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AMORES DE SALVATO Y LUÍSA
(LA SAN FELICE)
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TOMO PRIMERO Z
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OBRAS ESCOGIDAS DE A. DUMAS -
AMORES DE SALNATO Y LUISA
VERSIÓN LIBRE
ILUSTRADA CON PRECIOSAS LÁMINAS AL CROMO
POR EL REPUTADO ARTISTA
D. EUSEBIO PLANAS
BARCELONA
ONDIDIDIIA
ESTABLECIMIENTO TIPOGRAFICO-EDITORIAL DE JUAN PONS
171 - PROVENZA - 11
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CAPÍTULO PRIMERO
Un hidalgo y seis matones
+ xisre en Nápoles, á un extremo de la Mar-
gelina, 4 unos dos tercios poco más 6 menos.
del monte Pausilipo, que en la época de la
cual hablamos no era más que un sendero
casi impracticable; existe una extraña ruina que
avanza en toda su longitud sobre un escollo ince-
santemente batido por las olas del mar, y que á
la hora en' que se determinan las mareas éste penetra en
sus departamentos bajos, de forma que es como el roído
esqueleto de un palacio nunca terminado y que ha lle-
gado á su decrepitud sin conocer nunca la vida.
La memoria del pueblo conserva con más tenacidad
la popularidad del crimen que el recuerdo de las virtu-
des. Así, por ejemplo, el pueblo de Roma, que: olvida los
gloriosos reinados de Marco Aurelio y de Trajano, no
muestra al viajero las ruinas de ningún monumento que
4
dE AMORES DE SALVATO Y LUÍSA
recuerde estos emperadores; mas, en cambio, se entusias-
ma en el del envenenador de Británico y del asesino de
Agripina, y une el nombre del hijo de Domicio Enobarbo
á4 todos los monumentos, aunque sean posteriores á él en
ocho siglos, y muestra las termas de Nerón, la torre de Ne-
rón y el sepulcro de Nerón. Esto es lo que hace el pue-
blo de Nápoles, que ha bautizado la ruina de la Margelina
—á pesar del visible mentís que le da su arquitectura del
siglo xvii—con el nombre de palacio de la reina Juana.
Aquel palacio, que es unos dos siglos posterior al rei-
nado de la impúdica anjevina, fué levantado, no por la
regicida esposa de Andrea ó por la amante adúltera de
Sergiani Caracciolo, sino por Ana Caraffa, mujer del
duque de Medina, favorito de aquel Olivares llamado el
conde-duque, el cual era, á su vez, favorito del rey Fe-
lipe IV. Olivares, al caer, trajo consigo la caída de Me-
dina que fué llamado á Madrid y que dejó en Nápoles á
su mujer, objeto del doble odio que ella había levantado
- por su orgullo y él con su tiranía. ad |
Cuanto más humildes son los pueblos durante la
prosperidad de sus tiranos, más implacables son el día de
su caída. Los napolitanos, que no habían exhalado una
queja mientras gobernó el virrey, cuando éste:se halló en
desgracia le persiguieron en su mujer, y Ana Carafla,
objeto de los desdenes de la aristocracia, víctima de los
insultos de la plebe, dejó á Nápoles y fué á morir á
Pórtici, dejando su palacio medio, concluído, símbolo de
su fortuna rota en mitad de su carrera.
-
4
AMORES DE SALVATO Y LUÍSA "7.
Desde aquel tiempo, el pueblo napolitano hizo de
aquel gigante de piedra el objeto de sus sombrías supers-
ticiones: aunque su imaginación no se distinga por la
nebulosa poesía de los hijos del septentrión, y que los
fantasmas, ordinarios habitantes de las nieblas, no osen
aventurarse en la límpida y transparente atmósfera de la
- moderna Partenope, ha poblado, no se sabe por qué,
aquella ruina de espíritus malos que asustan á los 'in-
crédulos bastante osados para aventurarse en el interior
de aquel palacio en esqueleto, ó bien á los que, aún
más valientes, trataban de concluirlo sin embargo de la
maldición que sobre él está pesando, y sin embargo de
que el mar, en su ascenso progresivo, lo iba invadiendo
y arruinando. Se hubiera dicho que aquellas inmóviles é
insensibles murallas habían heredado las humanas pa-
siones, y que las almas vengadoras de Medina y de Ana
Caraffa habían ido á habitar, después de muertas, aquella
mansión desierta y ruinosa donde no habían podido mo-
rar mientras vivían.
