
—Es menester obrar con rapidez—dijo
por que no sabemos donde
está ni lo que hace en este momento su bu-
tor y hay que temerlo todo. ¿Quiénes son
los parientes de usted?
—HEl Doctor Dimsdale, en Phillmore
gardens, Kesington.
- —¿No tiene un hijo ese doctor?
—si—contestó la huérfana ruborizán-
dose. y
—Ah, vamos... Ya me hago cargo de la.
situación. He oído hablar de los Dimsdale-
y también de los Girdlestone.
—¿Conoce usted á Tom?
—Mucho, por referencia. Pero no nos:
detengamos ahora á hablar de él. Voy en
seguida á Bedsworth á comunicarme con
nuestros amigos de Londres.
— ¡Qué Dios la bendiga! —exclamó fer-
vorosamente Kate.
-.—No me dirigiré á la familia Dimsdale,
| porque Tom podría obrar con precipitación
y conviene mirar mucho lo que se hace.
Yo conozco en Londres una perscna muy
á propósito para el caso: el mayor Tobías
Clutterbuck. Bastará una palabra mía para
que esté dispuesto á todo. Lie contaré los.
hechos y él se los referirá á Tom en la for-
ma que crea más oportuno, Y ahora, hija,
mía, adiós. Ánimo, y recuerde usted que:
tiene amigos que lo ercemarón todo en se-
guida. ¡Adiós!
o haciendo con la mano un signo pS
A. OONAM-DOYLB 73
despedida y de aliento, la buena y compa-
siva viuda partió al trote de su ligero
«poney». | :
A
Eran las cuatro en. punto de la tarde
cuando Girdlestone hizo expedir en la ofi-
quiebra se les echaría encima y todo sería,
inútil.
Los riesgos probables le parecían muy
insignificantes. La huérfana no había po-
dido comunicarse con nadie del exterior.
En cuanto á los servidores, la vieja era de
toda confianza y Stevens no sabía sino lo
—¡Gracias! Es usted un hombre honrado. (Pág. 71.)
cina telegráfica de Bedsworth este lacóni-
co despacho: «Caso desesperado. Ven en
seguida con un médico,» ¡ e
Según lo convenido de antemano, sabía
que al recibir el telegrama, su hijo se pon :
dría en marcha acompañado del «hombre
útil» de quien habían hablado en su últi-
ma entrevista. Ya no había otro reme-.
dio: era preciso que ella muriese y que mu-
_.riese pronto. Si la resolución tardaba, la
que convenía que supiese: el estado de in-.
mensa gravedad de la enferma.
Todas las probabilidades prometían,
pues, la impunidad del crimen proyec-
ado: |
Mistress Scully, por su parte, también
acudió á las oficinas de correos aquel mis-
mo día; pero aunque muy compadecida de
Kate, no podía creer en que se intentara
arrancarle la vida An
A
EL MILLÓN DE
Así, pues, en vez de un telegrama, que
no permitía explicación satisfactoria, escri-
bió al mayor una carta con todos los deta-
lles necesarios y dejando á su elección los
medios de acción más prontos y eficaces.
Esta corta salió en el tren de la tarde.
- Ala mañana siguiente fué recibida por
el mayor, que, conociendo la letra, la reci-
bió como agua de Mayo. Á medida, sin
embargo, que avanzaba en la lectura, se
iba alterando su rostro. |
—¿Qué ocurre?—le preguntó von Baum-
ser que le estaba observando.—¿Le ha pa-
sado algo á mistress Scully? |
—A ella, afortunadamente, no; pero oiga
usted lo que dice.
Y leyó todo lo referente á la situación
de mistress Harston.
—¿Qué opina usted de esto?
—Opino—repuso el alemán—que la co-
sa es más grave de lo que mistress Scully
se figura. Cuando la muchacha dice que
Girdlestone piensa asesinarla, no le quepa
á usted duda de que es verdad. |
- —¡Diablo! Yo le creo ciertamente capaz
de todo; ¿pero con qué objeto? |
-.. —Por el dinero, Ya le dije á usted que
la casa Girdlestone está viviendo exclusi-
vamente de su buena fama anterior. Si es
cierto, como me han dicho, que la huérfa-
na es rica y que á falta de ella toda la for-
tuna pasa al tutor, ahí tiene usted el mó-
vil del crimen más claro que la luz del día.
—¡Por San Pablo! ¡Si eso pone los pelos
de punta! , ho
—Pues créalo usted como lo digo.
—Si, sí; ahora mismo voy en busca de
Dimsdale y le cuento lo que pasa.
—Eso es. Y en seguida á acudir en so-
corro de la muchacha. 1 :
—Pues ya lo creo. Y no hay tutor que
valga. Si no se la arrancamos de entre las
Uñas por buenas ó por malas, pierdo el
nombre que tengo. |
_—+Pero no olvide usted que gentes dis-
- Puestas á asesinar á una mujer, no dejarán
- de matar á un hombre si se presenta. Allí
hay tres; que sepamos, les dos Girdlesto-
he y el guarda. Y como la policía no había
de tomar partido en favor de una loca que
. ho puede probar lo que dice, será muy
- Conveniente que lleve usted dos ó tres
hombres decididos. SS
- El mayor hizo un gesto de asentimiento.
—¿Quién podría servirme? ;
tarde!
LA HEREDERA
—En primer lugar, yo; y luego, dos
amigos mios: Isamz Bulow y un nihilista
ruso de cuyo nombre no me acuerdo. Ellos
no reparan en nada cuando se trata de de-
fender una buena causa.
—Bien—dijo Clutterbuck.—Tome us-
tee un buen coche, vaya usted á buscarlos
y en seguida se dirige á la estación de Wa-
terloo y allí me esperan. Yo mientras voy
en busca de Dimsdale. |
—No perdamos tiempo.
Y diciendo esto, von Baumser se prove-
yó de un enorme bastón.
—Yo tengo mi revólver—repuso Clut-
terbuck.
Y mientras el alemán se hacía conducir
al café en que solían reunirse sus correli-
gionarios, el mayor se dirigió á buscar á
Dimsdale, primero en su casa y después
en las oficinas de Girdlestone, sin que en
ninguno de ambos sitios tuviera la fortuna
de encontrarle. a
En vista de esto, se dirigió á la estación
resuelto á partir aunque fuera solo, en el
primer tren, cuando encontró á Tomás
Dimsdale y le entregó la carta, de cuyo
efecto en el ánimo del joven, dimos ya no-
ticia á nuestros lectores. y
Este á su vez contó al 1aayor su recien-
te riña con Ezra y con el hombre do tra-
za sospechosa que le acompañaba.
Al oir esto el mayor se puso todavía
más preocupado. É
—No perdamos un minuto—egritó.—¡Y
quiera Dios que no lleguemos demasiado
XXI
UN PROYECTO ELEGANTE |
Cuando Kate hubo referido sus desgra-
cias á mistress Scully y se creyó segura de
su auxilio, sintió transformado su espíritu.
Bien pronto aquellas horribles semanas de
cautiverio no serían sino el recuerdo de
una pesadilla. | |
Estaba segura de que, antes de veinti-
cuatro horas, Tom ó el mayor habrían acu-
dido á su socorro. Esta convicción la hizo
tan dichosa, que el color reapareció en sus
mejillas, y al volver á la casa, cediendo á
A. CONAN-DOYLE 75
un irresistible impulso de su juventud es-
peranzada, entró cantando.
Rebeca y la vieja observaron este cam-
bio con asombro.
—Muy contenta parece que está usted
- hoy—le dijo la doncella mirándola con una
amarga sonrisa. —¡Cómo se conoce que
mañana es sábado!
- —¿Sábado?—interrogó Kate con extra-
- Ñeza.
-— —De sobra sabe usted lo que quiero de-
cir. No se haga usted la desentendida.
Su actitud era de tal modo agresiva, que
Kate no sabía qué pensar.
—No tengo la menor idea de lo que quie-
re usted decir. | |
—¿Conque no? —gritó Rebeca puesta en
jarras y sonriendo sarcásticamente.—¿Con-
que no sabe usted que el señorito Ezra
viene todos los sábados á verla á usted?
¡Eso se llama hipocresía!
—¡Rebeca! He de recordarle á usted que
- Soy su señora y usted es mi criada. ¿Cómo
- Se atreve usted á hablarme de ese modo?
Salga usted inmediatamente de aquí.
La doncella se quedó quieta, dispuesta
_á responder con alguna insolencia, pero
era tan indignado el acento de Kate y tan
altiva é imperiosa su actitud, que Rebeca,
dominada, inclinó la vista y se retiró bal-
buceando palabras ininteligibles.
¡Pobre Kate! El solo anuncio de la lle-
gada de Ezra había bastado para disipar
Su alegría. Pero tal vez sus amigos llega-
rían antes. Y acogiéndose á este pensa-
miento trató de desechar las ideas negras
que de nuevo revoloteaban en torno suyo.
Girdlestone á su vez también se hallaba,
á juzgar por su actitud, sumergido en sus
pensamientos. Con la cabeza baja y la som-
-bría mirada fija en la llama del hogar, se
decía que mañana el «acto» estaría realiza-
do y la fortuna de Kate sería suya. |
De pronto, volviéndose hacia la vieja le
preguntó:
—¿A qué hora llega de Londres el últi-
mo tren de la tarde? .
—Llega ¿ Besdworth á las diez menos
cuarto.
—Bien. ¿Dónde está mistress Harston? -
—En su habitación. Y por cierto muy
contenta. Eo, o
—¡Contenta!... Eso es que su juicio no
está sano. ra +A
-Tal vez. Rebeca ha bajado porque di-
* el ojo sano con esta piedra.
ce que ella le ha arrojado de su cuarto. No
crea usted, que bien sabe darse aire de se-
ñora; y si la dejan nos plantará á todos en
lo ancho.
Girdlestone guardó silencio tratando de
explicarse aquel súbito cambio de su pu-
pila. : > :
Kate pasó aquella noche en un sueño y
se despertó alegre, con el alma dispuesta
al perdón. E :
Después del desayuno se dispuso á salir.
—¿Dónde va usted?—le preguntó el
viejo.. mea, Pita |
—AÁ dar un paseo por entre los árboles.
—Bien. Mientras pasea usted puede
aprovechar piadosamente el tiempo medi-
tando sobre algún versículo de la Escritn-
ra; es un ejercicio muy saludable para el
alma. ES : 104
—Lo haré así. ¿Sobre qué versículo le
parece á usted que puedo meditar?
—Sobre este, por ejemplo: «En medio
de la vida nos está acechando la muerte»
—repuso el viejo con tono lúgubre y so-
lemne.
Kate se estremeció. Pero aquella impre-
sión fué fugaz; en el estado de alma en
que se encontraba, la idea de la muerte
podía durar poco en su imaginación.
Con paso rápido se encaminó á su ob-
servatorio del día anterior y se puso en
acecho. Al poco rato vió llegar al «groom»
de mistress Scully.
—Buenos días, señorita—gritó el mu-
,chacho al verla. ;
—Buenos dias—repuso Kate, —¿eres tú
el que acompañaba á mistress Scully?
—Sí, señorita, y traigo un recado suyo.
