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Los Tres MOSQUETEROS por Alejandro Du de suscricion de España y las
10, SANTA TERESA, 10
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Barcelona-Gracia. mas.—LA VIDA JUVENIL por Enrique-Murger. / Américas españolas. a ás
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Los Tres MosQqueTEros.—Dió un salto atrás, y sacó su espada.
74 MUSEO DE NOVELAS.
LOS TRES MOSQUETEROS |
(Continuacion).
—¡Qué ha hecho, señora! dijo d'Artagnan,
creo que su único crímen es tener á la vez la di- ' |
cha y la desgracia de ser vuestro marido.
—¿Caballero, y sabeis...?
—Sé que habeis sido robada, señora.
—¿Y por quién...? ¿lo sabeis? ¡Ah! si lo sabeis,
decídmelo.
—Por un hombre de cuarenta á cuarenta y.
cinco años, de cabellos negros, tez morena, y.
una cicatriz en la sien izquierda.
—El mismo es, él mismo es: ¿pero como se.
llama?
—¡Ah! lo ignoro. |
—¿Y mi marido sabe que me robaron?
—Lo supo por una carta que le escribió el.
mismo raptor.
—¿Y sospecha, preguntó la señora Bonacieux
con embarazo, la causa de este suceso?
—Creo que lo atribuye á una causa política.
—Al principio tambien lo temi,
creo como él. ¿Conque mi querido Bindcionz noO
ha sospechado de mí ni un instante?
—¡Ah! tan distante de ello, señora, que está
orgulloso de vuestra prudencia, y sobre todo de
vuestro amor. E
Otra sonrisa casi imperceptible apareció en
los rosados labios de la hermosa jóven.
—Pero, continuó d' ON ¿como os habeis
fugado? e
—Aproveché un momento en que me dejaron |
sola, y como desde esta mañana sabia lo que de- |
bia pensar acerca de mi rapto, con ayuda de.
mis sábanas bajé por la ventana: entonces cre-
yendo que mi marido estaba aquí, he venido
corriendo. |
—¿Para poneros bajo su proleccion?
—¡Oh! no, pobrecito mio, ya sé que es in-.
capaz de defenderme; pero como nos podia ser-
vir en otra cosa, queria advertirle.
—¿De qué?
—¡Uh! este secreto no es mio, y no puedo de-
círoslo.
—Además, dijo d'Artagnan, (perdonad, seño-
ra, si á pesar de ser guardia, 0s recuerdo la pru-
dencia), sobre lodo, creo que no estamos aquí
en lugar á propósito para hacernos confianzas.
Los hombres que he puesto en vergonzosa fuga
van á volver con gente armada, y si nos en-
cuentran aquí, estamos perdidos. He hecho bien
en avisar á mis amigos, ¿pero quién sabe si les
habrán encontrado en su casa?
y ahora lo!
—Sí, sí, teneis razon, esclamó la señora Bo-
¡nacieux horrorizada: ¡huyamos, salvémonos!
| Al decir estas palabras se agarró del brazo de
dl Artagnan y se lo llevó fuera con prontitud.
| —¿Pero á dónde hemos de huir? dijo d'Artag-
nan: ¿en dónde nos salvaremos?
—Primero alejémonos de esta casa, y despues
| Veremos.
| Así nuestros jóvenes,- sin cuidarse de cerrar
¡la puerta bajaron con rapidez por la calle de
¡Fossoyeurs, entraron en la de Fossés-monsieur-
¡le-Prince, y no se detuvieron hasta la plaza de
¡San- Sulpicio.
—¿Y ahora qué vamos á hacer? preguntó
'd'Artagnan, ¿á dónde quereis que os conduzca?
—Confieso que me hallo muy apurada para
_ Tesponderos, dijo la señora Bonacieux: mi inten-
|
cion era de que mi marido avisase al Sr. Lapor-
te, á fin de que este pudiese decirnos precisa-
mente lo que habia pasado en el Louvre hace
“tres dias, y si corria yo riesgo presentándome
en palacio.
—Pero yo, dijo d'Artagnan, puedo ir á
al Sr. Laporte.
- —Seguramente; solo hay una pequeña difi-
cultad, y es que siendo conocido en el Louvre el
Sr. Bonacieux lo dejarian pasar, mientras que á
vos, no siéndolo, os cerrarán la puerta.
—Pero, dijo d'Artagnan, ¿tendreis en algun
postiguillo del Louvre que os sea adicto y que á
¡favor de alguna palabra de santo y.....?
| La señora Bonacieux miró fijamente al jóven.
- —¿Y si os comunicase esta palabra, dijo, la
| olvidariais al momento que os hubiese servido?
—Bajo mi palabra de honor, á fe de caballero!
