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Núm. 3
Asunción Cparagüay), Setierpbre de 1915
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HEÑMSTA mENSUAL
CIENCIA - LITE*ATU*A - CRÍTICA - A'RTE
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0
^Director: EIQXTELME
SUMARIO
Las ideas sociológicas de Sarmiento José Ingenieros
Rafael Barret Manuel Domínguez
golead María de la Victoria Isaac
Thanksgiving Day Silvano Mosqueira
¡Muerta! Juan E. O’Leary
l)r. Juan Zorrilla de San Martin (carie.) Miguel Acevedo
Dr. Juan Zorrilla de San Martin Ignacio A. Pane
Croquis Bernardo Jaramillo A.
Ideas para la enseñanza de la moral cívica... Ernesto León O’dena
Oscar Wilde Arsenio López Decoud
Nosce-Te-Ipsum José Salafranca
El Maestro (poesia) Agustín Rossi (hijo)
El Alma y la Literatura Judaica Pedro Sprinberg
Cuentos escojidos ' J. L. Pérez
—
Imp.y Librería
LA MUNDIAL
Estrella y Montevideo
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Administración: Iturbe 425 Enrique Cuenca - José Salafranca
AÑO I.
Asunción, Setiembre de 1915
núm. 3
( Conclusión)
III — INFLUENCIA DE LAS RAZAS EN LA
CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE AMBAS
AMER1CAS.
Los antecedentes étnicos explican, se
gún Sarmiento, la desigual aptitud de
ambas Américas para el uso déla liber
tad política, la práctica de la democra
cia y el desenvolvimiento de las institu
ciones libres.
Para estudiar la «Insurrección Ameri
cana», de 1810 (Cap. VIII), cree necesa
rio comparar previamente el grado de
cultura política, es decir, de conciencia
nacional, alcanzado por los pobladores
de las colonias inglesas y españolas.
El levantamiento de las primeras, que
se resolvió muy luego en su emancipa
ción, fué la defensa de un derecho po
lítico, bien comprendido y habitualmen
te practicado por los colonos: Inglaterra
quiso imponer contribuciones sin el con
sentimiento de las Asambleas constitui
das por los que debían pagarlas. Se
discutió, pues, un punto de derecho cons
titucional: «sostenían los ingleses ame
ricanos que el derecho inherente a la
raza, inalienable como la sangre del in
glés, es no pagar impuestos que no ha
yan sido sancionados por la Asamblea
que los representa en virtud de nom
bramiento y elección del diputado, co
mo habían sido electos y nombrados
por cada burgo elector de Inglaterra
los miembros de la Cámara; y que los
Ingleses nacidos en este lado de Amé
rica no habían delegado ni enviado re
presentantes para decretar un impuesto.
Este era, en efecto, el principio inglés;
lo es de todos los países, y forma parte
de las instituciones o de la conciencia
pública. El parlamento se obstinó, el
rey y la corte se indignaron, los políti
cos sostenedores del gobierno (los tories)
hicieron suya la demanda, y estando la
Asamblea de las trece colonias resuel
ta a resistir, y habiendo decretado un
Congreso reunido al efecto, estalló la
guerra, siguió con regularidad y vicisi
tudes varias, hasta que vencidos los in
gleses, y aún capitulados sus ejércitos,
fuerza fué firmar la paz y reconocer la
independencia de los Estados Unidos».
Esto sucedió en 1783; habríase retar
dado la época de la emancipación nor
teamericana con sólo no imponer pe
chos indebidos al Parlamento. .Las co
lonias, al hacerse independientes, eran
ya capaces de gobernarse por sí mismas;
habiendo practicado durante dos siglos
el régimen representativo, estaban ma-
122
Letra»
duras para desenvolver la democracia,
mediante instituciones libres.
La emancipación sudamericana, favo
recida por el general descontento de
los criollos ante el desgobierno español
y por alguna infiltración de las doctri
nas de la Enciclopedia y la Revolución
Francesa, tuvo caracteres de improvi
sación y de sorpresa. Sólo era induda
ble el deseo de aprovechar una ocasión
propicia para sustituir la administración
española por una administración criolla.
La caida de Fernando VII despertó ini
ciativas similares en varios puntos de
la América española, sin que obraran
de concierto los colonos de las diversas
regiones. «Casualidad era sin duda que
llegase a Buenos Aires tan retardada la
noticia, al mismo tiempo que llegaba
igualmente retardada a Cartagena de
Indias; pero el intento de aprovechar
de la coyuntura, como la forma de ha
cerlo, sin estar los americanos de dis
tintos puntos entendidos entre sí, es el
indicio de que el movimiento era pro
ducido por ideas generales, independien
tes de circunstancias locales, y sólo ex
plicable por el sucesivo desarrollo de
ideas que parten de orígenes comunes,
históricos, lejanos...»
«Cada sección americana de las que
quedaron divididas en Estados después
de destruida la dominación española en
América, se forjó, desde luego, para dar
se aires de nación, una leyenda popular
que hace que sus abuelos, acaso sus
deudos, preparasen la revolución y aún
consertasen la manera de llevarla a
cabo.
«Con las tentativas frustradas en Char
cas, Méjico y otros puntos, la simulta
neidad del movimiento en lugares tan
distantes como Buenos Aires y Carta
gena, ciertos como estamos ahora de
que no hubo concierto, tenemos que
aceptar una causa más general, más in
dependiente de la voluntad de cada uno;
y debe añadirse que esa causa obraba
sin consideración a las ideas prevalen-
tes en los mismos pueblos que ejecuta
ban los hechos». La independencia es
taba en la atmósfera, como resultado
de la incapacidad política y administra
tiva del gobierno español; venía seña
lada en la cronología de los tiempos,
porque ya se había emancipado la del
Norte; la estimulaban o la apetecían las
minorías cultas de nativos que se con
sideraban capaces de sustituir con ven
taja a los funcionarios españoles en el
manejo de los nacientes intereses de la
población.
Pero, en verdad, nadie sabía con cer
teza cómo y cuándo convendría organi
zar nuevas nacionalidad es con la inorgá
nica población de las colonias españolas.
«Si la idea, pues, de la Independencia
venía por inducción y como corolario de
los Estados Unidos, los medios de obte
nerla, la forma de gobierno que habría de
suceder al de España, preocupaba poco
los ánimos de los que en cada goberna
ción se preocupaban de estas cosas que
debían venir necesariamente, porque el
éxito feliz de la emancipación de la
parte norte de la América, y la fácil ex
pulsión de los ingleses de Buenos Aires,
con sólo intentarlo, no obstante sus on
ce mil hombres, daban por sentado que
hacerse independientes era serlo, con
sólo quererlo.
«De ahí provenía que nadie, o pocos,
se apasionasen por la forma de gobier
no; no se profesaban doctrinas muy cla
ras sobre la división de poderes ni la
representación del pueblo, porque el
Cabildo abierto sólo admite los notables
de la ciudad, apartando al pueblo del
lugar de la reunión, como lo repiten las
actas de la época.. En el pueblo ven
drían indios, negros, mestizos y mula
tos, y no querían abandonar a números
tan heterogéneos la elección de los ma
gistrados, si estos habían de ser blancos,
de la clase burguesa y municipal».
Los elementos menos quietos, movi
dos por un ardoroso espíritu innovador,
chocaron desde el primer momento con
las personas de juicio maduro y senti
mientos conservadores. En todas par
tes un núcleo de jóvenes europeizantes
quiso repetir la Revolución Francesa,
mientras una sólida masa de hombres
Letras
123
prudentes se limitaba a aprovechar el
movimiento como un simple cambio de
autoridades administrativas y municipa
les, jurando siempre su devoción al cau
tivo Fernando VII.
Tal es el cuadro de la revolución en
ambas Américas. Allá un selecto nú
cleo de raza blanca lucha en defensa
de un derecho; acá la raza mestizada se
agita en un levantamiento de fuerzas de
sordenadas, sin concepto firme de sus
aspiraciones. Mientras en el Norte los
hombres se inspiran en las «produc
ciones sobrias y racionales» de Tho-
más Payne, el Sentido Común y Los
Derechos del Hombre, en el Sud, el
secretario de una junta, «jóven doctor
de 22 años», emprendió la traducción
del Contrato Social de Rousseau, que, al
decir de un enviado norteamericano, «es
difícil saber si fué más benéfica que per
judicial; estaba destinada a crear políti
cos visionarios y crudos, no teniendo por
base la experiencia, con lo que cada
hombre tendría su plan propio de gobier
no, mientras que su intolerancia por la
opinión de su vecino probaba que toda
vía algunas de las cardas del despotismo
estaban adheridas a él».
Mientras en el Norte una gran nación
surgía como consecuencia natural de
sus antecedentes étnicos y políticos, en
el Sud se preparaban la anarquía y
el caos, resultados de otros anteceden
tes no menos naturales.
El feudalismo español se continúa en el
caudillismo americano; las masas indíge
nas y mestizas constituyen la materia po
lítica que manejan los caudillos. Los nú
cleos de población blanca y europeizante
descienden a usarlas'como instrumento
de predominio, o son aplastados y pros
élitos cuando no se resignan a hacerlo.
El conflicto de las razas en Sud Amé
rica depende de la participación dada a
los indígenas en la vida política de las
nacientes nacionalidades; ellos son la
«barbarie» gaucha contra la «civiliza
ción» urbana, representada por las mino
rías de raza blanca, europea. En este
concepto fundamental Sarmiento coin
cidió con los otros precursores déla so
ciología argentina, Echeverría y A1-
berdi.
La falta de cohesión moral y política
en las poblaciones sudamericanas, du
rante el coloniaje, tuvo, en suma, cau
sas geográficas y causas étnicas, refle
jándose naturalmente en la ausencia de
intereses económicos comunes, organi
zados. La anarquía política coexiste con
la anaquía económica. Ya, en Facundo,
lo había entrevisto Sarmiento; «En las
llanuras argentinas no existe la tribu
nómada; el pastor posee el suelo con
títulos de' propiedad, está fijo en el pun
to que le pertenece; mas para ocuparlo
ha sido necesario disolver la asociación
y derramar las familias sobre una in
mensa superficie. Imaginaos una exten
sión de dos mil leguas cuadradas, cu
bierta toda de población, pero coloca
das las habitaciones a cuatro leguas de
distancia unas de otras, a ocho a veces,
a dos las más cercanas... La sociedad
ha desaparecido completamente; queda
solo la familia feudal, aislada, reconcen
trada; y no habiendo sociedad reunida,
toda clase de gobierno se hace imposi
ble; la municipalidad no existe, la poli
cía no puede ejercerse y la justicia ci
vil no tiene medios de alcanzar a los
delincuentes... fáltale la ciudad, el mu
nicipio, la asociación íntima, y, por tan
to, fáltale la base de todo desarrollo so
cial; no estando reunidos los estancie
ros no tienen necesidades públicas que
establecer, en una palabra, no hay re-
pública» (págs. 29 a 31). He ahí, en po
cas líneas de Sarmiento, la clave de la
anarquía: los habitantes viven desuni
dos y no tienen necesidades públicas
que satisfacer. Ese es el engranaje
económico de toda la época; no hay co
munidad de intereses. En esas condi
ciones de ambiente el hombre sólo es
tá vinculado por sus sentimientos de
simpatía, sólo obedece a la sugestión
del coterráneo más prestigioso por sus
cualidades personales; una razón única
asocia esas fuerzas dispersas: el vago
sentimiento defensivo contra un enemi
go común, verdadero o imaginario.
124
Letras
La raza colonizadora de Norte Amé
rica había «organizado» la vida econó
mica, que siguió prosperando después
de la Independencia; la raza que se
mezcló con las indígenas del Sur se li
mitó a «explotar» las riquezas naturales
de estas regiones, sembrando costum
bres negativas que persistieron después
de la Revolución. Allá la raza conquis
tadora introduce la virtud del trabajo;
aquí se limita a vegetar en la burocra
cia y el parasitismo.
Durante el período del caudillismo
anárquico, la principal fuente de recur
sos económicos consiste en la libre re
producción de las haciendas o en un
pastoreo primitivo, a cuyo lado la agri
cultura es una ocupación poco extendi
da y el comercio o las industrias se
conservan rudimentarias. El pastoreo
está lejos de ser una industria pecuaria;
es, apenas, una forma natural de apro
vechar la riqueza de los pastos que na
die siembra: «la cría de ganado no es
la ocupación de los habitantes, sino su
medio de subsistencia», (Facundo, pág.,
29). El gaucho, en efecto, no trabaja; la
familia rural prepara al hombre para
la montonera; en ese ambiente, con tal
naturaleza rica, criados sobre el caballo,
sin obligaciones de trabajo, no es posi
ble ninguna organización colectiva de
la vida económica y política. Cuando
un hombre más prestigioso que otros
enarbola su pendón de aventura y de
pelea, y le rodean sus amigos y 1os ami
gos de éstos: he ahí la montonera. El
mismo engranaje asocia a 1os pequeños
caudillos montoneros en torno de otro
caudillo a su vez más prestigioso. Así
tenemos de nuevo planteada la fórmula:
donde faltan ideas políticas e intereses
económicos definidos, los hombres se
agrupan por razones de influencia y de
prestigio peí sonal. Sobre esa base se
yergue todo el sistema caudillista. Hay
cierta concordancia entre ese estado
social y el feudalismo: el caudillo mon
tonero es un señorzuelo sin títulos, con
un rancho o una estada por castillo,
que va rodeado por sus vasallos a de
fender las armas de su rey: Artigas, Fa
cundo, Ramírez. En cierto momento, la
mano superior de un Rosas empuña to
das las riendas, unce los bárbaros a su
carro escarlata y llena un largo ciclo
de nuestra historia.
Este concepto de la organización de
la «barbarie» hispano-indígena contra
la «civilización» europeizante, reapare
ce muchas veces, incidentalmente, en
Conflicto y armonías. En el primer vo
lumen, único publicado por Sarmiento
en la forma que conocemos, el proble
ma queda planteado, sin resolver.
El último capítulo (IX), «Los indíge
nas a caballo», examina la formación
social de los caudillos y de las monto
neras; el caballo adquiere una signifi
cación eminente en la.historia política
de estos países. La raza indígena apren
de a montar, el indio se hace jinete, la
indiada se reune en montoneras para
seguir a los caudillos, y toma así parte
en las desventuras políticas americanas.
Los indíginas a caballo conviériense en
los enemigos de la civilización europea;
de esa manera, en ciertos momentos del
conflicto de las razas, la «barbarie» apa
rece predominando sobre la «civiliza
ción-, persiguiéndola, proscribiéndola.
La herencia española triunfa con los
caudillos que encabezan «ejércitos de
indios y mestizos»; en la vida política
se ve «la cooperación de la raza blanca
suprimida»; y—como en Francia, según
Taine,—afirma Sarmiento que la Revo
lución «cayó en manos de una conspi
ración de bandidos».
Ese pensamiento ha sido especialmen
te desenvuelto por Agustín Alvarez, al
estudiar el origen étnico de la incapa
cidad política de los pueblos hispano
americanos.
IV — LA REGENERACIÓN DE LAS RAZAS Y
EL PORVENIR DE NUESTRA AMÉRICA.
¿Qué desarrollo pensó dar Sarmiento
a sus ideas en la «segunda parte» de
«Conflicto y Armonías»? No es imposi
ble reconstruir sus grandes líneas con
relativa fidelidad, aunque sólo tengamos
Letras
125
de ella fracmentos y apuntes incoordi
nados (1); el tiempo le faltó para la em
presa tardíamente acometida y no pudo
responder a su «buena fama de no ha
ber dejado cosa alguna comenzada».
Sarmiento sostiene la universalidad
de la forma republicana en los tiempos
modernos, considera que la Constitu
ción norteamericana señala su adveni
miento histórico y afirma que «el go
bierno de los Estados Unidos es la re
sultante del trabajo humano durante
los trascurridos siglos de civilización»
(pág. 8).
Pone el más firme empeño en incul
car a los argentinos ciertas ideas, que
«fortifican la confianza en el presente
y en el porvenir próximo».
«Cuando se contempla el asombroso
espectáculo de la libertad representati
va, republicana, federal en los Estados
Unidos, fundada en verdades eternas,
comunes a la especie, viene necesaria
mente la idea de que la América latina
no está destinada a ser la negación
práctica de esas mismas verdades eter
nas, aquí como allá proclamadas, por
allá practicadas, aquí mal comprendi
das o peor aplicadas.
«Para los sud-americanos es todavía
de mayor precio la adopción de aquel
padrón constitucional y es que no tie
nen otro, no suministrándoles su tradi
ción ninguno para guiarse; y contra-
yéndonos tan solo a nuestro ensayo de
gobierno, recordaremos que ninguna
nación de Europa ni de América, si
hemos de llamar naciones nuestras agru
paciones, ha recibido y aprendido más
lecciones norte-americanas que la Re
pública Argentina.
«Es la que más se ha forzado en pro
pagar la instrucción y hacérsela común,
en lo que es única en la América del
Sud. La inmigración europea ha res
pondido al llamado que sus leyes y
estímulos le han hecho, y en esto es
única en tan gran escala en la Amé
rica del Sud». (II, Introducción.)
Insiste que en la desigualdad de los
(1) Publicados en el vol. XXXIX de sus «Obras».
resultados obtenidos en ambas coloni
zaciones es un resultado natural de la
distinta psicología de las razas coloni
zadoras, coincidiendo en ello con el li
bro publicado contemporáneamente por
Scolt.
«Los Estados Unidos son el producto
legítimo y directo de aquel gran movi
miento intelectual que a falta de mejo
res nombres los hombres dieron en
llamar la Reforma; que la libre investi
gación despertada con ella pasó de los
asuntos religiosos a los políticos y nos
dió al fin, como había dado antes a la
Inglaterra, un gobierno realmente cons
titucional establecido sobre la liber
tad de conciencia y sobre la libertad
del ciudadano... Esta obra, concluye
Mr. Scott, no es el resultado de un es
fuerzo para extraer la verdad de nues
tra primitiva historia, sino una contem
plación de lo que es conocido como
historia. Como tal no pretendo descu
brir hechos nuevos, y dejando abierto
el campo de investigación al lector me
limito estrictamente a la obra de dedu
cir de allí el plan histórico del desa
rrollo».
Este mismo es el plan de Conflicto
que no hace historia, sino que pretende
explicar la historia.
«La colonización norte-americana, dí-
cese en Conflicto, se hace bajo la exci
tación cerebral más aguda por que
haya pasado jamás una parte de la es
pecie humana. Es la realización de la
idea griega, Minerva que sale del cere
bro de Júpiter, ardiendo aquellas cabe
zas en el volcán de ideas que remueven
Moisés y los profetas antiguos, Lutero
y Calvino, con sus discusiones teológi
cas, los Stuardos con sus tentativas de
arrancar al pueblo inglés sus libertades,
con Rogelio Williams, que proclama la
libertad de conciencia».
Esta superioridad moral del mundo
protestante sobre el mundo católico,
que importa en favor del primero el
hábito del libre examen y el mayor
cultivo de la dignidad personal, crea los
resortes necesarios para la práctica de
las instituciones libres, alienta la noción
126
Letras
del derecho y enseña a respetar el de
recho de los demás como fundamento
cardinal del propio. Determina, en una
palabra, la capacidad para el régimen
representativo y la democracia.
La realización de todo superior ideal
político exige cierta elevación intelec
tual y moral del pueblo a que debe ser
aplicado. Mientras existan masas indí
genas incultas o mestizos semicultos,
la democracia y la libertad serán una
ficción, aunque se las proclame en el
papel, por la incapacidad de ejercitarlas
efectivamente.
«El argumento sin réplica, al parecer,
es e1 que suministra la sociología mo
derna, con H. Spencer al frente, cuyas
afirmaciones constituyen una teoría de
gobierno, despotismo o libertad, según
el grado de desenvolvimiento intelec
tual del pueblo, aplicando a la política
la ley universal de la evolución: el di
cho vulgar, «cada pueblo tiene el go
bierno que merece», convertido en gra
duación de la cantidad de libertad de
que es susceptible; y nosotros acepta
mos sin vacilar esta doctrina.
«Vamos a su aplicación. El pueblo
argentino se compone de elementos dis
tintos. Hay una mayoría que tiene por
antecesores no muy remotos, turbas de
salvajes reducidos a la vida social en
lo que va del siglo presente y del pasa
do, sin derechos políticos que no recla
man. Hay la minoría ilustrada, posee
dora de la propiedad, descendiente de
europeos, y de indígenas ya enteramente
conquistados a la civilización y que se
viene dando instituciones cada vez más
ajustadas al derecho y que las reclama
como garantía de sus intereses, de su
pensamiento y de su vida.
«Hay una tercera entidad cada vez
más poderosa, por su número y fortuna,
cuyos miembros venidos de todas las
naciones civilizadas, traen consigo, aun
que sea inconscientemente, la tradición
o la intuición de las instituciones de
sus países respectivos y necesitan aquí
garantías para ellos y sus hijos en el
uso de sus derechos.
«Debemos prevenir que el gobierno
bueno o malo, liberal o arbitrario y des
pótico, está en manos de la segunda
clase de habitantes; que la primera su
ministra elementos pasivos de fuerza; y
la tercera se mantiene fuera de la aso
ciación directa, como una ventaja.
«¿Cuál de aquellas clases merece el
gobierno que tiene? como se dice para
cohonestar los excesos.
«Si la primera no está aún en aptitud
de gozar sus derechos, la segunda, la
de los criollos blancos que tanto han
luchado un siglo por darse institucio
nes, ¿tendrán que aceptar el gobierno
sin garantía que los otros aceptan?