-—Dimelo, pues. |
—Que ha escrito en vez de telegrafiar
y que ha creído mejor dirigirse á míster
Clutterbuck. Que seguramente vendrá hoy
mismo y que tenga usted otro poco de pa-
ciencia. AS AOS
- —Está bien; dí á tu señora que estoy
tranquila, que tengo en ella la más abso-
luta confianza y que le guardaré gratitud E
toda mi vida. >
—Asi se lo diré. Y por mi parte, si el
tuerto que hay en la puerta vuelve á inco-
modar á usted, estoy dispuesto á saltarle
—No—dijo Kate sonriendo,—no te me-
tas en eso y vuelve pronto á buscar á tu
señora. HA E 0
16
El «groom» obedeció después de hacer
un respetuoso saludo, y Kate le siguió con
los ojos hasta la bifurcación del camino.
Allí le vió detenerse, vacilar un instante,
arrojar por fin la piedra al otro lado del
muro y apretar á correr,
4
A
Ezra llegó aquella misma tarde.
- Al ruido del coche, Kate se había lan-
zado á su encuentro, esperando que pu-
dieran ser sus amigos que se hubieran an-
ticipado. Con indecible desencanto recono-
ció al hijo de su tutor acompañado de un
sujeto mal vestido y de grosero aspecto,
Les vió entrar en la casa, mientras el co-
che daba media vuelta y volvía á empren-
der el camino de Besdworth. Era evidente
que ambos iban á pasar la noche en el
priorato.
Esto no disgustó á Kate, pues pensó
que en presencia de un extraño los Gird-
lestone no podrían menos de moderar sus
_crueldades. Entre tanto el socorro espura-
do Megaría y con él la libertad y la sal-
vación.
Los tres hombres. se habían encerrado
en el comedor y estaban hablando anima-
damente.
medida que avanzaba la tarde la es-
pera se hacía insoportable para la pobre
huérfana.
Al fin, no pudiendo dominar su impa-
_ciencia se dirigió al jardín, procurando vo
hacer ruido al pasar por delante del come-
- * dor. Á pesar de sus precauciones, sin duda
la oyeron, pues instantáneamente cesó el
murmullo de la conversación.
La joven se dirigió á un pequeño «parte-
- rre» que había junto á la casa y se entre-
buvo en arreglar los descuidados macizos
de flores, arrancar yerbas y poner un poco
- de armonía en aquel abandonado conjunto.
En un momento de reposo, sus ojos se
volvieron casualmente á la ventana del co-
medor y vió en e!!a á los tres hombres que
la estaban contemplando fijamente. Pare:
- cía que los Girdlestone le estaban mos-
_trando al recién venido, cuyo rostro tenía
Una expresión . de estupidez. o de ¡bruta :
lidad.
. Ezra, á su lado, contrastaba con él por
4
de la manera cómo vamos á
BL MILLÓN DE LA HEREDERA
una intensa emoción. El padre, en cambio.
aparecía tranquilo, no pudiendo disimular
la alegría de tener allí 4 sus cómplices an-
tes aún de lo que había esperado. :
Cuando los tres hombres se ap rcibieron
de que la joven les miraba, abandonaron :
rápida y simultáneamente la ventana. E
—Perfectamente —había dicho Girdles-
tone al recibir á los viajeros, —habéis sido
exactos. He de agradecer mucho á míster
Burt su venida, aunque sintiendo el triste
motivo que le trae.
—Más tarde se hablará de eso —repuso
Ezra secamente.—No hay que olvidar que
nos hemos venido sin comer.
—Y que yo me estoy muriendo de ham-
bre y sobre todo de sed—añadió Burt.
Ezra nole había permitido beber duran-
te el camino y se hallaba á la sazón todo
lo más sereno que puede estar un Ape
lico inveterado.
La vieja les sirvió carne salada y cerve-
za. Ezra apenas probó bocado, pero Burt
cayó vorazmente sobre la pitanza, se bebió
toda la cerveza y después de brutalmente
harto, se levantó pesadamente y comenzó
Á picar un trozo de tabaco negro, para lle-
nar su pipa. E
El viejo despidió á la sirviente, cerró
cuidadosamente la puerta y dió principio
al conciliábulo.
—¿Tú has indicado á nuestro amigo—el
amigo era Burt—el asunto ed cuestión?
—$Se lo he dicho todo sin rodeos.
—Es decir, quinientas libras y el i impor-
be de su pasaje al Cabo.
—Y que con quinientas libras un hom-
bre enérgico como usted pene hacer allí
grandes cosas.
—Eso es cuenta mía, patrón. Yo cum-
plo mi cometido, usted me paga y lo de-
más no le importa á usted.
—Por supuesto que no—dijo concilia-
doramente el negociante.
- —De lo que hay que ocuparse ahora es
á hacer lo que
hay que hacer—dijo Ezra.—¿Usted, sin
duda, tendrá un plan ere el y bien es-
tudiado? cd
. —Y que no deja. nada que desear, hijo
mío. «.
: Y Girdlestone de pie, con las manos á
la espalda, comenzó á explicar doctoral- A
A mente su proyecto.
por su palidez EA, 29%, dsnolibs .
.. —Creo haber propa un medio Alemab
A. CONAN-DOYER >. | a y
te; sí, verdaderamente elegante para evi-
tar después las indiscreciones de los mé-
- dicos.
- Burt y Ezra se inclinaron para no per-
der ni una palabra. e
-—8e la cree loca, ¿no es eso?
—Si.
-—Y bien; seguidme atentamente. En el
muro que rodea la finca hay una pequeña
- puerta que da acceso á la vía férrea. Su-
pongamos que esa puerta se quedase abier-
ta por descuido; ¿sería imposible que una
mujer que no esté en su juicio se escapase
por allí y fuese arrollada por el expreso
de las diez? |
—Para eso sería necesario que ella se
pusiese á su paso.
—6 lo que es igual, ponerla; ó lo que
es lo mismo todavía, poner su cadáver.
¿Quién podría demostrar que la muerte
había precedido al accidente? Ni se le ocu-
rriría sospecharlo á nadie.
-—Comprendo — dijo Ezra. — Después .
de... de todo concluído, se la transporta allí.
-—Justamente. El amigo Burt desempe-
ña su papel; en seguida la sacamos del jar-
_dín y la colocamos atravesada en los rails en
el sitio más obscuro de la vía férrea. Á una
hora conveniente, nos apercibimos de que
se ha escapado, damos la voz de alarma,
se hacen pesquisas y se halla abierta la
puerta; salimos con luces y la encontramos
destrozada por el tren. Todo esto es de una
sencillez, de una elegancia, de una verosi-
militud tal, que no tendremos nada que te-
mer de nadie. A
—Es un hombre listo el patrón —gritó
Burt entusiasmado.
-——El demonio en figura humana—dijo
Ezra mirando á su padre con horror y ad-
- miración.—Pero Rebeca y la vieja saben
“que no está loca. Ey |
e —Y bien. Creerán que se ha suicidado
- por desesperación. Hecho el po Burt
se embarca para el Cabo, y la firma Gird-
lestone vuelve á levantarse más próspera
é intangible que nunca. -
- —Hablemos bajo —dijo Ezra;—le oigo
bajar la escalera. Epa E:
Un instante después, Kate pasó por
delante de la puerta é instintivamente los
tres hombres callaron.
—Venga usted, Burt —exclamó el viejo
- al poco rato,—está entretenida en el jar-
— dín; venga usted á verla.
—¡Diablo, qué bonita es! ¡Nunca he te-
pa que despachar á una criatura como
esa!
—¿Vacilará usted acaso? —preguntó an-
siosamente Girdlestone.
—¡Cá, esté usted tranquilo! —replico fle-
máticamente el bandido.—A mí, en pagán-.
dome bien... : En A
Y siguió fumando su pipa, después de
echarse entre pecho y espalda un larguísi-
mo trago de ginebra. |
XXII
EL ASESINATO
El crepúsculo gris de las tardes de in-
vierno comenzaba á extenderse sobre la
campiña. -
Los árboles, agitando al viento sus bra-
zos desnudos; tenían un aspecto fantásti-
co. Una niebla fina, subiendo del mar,
se extendía sobre las ramas en copos te-.
nues que semejaban velos de gasa.
Ezra contemplaba en sombrío silencio
aquel paisaje lúgubre, cuando sintió una
mano que se apoyaba en su hombro. Vol-
vió la cabeza y vió á Rebeca á su lado.
—¿No tiene usted ni una palabra para
mí?—le dijo tristemente | E
—No te había visto, chiquilla. ¿Cómo te
encuentras en el priorato? ' Sede dl
—Todos los sitios me son iguales—res-
pondió con acento desalentado.—Me dijo
usted que viniera, y he venido. También
me prometió usted decirme un servicio im-
portante que yo le debía prestar. ¿Cuándo
lo sabré? E ps o
-— Toma, pues ya me lo estás prestando.
Sirviendo á mi padre. La cosa no tiene
ningún secreto. a A
—No; no es eso... Los ojos de usted me
decían otra cosa... Algo que tiene usted por | A
dentro y que no quiere confiarme. me
- —Preocupaciones que traen los nego-
cios. Bastante adelantaría con enterarte
de lla bhisro 00 RIA
- —Hay alguna cosa más —roplicó ella con
tenacidad. —¿Quién es ese hombre que ha |
venido con usted? poto NE
-—Un cliente que desea consultar á mi E
79 — BL MILLÓN DE
- padre cuestiones de dinero. ¿Hay algo más
que quieras saber?
—Querría saber hasta cuándo vamos á
estar aquí, y á qué ha obedecido todo este
trastorno.
—Estaremos aquí hasta fin del invier-
no. Y este trastorno ha obedecido á que
mistress Harston no está bien de salud y
los médicos le han mandado cambiar de
aires. ¿Estás satisfecha? |
Esta paciencia casi inconcebible en Ez-
- Ya, Obedecía al deseo de destruir toda sos-
- pecha en el espíritu de aquella mujer. |
— Y entonces usted, ¿por qué viene aquí?
Yo podía creer al principio que vendría us-
ted por mí, pero ya he visto que yo no le
importo nada... Y sin embargo, en otro
tiempo, parecía que me quería usted.
—Y te quiero todavía, mujer.
—No, no; harto lo sé... Ni una palabra
nunca, ni una mirada... Y sin embargo,
cuando usted viene aquí es por algo.
—¿Qué de extraño tiene que un hijo
venga á ver á su padre? |
—Tampoco es eso. En Londres se cui-
daba usted muy poco de él. Á quien viene
usted Áá ver aquí es á esa damisela con
cara de muñeca que está allá arriba.
- —¡Cállate! —dijo rudamente Ezra, —Ya
- — ¡mecanso de tus tonterías,
—En cambio no se cansa usted de las
de mistress Harston—replicó Rebeca cada
vez más excitada.—Pero tenga usted por
entendido que si yo no tengo el cariño de
usted, ella no lo tendrá tampoco. Tengo
- en las venas sangre de gitana, y soy capaz
- de darle de puñaladas á ella y á usted
también. o | |
Y al decir esto levantaba el puño ame-
nazadoramente y había en su rostro un
ansia tal de venganza, que Ezra se quedó
estupefacto. ae
—Yo sabía que tenías genio, muchacha; |
- pero no tanto.
