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EVISTA NACIONAL
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| A REVISTA NaCIONAL ILUSTRADA <
Su ——
7 Redacción: VENEZUELA 2708 <
N Administración y Talleres AZÁRA 150 >
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EA NANI
VANIEN ZN ZEN NANTE
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A o ce. Agentes "en todos los puntos de la República |
Precios de Subscripción donde llega correo, y en los principales pueblos
CAPITAL de la América del Sud.
Trimestre $ mn 1,50
Semestre E COLABORACIONES
Año » 6.— No pagamos las colaboraciones que se nos re-
Numero suelto » 0.10 mita, aunque se publiquen.
Numero atrasado 0.20 Menstralmente otorgaremos un premio en di-|
| INTERIOR nero á la mejor composición publicada, Este!
| Trimestre $ mn 2,— premio estará en relación con el valor literario|
Semestre > 4— de la misma.
Año Si
¡ Numero suelto 0.20 e e DIBUJOS
| ESTERIOR Recibimos dibujos dentro del carácter de esta
' Trimestre $ oro |.— publicación; al mejor que publiquemos men-
Semestre “e 9 sualmente se le adjudicará un premio en di-1
'Año $— nero. :
Numero suelto 0.10 LA ADMINISTRACION. |
Para Avisos, Suscripciones y venta dirigirse al Señor
Funrique De Maria
Cajle Pan de Azucar 65" Unión, Montevideo
Agencia General de EL FOGON en la República O. del Uruguay
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MARIA F. DE PIRRO
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Unión Telefónica 1346 (Buen Orden)!
1
REVISTA NACIONAL ILUSTRADA
JUAN M. ALMADA TORCUATO A. MARTINEZ MAURICIO SANTANGELO
Jefe de Redaeción Director Administrador
RAFAEL J. DE Rosa, ARMANDO DISCÉPOLO, ENRIQUE DE MARIA JÓRGE SOLANO
Redactores Secretario Redacción
Año | Buenos Aires, Noviembre 18 de 1911 + Ne.:4
Presentación
Tenemos la satisfacción de presentar á muestros lectores al nuevo rYe-
dactor de esta revista señor Enrique De Maria, bien conocido por cier-
0 en ambas orillas del Qlata. Sus composiciones, alganas muy felices,
parecieron en la revista uruguaya El Fogón que editara en unión de su
Señor padre, el distinguido poeta D. Alcides De María.
El Indio Jesús pseudónimo con el que se hicieron popularísimos sus
Composiciones gauchescas, no endíosa al gaucho ignorante y batallador:
Se limita á pintarlo con rica paleta y perspicaz psicología, no paro ha-
Cerlo renacer de sus ceutzas ni para qur surja ahora su caricaturesca
"Mitación, stno para presentarlo como una cosa bella desde el punto de
"sta ariístico. :
. El Señor De Mária traerá trás sí lo más graneado de la juventud
Ntelectual uruguaya, la que lo acompañara no há mucho en sus tareas
eriodísticas en la vecina orilla. El Indio Jesús volverá á esgrimir la
UMa, esa pluma que llena de ingenio y gracia nos describiera más de
"N cuadro campero sebosante de vida y naturalidad.
t esde el próximo númerr inaugurará esta revista una sección que ti-.
ularemos <Pico á Pico», la que á cargo del señor Ee María hará las-
elicias de nuestros lectores.
A de ó La Dirección
El EL RANCHO ” LA GUITARRA
: Ext Crepúsculo avanza en la llanura En un rincón del rancho. suspendida
a diendo los pliegues de su velo; Contra el muro grietado y polvoriento,
La Muerto el sol, y en el azul del cielo La guitarra del gaucho con su acento
Vespertina estrella ya fulgura. ya no á la danza ni á cantar convida.
Depileia el viento; el ave á la espesura Ya no acompaña tierna despedida,
solo Pinal callada vate el vuelo, : Ni la intensa amargura de un lamento,
Que 0 Se oye el son del arroyuelo Contra el muro grietado y polvoriento
Entre sus bordes rústicos murmura. En un rincón del rancho suspendida.
Nos Vista, con la luz que el día deja, El placer y el dolor, la fe y la duda,
, Ni Leacabre en el valle y en la loma En otro tiempo de inmortal memoria ¡
NA vaca, ni un potro, ni una oveja. Vibró en su caja hoy silenciosa y muda.
Pero Z :
Que quen Cual mística paloma Y ella eñ sus cuerdas pregonó la gloria
“ e en el páramo refleja del argentino indómito que en ruda
10 secular su techo asoma. , Lucha alcanzó el laurel de la victoria.
Eto M. LUACES. M. LUArEs,
1
TIPOS Y PAISAJES
El panylasal
El erepúsculo parecía ahuyentar de la superfi-
cie de la tierra todo lo que, momentos antes, re-
saltaba tan netamente recordado.
Don Martín había rodeado su majada, desensi-
llado su caballo y lo había atado con maneador
largo para que pudiera comer algo durante la no-
che. Su rancho, habitación provisoria de pastor
errante y sin familia, era de adobe crudo, angos-
to y bajo, cubierto con algunas chapas de fierro
de canaleta y le servía de cocina, de comedor y
de dormitorio. Entró en él, prendió un candil de
sebo, y empezó á arreglar en el medio de la pie-
za el fuego para cocinar su pobre puchero de so-
litario y hacer hervir el agua del mate. Pren-
dido el fuego, colocó -en él la olla, provista ya de
los elementos del puchero que debía constituir su
frugal cena, se sentó en una cabeza de potro, car-
26 el pito, rascó el mate, lo llenó de yerba y es-
peró que cantase la pava. Un gran perro se es-
tiró á su lado, mirando también la llama.
Así, sólo, perdido en la Pampa, pasaba sema-
nas enteras, sin ver alma viviente, meses sin sa-
ber nada del resto del mundo y sin que nadie su-
piera nada de él.
De repente, el perro levantó la cabeza, paró la
oreja, salió del rancho y empezó á ladrar con
fuerza. Don Martín se levantó y, agachándose
en el unbral de la puerta, trató de penetrar la
obscuridad, densa ya de la noche.
Un: jinete se venía acercando. Al cabo de un
“ rato, cerca ya del palenque, se paró y pronunció
la frase sacramental: ““Ave María”, á la cual
contestó don Martín sin vacilar: “Sin pecado
contebida. Bájese si gusta”? haciendo, al mis-
mo tiempo, callar al perro. ,
El jinete se apeó, ató el caballo al palenque y
entró con don Martín en la pieza.
El hombre, un gaucho pobremente vestido, con
la cabeza muy envuelta en un pañuelo de algo-
dón- que, con el sombrero gacho, disimulaba par-
te de sus facciones, dejando sólo brillar dos ojos
pequeños "y centelleantes, tenía, en conjunto, cara
tán poco simpática, que don Martín, al momento,
se acordó que en los días pasados, había vendi-
do quinientos capones y que se los habían pa-
gado enla puerta del corral con un dinero que
justamente tenía en el tirador.
“Pero fué solo cosa de un rato. Don Martín con-
cedió al forastero licencia para desensillar, pen-
sando que. al fin,.con- cuidarse tun poco un hom-
bre vale otro hombre:- También puede ser-que-se
“resistiera su mente generosa de montañés piri-
neo á discutir siquiera la religión innata de la
hospitalidad. Le alcanzó el mate, y siguiendo,
él, los preparativos de la cena, se fué á un rin-
cón de lá habitación á sacar del cajón la sal,
envuelta en un papel de estraza, y de una bolsa,
cuatro galletas, ese pan rústico: el pan y la sal,
sagrados emblemas de la hospitalidad antigua.