¡respondió d Artagnan con un acento que no per-
mitia dudar de su veracidad.
—Mirad, 0s creo, pues me pareceis un jóven
| honrado. Además vuestra fortuna pende de vues-
¡tra fidelidad.
. —Haré sin promesas, y con mucho gusto, to-
do lo que pueda por servir al rey y ser útil á la
reina, contestó d' AREA disponed de mí como
avisar
de un amigo. a
—¿Y en dónde me dejareis durante ese tiempo?
NO teneis alguna persona de confianza con
quien permanecer hasta que el Sr. Laporte venga
á buscaros? |
—NOo, ni quiero fiarme de nadie.
—Esperad, dijo d'Artagnan; estamos muy e cer-
ca de la casa de Athos. Sí, esto es. Y |
—¿Quien es ese Athos? a
—Un amigo. E
—¿Y si está en su casa, y me iS
—No está, y yo me llevaré la llave despues
¡de haberos dejado en su habitacion.
a
MUSEO DE
—¿Y si viene?
—No vendrá; pero en todo caso le dirán que he
traido una mujer y que se halla en su cuarto.
— ¡Sabeis que esto me comprometerá mucho!
—¿Qué os importa? no os conocen; á mas de
que nos hallamos en una situacion en que es
necesario no hacer caso del que dirán.
—Entonces vamos á casa de vuestro amigo.
¿Dónde vive?
—En la calle Férou, á dos pasos de aquí.
—Vamos.
Y los dos prosiguieron su Camino.
Como lo habia previsto d'Artagnan, Athos no
estaba en su casa; tomó la llave, pues tenian cos-
tumbre de dársela como á un amigo de la casa,
subió la escalera, é introdujo á la señora Bona-
cieux en la habitacioncita, cuya descripcion ya
hemos hecho.
—Estais en vuestra casa, dijo: escuchad, cer-
rad por dentro la puerta y no abraisá nadie, á
menos que no oigais dar tres golpes de esta ma-
Nera,
Y llamó tres veces, dos golpes seguidos bas-
lante fuertes, y el tercero mas suave y con ma-
yor inlérvalo.
—Muy bien, contestó la señora Bonacieux.
Ahora me toca á mí daros instrucciones.
—Ya os escucho.
—Presentaos en el postiguillo del Louvre por
el lado de la calle de J'Echelle, y preguntad por
German.
—Muy bien ¿y despues?
—0Os preguntarán qué quereis, y entonces res-
pondereis con estas dos palabras: Tours y Bru-
selas. Al momento estarán á vuestras órdenes.
—¿Y qué he de mandarle?
—Que vaya á buscar á Laporte, camarero de
la reina.
—¿Y cuando haya ido en busca de Laporle, y
este haya venido?
—Me lo enviareis.
—Muy bien; ¿pero cómo y dónde os he de vol-
ver á ver?
—¿0s importa mucho verme?
—Seguramente.
—¡Pues bien! fiaos en mí y quedad tranquilo,
—Cuento con vuestra palabra.
—Contad con ella
7 an saludó 4 la señora Bonacieux, di-
rigiendo Ja mirada mas amorosa que le fué posi-
ble á su encantadora personita, y mientras que
bajaba la escalera, oyó cerrarse la puerta tras él
con doble vuelta. En dos saltos fué al Louvre, y
al llegar al postiguillo de l'Echelle dieron las
diez. Todos los sucesos que acabamos de contar
pasaron en media hora.
NOVELAS. 75
Sucedió todo como lo habia anunciado la seño-
ra Bonacieux. Al oir la palabra convenida del
santo, German se inclinó, y al cabo de diez mi-
nutos Laporte estaba en el cuarto del portero: en
dos palabras le puso d'Artagnan al corriente y
le indicó en donde estaba la señora Bonacieux.
Laporte se hizo repetir dos veces las señas para
asegurarse de su exactitud, y salió corriendo. No
obstante, apenas habria andado diez pasos volvió
atrás.
—Jóven, dijo á d'Artagnan, voy á
consejo.
—¿Cuál es?
—Debeis estar inquieto por lo que acaba de
suceder.
—¿Lo creeis así? j
- —Sin duda. ¿Teneis algun amigo cuyo reloj
atrase?
—¿Para qué?
—Ireis á verle á fin de que atestigije que es-
labais en su casa á las nueve y media. En jus-
licia se llama esto una coartada. -
D'Artagnan vió que era prudente el consejo,
echó á correr y llegó á casa de Treville, pero en
vez de pasar al salon con todos los demás, pidió
entrar en su gabinete. Como d'Artagnan era uno
de los amigos de la casa no pusieron dificultad
en acceder á su peticion, y fueron á avisar á Tre-
ville de que teniendo que hablarle de algun
asunto su jóven compatriota, solicitaba una au-
diencia parlicular. Cinco minutos despues Tre-
ville preguntaba á á d'Artagnan ¿qué podia hacer
en su obsequio, y á qué casualidad debia su vi-
sita en una hora tan adelantada?