La reacción vino pronto, sin embargo,
- y la tormenta se deshizo en lágrimas...
- — Esque no puedo pensar que usted
_me abandone del todo... Podría confor-.
- marme á compartir su cariño; pero á que-.
- darme del todo sin él, á eso no. -
—Calla, que vas á hacer que escuche mi
padre. Vete á secar esas lágrimas.
Estaba tan acostumbrada á obedecerle,
que se fué, sollozando amargamente.
En su vida pobre y monótona, los úni-
BA HEREDERA
cos recuerdos radiantes eran los de las
atenciones que el joven le había concedido
algunas veces. :
Para ella, él no tenía defectos. Era un
héroe, un Dios por quien todo lo hubiese
sacrificado. Tenía la fidelidad del perro;
mas, como el perro también, estaba dis-
puesta 4 morder á quien se interpusiese
entre ambos.
Su corazón estaba roído por la sospecha
de que existía un acuerdo secreto entre el
hombre á quien amaba y la mujer á quien
aborrecía,
Mientras llorando se alejaba de él, re-
solvió en su interior vigilarles de tal modo
que no pudiesen cambiar ni una palabra,
ni un gesto, ni una mirada, sin que ella se
apercibiese.
Sabía muy bien que era peligroso espiar
á Ezra, porque le había probado varias ve-
ces que el hecho de ser mujer no la ponía
á cubierto de sus brutalidades. |
- Pero se puso, sin embargo, en campaña,
con toda la astucia y toda la perseverancia
de los celos.
Una hora después, Kate sintió llamar á
la puerta de su cuarto. Era la doncella,
que la traía té con pan y manteca.
Rebeca venía muy pálida, muy emocio-
nada. Cerró cuidadosamente la puerta, y
después, con mucho sigilo, entregó á la
huérfana un papel.
—Una carta para usted. Lie habían man-
dado traerla á Jarrocks— éste era el nom-
bre de la vieja, —pero yo estoy más ágil que
ella. ]
—¡Una carta! ¡De los suyos, de Tomás |
sin duda! - :
Al tomarla Kate, vió que á la doncella
le temblaban las manos como si tuviera
fiebre. eE |
—Parece que no está usted buena, Re-
beca—le dijo bondadosamente.
. —Sí, señorita; estoy perfectamente. Lea
usted su carta y no se preocupe de mí.
Y en contra de su costumbre, iba y ve-
nía por la habitación poniendo las cosas en
orden. > j
Kate, sin reparar en ello, abrió ansiosa-
mente la carta; mas donde esperaba en-
contrarse el nombre de Tom, encontró el
de Ezra. de ta Aa
La carta decía así:
«Adorable amiga míster Harston:
A. CONAN-DOYLE : 79
| »Temo que la reclusión aquí le sea dema-
- slado penosa. Muchas veces he suplicado á
mi padre que la haga menos rigurosa, y
en vista de que se ha mostrado siempre
inflexible, me he decidido á ofrecer á us-
ted mi ayuda para probarle que soy su
más sincero amigo, á pesar de todo lo pa-
sado.
»Si esta noche á las nueve pudiese us-
ted salir y venir á reunírseme al pie de la
encina seca que hay á la entrada de la ave-
bida, yo me ofrezco á conducirla 4 Besd-
worth, donde puede usted, si lo desea, to-
mar el tren para Portsmouth.
»Yo procuraré que á la hora indicada en-
cuentre usted la puerta abierta.
»De este modo creo sutisfacer el mayor
- deseo de usted y probarle que, aun sin es-
peranza, mi cariño hacia usted es más fir-
me que nunca.
»Buyo siempre,
»EZRA GIRDLESTONE.»
De tal modo sorprendió á Kate esto, que
durante algunos instantes quedó muda y
absorta en sus pensamientos.
Al cabo de un rato despertó como de un
sueño y arrojó al fuego la carta.
Ezra tenía, pues, el corazón menos duro
de lo que ella había creído, puesto que ha-
bía intercedido en favor suyo cerca de su
- padre.
¿Debía ella aceptar aquella probabilidad
de salvación sin esperar la llegada de sus
amigos? '
Acaso ellos estarían ya en Bedsworth,
sin saber por qué medio comunicarse con
ella. De ser así, el ofrecimiento de Ezra
era providencial. En todo caso, podía ir
hasta Portsmouth y desde allí telegrafiar á
los Dimsdale. La ocasión era decididamen-
- te harto favorable á sus proyectos para que
ella debiese rechazarla.
Decidió, pues, acudir á la cita. Las ocho
habían sonado hacía largo rato. A las nue-
Ve menos cinco minutos se levantó para
- tomar su abrigo y su sombrero.
-_ Ezra y su padre, juntos, habían redacta»
do la carta de que acabamos de dar cuenta
y la habían confiado á la vieja para que la
entregase á Kate.
Sucedió, sin embargo, que Rebeca, aler-
ta siempre para descubrir cualquier tenta-
tiva de comunicación entre Ezra y la huér-
fana, encontró á la vieja con la carta en la
mano. |
—¿Qué es eso?
Una carta del señorito para ella,
—Démela usted y se la subiré yo. Preci-
samente tengo que llevarle ahora el té.
— Toma, hija, te lo agradezco. Mis
piernas no están para subir muchos esca-
lones.
La doncella tomó la carta, y en lugar de
llevarla á su destino, entró en su cuarto y
la leyó hasta la última letra. :
Ya no le cabía duda. Ezra pedía á Kate
una entrevista. Y aunque el tono de la car-
ta eraexcesivamente respetuoso, aquello no
significaba si no un exceso de precaución.
Se trataba, seguramente, de una entrevista
amorosa. | ]
La joven comenzó á pasear por su habi-
tación yendo y viniendo como una fiera en-
jaulada, golpeándose la cabeza con los pu-
ños y mordiéndose los labios hasta hacerse
sangre. Largo rato pasó antes de que pu-
diese dominarse lo suficiente para ir á en-
tregar la carta.
En el momento en que ésta llegaba á
manos de Kate, mientras que ella dudaba
si acudir ó no á la cita, Ezra y su padre
hablaban en voz baja. ES
- —¿Acudirá?—preguntaba el primero.
— Seguramente. . :
—¿Y si nos engañáramos? |
—Buscaríamos otro medio para atraer-
la. Es forzoso conseguirlo á toda costa.
—Tengo sed—dijo Ezre apurando un
vaso de agua;—me siento nervioso y febril,
y no puedo comprender la calma: de us-
ted. Parece que se trata de la cosa más
sencilla del mundo. Esta expectación es
terrible. e EE
—Empleémosla en algo provechoso—re=
puso el viejo. 7 o
Y sacando de su bolsillo una pequeña
Biblia, se puso á leer con fervorosa un-
colón... : ,
Intranquilo y excitado, Ezra dirigía su
mirada afanosa, ya á su padre, que leía, ya
á Burt que, tendido en un sofá, roncaba
tranquilamente. -
" —¿No es ya hora de despertarle? —pre- a
guntó, devorado por la impaciencia.
-—Creo que . ... |
80
Y cerrando el libro, lo guardó cuidado-
samente.
Ezra se acercó al dormido y lo contem-
pló un instante. ds
- —¡Qué bestia! —exclamó, irritado de su
tranquilidad.
- Un rompecabezas corto y grueso asoma-
ba por el bolsillo de Burt. El viejo lo co-
gió y lo esgrimió en el aire.
—Con esto me atrevería á matar un
buey. oa 0]
—Suéltelo usted. Me da no sé qué de
verle con esa arma en las manos.
El viejo sonrió, y volviendo á colocar el
rompecabezas en el bolsillo de Burt, sacu-
dió á éste bruscamente por un brazo.
—Despierte usted, Burt, que ya es la
hora.
-. Burt se levantó precipitadamente y mi-
ró á todos lados con expresión estúpida.
- —¿Pues no me había quedado dormi-
do?... ¿Dice usted que es hora?
—Sí; á las nueve estará ella en la enci-
na seca. a
—Todavía no son las nueve; me ha des-
pertado usted demasiado pronto.
—No importa; es posible que ella se an-
- ticipe algo. ¿08
-— —Vamos, pues. ¿Quién ya á venir con-
migo? | | ap
—Nosotros dos —repuso el viejo con vox
firme.—Tendrá usted necesidad de ayuda
para transportarla á la vía.
- —Es imútil que vayamos —objetó Ezra.
—Ella pesa poco, y Burt bastará.
El viejo le tomó de su brazo y le dijo en
voz baja: |
-—No podemos confiarnos en absoluto á
este bruto medio borracho. Sería una lo-
cura no aplicar ahora nuestro principio
- constante en los negocios: verlo todo por
los propios ojos. ¿106
—Sí; pero este es un negocio horrible—
replicó Ezra palideciendo.— Yo quisiera no
estar mezclado en él.
Ya pensarás de obro modo cuando re-
cojas el fruto. Vamos, pues, y no le perda-.
mog de vista. e PA AO
En la puerta se reunieron á Burt.
- Hacía una noche fría y borrascosa. Las
- ramas, sacudidas por el viento, erajían cab
con siniestro rumor, y las nubes, apiñadas
- en.el cielo, hacían alternativamente la no-
a _ lentos rayos de la luna. —,
che obsoura é iluminada por los amari-
veza[
NE MILLÓN DH LA HBRRDERA
—¿Llevaremos una linterna?—pregun-
tó Burt. ( |
-—No—gritó Ezra;—nada de luz.
—Yo llevo una —dijo Girdlestone.—En
caso de necesidad, podemos servirnos de
ella. Conviene dejar la puerta abierta del
todo para que pueda ver desde dentro que
no hay fuera ningún obstáculo.
—Al contrario: eso la haría adivinar un
lazo. No conviene cambiar nada de como
está habitualmente.
—¿Dónde están Jarracks y Rebeca?
—Cada una en su cuarto.
—Todo va bien. Vamos, Burt, aprove-
chemos ahora que se ha ocultado.
Caminaron sobre la húmeda arena de
la avenida hasta llegar al lindero de la
arboleda, |
—Agquí está la encina seca—dijo el vie-
jo, que se había orientado bien, á pesar de
la obscuridad.
Burt dió la vuelta al enorme tronco,
tanteando con los pies y con las manos y
reconociendo el terreno con el mayor cui-
dado posible. |
—¿Necesita usted la linterna? 33
—No; ya he visto cómo hu de colocar-
me. Ustedes pueden ponerse donde quie-
ran, con tal de que no me estorben. Yo no
necesito ayuda de nadie. Cuando John
Burt se encarga de un negocio, lo desem-
peña bajo su exclusiva responsabilidad.
—Perfectamente —aprobó Ezra con vi-
a
_—Vean ustedes—prosiguió Burt;—yo
me escondo aquí detrás del tronco. Cuan-
do ella venga se apoyará en 6l para espe-
rar. Aprovecho el momento oportuno, me
lanzo como un rayo y... ¡maldito si se va
á enterar de dónde le viene el golpe!
