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Lit.-Felipe Gonzalez Rojas - Editor
nstitut Berlin
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Berlin
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Scher KutuvtE.-
FELIPE GONZÁLEZ ROJAS, EDITOR.—MADRID
CRISTÓBAL COLON
DESCUBRIMIENTO DE LAS AMÉRICAS
ESCRITO POR
ALFONSO DE LAMARTINE
Y ARREGLADO AL ESPAÑOL
PROSPECTO
L descubrimiento de las Américas es uno de esos
acontecimientos cuya historia ha interesado 6
interesará siempre á todas las generaciones.
Cada nuevo detalle que el historiador en sus inves-
tigaciones descubre sohre este célebre suceso, el pú-
blico lo acoge zon avidez y su relato constituye siem-
pre una nueva é interesante novela.
El nombre de Cristóbal Colon, no sólo debe figu-
rar en todas las bibliotecas, sino también en los más
modestos. hogares.
SA palpitante historia, niños y ancianos, nadie
debe ignorarla. Su lectura no puede sino fortificar
nuestra f6 y arraigar más y más en nuestros corazones
la creencia de que cuando el Sér Supremo quiere de-
mostrar su divina voluntad, y llevar á cabo por medio
de una de sus criaturas algunos de sus designios, no
hay entonces obstáculos que no se AN, ai dificul-
tades que no se altanen,
Y
El libro de M. de Lámartine, que hoy. presenta-
mos al público, es una nueva prueba de lo que acaba-
mos de decir. :
Sus páginas, no sólo contienen la novelesca historia
con todos los detalles de este gran acontecimiento,
sino que también encierran pensamientos profundos,
que desarrollados con la encantadora elocuencia que
sólo este gran hombre posee, son capaces de conver-
tir al corazón más incrédulo.
Deseando propagar en todas partes esta útil y pre-
ciosa obra, no hemos vacilado en hacer una edición,
cuya fabulosa baratura la pusiera al alcance de las
más modestas fortunas.
BASES DE LA PUBLICACION
Esta interesante obra formará tres tomos de regulares dimen-
. siones, y se publicará por entregas de ocho páginas.
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magníficas láminas al cromo. Cada lámina equivaldrá á diez y sois
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tregas ó sean treinta y dos páginas, siendo su precio el de
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tidores y librerías. :
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cipales librerías, ó mandando el importe de doce cuadernos por lo
menos en libranzas del Giro Mutuo ó sellos de franqueo.
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s FELIPE GONZALEZ ROJAS: EDITOR.-—MADRID
CRISTÓBAL COLO
DESCUBRIMIENTO DE LAS AMÉRICAS
POR
M. ALFONSO DE LAMARTINE
(ARREGLADO LIBREMENTE AL ESPAÑOL)
NR A IA IA
TOMO PRIMERO
MADRID
ADMINISTRACIÓN: CALLE DE SAN RAFAEL, NÚMERO 9
(Barrio de Pozas)
Teléfono número 1880
1895
Esta obra es propiedad de su
editor, y nadie sin su consen-
timiento podrá traducirla ni re-
imprimirla.
Queda hecho el depósito ¡que
marca la ley.
Imprenta y Casa Editorial de Felipe González Bojas, San Rafael, 9
PARTE PRIMERA
LOS DECRETOS DE LA PROVIDENCIA
M
CAPÍTULO PRIMERO
El convento de Santa María de la Rábida.
y la primavera del año 1471, 4 la una de la tar-
de y. con un sol abrasador, que calcinaba las tor=-
tuosas carreteras de Andalucia, dos extranjeros subían
la cumbre de una colina distante como media legua del-
puerto de Palos.
El sudor que bañaba sus frentes, el polvo que cu-
bria sus trajes, en los que se veian vestigios de una
pasada y mejor posición, y el deterioro de su calzado,
indicaban claramente que aquellas dos personas llega-
ban de muy lejos y sufrían las fatigas de una larga y
penosa marcha.
4 CRISTÓBAL COLON
Apenas se encontraron en el punto culminante de
la colina, sus miradas se fijaron en un edificio de mo-
desta apariencia que se levantaba cerca de alli,
Después de una ligera y silenciosa pausa, nuestros
viajeros continuaron su camino y se detuvieron ante
el pequeño monasterio de Santa María de la Rábida,
á la sombra de cuyo pórtico exterior se sentaron sin
proferir una palabra.
Su aspecto y el cansancio que en sus rostros se
pintaba, no dejaban duda alguna de que buscaban hos-
pitalidad.