«Los que se tienen a parte a fuer de
extranjeros ¿deben también seguir la
suerte de los segundos, dominados por
los primeros?
«Tal es la inconsistencia de estos
principios cuando quieren aplicarse a
nuestra situación política. Ya se ha
aplicado el «gobierno según lo mere
cen», dos veces por lo menos en Amé
rica con resultados idénticos por los
monstruosos. El doctor Francia ensa
yó un gobierno indio-jesuítico, que lo
llevó de deducción en deducción a se
cuestrar el país de todo contacto con el
resto de la especie humana y suprimir
el comercio. Rosas intentó otro gobier
no popular, con exclusión de una cate
goría que llamó salvajes unitarios, por
no saber qué nombre dar a los que pro
pendían a tener instituciones regulares
como el mundo civilizado. No conta
mos entre estos ensayos, los de Santa
Cruz en Bolivia, Santos en el Uruguay,
por no ser tan marcados los síntomas
populares, aunque uno y otro tenían
por sanción un crecido número de ba
tallones de indígenas acuartelados en
la ciudad capital en que está de ordina
rio reconcentrado todo el poder inte
lectual de la nación....
«Lo más notable es que 1os que sos
tienen gobiernos «como es posible te
nerlos», en países atrasados, gobierno
al gusto de las muchedumbres atrasa
das o serviles, viven perfectamente bien
y pertenecen a la clase ilustrada que
Letras
127
propenden a avasallar, como los que
gobiernan.
«Lejos, pues, de aceptar este abaja
miento de los quilates del gobierno, el
objeto de este trabajo es como puede
colegirse, tomar balance, por decirlo
así, de nuestra aptitud para el gobierno
en su forma única reconocida y que es
la que tenemos y necesitamos hacer
efectiva y conservar. Aún con las im
perfecciones de una práctica irregular,
hemos llegado a un grado de cultura, de
riqueza, de población que nos coloca en
la c.ategría de los pueblos más adelanta
dos de América. Con nuestro enormes
empréstitos, como los Estados Unidos
con la guerra de secesión, el mundo
empieza a fijarse que hay un rincón del
mapa mundi en que está escrita la pa
labra Republica Argentina y que esa
palabra representa grandes intereses.
«Nuestros antecedentes históricos jus
tificarán al estudiarlos y ponerlos a la
vista, la pretensión de contar entre los
pueblos que adelantan, siguiendo bue
nos principios y apartando de su cami
no obstáculos que la naturaleza o una
mala colonización traía preparados.
«He emitido juicios sobre incidentes
históricos de estos países que parecerán
aventurados cuando se aparten de la
versión recibida. A riesgo de repetir
los, emprendo en este segundo volumen
sométcrlos a prueba, presentando el ori
gen de donde emanaron, el espíritu
que le daba vida, acaso el viento del
desierto, el pampero que imprimió di
rección contraria a la nave que llevaba
los destinos del Virreinato,» (II, Intro
ducción).
De los apuntes para ese Vol. II, los
más tienen un simple valor documen
tário o se contraen a estudiar períodos
y sucesos especiales. Su orientación ge
neral es, sin embargo, fácil de inferir,
por cuanto aparece y se repite en to
das las páginas, desenvolviendo concep
tos que le son habituales.
Dos ideas básicas obsesionan a Sar
miento como explicación de todos los
. males que han pesado sobre la Améri
ca del Sud:
I o . la herencia española;
2 o . la mestización indígena.
Esas circunstacias étnicas se sumaron
para engendrar la raza gaucha, los «in
dígenas a caballo», cuyo símbolo es
«Facundo», elemento esencial de toda
la anarquía política y almácigo perem-
ne del caudillismo. La lucha de medio
siglo para organizar las nacionalidades
nuevas, la resume en esta frase, pinto
resca como suya: «hasta ahora sólo se
ha desponchado la América».
Durante medio siglo pregonó el úni
co remedio para obviar a los males de
las naciones sudamericanas: asimilar la
cultura y el trabajo de las naciones eu
ropeas más civilizadas, regenerando la
primitiva sangre hispano-indígena con
una abundante transfusión de sangre
nueva, de raza blanca: tal como la ha
bían anhelado Rivadavia, Echeverría y
Alberdi.
Los remedios sociales parecíanle dos:
I o . la educación pública;
2 o . la inmigración europea.
Por medio de la primera debía reno
varse la cultura de la población nacio
nal. sembrando orientaciones morales
y .disciplinando el carácter para la ac
ción; para ello urgía difundir el moder
no espíritu científico en reemplazo de
las supersticiones medioevales que fue
ron el eje de la cultura colonial. Nin
gún americano batalló más que él por
su lema: «educar al Soberano»; tradujo
y escribió manuales pedagógicos, sem
bró escuelas, difundió bibliotecas y tra
bajó para que afluyeran al país educa
cionistas norteamericanos y europeos:
poniendo los cimientos de nuevas ge
neraciones, cuyo primer fruto fué la del
80, con Ameghino, Ramos Mejía, Alva-
rez y otros muchos.
En este concepto, hizo tanto como
predicó: legislador y ejecutor de una
nueva cultura.
La regeneración de la raza argenti
na, por la sustitución progresiva de
nuevos elementos étnicos europeos al
meztizaje hispano-indígena, enardecía
su entusiasta optimismo. Ya en “Fa
cundo” había escrito: «el elemento prin-
128
Letras
cipal de orden y moralización que la Re
pública Argentina cuenta hoy, es la in
migración europea.... y si hubiera un
gobierno capaz de dirigir su movimien
to, bastaría por si sola a sanar, en diez
años nomás las heridas que han hecho
a la patria los bandidos», (pág. 317). ^
cuarenta años después, en 'Conflicto y
armonías», el mismo pensamiento lo
persigue: «¿Qué le queda a esta Ame
rica pera seguir los destinos libres y
prósperos de la otra? Nivelarse; y ya
lo hace con las otras razas europeas,
corrigiendo la sangre indígena con las
ideas modernas, acabando con la edad
media» (II, 414). Su ferviente anhelo
implicaba una fácil profecía. En los
países y regiones más civilizados de
Sud América la «europeización» es ya
un hecho realizado, sobreponiéndose la
cultura y la economía modernas a la
herencia medioeval que nos legara el
coloniaje. Y el fenómeno se irá acen
tuando, Inevitablemente; la más simple
observación sociológica permite afirmar
esa futura regeneración de la América
latina.
Sarmiento, hablando de España, dijo
que el problema de la antigua metró
poli era el mismo que el de sus ex-co-
lonias, sin más diferencia, en contra de
aquélla, que sus poderosas amarras ab
solutistas y clericales. Muchos años
már tarde, un ilustre pensador español,
interpretando el sentir de una entera
generación, Joaquín Costa, planteó para
España las mismas cuestiones que Sar
miento había planteado para la Ameri
ca española; sus ideas fueron oídas pero
no practicadas, los tradicionalistas re
sistieron la «europeización» de la pe
nínsula.
Lo que en España es todavía un de
seo de pocos pensadores, resistido por
la inmensa mayoría de los políticos, en
Sud América es un hecho en vías de
realización; brazos y cerebros vienen
de Europa a redimirnos de la pobreza
y la incultura, y con Europa procura
mos nivelar nuestras industrias y nues
tras artes, nuestras ciencias y nuestras
letras. La hora se anuncia en que po
damos poner un sello propio, nacional,
a esta civilización que se va formando.
Sarmiento señaló una ruta: constituir
con todas las pobres y débiles naciones
de Sud América una grande y fuerte
nación moderna, sobre el tipo de la del
Norte, su constante modelo.
«Los políticos que quieren llegar a
ser en América los representantes de
la raza latina, pretenderían dividir el
mundo en dos mitades, y, ya que el
istmo de Panamá va a ser camino pú
blico, decirse: que a este lado está el
atraso, el despotismo de régulos igno
rantes, cortados a la medida de los que
ha producido aquí y allí la raza latina,
sin mirar al soldado que la vigila y
gobierna, que es cobrizo y tostado: lla
mando latino al araucano, al azteca, al
quichua, al guaraní, al charrúa, amos
de la raza de los amos que los oprimen»
Esa es la torcida rebelión del senti
miento gaucho al advenimiento necesa
rio de una era nueva. «Lleguemos a
enderezar las vías tortuosas en que la
civilización europea vino a extraviarse
en las soledades de esta América. Re
conozcamos el árbol por sus frutos: son
malos, amargos aveces, escasos siempre.
<La América del Sud se queda atrás
perderá su misión providencial de su
cursal de la civilización moderna. No
detengamos a los Estados Unidos en su
marcha; es lo que en definitiva propo
nen algunos. Alcancemos a los Estados
Unidos. Seamos la América, como el
mar es el Océano. Seamos Estados Uni
dos». (II, 421).
Sí. Seamos como ellos, una raza nue
va desprendida del tronco caucásico,
plasmada en una naturaleza fecunda y
generosa, capaz de alentar grandes idea
les de porvenir y de marcar una eta
pa en la historia futura de la civiliza
ción humana.
José Ingenieros
Letras
129
RAFAEL BARRET
Todavía le veo... inquieto, paseando
por las calles su figura de enfermo; alto,
el cabello lácio, la frente pensadora.
Y era ciertamente un pensador, un
hijo do la luz. El geómetra estaba ente
rado de la literatura francesa contem
poránea. Con reminiscencias de Maeter-
iinck, siguiendo a Paul Adam en algu
nas de sus tésis y en la marcha pre
cipitada del pensamiento, dió en el
Paraguay y en Montevideo expresión
a las inquietudes del alma moderna.
Al modo de cierto orador romano sal
taba sobre cada asunto y «lo agarraba
del pescuezo» y en esa manera audaz
y brusca de empezar, igual que eu sus
desenfados nihilistas, calcaba un tanto
al Nietzsche del Anticristo y del Oca
so de los Idolos; pero, en resumen, Ba
rret era un artista, alado.
A tenor de cada impresión, mareja
das de ideas brotaban en él. Las me
ditaba, las apretaba en breve espacio
e iba destilando la sustancia lumino
sa, poco a poco, intrépidamente, con dic
ción victoriosa.
Dicción cincelada con infinito cuida
do! Los que no pulen su estilo mueren
sin producir una frase eterna. El ver
dadero artista sabe que «un vocablo
mal colocado estropea el más hermoso
pensamiento» e impide el contagio de
la emoción divina, y que, al contrario
las palabras cobran una energía sobe
rana cuando están soberanamente orde-
nadas. Ubicad con astucia las palabras
inspiradas y caerán rutilantes, temblo
rosas, como gotas de luz sobre el papel.
Y Barret era maestro consumado en
ese arte difícil. Pasaba dias como Flau-
bert buscando el vocablo exacto, el
epíteto adecuado.
Pero las imágenes dicen cosas más
bellas que las imágenes, consigna Jám-
blico, y del mismo modo la música de
las palabras es notación más o menos
imperfecta de la música interior y más
bella de la idea. En el fondo, la ra
zón verdadera del estilo consiste en la
química, misteriosa de cada organismo,
al simil de la que dá en una planta
la púrpura de la rosa y en otra el
azul de la violeta, y así el hechizo de
la prosa elegantísima de Barret, no es
taba solamente en sus epítetos triun
fantes. Radicaba en el elemento in
trínseco, en sus ideas envolventes, de
perspectivas inesperadas y fugaces, nue
vas en el romance castellano. En otros
términos, el poder de su prosa explico
por la audacia y la continuidad del
pensamiento.
Pensamiento caudaloso, sin reman
sos, brillante siempre y, en ocasiones,
profundo y sorprendente. Después de
habituarnos a sus artículos, es raro el
escritor que nos no parezca desma
yado.
En prosa bella nos enseñó a pensar,
ensanchó nuestro horizonte, pero aquí
cumple a la crítica notar que Barret
no era pintor de la manera que lo fué
Goicochea Menéndez ni de otra mane
ra, y, por no serlo, escribiendo en un
Edén, no nos dejó el reflejo de un al
ba rosada, el trasunto de un paisaje
risueño en que descanse la mente. Su
po contar en prosa magnífica las ma
ravillas geométricas del hierro en la
torre moderna de París, sin ver en el
Paraguay donde vivía, el horizonte in
candescente ni la selva esbelta y pen
sativa - Entraba más bien en su tempe
ramento literario cierta poesía psicoló-
130
Letras
gica que ponía el espíritu en tensión
continua.
Demasiado continua! Se producía con
una energía que no daba reposo. Cada
uno de sus artículos desde el princi
pio al fin, causaba el efecto de un to
rrente; más, a la larga, impacienta el
mirar siempre las aguas despeñadas.
El gusto clásico se funda en la fi
siologia. La misma sensación a toda
hora es fatigante. Una misma flor en
las narices, durante largo rato, acaba
por hacernos insensibles a su aroma,
escribe Spencer. Evitad la saciedad,
decía un estilista antiguo—Luciano.
No insistáis con demasiada violencia
en la misma nota—regla de los áticos.
Nuestra naturaleza prefiere al ímpe
tu continuo del torrente, la variada y
graciosa ondulación del río que, turbu
lento en la cascada, camina en segui
da con flexible y suave mansedumbre,
ya apacible, ya tembloroso, por valles
y campiñas, entre riberas encantado
ras o salvajes, para precipitarse de
nuevo en el declive o quizá, allá lejos,
alborotarse y retumbar otra vez en la
rompiente. Así el estilo perfecto, imá-
gen del movimiento y la vida.
Barret, pletórico de ideas, sabía más
que Goicochea Menéndez, el autor de
Poemas Helénicos y de Guaraníes, pero
este atolondrado, pródigo en sonidos,
le aventajaba en líneas melódicas.
El estilo d« Goicochea Menéndez,
espejo de su imaginación voladora, era
abundante, sinuoso, de viciosa lozanía,
y el de Barret, hecho para las cosas
abstractas, era rectilíneo, casi lapida
rio, con relámpagos de luz.
Los dos eran escritores notables, ca
da uno por su rumbo. Barret más efi
ciente y más límpido cuando dibujaba
la estela de la idea, su fuga rauda y
luminosa. El otro más fluido y más
pomposo, atormentaba un poco el color,
no corría tan a prisa y era más dies
tro y más airoso cuando daba la sen
sación de la naturaleza tropical. Los
escritos del primero eran como pedre
rías deslumbradoras y los del segundo
eran como nuestras selvas perfumadas,
con su enmarañado encaje de lianas y
sus flores del aire y sus nostálgicas
cadencias.
En ambos la cualidad era el defec>
to inevitable, pero lo que quiero seña
lar en este momento es que en Barret no
había el poder visual y auditivo de
Goicochea Menéndez. Le faltaban su pin^
cel colorista y su eólica prosodia.
Y le faltó también la facultad evo
cadora del pasado. Para el amante de
la energía humana, no existía nuestra
•leyenda donde esa energía se alzó al
rango de la epopeya. Por allí empezó
Goicochea Menéndez.
Barret optaba por los temas del
momento y con arte supremo sabia
deslizar en sus artículos la ironía he
lada. Creía que la poesía estaba en el
porvenir porque no sentía la poesía
de los recuerdos como no tenía retina
para las nubes doradas por el sol
agonizante. Fué destructor tremendo
de cosas aprendidas en libros viejos,
divulgó verdades humanitarias, pero
nada le decía nuestro histórico poema.
Quiso una vez tratar el asunto de
nuestra guerra, buscó datos, se inquie
tó y los dejó sin publicar una línea.
No era de su cuerda La noche ántes
de Goicochea Menéndez, páginas bellí
simas donde desfilan, silenciosos y su
blimes, los últimos cruzados de la causa
con quienes en Cerro-Corá, sollozando
el viento en la selva infinita, se hun
dían «un ideal, una patria y una raza».
Su talento era grande, refinado su
gusto, se movía con celeridad vertigi
nosa, más para tratar con encanto y
lucidez ciertas cosas de belleza melan
cólica, es necesaria la emoción.
Y ya sé que los escritores frios
afectan desdeñarlas, pero, digan lo que
quieran, sólo el sentimiento aviva lo
que ha sido y ya no es. El senti
miento seduce y cautiva más que el
raciocinio, tal vez porque la belleza
valga más que la verdad. El dictámen
de Goethe corre en los clásicos versos
de Fausto a Margarita:
Letras
131
Un acento de tus labios,
De tus ojos un destello,
Valen más que todo aquello
Que nos enseñan los sabios.
El corazón es el sentido del ensueño.
Todo está allí, gemía la reina enamo
rada, y rimaba el verso de Musset —
comparado por Groussac con una flecha
que atravesó el siglo goteando san
gre : —
/Hiere tu corazón, allí está el ge
nio!
Barret tuvo sin embargo corazón
para ser el paladín del oprimido y su
blasón es haber peleado por el dé
bil. Delató el crimen colectivo, fué
pregonero de redención social. Desga
rró la carne del burgués espeso con
las puñaladas de su pluma.
Y avanzaba la sombra de la muerte.
Y entonces dijo cosas formidables. La
tumba iba a tragarle y escribió:
«Sufrimos de lo que quizá las bés-
tias no sufren, de la imagen de nuestro
cuerpo convertido en podrida carroña,
de nuestras pupilas cegadas para siem
pre por la gusanera; nuestra boca que
tembló contra la boca de la mujer, y
gritó y cantó al sol, condenada a co
mer lodo en el negro sumidero. Los
que se han inclinado sobre el abismo
y aseguran haber oído una respuesta,
no oyeron sino el éco de sus propios
sollozos».
Pobre Barret, asesinado por la tisis,
a los 36 años! El también sollozó de
espanto al ver que se extinguía y en
tonces turbó nuestros insomnios con
el fantasma de la noche inmensa que
nos envuelve y agobia.
Manuel Domínguez
SOLEDAD
Ven dulce amigo mío, la hora es de silencio.
Mi casa solariega, poco a poco se aduerme
en esa misteriosa quietud de cosas mudas,
que nace con laB sombras y con las albas muere.
áo busco la secreta comunión de las almas;
y en esta noche clara, pensando largamente
en tu bondad de aromas para mis versos tristes,
de tu serrana dueño más cerca quiero verte.
Con la conciencia buena, oremos por los muertos.
Bajo el sereno cielo de azuladas estrellas
parece que surgiera, cou nuestro orar bendito,
de cada rosa un alma de soledad enferma.
Para «Letras»
Ven dulce amigo mío y oremos por los vivos
que llevan mucho peso sobre sus duros hombros,
que piensan por las noches del hambre en la mise-
[ria.
Oremos porsus lágrimas...por sus pesares hondos.
Es tan bella la vida, tan grata, amigo mío,
si no se piensa nunca, con el dulzor de un ruego,
en el dolor ajeno, en el dolor que estruja
la carne miserable de los que viven siervos.
Ven dulce amigo mío y oremos, muy juntitos,
por el silencio santo, por fi silencio inerte,
por el silencio triste de la« noches tranquilas
que acalla las miserias de nuestras pequeneces.
María de la Victoria Isaac
132
Letras
THANKSGIVING DAY
(día de acción de gracias)
El lhanksgiving Day de los Estados
Unidos equivale, por su significado, y
si mal no lo entendemos, al Te Deum
Laudamus de los latinos. Acción de
gracias a Dios por los beneficios reci
bidos. Técnicamente, sin embargo, di
cen los entendidos en los ritos religio
sos, que esta similitud no es completa.
Es una de las fiestas nacionales más
edificantes de este país, superior a nues
tro juicio al Dccoretion Day mismo, en que
se cubren de flores y banderas las tum
bas de los que han perecido por la pa
tria y se adornan e iluminan los mo
numentos y estátuas de las plazas pú
blicas, destinados a perpetuar su me
moria en la admiración y la gratitud
de sus conciudadanos. El Decoretion Day
es la fiesta de las cabezas encanecidas,
de los inválidos do la guerra, de los
que ya no viven, puede decirse, sino
al calor de sus recuerdos gloriosos. Es
un homenaje de los ciudadanos del pre
sente y del porvenir a la memoria de
los que, al morir, honraron a la patria
y la enaltecieron con sus actos varo
niles. Se visitan y se adornan en ese
día—30 de Mayo—los monumentos pú
blicos, los cementerios, el hospicio o
casa de los inválidos de la guerra—
Soldiers Home—donde se refieren, es
pecialmente a niños escolares, anécdo
tas heroicas—, y por todos los medios
y en todas partes se rememoran y se
vierten en el alma nacional, como un
tónico reconfortante del patriotismo las
saludables enseñanzas del pasado. Es
un día de gala consagrado a los que
han perdido un brazo o una pierna al
servicio de la patria y a los que con
el sacrificio de su vida han prestigia
do y honrado la vieja gloria—oíd gíory
—, como llaman aquí a la bandera es
trellada; y, en los festejos públicos, en
toda forma se demuestra que bajo el
esplendoi' de una riqueza material inau
dita, también palpita un alma en que
el culto por los antepasados tiene la
fuerza de una religión. Se demuestra
que también hay anhelos espirituales,
cerebro y corazón en este gigantesco
cuerpo que horada las montañas, graba
y perpetúa las modulaciones de la voz
humana, penetra en las profundidades
del mar y de la tierra para arrancar
les sus tesoros, modifica la ruta de los
mares dividiendo el Continente en dos,
y, levantando la vista al cielo, sujeta
a su imperio los elementos, convierte
en luz utilizable la fuerza eléctrica y
aumenta el espacio habitado con la
navegación regular y metódica del aire.
Ayer «arrancaba el rayo al cielo y el
cetro a los tiranos», y ahora perfeccio
nando las máquinas de volar, hace com
pañía a los rayos entre las nubes.
