»
MUSEO DE NOVELAS. 307
—No; á vos, á vos solo. Escuchadme antes que
¡to, yá quien los puritanos llamaban simplemen-
contribuir á mi pérdida, antes que contribuir á | te Satanás.
mi ignominia.
—Si habeis merecido esa vergiienza, señora,
si habeis incurrido en esa ignominia, es preciso
sufrirla ofreciéndola á Dios.
—¿Qué es lo que decís? ¡Oh! no me compren-
deis: ¿cuando hablo de ignominia creeis que ha-
blo de cualquier casligo merecido, de la prision,
ó de la muerte? ¡Ojalá! ¡qué me iuporta la pri-
sion ni la muerte!
—Yo soy quien no os comprendo ya, señora,
dijo Felton.
—O que aparentais no comprenderme, Ccaba-
llero, respondió la prisionera con un gesto de
reconvencion.
—No, señora, por el honor de soldado, por la
fe de cristiano.
— Cómo! ¿¡enorais los planes de lord de Winter.
| ts
con respecto á mi?
—Los ignoro.
—¡Imposible! vos, ¡ su confidente!
—Yo no miento nuuca, señora.
—Sí, pero él los oculta muy poco pura que no
se adivinen.
—No trato de adivinar nada, señora, aguardo
á que me quieran confiar, y escepluando lo que
lord de Winter me ha dicho delante de vos, no
me ha confiado nada.
—Pero, esclamó milad y con un indecible acen-
to de verdad, ¿no sois su cómplice? ¿No sabeis
que me prepara una ignominia que no podrian
jgualar en horror todos los castigos de la tierra?
—Os engañais, señora, respondió Fellon rubo-
- rizándose; lord de Winler no es capaz de seme-
jante crímen.
—¡Bueno! dijo milady para sí, sin saber lo
que es, le llama un crímen.
En seguida continuó en alto:
—El amigo del infame es capaz de lodo.
—¿A quién llamais infame? dijo Felton.
—¿Hay en Inglaterra dos hombres á quien
pueda convenir semejante nombre?
—;¿Quereis hablar de Jorge Villiers? dijo Felton
cuyas miradas se inflamaron.
—A quien los paganos, los gentiles y los in-
fieles apellidan lord de Buckingam, repuso mi-
lady; no creia que hubiese un inglés en Ingla-
terra que necesitase lan larga esplicacion para
conocer la persona de quien hablo.
—La mano del Señor se halla estendida sobre
él, y no se escapará del castigo que merece.
Felton no hacia mas que espresar con respecto
al duque el sentimiento de ex*cracion que todos
los ingleses profesan al que los mismos católicos
apellidaban dilapidador, concusionario y disolu-
|
|
|
—:¡Oh! ¡Dios mio! ¡Dios mio! esclamó milad y,
os suplico que envieis á ese hombre el castigo
| que le es debido, bien sabeis que no imploro mi
propia venganza, sino la libertad de todo un
¡ pueblo.
—¿Le conoceis? preguntó Felton.
—Por fin, me"pregunta, decia para sí milad y
llegando al colmo de la alegría, por haber conse-
guido prontamente lan buen resultado.
¡Ob! ¡sí, lo conozco! ¡sí, por mi desgracia!
Y milád y se retorcia los brazos como si hubie-
se llegado al mas alto grado de dolor.
Felton conoció sin duda que su fuerza le aban-
donaba, y dió algunos pasos hácia la puerta; la
prisionera, que no le perdia de visla, se precipitó
hácia él y le detuvo.
— ¡Cabailero, esclamó, sed bueno, sed clemen-
te, escucha mi súplica! ¡Ese cuchillo que la fa-
tal prudencia del baron me ha arrebatado porque
sabe el uso que de él quiero hacer.... ¡Oh! ¡es-
cuchadme hasta el fin! ¡Ese cuchillo dejádmelo
un minuto no mas, por favor, por piedad! ¡Yoabra-
zo vuestras rodillas, ya lo veis! cerrareis la puer-
ta.... no lo quiero para vos, ¡Dios mio! ¡para vos,
que sois el único ser justo, bueno y compasivo
que he encontrado! ¡para voz, que quizá sois mi
salvador! Dadme un minuto ese cuchillo, ¡un
minuto! uno solo, y os lo devuelvo por el posti-
go de la puerta. ¡Nada mas que un minuto, Fel-
ton, y me habreis salvado el honor!
—¡Vos mataros! esclamó Felton con terror,
olvidando retirar sus manos de entre las de su
prisionera, ¡vos mataros!
—Ya lo he dicho, caballero, murmuró milad y
bajando la voz y dejándose caer afectada sobre
el suelo, ¡he revelado mi secreto! ¡todo lo sabe,.
| Dios mio, soy perdida!
Felton permanecia de pié, inmóvil é indeciso.
—Duda todavía, pensó milady, no haber sido
bastante verídica.
Se oyeron pasos en el corredor, y milady re-
conoció ser los de lord de Winter.
Felton los reconoció tambien y se dirigió há-
cia la puerta.
Milady se lanzó á él.
—:¡0h! no digais á ese hombre ni una palabra
de cuanto os he hablado, repuso milad y, ó soy
perdida; y sois VOS... VOS...
Y como se acercaban los pasos, se calló por te-
mor de ser oida, apoyando, con un gesto de ter-
ror infinilo, su bella mano en la boca de Felton.
Este rechazó con suavidad á milad y, que cayó
en un sillon.
Lord de Winter pasó por delante de la puerta