—¡Admirable! —exclamó el viejo.—¡A
DUEStros puestos) AA SIE
Desde el sitio en que estaban veían todo
el edificio. Kate no podría salir de él sin
ser apercibida. Por encima de la puerta
había una ventana larga y estrecha que se
abría sobre la escalera. En aquella venta:
_na fijaban los ojos Girdlestone y su hijo
porque sabían que por ella se vería á Kate
cuando bajara la escalera.
Mientras miraban, la débil luz que ilu-
minaba la escalera fué obscurecida por
una sombra; después reapareció. |
—Ahora ha pasado.
«—|Obotelo..
A. CONAN DOYLE 081
Un minuto después, la puerta se abrió
sigilosamente. La luz de la lámpara del
vestíbulo proyectó sus rayos por la aveni-
da casi hasta el sitio en que se ocultaban
los asesinos.
Bien pronto apercibieron una silueta de
- mujer y hasta pudieron reconocer el abri-
go y el sombrero que la joven vestía de
de ordinario. |
- Durante algunos segundos, ella perma-
heció inmóvil, indecisa, como dudando si
avanzar ó retroceder. Por fin, con un mo-
vimiento rápido, cerró la puerta tras sí.
La luz desapareció, pero ahora ya sa-
bían que Kate acudía á la cita.
Un siglo pareció transcurrir antes de
QUe oyesen el ruido de sus pasos. Avanza-
ba lentamente, con precaución, como si
temiera tropezar en alguna piedra en me-
dio de la obscuridad. Una ó dos veces se
detuvo para mirar alrededor como para re-
Conocer el sitio en que se hallaba. Un mo-
mento la luz de la luna, filtrándose por
entre las nubes, le permitió ver la encina,
seca. Entonces se aproximó rápidamente.
Al acercarse debió persuadirse de que
era la primera en acudir á la cita, y acor-
tó el paso de nuevo. z
—Todavía la veo—dijo Ezra" clavand
Su crispada mano en el brazo de su padre.
- El viejo no dijo'nada; tenía sus cinco
sentidos concentrados en la vista.
—Ya está cerca de la encina—prosiguió
el hijo señalándole con mano tembloro-
sa. —Todavía no está al alcance de él.
—Abhora sale. ¿No le ves arrastrárse por
el suelo? Po i
—Le veo—repuso Ezra espantado;—
se detiene... ahora avanza... ¡Gran Dios!
Ya está detrás de ella... Ella mira al otro
lado; me busca... : |
La luna, reapareciendo, dejó ver dos si-
luetas: la de la joven inconsciente del pe-
1gro y la del asesino arrastrándose hacia
ella como un tigre hacia su presa.
El hombre hizo un movimiento y se ir-
guió de súbito; ella se volvió con rapidez; -
un instante se hallaron frente á frente...
Después un salto, un movimiento y el caer
de un cuerpo, sin un grito, sin una queja.
¡Burt había ganado las quinientas libras!
- Al ver caer á la víctima, los Girdlestone
Se reunieron al asesino. Este, inclinado
Sobre el cadáver, admiraba su propia maes -
tia. A Eo
—¿Qué le parece á usted, patrón? ¡Ni un
grito!
Por toda respuesta, Girdlestone le es-
trechó efusivamente la mano. :
—¿Enciendo ahora la linterna?
—¡No, por Dios! ¡Guárdese usted de
ello! — exclamó Ezra. ( ]
—Corriente. Yo conozco el camino de
la puerta tan bien, que podría ir con los.
ojos vendados. No perdamos, pues, el tiem-
po. Vamos, Burt, cójala usted por los hom-
bros; yo la cogeré por los pies y marcharé
delante. El tren pasa dentro de media
hora; no tendremos mucho que esperar.
_ Burt obedeció, regulando sus movimien-
to por los del viejo. Ezra les siguió como
en la alucinación de una pesadilla.
Había consentido en el asesinato, pero
sin prever el horror de la ejecución, á la.
cual se arrepentía de haber asistido.
Para escapar á la lúgubre visión que le
perseguía, evocó el contraste de su situa-
ción de la víspera con la que le esperaba
al día siguiente. 0 Eb,
¡Ayer la ruina, la miseria, el deshonor!
Mañana la riqueza, la consideración social,
el crédito de la firma consolidado para
siempre.
XT
LA INVASIÓN DE HAMPSHIRE
Ll
Tomás y sus amigos, tan apresurada-
mente dispuestos á volar en auxilio de
Kate, tuvieron que esperar dos horas en
la estación de Waterloo. | ad
El joven Dimsdale, desesperado por
aquel contratiempo, quiso hacerse poner
un tren especial, costara lo que costara;
pero el enorme tráfico del sábado no per-
- mitió aquella medida excepcional.
Al fin, como todo llega en el mundo, /
llegó también la hora de la partida. Insta-
lados en su coche los amigos y ya el tren.
en marcha, comenzaron á tratar de su
plan de operaciones. A De
- Tomás quería irse derecho al priorato y
obligar á Girdlestone á que les entregase
El mayor y von Baumser se pronuncia-
ron contra la imprudencia de tal procedi-
, A EL E : b) ds PON
EL MILLÓN DE
32
- miento, desde el punto de vista legal. Las
sospechas, por graves que fuesen, no po-
dían justificar una violación de domicilio
y la pretensión de arrebatar á una pupila
de la casa de su tutor.
—Entonces, ¿qué debemos hacer?—pre-
guntó Dimsdale pasándose la mano por su
frente calenturienta. — '
—Lo siguiente: Sabemos que la finca
está rodeada de un muro en el que, según
nos dicen, no hay más que una puerta. Es
_Menester que esperemos fuera, mientras
uno solo penetra como explorador, procu-
rando acercarse á Kate ó rondar al menos
todo lo cerca posible para ver y oir cuanto
sucede... ¡Pero qué tren, voto al diablo!
¿No acabaremos de llegar nunca?
Acababan de detenerse en una estación,
—¿A qué hora llegaremos á Bedsworth?
—preguntó el mayor 4 un empleado.
—Es la estación inmediata.
— ¡Gracias á Dios! Son las ocho menos
veinte; llevamos retraso, como siempre
que se tiene prisa.
Iban á dar las ocho cuando descendie-
ron del tren. El empleado á quien pregun-
taron por un coche, les envió á una casa
inmediata donde se procuraron el mismo
carruaje que algunas semanas antes habia
conducido á Kate y su tutor.
Cuando los caballos estuvieron engan-
chados eran cerca de las ocho y media.
—Vamos, amigo. Al priorato. Llévenos
usted deprisa—dijo Clutterbuck al con-
ductor. -
El tiempo infernal que hacía, el frío, la
lluvia, dejaban indiferentes á aquellos cin-
co hombres, unidos en un solo deseo: el
“de salvar á Kate. Los extranjeros se ha-
bían identificado de tal modo con la causa
de sus amigos, que mostraban casi tanto
ardor como el mismo interesado.
—¿Falta mucho? E
—Ya estamos llegando.
—No pare usted en la misma puerta,
sino un poco más acá.
-—No hay otra entrada—observó el co-
chero.
—Haga usted lo que se le manda—re-
plicó el mayor con dureza. |
El cochero no dijo nada. Pero hizo un
gesto de extrañeza y disimuladamente echó
una mirada á los viajeros, sospechando que
tal vez sería llamado á reconocerles ante
algún A ES Justicia, fro
LA HEREDERA
El carruaje pasó ante la puerta y siguió
4 lo largo del muro hasta que el mayor
dió orden de detenerse.
El precio de la carrera, considerable-
mente aumentado, fué pagado sin obser-
vación alguna. El conductor, sin embargo,
hizo el propósito de dirigirse á las oficinas
de la policía para dar cuenta de la conduc-
ta sospechosa de aquellos viajeros.
—¡Diablo! —exclamó Clutterbuck mi-
diendo con la vista la altura del muro.—
Esto no es nada fácil de escalar.
—Eso me corresponde de derecho—re-
puso Tomás adelantándose resueltamente.
—Un poco de calma. Tenga usted pre-
sente que más batallas se han perdido por
precipitación que por lentitud. Examine-
mos antes el terreno. ¿Qué es eso que se .
ve á la derecha?
—Un terraplén de la vía férrea.
— Es verdad. ¿Y esa mancha obscura
que hay en el muro? ¿es un boquete?
—No. Es una puerta falsa que conduce
al parque.
—Á ver... Está cerrada.
—No importa—dijo Tomás;—el muro
es por aquí bastante más bajo. No perda-
mos un instante; ayúdenme ustedes á su-
bir. ¿Quién sabe si en este momento la
está acechando la muerte? |
—Tiene razón—repuso el alemán.—To-
me usted este silbato. Con la menor señal
que haga nsted, nos tendrá á su Jado.
En seguida se reunieron al pie del muro
para servir de escala á Tomás. Este, aun-
que difícilmente, pudo asirse á lo alto de
la pared, y aunque los pedazos de vidrio
allí puestos le herían las manos, se elevó
á pulso vigorosamente, y bien pronto logró -
ponerse á horcajadas. Ya iba á dejarse caer
al otro lado, cuando sus amigos le vieron
de repente tenderse sobre el muro y que-
dar inmóvil.
—¡Chcts! — murmuró inclinándose ha-
cia, ellos. —Alguien se acerca por entre los
árboles.
Á este aviso, todos se ocultaron á la
sombra de la pared y oyeron á su vez un
sordo rumor de pasos y de voces que, vi-
niendo del interior del jardín, se acerca-
ban hacia ellos. En seguida oyeron rechi-
nar una llave en una cerradura, y de la
pequeña puerta de madera vieron surgir
tres formas humanas cargadas con un pe:
sado fardo,
A. CONAN-DOYLE
-7 Los amigos de Tomés siguieron con la
vista á las tres extrañas siluetas, presin-
tiendo algún misterio terrible. Les pare-
cía respirar un ambiente de muerte.
Las tres sombras atravesaron el cami-
no y comenzaron á subir el terraplén de
la vía férrea.
Por fatiga ó por precaución se detuvie-
ron varias veces en la rápida pendiente.
83
guridad de que las ruedas pasarán por en-
cima. Encienda usted, Burt. :
Se oyó el seco chasquido de una cerilla
al frotarse, y una débil claridad apareció
en lo negro de la noche. Un instante va-
ciló y se debilitó como si fuera á extinguir-
se bajo el viento; pero en seguida brilló
de nuevo y la mecha de la linterna se en-
cendió rápidamente. !
—El tren pasa dentro de media hora. (Pág. 81.)
Uno de ellos resbaló y lanzó un juramento
con voz sorda. En lo alto ya las siluetas
se distinguieron más claramente, destacán-
dose sobre el cielo. Los amigos vieron
Que se inclinaban sobre la vía y deposita-
ban en ella el pesado fardo. Ei |
- —Ahora hace falta luz. at
—No, no; no tenemos necesidad de ella.