En este momento, sonó el estridente grito de la
lechuza, al cual don Martín no hizo caso, mien-
tras pasaba un relámpago en los ojos del gau-
cho. Otro grito igual se hizo oir, un rato después,
y éste se estremeció.
Don Martín, incauto, seguía su trabajo de hues-
ped atento, y en el momento que se inclinaba
para agregar una presa á la olla, se levantó el
forastero, — el huésped infame, — y de un bo-
lazo en la cabeza volteó al pobre vasco. Este
pudo todavía, aunque aturdido por el golpe, des-
nudar la cuchilla y acometer á su vil agresor; pe-
ro se encontró frente á dos más, emponchados,
de cara tiznada, quienes después de corta lucha,
dieron con él en el suelo, acribillándolo á tajos.
Revolvieron el cajón, el catre; desataron el ti-
rador de la cintura del cadáver y apoderándose
de su contenido, se lo repartieron, entre risas.
Entre risas, se comieron el puchero, y arrastran-
do el cuerpo de la víctima hasta el pozo, entre
risas, lo tiraron en él, de cabeza. Y burlándose
de los aullidos del perro que, acostumbrado á ca-
zar los pequeños bichos del campo nunca había
visto fieras y no se atrevía á acercarse, montaron
-á caballo y, cortando á tientas en la obscuridad,
todo lo que de la majada podía caminar ligero,
. Se internaron, arreando su botín, en los espesos
y desiertos fachinales de la Pampa.
A los cinco días pasó por allí un vecino, — ve-
cino de á cuatro leguas, — y bajándose entró á
saludar á su amigo don Martín. Pronto se dió
cuenta de lo ocurrido: las pocas ovejas que que-
daban desparramadas; el caballo atado á soga,
.que no habían querido llevarse los malhechores,
para mc ser vendidos por la marca, quizás, y
muerto de sed y hambre; el perro, vagando, au-
llando tristemente y resistiéndose á acudir á su
llamado; el tirador vacío, en el suelo; el revolti-
jo de cosas en el rancho, y por fin una alparga-
/ta que, desprendida, había quedado en la orilla
del pozo y le sirvió de indicio para adivinar que
ahí era la tumba del pobre.
No extrañes ahora, viajero, si alguna vez, á las
horas del crepúsculo, al acercarte á un palen-
que para pedir hospitalidad, oyes á la mujer tem- -
blorosa insinuar al marido: ““Por Dios, decile
que no se puede; que no tenemos comodidades””.
GODOFREDO DAIREAUX.
í
E
N
Toque de clarín
Para EL FOGÓN,
Se ván tus prendas gaucho — arma tu brazo
porque llevan envueltas las cadenas —
que rompieron tus padres por ajenas
Y se vá cada cual con un pedazo.
Mira que en cada armada de tu lazo
"an pialadas mil glorias y mil penas;
en cada pilcha hay sangre de tus venas
que es recuerdo, tal vez, de algún lanzazo.
v
Piensa que si largamos el cabestro
que lleva el patrio amor en la presilla
“eremos estranjeros en lo muestro;
que vamos á perder toda la herencia,
de aquellos que en el llano y la cuchilla
Srabaron con facón: Independencia !
ATILIO SUPPARO
EP —
El Gaucho
Para EL FOGÓN.
Tostado por los soles de la Pampa,
“Tuzando en su corcel el campo abierto,
“Ta, sobre el paisaje del desierto,
“e los ginetes árabes la estampa.
Para el novillo de temible guampa
“é en las estancias cuidador experto,
A los campos de honor cayó cenbierto
— )emosas glorias, sin doblez ni trampas.
y
te a
Cantor errante recorrió las llamas,
“ejando
Sus ment
4
E al sentir del progreso las cadenas
, e VO á su -baguel las nazarenas
- perdió en las sombras del Occidente.
Noviembre 1911 ú
,
en los corrillos de paisanos
as de inspirado y de valiente;
JULIAN DE CHARRAS,
ee
TED
NENA
. La
E
De otra época
; En la extensa y pintoresca sección del depar-
tamento de Paysandú, que tanto alegran y em-
bellecen las mansas y dulces aguas del Daymán,
- vivía desde hacía algunos años, el sargento de la
independencia don Matías Zabala — viejo lucha-
dor, que casi inválido por las heridas recibidas en
defensa de nuestro suelo, había elegido aquel pe-
“dazo de su tierra amada, para disfrutar tran-
quilo los últimos años de su vida, á la sombra de la
Hbertad entronizada á costa de tantos sacrificios
— y compensando de este modo los peligros y
vicisitudes de su pasada existencia.
— Dueño de un pedazo de campo en aquella zona,
allí estaba también su modesta vivienda, un sen-
“illo edificio de planta baja, que rodeado por
hermoso jardincillo se alzaba en una alta loma,
“tan” solo” distante una cuadra, tal vez, de la
barranca que á su paso formaron las aguas del
¡Daymán; la habitaba en compañía de su esposa
¡Julio y de su hija Rosita, bella jóven que consti-
“tuía por sí sola la alegría y dulzura del peque-
ño hogar. Tenía Rosita 19 años y era una belle-
za típicamente criolla, de hermosos ojos oscuros
—!y pbrillantes, y rostro de líneas suaves y delica-
'das adornado por vivos colores que daban á su
fisonomía fresca y lozana, un aspecto encan-
“tador.... 4 :
' AIí fué donde creció y se desarrolló esta niña
“sencilla é inocente, con sentimientos tan puros
y sanos como el aire de aquellos sitios.
F El visitante casi asíduo de esta virtuosa morada
'era el joven Juan Alsina que, propietario por
“herencia de sus padres, del campo lindero con
el de Zabala, vivía en él y se dedicaba al cuidado
de sus rebaños y á la cría de su ganado; alli
“pasaba largas horas, siendo recibido con familia-
"ridad y profesándosele verdadera estima. Por su
“parte él correspondía dignamente con su conduc-
“ta honrada, al noble sentimiento de cariño y amis-
tad de la familia, á quien además favorecía á
menudo, sin hacerlo notar, valiéndose de donacio-
¡nes de pequeñas puntas de ganado, que cons-
“tantemente y con el objeto de aliviar su campo,
hacía al sargento Zabala. 4
“Alsina y la hija de Zabala se amaban; sin em-
bargo no debían tardar en ver eclipsarse su estre-
a de dicha, y en disiparse sus ensueños de ternura
- infinita.
- La hermosura y la gracia encantadora de Ro-
sita no eran desconocidas, y no tardaron en im-
presionar al comisario de la sección, en aquel
entonces tn-comandante Manuel Pastraña, mili-
tarote sin: instrucción. y sujeto malo y áltanero.
Indio, bajo y obeso, de cara casi cuadrada y ojos
LA E
pequeños tenía un aspecto repulsivo. La impuni-
dad de que gozaba en sus malos actos había for-
mado en él un criterio salvaje; llenados sus ca-
prichos y más extravagantes deseos — dueño del
más veloz parejero, como de la más linda. prenda
de aquellos pagos — no discutía siquiera su su-
permanecía sobre los habitantes de la zona á su
cuidado; de modo que creyó encontrar en aque-
lla joven un objeto para sus placeres.