El Thanksgivwg Day tiene un signi
ficado más alto aún, si cabe. Ese día
es de recogimiento y meditación: sus-
péndense las labores, toda preocupación
de orden material, para congregarse
en las iglesias de las distintas religio
nes, a dar gracias a Dios, por haber
conservado la paz y la prosperidad de
los Estados Unidos de América y por
los beneficios de todo género dispen-
sádosle en el transcurso de un año.
Generalmente la solemnidad se efectúa
el último jueves de Noviembre, y el
día propio es fijado por un Decreto
Letras
133
fiel Presidente de la República, refren
dado por el Secretario de Estado. Es
te Decreto se publica como un mes
antes de la fecha fijada, y viene a ser
como el balance resumido de los be
neficios dispensados por Dios a la Na
ción, y en virtud de los cuales se in
vita a ésta a expresar su gratitud.
Esta vez se fijó el día jueves 27 de
Noviembre próximo pasado para la ce
lebración de las solemnidades religio
sas. «El año <|ue acaba de pasar—di
ce el Presidente Wilson en uno de los
considerandos del memorable Decreto—
se lia señalado en grado particular
por las manifestaciones de la bondad
de Dios y la benéfica providencia. Nos
otros hemos gozado de paz, no sólo en
toda la extensión de nuestras fronte
ras y con las naciones del mundo, si
no que también la paz ha sido acen
tuada por constantes y múltibles ma
nifestaciones de una amistad genuina,
de mútua correspondencia y armonía
y de una, feliz operación de muchas
elevadas influencias, sea en lo ideal o
en lo práctico. La Nación ha sido, no
solamente próspera, sino que también
ha probado su capacidad para tomar
serenas determinaciones en medio del
lapido desenvolvimiento de los asuntos
y teniendo que atender a su propia
vida con un espíritu de integridad, rec
titud y cortesía». Como alma mater
de documento palpita un ideal de amor
a la paz considerada como el supre
mo beneficio que la Providencia puede
dispensar a los pueblos.
Como una deferencia a las naciones
Latino-Americanas y por iniciativa del
Chispo Win, T. Russell, Rector de la
Iglesia Católica de San Patricio, desde
el primer año de la presidencia de
"r. Taft—hace 5 años—la solemnidad
Religiosa se efectúa en la mencionada
iglesia. Desde entonces liase converti
do en festividad de carácter interna
cional, anualmente celebrada con el tí
tulo de Misa Pan Americana.
La Iglesia de San Patricio hallába
se espléndidamente iluminada y ador
nada con flores naturales, gallardetes,
banderas y escudos de las naciones
americanas, con sencillez y elegancia.
Todos sus picos eléctricos encendidos,
sus altares y araña resplandecientes,
la armonía de la orquesta y un coro
de niñas cantando trozos de música
sagrada, la presencia de lo más dis
tinguido de la sociedad Washingtoniana,
todo ese conjunto de belleza y distin
ción—el oro, la seda, las perlas, dia
mantes brillando por doquier—impri
mía al acto una solemnidad extraor
dinaria. Se respiraba un dulce embria
gador ambiente de felicidad. Lo mejor
y más aristocrático de Washington es
taba allí, en un templo católico, pies-
tigiando la ceremonia con su presencia
y elevando sus preces al cielo por la
paz y prosperidad de las naciones de
América. El acceso a la iglesia era
imposible sin las tarjetas de entrada
previamente distribuidas con las invi
taciones. No habia un asiento que no
estuviese ocupado.
Las banderas nacionales de las 21
Repúblicas Americanas, con un letrero
indicando los nombres de los respecti
vos países, señalaban, en la nave cen
tral, los escaños reservados a los Mi
nistros Diplomáticos con sus Secreta
rios, esposas o hijas. El asiento de
honor, ejerciendo el Decanato del Cuer
po Diplomático Latino-Americano, pol
la superioridad de su rango, lo ocu
paba el Embajador de los Estados
Unidos del Brasil.
Las columnas de mármoles de color,
o granito marmolizado, del interior de
la iglesia, estaban adornadas con las
banderas y escudos entrelazados de las
distintas naciones del Continente. No
se veían más que luces, banderas, es
cudos, flores naturales artísticamente
colocadas en el altar mayor y en los
laterales, asiento del cardenal bajo un
palio de seda escarlata, etc., etc. En
la bóveda del púlpito, todo hecho de
mármol blanco, sobre la cabeza del
orador, destacábase la figura simbólica,
dorada a oro, del Espíritu Santo, y
casi al nivel del borde, - sirviendo de
134
Letras
punto de apoyo a los libros de lectu
ras dominicales, grabada en relieve en
el mármol y con las alas extendidas
como soberano del espacio, el águila
igualmente simbólica de los Estados
Unidos. El águila y la bandera están
en todas partes y con cualquier motivo
delante de las pupilas de los habitan
tes de la Unión; y el niño, familiarizado
en su contemplación, crece adorando
esos dos emblemas como la imágen
viviente de la Patria Americana. Hasta
en las cintas cinematográficas la apa
rición de la faja estrellada provoca
siempre gritos de admiración y de
entusiasmo. Para el americano la ban
dera sintetiza el más puro de sus
amores: «el amor hacia cada Ameri
cano por el único hecho de que es
Americano: el deseo de que cada Ame
ricano sea próspero: significa un ge
neroso respeto por sus opiniones, por
sus miras, por sus intereses, por sus
prejuicios, y significa caridad por sus
locuras y errores ». —¿Qué Americano,
dice el eminente Elihu Root, al ha
llarse en tierra extraña, no ha sentido
agolpársele la sangre a la cabeza, y
el latir violento de su corazón, y no
ha sido presa de indefinibles senti
mientos cuando ha visto el pabellón
de su patria flotando en puertos ex
tranjeros o en apartadas ciudades?
A medida que los miembros del Cuer
po Diplomático penetraban á la iglesia
la orquesta del coro ejecutaba el Himno
Nacional del respectivo país, y los aco
modadores los guiaban hasta el escaño
correspondiente. Por nuestra parte, al
sentir las notas del Himno Nacional
del Paraguay — ejecutado por una or
questa de niñas, en la iglesia más
aristocrática de la capital de una gran
Nación —, al oir esos acentos marcia
les que arrullaron nuestra cuna y nos
llenaban de embeleso como si fueran
un saludo de la ■ patria misma, nos
creimos transportado fugazmente, al
nativo suelo, pareciéndonos escuchar,
en lo íntimo de nuestro ser, voces co
nocidas y amigas, evocadoras de todo
un pasado de'inefables emociones: pen
samos en el hogar, en los compañeros
de lucha y de ideal — en las afecciones
más puras que llevamos en los plie
gues del alma — y nos consideramos,
en ese momento doblemente paraguayo.
Una emoción semejante más se siente
que se expresa; y ante una efusión
tan pura del espíritu es cuando más
se intensifican el recuerdo y el cariño
hacia «el lugar donde uno nació: don
de atravesó en infantiles juegos el
verde alfombrado de la menuda yerba;
donde corrió tras las pintadas mari
posas; donde se ve subir el humo del
hogar y le sale a uno al encuentro el
perro de la familia, que le halaga y
le conduce donde está el árbol, el rio,
la cascada, la loma, a que subió de
niño uno para ver despuntar el sol de
la mañana; donde oyó por la primera
vez la voz del amor materno, tan dulce
y al mismo tiempo tan desinteresado,
historia ésta la única que se lee todos
los días y que jamás se va del cora
zón». Es necesario estar ausente de la
patria para mejor admirarla y quererla,
y para contemplarla con la melancó
lica añoranza de aquello que tanto
amamos y tan lejos se halla de noso
tros. «La patria es todo, porque es el
amor: fuera de ella no hay intérprete
para el corazón: el israelita en los rios
de Babilonia no hace más que suspirar
por Jerusalén».
Cuando entró el Presidente Wilson
la orquesta preludió el Himno de los
Estados Unidos y toda la concurrencia
se puso de pié. Todos los Ministros
del Poder Ejecutivo y los miembros
de la Suprema Corte de Justicia y
otros altos magistrados, con sus fami
lias, concurrieron también al acto. Con
porte noble y sencillo, lleno de pundo
nor y dignidad — verdadero hijo de
una democracia—el Presidente Wilson
avanzó hasta el sitio de honor que se
le había reservado.
La llegada del Cardenal Gibbons
era notada por un general e instintivo
movimiento de cabezas hacia la puer
ta principal. Penetró por la nave cen
tral, pasando a un paso de los miembros
Letras
135
del Cuerpo Diplomático, debajo de un
palio de seda encarnada, incrustado
de oro y piedras preciosas, yendo a
°cupar su puesto en el prebisterio. Al
llegar a la iglesia la orquesta ejecutó
el Himno Papal y todos los concurrentes
se pusieron de pié. Por segunda vez en
nuestra vida estuvimos a un paso de
distancia de un cardenal. Recordamos
que cuando niño la palabra cardenal —
envuelta en nuestro infantil cerebro
en un nimbo de misterio religioso —
tenía para nosotros una significación
casi mitológica. Era un ser ultra te
rrestre, según nuestra nebulosa com
prensión. Formaban el séquito del Car
denal diez obispos y varios sacerdotes
y seminaristas, y su manto de escarla
ta era sostenido per cuatros niños
uniformados de pajes de reyes, que le
seguían y precedían, de dos en dos.
Cuatro niños hermosísimos, (pie pare
cían querubines, vestidos do terciopelo
y seda de distintos colores, con rubias
cabelleras ensortijadas, eran los encar
gados de esta escolta de honor del
ilustre prelado, a cuya ilustración, fer-
'. 0I ' religioso y tino diplomático se
debe, en gran parte, el enorme incre
mento del sentimiento católico en los
Estados Unidos. Es el León XIII de la
Iglesia Americana. Más de 15.000.0000
de católicos existen actualmente en esta
República, y su progreso es cada día ma
yor. Solamente en la ciudad de Washing
ton hay 25 iglesias católicas, amén de la
Universidad Católica de América, que es
uno de los más bellos edificios de la her
mosa capital. Si se dice que Washing
ton es digna de ser considerada como
a ciudad más bella del mundo, no se
taita a la verdad. Sus amplios par-
ques, avenidas y boulevares con un
lujo sin igual do arboledas y espacios
destinados a solazar a sus habitantes,
y los suntuosos palacios que vénse por
doquier, hacen de esta metrópoli un
verdadero Edén. Y si a esto se agre
ga la cultura de sus moradores, una
delicadeza de trato, especialmente con
los extranjeros, se llegará a la con
clusión de que la ciudad que se yergue
majestuosa sobre la ribera izquierda
del Potomac, lleva con honor su título
de cerebro y corazón de un., gran
pueblo.
El sermón estuvo a cargo de Mon
señor Charles W. Currier, Obispo de
Matanzas, Cuba. Estuvo elocuentísimo
el digno ex-vicepresidente del Ateneo
Hispano - Americano de Washington.
Como forma, fondo y oportunidad ob
tuvo un éxito. En una fiesta esencial
mente de paz, dijo, hablemos de la
guerra, cuyos horrores pintó de mano
maestra. «La civilización es construc
tiva; la guerra es destructiva. La ci
vilización es la condición de las per
sonas viviendo en una comunidad or
ganizada cón el objeto de mútuo auxilio
en la adquisición del bien, la verdad y
la belleza. La guerra es el enemigo
natural del orden, y por consiguiente,
del bien y de la verdad. Ella subvier
te el orden moral abriendo una am
plia puerta a toda clase de vicios».
Pintó el cuadro desgarrador del «campo
de batalla con su mortandad, su san
gre, la muerte con su cortejo de mi
serias, y sobre el cual sólo los buitres
hallan con que alimentarse». Pensad--
dijo — en los hogares desolados, en los
corazones sangrando de heridas que
jamás serán curadas, y decidme des
pués de esto ¿ podéis amar aún la
guerra? De refilón y habilísimamente
tocó la cuestión palpitante de México.
Dirigiéndose al presidente Wilson le
saludó como el campeón de la paz y
le felicitó por haberse mantenido se
reno y firme, con la dignidad de su
alta investidura, en medio de toda la
propaganda interesada de los partida
rios de la guerra y de la política de
intervención a todo trance (1). Este
(1) En la política de la Casa Blanca—dice el eminen
te hombre do Estado y brillantísimo escritor colom
biano, Sr. Santiago Péroz Triana—ha sobrevenido nn
cambio fundamental do orientación relativamente ? la
América latina. Ha llegado al poder un hombie de bien,
cuya conciencia honrada no entra en componendas con
la iniquidad y no acata el principio histórico y univer
sal de que es licito para la colectividad nacional, lo
que para el individuo seria criminal. El Dr. Wilson ha
proclamado desde la altísima eminencia que ocupa, que
la ley moral para el hombre de Estado, como la ley
moral para el individuo, debe ser la justicia y no la
conveniencia. Los estadistas de todo el mundo, aferra-
Letras
136
pasaje despertó un sordo murmullo de
aprobación. Fué un golpe político de
primer orden. Kl Obispo de Matanzas
es un erudito y un literato. Sus dis
cursos en el Ateneo los pronunciaba pri
mero en castellano y después en inglés.
Al hablar del Paraguay dijo una vez,
en una reunión íntima del Ateneo, que
era el país de las flores, de las belle
zas naturales y de las epopeyas dignas
del estro de un Virgilio o de un
Homero.
Lomo final de la misa subió al pul
pito el Obispo Russell y leyóla siguien
te Oración por las autoridades:
«Rogamos a Tí, olí Dios de poder,
sabiduría y justicia, por quien la au
toridad es rectamente administrada, las
leyes establecidas, los juicios decreta
dos, asistas, con el consejo y fortaleza
del Espíritu Santo, a los Presidentes
de estas Repúblicas Americanas, para
que sus administraciones puedan ser
dirigidas con rectitud y sean eminen
temente útiles a los pueblos que ellos
presiden por el fomento de la virtud
y la religión, por el fiel cumplimiento
de las leyes dentro de la justicia y la
misericordia, y por la restricción del
vicio y la inmoralidad. Permite que la
luz de Tu divina sabiduría dirija las
deliberaciones de sus Congresos e ilu
mine siempre todos los procedimientos
y leyes elaboradas para su dirección
y gobierno; a fin de que de este modo
puedan velar por la preservación de
la paz internacional, por la promoción
de la prosperidad universal, el incre-
dos a la tradición de los gobiernos de todas las épocas
de la historia, estupefactos ante tamaña audacia, lo
lian llamado soñador, porque no se atreven a llamar
lo traidor. El Presidente Wilson no se lia contentado
con las palabras; ha pasado a los hechos. Así lo han
visto sus conciudadanos cuando, apelando al honor na
cional, obtuvo que repudiaran la ley de peajes en el
Canal de Panamá, que era la do la conveniencia, pero
no la de la equidad. Así|lo hemos visto en Colombia, con
el tratado del 6 de Abril del presente año, por el cual
se resarce el mal heeho a la República de Colombia
por la Administración Roosevelt, hasta donde eso en lo
humano cabe.
En Octubre del año pasado, en la ciudad de Mobile,
el Presidente Wilson declaró, en nombre de los Esta
dos Unidos, que éstos últimos en adelante jamás ad
quirirían territorio en América por medio de guerra o
de conquista. Wilson tiene tanto derecho a hablar en
nombre do su país como lo tuvo Monroe.
(Véase carta al Dr. José Vicente Concha, Presidente
de la Repúbllcade Colombia, en Hispania, de Londres,
fecha 1." de Noviembre 1914.)
mentó de la industria y de la sobrie
dad, y la difusión de los conocimien
tos útiles, y puedan perpetuar para
nosotros los beneficios de una libertad
equitativa».
Después de la misa—-que duró de
11 a. m. a 1 p. m.—y al comenzar el
desfile de la salida, la orquesta volvió
a ejecutar los Himnos de las Naciones
Americanas, esta vez por orden alfabé
tico, porque los representantes de to
dos los países se levantaban simultá
neamente. Los himnos de los distintos
países — ejecutados unos después de
otros—producían un. concierto sui gene-
ris, embelesador.
Como complemento de la solemnidad
pan-americana del día, en la Rectoría
de la Iglesia se sirvió un banquete a
la 1 p. m., al que concurrieron el Mi
nistro Bryan y los Ministros Diplomá
ticos. Allí se renovaron los votos pol
la fraternidad continental. El Cardenal
Gibbons, entre otras cosas, dijo: «Todo
ciudadano de juicio debe aprobar la
conducta del Presidente y de su muy
competente Secretario de Estado cuan
do sostienen que en cuanto sea compa
tible con la dignidad nacional, ellos
arreglarán todas las dificultades en el
gabinete y no en el campo de batalla.
La critica ha censurado esta celebra
ción por su carácter oficial, y ha ex
presado la creencia de que tratamos
de alcanzar la unión de la Iglesia y
del Estado. Esto me recuerda el dicho
del escocés:—«Alejandro, Alejandro, la
honradez es la mejor política; yo lo sé
porque las he ensayado ambas; la que
lo es y la que no lo es».—La Iglesia
ha ensayado la unión de la Iglesia y
del Estado, y también la cooperación
independiente de la Iglesia y del Es
tado, y sabe muy bien a que atenerse».
Merece notarse muy especialmente la
circunstancia de un Presidente y Mi
nistros de Estado protestantes presi
diendo una función religiosa en una
Iglesia Católica. Esto revela que el
espíritu de tolerancia y de fraternidad
cristiana ha avanzado mucho en esta
civilizada nación. No ha dejado de alar-
Letras
mar, sin embargo, el hecho a algunos
periódicos y sociedades protestantes, que
lian hecho objeciones aisladas que de
saparecen en el gran conjunto. El he
cho tiene ya una consagración pública
de 5 años consecutivos, con distintos
mandatarios, y ya,- probablemente, na
da ni nadie modificará el precedente
establecido. Como acto político, de trans
cendencia continental, tiene su innega
ble importancia, y como hecho revelador
de un grado de cultura religiosa, no
puede ser más elocuente y significati
vo. Nadie se cree aquí el único y ab
soluto depositario del saber y de la
verdad, ya sea en religión como en po
lítica.
Es verdad que una de las caracte
rísticas de este pueblo modelo es su
profunda religiosidad en medio de unsen-
tido práctico de primer orden. Los pu
ritanos que, huyendo de persecusiones
religiosas y políticas, y buscando una
tierra de amor y de libertad, echaron
los cimientos de la Nueva Inglaterra,
con sus austeros principios morales,
no sembraron en terreno estéril. Hoy
sus descendientes son ricos, prósperos
y felices; prestigian el Continente con
sus maravillosos descubrimientos y sus
progresos sin par; practican del modo
más ejemplar la justicia y la libertad;
viven en paz y armonía, y piensan que
hay Dios.
Al salir de la Iglesia de San Patri
cio no pudimos menos que exclamar
interiormente:
Un pueblo que tiene entre sus cos-
137
lumbres públicas una práctica tan no
ble y edificante, es digno y no puede si
no merecer las bendiciones de Dios (2).
Silvano Mosqueira
Washington, I). 0. Dbre. 16 de 1913.
(2) Como nota explicativa del hecho histórico que
rememora ul Thanksgiving J>ay, creemos conveiiiriito
publicar la carta que ha tenido a bien dirigirnos la
ilustrada Señorita María Adriana Ewin, de la sección
ü. S. Coast and Geodetic Survey, del Departamento
do Comercio, y la cual es una do las americanas—fer
vorosa cultora dol idioma castellano — que con más
pasión o interés estudia las modalidades de ios países
del Centro y Sud de nues'ro Continente.
Adriana es el tipo de la americana amable, calta,
con espirita varonil y el prestigio de la belleza inteli
gente, y de una lealtad y franqueza en sus amistades.
Dice asi la mencionadad carta, que ha comprome
tido, de modo inolvidable, nuestra gratitud a la distin
guida americana: —
West Oomwall, Conn.
Agosto 27 de 1914.
Mi querido 8r. Mosqueira:
A continuación hallará Vd. una breve descripción
del signilicado de nuestro Thanksgiving Vay.
El Thanksgiving T)ay fuó primeramente observado
en 1621 por los Padres Peregrinos — que fneron los
primeros ingleses pobladores en Massachusetts, en
acción do gracias a Dios por la primer cosecha reco
gida allí en la nueva colonia y Su protección durante
el primer año de dura y trabajosa plantación. Cuando
ellos recogieron la primera cosecha, los Indios, bajo
su jefe Massasoit, juntáronseles y obsequiáronles con
pavos silvestres en señal de agasajo — por lo que se
continúa usando el pavo como el principal distintivo
de nuestra moderna comida de Tlianlcsgiving Day.
Esto es ahora el festival anual de acción de gracias a
Dios por los beneficios y bendiciones del año, hecho
un din de fiesta logal. Desde 1863 cada Presidente, por
anual proclamación, llama al pueblo a observar oí úl
timo Jueves de Noviembre como un dia de acción de
Gracias. Diversos Estados han observado el dia, pré
via legal adopción, y fné reconocido por la Iglesia E-
piscopai allá por el 1789; en 1888 la Iglesia Católica
resolvió honrar el día como de universal observancia.
Thanksgiving Vay es la gran fiesta del hogar, en la
que los abuelos se rodean de los niños y nietos para
agradecer a Dios por sus continuadas bondades.
Espero que lo escrito dará a conocer a Vd.* lo que
Vd. desea; y quedaré muy satisfecha en ayudar a Vd.
en cualquier tiempo que yo pueda.
Sinceramente suya.
Maby Adrusnne Ewin
138
Letras.
MUERTA!
Sobre mi pobre mesa de' trabajo
Y a luz de la lámpara
Que ilumina mis noches de vigilia,
Entre las cuatro tablas
De tu ataúd tendida para siempre,
Te vi dormir callada
El sueño de la muerte, sempiterno,
El sueño que no acaba!