En aquella época los conventos de franciscanos
eran el asilo de los viajeros pedestres, cuya precaria
situación no les permitía la entrada en las posadas.
Én este caso, sin duda, se encontraban los dos ex-
tranjeros cuyo exterior anunciaba una reciente mi-
seria.
El uno de ellos era un hombre que apenas había
llegado á la mitad de la vida: su estatura era elevada,
sus formas robustas, su. continente majestuoso, noble
su frente y franca la expresión de su fisonomía. En su
mirada se adivinaba al hombre pensador, y sus labios
se entreabrian dulcemente.
Sus cabellos que en su primera juventud fueron
de un color castaño oscuro, comenzaban á presentar
junto 4 las sienes esos prematuros mechones blancos,
seguro indicio, prueba inequívoca de las desgracias,
delos callados sufrimientos, del trabajo incesante; del:
espirita.
Su rostro bronceado por el sol y la atmósfera
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CRISTÓBAL COLON 5
del mar, tenia esa palidez mate que produce el estudio.
Su voz era varonil, sonora y penetrante, é indi=
caba un hombre acostumbrado á expresar pensamien-
tos profundo3. Sus movimientos no revelaban la menor
ligereza de carácter: todo en él era grave y hasta si-
métrico, pudiéramos decir, en lag cosas más municio:
sas; se respetaba modestamente á sí mismo, y parecia
obrar siempre con la reserva del hombre piadoso en el
templo, ó como si continuamente se hallara en presen -
cia de Dios, ¡
El otro era un niño de ocho á diez años. Sus fac:
ciones eran más femeniles; pero ya marchitas por las
privaciones y fatigas de la vida: tenían tal semejanza
con las del primer personaje que acabamos de descri-
bir, que era imposible no reconocer en él al hijo 6 al
menos hermano. |
Estos dos interesantes viajeros eran Cristóbal Co-
lon y su hijo Diego.
Fijaron en ellos la atención algunos monjes, los
contemplaron primero con curiosidad y lusgo con
vivo interés, y conmovidos al fin por el noble aspecto
del padre y la dulzura infantil del hijo, que contrasta-
ban tan raramente con la pobreza, ó más bien mise
ria de su ropaje, salieron para ofrecerles la sombra,
el pan y el reposo que la caridad cristiana daba á los
peregrinos.
Al ruido que hizo la puerta al abrirse, Cristóbal
Colon levantó la cabeza y fijó una tranquila mirada en
los religiosos. |
Su hijo con la natural impaciencia de sus pocos
TOMO 1 : 2
6 CRISTÓBAL; COLON
añós, púsose en pié, y sus ojos, con expresión afano-
sa, volviéronse también hacia la entrada del santo
asilo, donde esperaba encontrar el alimento y el des-
canso, de que tanto necesitaba.
—Muy fatigados estáis hermanos, —dijo uno de.los
monjes con dulcisimo acento;—por lo menos, vuestro
aspecto asi lo dice.
No os equivocáis, padre mio, —contestó Colon,
levantándose también;-—hace más de seis horas que
caminamos sin encontrar un árbol cuya sombra nos
proteja de los abrasadores rayos del sol, sin haber
visto un arroyo en cuyas aguas apaguemos la sed que :
nos devora.
—¿Venis de muy lejos?
—Sí; y casi estoy por asegurar que ya he perdido
la cuenta de los días que dura nuestro viaje, á pesar
de que la fatiga y las privaciones me los han hecho
tan largos y penosos, que he contado una por una las
horas, y aun pudiera decir que los instantes.
—¿Por qué no habéis llamado?
—Descansaba y meditaba, —repuso Colon, en cuyos
labios se dibujó una leve sonrisa, que pudiéramos ca-
lificar de amarga; —meditaba, y mis pensamientos me
habían hecho olvidarme de todo.
El religioso fijó en el extranjero una mirada escu-
driñadora, y después de algunos momentos dijo:
—Entrad, hermano: vuestra preocupación puede
haceros olvidar de la existencia, y aun mirarla con des -
precio, si es que á extremo tan lamentable os han lle-
vado vuestras desdichas; pero ese niño...
3
CRISTÓBAL COLON 7
EY
—¡Mi hijo!-—murmuró Colon, fijando en la tierna
criatura una mirada penosa y-de ternura sin igual...
-Hé ahi, —repuso el monje,—lo que no debéis ni
podéis olvidar; vuestro hijo, más débil que vos, nece-
sita alimento y descanso.