Rosita rechazó siempre con orgullo y noble alti-
vez las contínuas solicitaciones del comandante
Pastraña. :
Y es ahora cuando éste, convencido de no con-
seguir su innoble deseo, quiere vengarse, y em-
prende desde entonces, una serie de persecucio-
nes contra el novio y prometido de la joven.
Juan es preso y multado varias veces por so-
ñadas infracciones; los alambrados de sus cam-
pos son cortados en diferentes noches por solda-
dos de policía, y sus ganados huyen; es objeto
de las más atroces injurias por parte del comisa-
rio, y por último, se hacen llegar á sus oídos in-
fames rumores sobre la conducta y el honor de
su amada.
Las inquietudes y zozobras porque pasan aque-
llos corazones sólo han servido para aumentar su
entrañable cariño.
Llega así el día de la poda. Los dos amantes
en su sencillez tranquila y bondadosa, sonríen
felices.
De pronto se oye hacia afuera ruído de sables
y galope de caballos; una patrulla de policía se
detiene frente á la puerta, el sargento que la man-
da, seguido de varios soldados, penetra en la sa-
la, muestra un papel y busca á Juan Alsina que
es uno de los destinados á reforzar los cuerpos
de línea de Montevideo. Juan es arrastrado vio-
lentamente hacia afuera donde amordazado se
le coloca sobre el caballo.
Es aquello tan violento que los hombres ate-
rrorizados permanecen inmóviles...
El anciano sacerdote se adelanta... implora la
misericordia divina y pide se respete la ley de
Dios. :
A esto sólo contesta el desalmado sargento, ya
de á caballo:
Que lay, si aquí no hay más lay que el comen-
dante! '
PEDRO AVEGNO DE AVILA.
,
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e
a
nu
Un Malevo
> Yo lo vide. Venía del oriente
al tranquito en su flete parejero,
con el pucho en el labio, sonriyente,
Y levantaba el ala del sombrero.
Mozo fiero... ¡si vieran! La melena
la eáiba por los hombros, súcia y rala,
al igual que la barba; tez morena,
—Ó de un color azul como de chala.
La nariz media ñata; maliciosa”
la sonrisa vagando en boca estrecha,
Y vivaz, la mirada, y recelosa
Cual la del tigre que la rés acecha.
Matreriando pasábase la vida
en los montes cercanos escondido,
Y juyéndole el cuerpo á la partida
Por no sé que delito cometido.
Ello es, que, sabiendo que ésta andaba
ocupada en asuntos de elecciones,
2 su compadre Juan le visitaba,
que era pulpero en esas poblaciones,
Y á quién usando la mañosa verba,
Su miseria en el monte al relatarle,
3 la fija, tabaco, caña y yerba 4
abría, como siempre, de sacarle.
Pero ya su compadre, — un italiano
avecindao allí dende la infancia, —
€ dolía ser cristo del paisano
que seguía por eso la vagancia.
ecíame cuando venir lo vía
al tranquito en el flete parejero,
que por aquella vez no le daría
M1 sed de agua, y lo juraba fiero.
El paisano llegó: dió media giielta
barando al animal junto al palenque;
9 desmontó de golpe y le dió suelta
Palmándolo no más con el rebenque.
Se cobijó el caballo en la ramada
Y al verse- suelto sacudió las clines.
— “Cuerpeando, su dueño, á la quebrada
M aciéndose. sonar los espolines,
- Al boliche dentró. ¡Vieran la geta -
que el pulpero le puso, Vírgen mía!
No vido el otro aquella morisqueta,
ó no la quiso ver, y dió el ““Guen día””.
—¡Gien día¡—contesté.—¡Gien día, digo!—
encarándose á Juan, Ya le oigo, amigo;
gieno lo tengas. ¿Cómo en el poblado?
—Ya sabés la razón.—;¿ Volvés al monte?
—Y que he de hacerle, ché. Ese es mi intento
hasta que el juez de paz me indulto apronte
6 cambie la partida de sargento. -.
—Pues procurá que no se alargue mucho
Ó mandáte mudar á otro partido.
—Comprendo la intención, —botando el pucho
medio enojao le respondió el bandido.—
¿Me lo decís acaso porque vengo
á molestarte? Dejáte de pavadas.
Para negar no se hace el chancho rengo,
ni hay que estar con orejas coloradas.
—Pues mira, ché, lo digo francamente:
á no fiarte más me determino.
—¡Oiganlé! Pero, Juan, ¿tan redepente
me abandonás á mi cruel destino?
—¡Que querés! El negocio. ..—Linda argucia!
Dirás que te va mal.—Me da muy poco,
te lo juro.—Calláte, pata súcia.
—El pata súcia, vos. ¡Miren el loco!—
En este tono prosiguió la charla
llegando la cuestión hasta ese punto
en que sólo es posible terminarla
con que uno de los dos quede dijunto;
porque el echarle en cara los favores
con que á la par se obligan los amigos,
es pasar de las malas á las piores,
“sobre todo delante de testigos.
Eralo sólo yo de aquella escena
y quise intervenir para aplacarlos,
á lo cual contestó el de la melena:
¡A estos. grévanos hay que escarmentarlos!
—¡¿A mí? Vení no más, —le dijo el otro;
y yo, tratando de ponerlo á raya:
—¡No es para todos, Juan, la bota e potro
ni es usté cuchillo de su laya!—
Pero el gringo—i¡la pucha que era bravo!— <a N a
ya saltó al mostrador, como una clueca,
1
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Le esperaba el matrero con el cabo -
del rebenque liao á la muñeca
por medio de la lonja que lo añuda,
y sin dejar que hiciese la parata,
le acomodó una biaba macanuda
haciéndole saltar la chocolata.
Rugió el herido de dolor; y, fiero,
al avanzar sacando una pistola,
se ensartó en el cuchillo del matrero
hasta tocar la carne“á la virola.
¿Pues cuándo y cómo desnudó el cuchillo?
¡Ah, bendito de Dios, qué madrugada!
Yo solo ví rejucilar el brillo
de la hoja después ensangrentada;
al pulpero rodar un largo trecho
y sin decir ¡Jesús!, quedar inerte,
¡y limpiarle, por mofa, sobre el pecho
el arma misma que causó su muerte!
Tan abombao me puso la fiereza
con que al pulpero basuriara el ñato,
que sentí por de dentro la cabeza
Aquél indino me miró de un modo
que, aunque pude oponerme á que saqueara
el boliche de Juan, dejé que todo
con lo que quiso alzarse se espiantara.
Y se espiantó tranquilo, sonriyente;
volvió á montar el flete parejero,
lo enderezó después hacia el oriente
—y se perdió en las giieltas del sendero...
l
JULIAN BARDO.
LL O 12 A4——
Pueblera
Allá reunidos, bajo el frondoso parral, cargado
de dorados racimos que penden y se balancean
al leve soplo de la brisa, están sentados á la
sombra los mocitos del contorno que atraídos por
la belleza de las hijas de misia Petrona; van
allí, á pasar, la calurosa tarde del insoportable
estío.
- Las esbeltas y elegantes criollitas, ataviadas
con sus trajes domingueros, sirven el espumoso y
agradable mate que los invitados toman con de-
licada finura mientras un: ahijuna, eada mate e
su mano manda un alma pal cielo.
—No nos alabe mocito, que no es como el men-
tao e la Morales — contesta una de ellas con
viveza.
Y entretanto las guitarras empiezan á arran-
car trémulas y sonoras motas, que se esparcen y
hacen enternecer hasta lo más recóndito del co-
razón. N y
Y entre mate y alguna décima amorosa, mira-
das tiernas y apasionadas se cruzan entre los ¡ó-
venes; y entonces más alegres, los dedos más
ágiles, puntean las cuerdas con destreza que á
unísono se confunden con el canto y el dulce
gorjeo de los pajarillos prisioneros en la jaula
que pende del parral.