Posa entreabierta, de perfume llena,
En la primer mañana
De una tranquila juventud dichosa,
Por la mano tronchada
De tu destino cruel, rodaste mustia
Y empapada en mis lágrimas,
Hasta el oscuro fondo de la tumba
Que tus despojos guarda!
Y eras de mi existencia la alegría
Y en mis rudas batallas
Alentadora fuerza, fé constante,
Inmortal esperanza.
Bajo la sugestión de tu cariño,
Vibrante en tus palabras
Y en la acariciadora luz divina
De tu dulce mirada,
La dicha florecía en mi camino,
Y la perfidia humana
Se estrellaba a mis pies, sin conturbarme,
Impotente y huraña,
Mientras en otros mundos mis ensueños
Agitaban sus alas!
Oasis de paz y amor en el desierto
De nuestra vida amarga,
En tí descanso hallaba a mis fatigas,
Olvido a mis desgracias,
Consuelo a mi dolor o a mi tristeza,
Cuando al hogar tornaba,
Tras la lucha diaria de que sale
En girones el alma,
Herido el corazón por la calumnia
De las gentes ingratas
Y por tanta maldad que nos acosa
Con inclemencia bárbara!...
Aun tu presencia llena nuestro ambiente,.
Aun llenas nuestra casa
Con los recuerdos, frescos todavia,
De tu risueña infancia.
Tu alcoba, saturada en tu perfume,
Parece que te aguarda,
Y tu mudo piano, ( entristecido,
Tu larga ausencia extraña.
En cada objeto que tocó tu mano
Parece que nos hablas,
Y tu nombre repiten por doquiera
Las aves y las plantas
De ese jardín en que cruzar aun venios^
Tu silueta blanca,
Y escuchamos los ecos que dejaron
Tus últimas pisadas!
Imposible creer que ya no existes,
Que ya no queda nada
De todo lo que fueras en el mundo,
Y entre las cuatro tablas
Duermas de tu ataúd el largo sueño,
El sueño que no acaba!...
Y yo te contemplé sobre mi mesa,
Envuelta en tu mortaja,
Y puse un postrer beso al separarnos
Sobre tu frente helada.
Yo te seguí, rebelde a mi infortunio,
Cual pálido fantasma,
Y te dejé en la puerta misteriosa
De tu última morada.
Yo vi cómo las sombras de la tumba
Sobre tí se cerraban,
Mientras velando al pie de tu sepulcro
La muerte se sentaba,
Para guardar lo que de tí allí queda:
Polvo, miseria, nada!
Juan E. O’Luary
Asunción, Julio 20 de 1915.
Caricatura par RCEUEDQ
Letras
139
N
/>!$
fl-^u r*a on
Dr. TUñN ZORRILLñ DE 5ñN mñRTIH
140
Letras
Dr. JUAN ZORRILLA DE SAN MARTIN
DISERTACIÓN LEIDA EN EL GIMNASIO PARAGUAYO EN HONOR DEL GRAN POETA,
CON MOTIVO DÉ SU VISITA A ESTA CAPITAL
Señores:
Señor:
Siendo quien- es I). Juan Zorrilla de
San Martín, parece una vulgaridad ca
si pueril manifestar que esta presenta
ción, cuyo honroso encargo me ha con
fiado el Gimnasio Paraguayo, obedece
más a la costumbre que a una necesi
dad. Ni para él ni para vosotros ha
menester que os lo presente, cuando
su poesía vive armoniosa, desde hace
mucho tiempo, en todas las almas de
habla castellana... y hasta de otras
lenguas.
Sin embargo, ya que necesidad se
menta, confesaré que la hay y mucho
aquí, pues, al menos yo siento verda
dera e ineludible necesidad de habla
ros de él... como cualquiera de voso
tros la habría experimentado y satis
fecho con creces.
Nadie cometería la torpeza de ma
lograr la oportunidad de desahogar su
admiración hacía el gran poeta uru
guayo.
Solo que no os distraeré más que
breves instantes. Otros que son elocuen
tes—nunca he pensado serlo—se con
sagran en estos días al deber de salu
dar como es debido, al ilustre huésped.
Además, cuanto siento y pienso de él
lo he dicho ya en verso y en prosa; y
lo digo pública y privadamente, siem
pre, a cuantos quieren prestarme oi
dos ...
Nó hace mucho, bajo la impresión
de la primera muerte más sensible a
mi corazón y con motivo de visitas
uruguayas, recordaba que junta con el
muerto por mí tan llorado, allá en ef
despertar del sentimiento adolescente,
había gustado por primera vez el néctar
de la poesía en el fecundo cáliz deesa
inmensa flor que llaman «Tabaré».
Y esta, señores, es una de mis con
fesiones, que no tendrá el mérito aca
bado de las Rousseau y San Agustín
pero si el de la más absoluta sinceri
dad. Si alguna vez se han aplaudido
versos míos—no sé por qué—; si mien
tras palpite mi corazón he de ansiar
las impresiones de la Belleza; si la
genialidad uruguaya ha hecho arraigar
en mí una profunda admiración desde
niño, el causante primero y principal, el
Moisés de la vara milagrosa que hizo
brotar el torrente aun no extinguido'
de mis ensueños, en el lejano ya, pero
arábigo desierto de mis rudas inicia
ciones en la vida, está hoy aquí, por
fin, yo frente a él, como ventura que
la suerte me depara... si, señores, en
frente de nosotros, pero para mí muy
por lo alto.. . ¡como en el Sinai ¡ de
las apoteosis! ,
De esta confesión tengo un testigo-
que no me ha de desmentir... no por
que esté muerto, sino porque allá, ba
jo las flores del Cementerio Central de
Montevideo (sirviendo de ayudante, sin
saberlo, y en su propio panteón al ge
neral Tajes, que trayéndonos los tro
feos de nuestra guerra filé el mejor
heraldo de confraternidad uruguaya)
aquel hermano mió, estoy seguro, se
gurísimo, sí el alma es inmortal, segui
rá recitando todavía los versos magní
ficos del Tarabé que formaron su alma
Letras
141
do Quijote, especialmente aquellos que
él repetía copio aria custodiaría y leif-
motiv.
España va: su fiero aventurero,
Su incomparable hidalgo,
La noble madre raza en cuyo pecho
Si un mundo se estrelló, se hizo pedazos
Ahora, entrando en materia, nadie
ya pone en duda (pie la Argentina,
el Brasil y Chile con su potencialidad
internacional, Colombia, Venezuela, E-
cuador, Bolivia y Perú, con su cultu
ra y riquezas el Uruguay con esta cul
tura y riquezas, y además virilidad y
progreso económico extraordinarios, vie
nen laborando una transcendental trans
formación, gracias a un hermoso des
pliegue de fuerzas materiales, en favor
de la tan decantada Sud América del
desprestigio mundial.
Entretanto, ha venido haciendo tam
bién su obra el espíritu de dos razas,
influido por todas las razas y espíri
tus, mejor dicho, fusión de dos espíri
tus étnicos, el latino, de un lado, vi
brante con la mayor parte de sus vir
tudes mejores y no pocos de sus vicios
su el alma española y de otro lado, el
indígena con sus ingénitas plasticidades.
Balbuciente, afinque coui perfeccio
nes clásicas en Bello, Olmedo, Palma,
los Gutiérrez, Andrade, Figueroa, Li-
llo, Arboleda, con gestaciones heroicas,
prometeanas en Aiberdi y otros jalo
nes gigantes del pensamiento sud-ame-
i'icano, esa obra espiritual lia llegado
a cuajar por fin en un diamante in
menso de crisol geológico, no alquimis
ta,^ de Zorrilla de San Martín.
lal es la formación natural de las
grandes producciones del mundo, los An
des, los Himalayas de la materia te
rrestre lo mismo que las filosofías que
transportan al cosmos insondable y las
religiones que nos elevan a las altu
ras infinitas.
El ambiente geográfico (clima, flora
launa) y el ambiente social y espiri
tual se han combiando siempre en los
lentos, largos, dolorosos pero bellos
alumbramientos de las grandezas que
el hombre admira. Tan verdadero es
esto que Ibu Kaldun, un árabe del si
glo XI V el primer sociólogo en el or
den cronológico, según ciertas autori
dades científicas del día (Gumplovicz,
Squillace) ya se había anticipado, pro
clamándolo, especialmente en lo tocan
te al medio físico, a Montesquieu, Her-
der, Taine y otros eximios pensadores
de nuestros tiempos.
Así es natural que los horizontes
áridos aunque amplios o indefinidos
del Asia Menor meridional, (pie invita
ron a las hondas meditaciones de Jesús
y los fecundos ensueños de Mahoma
en el desierto, concurriesen con las
fantasmagorías y rigideces indias, cal
deas y hebraicas y con las claroviden
cias profundas o maravillosas enseñan
zas precursoras de Sócrates, Platón y
Aristóteles y con el cosmopolitismo de
los Césares y divinidades romanas y
con la sangre y alma nueva de los
bárbaros etc. etc. para producir, poco
a poco, siglo por siglo y raza por ra
za, la más transcendental transforma
ción que han visto los siglos, la obra
del cristianismo.
Asi también el Tabaré para nuestra
literatura, para el espíritu de un con
tinente, tradición y a la par ideal de
muchos pueblos apretados por los más
gigantes océanos; el Atlántico y el
Pacífico, en el más gigante de los abra
zos por venir.
Hasta hoy, tal vez Aiberdi ha sido el
mejor entendedor de la geografía sud
americana. Muchos creerán quizá que
el Pororoca del más grande de los ríos
constituye el foco de vitalidad de Sud
América, ofuscados como los visiona- ■-
rios aventureros españoles del Dorado,
al ver en el Amazonas el mayor cau
dal, la mayor extensión y la menor
distancia de Europa.
No. Si la Tierra hace al hombre, el
hombre rehace a la tierra.
Lo que es hasta hoy el estuario del
Plata forma el centro a donde conver
gen como a su desembocadura natural,
los ríos de la civilización sudamerica
na. Allá hacia arriba, lo de arriba, las
142
Letras
alturas geológicas del Pichincha e his
tóricas de Bolívar y Miranda, la cul
tura prístina académica de Colombia y
Venezuela, pero hacia el sud Buenos
Aires, la segunda ciudad latina, como
el Pireo que daba la base orgánica a
la Grecia inmortal; y, enfrente, hacia
el Oriente (como en Europa el Asia
madre), lo oriental, nido pequeño pero
de las mayores excelsituted, establo na
zareno, Betleeen de Mesiadas, para un
Pireo Acrópolis ateniense, foco de la
más alta cultura en el más exiguo te
rritorio, la cuna de artigas y del Him
no Paraguayo. .. pero más que eso aún
¡la cuna del «Tabaré!»
Y catad como dijera el Cid
campeador en circunstancia pareci
da yaque no igual, mirad, pensad, que
este reto a dos sentimientos naciona
les no responde a espontaneidades de
inconsciente admiración.
La crítica, como nunca faltan Zoi
los para los Homeros, habrá dicho o
dirá que el «Tabaré» es corto, porque
prefiere la Iliada con menos de 20 mil
versos al Mahabarata con más de 200
mil; o que no tiene rima perfecta por
que a los versículos de la Biblia con
sideran inferiores los decadentes que
huyen de la rima pobre, buscando «con
sonantes al floripondio»; o que su to
no es más lírico que épico, según los
preceptistas antiguallas que querrían
poner en casillas hasta los más com
plejos organismos de la evolución; o
que su acción es poco dramática los
que pedirían a la epopeya el eterno y
por eso monótono patrón de la cólera
de Aquiles.
Pero ya que he sostenido, a la capa
y espada conforme cuadraba, que el
Romancero del Cid es la epopeya na
tural del idioma castellano, no será
sino una heregía más para los dómi
nes exigentes que sostenga nuevamen
te aquí, con la más íntima convicción
que el «Tabaré» es la Eneida de His
pano america, su epopeya literaria.
.. .Para medir esta comparación bas
tará pediros que recordéis la importan
cia que tenía la Eneida de Virgilio en
la civilización romana, .y basta leer
Tabaré y saber vagamente la Historia
de América para opinar lo mismo.
Justo es aquí recordar al gran pre
cursor, Alberdi, con su frase valiosa
de gobernar es poblar. E injusto sería
olvidar ahora al eco uruguayo de aque
lla voz argentina, el eco en Rodó: go
bernar es seleccionar—o algo así por lo
menos, en Ariel.
Pero más justo todavía es reconocer
que el poeta, profeta del pasado y del
futuro, el de loe dos poema como Ro
mero (el Tabaré y la Epopeya de Ar
tigas) ha dodo mejor que ninguno en
la clave, creando el supremo símbolo,
el «con este signo vencerás« de Cons
tantino la gran fórmula política-social;
¡gobernar es amar!
Todo, gobernar, poblar, seleccionar,
crear, hacer obra de virtud, de verdad
y de belleza ¡es amar! y todo eso lo
veo simbolizarlo en «Tabaré».
Talvez me obsesione esa prevención
que a los cervantistas, o según quiere
D. Miguel de Unamuno, a los quijotis-
tas mueve a encontrarlo en e! porten
to estudiado y admirado ¡todo! No po
dría deslindar la posición científica de
esta creencia mía en este momento;
pero lo que sí puedo asegurar es que
tengo más razones o argumentos y me
jores, que los que creyeron ver en los
Nibelungos la epopeya de la civilización
germánica.
Sé bien que ni vosotros ni menos
don Juan Zorrilla de San Martín, echa
réis de menos los elogios a Tabaré, a
cuyo comentario me circunscribo.
Críticos y poetas eximios, aquende y
allende el atlántico han puesto al Ta
baré por las nubes del cielo ameri
cano.
Ni el poeta lo mismo que el poema
podría sacar partido de mi humilde
espaldarazo.
Don Juan Zorrilla de San Martín ha
bía recibido ya su consagración de
primer poeta uruguayo, en una forma
que habría gustado a Petrarca en Ro-
Letras
143
ma y a su homónimo José Zorrilla, en
España. Y después, en plena España,
aún en vida del principe de la orato
ria castellana, filé aclamado y ensal
zado hasta la altura de los más gran
des oradores de esta lengua que, con
el inglés y el francés, comparte el do
minio del mundo.
Apesar de todo eso, epesar de cuan
to se ha dicho aquí en el Paraguay en
estos días, creo que no será ocioso re
calcar sobre el simbolismo de obra tan
genial. Además con ello satisfago uno
de los anhelos más fervientes y puros
de mi corazón, tan puro...
«como la última palabra
que acaso os dijo vuestra madre muerta».
La sangre y los nervios de una nue
va raza en Magdalena y la virgen savia
indígena, el ingerto del vigor local en
•Caracé, engendran a Tabaré. Y Taba
ré hijo asi de Europa y América, ha
bla a la europea Blanca o a la blanca
Europa» de su amor.
¡Y que amor! El americano, el que
vemos, el que sentimos, el único gran
de que era posible cuando nos eleva
el ideal hacia las culminaciones celes
tes. El genio de la especie de Shope-
nhauer junto con la idea y las armo
nías de Platón el divino, bajo las for
mas de un nuevo Amor, aquí en un
Nuevo Mundo.
Tabaré no es sensual puramente, en
apariencia nada. No es como el espo
so del gineceo, porque el «agua del
Uruguay. llanto de madre.—
Raudal dos veces redentor e inmenso»
le infiltró la gracia cristiana en un bau
tismo nunca visto—después de los ca
sos de San Juan Bautista.
Pero no lleva su platonismo incons
ciente sin ?'de«,s,-hasta la anomalía, has
ta las desviaciones del amor sexual
que González Serrano, el renombrado
psicólogo español trató refiriéndose a
ilustres personajes que no es del caso
nombrar aquí.
Tabaré obedece al ciego genio de la
especie, ciego porque—«cierra los ojos
para ver más lejos». Pero es platóni
co, es lo que tiene de divino en su pa
labra guaraní.
Siempre he creído que después del
Nocturno a Rosario, de Manuel Acuña,
nunca, ningún poeta, ni Byron, ni Hei-
ne ni Becquer ni Esproneeda ha sido
mejor zahori que Zorrilla de San Mar
tín para adivinar las ansias de un ig
noto ser enamorado, al penetrar en
el corazón de Tabaré y hacerlo hablar
de su amor a Blanca.
Efectivamente. Tabaré, verdadero mi
lagro del verdadero amor, reproduce
en selvas uruguayas, al través de dos
mil años o poco menos, el otro de Quo
Yadis, el de Vinicio, que de raptor
violento bajo los impulsos brutales del
organismo animal, biológico puro, so
transforma gracias a la idealidad cris
tiana combinada con el genio de la
eepecie, impulsor también (leí histórico
Mangoré hacia Lucía Miranda, en el
doncel apasionado, que advenidos los
modernos tiempos, se ostenta en Julie
ta y Romeo, en los amantes de Te
ruel, en Pablo y Virginia y en todos los
grandes líricos de la Edad Contempo
ránea.
Se me figura ver en esta atracción
eternamente humana, al llegar a las
alturas del Ideal pero siempre atada a
su incontrastable base orgánica, la fun
ción milenaria y siempre joven del
Osorno, del Pichincha, del Cotopaxi, y
otros volcanes, enormes conos de nie
ve incrustados en el firmamento cerú
leo, y sobre cuya fabulosa fragua de
fuego interior, siempre en fundente ac
ción, la sublime serenidad del cielo in
finito ha colocado la toca de armiño
de la bondad virginal, de la pureza
más cándida o la candidez más pura.
Pues bien ¡Oh, Virgilio dantesco que
nos guiais con vuestro símbolo colosal
en estos infiernos de la prosa mercan
til de las tiranías sociales americanas!
Demasiado os han saludado y aplaudi
do en otras partes. Demasiado habéis
trabajado. Hasta habéis completado ya
la trilogía: 1.° La leyenda patria vuestra
oda por excelencia; 2.° El Tabaré, vues
tra epopeya o alegoría epopéyica; 3.°
144
Letras
la Epopeya de Artigas, vuestras nueve
musas ¡juntas.
De otro lado, demasiado sabéis que
Tabaré hablaba el guaraní, su alma
era guaraní y nosotros somos los últi
mos y gemí i nos depositarios de ese es
píritu guaraní.
Sacad la consecuencia. En todas
nuestras simpatías y modestos agasa
jos, quien os ha acogido y saludado es
vuestra propia obra.
Os ha saludado y os saluda Tabaré.
Pero al saludaros por nuestros labios
os pide que sigais recordándole como
a Artigas.
Seguid hablándonos de amor y de
Poesía, esto es, de Tabaré y Artigas,
porque, así como esos dos amores se
xual el uno y patrio el otro se con
funden o hermanan en el seno materno
de la misma inspiración, de vuestra
inspiración, ambos amores orientales
se hermanan con nuestro amor patrio:
Tabaré es el amor del paraguayo, Ar
tigas el amor al paraguayo.
Exhortásteio a las damas paragua
yas a una empresa de paz, de amor,
de fraternidad y progreso. Y con este
motivo, habéis cantado una oda pindá-
rica a la mujer paraguaya, que os en
vidio, apesar de que fué mi primer
triunfo la primera composición poética
de paraguayos dedicada a esa mujer.
Pero, tenedlo por cierto, mi envidia
daría siempre paso a mi vieja, invaria
ble y profunda admiración, si aqui o
en el Uruguay, siguiérais hablándonos
de Tabaré y de Artigas.. .
En lo externo; que toca a Artigas,
no nos dominan a los paraguayos más'
que el temor y la ambición personal
del egoísmo, iejos de vuestro Artigas,
todo valor y desinterés.
En lo interno nos domina el Odio..
.. lejos de Tabaré, todo amor...
Y solo un orador y un poeta como
vos, hablándonos de un Tabaré y de
un Artigas, pueden derramar un poco
de amor, en el Paraguay y al Para
guay.
Ignacio A. Pane
Letras
145-
“GEOQUIS”
Silencio.—Qué vais a decir?—Arte,
algo más, silencio!.. . y me gusta oir
el ruido de las Fábricas y de los Ta
lleres, la sirena de los barcos, el sil-
o'd° de las locomotoras y la trepida
ción del suelo estrujado por las rue
das.—Cómo?—Sí, porque todo ello ela
bora una gota de silencio, y el silen-
eio es un lenguaje intimo, muy íntimo,
el grito de voces secretas, el eco de
las cosas ya idas. El silencio es pan
del alma, vida del espíritu! Silencio,
dejame, pensar, silencio, déjame sentir!
*
* *
Aquella tarde, después de algunos
anos, volví al campo, a la «Casita blan
ca», entumida, muerta en un nido de
verdura luctuosa, y las puertas cerra-
l a ‘ s y .L'ías.... Ni una voz, ni un eco.
ya brisa murmurada entre el fronda-
■l ü I a misma historia que empezó a na
darme siendo yo niño, pero que jamás
a concluir. Y empecé a leer los
recuerdos, que son las voces postreras
1 e la vida. ¿Aquella vida soñada en
un Lempo, aquel sueño vivido entón-
oes, qué se habían hecho? Comencé a
revocar aquellas horas, y peregrinando
( tí un sitio a otro recorrí aquella vía
•••• dolorosa, para sorprender el eco
( e un adiós. ... y la brisa continuaba
mu murando apasible, aromada y fres-
a ‘, unerabaun cadáver insepulto? Re-
petla s u eterno mensaje? No lo sé. Yo
jiuena evocar el alma de las cosas, y
•Ajo la reverente majestad del silencio
púsome a pensar, páseme a sentir.