—Perdonad, señor, respondió d'Artagnan, que
habia aprovechado el momento en que estuvo
solo para atrasar el reloj tres cuartos de hora;
pero creo que como aun no son mas que las nue-
ve y veinticinco minutos, aun era tiempo de
presentarme en vuestra casa.
—i¡Las nueve y veinticinco minutos! esclamó
Treville mirando su reloj: es imposible.
—Mirad, señor, dijo d'Artagnan, mirad lo que
hace fé.
—AsíÍ es, añadió Treville; pero creí que era
mas larde. ¿Vaya, veamos, qué quereis?
Entonces d'Artagnan contó á Treville una lar-
ga historia acerca de la reina. Le manifestó los
temores que habia concebido con respecto á su
Majestad: le contó lo que habia oido decir de los
proyectos del cardenal sobre Buckingham, y todo
esto con una tranquilidad y un aplomo, que en-
gañó á Treville con tanta mayor facilidad, cuan-
lo que, como ya hemos dicho, habia observado
algo de nuevo entre el cardenal, el rey y la reina.
A las diez en punto se separó d'Arlagnan de
daros un
16 MUSEO DE NOVELAS.
Treville, quien le agradeció los informes que ¡que la jóven mas hermosa del mundo no puede
acababa de darle y le recomendó que tuviese dar mas de lo que tiene. Las que eran ricas daban
siempre peon el servicio del rey y de la rei-. tambien parte de su dinero, y se podria citar un
na, despues de lo cual volvió al salon. Pero d' Ar-| ¡gran número de héroes de aquella galante época,
tagriah al llegar á lo último de la escalera se que no hubieran ganado primeramente sus es-
squad que habia olvidado su baston: en conse-
cuencia, volvió á subir precipitadamente, entró
en el gabinete, con el dedo volvió á poner el re-
loz en hora exacta para que al dia siguiente no
pudiesen notar que habia sido atrasado, y segu-
ro para lo sucesivo de que tenia un testigo para
probar su coartada, volvió á bajar la escalera, y |
prontó se encontró en la calle.
GAFÍTTULO XI
La intriga se anuda,
y sí que d'Artagnan hubo hecho
q) su visita á T reville, tomó muy.
76. pensativo el camino mas largo
54 para volver á su casa.
¿Un qué pensaba d'Artagnan
(OS
me mino, mirando las estrellas y
tan o do como sonriéndose?
Pensaba en la señora Bonacieux. Para un apren-
diz de mosquetero, la jóven casi era de una idea-
lidad amorosa. Linda, misteriosa,
casi todos los secretos de la corte, reflejaba una
encantadora gravedad en sus graciosas facciones,
- y al mismo tiempo aparentaba no ser insensible,
lo que es un atractivo irresistible para los aman-
tes novicios. Además d'Artagnan la habia libra- |
do de manos de aquellos demonios que querian.
registrarla y maltratarla, y este importante ser-
vicio habia establecido entre los dos uno de estos
sentimientos de gratitud que con facilidad ad-
quieren un carácter mas tierno.
Ya veia d'Artagnan, pues las ilusiones crecen
rápidamente en alas de la imaginacion, á un
mensajero de la jóven con un billete de cita, una
cadena de oro, ó un diamante. Ya hemos dicho
que los caballeros jóvenes recibian sin mengua
regalos de su rey; ahora añadiremos que en
aquel tiempo de fácil moral, tampoco la tenian
con respecto á sus queridas, quienes les dejaban
casi siempre preciosos y duraderos recuerdos,
como si hubiesen tratado de conquistar la fragi-
lidad de sus sentimientos con la solidez de sus
dones.
Entonces se hacia carrera por la intervencion
de las mujeres sin avergonzarse. Las que sola-
mente eran hermosas entregaban su hermosura,
y seguramente que de ahí nació el proverbio de
E que se aparlaba así de su ca-.
iniciada en
'¿puelas, y despues sus batallas, á no haber sido
¿por la bolsa mas ó minos provista que su que-
rida colgaba del arzon de su silla.
| D'Artagnan nada poseia; la indeterminacion del
provincial, barniz ligero, flor efímera, pelusa de
la fruta, se habia evaporado al viento de los con-
'sejos poco ortodoxos que los tres mosqueteros le
daban. D'Artagnan, siguiendo la estraña cos-
| tumbre del tiempo, se conceptuaba en París co-
| mo en campaña; esto es, ni mas ni menos que si
¡se hallase en Flandes: el español allí y la mujer
aquí. Por todas partes veia un enemigo á quien
batir, y contribuciones que exigir.