Entonces las criollitas emocionadas, con: tré-
mulas manos, toman una rosa del cercano y espi-
noso tallo, y la ofrecen al elegido que la acepta
radiante de gozo por el triunfo que obtiene; y
atando la delicada flor á las cintas de colores pá-
trios que engalanan la guitarra, endulzan con
nuevos bríos la vidalita ya aplaudida.
—Vea amigazo — dice uno — cuente con un
asao con cuero por su morrocotuda emprovisasión,.
—dGracia, hermano; pero yo no'enprovisao; ha
sido un ñudo que tenía en la garganta y salió co-
mo tungo relinchando.
Después, al oscurecer, á la despedida junto á
la tranquera, una conmoyedora serenata hondéa
el impregnado ambiente de esencia que el prima-
veral crepúsculo esparce. ,
Y de los húmedos ojos de las hermosas pue-
bleras, se deslizan dos gruesas lágrimas de ternu-
ra que corren por sus sonrosadas mejillas como
dos nítidos diamantes, que limpian con blancos y
límpios pañuelos, mientras sus vírgenes corazo-
nes palpitan encendidos por el primer síntoma de
amor. : | ,
FRANCISCO ALBEROLA.
Yapeyú
Era el caer de tarde: allá en lontananza, en
una extensa línea de fuego, coloreaban los últi-
mos destellos, que se reflejaban sobre el lomo de
la serranía abrupta que perezosamente se extendía
al pie de un monte de eucaliptus.
Las aves, con sus melodiosos trinos, alzaban el
vuelo recogiéndose á sus nidos, y en bandadas da-
ban el último revoleo como despidiéndose del día.
Cuando el manto de la noche se hubo desple-
gado, en medio de las sombras, una silueta ecues-
tre se alzaba sobre el monte silencioso, en la dor-
mida superficie, asemejándose á un espectro.
Ascendía lentamente, y acompasaba su marcha
funeraria el ruído producido por la rodaja del
freno que mordía el animal. :
¿Yapeyú?... Resonó en el vacío como el eco
de una tumba, inmediatamente otra silueta á pie,
como si hubiese brotado de la tierra, paróse fren-
te al de la cabalgadura.
Este echó pie á tierra y acariciando la grupa
del animal con un seco rebencazo, hízolo alejar
á unos pasos quedando así en iguales condiciones
que el otro,
La luna que dejó asomar su faz plateada, ba-
ñaba en ese instante con su pálida luz á este mis-
rioso grupo; y era en verdad misterioso, porque
solo los dos habíanse dado cita en paraje tan so-
litario, y sin más testigos que sus propias almas,
iban tal vez á jugar una partida de honr?
Al día siguiente, al rayar el alba, unos paisa-
nos hallaron tendido en un charco de sangre: un
cuerpo que conservaba clavada hasta la empu-
ñadura, en el corazón una daga, en cuyo puño
estaba estampada esta inscripción: Yapeyú?
A nm .
A. UN SAaLCE
o A la márgen serena de un arroyo
Cuyas aguas agita el Uruguay,
Se halla un hogar tranquilo y solitario
De dulce aspecto, de sonriente faz.
¡Oh! cuan hermosa la morada agreste
Ue matura con flores adornó,
donde en horas de la tarde se oye,
€ las aves, la placida canción.
Los recuerdos queridos de la infancia,
inte genuino de primera edad,
€ mi sauce, á la sombra placentera,
9 mi lira los voy á recordar.
Más aquel centinela insuperable,
Siempre adornado con sus verdes hojas,
Wsiera si las musas me protejen,
edicarles tiernísimas memorias.
Si pudiera explicar con sentimiento
1 bella senda de tu dulce vida,
1 Corazón en su expresión doliente
Ta lágrima tierna arrancaría.
Glacial Tocío que bañó tus hojas,
tE. y fresca brisa matinal, —
ave columpio que produce el aire,
Sculo de la Diana al despertar...
cop lores lozanas del jardín vecino
SUS varios perfumes saturadas
AS achiras que á tu planta crecen,
Astituyen tu espléndida guirnalda.
Frond :
y: Tondosas ramas de curvino talle
Siem ; r Z
en sombreando á tu arroyuelo están,
forman las aves su morada,
a lira Columpia sin cesar.
—
Ingenioso el casero, hizo su nido,
Puso sus huevos y empolló también,
Formó su hogar la alegre golondrina,
Y más feliz su primavera fué.
Al vente - veo entre tus verdes ramas
Su amado nido le miré construir,
Y también la calandria sus endechas
Más melodiosas ha entonado allí.
Muchas veces en medio del océano
Que formaba la lluvia torrencial,
La ví cual marinero que arrogante,
Luchara por vencer la ruda mar.
Y del estío en las. tranquilas noches
También el agua en su ascención serena,
Han rodeado tu tronco corpulento
Ha mojado tu verde cabellera.
Después se vé de lejos cuando lenta
Ha empezado esa mar á descender,
Los escondrijos de la mansa nutria
Que han tenido á ese sáuce por dosel.
También he visto que la loca furia
Que lleva por doquiera el vendaval,
Ha intentado arrancar tus fuertes brazos,
Más mada te ha podido arrebatar.
Feliz que sea, tu futuro anhelo,
Arbol allá en tu triste soledad,
A orillas del arroyo vive siempre,
¡Oh sauce verdolino de mí hogar!
ABRAHAM TF. CEPEDA,
aw <<
X
:
JE parejero
En el patio de la pulpería, atado á una estaca
cortita, el hocico hundido en la trompeta, cubierto
con una funda de arpillera que lo protege mal que
mal del sol, durante el día, y de la helada duran-
te la moche, la cabeza agachada, dormita el pa-
rejero, dando el conjunto de su persona la idea
de un aburrimiento profundo.
Estirándose, bostezando, sale- de su cuarto el
compositor: con pereza, trae la ración del pa-
rejero.
Este es el hijo mimado de la casa; y lo mismo
que ama de leche en casa Tica, el compositor que
lo cuida, no deja, por supuesto, de atribuirse
también su parte de privilegios.
El caballo no es ningún animal de condiciones
extraordinarias; pero pertenece á Fulánez, el pul-
pero, y sirve de cebo para órganizar carreras en
la casa y fomentar reuniones.
“Es mi socio”, dice Fulánez con una guiña-
da; y como gane Ó pierda la carrera, según queda
arreglado de antemano con el compositor, éste
ya: pasa de socio y facilmente se comprende que
nadie le va á mezquinar un atado de cigarrilos,
de los buenos, 6 un vaso de vino.
Es cierto que también tiene que varear el pa-
rejero á horas fijas, especialmente en la madru-
gada, y.con- tino. Componer un parejero es oficio
de harágán, pero de haragan que entienda el
oficio.
Pero lo que á uno lo mantiene, al otro lo em-
pacha; y para don Braulio Vivar, modesto hacen-
dado de por allá, fué el parejero, fuente de ruína.
A pesar de ser buen criollo, don Braulio poco
se acordaba, de hacer correr mancarrones, cuando,
un domingo, que había reunión en lo de Fulánez,
sin pensar, se puso medio alegre.
