MUSEO DE
¡vivan los mosqueteros! Busigny fué el primero
en venir á estrechar la mano á Athos, y recono-
cer que habia perdido la apuesta. El dragon y el
suizo lo imitaron, y los demás compañeros si-
guieron el ejempio de estos últimos. Todo era
felicitaciones, aprelones de mano, abrazos inler-
minables, risas inestinguibles respecto á los de
la Rochela, y en fin, un tumulto lan grande,
que el cardenal creyó que habia algun alboroto,
y envió á la Houdiniere, su capitan de guardias,
para que se informase de lo que pasaba.
Refirióse el caso al mensajero con toda la efer-
vecencia del entusiasmo.
—¡Veamos! ¿qué hay? preguntó el cardenal al
ver regresar á la Houdiniere.
—Nada, monseñor, dijo este, son tres mo0sque-
teros y un guardia que han apostado con Busig-
ny ir á almorzar al baluarte de san Gervasio, y
que mientras almorzaban han sostenido por dos
horas un ataque contra los enemigos matándoles
no sé cuanlos hombres. |
—¿Os habeis informado del nombre de esos
tres mosqueteros?
—Sí, monseñor.
—¿Cómo les llaman?
—Athos, Porthos y Aramis.
— ¡Siempre mis tres valientes! murmuró el
cardenal. ¿Y el guardia?
—P'Artagnan.
—:¡Ah! ¡mijóven bribonzuelo! Decididamenle
es preciso que esos cualro hombres seun de los
mios.
Aquella?misma noche el cardenal fué á hablar
á Treville del suceso de por la inañana, que era
la conversacion de todo el campamento; Treville,
que lo sabia de boca de los mismos héroes que
habian figurado en él, locontó con lodos sus por-
menores á su Eminencia sin olvidar el episodio
de la servilleta
—Muy bien, Treville, dijo el cardenal; haced-
me entregar esa servilleta, os lo suplico, haré
brillar en ella tres flores de lis de oro, y la daré
por bandera á vuestra compañía.
—Monseñor, dijo Treville, eso seria hacer una
injusticia á los guardias, d'Artagnan no eslá en
mi compañía, sino en la de Desessarts.
-—¡Pues bien! tomadlo á vuestro servicio, dijo
el cardenal, no es justo que amándose tanto esos
cuatro” militares, no sirvan en la misma Com-
panñía.
Aquella misma noche Treville anunció tan
buena noticia 4 los tres mosqueteros y á d'Ar-
tagnan; convidándolos á almorzar para el día si-
guiente. :
D'Artagnan habia llegado al colmo de su ale-
gría, pues se sabe que el sueño de loda su vida,
NOVELAS. 211
habia sido entrar en el cuerpo de mosquete-
ros.
Los tres amigos estaban tambien sumamente
2/0Z0S0S.
—A fe mia, dijo d'Artagnan á Athos, que has
tenido una felicísima idea, y como has dicho,
hemos adquirido gloria, y hemos podido tener
una conversacion de la mas alta importancia.
—Lo que podemos seguir haciendo ahora sin
infundir sospechas; pues con la ayuda de Dios,
vamos á pasar en adelante por cardenalistas.
La misma noche, d'Artagnan fué á dar las
gracias á Desessarts, y hacerle saber el ascenso
que habia obtenido.
Desessarts, que amaba mucho á d'Arlagnan, le
hizo tambien sus ofrecimientos. Aquel cambio de
cuerpo traia consigo gastos de equipo. D'Ar-
tegnan rehusó en un principio, pero encontran-
do la ocasion buena, le entregó su diamanle,
suplicándole lo hiciese apreciar, pues deseaba
venderlo.
Al dia siguiente, á las ocho de la mañana, el
criado de Desessarts, entró en la habitacion de
d'Artagnan y le entregó un bolsillo de oro que
contenia siete mil libras.
Era el precio del diamante de la reina.
CAPÍTULO XLVIH
Asunto de familia.
ALLÓ Athos la palabra mas ade-
cuada: era preciso hacer del
asunto de Buckingham un
asunto de familia. Un asunto
5 de familia no estaba sujeto á
la investigacion del cardenal.
' Un asunto de familia á nadie
importaba, y podian tratarlo delante de todo el
mundo.
Pero del mismo modo que Athos halló la es-
presion: asunto de famida, Aramis halló la idea
los lacayos, Porthos habia encontrado el medio:
el diamante. )
Solo d'Artagnan no habia encontrado nada,
siendo por lo regular el mas inventor de los
cuatro, aunque es menester decir que el nombre
de milad y le paralizaba. ¡Ah! pero nos engaña-
mos, pues habia encontrado un comprador para
su diamanle.
En el almuerzo en casa de Treviile reinó la
mas eucanladora alegría. D'Artagnan tenia ya
su uniforme. Como era casi de la wisma esta lu-
ra que Aramis, y este habia sido pagado con lar
gueza como se puede recordar, por el librero que