¡Esta superstición se había acrecentado en 1798—
época en que nuestro relato empleza—por las historias
que habían circulado entre el pueblo.de Margelina, es
decir, entre la población más próxima al teatro de estas
lúgubres tradiciones. Contábase que desde hacía algún
tiempo en el palacio de la reina J uana—pues según ya
dijimos el pueblo le daba este nombre que nosotros acep-
- tamos como novelistas, pero contra el cual protestamos
como arqueólogos; —contábase que en él se oían rumores
: ; E
8 AMORES DE SALVATO Y LUÍSA
de cadenas mezclados con gemidos; que por entre las
abiertas ventanas, y bajo las sombrías arcadas, se habían
visto luces de un azul pálido errando solitarias en las
deshabitadas y húmedas estancias; y se añadía, en fin, :
que aquellas ruinas se habían convertido en antro de
- bandidos.
Esto último se hallaba justificado, según algunos,
por el dicho de un viejo pescador llamado Basso Tomeo,
á quien, todo el mundo concedía gran crédito.
He ahí lo que contaba:
Cierta noche la tempestad le obligó á refugiarse en
una ensenada que forma el escollo en que se halla asen-
tado el castillo, y Basso 'Tomeo vió, entre las tinieblas '
de los vastos corredores, sombras vestidas con la larga
túnica de los blancos, que es el ropaje talar vestido
por los penitentes que asisten á los condehados al pa-
tíbulo.
Al sonar las doce,en el reloj de la Madona de Pié-di-
Grotta, uno de aquellos hombres ó de “aquellos diablos,
apareció sobre la roca á cuyo pié se balanceaba su lan-.
cha, detúvose en ella por un instante y en seguida se
dirigió hácia él bajando el declive del peñasco.
: Un momento después sintió que su lancha se incli-
naba al peso de su cuerpo. Basso entreabrió asustado sus
párpados para ver lo que hacía tan singular huésped, y
vió como á través de una nube aquel hombre de sepul-
crales formas, el cual se inclinaba sobre él puñal en
mano. Luego sintió como la punta de-éste se apoyaba en
de AMORES DE SALVATO Y LUÍSA 9
su pecho. Comprendiendo Tomeo qué trataba únicamente
de asegurarse si dormía, permaneció inmóvil, fingiendo
la respiración del hombre sumergido en el sueño más
profundo. La terrible aparición, luego de permanecer en
la actitud indicada, subió la escarpa, se detuvo en ella un
instante como para asegurarse de que el pescador seguía
durmiendo, y desapareció en la obscuridad de las ruinas.
Basso quiso coger los remos y emprender la fuga; pero
después reflexionó que esto indicaría que su dormir había
sido fingido, lo cual podía traer fatales consecuencias.
De todos modos esta escena produjo en él tan honda
impresión, que abandonó la Margelina con sus tres hijos
y una hija llamada Asunta, y fué á establecerse en la
Marinella. :
Estos rumores tomaron cuerpo entre el pueblo napo-
litano, que es el más supersticioso de los pueblos. Desde
el Panusilipo hasta la iglesia de la Madona de Pié-di-
Grotta, circulaban nuevos relatos que hacían estremecer
á las familias reunidas en torno del hogar y á los pes-
cadores que aguardaban, sentados en sus lanchas, la hora
de echar sus redes. |
Los más inteligentes que no creían en apariciones ni
en la maldición que pesaba sobre el castillo, eran los
primeros en acrecentar estos rumores. Atribuían todas
estas leyendas á causas mucho más graves. Decían, por
lo bajo, que, irritada la reina María Carolina por los
acontecimientos que llevaron al patíbulo á su cuñado
Luís XVI y á su hermana María Antonieta, estableció,
TOMO 1.—2.
/
10 AMORES DE SALVATO Y LUÍSA
para perseguir á los revolucionarios, en una sala de pala-
cio, una cámara obscura, llamada así por las tinieblas en
que permanecían jueces y acusadores, una especie de
tribunal secreto, apellidado de la Santa Fe; añadían que
pronunciaba sentencias de muerte de las que no se daba
noticia al acusado sino cuando Pascuale de Simone, el
ejecutor de sus sentencias, las notificaba con su puñal.
Simone decía una sola palabra al oído de las víctimas
y en seguida las hería con golpe tan certero, que ninguna
escapaba á la muerte, y para que no se ignorase quién
lo daba, tenía la costumbre de dejar clavado en la herida
su puñal, en cuyo mango se veía una cruz y las dos
letras S F, iniciales de Santa Fe. '
También corría la versión de que en las ruinas del
castillo había una partida de bandidos que trabajaba por
cuenta propia, y haciendo creer que obraban en virtud de
la real venganza, lograba la impunidad de sus crímenes.
Entre tanto el curso de los sucesos nos indica lo que
se hacía en el castillo, presentaremos á nuestros lectores
uno de los personajes más importante de este libro.