Con todo debemos decir que entonces d'Artag-
nan obedecia á un sentimiento mas noble y mas
desinteresado. El lendero le habia dicho que era
rico, y el jóven habia podido adivinar que con
un tonto como era Bonacieux, la mujer debia te-
ner la llave de la caja. Pero lodo esto nada influ-
yó en el sentimiento que le causó la vista de la
señora Bonacieux, y el interés quedó casi olvi-
¡dado en aquel principio de amor que fué su con-
secuencia. Decimos casi, pues la idea de que una
¡jóven bella, graciosa, de talento sea rica al mis-
mo tiempo, nada quita á ese principio de amor;
“al contrario, lo corrobora. Hay en la medianía de
fortuna una multitud de cuidados y de caprichos
aristocrálicos, que sientan muy bien á la hermo-
«sura. Unas medias finas y blancas, un traje de
seda, una mantilla de encajes, un bonito pié
calzado, una hermosa cinta en la cabeza, no ha-
cen linda á una mujer fea, pero hacen hermosa á
una mujer linda: sin contar lo que en esto ganan
las manos, las que en las mujeres principalmen-
le, es necesario que no trabajen para que sean
hermosas.
Además, d'Artagnan, como lo sabe el lector,
al que no helos ocultado el estado de su fortuna,
a Artagnan, decimos, no era millonario; pero es-
'peraba serlo algun dia: sin embargo, el plazo que
él mismo se habia fijado para aquel dichoso cam-
bio, estaba bastante lejano. Entre tanto, ¡qué de-
'sesperacion ver á una mujer á quien se ama,
desear esas mil frivolidades que forman su feli-
cidad, y no podérselas dar! Al menos cuando la
mujer es rica y el amante no, lo que no puede
ofrecerle él, se lo ofrece ella, y aunque regular-
¡mente sea con el dinero del “marido, es raro que
sea á él á quien se agradece.
D'Artagnan dispuesto á ser el amante mas
¡tierno, era en el interin un amigo decidido. En
7 cc
SS
MUSEO DE
medio de sus amorosos proyectos acerca de la
mujer del tendero, no olvidaba lo que tenia rela-
cion consigo mismo. La linda señora Bonacieux
era una mujer que se pasearia en los llanos de
san Dionisio ó en la feria de san German en com-
pañía de Athos, de Porhos y de Aramis, á quie-
nes d'Artagnan presentaria orgulloso semejante
conquista. Cuando se anda mucho se tiene ham-
bre, y hacia algun tiempo que d'Artagnan lo ha-
bia notado. Tambien daria esas comidas encan-
tadoras en las que se toca á un lado la mano de
un amigo y áotro el pié de una querida. En fin,
en las ocasiones urgentes, en las eslremas po-
siciones, d'Artagnan seria el salvador de sus
amigos. :
¿Y Bonacieux, á quién d'Arltagnan entregó á
los esbirros, da muy alto de él y prome-
tiéndole en voz baja salvarle? Debemos confesar
á nuestros lectores, que d'Artagnan no pensaba
de ningun modo en él, ó que si acaso pensaba,
era para decirse que se hallaba muy bien en cual-
quier parte que estuviese. ll amor es la mas
egoista de todas las pasiones.
Sin embargo, tranquilícense nuestros lectores;
si d'Artagnan olvida 4 su huésped, ó aparenta
olvidarlo con el pretesto de que no sabe donde
lo han conducido, nosotros no lo olvidamos, y
sabemos donde está. Pero por ahora hagamos
como el enamorado gascon, y mas adelante ha-
blaremos del digno tendero.
Reflexionando d'Artagnan en sus fuluros amo-
res, hablando para sí, sonriéndose con las estre-
llas, subia por la calle de Cherche-Midi, ó Chas- 4
se- -Midi como la llamaban entonces. Asi que se
encontró en el barrio de Aramis, se le ocurrió ir
4 hacerle una visita para darle algunas esplica-
ciones acerca de los molivos que le habian obli-
gado á enviar á Planchet con la invitacion de
que fueran inmediatamente á la ratonera. Y si
Aramis hubiese estado en su caso cuando Plan-
chet fué á buscarle, sin duda alguna habria cor-
rido á
allí quizá mas que á sus otros dos compañeros,
no habrian sabido unos ni otros que queria decir |
aquello. Este enredo merecia una esplicacion,
como se decia en alta voz d'Arlagnan.