*
* *
Para «Letras»
Pesado y grisoso por demás era el
día. Una voz secreta, interior, me hi
zo llegar hasta el viejo asilo. Casa de
enajenados. Llamé a la puerta, y una
campanilla resonó en el interior del
recinto. Yo deseaba conocer al viejo-
marino; sabía que había sido el héroe
de una catástrofe sin nombre; que el
océano le había probado en lucha gi
gantesca, pero que no había osado he
rirle. Se había abalanzado a la muerte,
pero no le dejaion morir. Por eso es
taba allí, más estaba loco. Ah! los lo
cos! .... En esas mentes extraviadas
hay no sé qué de misterio; náufragos
de un mundo parece que vivieran en
otro y que no nos alcanzasen a oír..
Por eso sus palabras son incoherentes.
Ellos sueñan y no es posible desper
tarlos. ¡Horrible pesadilla! — Madre, el
Capitán? pregunté a la noble religiosa
que llegó a recibirme. — El Capitán!
.... pobrecito: ahora hace su paseo,
siempre pensativo. ¿Quiere Vd. verle?—
Será posible hablarle? — No, señor, im
posible, él calla siempre y nada res
ponderá veces se detiene, se agitarse
estremece, y con voz ahogada y con
fusa articula una sola palabra: valor,
valor! Vamos a verle.... Y se abrió
una puerta. Nos hallamos en un patio
desnudo de todo adorno, irregular y
espacioso....
—Valor, valor Temblé al oirle,
tuve miedo; aquellas voces eran un
trueno, eran un rugido de león, de león
herido, de león encarcelado. Una deses
peración llena de angustia se pintaba
en sus ojos, y unas manos crispadas
parecían sostener el muro Dirigía.
146
Letras
las maniobras del siniestro? Aquello
era un simulacro, un sueño, con el do
lor de la realidad. Pareció descansar o
morir.... y tornó a pasearse a lo lar
go del muro, pensativo, silencioso....
No puede hablar, volví atrás, temí
profanar aquel silencio, y lo dejé pen
sar, y lo dejé sentir
*
* *
Ayer, sí, pude decirte que fué ayer,
la rapazuela Nemi celebraba la fiesta
de sus días. Cumplía en aquella fecha
los siete años, y aún no ha transcurri
do otro. Su madre le había dicho que
convidase a su casa a sus amiguitas,
que no eran pocas, y todas concurrie
ron. Nemi estaba feliz porque su solí
cita madre había hecho mil preparati
vos para el infantil festival. ¿Hijita
única, qué de raro tenía? Y qué gala
na estaba, parecía un botoncito de ro
sa. Vamos, aquella turba de chiquillas,
bullangueras, inquietas, parecía un ha
cecillo de flores primaverales, un agru-
padito de ruiseñores a los rayos de un
sol mañanero. Niñas, como todas las ni
ñas, corrían en tropel por toda la ca
sa. Repetidas veces se le llamó al or
den.— Nemi, decía desde su salón de
recibo la buena señora, Nemi, silencio,
silencio, más orden, hijita. Y las unas
culpaban a las otras, pero el alborozo
no podía ahogarse y trás un parpadeo
de quietud el bullicio comenzaba da ca
po Y a la tarde? Mucho silen
cio! Todas se habían marchado a sus
casas, y Nemi, muy enferma, se había
retirado a su cainita. El caso era de
sesperado. ¡Que ansiedad! que afanes!
Nemi, Nemi!.... murió. Aquel paraíso
se cerró y se enlutó de silencio.— La
madre?—Abrazada al féretro, a esa ur-
nita blanca.
No entres. Silencio! Déjala pensar,
déjala sentir!... .
Han pasado algunos días; su madre
ha estado a visitar la tumba. No oyes?
¡Que silencio!....
* *
«El silencio supremo es el arte su
premo» ¿Y que es el arte? «El aposto
lado del silencio». Habla, dijo Miguel
Angel a su famosa estátua de Moisés,
y la estátua atronó con su silencio.
Hoy he ido a visitar la galería de
un hábil pintor; es muy artista. Paleta
y pinceles en mano pintaba sobre un
lienzo la imagen de San Bruno, el
apóstol del silencio, de aquel que selló
los labios de tantos hombres, para que
pensasen,para que sintiesen leí viejo
pintor no habló. Se esforzaba con el
mayor ahinco por dar a aquellos labios
mudos la mayor expresión. Así traba
jan los artistas.... en silencio.
Amigo, he creído más prudente callar,
pero no lograrás abogar los gritos de
mi silencio....
Bernardo Jaramillo A.
Colombia.
Letras
147
IDEAS PARA LA
ni
FINES DE ESTA ENSEÑANZA
Uiu asignatura destinada a vigorizar
la conciencia moral de los jóvenes; a
infundirles el amor a la Patria y a
las instituciones fundamentales, en que
reposa en orden colectivo y en que,
puede decirse con verdad, se hallan
los principios cardinales de la organi
zación social, del rol y la misión del
individuo y de los fines y límites del
Estado, una asignatura que debe pro
pender, al mismo tiempo, a ilustrar la
juente y elevar los corazones; que de
bo hallar los fundamentos racionales
en que se apoya, inconmovible, la fe
nacional y la fe republicana; una asig
natura cuyo contenido es tan vasto,
°uya materia es, por su naturaleza,
abstracta contradictoria y con fáciles
pendientes hacia los más peligrosos
errores; una enseñanza destinada a
alentar las virtudes, criticar los vicios;
a mostrar, en propia carne, las llagas
Para que pueda curarse, y ante todo,
a sugerir ideales vigorosos y prácticos
ó crear sentimientos que impulsen a
a acción, tiene funes tan complejos,
, an elevados y tan preciosos para los
jestinos nacionales, que es indispensa-
le preocuparse de cómo debe ser en
henada: con qué ideas; con qué bases;
e°n qué propósitos y con cuales orien-
amones deben encararla los profeso-
jes para que esta enseñanza, más que
'! 1 necesaria, pueda dar los frutos que
( e ella se esperan, y que deben ser
grandísimo beneficio para el porve-
n, r nacional.
EA EDUCACIÓN MORAL
La educación moral es la más difí
cil de todas las tareas del maestro, y
acaso.la más ingrata porque sus frutos-
no son visibles.
En la primera enseñanza debe ha
cerse la educación de los sentimientos:
el canto, la música, la gimnasia rítmica
y colectiva, la poesía, las ceremonias
patrióticas, el culto de la bandera, las
lecturas y recitaciones morales, y, pre
sidiendo esta labor, la sugestión entu
siasta del maestro, cuya palabra debe
ser viva expresión de los ideales na
cionales.
Los espíritus infantiles necesitan la
representación física de los conceptos:
es necesario, para ellos, corporalizar
las grandes abstracciones: la patria
simbolizada por la bandera, los monu
mentos de su gloria, las augustas figu
ras del pasado; — la Nación represen
tada por su escudo y por la efigie de
la República; el país, con su geografía,
sus poblaciones, su riqueza, su porvenir.
La base de toda educación de la
sensibilidad es sugerir emociones, para
que, volviéndose habituales por la re
petición, se conviertan en sentimientos,
orgánicamente adquiridos.
En la enseñanza secundaria es pre
ciso agregar a la labor inconsciente
de la sensibilidad la clara luz de la
razón. Es necesario, en ella, tocar
otros resortes: la armonía de los con
ceptos y la belleza de las ideas mora
les; el dilatado campo que a la ima
ginación ofrece el total de la obra
colectiva nacional y humana; las vic
torias, lentas pero firmes, del hombre
sobre la naturaleza; el progreso en to
das sus manifestaciones, abriendo al
esfuerzo humano, horizontes cada vez
más vastos; la ciencia, la artes, las-
148
Letras
instituciones, confundiéndose en el mis
ino perseverante esfuerzo por mejorar
ei ambiente de la vida humana, todo
lo cual es bello, moral y noble. De
mostrar, así, con amplitud, que todos
los bienes de que gozamos son los fru
tos de las virtudes pretéritas y pre
sentes; que toda conquista es obra de
un esfuerzo generoso y fecundo; que
en los individuos, como en los pueblos,
el resorte más firme de la acción es
la ley moral, sin cuyo imperio • toda
obra es efímera y la misma luz resul
ta peligrosa. En esta enseñanza el
principal objetivo es infundir ideales
vigorosos; ideales que sean, propia
mente, ideas sentidas, que merezcan
toda aprobación de la razón y des
pierten los entusiasmos generosos.
Como parte esencial de estas disci
plinas, es preciso vigorizar la concien
cia cívica; despertar el amor de la
virtud y asociar íntimamente a los
ideales de virtud política los del de
coro y la dignidad personal, de modo
que estos sentimientos formen un solo
cuerpo. El profesor debe conocer, ín
timamente, los fundamentos- filosóficos,
morales y prácticos de las grandes
ideas al rededor de las cuales debe
girar su enseñanza: en esta época de
criticismo agudo, en que ningún con
cepto tradicional deja de ser violenta
mente atacado, el profesor debe expo
ner conociendo y refutando los argu
mentos contrarios que, por timidez calla
el alumno.
LOS CONCEPTOS GENERALES Y BASICOS
DE LA MORAL CÍVICA
No existe autor, como dice Montes-
quieu que al hablar de derecho político
no comience por inquirir el origen de
la sociedad humana. El ilustre autor
de «El espiritu .de las leyes» dice que
tal cosa es ridicula: «un hijo nace de
sus padres y He ahí la socie
dad y el origen de la sociedad». Efec
tivamente, ese es el origen, pero es
necesario decirlo, explicarlo, y con esto
nos parece no se incurrirá en el ri
dículo notado por el gran maestro. No
es hoy posible, fundamentar las nocio
nes cardinales de Estado, Patria, Go
bierno, etc., sin hablar de cómo se
inicia cada una de estas entidades en
los primitivos grupos humanos.
Es indispensable que la «edad de
oro»,—que los preconceptos añejos co
locaban en un remoto pasado,—realice,
en nuestro espíritu, un salto prodigio
so, y pase, como brillante meteoro, a
laexpléndida región del porvenir, Quie-
ro decir, que no se debe cultivar esa
teoría del descenso, de la degeneración
de la especie y del hombre, sino, al
contrario, se debe ver y estudiar que
tal descenso no existe y que la espe
cie y el hombre siguen la enorme
elipse de la vida ascendente.
¡Guay de lá moral que no comience
por ser optimista! No concebimos un
maestro de moral pesimista y pensa
mos que tal maestro sería un veneno
para el alma de los jóvenes.
Ni lo pésimo, ni lo óptimo deben
colocarse jamás en el tiempo presente,
quede lo pésimo para lo pasado y lo
óptimo para el porvenir y sepamos
hacer notar como vamos andando, co
secha tras cosecha, de lo uno para lo
otro. Este debe ser el espíritu normal
y justo del profesor de Moral Cívica.
Individuo y colectividad son los po
los de todo problema humano, en lo
social y en lo moral por consecuencia.
Máxime tratándose de Moral Política,
no es posible tener carriles en la in
trincada pero hermosa materia, sin
comprender, íntimamente, la esfera de
acción individual y sus limitaciones
justas por el bien común. Vale decir,
que debemos conocer a fondo «las bases»
de nuestra organización política.
El principio individualista, que ocu
pa lugar tan grande en nuestro régi
men social y político, significa: libertad
individual, derechos inalienables del
individuo, derecho de propiedad, es de
cir, autonomía social, económica y po
lítica del sugeto hombre. Este indivi
dualismo no es exclusivo ni absoluto.
Letras
14!)
L.stá temperado por principios solida-
nstas; por todas las limitaciones im
puestas al individuo en bien de la
comunidad. Favoreciendo los principios
(e la vida solidaria, existen las di
versas formas, espontánea, de la cor
poración social y su desarrollo es un
s| gno de progreso.
Todas nuestras instituciones políticas
3 civiles son una fórmula de vida hu
mana en que se busca este doble fin
armónico: el más amplio desarrollo de
jas potencias individuales y su más
lactífera aplicación al bien general.
Ta Democracia, la República, — las
libertades, derechos y garantías. — no
s mn sino aplicaciones del principio in
dividualista combinando con el solida-
imta, al desarrollo de la vida social.
j; i democracia igualitaria de Rousseau,
a democracia económica de los con-
emporáueos socialistas, no son sino
exageraciones del principio de la soli-
( andad social, con cuyas exageraciones
s ? P ue de fácilmente, llegar a anular
e ^ fecundo principio individualista y
convertir las sociedades humanas en
ona estúpida colmena, en que toda la
actividad social esté regimentada, co
no en otro imperio jesuítico.
. k® necesario, pues, enseñar que nues-
• a Constitución es la expresión de un
?j’ m ‘o | i social que sintetiza la más
j a fórmula alcanzada del progreso
i unían 0 ; porque tiende a mayor desa-
0 . de la fuerza, la energía, la in-
nuva, el trabajo y la virtud indivi-
, a con la cual, necesariamente, la
ectividad entera se beneficia y gana
greso D ^ a d, ^ ec01 ’°> riqueza y pro-
d ( /j°' s Principios morales que sirven
v as ? a nuestra organización social
í Política, sancionan la autonomía del
>mbre: dueño de sus actos, de su
p? 01 o tlc ia, de sus bienes, y por consi-
di, Ki e» constreñido a recoger, irreme-
ó n ? nie,l *' e ’ ias consecuencias buenas
calas de su propia conducta. Esta
' ,. a Pase del «sentimiento de respon-
DUidad» due anima y vivifica la
conciencia moral del hombre europeo,
su veracidad, decoro y energía, y estas
son las cualidades de que carecen los
pueblos asiáticos, que viven en cierta
especie de comunismo.
Es menester comprender el papel
fundamental de la «propiedad privada»,
como factor de primera fuerza en la
evolución moral de los pueblos euro
peos, y alcanzar, así, a convencerse de
que es la «propiedad privada» la cau
sa originaria de la «libertad», y que
sin propiedad individual la libertad es
una utopía inconcebible. La propiedad
privada e individual significa: hogar
libre, trabajo libre, pensamiento libre
y gobierno libre!
LA historia y la asociación en la
ENSEÑANZA DE LA MORAL CÍVICA
La moral cívica debe fundarse en
ideas claras, precisas, inatacables, sobre
lo que es: la nación, la patria, el es
tado, la ley. Es imposible explicar
tales cosas sin la historia y la socio
logía. Cada nación, ha dicho un autor
eminente, tiene en su propia historia
el por qué de su existencia y, según
Benoist, uno de los caracteres esencia
les de las naciones es la de tener:
«una historia que ha hecho lo que es».
Efectivamente, sin la historia que las
ha hecho lo que son, sería difícil ex
plicar en qué principios se puede fun
dar la teoría de las nacionalidades. La
sociología, además, es la verdadera
historia, tal como se desarrolla en los
días en que vivimos. Para poder decir
que la «patria es un grupo cooperati
vo hereditario, unido por una costum
bre fija» se requiere saber lo que es
cooperación social y lo que es heren
cia social, y eso lo enseña la sociología.
La tradición nacional, entendida co
mo simple trasmisión de relatos, pa-
récenos tan poca cosa como los cuentos
de viejas. Es necesario que la Socio
logía nos enseñe a ver en la tradición,
no sólo el relato escueto, sino la men
talidad, la sensibilidad y el alma he
redadas, nó la transmisión de precep-
150
Letras
tos, sino de un espíritu colectivo. Es
decir, que no debemos ignorar los prin
cipios de la Sociología, de la Psicología
colectiva, sin las cuales la historia
sería bien poco útil. El fatigoso pro
ceso de la formación de la nacionalidad,
interesa a la ciencia, mucho más que
la historia narrativa. La Geografía
«es de una influencia visible» en este
problema. Es necesario estudiar las
«causas telúricas», (Reclus), las causas
étnicas y las causas morales de la for
mación de la nacionalidad y eso no
puede hacerse sino conociendo la his
toria y estudiándola con el auxilio de
la Sociología.
DEL VALOR DE LOS PRECEPTOS
La «letra muerta» del precepto, como
la letra del dogma, tiene efímera in
fluencia en la moralidad de los hom
bres. Sentimientos e ideales vigorosos
son las palancas de los grandes hechos
humanos. Ellos no se adquieren con
preceptos, sino con algo que penetre
al fondo del alma para conmoverla y
que se imponga a la razón hasta me
recer su devoción más absoluta.
Llenar la cabeza, — como se dice
con una materialidad muy elocuente,—
de reglas y fórmulas, no es enseñar a
obrar ni a pensar. Tal alumno brillan
te de Lógica, que se sabe mil silogis
mos de memoria, es incapaz de colocar
en su puesto las premisas y la con
clusión si se las presentan desarticu
ladas. Es que no se aprenden con
reglas, sino con gimnasia los movi
mientos, así sean físicos, intelectuales
o morales. No pretendamos, pues ense
ñar moral con preceptos, porque nos
exponemos a realizar la hazaña de aquel
patán que, habiendo estudiado con su
ma atención un manual del arte de na
dar arrojóse al agua y se ahogó. Tra
temos de dar la sensación de belleza
que de sí sugieren las leyes morales;
mostremos las armonías de la vida in
dividual y colectiva; insistamos en los
principios morales sin los cuales nues
tras instituciones son máquinas sin mo
tor; cantemos a la victoria del hombre
sobre la materia y sobre sí mismo; ele
vemos un culto al esfuerzo de la volun
tad soberana y vencedora; despertemos
el decoro, el aprecio de si mismo y el
sentimiento de la responsabilidad, y
enseñemos, con perseverancia, esa bella
filosofía del optimismo, que es compa
ñera inseparable de todo lo que flota
como ideal, belleza, risa, amor, entu
siasmo, esperanza y deseo, sobre el es
tercolero de la vida,—que es abono ex
celente para que sobre él nazcan, colo
sales y policromas, las flores del en
sueño! ...
Ernesto León O’dena
Letras
151
OSCAR WILDE
El pasado no tiene importancia. El presente tampoco. El
porvenir sí. Porque el pasado os lo que el hombre no de
bió de haber sido, el presente es lo que no debe ser y el
porvenir es lo que los artistas son. — O. W.
. Oscar O’Flahertie Wilis Wilde na
ció en Dúblín en 1856. A los 18 años
ganaba medalla de oro, en el Irinity
Colleye, de esa ciudad, con un ensayo
sobre poetas cómicos griegos. En 1878,
* ^ terminación de sus cursos en la
Universidad de Oxford, obtuvo el codi
ciado premio de Newdigate para poe
sía inglesa, con su primer poema Ra-
vena,
W7¡CTr liante sleeps, where Byrnn Iones to dwell.
las aulas comenzó Wilde a
señal; j con una serie de ensayos y
óiserb dones estéticas, que anunciaban
e ' advenimiento de una vigorosa y ori-
gina : personalidad en las letras ingle
sas. j nado de facultades extraordina
rias^ obtuvo numerosos éxitos con la
Publicación, en diarios y revistas, de
poemas de un clasicismo perfecto, mez
clado con lo que se llamó afectación o
decadentismo, y que no es sino «la ex
presión de ideas nuevas con palabras
( j'ie no han sonado todavía», un modo
realización de lo clásico en lo mo
derno.
La notoriedad de Wilde, en sus úl-
tnrios años de estudios en Oxford, se
extendió rápidamente fuera de las au-
,l s; sus salidas espirituales, los rasgos
1 6 su humorismo, sus gestos y pa
labras se comentaban y repetían en
tQ das partes.
Un 1881 aparecía, en Londres, su
Primer libro, Poemas; poco después se
reeditaba en Nueva York, a donde fué,
e año siguiente, a invitación de sus
admiradores yanquis. En esta última
ciudad, y en Bostón y en Filadélfia,
dió, con éxito enorme, más de doscien
tas conferencias sobre arte y estética,
al tiempo en que se aplaudía en sus
teatros, Vera, su primer drama.
Durante cuatro años, después de su
regreso de los Estados Unidos, y de su
casamiento con Miss Constancia Lloyd,
cesó la actividad intelectual del poe
ta. Ella entró en su apogeo en 1888,
iniciado con la publicación de El Prín
cipe Feliz y Otros Cuentos, historias de
hadas tras délas que se disimula ama
ble sátira de la vida social inglesa. A
ellas siguió El Crimen de Lord Sa-
vile y, en 1891, una novela, El Retra
to de Dorian Cray, apasionadamente
elogiada y censurada por la crítica;
Intenciones, colección de disertacio
nes sobre paradojas estéticas y una
tragedia en verso blanco, La Duquesa
de Parma, estrenada en Nueva York.
Al siguiente año triunfó en Londres
con una comedia ligera, El Abanico de
Lady Windermere, repetida por cien
tos de noches consecutivas. En 1893
vuelve a triunfar con otra comedia,
Una Mujer Sin Importancia, y aparece,
escrito en francés, su diabólica Salomé,
drama en un acto.
Esta Salomé fué el origen, la pri
mera causa del desastre de Oscar Wil
de. Representada en París por Sara
Bernardt, puesta en música por el
célebre compositor alemán Ricardo
Strauss, fué traducida a todos los idio
mas. Vertida al inglés por Lord Alfred
Douglas, íntimo amigo de su autor, se
152
Letras
preparaba su representación en Londres,
cuando fué prohibida por sus autorida
des (1). A raíz de nuevos éxitos con
la publicación de un poema magnifico.
La Esfinge, dedicado a Mareel Schwob
y dos nuevas comedias, El Marido
Ideal y La Importancia de Ser Grave,
intentó Wilde un proceso de difamación
contra el Marqués de Queensberry, par
de Inglaterra y padre de Alfred Dou
glas. El poderoso señor acusa a su
vez al poeta de «ultrajes a las costum
bres». Y la causa, «que empieza entre
muchas risas, acaba con mucho crujir
de dientes» condenando inquisitoria
mente al poeta a dos años de reclu
sión en la Cárcel de Reading, que se
le hicieron cumplir hasta el último día,
sin que para nada le valieran la influen
cia de sus admiradores y amigos, ni la
petición de su indulto elevada a la
reina Victoria por un grupo de poetas
y literatos franceses, entre los que
figuraron Anatole France y Mareel
Schwob.