Había mucha gente: gauchaje bastante, pero
también una punta de extranjeros, con sus hi-
jos, nacidos, éstos, en el país, y lo más endiabla-
dos para correr; mientras los padres, agriculto-
res italianos en su mayor parte, quedaban pegados
al mostrador, dándole de puñetazos, chupando vi-
no á litros, y pitando sus cigarros Cavour, ha-
blando á quien más fuerte, y chapurreando, no
se sabe si más el español ó el idioma materno,
los muchachos, ellos, iban buscando á quien les
corriera, aunque fuera por dos pesos.
Y no faltaba algún gaucho que, más por el
honor que por la plata, voltease el recado y se
pusiera la vincha en la frente, aceptando el de-
safío.
Se iban siguiendo las carreras que daba gusto.
—*f ¡Tres cuadras! ¡dos cuadras! uno á ochen-
ta. — Le corro! — Dos pesos! — Pago! — Dé-
me cinco kilos! — á mano! — Bueno, vamos!??,
E iban, ¡qué diablos! y empezaban las partidas
fastidiosas, enervantes, al tranco, á medio galo-
pe, á todo correr, que ya creían todos que se ve-
nían;: y las vivezas para cansar al contrario; y
las miradas de reojo, para calarle la lijereza, co-
mo si se hnbiera tratado de tun gran caballo y de
diez mil pesos!
De repente, se siente el tropel. “¡Cancha! —
se vienen! se vienen!” el alma en suspenso
1 ,
todo el cuerpo sacudido por un movimiento can-
denciosamente loco, maquinal, como si estuviera
montado en su caballo favorito y castigándolo,
un gaucho repetía nervioso, sin resollar: “ Pica-
zo, picazo, picazo, picazo!?”.... A pesar de lo
cual pasó primero el doradillo, diez varas antes
que el picazo, y el gaucho se calmó como leche
sacada del fuego, alcanzando sólo á decir, al rato
largo: ““!Pero, vea que le ha ganado fiero!”
Ahora, manaban los parejeros. Todos ofrecían
correr, y todos, al oirlos, no tenían más que un
caballo de carro, un caballo bichoco, ó muy gordo,
6 muy flaco, como quien dice: “No me tengan
miedo, que mi cuchillo no corta; 6 bien: mi mu-
jer es fea, no me la lleven””.
Don Braulio se dejó tentar. El caballo en que
había venido era muevo, guapo, vivaracho; lo
prestó á un muchacho conocido para que corrie-
se por dos pesos, para probarlo. Ganó. Corrió
otra por einco pesos. La ganó.
Don Braulio volvió á su casa hecho otro hombre,
y con regalar á la patrona los siete pesos, también
algo la entusiasmó. En vez de soltar el zaino, lo
ató á soga y le dió pasto, y desde el día si-
guiente empezó á enseñarle á comer grano, cosa
que ignoraban por completo, hasta entonces, to-
dos sus caballos, y á hacerlo varear á la madru-
gada, por Braulio.
Desde aquel día, también, las ovejas quedaron,
algunas veces encerradas muy tarde en el co-
rral, y las apretó fuerte la sarna. Las vacas que,
antes daban poco trabajo, ya casi no dieron nin-
guno; pero el zaino empezó á ser cuidado en for-
ma, y como verdadero parejero, tanto que fué
criando fama.
Lo supo un vasco, carrerista de profesión, que
vivía de pegarles fuerte á los incautos, con al-
guno de sus cinco parejeros mestizos, cuidados de -
modo á no aparentar lo que valían. Y se dejó
llegar á la pulpería, donde don Braulio ahora,
pasaba sus días perorando.
El vasco no la emprendió con él, haciéndose el
chiquito, sinó, al contrario, alabando sus propios
caballos, pinchando el amor propio del criollo,
hablando de correr por cineo mil pesos para en-
señarles á los argentinos, decía, lo que era cui-
dar parejeros. Tanto que á don Braulio se le en-
traron las ganas de darle á ese gringo una lec-
ción, haciendo con él carrera por dos mil pesos,
aunque tuvo para juntarlos, que comprometerse,
si perdía, á entregar vacas á elección, al precio
de quince pesos. Vacas de don Braulio, á elec:
ción, bien valían veinte y dos pesos, pero él no
dudaba por un momento de la victoria del zaino.
Perdió, annque por muy poco; y tuvo que en-
tregar la flor de su hacienda, quedando perple-
jo de si haría el gusto á la patrona, fastidiada
ya con las carreras, con liquidar al famoso pare:
jero. Por consejo del compositor que había to-
mado á su servicio, consintió, antes, en hacer
otra prueba. Hizo carrera otra vez con el vasco;
por quinientos pesos; pero jugó de afuera, col
todo sigilo, contra su propio caballo, por más de
dos mil; lo que fué fácil, pues muchos le conser:
vaban su confianza al zaino. :
El mismo compositor lo debía montar y perder
la carrera, de cualquier modo que fuese: Pero;
¡vaya! sucedió que, al correr, el entusiasmo se
apoderó de él; el amor propio se lo llevó por de
lante, no se acordó del compromiso, sino de 14
vergiienza de perder otra vez, y castigó, castig
tan bien, que lo batió al vasco, pero de lo lindo
dejando del mismo golpe, al pobre don Braulio
triunfante y furioso, renegando de las carreras:
echando al demonio los parejeros y á los compo
sitores, empeñado hasta los ojos, y, sin embargo:
con un cierto saborcito á satisfacción criolla.
GODOFREDO DAIREAUX
ser-
der
TO;
Campo abierto
Echao sobre el trebolar
Que se extiende en la lomita
Y que al parecer invita
Blandamente á reposar.
Me entretengo en contemplar
Ese ciclo despejao,
En el que hay, como sembrao,
Cada estrella chispeadora
Que á cualesquiera enamore
Con s1 reflejo dorao.
La luna en su recorrida,
A puehitos va avanzando;
Y entre oscurito alumbrando
Con su luz adormecida,
Quizás enorgullecida
Tan sólo la noche espera
Pa cruzar por la alta esfera
Coquetona y misteriosa;
Y oirse llamar prodigiosa
Sin hacer caso siquiera.
El silencio en la llanura,
El eco en la serranía,
Infunde grande alegría
Y eterna dicha murmura;
Un manantial de ternura .
Siente el que gaucho se ha criao,
Cuando bien alto templao
el pensamiento se eleva
Y hasta el trono de Dios lleva
Su perfume delicao.
Al sentir el manso viento :
Sollozando en los cardales
Y moverse los pajales
Con chillido soñoliento
Cierro los ojos de intento
Y en el aire hasta mi olfato
¡Llega el olorcito grato
Que despide el topasaire,
Flor que amuestra su donaire,
En su sencillo aparato.
Sobre mi rostro tostao
Cae menudito el rocía,
Mientras mi pingo al lao mío i
Hace sonar el chapiao:
Como si ya impacientao,
Creyendo cierto mi sueño A
Pusiera todo su empeño , A Ta,
lónn que al fin se despertara
Y amante lo acariciara Ne
Con palmaditas su dueño. : a
Cuando apenita el lucero
Asoma por el Oriente, y
Me arrimo pausadamente 1
Ande está mi parejero:
¿Cómo le vá compañero?
Le pregunto al rabicano,
Painándolo con la mano;
Y él las orejas moviendo,
arece. me está diciendo:
“ ¡Lindazo no más paisano!”
TEOFILO C. CHIESA, -
ade A A
MIGUEL GONZÁLEZ
PROCURADOR
Particular= Victoria 2195
cangallo 6424
ESTUDIO DEL DR. GIRARDO MEANA a
Gabriel Courtis —
DIBUJANTE |
Se encarga de todo trabajo pertene-
E
ciente al ramo <A.