Despues pensaba para sí que se le proporcio-
naba una buena ocasion de hablar de la linda
señora Bonacieux, que llenaba su imaginacion, Tr
ya que no su corazon. No es posible exigir dis-
crecion á un primer amor. Este primer amor va
acompañado de tal alegría, que es indispensable
que esla rebose, pues si no fuese así, ahogaria.
Hacia dos horas que París estaba sombrío y
comenzaba á quedarse solo. Todos los relojes del
arrabal San-German, daban las once, el cielo es- |
la calle de Fossoyeurs, y no encontrando
NOVELAS. mn
taba sereno y d'Artagnan iba por una callejuela
situada precisamente en el mismo sitio en que
se encuentra hoy la calle de Asses, respirando
las emanaciones balsámicas que traia el viento
de la calle de Vaugirard, y que enviaban los jar-
dines, refrescados por el rocío de la tarde, y la
brisa suave de la noche. A lo lejos se oia ensor—
decido por bien cerradas puertas, el ruido de los
bebedores que salia de algunos bodegones espar-
cidos en la llanura. Así que llegó d'Artagnan al
fin de la callejuela, torció á la izquierda, pues la
casa que ocupaba Aramis, estaba situada enlre
la calle Cassette y la de Servandoni.
D'Artagnan acababa de pasar la calle de Cas-
setle y distinguia ya la puerta de la casa de su
amigo oculta detrás de un grupo: de sicomoros
y de clemáticas que formaban un ancho pórtico
encima de ella, cuando percibió como una som-
bra que salia de la calle de Servandoni. Esta
sombra iba envuelta en una gran Capa; pero por
la pequeñez de la estalura, el embarazo y la in-
certidumbre del paso, reconoció bien pronto que
era una mujer, la cual, como si no estuviese se-
gura de la casa que buscaba, alzaba los ojos para
reconocer el sitio, se detenia, volvia alrás y en-
seguida continuaba andando. |
Todas estas circunstancias escitaron la curio-
sidad de d'Artagnan.
—Deberia ofrecerle mis servicios, dijo para sí,
pues por su modo de andar se conoce que es jó-
ven y quizá tambien linda. ¡Oh! seguramente
pde lo es. Pero una mujer que recorre las calles
á estas horas, lo hace solamente en busca de un
amante. ¿Cáspila! si yo fuese á estorbar su cita,
cierto que seria una mala puerta para entrar en
relaciones.
Sin embargo, la jóven seguia adelantándose
contando las puertas y ventanas, lo que á la ver-
dad no era largo ni difícil, pues en aquella par-
te de la calle solo habia tres casas, y únicamente
dos tenian ventanas: una era la de un pabellon
paralelo á la que ocupaba Aramis, y la otra la
que ocupaba el mosquetero.
—¡Pardiez! dijo d'Artagnan recordando en este
acia á la sobrina del teólogo: ¡vaya, que
tendria que ver que esta paloma buscase la casa |
de mi amigo! y á fé mia que los indicios son
mortales. Hola, hola, señor de Aramis, me pa-
rece que todo va á descubrirse.
D'Artagnan, embutiéndose cuanto pudo en la
pared, se retiróá la parte mas oscura de la calle,
junto á un banco de piedra situado en lo interior
de un nincho.
La jóven continuó adelantándose, pues á mas
de la ligereza de su paso que la habia descubier-
to, acababa de sollar una tosecita que anunciaba
78 MUSEO DE NOVELAS.
una voz dulce y delicada. D'Artagnan pensó que | relámpago, pero sofocando el ruido de sus pasos,
aquella tos era una señal conv enida. | fué á colocarse en un recodo de la pared desde el
Pero ya fuese que hubiesen correspondido á cual su vista podia penetrar perfectamente en el
esta tos con otra señal equivalente, que fijara interior de la habitacion de Aramis.
las resoluciones de la nocturna aventurera, ó Al llegar allí, por poco no da d'Artagnan un
que sin socorro estraño hubiese advertido que grito de sorpresa; no era Aramis quien hablaba
habia llegado al sitio que deseaba, lo cierto es con la nocturna visitadora, sino una mujer. D'Ar-
que se aproximó resueltamente á la ventana de tagnan veia bastante para reconocer la forma de
Aramis, á donde ltamó con la mano tres veces, sus vestidos, pero no veia lo suficiente para po-
guardando intérvalos de igual duracion. der distinguir sus facciones.
—Es en casa de Aramis, murmuró d'Arlagnan. Enel mismo instante la mujer que estaba en
¡Bravísimo, señor hipócrita, os cogí 22. fraganti la habitacion sacó otro pañuelo de su faltriquera,
tratando de teología! y lo cambió con el que acababa de enseñarle.