En la noche del 22 de Septiembre de 1798, un hom-
bre acababa de salir de estas ruinas después de haber
cambiado en voz baja algunas frases con otro hombre que
se había quedado en las mismas y de recibir de éste
cierto documento que metió en un bolsón de hule.
El que abandonaba aquel sitio era un guapojoven ayú-
dante de campo del general Championnet, del cual ten-
dremos ocasión de hablar en-el curso de nuestra historia.
A
| AMORES DE SALVATO Y LUÍSA 11
Llamábase Salvato Palmieri, y se distinguía por el
valor y bizarría que desplegaba en los combates.
Al salir del palacio nuestro joven, echó en torno suyo
una mirada. Era noche de tempestad, y, á la luz de un
relámpago, vió que la calle estaba solitaria.
Por más que no lloviese, el trueno retumbaba en el
espacio. Al salvar el ángulo más obscuro de las ruinas,
parecióle á Salvato que la silueta de un hombre se dibu-
jaba en uno de sus muros. Creyó que esto no valía la
pena de llamar su atención, pues, armado como iba, nada
podía importarle aquel hombre.
Esto sin embargo, á los veinte pasos volvió hácia
atrás la cabeza. No se había engañado: aquel hombre
cruzaba por su camino y se veía que trataba de coger
por la izquierda. PEE |
Diez pasos más léjos creyó distinguir, por encima de
la pared que bordea el mar y que sirve como de muralla
al camino, una cabeza que, al acercarse el joven hácia
ella, se ocultó rápidamente. Inclinóse en 'el muro, dió
una ojeada al otro lado del mismo, y sólo vió un jardín
con árboles cuyas densas copas llegaban hasta él.
Durante este tiempo el primer hombre había ganado
terreno, y andaba con él de un modo paralelo. Salvato se
le acercó, pero sin que perdiese de vista el sitio donde se
había ocultado la cabeza. |
Á la luz de un relámpago vió entonces tras sí un
hombre que saltaba el muro y que, cual él, se dirigía
N
hácia la Margolina.
12 AMORES DE SALVATO Y LUÍSA
Llevó la mano á su cinto, se convenció de que sus pis-
tolas saldrían de él muy fácilmente, y siguió su camino.
Aquellos dos hombres, continuaron andando con él
paralelamente.
Pero el uno se le adelantaba EEN tanto yendo á su
- izquierda; el otro iba detrás de él, opos por la
derecha.
Cuando llegó cerca del Casino del Rey, vió que otros
dos hombres permanecían situados en el centro del ca-
mino. Ambos se disputaban con esa” multiplicidad de
gestos y gritos que caracterizan á la plebe de Nápoles.
Salvato armó sus pistolas debajo de su capa y, sospe-
chando que aquellos hombres le acechaban para jugarle
una trastada y en vista que no dejaban franco el paso,
dirigióse resuelta y derechamente hácia ellos.
—¡Hola! ¡Eh! ¡Dejad libre el camino! les dijo en
buen napolitano.
—¿Y por qué hemos de dejarlo libre? interrogó uno
de aquellos dos hombres con voz burlona, y olvidando la
disputa que con el otro sostenía. |
—Porque el centro de la calle de Su Majestad el rey
- Don Fernando se ha hecho para los hidalgos y no para
los bribones cual vosotros. |
—¿Y si no os dejara franco el paso? replicó el otro
de aquellos dos hombres. *
- —No diría nada y me lo abriría por mí mismo.
Y descolgando las pistolas de su cinto, se dirigió
hacia ellos.
AMORES DE SALVATO Y LUÍSA 13
Los dos hombres se apartaron; mas luego le siguieron.
Salvato oyó á uno de ellos, que parecía ser el jefe,
que decía: |
—¡Es él!
El joven, comprendiendo que estaba amenazado, se
detuvo. | |
Aquellos hombres hicieron lo mismo, situándose á su
lado.
Estaban á diez pasos uno de otro.
- El sitio se hallaba desierto.
Á la izquierda había una casa cuyas ventanas estaban
cerradas y cuya tapia bordeaba un jardín dejando ver la
cima de un bosque de naranjos cuyas hojas se estreme-
-cían al soplo de la brisa, y un álamo cuya flexible y alta
copa se levantaba ó bien se inclinaba.tras la cerca.
A la derecha estaba el mar. ]
Salvato dió unos pasos hacia adelante y volvió á
detenerse. | |
Aquellos hombres, que habían vuelto 4 andar cual
e él, también se detuvieron.
El mancebo retrocedió.