Estudio: Venezuela 63
E
E
5
- Las franquezas de D. Trifón
“Don Trifón, el bravo coronel de guardias na-
cionales, el rico hacendado, de Fraile Gordo, cum-
plía bizarramente sus sesenta y ocho años.
Casado desde los veinte, con doña Agua Santa,
no opuso más valla á su prole, desbordante, que
la de las múltiples revoluciones en que su brazo
y su prestigio fueron solicitados, ya por los
ideales populares, 6 ya por las exigencias conser-
vadoras de los beneméritos gobiernos de Provin-
cia.
- Cuatro lanzadas, tres balazos y un fiero hacha-
zo, que le marcó indeleble cicatriz en la cara,
fueron con su grado de coronel las únicas recom-
pensas de toda aquella vida de sacrificios esté-
riles y sangre derramada inútilmente.
Pero don Trifón haba vuelto sobre sus pasos,
y comprendiendo que se había hecho achurar de-
masiado por la política, aunque un poeo tarde,
trató de aprovechar de su banca, para caman-
dulearle á los doctores y conservar su posición de
hombre influyente sin sacrificios. !
Así consiguió, con sólo una promesa, que lo
eligieran senador á la legislatura, con gran con-
tento de sus muchachas, educadas en el colegio
de las Hermanas, que veían por fin cumplidos sus
ensueños de vivir en la capital de la Provincia,
ir á los bailes del Club, á los recibos del Gober-
nador, pasear en coche luciendo trajes de última
moda, y los soberbios caballos de la estancia;
y todo esto, por el deseo verdadero é inconfesa-
ble de pescarse un novio buen mozo.
Todo anduvo bien á no ser las pocas nubes que
oscurecían aquel cielo de gloria, á causa de la
falta de educación social de sus excelentes pro-
genitores.
Doña Agua Santa era una buena mujer; de
costumbres muy simples, con una conversación
desastrosa, de ortografía pésima, confundía en-
tre otras letras la f con la j, de modo que las
niñas se ruborizaban de vergtienza, cada vez que
largaba delante de gente, algunas de esas pala-
“bras que le habían merecido el apodo picaresco
de pajuerera.
Pero las muchachas con trabajo, consiguieron
tapujar este defecto, haciendo que hablara lo
menos posible, á lo que se resignó la buena señora,
como también á fumar á escondidas, lo que
“hacía suspirando y sólo por no contrariarlas.
Para ellas, desde chicas, soñaba brillante por-
venir; sueño ingenuo de buena madre cariñosa,
que se fomentaba año tras año, con las medallas
y clasificaciones del colegio y las cartas satis-
factorias de la superiora; por el surtido inago-
table de cuadros bordados en lana y seda, flores
de papel, de plumas, patocromanía de hilo de
plata y escamas de pescado, zapatillas arabesca-
das y el soberbio gorro de terciopelo negro, canu-
tillo y borla de oro, que el coronel usaba de ma-
ñana para tomar mate. '
Todo ese stock escuelero, amontonado pieza
por pieza y recibido en la estancia, acompañado
de cartas en papel picado y composiciones en
prosa y verso, en cada aniversario paterno ó
materno, junto á las fábulas de Lafontaine en
francés 6 las sesiones de piano que prodigaban
en las vacaciones, en las que descollaban la ““ple-
garia de una virgen?” 6 las “campanas del mo-
nasterio””, habían hecho subir las acciones de las
pobres muchachas, como decía doña Agua Santa,
, y á las que por todo eso, había que hacerles el
gusto. 4
Pero en cambio don Trifón era indomable; ha-
bituado 4 Ja vida de los campamentos, tenía
franquezas crueles y dicharachos de cuartel, ca-
paces de hacer ruborizar á un sargento.
En la cámara había tenido varias agarradas
y se olvidaba á menudo de las formas parlamen-
tarias; pero como en lo que decía había mucho
fondo de verdad y de buen sentido práctico, sus
honorables colegas concluyeron por tolerarlo y res-
petarlo, tanto más cuanto tenía fama de ser
hombre de pocas pulgas y medio bárbaro en sus
procedimientos personales.
En su casa, tampoco andaba con vueltas y
les había hecho comprender que ya estaba viejo
para sacrificarse así no más, por cualquier mo-
coso, que por demasiado bien servido podía dar-
se con que le permitiera arrastrarle el ala á al-
guna de sus hijas.
Las muchachas le temblaban y vivían sobre
ascuas cada vez que volvía temprano del club y
se colaba en la sala á charlar, ya con Eduardo,
el novio de la Jesusa 6 econ Rodolfo, el de la Es-
meria; y á quienes golpeaba el hombro ó el
muslo cuando quería dar mayor fuerzas á sus
afirmaciones.
Aquel día cenaban ó, mejor, banqueteaban to-
dos juntos, y los novios, derretidos de amor, se
juraban por la milésima vez la misma cosa sin
oir al coronel que, con voz tonante dominaba la
batahola de aquella larga mesa, relatando aven-
turas de otro tiempo y mascando á dos carrillos.
Como á veces se le escapaban frases duras, las
niñas, violentas, redoblaban sus miradas lángui-
das y atropellaban frases sobre frases para dis-
traer á sus novios, y así transcurrieron relativa-
mente bien las dos horas de aquella cena en que
se derrochaban los platos de todas las cocinas
conocidas. e
Todo marchó bién hasta el champagne, al cual
don. Trifón hizo debidos honores, recibiendo y
agradeciendo brindis de todo el mundo, incluso
de los futuros yernos, que derrocharon las frases
más azucaradas para conquistarse aquel ogro ga-
loneado.
Pero en el primer descanso, en uno de esos
momentos de calma que invariablemente siguen
á toda tempestad, los gases del champagne se re-
helaron en el estómago de don Trifón, y sin pe-
dir permiso se escaparon ruidosamente por la
hoca como una descarga cerrada.
La Jesusa fué la primera en reaccionar, y, TO-
ja como un ají, protestando se permitió un: —
¡Pero papá!.... :
Pero don Trifón con otra descarga no la de-
já concluir y con su terrible franqueza habitual
exclamó para que lo oyeran bien:
.—Dejate de pavadas, hija! Pucha que me voy
á reventar una tripa, por unos amigos!
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7:
CELA DADA —eAAADE ER
El milonguero es bien conocido en las Repúbli-
cas del Plata. Hay en su tipo algo del payador.
admirablemente descripto por Ascasubi, el poeta
gaucho, — con la diferencia que éste abarea más
dilatados horizontes, y eleva su inspiración im-
provisando, al compás de la guitarra, desde la en-
tusiasta canción patriótica que electriza, hasta el
sentimental triste que conmueve, — mientras que
el otro cultiva un género especial, eminentemente
acentuado, y con un sabor orillero que encanta al
compadraje.
Hay, además, otra distinción que hacer. El pa-
yador es tipo exclusivamente campestre; es el tro-
vador de muestras cuchillas, que tiene por esce-
nario las taperas y pulperías de campaña. El milon-
guero sólo se le encuentra en los centros de pobla-
ción. Los parajes en que se exhibe, son los cafeti-
nes de los suburbios y casas de baile y juegos, Co-
hocidas por academias, donde se reunen lo más
selecto de los compadres de baja estofa.
Ignórase dónde se cantaron milongas por vez
primera. Algunos aseguran que son originarias de
los pueblos del campo, generalizándose después en
los departamentos y extendiéndose, por, último,
hasta la capital.