Apenas habian dado los tres golpes, se abrió Despues se dijeron las dos algunas palabras: y
la puerta interior, y apareció una luz por detrás | por último, la puerta se volvió á cerrar: la mujer
de los vidrios. que eslaba en la parte esterior de la ventana se
—¡Ah! ¡ah! dijo el que escuchaba, no á las | volvió y pasó á corta distancia de d'Arlagnan ba-
puerlas sino á las venlanas, ¡ah! ¡ah! la visita jando el velo del manto; pero esta precaucion la
era esperada. Vamos, se van á abrir los cristales | tomó demasiado tarde, porque d'Artagnan habia
y la dama entrará por escalamiento. ¡Muy bien! | ya reconocido á la señora Bonacieux.
Pero con grande admiracion de d'Artagnan, la ¡La señora Bonacieux! ya se habia presentado
ventana permaneció cerrada, y la luz que habia á la imaginacion de d'Artagnan la sospecha de
brillado por un momento desapareció quedando que pudiera ser ella cuando sacó el pañuelo de
todo sumido en la oscuridad. su fallriquera; ¿pero qué probabilidad habia de
D'Artagnan creyó que esto no podia durar, y que la señora Bonacieux, que habia enviado á
continuó mirando y escuchando con curiosidad. buscará Laporte para que la acompañara al Lou-
Tenia razon: al cabo de un momento dos gol- | vre, recorriese sola las calles de París á las once
|
pes secos sonaron en el interior. y media de la noche á riesgo de ser objeto de
La mujer de la calle contestó con uno solo, y otro rapto?
la puerta se entreabrió. Era necesario que fuese para un asunto muy
Puede juzgarse si d'Artagnan miraria y escu- importante, ¿y qué asunto-hay mas importante
charia con avidez. para una mujer de veinte y cinco años que el
A habian llevado la luz á otra amor?
habitacion; pero los ojos del jóven se habian acos-| ¿Pero era para ella ó para alguna otra persona
Le
tumbrado á la oscuridad. A mas de que, los ojos por lo que se esponia á semejantes aventuras?
de los gascones son, segun aseguran, como los de | sto era lo que se preguntaba el jóven, á quien
los gatos, y tienen la propiedad de ver de noche. | el demonio de los celos oprimia ya el corazon ni
D'Artagnan observó que la jóven sacaba de la | mas ni menos que si fuera un amante en forma.
fallriquera un objeto blanco que desdobló con Al fin habia un medio muy sencillo para ase-
prontitud, y que tomó la forma de un pañuelo. gurarse del lugar á donde iba Ja señora Bona-
Al tiempo de desdoblar hizo observar á su inter- | cieux: seguirla. Era tan sencillo este medio, que
locutor una de las puntas. d'Artagnan lo empleó naturalmente y por ins-
Esto trajo á la memoria de d'Artagnan el pa- | tinto.
ñuelo que habia encontrado á los piés de la se-. Pero al volver al jóven, que se separó de la
ñora Bonacieux, y tambien el que vió á los piés pared como una estátua de su nicho, y al ruido
de Aramis. de los pasos que oyó resonar detrás de sí, la se-
¿Qué diablo podia significar aquel pañuelo? nora Bonacieux lanzó un pequeño grito y huyó.
Desde el sitio en que se hallaba d'Artagnan no D'Artagnan corrió en su seguimiento. La al-
podia ver la cara de Aramis, y decimos de Ara- | canzó al lercio de la calle en que habia entrado.
mis, porque el gascon no tenia duda de que era La desventurada se hallaba abrumada, no de
su amigo quien hablaba desde dentro con la cansancio, sino de terror, y cuando d'Artagnan
mujer que estaba fuera: la curiosidad pudo mas | le puso la mano en el hombro, cayó sobre una
que la prudencia, y aprovechándose de la preo- rodilla gritando con voz sofocada:
cupacion en que la vista del pañuelo parecia su-— —Matadme si quereis, pero no sabreis nada.
mir á las dos personas que hemos puesto en es- | D'Artagnan la levantó, pasándole el brazo por
cena, salió de su escondite, y pronto como el la cintura, pero como conocia por el peso que
estaba próxima á desmayarse, se apresuró á
tranquilizarla con protestas de adhesion. Estas
protestas no eran nada para la señora Bonacieux,
pues se pueden hacer con la peor intencion del
mundo; pero la voz fué todo para ella. La jóven
creyó reconocer el metal de aquella voz; abrió
los ojos, dirigió una mirada al hombre que le |
habia causado tanto miedo, y reconociendo á: |
d'Artagnan, dió un grito de alegría. |
— ¡Oh! sois vos, sois vos, dijo: ¡os doy gracias, |
Dios mio!