-—Hace diez horas que no hemos comido.
—Venid, venid.
—Gracias, padre mio,-—respondió el- futuro con-
quistador de un Nuevo.Mundo. '
Y con su hijo siguió al religioso.
Una vez llegados á las habitaciones destinadas á,
los peregrinos, ofreciéronles agua y. algunas viandas,
y en tanto que los viajeros refrescaban y recuperaban
las fuerzas, los religiosos que les habían ofrecido asilo
fueron á dar parte al prior dela llegada de los dos ex-
tranjeros, cuya noble apariencia contrastaba. tan sin-
gularmente con la miseria de sus vestidos.
El superior. del convento de la Rábida era Juan
Pérez de Marchena, antiguo confesor de Isabel la Ca-
tólica, que entonces ocupaba el trono de España con
Fernando V.
Hombre de santidad y de ciencia, modesto como
todo verdadero sabio, había preferido el» retiro del
cláustro á los honores, el bullicio y las intrigas de la
corté; pero no por esto había perdido nada en el pro+
fundo respeto con que lo miraban todos, ni había
menguado el crédito ni la influencia que ejercia sobre
el espiritu de la Católica Isabel.
¿No era la casualidad, sino la Providencia la que
había dirigido los pasos de Colon.
8 CRISTÓBAL COLON
La Providencia, cuyos designios debian cumplirse.
No,' no era el azar, sino la O:mnnipotente mano la
que guiaba al gigante de todos los siglos; la Omnipo-
tente mano, que le abría camino hasta el trono ocu-
pado por la mujer cuya virtud no ha tenido ejemplo;
cuya grandeza de alma no ha tenido igual, cuyo nom-
bre es una de las primeras glorias de nuestra patria,
y aun puede ser el orgullo de la humanidad.
¡Misterios de la divina sabiduria!
Bajo aquella apariencia humilde, agobiado por la
miseria, desfallecido por el hambre, se presentaba el
que iba á ofrecer un mundo, donde las arenas eran de
oro, los riscos de coral, y de perlas el lecho de las
olas.
Como no podía menos de suceder, el relato de los
monjes llamó la atención del superior, que después de
hacer algunas preguntas, sin saber por qué, sintióse
interesado por el misterioso desconocido.
¿Qué significaba esto? |
Se cumplían los designios del Omnipotente, y na-
da más. |
¿Por qué hemos de buscar otra explicación?
En el descubrimiento del Nuevo Continents, lo
mismo que en todos los grandes sucesos que han pro-
ducido una verdadera revolución en la marcha de la
humanidad, el talento del hombre no ha sido más
que el instrumento de que se ha servido la mano de -
Dios.
Apresuróse, pues, el prior á bajar al aposento
donde se encontraban Colon y su hijo.
CRISTÓBAL «COLON 9
Sus primeras palabras, dulces y cariñosas, fueron
para el niño, que se las pagó besándole vespetuasarieids
te la diestra y pidiéndole la bendición.
—Sií, — dijo entonces el venerable religioso, —Dios
encienda más y más la llama de tu fó para que atra-
-vieses victorioso el áspero camino de la vida y se te
abran las puertas de la eterna mansión de Jos: bien-
aventurados... Dios te haya virtuoso... Yo, en su santo
nombre, te handigo. |
Y después de haber hecho la señal de la. cruz sobre
la cabeza del niño, fijó su mirada:en el padre, viendo:
que los expresivos ojos de éste se habían empañado por
- dos lágrimas de inmensa ternura.
A la expariencia y privilegiada inteligencia del
prior bastaba el primer golpe de vista para comprender
que el viajero no era»un hombre vulgar.
—Dichoso padre y dichoso hijo, —añadió con la
misma dulzura.—Si, dichosos, á pesar de vuestras
amarguras; porque sois limpios de corazón, pobres y
desvalidos y... ¡Bienaventurados los que sufren y
lloran!... |
—Padre mio, —respondió Colon, —vuestras palabras
son un bálsamo consolador para nuestra alma dolorida,
son tanto más gratas y dulces, cuanto amarga ha sido
la hiel de la copa que he tenido que apurar.
—¿0O3 quejíis de la fortuna, hermano?