Antes de seguir al poeta a su cal
vario en este trabajo baladí, que no
puede ser ensayo y quisiera ser noti
cia de la parte más divulgada de su
obra y de su vida, trataremos de dar
una noción rápida, naturalmente in
completa, de su personalidad literaria.
Para completarla, aparte de otros, se
ría obstáculo nuestro conocimiento de
ficiente del inglés, ya que al español
no ha sido traducido, que sepamos. Si
a pesar de esos obstáculos nos atreve
mos a ocuparnos en la obra del poeta,
es porque en él encontramos esta ex
cusa: «La apreciación en literatura es
cuestión de temperamento, no de apren
dizaje».
Fué Oscar Wilde, en Oxford, discí
pulo de Ruskin. de «ese deplorable Rus-
kin», como le llaman los futuristas, que
no le perdonan haber desarrollado en
Inglaterra el culto obsedente del pasa-
(1) Después de prohibida en Lóndres, se la prohibió
también en San Petersburgo, y, en Buenos Aires, en los
escenarios de la gran ópera, no en los del tercero y
cuarto orden, donde la destrozan los Corderos y otros
rumiantes de la dramática.
do italiano, ni su credo: «La belleza
es inseparable de la vida.» Pero la
belleza clásica y serena, no la de los
zepelines, ante la que se extasían los
futuristas, ni la de los valles, antes
agrestes, hoy «desventrados por el in
somnio febril de los ferrocarriles». En
tonces, y hasta los primeros años de
su juventud, se hizo Wilde campeón de
la doctrina de «El arte por el arte». Poco
después de publicar su Lorian Gray,
escribió un prólogo para él, en el que
afirmó que «Todo arte es absolutamen
te inútil». Más tarde en, Intenciones,
hizo la paráfrasis de esa sentencia: «El
arte no ejerce influencia sobre la ac
ción. Aniquila todo deseo de obrar.
Es soberanamente estéril».
A la cabeza de los paradojistas con
tribuyó a la liberación del arte que no
es sino la imitación de la naturaleza,
proponiendo la fórmula contraria: «La
naturaleza imita el arte». Fórmula
aceptada hoy, en la modernísima filo
sofía de Bergson, con una limitación:
El arte desdeña de grado la imitación
de la naturaleza cuando encuentra me
dios más eficaces de realización.
Dos influencias pesaron en el espíri
tu de Wilde, según propia confesión.
La de Flaubert con su teoría del im
personalismo en literatura, antídoto del
subjetivismo mórbido, pretencioso y de
clamatorio, con su abstracción del senti
mentalismo falso y decorativo y su
repugnancia por las palabras inútiles.
Y la del malogrado gran poeta Keats,
que con Wordsworth y Byron arranca
ron a la poesía inglesa del arenoso
desierto de la retórica en que yacía,
para dotarla de sensibilidad, de sen
cillez y de pasión. (1)
Wilde, como Keats, «que redescubrió
el deleite y el encanto que se anidan
en los diccionarios», tuvo el refinado
instinto de las palabras, que son cua
dros e ideas por sí mismas y que tan
alto poder prestan a la expresión poé
tica. En su poesia se encuentra, a ra-
(1) Essays on English Poets, 1888. James Russell
Lowel.
Letras
153
tos, falta de una claridad que Remy
de Gourmont no considera esencia! en
■ella porque e,s, dice, liasta peligroso para
un poeta ser tan claro que deje ver el
fundo de su pensamiento, generalmen
te pobre. Pero, si hay a veces obs
curidad premeditada en Wilde, la
misma obscuridad que, consciente o in
consciente en Mallarmé, hallaba deli
ciosa el citado Gourmont, son, sin ella
y apesar de ella, realmente deliciosos
el ritmo, la gracia, la armonía de su
verso y admirable la sabia estructura y
Ja riqueza sorprendente de su prosa.
liemos citado a Byron, de quién di
jera Wilde, en De Pro fundis: «Fué
una figura simbólica, pero en relación
con la pasión y la lasitud de su épo
ca; la mía, con mi tiempo, fué mas
noble y permanente, de un alcance y
de una importancia mayores. Yo estu
ve en relación simbólica con el arte
y la cultura de mi época, y, compren
diéndolo así en los albores de mi edad
adulta, forcé a los demás a compren
derlo. Con Byron fué diferente, su
situación en la literatura no la defi
nió él, la definieron, como regularmen
te la definen, el historiador o el crí
tico mucho después que el hombre y
su tiempo desaparecen ».
Hay en la historia de estos dos
grandes poetas pasmosas analogías. De
Byron, cuyo reinado terminó con el
gusto de una época, sin que su gloria
se haya visto disminuida. De AVilde, sur
gido con el gusto de otra y cuya
glorificación, lenta y serena venganza
de la imaginación sobre la materia,
ha empezado a realizarse.
A los 19 años Byron publicaba la
colección de sus primeros poemas, llo
ras de Ocio, con menos suerte que Wilde,
porque fueron mal acogidos por la
crítica sañuda. Un año después con
testa a sus críticos con su famosa sá
tira, en verso, Dardos Ingleses y Crí
ticos Escoceses. A los 21 años apare
cen los dos primeros cantos de Childe
Harold y «una mañana se levantó cé
lebre»». Su celebridad, dice su biógrafo,
el poeta Moore, no recorrió las etapas
ordinarias, se levantó de repente, como
levantan las hadas sus palacios, en
una noche. Los primeros nombres de
la época se hicieron inscribir a sus
puertas; entre ellos muchos de los peor
tratados en su sátira y cuyo resenti
miento había cedido a la admiración.
De la mañana a la noche recibía
los testimonios más halagadores, desde
el grave homenaje del hombre de es
tado y del filósofo hasta la perfumada
carta de alguna romántica desconocida,
a la que, naturalmente, era más sen
sible, como a las premiosas invitaciones
de las bellas árbitras de la elegancia
y del buen tono. Londres, que pocas
semanas antes era un desierto para
él, se pobló de sus admiradores y, ro
deado de ilustre muchedumbre, se en
contró objeto de sus más solícitas aten
ciones.
Crece el entusiasmo y la fervorosa
admiración por el poeta, «revoluciona
rio en la literatura, al tiempo en que
Napoleón lo era del arte de la guerra
y de la política», con Giaour, La No
via de A bi/dos, El Corsario y Lara (1).
A los 26 años contrajo matrimonio
el poeta con la fatal Miss Milbanke.
Un ano más tarde, después de haberle
dado una hija, su esposa le abandona
para volver con sus padres, y se ini
cia el veloz derrumbamiento de su
vida, huracán de gloria y de pasiones.
(ion las frases que traducimos a
continuación, y que sin variar un ápi
ce pudieran aplicarse al caso de Wilde,
juzga Moore del resonante escándalo
provocado por los ingleses, cuando la
ruptura del matrimonio de Byron, que
al fin y al cabo no se había casado
con todos ellos sino con Miss Milbanke.
«Para vergüenza de Inglaterra y de
la sociedad, se elevó de todas partes
contra Byron un alarido de indigna
ción, del que jamás hubo ejemplo. To-
(1) Los Ultimos cantos de Childe Harolde, Don Juan
Cuín, Sardanápalo y Manfredo, aparecieron entre los
murió 1818 ’ " n qae al,a " d0110 la P at ria y 1824 en que
154
Letras^
do lo que en loas y prestigios se le
diera cuatro años antes, cedió en pocas
semanas al torrente de la maledicencia.
A los que, en conciencia, se creían
obligados a reprobar los males, acogi
dos sin curarse de reclamar las prue
bas, se unió la numerosa clase de las
gentes que imaginan encontrar en la
violencia de sus invectivas un coefi
ciente para sus virtudes. Hubo también
la de los envidiosbs, que vengaban
sobre el hombre los éxitos del poeta.
«Artículos de diario, panfletos, ca
ricaturas, todo fué utilizado para hacer
odiosos su carácter y su persona. En
verso y en prosa se le mandó a los
infiernos. Sus poemas no eran sino
cánticos de impiedad; su carrera una
urdimbre de crímenes y de crápula.
Y hasta hubo quién de él dijera: Ho
rror de los prudentes, admiración de
los imbéciles, las gentes de bien de
ploran su existencia, las Musas le re
niegan». (1).
Hemos oído a Moore, amigo y con
temporáneo de Lord Byron. oigamos
ahora a Loid Macaulay en el mismo
asunto, años después de la muerte del
poeta.
Hay raros ejemplos en la historia—
dice el historiador inglés, sereno, im
parcial y lapidario — de una tan re
pentina elevación a tan vertiginosa
altura. En 24 horas se alzó al más
alto pináculo de la fama literaria, con
Walter Scott, Wordsworth y Southey, (2)
por encima de una muchedumbre de
distinguidos escritores. Todo lo que
sirve para estimular y satisfacer las
más fuertes inclinaciones de nuestra
naturaleza, la consideración de cien
salones, las aclamaciones unánimes de
la nación, el aplauso de los hombres
aplaudidos, el amor de las mujeres
amadas, todo este mundo y su gloria
fueron tributados a una juventud, a la
que la naturaleza dió pasiones violen
tas y no le dió la educación el medio
(1) Memorias de Lord Byron, por Tilomas Moore.
(2) Roberto Southey, 1744-1843, poeta laureado, autor
de un ignorado poema, La Leyenda de.l Parayuay.
de refrenarlas. Byron vivió como viven
muchas gentes sin tener las excusas
(pie él tuvo para justificar sus faltas.
Empeñados en amarle, hombres y mu
jeres. no quisieron ver en sus excesos
sino los Humarazos de aquella imagi
nación de fuego que iluminara su poe
sía. Atacó a la religión, y en los cír
culos religiosos se citaba su nombre
con amable indulgencia; hirió con sus
sátiras al monarca, y los tories no se
volvieron contra él. Todo se olvidó
ante el rango, el genio y la juventud.
Entonces vino la reacción. Y al que
fué amado con irracional idolatria.se
le persiguió con irracional violencia.
Mucho se ha escrito de las causas
que destruyeron el hogar del poeta y
determinaron la fatalidad de su vida.
Lo único positivo, conocido por el pú
blico, fué que, tras una querella ínti
ma, Lady Byron abandonó a su espo
so; que se negó a oir toda propuesta
conciliatoria y resistió constantemente
hacer conocer los motivos de su reso
lución. Interrogado Byron sobre ellas,
dijo alguna vez: «Eran demasiado sim
ples para ser adivinados».
¿Había en todo esto algo que justi
ficase el ludibrio popular y sus anate
mas?
No, la verdadera causa la halló Ma
caulay en la moralidad inglesa, que
en uno de sus paroxismos de virtud
furiosa, de la que más adelante volve
remos a ocuparnos, exigía la inmola
ción de una victima expiatoria. Byron
fué culpable de un sólo delito, pero
delito merecedor de las más severas
penas: alabado sin mesura, excitó in
tereses apasionados y despertó entu
siasmos excesivos, y el vulgo, con su ha
bitual justicia, castigó en él su propias
locuras. Escarnecido por los que se
disputaban el alto favor de. sus son
risas, excluido de los círculos que men
digaban el honor de su presencia, el
infeliz poeta se alejó de la patria pa
ra siempre, perseguido por los clamo
res de la injuria a través de mares y
montañas, en su viaje hacia la muerte
Listras
155
que le esperaba en Missolonghi, y que
no debía permitir, respetando su deseo,
que una corona de laureles ciñera
su frente ultrajada por el tiempo:
What are. garlandu and crotcns to the braw that is
wnrikledí
Byron y Wilde tuvieron en su tra
gedia, como en La Orestiada, su coro
de euménides furibundas reclamando una
víctima a los dioses. Y vivieron los
últimos anos de su vida bajo la advo
cación de Nuestra Señora de las Tris
tezas, la de los Suspiria de Pro fundís.
De la que divaga noche y día y gime
invocando los rostros desaparecidos, via
ja en alas del viento cuando oye el
sollozo de las letanías y se desliza
dentro de los aposentos de los hom
bres, de las mujeres y de los niños
que no duermen. De la que nunca se
aparta del paria y del esclavo; de la
mujer sentada entre tinieblas, sin un
amor que la aliente, sin una esperan
za que ilumine su soledad; de todo cau
tivo en su prisión; de los que fueron
traicionados, de los rechazados y pros
criptos y de los hijos desgraciados por
herencia.
¡Ay de los que viven y mueren ba
jo la funesta advocación de esa Mater
Tenébrarum, madre también de las de
mencias, consejera de los suicidios, que
no sufre que una mujer con su ternu
ra vaya a sentarse por la noche junto
al lecho de todos los vencidos; que
expulsa las debilidades de la esperan
za, seca los bálsamos del amor y abra
sa la fuente de las lágrimas!
Hemos visto que existen, más que
analogías, identidades en la vida de
los dos grandes poetas. Pero hay en la
de Wilde mayor suma de dolor y de in
fortunio, tanta, que a su recuerdo aso
ma al labio aquella conmovedora in
vocación a la piedad, que el «maestro
deli’ ira e del sorriso» puso en boca
de Ugolino:
lien sei crudel se tu giá non ti duoli.
Pensando ció che’l mío cor s’annunziaba:
E se non piangi, di che pianger suoltí
La muerte de Byron fué gloriosa,
miserable la de Wilde. Byron no vol
vió a ver a su esposa ni a su hija, pe
ro ellas le sobrevivieron. Wilde perdió
madre y esposa mientras cumplía su
condena en el presidio, y sus hijos desa
parecieron tras de los muros de un con
vento, porque les faltó valor para es
perar la rehabilitación de su nombre.
Así, la condena que mató a Oscar
Wilde. aniquiló a su estirpe y a su
prole. Pero su nombre, que a la salida
de la cárcel arrojara de sí como a
cosa de ignominia para morir bajo el
supuesto de Sebastián Melmoth, es ya
timbre de honor para las letras in
glesas.
En París, en el cementerio del Pére
Lachaise, donde se alza un monumento
a su memoria, descansa este ruiseñor in
glés. En París, donde también lanzara
sus últimos gorgeos otro gran escarneci
do: aquel ruiseñor alemán que hiciera
nido en la peluca de Voltaire.
II
Dejamos hecha la enumeración délas
obras que escribiera Oscar Wilde an
tes de su ingreso a la Cárcel de Rea-
ding. Durante su permanencia en ella
sólo escribió De Profundis, publicada
cinco años después de su muerte, cu
yas ediciones, inglesas solamente, pues
ha sido traducida en varios idiomas,
pasan de setenta a esta fecha. Después
de su liberación apareció su maravi
lloso poema, La Balada de la Cárcel de
Reading, que suscribió con su cifra de
forzado, 0. 3. 3.
No sabemos que fuera de un pequeño
poema, El Arlista, Saloméy algún cuento,
exista nada de Wilde vertido al español.
Tampoco sabemos si, aparte de Rubén
Darío, en crónica ligera, que nos pre
ponemos comentar, quizás Gómez Ca
rrillo, que fué su amigo, y alguna cita
de su nombre, hecha al pasar, que ha
llamos en Blanco Fombona, Alfonso
Reyes y García Calderón, algún escri
tor sud americano se ocupó de Wil
de, como no fuera para mencionar su
proceso.
Copiamos la traducción de El Artis-
156
Letra»
ta, debida al eximio poeta colombiano,
Guillermo Valencia:
Ardió en su alma una noche el deseo vehemente
De modelar tu imágen: Placer que solamente
Por un instante duras. Y fuese por el mundo
A conseguir el bronce para sus esculturas.
Y era el bronce la única obsesión de su mente.
Mas en el mundo había desaparecido el bronce.
Y en la extensión del mundo se erguía únicamente
El bronce de una estátua: la del Dolor
Que dura eternamente.
Esa estátua, obra suya, púsola con sus manos,
En tiempos ya lejanos,
Sobre la tumba del único ser que adoró en vida.
En la tumba desierta de la criatura muerta,
Que amara con pasión enloquecida,
Levantó la figura dolorida,
Como alma de su alma, como eternal señal
Del amor de los hombres, que perdura,
Y como vivo símbolo del Dolor que siempre dura.
Y en la extensión del mundo,
No había ya más bronce que el de aquella escultura.
A rruncóla el artista del sarcófago, y luego,
Sobre la enorme boca de un horno incandescente,
Vióla fundirse al ósculo abrasador del fuego;
Y con el bronce mudo del Dolor que siempre dura,
Modeló de una estátua la figura, la del Placer,
Que sólo dura un instante.
He aquí otro poemita en prosa, La
Sala del Juicio. En éste, como en el
anterior, como en todos los suyos de
igual género, Wilde, inspirado sin duda
en Los Pequeños Poemas de Baude-
liare, puso de relieve, como su modelo,
al que admiraba, «un lado precioso, de
licado y raro de su talento, reclamado
por ese arte exquisito en el que cada
palabra, antes de ocupar su sitio, de
be pesarse en la más sensible de las
balanzas; arte que hace entrar en las
posibilidades del estilo series de co
sas, de sensaciones y de efectos inno
minados por Adan» (1).
En la Sala del Juicio Final se hizo un gran silen
cio, y el Hombre, desnudo, compareció ante Dios.
Dios abrió el Libro de la Vida. Y dijo al Hombre:
— Tu vida fuó mala. Fuiste cruel para con los que
reclamaron tu socorro, y agrio y duro de corazón pa
ra los que necesitaron de tu auxilio. Los pobres cla
maban hacia ti y no los escuchaste, y tus oídos se ce
rraron al clamor de mis afligidos. Te apoderaste de la
herencia de los huérfanos y soltaste raposas a los
viñedos de tu vecino. Arrebataste el pan a los peque
ños para dar de comer a tus perros; arrancaste al le
proso de la paz de su retiro para arrastrarlo por las
calles, y sobre la misma tierra de que te formé, derra
maste sangre de inocentes.—
El Hombre dijo — Es verdad, eso hice.—
Dios abrió otra vez el Libro de la Vida. Y dijo al
Hombre:
— Tu vida fué mala. La Belleza que yo puse en to
das partes fuó objeto de tus investigaciones, pero el
(1) Ch. Baudelaire, por Th. Gautier.
Bien, que dejé oculto, no mereció tu solicitud. En los
muros de tu alcoba había imágenes, y del lecho de tus
abominaciones te levantabas al son de las flautas. Y
elevaste siete altares a los Siete Pecados que condené:
comiste de lo que no debías, y sobre la púrpura de tus
vestiduras hiciste bordar los tres signos de la Vergüen
za. Tus ídolos no oran de oro que dura, ni de plata,
eran do carne, que perece. Derramaste perfumes sobre
sus cabellos y sus manos maceraste con aromas. Con
antimonio pintaste sus párpados y con mirra ungiste
sus cuerpos. Al Sol mostraste tu vergüenza y a la Lu
na tu locura.
Y el Hombre dijo.—Es verdad, eso hice.—
Por tercera vez Dios abrió el Libro de la Vida. Y di
jo al hombre:
—Tu vida fué mala. Pagaste el bien con el mal, el
beneficio con ei daño. Despreciaste los senos que te
amamantaron y heriste las manos que te dieron ali
mento. Volvieron sedientos los que vinieron hacia ti
con agua y a los proscriptos que por la noche te ocul
taron en sus tiendas, los traicionaste antes de llegar la
aurora. Al enemigo misericordioso le tendiste tu celada
y por treinta dineros vendiste al amigo. Y en cambio
del amor que te trajeron, tu diste el Deseo.
Y el Hombre respondió.—Es verdad, todo eso hice.—
Dios cerró entónces el Libro de la Vida, y dijo:
—Seguramente te enviaré al infierno. Oh, sí, al infier
no te enviaré!
Y el Hombre exclamó:—Señor, no puedes!
Y Dios dijo al Hombre;—Porque no podré enviarte yo
al Infierno?
—Porque en el Infierno he vivido siempre — el Hom^
bre respondió.
Y en la Sala del Juicio Final se hizo un gran si
lencio. ...
No tenemos a la vista la versión es
pañola de Salomé, y desconocemos el
nombre del que la hiciera. De su tra
ducción al italiano traducimos, a nues
tra vez, alguna de sus partes, en la
esperanza de dar, a pesar de sus im
perfecciones, una noción de las bellezas
del original.
Salomé, la satánica princesa de los
cabellos azules, «pálida como el reflejo
de una rosa blanca sobre la luna de
espejo argénteo», es hija de Herodia-
des, esposa adúltera e incestuosa de
Herodes Antipas, tetrarca de Judea.
San Juan Bautista, Jokanaan, es prisio
nero del tetrarca. Herodes arde en
amor culpable por su hijastra Salo
mé. Salomé, a la vista de Jokanaan, a
quién hace sacar, para conocerle, de
la cisterna en que yace, se enamora
de él. Con palabras en las que vibra
toda la gama de una pasión de fuego,
la princesa pide su amor al profeta.
La princesa implora la piedad de un
beso:
—¡Déjame besar tu boca Jokanaan,
tu boca, cinta escarlata sobre torre
ebúrnea, tu boca más roja que las flo
res del granado abiertas al sol de Ti
ro, más pura que los granates que se
Letras
157
arrancan para el rey de los antros de
Moab! Nada en el mundo es rojo como
tu boca! ¡Oh, tus labios... quiero besar
tus labios Jokanaan!