—Sií, yo soy, contestó d'Artagnan, yo, á quien | |
Dios ha enviado para que vele por vos.
—¿Y con esta intencion me segulais? pregun- |
tó con una sonrisa llena de coquetería la jóven,
cuyo carácter algo burlon se manifestaba á pe- |
sar de las circunstancias, pues todos sus temo-.
res desaparecieron desde el momento en que.
á4 un amigo en el que habia creido un |
reconoció
enemigo.
—No, dijo d'Artagnan, no, lo confieso; la ca- |
sualidad es la que me ha colocado á vuestro
paso: he visto que una mujer llamaba á la ven-
tana de uno de mis amigos...
—¿De un amigo vuestro? interrumpió la seño-
ra Bonacieux.
—Seguramente: Aramis es uno de mis mejo-
res amigos.
—¿Aramis? ¿qué significa esto?
—¡Vamos! ¿no vayais á decir que no conoceis
á Aramis?
—Esta es la primera vez que oigo pronunciar
semejante nombre.
—¿Y es la primera vez que venís á esa casa?
—Sin duda alguna.
—¿Y no sabiais que vivia en ella un jóven?
—NO0.
—¿Un mosquetero?
—Absolutamente.
—¿No ha sido áélá quien veniais á buscar?
—De ningun modo. Además, bien habeis vis-
r
to que la persona á quien he hablado es una
mujer.
—Es cierto; pero esa mujer es amiga de
Aramis. |
—Lo ignoro.
—;¡Una vez que vive en su casa...!
—Eso no me concierne.
—¿Pero quién es aquella mujer?
—¡Oh! es un secreto que no me pertenece.
—Sois muy encantadora, mi querida señora
-Bonacieux; pero al mismo tiempo sois la mujer
mas misteriosa..
—¿Pierdo algo en ello?
—Todo lo contrario, sois adorable.
—Entonces dadme el brazo.
MUSEO DE NOVELAS..
I
- —Con mucho gusto: ¿y ahora?
—Ahora me acompañarels.
—¿A dónde?
—A donde voy.
—¿Pero á dónde vais?
—Ya lo vereis, pues me dejareis á
—;¿Tendré que esperaros?
—Lo creo inútil.
—¿0s volvereis sola?
—Quizá sí, quizá nó.
—¿Y la persona que os acompañará despues,
á la puerta.
será un hombre ó una mujer?
—Nada sé todavía.
—Pues yo lo sabré.
—¿Cómo?
—Os esperaré para veros salir.
—En este caso, adios.
—¿Qué quiere decir eso?
—Que no os necesito.
—No obstante habeis reclamado.. |
-—La proteccion de un caballero, y no la vigi-
lancia de un espía.
—La espresion es algo dura.
—¿Cómo se llama á los que siguen á
sonas á su pesar?
—Indiscretos. :
—Esa espresion es demasiado dulce.
—Vamos, señora, veo que es necesario hacer
todo lo que quereis.
- —¿Y por qué os habeis privado del mérito de
hacerlo en un principio?
—¿Y no hay ninguno en srronia
—¿Y de veras os arrepentis?
—No lo sé, señora. Pero lo que si sé es que os
prometo hacer cuanto sea vuestra voluntad si
á las per-
«me permitís que os acompañe hasta donde vais.
—¿Y me dejareis despues?
—SÍ.
—¿Sin espiarme en mi salida?
—Sin esplaros.
—; ¿Palabra de honor?
—'¡A fé de caballero!
—Entonces dadme el brazo y adelante.
(Se continuará).
LOL LSSI LSSI
LA VIDA JU VUON EL
(Continuacion).
Pero al oir el ruido del oro, que resonaba ale-
'gremente, Ulrico fué presa de una série de re-
flexiones que le hicieron arrepentir del paso que
“acababa de dar. ¿Cómo vodria explicar satisfac-
toriamente á Rosita la posesion de aquella canti-
dad, que la pobre jóven consideraria como una
fortuna? Ulrico la habia dicho demasiadas veces
que no tenia ningun pariente, ningun amigo,
ningun protector, para que pudiera decirla aho-
ra que le habian prestado aquella cantidad. Pero
no era este el verdadero motivo de la inquietud
de Ulrico: el motivo real nacia del egoismo de
que estaba lleno el violento amor que profesaba
á Rosita. Ulrico sabia que era mas hábil que
ningun otro para crearse disgustos imaginarios.
Propenso á hacer lo que podríamos llamar 0pe-
ciones á los esperimentos de una implacable ló-
gica. Habia notado que su amor hácia Rosita,
su Casa.
Rosita habia opuesto á aquella desnudez, no
una muda y plácida resignacion, sino, por el con-
trario, una indiferencia que parecia ser tan ver-
dadera, un olvido tan completo, un desden tan
te, que Ulrico esperimentaba un sentimiento lle-
lente con la desgracia.