-.—No podemos trabajar en la obscuri-
- dad. ¿Dónde está esa linterna, patrón? Yo
tengo cerillas. bo ]
- —Mucho cuidado; es preciso tener se:
La luz que iluminó al grupo de la vía,
reveló á la vez la presencia del mayor y
de sus amigos, que se habían acercado
instintivamente. es
- Sin embargo, no fué sobre aquellos tes-
tigos del crimen sobre quien los asesinos
fijaron sus ojos espantados. ¡Allí, en me-
dio del camino, la luz rodeando como una
aureola su rostro pálido y dulce, se alzaba,
como un espíritu salido de la tumba, la
pobre mártir á quien estaba destinado el
golpe mortífero de Burt! es
8
Clutterbuck y sus amigos no vieron más
que á ella. Durante algunos momentos la
joven permaneció inmóvil sin que nadie
hiciese un movimiento ni pronunciase una
palabra. | j
- De repente, se elevó un grito tan salva-
je como no había resonado jamás en los
oídos de los que lo oyeron. |
Burt, cayendo de rodillas, se cubrió los
ojos con la mano para no ver aquella vi-
sión acusadora. Girdlestone arrastró á su
hijo por un brazo y, precipitándose por el
abismo de la noche, huyeron locamente,
espantados, como hombres que han visto
algo que no es de este mundo. |
Y casi al mismo tiempo, Tomás, saltan-
do del muro, estrechaba entre sus brazos
- á Kate, ¡libre por fin, riendo, llorando, sal-
vada de la muerte á que había sido con-
denada! | ]
AA AAA
Burt, no hizo intención de huir.
.. Horrorizado á la vista de la que él creía
haber asesinado, quedó en tierra, gimien-
do de espanto, junto al cadáver de su des-
- conocida víctima. Ea
Incapaz de la menor resistencia, y ame-
nazado por el puñal de uno de los extranje-
ros, fué cogido y atado rápidamente.
El mayor y von Baumser se pregunta-
- ron quién era la pobre joven asesinada.
- No pudiendo reconocerla, se dispusieron,
sin embargo, á retirar su cuerpo de la vía.
En aquel momento vieron aparecer tres
puntos luminosos que aumentaban de ta-
maño á medida que se acercaban. Casi en
seguida una voz enérgica gritó:
-— —¡A ellos! Ahí están, ¡que no se escape
uno! dd IN tas ,
-_ Y antes de que se hubieran dado cuenta
- de su situación, el mayor y sus amigos
fueron atacados, detenidos y maniatados
por un grupo de agentes de policía.
La sorpresa era debida, como supon-
drán nuestros lectores, al celo ciudadano
del cochero, que se había creído en el de-
ber de denunciar á los sospechosos via-
jeros,
- del mayor, bastaron para poner las cosas
- en su verdadero Jugar. Explicó quiénes
habían cometido el crimen y que el autor
| - Inaterial de él era Burt, á quien inmedia-
-— EB MILLÓN DE
LA HEREDERA
tamente se le pusieron las merecidas es-
posas.
—¿Y esta señorita, quién es? —preguntó
el jefe de los agentes. e
—Es miss Catalina Harston, á quien
hemos venido á libertar y á la que estaba
destinado el golpe recibido por la otra.
—¿No sería conveniente que la condu-
jese usted á la casa para descansar?—dijo
el policeman á Tom.
Este dió las gracias y se apresuró á par-
tir, llevando á Kate apoyada en su brazo.
.En el camino, ella le contó cómo, no
habiendo podido encontrar su abrigo y su
sombrero, que Rebeca se había llevado,
decidió acudir sin ellos á la cita. Feliz-
mente, retardada mientras los buscaba, no
llegó á la encina seca sino después de co-
metido el crimen. Oyó ruido de pasos y
voces y los fué siguiendo hasta la puerta
abierta, y entonces fué cuando la claridad
de la linterna la había descubierto de re-
pente á la vez á sus amigos y á sus ene-
migos. |
A medida que hablaba, Tom iba obser-
vando que se apoyaba más pesadamente
en él, y ya á la entrada de la casa hubo de
cogerla en brazos para impedir que cayera
al suelo. Lia entró desmayada en el come-
dor y la instaló cerca del fuego, prodigán-
dole todos sus cuidados hasta hacerla vol-
ver en sí. AN a AS
Mientras, el jefe de los policías tomaba
rápidas disposiciones. Hizo telegrafiar á
Londres, así como á todas las estaciones
de la línea, las señas personales de ambos
Girdlestone, con la orden de su detención. .
Del mismo modo, hizo avisar á Ports-
mouth para que se vigilase las embarca-
ciones. | E as:
- La desgraciada Rebeca fué conducida á
su cuarto y colocada en el lecho.
- La vieja Jarrocks, interrogada, se negó
á responder, encerrándose en un silencio
lleno de estupor. Pero Kate, repuesta ya
de su desmayo, dió todas las explicaciones
necesarias y guió á la policía en su reco-
- nocimiento de la casa.
En un rincón vió el inspector un lío de
EN A e
Por fortuna, breves y precisas palabras
hábito de fraile. .
—¿Qué es esto?... Calle, pues si es un
- Kate exclamó adelantándose:
—Entonces no fué alucinación mía, Le
ví realmente. de Ai ER
7
A. CONAN-DOYLE 85
Y contó la historia del aparecido. Se;
vió claro que antes de decidirse á asesi-
narla, habían intentado deshacerse de ella
por el terror ó por la locura. Sin duda ha-
bían juzgado que esto, aunque más cruel,
era menos peligroso.
—No pienses más en ello —dijo Tom
viendo el espanto en los ojos de Kate.—
Pronto lo olvidarás todo al lado de mi
madre. Por lo pronto necesitas descansar.
¿No tendrás miedo en tu habitación?
—Estando tú cerca de míi—repuso la
huérfana con una sonrisa de felicidad —no
tengo miedo á nada.
XXIV
UN CRUCERO Á MEDIA NOCHE
y
Si alguna vez dos hombres conocieron
el espanto de los réprobos, fueron sin duda,
el viejo negociante y su hijo. Anhelantes,
empapados en sudor, desgarrándose las
- ropas con el ramaje, franqueando á saltos
- inverosímiles los obstáculos, corrían siem-
pre con el único pensamiento de poner
mucha distancia entre «ellos y el dulce y
pálido semblante de su víctima.
Extenuadas sus fuerzas, siguieron sin
embargo á expensas de los nervios, hasta
que oyeron cercano el rumor de las olas
que se estrellaban en la playa. Entonces
se detuvieron en medio de ella,
. La luna, brillando entonces con todo su
majestuoso esplendor, iluminaba el mar
.«encrespado y la línea rigida de la costa,
A su luz, los dos hombres se miraron
cambiando una mirada semejante á la de
los condenados viendo brillar las llamas
del eterno castigo.
— ¡Demonio! —rugió Ezra avanzando :
hacia su padre con formidable gesto de
Amenaza.—He aquí adonde nos has tral-
do con tus maquinaciones malditas. ¿Qué
vamos á hacer ahora? ¡Responde!
“Y cogiendo al viejo por un brazo le sa
«cudió con violencia.
Girdlestone se estremeció | adria
mente, como si fuera á sufrir un ataque de
Apoplejía, y sus ojos vidriosos gisetou e8-
anos en las órbitas. | ¡
—¿La has visto?—murmuró con extra-
viado acento.—¿La has visto?
—$í, la he visto... Y he visto también
á ese condenado de Dimsdale y á Clutter-
buck y qué sé yo á cuantos más..
qué abismo nos hemos precipitado?
— Era ún espectro... ¡El espectro de la
hija de John Harston!
—HEra ella misma—replicó Ezra, que
aunque aterrado al principio había tenido
tiempo, durante la fuga, para comprender
la verdad de lo ocurrido. —¡Hemos hecho
un elegante negocio, como tú decías!
—-¿Ella misma? Por Dios bendito, Ezra,
piensa bien lo que dices. ¿Quién era, pues,
la que hemos transportado á la vía?
—HEsa desatentada celosa de Rebeca
Taylforth; ¿quien ha de ser? Debió leer mi
carta y salió con el abrigo y el sombrero
de la otra, ¡la muy idiota!
—La hemos confundido, pues —murmu-
ró Girdlestone en voz baja, con la misma
expresión de extravío.—¿Y todo eso por
qué? ¿Quién podía esperarlo? |
Ebo pierdas el tiempo en MUrmurar
sandeces. ¿No comprendes que nos persi-
guen y que si nos cogen seremos colgados?
¡Sacude esa inacción estúpida! ¡No hay
duda que la horca sería un final digno de
. ¿En
bus predicaciones y tus plegarias!
Y emprendieron de nuevo la carrera,
resbalándose en los guijarros, enredándose pe
entre los montones de algas arrastradas
- por el mar. E
El viento se había hecho tan fuerte,
que tenían que marchar con la cabeza
baja, empujando con los hombros y reci-.
biendo en la cara una llovizna salada que
les quemaba los labios y los ojos.
—¿Adónde me llevas, hijo mio? el
—A la única esperanza de salvación.
Sigue adelante y no bagas más preguntas.
A. través de la obscuridad brilló débil-
mente una luz. Evidentemente, ella era el
objetivo que Ezra trataba de alcanzar.
Al acercarse, Girdlestone reconoció el
sitio. Estaba ante la cabaña de un pesca-
dor llamado Sempson, á una milla próxi-
: mamente de Claxton.
—¿Qué vas á hacer? —preguntó el viejo
viendo á su hijo adelantarse hacia la puerta,
_—No pongas cara de desenterrado—re-
plicó Ezra coléxico.— No hay peligro si
nos presentamos tranquilos.
€ —No rt ceras confiar. en mí,
86 EL MILLÓN DE
—Pon la cara serena, sonriente.
Y llamó ruidosamente á la puerta.
Se oyó el ladrido de un perro y una voz
enérgica que gritaba:
—¿Quién llama?
—Abra usted, Sampson, somos amigos.
«La puerta se abrió y un hombre corpu-
lento de mediana edad y de rostro tan en-
cendido como su camisa de escarlata, apa-
reció en el umbral.
—¡Calle! ¡Los señores del priorato!
—Los mismos. Queremos hablar con
usted.
—Muy bien, pasen ustedes... Jorge, si-
llas para estos señores,
Un mozo alto, seco y anguloso, calzan-
do pesadas botas de marinero, se apresuró
á acercar dos taburetes.
- —¡Fuera de aquí, Sammy!—gritó el
pescador al perro, que se había acercado á
Girdlestone. — ¿Qué tienes que lamer
ahí?... Señor, ¡pues si tiene usted las ma-
nos llenas de sangre!
—Se ha arañado con unos arbustos—
saltó Ezra prontamente;—ha perdido el
sombrero y nos hemos extraviado en la
obscuridad. Venimos, pues, en un estado
deplorable.
—Es verdad —repuso el huésped mirán-
_doles, perplejo, de pies á á cabeza.
—Hemos venido á proponerle un nego-
cio que puede convenirle. Usted me ha
dicho en otras ocasiones que tiene un ba-
_landro muy velero y mayor que muchos
yates. Y recordará usted que yo le dije ape
quería probarlo uno de estos días.
—Ciertamente.
-——Pues bien, mi padre y yo queremos ir
hasta los Downs áo largo de la costa.
- ¿Se atreve usted á llegar con su balandro
hasta allí?
- —Con mi balandro me abrévb: yo á ir
á América. Cuanto más á los Downs,
que están á poco más de cien millas. Ma-
ñana á mediodía, si el viento ha cedido,
podemos arrancar.
