310 MUSEO DE NOVELAS milady con tono de profunda conviccion, Dios le | que sentia toda la fuerza de este argumento ) ) perdona el suicidio. —/O decís demasiado, ó ó no decís nada; hablad, señora, en nombre del cielo, esplicaos. ¡como prisionera no seria yo quien pudiera darus ¡la libertad, y como viviente no perdereis por mi —¡Que os cuente mis desgracias para que las. trateis de fábulas! ¡que os comunique mis pro- yeclos para que vayais á denuuciarlos á mi per- seguidor! Además, ¿que os importa la vida ó la muerte de una desgraciada condenada? No res- ¡la vida. —s5í, esclamó milady, pero perderé lo que estimo en mucho mas que la vida, Felton, que es el honor; y á vos solo, caballero, á vos será á ¡quien haré responsable ante Dios y los hombres ¡de mi vergiie ; : Ñ | pondeis mas que de mi cuerpo, ¿no es así? y con tal que presenteis un cadáver que se reconozca por el mio, no os pedirán nada mas, y aun quizás tendreis doble recompensa. —¡Yo! señora, ¡yo! esclamó Felton, ¡suponer que aceptaria nunca el precio de vuestra vida! ¡Oh! no creeis lo que decís. —Dejadme obrar, Felton, dejadme obrar, dijo milady exaltándose. Todo soldado debe ser am- bicioso, ¿no es verdad? Vos sois teniente, pues bien, seguireis mi fúnebre acompañamiento con' el grado de capitan. —Pero ¿que.os he hecho yo? dijo Felton con- movido, para que me cargueis con semejante res- ponsabilidad ante Dios y los hombres? Dentro de algunos dias estareis léjos de aquí, señora; vues- tra vida no estará ya bajo mi custodia, y añadió con un suspiro, entonces..... entonces hareis lo que querais. —Entonces, esclamó milady, como si no pu- diese resistir ¿cuna santa indignacion, vos, un hombre piadoso, vos, á quien llaman un justo, ¿ho pedís mas que una cosa, el no ser inculpado, inquietado por mi muerle? —Yo debo ag por vuestra vida, señora, y velaré. —¿Pero comprendeis la mision que cumplis? Cruel en el caso en que yo fuese culpable, ¿y qué nombre le dariais, qué nombre le daria el Señor si fuese inocente? —Soy soldado, señora, y cumplo las órdenes que he recibido. —¿Creeis que el dia del juicio final, Dios sepa- rará los verdugos ciegos de los jueces inícuos? ¡No quereis que mate mi cuerpo y os haceis el agente del que quiere matar mi alma! —Pero, os lo repito, respondió Felton, no os amenaza ningun peligro, y respondo de lord de Winter como de mi mismo. —¡Insensato! esclamó milad y, ¡pobre insen- sato el que osa responder de otro hombre, cuando los mas prudentes, los mas justos, tilubean en á responder de sí mismos, y sin embargo, se alista en el partido del mas Essrto y del mas fort do para aniquilar á la mas débil y mas desgra- ciada de las criaturas! Imposible, señora, imposible, murmuró Felton ¡da como la mas pura vision, za y de mi infamia. Por impasible que estuviese Felton esta vez,. ó que aparenlase estarlo, no pudo resistir á la influencia secreta que ya se habia apoderado de él. Ver á aquella mujer tan hermosa, tan cándi- verla tan pronto humilde como amenazadora, sufrir á la vez el ascendiente del dolor y de la hermosura, era ya demasiado para un cerebro mimado por los ar- dientes ensueños de la fé contemplativa, y para un corazon devorado á la vez por el amor celes- tial que inflama, y por el odio de los hombres que devora. Milady vió esta turbacion penetrando con su instinto la llama de pasiones opuestas que ardia con la sangre en las venas del jóven fanático, y semejante á un hábil general que viendo próxi- mo á retroceder al enemigo, cae sobre él arro- jando un grito de victoria, se levantó hermosa y radiante como una sacerdotisa antigua, inspira- da como una vírgen cristiana, con el brazo esten- dido, el cuello descubierto, los cabellos esparci- dos, teniendo con una mano su ropa púdicamente recogida hácia su pecho, la mirada iluminada con aquel fuego que habia introducido ya el desórden en los sentidos del jóven puritano, se adelantó hácia él, esclamando con un aire vehe- mente, y con su dulés voz, á la que sabia dar en algunas ocasiones un acento tan terrible: Entrega á Baal tu víctima, entrégala sin temor, y álos mártires invictos á las garras del leon. Y de tu conducta impía te tomará cuenta Dios, pues le pido con ahinco no desoiga mi dolor. Felton se quedó como petrificado. —¿Quién sois? ¿quién sois? esclamó juntando las manos, ¿sois un ángel ó un demonio? os lla- mais Eloa ó Astarté? —¿No me has reconocido, Felton? No soy un ngel ni un demonio, soy una criatura de la tier- ra, soy una hermana de la religion, y nada mas. —»yí, sí, conlesó Felton, yo dudaba todavía, pero ya creo. —Tú crees y sin embargo, eres el cómplice de ¡ese hijo de Belialá quien llaman lord de Winter. A E. de Pal ACI e