Sin embargo, habiendo notado la enfermiza
palidez que iba cubriendo el flaco rostro de Ro-
por una los metálica, Ulrico se preguntaba algu-
nas veces si aquellos relámpagos de inmoderada
alegría, si aquellos arranques de risa que se es-
capaban sin motivo de sus labios, eran como
los fantásticos fulgores que despide una luz pró-
xima á estinguirse, que se escapan en periodos
desiguales y caprichosos, y que nunca son mas
completo.
Entonces el corazon se le partia de lástima y
se asustaba él mismo de su deplorable egoismo
que se complacia en prolongar una situacion
bien que á su amor.
En aquellos momentos en que estaba poseido
de ese sentimiento de justicia, se irritaba contra
sí mismo y se dirigia violentas acusaciones.
—Lo que estoy haciendo es altamente cobar-
de, se decia. Estoy representando con esa pobre
jóven una comedia tanto mas horrible cuanto
que ella puede ser la víctima inocente. La sa-
crifico friamente á mi vanidad. Su juventud se
agosta y su salud se altera solo por mi culpa.
Asisto impávido á su martirio de cada dia y
mientras ella tiembla á impulsos de la fiebre yo |
MUSEO DE NOVELAS.
amor nacido en circunstancias muy particulares,
habia adquirido nueva violencia desde que la.
miseria, cada vez mas espantosa, habia asaltado |
vivos que en el momento de irse á apagar por.
él sentia, Ulrico no podia menos de decir
miserable solo para seguir esperimentando un
sentimiento que satisfaria á su vanidad mas
me caliento en el calor de su sonrisa. ¿Qué ne-
cesidad tengo de esperar mas tiempo? ¿no estoy
seguro de que me ama del modo con que yo de-
seaba ser amado? ¿No ha pasado su amor por to-
das las vicisitudes, por todas las pruebas imagi-
nables? ¿no ha soportado sin sucumbir la mas
ruda de todas, la miseria? ¿Qué mas quiero? ¿Si
Marcos Gilbert ha encontrado su perla, por qué
_no se ha de adornar con ella Ulrico de Rouvres?
¡Lo mismo que Lindoro disfrazado con la capa de
un pobre bachiller encontró su Rosina, he encon-
raciones de química moral, no podia menos de.
someter todos sus sentimientos, todas sus sensa-.
trado yo la mia ¿por qué no he de hacer lo que
él hizo? ¿Por qué al fin de la comedia no he de
tirar la capa que oculta al conde de Almaviva?
¿Dejaria Rosita de ser mi Rosita? Sin duda que
nO... y sin embargo vacilo, y prolongo volunta-
riamente una existencia peligrosa y Casi mortal
para esa pobre jóven... y si Dios para castigar-
¡Ie la hiciese morir, seria yo quien la habria
muerto con toda premeditacion. Y aun vacilo...
¿por qué...?
Entonces oia en su interior una voz que le
contestaba:
profundo á lo que podia suceder el dia siguien-.
—Vacilas porque sabes que enseguida que ha-
_yas revelado que perteneces á tu querida, tu
no de encanto al ver aquella criatura tan inso- amor será envenenado por los malos pensamien-
los que te sugerirá el espíritu de la duda. Tu
corazon no ha podido emanciparse de la tutela
de tu razon, y tu razon encontrará una elocuen-
sita; al oir su fresca voz alterada con frecuencia.
cia llena de sofismas crueles para probarte que
Rosita no te ama mas que por tu nombre y tu
fortuna. Te dejarás persuadir de que ella estaba
ya cansada de lí y de que te habria dejado si tú
no la hubieses revelado tu posicion. Mas aun,
£
llegarás á creer que no te ha amado nunca y
que representaba la comedia del amor, como tú
representabas la de la miseria, porque sabia
quien eras antes de que tú la hubieras conocido.
Por esto vacilas.
Al oir esta voz que espresaba tan bien lo que
—Es verdad. |
Y entonces se hacia esta reflexion egoista:
—El amor de Rosita es lo único que me retie-
ne á la vida; la amo; creo en su amor, su sacri-
'ficio me parece sincero, porque yo no soy mas
que un simple trabajador para ella. Pero si la
digo quien soy, mi amor será herido de muerte,
porque dejare de creer en el amor de Rosita, y
| yo no quiero que miamor muera, porque lo que
yo amo es mi amor.
Tales eran la reflexiones
al volver de casa del notario.
(Se continuará).
que Ulrico se hacia '
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Los Tres MosQuETEROS.—DIió un salto atrás, y sacó su espada.