———Mañana tenemos ya que estar allí.
Queremos partir esta misma noche.
- El pescador se volvió á mirar á su bijo.
Ambos se echaron á reir. ]
-— —Sería original echarse al mar á esta
hora y con un vendaval semejante. No he
- oído nunca cosa parecida.
- —¡Y bien! —replicó Ezra acentuando sus
pa osotros tenemos ese Eno
LA HEREDERA
y no reparamos en el precio. Si usted no
se atreve no faltará en Claxton quien sea
más decidido.
—Como atreverme me atrevo yo, señor.
Pero es que el barco saldría hecho una lás-
tima. Acabamos de pintarle y será dinero
perdido...
—¿Estará compensado el perjuicio con
treinta libras?
Esta cantidad era mucho mayor de lo
que el pescador se hubiera atrevido á espe-
rar; pero aquella misma esplendidez le ani-
mó á querer sacar más partido.
—Con treinta libras se pagaría el tra-
bajo y el peligro. Pero los daños del bar-
d0.
—Pongamos cuarenta.
El pescador se rascó la cabeza como in-
deciso.
Ezra se levantó vivamente.
—Padre, vamos á Claxton. Allí encon-
traremos lo que hace falta. |
—No sea usted tan súbito, señor... Yo
no me he negado todavía... Sean las cua»-
renta. Jorge, ve preparando. |
—Yo quisiera lavarme las manos —indi-
có Girdlestone.
— Aquí tiene usted agua—dijo Sampson
trayendo una palangana. :
Y salió á siii á su hijo en los prepa-
rativos.
—¿Con qué vas á pagar á este hombre?
—preguntó el viejo. * |
- —Tengo dinero en la cartera. N O sOy
tan imbécil para no haber previsto que un
desastre podría sobrevenir de un momen-
to á otro y no iba á dejarlo todo en poder
de los acreedores.
—¿Cuánto tienes?
—Eso no te importa —replicó Ezra ás-
peramente.—Este dinero es mío, puesto
que lo he salvado yo. Ya te puedes conten-
tar con que gaste una parte para ayudarte
á huir.
—No te lo its hijo mío —dijo el
padre con humildad.—Al contrario, admi-
ro tu previsión. ¿Dónde quieres pe: nos
dirijamos? ¿A Francia?
— ¡A Francia! Eso sería estúpido. El te= .
_légrafo habrá puesto ya en movimiento á ?
todos los gendarmes de la costa.
—¿Adónde entonces?
—¿Adónde? Primero á alcanzar al «Agui-
la Negra», que mañana debe llegar á “los
Downs. Como es domingo, la prensa no
A. CONAN-DOYLE
habrá divulgado todavía la noticia. Y si
logramos alcanzar el barco...
— ¡Dios lo quiera!
—No hables de Dios. Me repugna esa
hipocresía después del crimen á que tú nos
has empujado.
— Mi intención era buena—gritó el viejo
levantando los brazos con desesperación.
—Tú no debías reprochármelo. Fué sólo
por ti, por dejarte rico y bien reputado.
—S$1; siempre lo mismo. Todas tus in-
tenciones vienen de Dios y todos tus actos
del diablo.
—Ya estamos listos, señores —dijo Samp-
son reapareciendo.
-—— Girdlestone y su hijo llegaron á la orilla
del mar, donde les esperaba un pequeño
- bote. El barco estaba anclado algo más
adentro. dd
A los pocos instantes se les reunieron
- Sampson y su hijo provistos cada uno de
una linterna. Ambos estaban vestidos de
tela impermeable en previsión de una no- -
Che lluviosa. |
—Los trajes de ustedes no son los más
á propósito para el caso —dijo el pescador.
—Se van ustedes á mojar de firme.
—Eso es cuenta nuestra—replicó Ezra.
—¡Partamos!
-— Subieron al bote. El mar estaba tan agi-
tado, que les costó mucho trabajo llegar
al barco, aunque apenas había doscientos
- metros de distancia.
—Prepara el bichero—gritó Sampson á
su hijo. a
—Está, padre. : ul
El bote atracó al costado del barco y los
- cuatro hombres subieron á bordo.
Los marineros se pusieron á la manio-
bra y ayudados por sus dos pasajeros con-
siguieron largar la enorme vela parduzca.
-— Unaracha de viento acostó el barco has-
ta tocar el agua con la arboladura. Los
-— Giirdlestone se mantuvieron dificilmente,
_asidos á las cuerdas.
—Nuestra cámara no es muy lujosa—
- dijo el pescador;—pero, con todo, me pa-
rece que irían ustedes mejor abajo. ¡
- —CGracias —repuso Ezra; —por ahora
preferimos permanecer en el puente.
¿Cuándo cree usted que llegaremos á los
Downs? E
—A este paso, mañana, poco de:zpués
de mediodía. :
. Los pescadores se entregaron silencio-
,
87
samente á su cometido. El uno, á gober-
nar el timón; el otro, á orientar las velas.
Los3 pasajeros, apretados el uno contra
el otro á causa del frío, absortos en sus
pensamientos, no hablaban. De repente,
al doblar un recodo de la costa, apareció
ante ellos el priorato. Todas las ventanas
estaban iluminadas y se veían sombras pa-
sar y repasar continuamente.
—¡Mira!—dijo Girdlestone en voz baja
á su hijo.
—Ya lo veo. La policía no ha perdido el
_biempo.
El viejo inclinó la cabeza y por la pri-
mera y última vez de su vida, se cubrió la
cara con las manos y lloró amargamente.
—Algo así pasará el lunes en Fendurch
Street. ¡En las oficinas de Girdlestone!...
¡Dios mío! He aquí el fin de una larga vida
de trabajo... ¡Oh, mi firma, mi casa!... Eso
me rompe el corazón.
Y volvió á caer en su negro mutismo,
mientras el barco continuaba su carrera so-
bre las olas del Canal de la Mancha.
XXV
LA VISIÓN DEL CAPITÁN HAMILTON MIGGS -
Varias veces en su vida había demostra-
do Ezra que sabía tomar rápidamente su
partido en los momentos más difíciles;
pero nunca acreditó mayor serenidad que
en la terrible ocasión de su fuga. Mientras
huía había formado su plan, y ahora esta-
ba seguro de que si lograban alcanzar el
navío de Miggs, escaparían á la persecu-
ción de la ley. | | ces |
El «Aguila Negra» había descendido el
"Támesis. Aquel mismo sábado, tan fecun-
do en trágicos acontecimientos, debía an-
clar en Granesand continuando desde luego
hasta los Downs, donde esperaría nuevas
instrucciones de la firma.
Si los fugitivos le alcanzaban á tiempo,
| era probable que Miggs estuviese aún ig»
norante de lo sucedido. i css
Ezra llevaba, cosidas en el forro de su
chaleco, cinco mil libras del Banco de In-
glaterra, con las que podría, si escapaba de En
la justicia, probar fortuna de nuevo al otro
lado de los mares. En cuanto á su padre, |
¡00 AL MILLÓN DE
estaba resuelto á dejarle abandonado en la
primera ocasión.
Durante toda la noche el barco navegó
hacia el Este y los dos criminales perma-
necieron en el. puente expuestos á la lluvia
y al rocío del mar que calaba sus ropas. Por
Otra parte, la mar embravecida y los ele-
mentos desencadenadosles eran favorables,
porque preferían todos los sufrimientos físi-
cos al martirio de aquella obsesión cons-
tante: Rebeca asesinada y la justicia per-
siguiéndoles. y
Hacia las dos de la mañana vieron la
_Villade Worthing señalada por las luces de
- Sus edificios Todavía antes de amanecer
el barco pasó ante una población mucho
más grande, sembrada de puntos lumino-
sos: era Brigton. Habían hecho, pues, la
mitad de la jornada. A los primeros rayos
de la aurora, los criminales se examinaron
recíprocamente. Estaban lívidos, los cabe:
llos en desorden, los ojos rodeados de amo-
ratados círculos y las facciones desfigura-
das de ansiedad y de fatiga. |
_—Es preciso arreglarnos un poco—dijo
- HMzra.—Si Miggs nos ve aparecer en este
estado sospechará alzo. ed
En la cámara encontraron un trozo de -
-. Jabón y un peine roto y con ellos proce-'
dieron á hacerse una «toilette» elementalí
sima, reparando á la vez, en lo posible, el
desorden de sus trajes. A
El viejo fué provisto por Sampson de un
- sombrero canotier que contrastaba singu-
larmente con su traje y con su aspecto.
- Derepente Ezra llamó la atención de su
- Padre, sobre una línea de navíos que su
- Vista perspicaz había divisado desde larga
A E
—Padre, padre—gritó—sin poder domi-
har su alegría; —aquel navío primero es el
_ “Aguila Negra», ¡llegaremos á tiempo!
- —8B, sí es él; lo reconozco en la forma
o a a
-Llévenos usted á aquel buque—dijo
- Ezra, señalándolo, al pescador.
Este miró atentamente.
—¿A cuál? ¿Al que acaba de levar el
ancla? Ya no llegaremos á tiempo.
- —¡Cómo! ¿Dice usted que ba levado el
ancla? ARE BR A
- —Ya lo creo. Mírelo usted mismo.
Mientras cruzaba estas palabras, el na-
vío iba desplegando, una á una, sus gran-
- des velas blancas.
Mn.
LA HAREDERA
—No diga usted que no llegaremos, ¡ira
de Dios! ¡Hay que llegar á toda costa!
—Veremos á ver. Si seguimos aventa-
jándoles como ahora, tal vez.
—A ver, largue usted todas las velas.
¡Fuera los rizos! j
Y con sus dedos temblorosos, él mismo
largó la vela. El barco se inclinó sobre un
costado. :
—¡Atención! —gritó Sampson.—Ya no
podemos apretar más. ' |
—¡Lesacamos ventaja! —exclamó el vie-
jo viendo acortarse la distancia. ;
—Bí; pero es que el navío no ha toma-
do todavía su verdadera dirección. Va á
virar en este momento. ¡Poder de Dios!
Si esto parece una regata.
—En la que van jugadas nuestras cabe-
zas—murmuró Ezra por lo bajo.
—Ya lo tienen ustedes virando—obser-
vó el pescador. |
En el mismo instante la gran masa blan-
ca se inclinó fuertemente, el barco dejó
ver por entero uno de sus costados y las
velas destacaron su blancura sobre el azul
del cielo. e di
—Si no le alcanzamos en esta bordada,
no le alcanzaremos ya. La primera virada
será para internarse en alta mar.
—¿No hay un lienzo blanco? preguntó
Ezra. ol FO |
Y descendiendo al camarote reapareció
con un viejo mantel. e |
_— Ponte de pie, padre, y agita esto á ver
si nos ven. ON | pd
Girdlestone se lanzó adelante agitando
lo más alto que pudo su señal. Ezra hizo
lo mismo can el pañuelo. AS |
—Ya no distan más de media milla.
Llevamos el mismo tiempo.