Y el profeta:
—¡Jamás, prole de adulterio! Hija de
Babilonia, hija de Sodoma, jamás!—
Pero la princesa no oye. Fijos sus
ojos ardientes en los labios del pro
feta, murmura, como en delirio, avan
zando hacia él:
— ¡Sí, déjame besar tu boca... tu
boca Jokanaan... quiero besar tus la
bios... voy a besarlos, Jokanaan! ¡Sí,
los besaré, los besaré Jokanaan!
Un capitán de los guardias del tetrar-
ca, el sirio Narraboth, enamorado de Sa
lomé, que presencia la escena, al verla
avanzar, como magnetizada, hacia San
Juan, avanza a su vez, y ya cerca de
ellos se clava un puñal en el pecho, y
cae poniendo entre la princesa y el
profeta la sangrienta barrera de su
cuerpo.
El profeta huye a su cisterna.
Y viene el pavoroso desenlace.
De la sala del festín surgen Hero-
des, Herodiades y su corte. Ya en la
ancha y elevada terraza del palacio,
aulétridas y citaristas hacen oir los
primeros acordes de una danza. La
voz del profeta se levanta de la cis
terna:
— ¡Ay de la impúdica que prodiga
sus besos! ¡ Ay de la hija de Bibi-
lonia! —
Salomé va a danzar la Danza de los
Siete Velos. Para que ella baile para
él, sólo para él, el tetrarca le ha ofre
cido sus riquezas inmensas, la mitad
de su reino, su reino, ¡todo! Salomé só
lo quiere una cosa. El tetrarca se la
concederá: lo ha jurado por la vida,
por la espada, por los dioses.
La princesa ha danzado.— Ven mi
dulce, mi bella, mi etérea Salomé, ven
que pueda ofrecerte recompensa des
lumbrante, ¡(resente real. Di ¿que quie
res?—
—Yo quiero, sobre una fuente de plata
la cabeza de Jokanaan.—
El tetrarca horrorizado, todo lo ofre
ce, pero, no, eso no, ¡no puede ser! Sa
lomé canta su retornelo:—Lo juraste,
tetrarca, quiero la cabeza de Joka
naan.—El verdugo baja a la cisterna.
Salome, inclinada sobre ella, vigila. Se
oy6 el rumor de un cuerpo que cae.
A poco, surge de la cisterna un brazo
negro que sostiene una fuente de pla
ta, en cuyo centro se yergue una ca
beza lívida. Salomé la toma entre sus
manos. Herodes se cubre el rostro con
su peplo. Herodiades sonríe y se aba
nica. Los nazarenos retroceden aterro
rizados, se agrupan en un ángulo de
la terraza, y con los ojos fijos en el
cielo murmuran plegaria fervorosa.
Oid a la princesa de los cabellos
azules, «pálida como el reflejo de una
rosa blanca sobre la luna de argénteo
espejo»:
—¡Ah, tu no querías que te besase la
boca, Jokanaan! Y bien, ya puedo be
sarla. .. y besarla! Quiero morderla
con los dientes... y la morderé, sí, la
morderé como muerden las abejas a
las flores. Sí, ahora te besaré la boca,
Jokanaan! Yo te lo decía... te lo de
cía. .. di, ¿no es verdad? Y ahora te
la beso, al fin, oh, al fin te la beso!
¿Porqué ya no puedes mirarme, Joka
naan? Tus ojos tan crueles, cargados
de ira y de desprecio, están cerrados, in
móviles. ¿Porqué están cerrados, porque
ya no me miran? ¿Tienes miedo de mí,
Jokanaan? Di, ¿por qué no quieres
mirarme? .. .Y tu lengua? .. .también
está inmóvil, Jokanaan; la roja sierpe-
cilla que vomitó su veneno sobre mí!
Es extraño ¿verdad? ¿Cómo es que ya
no vibra la roja sierpecilla? Tú me
trataste como a cortesana impura, a
mí, a Salomé, hija de Herodiades, prin
cesa de Judeaü Y ves? yo vivo, y tu
estás muerto! Tu cabeza es mía...
mía... ¡Hiedo hacer de ella lo que
quiera, tirarla a los perros y lo que
ellos dejen arrojarlo a los pájaros del
aire! .... ¡Oh, Jokanaan, Jokanaan, y
eras tan hermoso!. Tu cuerpo fué dó-
158
Letras
rica estatua erguida sobre un arco
de triunfo; parecía un jardín cubierto
de palomas y de lirios en flor! Nada
en el mundo fué blanco como él; nada
en el mundo fué negro como tus cabe
llos; nada fué en el universo tan rojo
como roja fué tu boca. Tu voz era un
incensario que esparcía raros perfu
mes, y cuando te miraba, una música
extraña resonaba en mis oidos. Pero
¡ay! ¿porqué... porqué ni siquiera me
miraste Jokanaan? Cubrías con una ven
da tus ojos fijos, tu ojos absortos que
no miraban sino a Dios... Y tú viste
a tu Dios, Jokanaan, pero a mi, a mi
no... no... a mi no me viste!...
Si me hubieras visto, Jokanaan, me
hubieras amado! Tengo sed de tus be
sos, hambre de tu carne. .. y esta sed
y este hambre ni el vino ni las fru
tas jamás los saciarán. ¿Que haré yo
sin tí, Jokanaan? Ni las brisas, ni las
ondas del lago podrán extinguir el in
cendio de mi corazón. Oh! ¿por que no
me miraste.... una vez. ...sólo una
vez?... Si me hubieras, mirado me
hubieras amado... yo se que me hu
bieras amado, porque el misterio del
amor es más grande que el misterio
de la muerte!
Sqlomé ha besado su beso mostruo-
so en la boca de la cabeza ensangren
tada. Con los ojos fijados en ella, per
manece inmóvil un instante, después,
lentamente, la deposita en tierra y se
tiende a su lado.
Se oye la voz de Herodes. Dice a
Herodiades en voz baja:
— Es monstruosa tu hija. Inefable
mente monstruosa! Herodiades, van a
llover maldiciones! Escondámonos! Ya
empiezo a temblar!—
Una densa nube negra cubre a la
luna. La terraza queda envuelta en
profunda obscuridad. De ella surge la
voz de Salomé, como extenuada:
¡Ah, te he besado la boca Jokanaan!
¿Pero que es el sabor acre que siento
en los labios? ¿Es el sabor de la san
gre? No, es el sabor del amor! Dicen
que es acre el sabor del amor. Pe
ro que me importa del sabor? Te he
besado la boca Jokanaan.... Joka
naan, te he besado la boca!...
La densa nube que velaba la luna,
se rasga. Un rayo de luz pálida ilumi
na a Salomé, que yace por tierra in
clinada, anhelante, sobre la cabeza del
profeta. Herodes la descubre, la seña
la a los soldados, y con voz sorda,
manda:
¡Aplastad a ese monstruo!
Los soldados se precipitan sobre ella y
la sepultan bajo el hierro de su escudos.
*
* *
¿Recordáis Le Dcrnier jour d’ un
Condamné, de Víctor Hugo? Es el poe
ma en verso de Oscar Wilde, La Ba
lada de la Cárcel de lieading, siendo esta
honda, más dolorosa, más conmovedora
que la prosa de Hugo. ¿Es mucho de
cir? Pero de la poesía no se cuenta,
se siente...
Wilde fué el protagonista de su
poema hasta el epílogo del drama:
«El hombre había muerto a lo que
amaba, por eso debía morir, y aunque
los hombres siempre matan lo que
aman, no todos deben morir por eso ».
Su protagonista murió ahorcado, y a
Wilde lo extranguló la vergüenza.
En el deseo de dar somera idea de
la estructura, de este poema, que tra
dujo Henry Davray para el Mercure
de Francia, el poeta brasileño Elisio
de Carvalho, al portugués y al que
llamó Rubén Darío maravilloso, hemos
vertido al español sus siete primeras
estrofas, que damos con las originales
y sus versiones al francés y portu
gués (1).
Digamos antes que es bien sensible
para los amantes de la belleza, que
por ser exótica permanece ignorada
en nuestra América, que no tengan hoy
en ella, sino raro imitador, poetas emi
nentes como Montes de Oca y Oaro,
traductores de Teócrito y Virgilio, y
como Calcaño y Pérez Bonalde, que
divulgaron entre nosotros a Byron,
(1) La Balada consta de 109 estrofas.
Letras
159
Worsdworth, Shelley, Uhland, Heine, fuentes perennes
Poe y otros poetas de Italia y Francia, ino.
He did not wear his'scai-let cout,
For blood and wiue are red,
And blood and wino were on his
[hfuids
Wbon they found hlm with
[the deud,
The poor dead woman whom he
[loved,
And mnrdured in her bod.
II n’avait plus sa tu-
nií| ue éearlate, car le
sang et le vin s.ont rou
ges, et sur ses inains il
y avait du sang et dn
vin quand on le trouva
avec la niorte, la pau-
vre feinrae niorte qu’ll
aimait, et qu'ilavait ttiée
dans son lit.
He walked amongst the Tidal
[Men
In a suit, of shabby gray;
A cricket cap was on bis head.
And his stop seemed light and
[gay;
But I never saw a man wbo
[looked
So wistfully at the day.
II allait panul les pré-
venus, en un costume
d’un gris rapé; sur sa
téte une casquette de
cricket, son pas sem-
blait lèger et ga¡; mais
jamais je no vis un horn
illo regarder si intensé-
ment le jour.
I never saw a man who looked
With sucli a wistful eye
Upon that little tent of blue
Whicli prlsoners cali tho sky.
And at every drifting cloud that
[went
With sails of silver by.
Jamais je ne vis un
homme regarder avec
un ooil aussi intense cet-
te petite tente de bleu
que les prisonniersappe-
llent le ciol, et chaqué
nuage qui vaguait et
passait avec une voilu-
re d'argent.
I walked wjth other souls in
[pain,
Within another ring,
And was wondering íf the man
[had done
A great or little thing,
When a voice bqhiiul me wliis-
(pered low,
1 That fdlow's got to swing.'
.Titiláis avec d’autres
ames en peine, dans un
autre préau, et je me
domandais si cet hom
me avait comtnis beau-
coup oupeu, quand une
voix derrito- moi murmu
ra tout bas: celui-ld se
ra pendil.
Dear Christl the very piisou
[walls
Suddenly Beemed to reel,
And the sky above my head
[became
Like a casque of scorching
[Steel;
And, though I was a soul lin
[pain,
My pain I could not feel.
1 only knew what hunted tho-
[ught
Quickened his step, and why
He looked upon tile garisli day
With such a wistful eye;
The man had killod the thing
[he loved,
And so he had to die.
Ahí Christl Les murs
mémes de la pijson sou-
dainement sembléreiit
chanceler, et, le riel au-
dessus de ma tete devint
comino un casque d'a-
cier cuisqnt; et, bien
qu’aussi je fusse uno
ame en peine, ma peine,
je ue pouvais la sentir.
Je sus seulement que-
lle pensée pourchassée
hátait son pas, et pour-
quoi il regardáit la fas-
tidieuse clarté du jour
d’mi oeil aussi intense;
l'homme avait tué oe
qu’il aimait: et pour ce
la il devait mourir.
Yet cach man bilis the thing he
[loves,
By each let, this be heard,
Some do it with a hitter look,
Some with a llattering word,
The coward does it with a kiss,
The brave man with a swordi
Pourtant chaqué hom
me tue ce qu’il aime, et
que chacen le sache: les
uiis le font avec un re-
gard de haine, d'autres
avec des paroles caros-
santes, le lache avec un
baiser, l’homme brave
avec une épéel
Elle mío trajava mais
o seu bollo uniforme
vermelho, porque o san
gue o o vinho tambmn
são vermelhos... 15 san
gue e vinho lhe tingiam
as mãos, quando o en
contraram junto da Mor
ta, a pobre Mulher mor
ta, su’Amante, que elle
assassinãra no proprio
leito.
Vestido com uma rou
pa cinzenta, velha, mui
to velha, já no fio, e ten
do a cabeça um gorro
de jogar crciket< ca i-
nhava entre outros De-
tentos. 0 seu andar pa
recia ligeiro e satisfei
to. No emtanto, nunca
vi pesoa alguma olhar
tão intensamente para
a luz do Dia. como elle
olhava.
Nunoa, nunoa vi pes
soa alguna contemplar
com tão intenso olhar
essa pequena Tenda
Azul, que os Prisionei
ros chamam Céo, e ca
da nuvem que além vo
gava, semelhante a uma
formosa barquinha de
velas de prata desfral
dadas.
Eu o via, do páteo
contiguo, onde mo acha
va com outros Desven
turados. Estava a ima
ginar que crime teria
oommettido esse infeliz,
quando uma voz, por
traz de mim, murmurou
baixinho: Aquelle vai
se.r enforcado/»
Que horror, Santo
Deus!.. ‘ As paredes da
Prisão estremeceram de
súbito, a meus olhos, e
o Firmamento tornou-se
qual Ígneo capacete de
de aço... E, comquanto
minh'Alma estivesse ¡in
mersa em profundo Pe-
zur, tal foi a ininhaAii-
gustia, que, naquel e
instante, ella nada sentiu.
Comprehendi, então
que negro Pensamento
incessantemente o per
seguia, fazendo-o apres
sai- o passo, e porque
era que elle contempla
va com olhar tão inten
so a fastidiosa claridade
do Dia: o Desgraçado
assassinãra a Mal h o r
amada, e, por isso, devia
de morrer também!
No emtanto, todo o
mundo mata o que ama
... Alguns (Que ninguém
deixe de sabel-ol...) o
fazem com tin olhar de
odio; outros, por meio
de palavras carinhosas,
o covarde, com beijos;
o homem corajoso, em
punhando una armai...
purísimo li ris-
Ya no vestía su casaca
roja, que oh cl color dei
vino y de la sangre; y èn
sus manos había sangre
y vino, cuando le halla
ron de la muerte al lado.
La pobre mujer muerta
a la que amaba, y a la
que ciego asesinó en su
locho.
Entre otros penados
caminaba, vestido con
raído trajo gris; gorro
de Cricket cubría su ca
beza, y alegre y vivo
parecía su andar; pero
nunca vi un hombre que
mirase, con tanto anhelo
hacia la luz del sol.
Nunca había visto un
hombro que mirase, con
mirar tan extraño y tan
ansioso, hacia ese peda-
oito azul de techo, al
que llaman los presos
firmamento, y hacia las
nubes rápidas que pa
san, con sus blancos ve
lámenes de plata.
Yo y otras almas, cual
la mía, en pena, girába
mos en círculo distinto,
e iba pensando si lo que
hizo el hombre, fuá cosa
grande o fué cosa pe
queña, cuando alguien,
tras de mi, dijo en voz
baja: Sabéis? Dicen que
ese hombre será ahor
cado!
Oh, mi Jesás! los mu
ros de la cárcel, creí
ver que se hundían de
repente, que el cielo des
cendió íiasta mi cabeza,
para oprimirla como en
ígneo casco, y por más
que yo fuera un alma en
pena, de mi pena perdí
íiasta la noción.
Y supe entonces qué
angustiosa idea, su paso
aligeraba y el porqué, de
su mirar extraño y anhe
lante, y tan intenso ha
cia la luz del sol; el
hombre había matado lo
que amaba, y era por
eso que debía morir.
Los hombres matan
siempre lo que aman,
que todos oigan esto que
aquí digo: matan algu
nos al mirar con odio,
otros con la dulzura de
un halago, matan con
un beso los cobardes, y
los valientes matan a
puñal!
160
Letras
En la literatura contemporánea no co
nocemos prosa de arte más honda, más
emocionante y sincera que la de De
Profanáis, la obra postuma de Oscar
Wilde, que operó el milagro de redi
mir de la infamia su nombre y su me
moria. No fueron, pues, sus hijos, ni
las purificaciones de una piedad esté
ril, como quería Rubén Darío.
Libro escrito con lágrimas, in caree-
re et in vinculi, en cada una de una
de sus páginas solloza el dolor sin es
peranza, Dolor que fué nacido de una
sensibilidad exagerada, mórbida, y ge
neró en el corazón del artista, con el
horror de la vida, la terrible impresión
de una soledad perpétua. Dolor que en
él fué tedio, pero tedio voluptuoso, go
ce sensual de aniquilamiento, dolor que
no siente ni comprende la multitud y
que es atributo de los desgraciados
sublimes, cuyas frentes rozó el ala del
ángel fatídico del Genio.
Él poeta luchó contra el Dolor, fijó
sus ojos en Jesús para buscar fuerzas
y consuelo en la historia de su idilio
de amor con la Humanidad, y para
hablar de El como nadie había habla
do todavía. Quiso vivir, vivir todavía,
pero no pudo, fué vencido, y una fría
mañana de Noviembre, en París.. .
III
Hay en Peregrinaciones, de Rubén
Darío, un capítulo, crónica en su tiem
po que anunciaba a América, desde
París, la muerte de Oscar Wilde, ese
raro del talento y de la vida, para el
que no esculpiera una hornacina en el
templo suntuoso de sus liaros.
Comienza aquel capítulo, Las Puri
ficaciones de la Piedad, con un cuento
de Tolstoi, recordado ante el cadáver
de Wilde, que se halló, una fría ma
ñana de Noviembre, en la triste habi
tación de un apartado hotel:
Había una vez, en una calle, un pe
rro muerto. Los transeuntes se detenían
a contemplarlo. Dijo uno que era sarno
so, y que muy bien estaba que hubiese
reventado. Otros, que apestaba, que era
cosa infecta que debiera llevarse pronto
a un muladar. Uno, uno solo, sin duda
Jesús de Nazareth, observó que entre
aquella podredumbre brillaban dientes
«más blancos que las más finas perlas».
Y sigue la prosa de Rubén: «Un
hombre acaba de morir, un verdadero
y gran poeta que pasó los últimos años
de su existencia en el dolor y en la
afrenta, y que ha querido irse del mun
do a las puertas de la miseria».
De desear hubiera sido ver en Ru
bén, para Wilde, al Cristo del cuento
de Tolstoi. Peco no quiso conformarse
con admirar y hacer admirar, al través
de su verbo prestigioso, el oriente in
comparable de las perlas, la balada y
los poemas, que coronan la obra del
gran poeta inglés. No habló de ellas
sino para fundar amargas filosofías
al recuerdo de sus pecados, y al de la
difamación que envenenó su vida y si
gue envenenando su memoria.
Hay, a lo largo de aquel citado ca
pítulo, o crónica, cierta dureza de ex
presión, cierto sabor de moralidad aus
tera, algo de rigidez católica, en fin,
apenas concebible en el pagano que es
Rubén. En él, (pie ayer no más respon-
saba sobre la carroña sagrada de Ver-
laine, Sócrates, hay quién dice, que
también tuvo su Alcibiades en Rim-
baud. En él, a quién vimos afirmando
la divinidad de Sade. para llamar divi
no, en soneto escultural, a ese gran
pecador que fué el marqués de Bradomín.
De su religiosismo, un tanto diso
nante, dijo ya Blanco Fombona, en sus
Letrados de América: «¿Será un tribu
to efímero a la moda? ¿Será snobismo
o será que el arado del tiempo ha sur
cado su alma como su rostro? Que sea
debido su deísmo a la acción de los
años y a los miedos pueriles de ultra
tumba, es quizás lo más cierto. Ya
Darío no es más joven. La nieve de
los años platea su barba castaña (1), y
no es sin amargura que nos dice a los
hombres arribados a la treintena: «¡Jó
venes!»
(1) Ya Darío no tiene barbaa.
Letras
161
Acaso filé ese sentimiento, o mejor
la necesidad de aparentarlo ante el vul
go iliterato y moralizante para el (pie
escribiera, el que inspiró sus Purifica
ciones. (1) Pero no pudieron ser el desdén
por lo vulgar, su pasión por el arte, una
religión de la belleza, ni su reconoci
miento de las gerarquías intelectuales,
los (pie provocaron su cruel paralelis
mo entre un perro al que mató la sar
na y un poeta al que extinguió el dolor.
Tampoco habrán sido ellos los que le hi
cieron hablar del abuso de la ¡sonrisa,
de psicopatías que se tratan en las clini
cas y de proclamaciones y alaban
zas de cosas tenidas por infames. Ni
le hicieron afirmar, a la manera de
Isaías, que aquel hombre supo tarde que
la vida es seria, «que los dones sagra
dos de lo invisible son depósitos que
hay que saber (pie guardar, fortunas
que hay que saber que emplear, altas
misiones que hay que saber cumplir».
No le faltó sino exclamar, como el
terrible profeta: «¡Ay de los que se le
vantan de mañana para seguir la em
briaguez de la noche! Y tienen en sus
banquetes arpas y flautas, vihuelas,
tamboriles y vino. Y no ven la obra
de Jehovah. Ni ven la obra de sus
manos».
Pero, sí, algo más faltó a Rubén Da
río. Una sugestión de piedad verdade
ra, cristiana, no literaria, para el que
cayera, según su propia expresión, «de
un modo de eternidad de gloria en un
modo de eternidad de infamia». Y un
poco de generosidad para arrojar la
semilla siquiera de una duda en la jus
ticia con que el cant, esa hipócrita mo
ral del filisteo, «único homenaje—dijo
Byrón—rendido a la virtud en Ingla
terra», descargó sobre el poeta un tur
bión de vilipendio e ignominia.
¿Pero cuál era el crimen que Oscar
Wilde purgara con trabajos forzados,
(1) Vulgo iliterato y moralizante, como todos los
vulgos, el de La Nación, de Buenos Aires, para el que
Darlo escribió esa crónica, que apareció después en
Peregrinaciones, libro escrito por deber, dice Bom
bona, no por entusiasmo, como no sea el entusiasmo
del pan, y de onyas prosas dispersas y efímeras vivía
el poeta.
reclusión, con la deshonra y más tar
de con la vida?