Pocos ejemplares de legítimos milongueros se en-
cuentran ya entre nosotros. La mayoría de los que
así se titulan, no son más que imitadores rutinarios,
6 cantan lo aprendido de memoria, careciendo de
aquella inspiración descuidada «de los primitivos,
pero las más de las veces original y graciosa. )
Es cierto que todavía existen algunos compadres
de las orillas que entonan milongas, y más cepilla-
dos por el roce, incluyen en su repertorio variados
temas; pero les falta espontaneidad. El refinamien-
to de las costumbres concluirá por hacerles desapa-
recer de la escena, y dentro de algunos años no
quedarán sino recuerdos de lo que fueron.
Se podrían hacer varias clasificaciones de las
milongas, pero evitémoslo diciendo que las más
generales y aceptadas son las criollas, como llama-
mos á las muestras, y las porteñas, más quebra-
“lonas por la entonación especial del canto y el
característico acompañamiento de bordoneos.
Sábese que en campaña es siempre bien reci-
-bido el payador, tipo del que se conservan hoy
raros modelos, y que muy: pronto sólo vivirá en
Ja leyenda, abultado por la fantasía popular. Si
aparece uno de larga fama, tiene! auditorio nume-
roso, compuesto del gauchaje, que viene á escu-
charlo desde varias leguas á la redonda.
Nada más curioso, en esas poéticas noches esti-
vales, cuando brilla con toda esplendidez la ar-
gentina lámpara del espacio, que escuchar, al la-
do del rancho de totoras, la cifra de contrapunto,
intencional, á veces pérfida, cruzada entre dos
paisanos, que se disputan la victoria del canto,
en original y reñida justa, .
A milonguero
-
Entre los milongueros sucede algo semejante,
aunque el centro y el público sean diversos. Em-
pieza uno improvisando sobre tema dado por el
auditorio, 6 á su elección, según convenio, y le
retruca el otro, tomando como punto de partida
la esencia de la estrofa.
Ejemplos de estilo delicado
Con la guitarra en la mano
ninguno el poncho me pisa,
y hago bramar el océano,
y hago suspirar la brisa.
Estilo quebrallón
No hay un eantor que me cuadre
Cuando mi guitarra gime,
ni perrito que me ladre,
ni zonzo que se me arrime.
—A usted pongo por testigo
que en canto de contrapunto,
es malo que á-un zonzo, amigo,
se le aparezca un difunto.
De ahí sigue una serie de compadradas que
suele durar horas y horas, concluyendo al fin los
:antores, cuando se halla agotado su ingenio, por
hablar. de bueyes perdidos, si es que no termina
la. sesión á ponchazos.
El legítimo orgullo del milonguero, que refleja
en muchos de sus rasgos al payador, consiste en
salir airoso de tales torneos, para dejar mejor
sentada su fama en el pago, Si es bien conocido.
Y en caso de ser novel, para labrar su reputa-
ción de golpe, con uno de esos ruidosos triunfos
que se comentan durante muchos años.
Cítanse ejemplos de payadores que se han da-
do la muerte después de una derrota para ellos
vergonzosa. Respecto de milongueros, no he oido
decir que alguno llevase su Monrosa susceptibili-
dad á tan violentos extremos. Cuando más, rom-
pieron sus guitarras, por considerarse indignos
de volverlas á pulsar, haciendo formal promesa
de no tomar nunca los instrumentos, ni siquiera
para templarlos.
Yo escucho siempre eon agrado al milonguero
de ley, no escuché al payador en los albores de mi
niñez. En ellos está encarnada cierta poesía na-
tural, y la inspiración ilumina por instantes la
noche de sus cerebros, á la manera de su esplén-
dido cometa las noches del mundo físico.
Pero tengo el capricho de creer que las milon:
gas deben ser oídas precisamente donde no se
cantan: en el campo. Allí tendrán un” valor más
local, más criollo, en toda la acepción genérica
de la palabra. y
Y si se quiere más poesía, bajo la enramada,
por cuyos claros filtran, como hebras de oro pár
lido, los rayos de la luna,, 6 teniendo por única
techumbre la azulada bóveda, en esos momentos
de soledad y misterio, cuando la Naturaleza re
posa.
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RICARDO SANCHEZ
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El domador
Del rancho, bajo el alero
Está sentado el paisano,
El puestero de la Estancia
Es el gaucho de más fama
Con la guitarra en la mano.
Que vive en aquellos pagos:
Humilde, con los humildes,
Temerario con los bravos,
Soberbio con los soberbios
Altanero con los malos,
Generoso con el pobre,
Altivo con el ricacho...
No en balde le llaman todos
El Domador en el pago
Pues lo mismo doma un hombre
Con el cuchillo en la mano
Como, con buenas palabras,
Llama al orden á los bravos,
Que se callan, al oirlo,
Porque saben demasiado
Que El Domador los felpea,
A las primeras de cambio,
En cuanto uno se retoba
Y quiere meterse á malo.
Bajo el alero del puesto
Está sentado el paisano
Aspirando el aire ardiente
Un tenue soplo de brisa
De una tarde de verano.
Llega del campo, y besando
Las cuerdas de la guitarra
Que el gancho tiene en la mano,
Con la voz de este se eleva
Sobre el alero del rancho
Y juntas se van perdiendo
Lentamente, en el espacio,
Como se pierde el tañido
De la campana: vibrando.
No son cantos de alegría
Los que modula el paisano
Al compás de la guitarra
- Bajo el alero del rancho.
Son esperanzas perdidas
Amores desengañados,
Son sollozos y lamentos
De corazón desgarrado!
Que el hombre aquél á quien llaman
El Domador en el pago,
Valiente entre los valientes
Y bravo entre los bravos
Tiene corazón de niño
Y llora desconsolado
Por el desaire sufrido,
Más fuerte por no esperado,
Al ir á ofrecer su nombre
Su amor, su fuerza y su brazo
A la china más bonita
Llamada la Flor del Pago;
Hermosa entre las hermosas,
Pero insensible al halago
De tener por compañero
Cariñoso y denodado
Al que por ella vivía,
A El Domador afamado,
Al amigo de los buenos,
Enemigo de los malos,
Cuyas hazañas corrían
De boca en boca en el pago!
Por eso el triste solloza
Con la guitarra en la mano
Y sus lamentos se elevan
Sobre el alero del rancho
Mezclándose á los murmultos
Que vibran en el espacio,
Mientras allá, tras las cimas
De los agrestes picachos,
Desciende el sol lentamente
Su hermoso disco ocultando
Y todo el campo se tiñe
Con matices irizados....
¡Triste -Domador que lloras
"on la guitarra en la mano,
Dando al viento los suspiros
De tu pecho desgarrado!
!No llores! Ten entendido
“Que en este mundo malvado
Hay muy pocos Domadores
Pero hay muchas Flor del Pago.
RODRIGO ARZADUM.