Y los dos hombres unieron sus voces en
cadores. . 2
— Otra vez—dijo Ezra. ;
Y de nuevo las voces resonaron en el
un formidable grito reforzado por los pes-
ar; pero el barco prosiguió súu camino
- —8i tardan todavía cinco minutos en vi-
rar, le alcanzamos infaliblemente—excla- .
mó Sampson. e iS
—¿Oyes esto, padre? hist
Y con nuevas energías recomenzaron
sus vigorosos llamamientos, agitando más
vivamente las señales. AMAS ae:
— Ya viraron—observó Sampson.—
Cuestión acabada.
A. OONAN-DOYLE 3 39
Girdlestone gimió con desesperación
viendo la comenzada maniobra del «Agui-
la Negra» y temiendo verle alejarse de un
momento á otro. El barco, sin embargo,
no acabó de virar.
—Nos han visto—dijo Sampson.—Es-
tán esperando por nosotros. .
- —¡Estamos salvados! —murmuró Ezra
enjugando el sudor que corría por su ros-
tro. —Baja al camarote, padre, y arréglate
un poco —Pareces un espectro.
El «Aguila Negra» había virado por se-
gunda vez y se disponía á evitar los ban-
cos de arena para internarse en el Canal,
“cuando la mirada de Miggs cayó sobre el.
barco de pesca y vió que hacía señales.
Aprestó su catalejo y después de algunos
Instantes de inspección en su rostro se di-
bujó un gesto de asombro, que bien pron-
to se trocó en angustia.
—Ya están aquí otra vez—dijo al se-
gundo.
—¿Quiénes, capitán?
—¿Quiénes han de ser? Las musarañas
que me hace ver esta condenada cabeza—
aludía á sus frecuentes delirios alcohóli-
.cos.—Algunas veces son duendes y bicha-
rracos; pero ahora es algo peor. ¿Qué dirá
usted que me ha parecido ver en aquel
barco? Pues nada menos que al amo, á
Girdlestone, con un sombrero canotier
que le cae como un tiro, y á su hijo ha-
- ciendo juegos de manos edo: una serville-
ta... Yo debo de estar muy malo, y qu
mismo voy á acostarme.
Y se fué, en efecto.
Mac Pherson enfocó á su vez el anteojo
y vió, con no menos sorpresa que el capi-
tán, que era, en efecto, Girdlestone y su
bijo los que hacían señas desde: el barco
de pesca.
Inmediatamente hizo arriar la pued: ma-
yor. A los pocos minutos el barco de Samp-
son arrancaba, y Girdlestone y su hijo pi-
Saban la cubierta de su propio buque.
—¿Dónde está el capitán? —preguntó el
jefe de la firma á Mac: euciennd qe le ua
raba estupefacto.
-—En su camarote, lei:
- —Haga usted que el al siga su rum-
bo. Mi padre y yo.os ACOMPañamos. |
: —¡Cómo! :
—$í. Tenemos en España un asunto de
gran interés. Ha surgido una complicación
qa sel nuestra MESE y! e pre-
ferido ir en nuestro 'propio barco mejor
que esperar un «paquebot».
—¿Pero dónde van ustedes á dormir?
Aquí no hay ningún alojamiento conve-
- niente.
—En la cámara hay dos divanes y en
ellos nos arreglaremos perfectamente. Y
para demostrarlo, ahora mismo nos vamos
á ellos, porque estamos rendidos de fatiga.
XXVI
ÚLTIMO VIAJE DEL «ÁGUILA NEGRA»
La travesía fué al principio inmejorable.
El tiempo era esplóndido, y el paso del
Canal se hizo sin dificultad alguna.
Al salir de las aguas de la Mancha: co-
menzó á sentirse mar de fondo, y aunque
el aspecto del cielo no había cambiado, el
«Aguila Negra» se bamboleaba como si hu-
biera tenido los mismos hábitos de intem-
perancia que su capitán.
De vez en cuando, de las profundidades
del buque salía un ruido sordo provinien-
te de algún fardo puesto en movimiento
por el balanceo. Pero, entre todos aquellos
ruidos se percibía otro periódico y regular
de tal modo parecido á los golpes de una -
hélice, que hacía dudar que se estuviese
en un barco de vela. El
—¿Qué ruido es ese, capitán?—pregun-
to Girdlestone á Miggs.
-—Las bombas que funcionan. -
—¡Cómo! Yo tenía entendido que á las
bombas no se recurría sino cuando los bu- Fa
ques estaban en peligro.
-——Es que el buque está en peligrilairaá: pe
- plicó imperturbable el lobo de mar.
—¡En peligro! —exolamó Ezra mirando
el cielo radiante y el mar tranquilo.—No
- le creía á usted tan corto de espíritu.
_—Cuando un navío no tiene fondo, está '
en peligro, lo mismo con Rp as bueno
que con tiempo malo.
¿Pero dice usted | que el «Aguilas. no d A
tiene fondo? di
—Digo que es como“si no lo len:
Por algunas junturas se puede. meter la
mano perfectamente.
— ¡Qué escándalo! —gritó el viejo 06 Y
- no no me eN qna usted cuenta de 2.
0 BOE
90 EL MILLÓN DE LA HEREDERA
— ¡Esto sí que es gracioso! ¿Pues hemos
vuelto de algún viaje sin que yo le dijera
á usted que estaba asombrado de encon-
trarme vivo en Londres? Ahora que lo ve
usted, comprenderá lo que hemos tenido
que pasar con el dichoso barquito.
Girdlestone iba á replicar duramente;
pero su hijo le contuvo con un gesto.
—Bl bravo Miggs tiene razón—dijo rien-
do.—Estas cosas no las entiende uno has-
ta que se ve en ellas. En la primera oca-
sión se reparará el barco de pies á cabeza,
y veremos si hay modo de mejorarle el
sueldo á su capitán.
Este dejó oir un gruñido, que lo mismo
podía significar agradecimiento que incre-
dulidad.
—De todos modos—dijo el jefe de la
firma—supongo que no habrá verdadero
peligro mientras el tiempo siga asi.
-—Es que no seguirá así—replicó brus-
camente el marino.—El barómetro está
por debajo de treinta y sigue bajando. Va-
rias veces me he encontrado con mar de
fondo y el barómetro bajo, y siempre ha
acabado en mal, Mac-Pherson, mira al
Norte. ¿Qué te parece?
. —En unión con la baja del barómetro,
esto me da mala espina. |
- El fenómeno que preocupaba á los ma-
_rinos, no pareció ASA do Brave á los
“ dos profanos.
La bruma era un poco más espesa por
el Norte y algunas ligeras nubes abigarra-
- das se remontaban por el cielo. Á la vez
- el mar perdia su brillo de plata bruñida
para asemejarse á un vidrio esmerilado.
- —Yasestá encima el viento—dijo Miggs
con seguridad.—Haz cargar la vela de
mesana y largar las de estoy, Mas: Pher-
ieniada el segundo daba sus bilis
| el capitán descendió á su camarote.
-. '—El barómetro ha bajado á 8—dijo
- alreaparecer Mac-Pherson;—arriar la vela
mayor y tomar los rizos de pos:
—Sí, capitán. ld: De
Las señales de silbato se dejaron o oir y
media docena de hombres se poes E :
- nosamente á la maniobra.
-——Tomad un rizo á la vela de mesana—
- gritó el segundo.
—Aprisa, canallas —rugió Miggs, —si no
_ QUeréis que Saja yo á ANT en movi-
A : mientos.
Los Girdlestone empezaron á compren-
der que el peligro no era imaginario.
El viento soplaba ahora por bocanadas
cortas y frecuentes. Empezaron á caer al-
gunas gotas de lluvia. Las nubes se api-
ñaron con espantosa rapidez.
— ¡Atención! —gritó un viejo contra-
maestre; —ya le tenemos aquí.
Antes de que acabara de hablar, la
tempestad se desató en furiosos aullidos,
como si todos los demonios desencadena-
dos volasen por los aires celebrando su li-
bertad. .
Varias veces las pe pasaron sobre el
barco barriendo con estrépito la cubierta.
El viejo navío se estremecía como si tu-
viese el presentimiento de su triste suerte.
De pronto, en una sacudida furiosa, fué
lanzado sobre la cresta de una enorme ola
y precipitado después en el abismo con tal
fuerza, que el choque hizo vibrar el made-
ramen desde el fondo de la quilla hasta lo
alto del palo mayor.
—Esto toma mal giro, Mac—gritó el
capitán.-—El barco no se levanta esta vez.
—Creo que está lleno de agua hasta la
mitad —respondió preocupado el segundo. -
_—No es extraño. Le está entrando por
arriba y por abajo... Los hombres de las
bombas están tendidos y yano aventajan
nada.
—Me temo que éste va á ser nuestro úl-
timo viaje.
—¿Pues sabes lo que te digo? Que me
condene si no me alegro de que esto suce-
da teniéndoles á ellos á bordo. Así apren-
derán lo que es una tempestad en un bar-
co ataúd como éste.
Y soltó una ruidosa carcajada.
En aquel instante el carpintero se acer-
có á ellos. !
-. —La vía de agua—dijo—aumenta cada
vez más. Los hombres están ya que no
pueden más. Se ve tierra cerca.
El capitán y el segundo miraron á tra-
vés de la niebla. Por el costado izquierdo
se dibujaba vagamente una enorme roca,
ruda, inhospitalaria, amenazadora.
- —Gobernemos hacia ella—indicó el se-
ae .—No tenemos ninguna probabili-
ad de salvar el barco, pero podemos 1le-
gar á tierra. | :
- —El barco se hundirá antes de que arri-
bemos—dijo el carpintero con voz des-
de alentada. :
A. CONAN-DOYLE e OR
—¡Ánimo, qué diablo, y á hacer lo que
-ge pueda! —replicó Miggs.
En seguida bajó á buscar á los Girdles-
- tone.
- —El barco se pierde sin remedio—les
dijo, —pero nosotros podemos salvarnos.
- Es preciso que todos turnemos en las
bombas.
Ezra y su padre le signieron sin hacer
- la menor objeción.
Los hombres estaban rendidos; las bom-
bas sólo funcionaban ya muy débilmente.
—¡Animo, hijos míos! Los patrones vie-
nen á ayudaros, y también turnarán el
carpintero y el segundo.
El barco se dirigía rápidamente hacia
las rocas visibles ahora á todo lo largo de
la costa, y cuyo punto culminante era la
enorme masa que había visto al principio.
Pero, al mismo tiempo, se hundía sensi-
-blemente, abriéndose penosamente camino
'á través de las olas en vez de ser levanta-
do por ellas.
En el interior, el agua avanzaba siem-
_ pre y se veía que aquello duraría poco, á
pesar de todas las bombas del mundo,
Entretanto el cielo se aclaraba y el vien-
to perdía su violencia. Hasta que por fin,
el sol asomó su faz entre las nubes.
Aquel cambio cuando ya no había re-
medio posible, parecía una burla del Des-
tino. | |
-—El tiempo cede—observó Mac-Pher-
son.—Si el
tan podrido como sus amos, nos habiamos
salvado. *' | |
—Tienes razón, Mac. Pero siquiera ire-
mos todos juntos—replicó el capitán con
la indiferencia de la borrachera. )
Mac-Pherson le miró y se dió cuenta
de su estado. | |
—Si hemos de perecer—le replicó, —me
- parece que no es lo más decente compare-
- cer á la presencia de Dios con una borra-.
chera semejante. : A
—¡Bah! Es lo mejor y tú debes hacer lo
- MISMO. E
.