Los cuatro hombres, que se habían reunido y que, á
no dudarlo, se habían puesto de acuerdo, le esperaron. '
—No solamente, les dijo Salvato cuando estuvo á
cuatro pasos de ellos, no. solamente quiero que se me
deje el paso franco, sino que exijo que nadie me siga.
Dos de aquellos hombres habían sacado ya su navaja,
4
y la empuñaban con fuerza.
$
PE AMORES DE SALVATO Y LUÍSA
—Vamos, dijo el que parecía su jefe; quizá haya
medio para que nos entendamos, pues, de la manera con.
que habláis el napolitano, es imposible que seáis francés.
—Y ¿qué te importa que yo sea francés ó napolitano?
' —Me conviene saberlo. Así, pues, responded fran—
camente.
-—Yo creo, bribón, que te permites interrogarme.
—¡Oh! Lo que hago, señor hidalgo, es en obsequio
vuestro y en el mío. Veamos: ¿sois, acaso, el hombre que,
viniendo de Capua jinete en un alazán y vistiendo el
uniforme francés, ha cogido una lancha en Puzzolo, y,
á pesar de la tempestad, obligó á unos marineros á que
le condujesen al palacio de la reina Juana?
Salvato podía contestar de un modo negativo, ó bien
usar el patos napolitano á fin de acrecentar las dudas del
hombre que le interrogaba; mas parecióle que el mentir,
aunque se tratase de contestar á un esbirro, era siempre
mentir ó bien cometer una acción impropia de un Pe
y
bre digno.
—Y si efectivamente era yo, preguntó Salvato, ¿qué
es lo que ocurriría?
—¡Oh! Si erais vos, dijo el matón con acento som-
brío y moviendo la cabeza, yo me vería en el caso de
mataros; á menos, sin embargo, que consintieseis en
darme, con buena voluntad, ciertos: papeles que lleváis
encima. | )
—Entonces sería necesario que, en vez de cuatro,
fueseis veinte bribones: con los que sois no hay bastante
4
E
AMORES DE SALVATO Y LUÍSA 15.
para matar, ni aun para robar, á un ayudante de campo
del general Championnet.
— ¡Vaya! ¡Es él!... No hay qué dudarlo. Es necesario
concluir. ¡A mí, Beccaio! gritó aquel hombre. —*
Al oir esta voz, dos de los cuatro matones se desta-
caron del hueco de una puerta que había en la cerca del
jardín, y embistieron por la espalda á Salvato.
Pero éste se volvió con la rapidez del rayo y disparó
sus pistolas contra los dos hombres que empuñaban la
navaja. |
Uno de ellos quedó muerto; el otro gravemente
- herido. | E |
Luego, desembozando su capa y arrojándola, echó
mano á su sable y, de un tajo dado al revés, asestó una
cuchillada en «eel rostro de aquel á quien el jefe había
reclamado su auxilio con el nombre de el Beccaio.
En seguida, con la punta del sable, hirió á su com-
pañero. |
Creía que, por fin, se había desembarazado de sus
agresores, puesto que de seis que eran había cuatro fuera
de combate; y no teniendo que luchar más que con el
jefe y otro de los esbirros que se mantenía discretamente
á unos diez pasos de distancia, iba á dar cuenta de ellos,
cuando, en el mismo instante en que se volvía para em-
bestirles, vió brillar algo como un rayo que, saliendo de
mano del jefe, llegó hasta él silbando, sintiendo un vivo
| dolor en el pecho.
El asesino, no atreviéndose á acercársele, le había
E $
edo AMORES DE SALVATO Y LUÍSA
arrojado su cuchillo. La hoja se había hundido entre la
clavícula y el hombro derecho, y únicamente se veía el
mango en la herida. ' |
Salvato cogió la navaja con la mano izquierda, la
arrancó y dió algunos pasos hacia atrás, pues le pareció
que la tierra faltaba debajo de, sus plantas. Luego, bus-
cando un punto de apoyo, encontró la cerca y se arrimó
á ella. Todo empezó á girar en torno suyo, y su última
sensación consistió en creer que la tapia cedía también
como la tierra. |
Un relámpago que brilló en el cielo se ofreció á su
vista, no azul, sino de color de sangre. Extendió los
brazos, tentó su sable, y cayó desvanecido.
En la postrer luz de la razón, parecióle que los dos
esbirros se lanzaban sobre él. Hizo un esfuerzo por re-
chazarles; pero todo concluyó en un suspiro que, según
él, debía ser el último. |
De pronto, la puerta donde había ido á caer se abrió
y su cuerpo se derrumbó en el jardín.
Le recibieron unos brazos.
Estos brazos eran de una mujer; pero de una mujer
¡oven y hermosa.
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