Tra colocarle frente al tiroteo de otro pueblo in-
y Zutano sin haberse cambiado la más míni-
— ma expresión de ira queá fin de cuentas ejer-
una Vuela y la otra se arrastra..... pero entre
— dos seres que nacen para el mísmo fin, que en
Y
TEATERO NACIIONAT,
AS a dE N
. LA GUERRA otras circunstancias pudieran encontrarse y
Cu amarse intensamente, fundiendo sus gustos y as-
¿Qee es la guerra? He squí la difinición que — piraciones.
yo le aplicara: Es la acción incosciente y sal- Talvez parezca que el giro de estas breves
vaje de los hombres descendidos al nivel ani- consideraciones se aparta de la crónica de la
mal. obra cuyo título motivara estas líneas. Preci-
Por ejlo, cuando leí este titulo, desfiló ante — samente estamos en ella. Piense su autor que
mi vista, como una cinta cinematográfica, la Vi- como nosotros, muchos conjeturaron lo mismo.
sión pavorosa y repugnante de su sangriento Se creía una obra de más valentía, poseída de
cuadro. Cuerpos mutilados, cuajarones de sangre — ese gesto amplio y abíerto de razonedor mo-
sobre el gramíneo campo floreciente. Fragmen- derno, despojado totalnente de todos los per-
tos de brazos que manejando un instrumento de — juicios y formulismo de los que pasaron...
trabajo eran útiles á ¡a humanidad, y que la ba- con ese tema podría haber hecho el autor
la indirecta, impulsa por el odio colectivo del una obrita vigorosa, pero sin música, la que pa-
estúpido patriotismo, los elimina, destruyendo “ra desgracia de esta, no tiene más que el nom-
con ello necesarias particulas á la” masa palpi- — bre.
tante que da la vida al mundo. E El desarrollo de la idea madre es lento por
Y veía asimismo la horripilante escena deun — lo enclenque; no tiene cimiento, es inconsisten-
hombre sobre otro hombre, sable en mano, te. Se nos figura el difícil equilibrio de una san-
“asestándole golpes en el cráneo hasta partirle día sobre una piramide de naranjas.
en dos, como una granada. Y esas cosas eran El tipo de Fidél valdria mucho trazado con
dos hombres, eran dos cosas semejantes. Te- más aptítud y más firmeza. Es una pincelada
nían igual noción de placer y de dolor. Igual- bonita pero insegura. Le temblaba el pulso á
mente soñaban, igualmente amaban. Tenían el autor cuando la trazaba.
cada uno una madre igual que los lloraba, y eran Tiene muchas escenas de relleno que la perju-
genealogicamente, hermanos, ó ¿acaso destruye — dican en cambio de beneficiarla, y es de sentir.
esa prueba del génesis el hecho de la nacionali- En fin, que en La GUERRA encontramos po-
dad? ¿Dejarán de ser hermanos Pedro, Pablo ca enjundia para tanto tema, y poco tema para
y Luis, hijos de Juan, nacidos el uno en China, tanto título.
y dejado allá desde pequeño, el otro en Alema- Sin embargo, en el fondo del crisol se co-
nia, y también alemán en sus inclinaciones, y lumbra la pepita de oro, y tras varios ensayos
el último italiano, Los tres cuando se encuen- hacia el mismo punto de mira, tenemos la segu-
— tran no se entienden. Ah! pero la sangre es la ridad plena de hablar más adelante en muy dis-
misma, me objetarán los tamiliaristas. Segura- - tinto modo de la obra futura de este autor,
mente la sangre de los demás chinos, alemanes
€ italianos, debe ser amarilla ó verde, y tendrán aa
un distinto funcionamiento. le
Después vimos el oprobíoso reflejo de la gue- — Por falta de tiempo no podemos hacer critica
rra en el hogar. Los hijos del descarriado cla- — de la5* obra del Concurso: RESACÁ estrenada
mando pan en la desesparación del hambre anoche con exito y que es seguramente la meior.
— que va invadiendo la casa como tn infranquea- — de las reprssentadas hasta toy.
ble desborde de los mares. La míseria total que En próximo número nos ocuparemos de ella
“ impera hasta en las telarañas de la pieza, don- de VENCIDO á estrenerse ej Viernes y de Los
— de solo se oye la respiración fatidosa de unos PICÁRONES que sube á escena el Lúnes que
pechos sedientos rendidos ya de suplicar en va- — viene.
no...
— Y todo esto lo proporciona la; pátria. ¿Para — SARO
que sirve esa pátria? ¿praa arrastrar á tin pue-
blo como' un rebaño carneril al matadero? pa-
consciente arastrado en sus mismas condiciones
¿para abrirse las entrañas mutuamente Fulano
ce en el sistema nervioso una presión violenta
y mareandole el raciocinio pudiera arrastrar su '
brazo armado.
No obstante concibo, dentro de la ignominia
del crimen, excecrable en todas sus faces, la
lucha á muerte entre una águila y tina boa. Los
separa la forma, y más que ello la vida. La
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EN Combat
O los Misterios del Parana
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Obligado
POR H. ASCASUBI
“Pues los barcos de vapor
y multitud de otras clases
traerán á estos Paranáses
prendas lindas de mi flor,
y lo más fino y mejor
en paño fino y zaraza,
que en cambio por sebo y grasa,
nos darán más que de prisa:
y hoy comprar una camisa
mirá cuanto nos atrasa!
“Además, un barco de esos,
para un felte ó para un viaje,
por lejos que esté el paraje
te lleva por cuatro pesos:
porque no tiene tropiezos
río arriba y río abajo:
y sin tener más trabajo
que echar humo y chapaliar.
empezando á disparar,
¡ni el diablo les pone atajo!
“Bien haiga el Padre ladino
y profundo en su razón!
atendé por conclusión
con qué prosa se me vino:
pues ponderando el camino
de esos barcos, y la historia
de la ventaja notoria
que nos trai la intervención,
me largó esta relación
que conservo en la memoria.
“Estos barcos concluirán
(dijo) la obra de Cornejo
subierdo por el Bermejo
desde el Paraguay á Oran;
de allí á Salta anunciarán
por los ecos del cañón,
que por primera ocasión
saludan á esas riberas
las naves y las banderas
de la ci...vi...liza. .yción!
“¡Voto al diablo! ahí me enredé
en unterminacho al fin!
por que tiene un retintín
que me cuesta ¡ya se ve!
pero te lo explicaré
Sigun yo lo he comprendido.
1 cura solo ha querido
decirme en esa expresión
“que va 4 llegar la ocasión
En que no haiga hombre tupido.
“De manera Estanislada,
que como al cura le creo,
hoy mesmito me guasqueo
á campiar la salvajada.
Ya no quiero saber nada
de Rosas ni de esa gente;
pues deseo solamente . *
vicharle á Paz una oreja ,
verás que cuento le deja
á Juan Manuel....
Tu Vicente.
FIN
BRINDIS
Costante el gancho Paulino
á la patria y al amor,
á los veinte años, señor, : a
vuelve á caer á este destino ,
como patriota argentino
solo cumplo mi deber a
viniéndomele á ofrecer
á Vuecelencia, á mi modo;
es decir, con cuerpo y todo
hasta morir ó vencer.
Caigo de Montevideo
ya se hará cargo, señor,
en un apero cantor a
sin más prenda que un sobeo "
con el mesmo que deseo, !
á pesar de que ando á gatas,
que nos. salga á echar bravatas
el supremo titular
para de un pial de volcao
atarle las cuatro patas.
Al fin, del suelo entre - riano
la patria en su ley renace,
contra los esfuerzos que hace
por sucumbirla el tirano:
y á ese gaucho bruto y vano
que en Palermo atemoriza,
por si acaso se precisa 1
algun día coronarlo,
allá va á redomoniarlo
don Justo José de Urquiza.
Y si piensa Juan Manuel
el pretendiente Corona
que se encierra en su persona
toda la patria y su aquel,
ya lo verá del tropel
que le vamos á pegar
¡donde pu. ..untas va á parar
con todo su poderío
si no se turba en el río
y allí lo hacemos ahugar!
CAE!
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