—No; si he de morir moriré como un
hombre. | APEOAS
—Morirás como un imbécil —exclamó
el capitán encolerizado.—Y tú, patrón,
¿qué te parece ahora tus economias? ¿Re-
pararías el barco si escapases de ésta?
- Pues no caerá esa breva. ] :
- —En ese estado no está para mandar—
arco no tuviera el corazón
dijo Ezra á Mac-Pherson.—¿Qué aconseja
usted?
—Echar al agua los botes. Se manten-
drán ó no se mantendrán, pero ahí está la
única esperanza.
La maniobra fué dificil y sólo á costa
de gran habilidad pudo evitarse que los
botes se estrellaran contra el buque. En
el menor de ellos se instalaron los Girdles-
tone, cuatro marineros y Miggs, que se en-
cargó del timón. :
El sol brillaba sobre las ásperas rocas,
dejando ver el verdor de la cima y un pe:
queño grupo de gentes del país que se-
guían con interés el desarrollo de aquel
drama. ga
No había otra alternativa que gobernar
en derechura á tierra, porque los botes ha-
cían agua rápidamente y podían hundirse
de un momento á otro Ar
—Ya ha desaparecido el buque— dijo
de pronto Ezra.—Todos volvieron la ca:
beza. En efecto, el «Aguila Negra» había
concluído su trabajosa vida, y de ella no
quedaba ya ni rastro. Ñ (
—También desapareceremos nosotros
cuando nos llegue el turno—gritó Miggs
riendo estúpidamente.— Animo, mucha-
chos, á adelantar el bote de Mac Pherson...
Esta es una regata y la meta está en los
infiernos. | qa”
Ezra miró á su padre y le vió rezar en
voz baja. E cdo AB
—¡Todavía!—le dijo con una sonrisa de -
mofa. | EAS e
-—Hago las paces con Dios—replicó el
viejo en voz solemre.— Repaso el curso
de mi vida y aunque reconozco haber pe-
cado, he seguido la mayor parte del tiem-
po el camino recto. EPA e
De repente una ola enorme levantó la
ligera embarcación y la precipitó contra
las rocas. Se oyó un estruendo horrible y
el bote se partió en dos, mientras las olas
arrebataban á los náufragos para lanzarlos
sobre el cercano arrecife.
La gente que había en la cumbre dejó
escapar un formidable clamoreo de com-
pasión y espanto. Desde alli se veían como e
puntos negros las cabezas de los desgra-
.
“ciados que iban desapareciendo proyecta-
dos contra las rocas ó arrastrados al fondo
por alguna corriente submarina. e
Ezra era un nadador excelente; pero
cuando salió á flote, no intentó cansarse
92
nadando. Sabía que las olas mismas le lle.
varían á tierra con mucha mayor rapidez
de la que él deseaba y se dispuso para la
lucha. |
En efecto, bien pronto una ola inmen-
sa se levantó sobre el arrecife y arrastran-
do al joven como una pluma, le arrojó con
violencia contra el escarpado. Luchando
por mantenerse á flor de agua, extendió
los brazos y se asió fuertemente á un sa-
liente de la roca. El choque fué tremendo,
pero él no soltó su presa, y cuando la ola se
hubo retirado se encontró, anhelante y
quebrantado, sobre un estrecho reborde,
sobre el que apenas podía poner los pies.
El peligro estaba lejos de haber cesado.
Después de otras olas más pequeñas vió
avanzar una gigantesca, que seguramente
llegaría basta la altura en que él estaba.
¿Podría resistirla ó no? Se agarró con to-
das sus fuerzas, clavando las uñas en las
asperezas de la roca hasta hacerse san-
£re, y esperó.
El agua se elevó en un terrible remolino
por encima de él, envolviéndole y amena-
zando arrastrarle en su reflujo; pero él re-
sistió con encarnizamiento.
Cuando el agua se retiraba inclinó la
vista y vió, saliendo del fondo, un largo
brazo desnudo que se asía al borde mismo
saliente en que él estaba de pie. .
Antes de que apareciese la cabeza, Ezra
conoció que aquel brazo pertenecía á su
padre. Un segundo donfuóa el rostro del
viejo Girdlestone apareció á'flor de agua.
Estaba cruelmente golpeado y el agua
_le había arrancado parte de sus ropas. A
pesar de su estado reconoció á su hijo y le
miró suplicante, mientras se agarraba con
todas sus fuerzas al resto de la roca.
-_ El espacio era tan limitado que sus de-
_4Aos tocaban casi á los pies de Ezra.
a —Agquí no hay sitio —dijo el joven con
o ON
-—¡Por el amor de Dios Omnipotente!....
¡por piedad! AR
—No hay espacio casi para uno solo.
El viejo estaba colgado de los brazos
con la mitad del cuerpo dentro del agua.
Aquello sólo duró algunos instantes, los
suficientes para que la memoria de su vida,
pasada se alzase en su conciencia. +:
-— Vió la alcoba de su emigo moribundo y
se vió él mismo á la cabecera.
Recordó las palabras de su juramento y.
13
EL MELLÓN DH
LA HEREDERA
le pareció que el rumor de las olas las re-
petía á su oído: «que los mismos de mi
carne y de mi sangre me traten á mí lo
mismo que yo á ella...»
Y de nuevo dirigió á su hijo los ojos su-
plicantes.
Ezra vió venir una ola y comprendió
que arrebataría á su padre y que éste po-
dría arrastrarle á él.
—¡Déjame!—gritó con rudeza.
—¡Ayúdame, hijo! ...
El bijo golpeó implacablemente con el
talón las manos de su padre y el viejo, con
un grito desgarrador, volvió 4 sumergirse
en el mar.
En aquel instante una amarra descen-
dió á lo largo de la roca y el joven com-
prendió que se había salvado.
XXVII
LA NOVELA SE DESENLAZA POR DOS
ENLACES
La emoción del matrimonio Dimsdale
al recibir en su casa á Kate sana y salva
fué indescriptible.
Después de innumerables abrazos de
uno y otro, el doctor expulsó su indigna-
ción contra los asesinos en esta elocuente
forma: cel |
—Y permita Dios que á los que querían
asesinar á este ángel los veamos pronto
colgados. |
Sus deseos no se cumplieron sino en la
menor parte. Sólo Burt compareció en el
banquillo, y condenado á muerte, fué eje-
cutado tres semanas más tarde,
a
Poco tiempo después, en una pequeña
iglesia de Phillmore gardens se celebraron
Simultáneamente dos matrimonios entre
personas de clase social distinguida.
El día de la ceremonia el barrio entero
acudió á ver la comitiva. Se vió llegar un
verdadero diluvio de coches, de donde des-
cendían damas elegantes y graves y em-
Pingorotados caballeros irreprochablemen-
te vestidos. | |
A. CONAN-DOYLE ] | 938
El mayor, fresco y coloradote, parecía
haber pasado apenas de los cuarenta á
pesar de su corpulencia, que ya era casi
obesidad. Tomás Dimsdale, aunque muy
pálido, reflejaba en su semblante una di-
cha profunda.
Hubo un gran movimiento de expecta-
ción cuando las dos novias se adelantaron
hacia el altar. |
Mistress Scully estaba tan fresca y en-
-cantadora como cuando, quince años an-
bes, había contraído sus primeras nupcias.
"Vestía un traje gris con sombrero del mis-
mo color y llevaba en la mano un hermo-
so «bouquet», de las flores más raras de
Covent Garden. Detrás de ella apareció
Kate, verdadera visión de ensueño, en-
vuelta en, su diáfano velo de desposada,
bajo el cual se dibujaban las líneas armo-
niosas de un cuerpo gentil. Con los ojos
bajos y una ligera tinta sonrosada ani-
mando la palidez de sus mejillas, la joven,
deslizándose con paso de hada, fué á ocu-
par su puesto en el altar.
Después de la ceremonia, á los acordes
de la marcha nupcial de Mendelssohn,
bajó el mayor, radiante de orgullo, con la
linda ex viuúa tiernamente apoyada en su
brazo; y detrás Tomás Dimsdale opri-
miendo contra su corazón la mano de
Kate y no viendo más que á ella en el
mundo.
Desde su vuelta á Londres, Tomás, que
moralmente se creía comprometido en los
asuntos mercantiles de la casa Girdlesto-
ne, se ocupó activamenta de poner en cla-
ro las cuentas. Contra lo que se esperaba,
se vió que, gracias á la liquidación. del úl-
timo trimestre, que fué verdaderamente
excepcional, podía hacerse frente á las
deudas, como se hizo, y bajo la dirección
de Dimsdale, ponerlas de nuevo á flote.
Tomás dedicó á ella todo su dinero y
toda su energía y tomó como asociado al
viejo Gilray, medida excelente que fué
provechosa para los dos. La casa Dimsda-
le y Gilray es actualmente de las más im-
portantes y acreditadas de Inglaterra.
Mac Pherson, cuyo bote se salvó provi-
dencialmente, vino á ser el capitán de bar-
co más apreciado de la casa Dimsdale y
Gilray.
En cuanto á Ezra Girdlestone, jamás
se supo lo que fuera de él.
A no ser que fuera en realidad el mismo
hombre desgraciado y prematuramente
envejecido que un viajante de la casa
Dimsdale halló en San Francisco de Ca-
lifornia y que murió en una riña de bo-
rrachos. Las señas dadas por el viajante,
coincidían, en efecto, con las de Ezra, pero
no ha llegado á saberse nada cierto sobre
este punto.
$
Eo O E E
_L—La última cita de John Harston.
11. —Dos obras de caridad.. .
TII.—El capitán Miggs... . >
IV.—Ciencia y BpOrt.. . . . .
V.—Aprobados y SUSpensos.. . . +. »
- VI.—Dos bohemios trasnochadores. .
-VIT.—Un monopolio de diamantes... .
VIII. —Lances de amor y fortuna de
Tomás Dimmadale.s . << siete e
IX. —Ezta Girdlestone da un mal paso.
X.—El mayor Clhutterbuck encuentra
A A ta aa e dl
XI.—Noticias de los balls: dia de
- XIT.—El robo de los diamantes. . . .
XIII. —La firma Girdlestone pone sitio
á cuarenta mil libras... . .. . . .
XIV. —Hl mayor Clutterbuck se ot
pea A
. . . . '. . .
Páginas
5
9
11
14
16
17
XV.—En la taberna del Gallo y el Cu-
o a A
XVI.—Ruptura de hostilidades. . . .
Páginas
56
XVII. —El cautiverio. ....o . .
XVILL —Martirios y fantasmas.
XIX.—8Se agrava la situación .
XX.—Un rayo de esperanza. .
XXI.—Un proyecto elegante. z
XXII.—El asesinato.. . . +. .
XXXII. —La invasión de ocio: .
XXIV.—Un crucero á media noche. ..
XXV.—La visión del Dai Hamilton
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XXVI. — Gao viaje da «Águila
Negra». . .. A o
XXVIT[.— La dovála se eseblesa por
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