—Líbreme Dios de proferirsemejante queja: los do-'
lores que el Omnipotente envia:á la:criatura, no som
más que pruebas de nuestra virtud... ¡Bendito sea Dios,
porque ha puesto 4 prueba mi fél
10 CRISTÓBAL COLON
—Bendito seáis, mil veces bendito, murmuró el
religiuso con acento que FOR Ua la más tierna emo-
ción. | |
Y elevando al olólo una mirada, añadió:
—¡Gracias, Dios mio, gracias!... ¡Aún hay en este
valle de lágrimas y desdichas adgnás oral
Por algunos minutos reinó un absoluto silencio.
Todos parecian estar profundamente conmovidos.:
Los monjes, que presenciaban aquella escena, ha=
bían inclinado la frente, y hubiérase dicho que ni:aún
á respirar se atrevían.
<Sentaos, hermano,—dijo al fin el superior,
sentaos, y si no es un secreto que os importe guardar
la> historia: de vuestras desgracias, referidmela,. no
para satisfacer mi curiosidad que no la tengo, sino: .
para proporcionarme la satisfacción de consolaros y
fortificar vuestra f6 si es que'la fg que enciende vues-
tra:alma necesita mi ayuda para mantenerse tan viva
como: está.
—¡La historia de mi vida, la história de mis amar--
guras!... No debería contárosla, porque es demasiado.
noble y sensible vuestro corazón para que esa tristísima
historia no os atormente.
—¿No habéis triunfado hasta ahora de la ingl
“dad y las malas pasiones?
—Creo que si...
Entonces, esos dolores, esas amarguras, como
no-significan :más que: triunfos jos de: vues-
tra. f6. .. |
—¡Ah!... ¡Cuán grande y. cuán «bueno goial Todo
—'GRISTÓBAL' COLON | 11
lo sabréis padre mío, y seguro estoy de que ma pro-
tegeróis en la empresa que con la ayuda de Dios, que
por Dios inspirado, intento acometer. Si, vos seréis
mi sostén y mi guía, á vos deberá el mundo el más
grande de los acontecimientos, y por vos padre mío,
la Iglesia, nuestra madre, podrá llevar los inmensos
beneficios de su santa doctrina adonde tal vez millares
de almas se pierden en las tinieblas de una ignorancia
tristisima.
El prior fijó una mirada de extrañeza en el via-
jero.
¿Era éste algún desgraciado que habia perdido la
razón?
Sus. misteriosas palabras parecian hacerlo sospe-
char así.
Empero bien pronto se tranquilizó el anciano, por-
que no podia estar loco.aquel cuya mirada era tan
tranquila, aquel cuyo acento era tan reposado y tan
solemne.
No; el viajero no estaba loco: en su noble y espa -
ciosa frente, y en el brillo de sus negros ojos, sa re-
velaba una gran inteligencia, y si sus palabras pare-
cían misteriosas ó eran incomprensibles para el vulgo,
era porque expresaban pensamientos demasiado eleva-
dos, demasiado sublimes, que no podían estar al alcance
de todos.
— Creeriase,—dijo el prior después de algunos se-
gundos, —que corréis tras de una de esas glorias que
inmortalizan el nombre de quien las alcanza.
—Creo que tengo una misión que cumplir, y nada
12 CRISTÓBAL COLON
más. No es la:gloria lo que ambiciono, no: siento afán
porque mi humilde nombre se 'inmortalice, por más
que esto me halague, y tanto es así, que á esa gloria
renunciaría, me resignaría 4 morir olvidado de todos,
por todos ignorado, y me consideraría el más dichoso
de log mortales con la satisfacción sin igual: de haber
dado cima á mi empresa y haber hecho al mundo un
beneficio. -
—¡¿Y entonces vuestra recompensa?...
Colon sonrió dulcemente, levantó la diestra, señaló
al cielo y dijo:
—La recompensa allí... ¿No es bastante?
—¡Alma sublime!-—murmuró el prior. —¡Cuánta
f6, cuanta f61... Vuestra será la eterna dicha de los
justos...
— ¡Padre míio!... |
—Explicaos, explicaos,—replicó vivamente el re-
ligioso. |
Y sonriendo á su vez, añadió:
—No extrañéis mi impaciencia. Me habéis [prome-
tido una parte de la gloria que os aguarda, de la sa-
tisfacción que habéis de experimentar, y no olvido la
promesa.
«Aquellos dos hombres debian entenderso, 6, más
bien, se habian comprendido ya. |
Cristóbal Colon estampó un tiernisimo beso en la
frente del niño, diciéndole con acento de conmoción
profunda:
— Escucha, hijo mío, escucha tá también, y graba
en tu memoria lo que vas á oir. Ú :
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