¿Fué que cantó a Juvencio o a Ma-
murra como Catulo el de las dolientes
elegías? ¿O como Marcial, «el candoro
so» se inspiró en la beldad de Diadu-
inerio o fué como él autor de infandos
epigramas? ¿Acaso como Ovidio, el de
los Tristes, legó a los amadores un
nuevo licencioso Arte de Amar, o como
Teócrito y Virgilio compuso églogas e
idilios para cantar los amores de Ale
xis y Coridón?
No, no hizo tal. De haberlo hecho,.
la moral de los ingleses, que pasaba
por uno de esos accesos de virtud fu
riosa, de que habla Macaulay, (1) mo
ral que es griega y es romana y bi
zantina, por períodos, en vez de ence
rrarlo en una celda lo hubiera colgado
de una horca, como al protagonista de
su balada maravillosa.
Es posible que abusara de la sonri
sa, porque no quiso ser de los conde
nados dantescos, que fueron tristes,
NeU’aér dolce che dal sol s’allefira.
Es posible, también, que insuperable
juglar de la paradoja, se excediera en
la sutil y extravagante para romper los
viejos moldes de una estética desacor
dada con su arte original y exquisito,
y aún para paralizar de asombro a los
burgueses. Y que al usar, como Byron,
de la sátira sabia y elegante, hiriera con
ella al cant en sus dominios, fustigara
al psitacismo y se mofara de la solemne
gravedad de los hipócritas.
Ebrio de gloria, de juventud y de
belleza; perturbado por el incienso
de los laureles; erguido sobre alto
pedestal de oro que labraran para él
los admiradores de su arte y su talen
to, Oscar Wilde se sintió un día semi
diós. Pensó que la única misión de la vi
da era la realización del arte por el pía-
(1) No conocemos espectáculo más ridículo que el
del pueblo inglés en uno de sus periódicos accesos de
moralidad. Una vez cada 5 ó 6 años, nuestra virtud se
vuelve rabiosa, y cuando su sanción recae sobre un des
dichado, no más culpable que cien otros cuyos delitos
fueron tratados con lenidad, lo convertimos en víctima
expiatoria. Moore's life of Lord Bijron. Macaulay.
162
Let ua
cer. Y vivió para él, huyendo de todas
las formas del sufrimiento y del dolor,
odiándolas como a modos de imperfec
ción, soñando, sueño estupendo de poe
ta, modelar, con el bronce de la está
tua del Dolor, que dura eternamente, la
estátua del Placer, que sólo dura un ins
tante. Arrojó la perla de su alma en
una copa de vino, gustó de todos los
placeres y recorrió al son de las flau
tas el sendero de las primaveras. Qui
so penetrar en los más inquietantes mis
terios de la carne y llegar, por la emo
ción pungente, casi dolorosa, hasta la
fuente de los placeres trágicos. «Nada
de dicha—exclamaba.—¡Oh, nada de di
cha sobre todo. Es necesario desear el
placer siempre, y el más trágico!»
1 arrastrado por ese deseo, enfer
medad o locura,perdió, con la perla, la
capitanía de su alma. Y fué entonces
cuando empezaron a acumularse sobre él
cosas siniestras. Se juzgó horrible ha
ber sentado a sus festines a los malos
elementos de la vida, en los que ha
llara, como artista, seductora sugestión
y estimulante. «Yo creía—dijo después
—ocuparme de Ariel y no pensé en lu
char con Calibán».
Pero el eterno rencoroso, deslumbra
do un instante por el genio, vigilaba en
la sombra. Calibán acechaba su ven
ganza. Calibán que es para Ariel obs
curidad de olvido o luz de gloria, ci
ma o abismo, pedestal o roca de ver
güenza, Y un día, como al poeta de
Sardanápalo, lo atenazó entre sus mús
culos de bruto y lo deshonró para se
pultarlo destrozado entre los muros
de una cárcel. Después le arrojó al
mundo de lo anónimo y no le aban
donó hasta dejar envuelto su cadáver de
suicida en el sudario de fuego de la
difamación.
Oscar Wilde cayó tras «lúgubre y ridi
cula condena que Europa no ha perdona
do todavía» (1). Sus jueces le condenaron
por que no sabían que hay seres que no
deben juzgarse por los principios ordina
rios. Juzgar así,ha dicho alguien, es como
tomar al horizonte por los límites del
mundo. Pertenecía a esa raza de hom
bres excepcionales, admirablemente des
critos por Barbey d’Aurevilly. I.)e ellos,
decía, necesita la humanidad como de
sus héroes y de sus más austeras gran
dezas. Deparan a las criaturas inteli
gentes el placer a que tienen dereeho
esas criaturas, derramando sobre ellas
la sangre, hecha de esencia de rosas, de
su adorable fantasía. Son elementos de
felicidad de las sociedades como lo son
otros hombres de su moralidad. Natu
ralezas dobles, múltiples, de sexo in
telectual indeciso, en las que la gra
cia brilla más en el seno de la fuerza
y la fuerza se descubre todavía en el se
no de la gracia; andróginos de la histo
ria, no de la fábula, cuyo tipo más her
moso, en la más hermosa de la,s nacio
nes, es Alcibiades.
Arsenio López Decoud
Setiembre de 1915.
(1) Marinetti.—Discurso futurista a los ingleses, pro
nunciado en el Liceum Club de Lóndres.
Letras
163
NOSGE-TE-IPSUI
Un mar de sangre lo iba cubriendo
todo. Asesinos, idiotas, niños, heróicas
mujeres y decrépitos ancianos, iban de
sapareciendo. Del viejo continente solo
ruinas quedaban. Rugidos de dolor y
ayes de espanto fueron dejando de lle
gar a mis oídos. Abandoné la mansión
de los bárbaros y me fui a vivir con
los salvajes. Ya cansado arribé a de
sierta playa — Hermoso paraje» dije,
«Aquí no hay nadie». Me detuve. Una
enérgica actividad, se apoderó de mi y
apoyándome en el corazón y no en las
botas, busqué sobre la cristalina are
na la más cómodn ostura, mientras
el complicado mol el pensamiento,
me trasladaba al espi u’al jardín de las
estrellas. De regreso del infinito y
media noche sería, .atando sobre la lu
na me quedé dono o.
El alegre trabay le los pájaros, me
tornó a la vida. En incesante clamor
cruzaban el espacio en todas direccio
nes. Unos adquiriendo el material para
tejer el nido. Otros proveyéndose del
alimento necesario, para después depo
sitarlo en el pico de la feliz esclava,
que también con amor cumplía*, la sa
grada misión de ir dando vida a los
huevos que cubría con las pintadas alas.
También algo a modo de ala misteriosa
iba en exquisito fruto trasformando, la ju
gosa savia, que por el tronco del árbol
resbalaba; mientras allá abajo, junto a la
rompiente de las olas y prisioneros en
las rocas, moluscos espongiarios y pó
lipos, iban naciendo y reproduciéndose
en forma semejante, a la de sencillos
vegetales, que en preludios de sensa
ciones inconcientes, se estremecían en
ínfimas convulsiones, al sentir sobre lo
tenue de las hojas, los amorosos besos
de la vida y por todas partes, desde'
las doradas o azules regiones de los
astros hasta las entrañas de la tierra,
siempre la vida, remplazando a la muer
te, siempre destrucción y reconstrucción
marchando unidas; por todas partes, una
serie no interrumpida de raras meta
morfosis, obligando al hombre a incli
narse ante esa fuerza, que llenando el
universo entero, tiene poder bastante,
para dotar de vida, aún a los mismos
elementos inorgánicos.
Fué pasando el tiempo y nunca por
aquellos contornos, vi rastro alguno de
pisada humana, contento por esta mer
ced, al cielo daba gracias, pero como
si el cielo quisiera demostrarme su mu
cho descontento, por este aislamiento a
que voluntariamente mehabia condenado,
como si el cielo quisiera probarme, que
el hombre al igual de las hormigas, las
avispas y los lobos, está sujeto a na
cer, luchar y morir, en medio de la so
ciedad de seres semejantes, comenzó
desde cierto día, a dejar caer sobre mí
su cólera en tal forma, que bien pron
to consiguió, que en medio de la sole
dad del desierto, quedara mi razón ex
traviada; no es por lo tanto fácil, el
poder hoy evocar el recuerdo de aquellos
días, que siguieron a los felices y tran
quilos; desequilibrado el sistema ner
vioso, rota la relación de los recuerdos,
extinguida la memoria, son solo lijeras
impresiones, las que conservo de aque
llos tristes días. Además, aún pudien-
do recordar algo de lo entonces sucedido,
no había esto de ser lo suficiente, para
que los hechos de entonces, fueran hoy
por mi de igual modo sentidos; pues si
en un momento dado, nos meemos fe
lices, por ver nuestro dolor ya disipa-
164
Letras
do, no ha de ser fácil, percibir siendo
felices, idéntica sensación, a la experi
mentada. por un fenómeno en nosotros ya
no existente, y que precisamente, solo
en su existencia real, cifraba toda su
fuerza, y menos fácil todavia, el que
puedan los ecos y vibraciones de esos
■dolores, impresionar a quien no tuvo, la
pena de pasarlos; no, el recuerdo no
es bastante, para inspirarnos ciertas
sensaciones, y menos fácil el que puedan
sentirlas por reflejo, quien no las cono
ció directamente; jamás, por mucho
que al ciego se le explique, llegará a
comprender nunca la infinita variedad
de los colores. Pues, bien, el más fiel
recuerdo, que de las emociones de en
tonces hoy conservo, es el que serefiere
al atardecer de un día y al amanecer
del siguiente.
* *
Era una tarde bochornosa; por el
ambiente se esparcía fuego, que asfixiaba
los pulmones, algo como plomo, aprisio
naba el cerebro; la sangre agolpándose
en las sienes, martillaba sin cesar la
frente; un malestar de muerte, me iba
por momentos invadiendo; lleno de
terror abrí los ojos, y la espantada mi
rada, vagó en todas direcciones; por
vez primera el mar y la tierra pare
ciéronme feroces; levanté los cobardes
ojos hacia el cielo, y en lugar de la alaga-
dora mirada de los astros, vi solo la ma
no formidable, que con un signo lumi
noso, mostraba nubes pardurcas, que en
fantásticas y caprichosas formas, des
cendían trayendo sobre mí la tempes
tad; un sudor de hielo invadió todo
mi cuerpo; volví ansioso a mirar a to
das partes y solo vi la noche; un
ascua era mi frente, posé un instante
la mano sobre ella y como si volviese
de una horrible pesadilla lleno dé an
gustia comencé a preguntarme. ¿Dónde
estoy? ¿Cómo he venido aquí? ¿Quién
me ha traído? Nada en absoluto, el
pensamiento respondía. Inútiles eran
todos los esfuerzos. De lo pasado nada
recordaba. La oscuridad, las tinieblas
y el silencio, más fuertemente cada
vez me aprisionaban. Me ahogaba, tem
blé, me estremecí, quise gritar y yano pu
de; algo como tenazas aprisionaba mi
garganta, un relámpagode dicha metornó
a la vida. Al fin la deseada y descarnada
silueta de la muerte venia a visitarme.
¡Vén, ven! pude al fin decir lleno de gozo.
Letendí los brazos y la sombra huyó; co
rria y corria por la playa; seguí sus hue
llas. Se hundió en las aguas y al verla
hundirse lancé una carcajada feroz; des
pués otra y otra, pero carcajadas tan
fuertes, tan bárbaras, tan salvajes,
que al devolver la selva sus écos mez
clados con mi risa, quedé mudo de
espanto.
Empezó a llover, la sangre fué de
jando de martillar la frente; el plomo
iba por la piel eliminándose. Respiré
facilmente, ¿Donde estoy? ¿Cómo he ve
nido aquí? ¿Quién me lia traído? Algu
nos recuerdos iban naciendo en mi me
moria, pero en forma tan rara, diabó
lica, y extravagante, que aún los pocos
hechos verdaderos, llegando a mi que
daban por completo trasformados. Era
la cabeza, a modo de laboratorio des
virtuando las ideas; pero tales tipos, y
tan raras cosas, en macabra procesión
desfilaban, que no pudo contener mi lo
cura, un gesto de gallarda indignación.
Erguí valientemente la cabeza, miré al
cielo y lo vi comenzando a despejarse
Clavé después los ojos en el bosque, y
sacudieudo los brazos de la misma ma
nera, que el viento sacudía las ramas,
comencé a gritar con toda la fuerza de
mis pulmones.
—«No, yo no estoy loco, no, los locos
sois vosotros»—y en seguida «Miento,
no sois locos tampoco, os falta la gran
deza, la trente y la mirada sublime de
los locos. Sois idiotas, pero idiotas
crueles. Sois a modo de antropoides,
con peores instintos. La maldad es cos
tra que lleváis por atavismo acumulada.
¡Pero decidme, que Dios es ese, del que
hacéis gala de ser imagen? ¡Infames;
no profanar su nombre! Un Dios de
Letras
infinita bondad, no puede reflejarse en
tan ruines vertebrados»! Y después: —
¿«Haciadonde corréis de esa manera, sin
avanzar en vuestra marcha un paso?
Deteneos un instante a contemplar el
sol, a profundizar en los misterios so
lemnes de la noche. Poned una vez
siquiera el corazón sobre la frente y
entonces la necesidad de nuevos y
elevados goces, crearán nuevos ins
tintos, de la misma manera que la
necesidad de oir creó el oido, ¡Ay, no
soy un loco no, los locos sois vosotros!
¡Imbéciles disfrazados de envidia, de
ruines ambiciones, de afables hipocre
sías, de fanatismos cobardes, de ridí
culos convencionalismos; feroces muñe
cos de que modo tan grande os abo
rrezco. ¡Ay! quisiera tener poder bastan
te para aplastar, machacar, destruir, pul
verizar, redudir a la nada, toda vues
tra infinita e inmunda pequenez y des
pués, siguiendo el rastro de esa nada,
del modo más feroz gozarme en profa
narla—».
—¿«Pero que estás diciendo»? «Ahora
te prendo.» — Dice interrumpiéndome,
un mono chiquitín, casi recien nacido.
—Has de saber que yo soy este.—Aña
de mostrándome un palito.
«Estas son mis insignias.» «Soy el
llamado ajuzgar a los hombres en la
tierra».
—«Gracias a tu madre» murmura en
vidioso otro macaco, que se distrae ju
gando con un aro.—«Pero si tu eres
Juez, yo soy diputado, que es más.»
—«No; no es más.»
—«Sí, es más.»
—«Cállense Yds. y vamos a comer»,
aúlla una loba vestida de Ministro.
Entonces veo aparecer algo mostruo-
so.
Es una barriga de radio infinito, que
sin cabeza, camina sin saber adonde
sobre un millón de patas.—«A votar,
a votar». «Viva el sufragio» y con eruc
tos pestilentos va llenando el espacio.
Dejando este valle de lágrimas, algo
poético, remonta el vuelo hácia los cie
los. Es el báculo de un obispo, del
165
brazo de una gallina; van ajustando
el precio de unas misas y algo a la
derecha, debajo de una nube, una bo
tella de licor de agua bendita con eti
queta santa: «Corazón Santo, tu bebe
rás», disputa con suspiros de monja y
otras golosinas, sobre una santa testa
mentaría.
Por una larga carretera, va llegando
un ganso, con plumas de pavo real.
Debajo de las plumas escondo -su mu
cha pequenez. En el pico un letrero
que dice «Soy Excmo. Si». «Delante
de los reyes, puedo ponerme el gorro».
«Soy grande.»
—«Yo tanbién soy grande» dice un
mondadientes. Y un piojo interrum
piéndoles. ¿«A que Nación es a la que
debéis vuestra grandeza»?
—¡«Ay!, no nos hables de Naciones»
responden, ambos. «Los de nuestra ele
vada jerarquía tuvieron siempre a me
nos el saber la geografía, eso queda para
vosotros los piojosos».
—¡«Muera la nobleza»! ¡«Abajo el ele
ro!», en un bárbaro regüeldo esclama tam
baleándose, un frasco de aguardiente.
— ¡«Viva la fraternidad»! dice un
tirano con camisa sucia.
—¡«Viva la igualdad»! exclaman va
rios objetos desiguales (pedazos de to
cino, mondongo alpargatas y prendas de
vestir en mal uso).
—¡«Que maten a los curas», dicen los
objetos.
—«Que os quemen a vosotros», canta
un cuervo.
—«Paz, paz, soy la ley» dice un ciego
dando estacazos en todas direcciones.
— « Soy Doctor, soy Doctor », van
cantando los faldones de mjaquette, que
a modo de aveohucho triste, visten y
adornan, a un poco de aserrín, sobre un
palo de escoba.
—«Y yo poeta »—esclama en tono
cursi, aparentando sentimientos no sen
tidos, un bien encuadernado diccionario
de adjetivos.
—«No hay nadie como yo». «SoyDe-
móstenes», agrega un rematador dando
con el martillo a una viuda con hijos.
166
Letras
Siguiendo estas huellas, y en medio de
estos gritos y ansiosas de bañarse en
luz, escapan saliendo de cajones pre
ciosas palomitas de alas cortadas, en
tonando himnos guerreros y dando vi
vas a cualquier bárbaro ambicioso sem
brador de la muerte.
—¡«Pasen señores, pasen de cualquier
modo que sea! Robos, calumnias, hipo
cresías y mentiras, puñales y venenos
todo se admite aquí»—Soy Don Dine
ro. Al Dios de los cielos ya lo he
vencido, lo he dominado. Soy el pri
mero, cruces, medallas, dignidades y
honores, belleza y juventud, indulgen
cias y entierros, pomposas oraciones, la
gloria eterna, quien sabe conseguirme
todo lo tiene. ¡Pasen señores, pasen,
soy Don Dinero!—Y a su lado y en lu
gar preferente, unos ojillos de víbora
sobre unas gafas, increpan a un hom
bre sin entrañas envuelto en una bata.
—Es V. un bandido; a mi cliente le
ofrecí el negocio al doscientos porcien
V. se lo ha ofertado en mejores con
diciones, me ha perjudicado, me ha
robado. Tome esa espada y vamos a
batirnos.»
—¡«Yo no me bato», replica el de la
bata.
¡Jesús que escándalo!—Que no se ba
te Vd.?» exclama levantándose una sabia
levita, que al amparo de la ley come
te estafas.—«Que horror», dice «aquí ya
no hay honor, nadie se mata»!
Y la sota de oros que está al lado
señalando a un globo, que puede ser
el mundo, sonríe picaresca; y «Por fa
vor señores, ponedme el honor algo más
alto, me ha dado en la nariz que está
muy bajo».
Mi locura tiene un rato de risa. Es
contemplando a un páyaso llorando.
También rió al ver a Don Quijote ca
balgando sobre una báscula de pesar;
en lugar de la brillante lanza, es me
tro de medir, lo que ahora enristra y
en lugar de escudo, un libro mayor que
la biblia y que el coran cubre su pecho.
—«Adiós Quijano» le dice con tristeza,
saboreando viejás ingratitudes, la som
bra de Cristóbal. «Adonde vas así»?
—«Voy a tu tierra. Voy a América.
Allí pondré un boliche o cosa parecida.
Todo menos morir, caro Cristóbal. ¿Y
de Sancho que hiciste»?
—¡«Oh pobre Sancho! No me hables!—
Le faltaba corazón, la fuerza y el va
lor que a mi me sobra. Murió asfixia
do. Era un soñador, era un poeta, No
me servía ya, ha sido, necesario reem
plazarle por este rufián que me acom
paña».
—«Adiós Cristóbal».
—«Adiós Quijano».
Magnifico bigote, eleva y da realce,
a un muy fino, ágil y bien cuidado gato.
—«Más que a gato a tigre, te pare
ces». Así dicen varios, barriles de cer
veza. ¡Viva la Patria, añaden!
—«He nacido—dice uno—en Torrejón
de arriba y odio, por tanto a los de
Torrejón de abajo».
— «Bravo hijo mió». En el hombre
del Padre yo te bendigo». «Bien sabes
lo mucho que al señor, le agradan es
tas cosas, de odios, de tiros y de ba
las», sigue maullando la misma gata
(En mi locura, no es fácil percibir si
es gato o gata).— ¡«Ay» añade el felino
suspirando, «no sé lo que me pasa, pien
so en el sumo Hacedor y zas, me tras
formo en feroz y sanguinario cazador».
—«Y tu, a favor de quien vas aba
tirte?», le pregunta una viuda a un
sapo vestido de soldado.
—«Mi Patria» le responde es el ca
pricho del amo que mejor me paga.
«Rediez, bien sabe la Pilarica, que
no es el interés, pero me chiflo en dos
ante una enjusticia, con los bracicos cru
zaos no pneo estar, ganicas me están
dando de ir a ayudar a los ingleses».
— *All Right, responde inconmovi
ble el peñón de Gibraltar:
—«A la guerra» canta un tallarín.
—Y tú, a favor de quien?, la misma
sombra enlutada le interroga.— «Nada
todavía mi honor ha decidido, pero lo
importante es ir a matar a los otros».
El taparrabos de un negro con una
rubia francesa, bebe por el progreso, y
Letras
167
con la estátua de Robespierre un morral
ruso.
Muchos fusiles salen del templo. Vie
nen de oir misa. Llegan a una plaza
y se detienen. Un sable deja la vaina
y dice: — «Fusiles; hasta dentro de un
rato, no tenemos que ir al combate.
Y como nosotros no podemos estar sin
hacer algo provechoso. Vamos a ma
tar estos minutos, dando muerte a es
ta peluda cabeza, que tengo entre las
manos».
—«¿Cuál?», preguntan los fusiles po
niéndose de puntillas.
—«Esta» responde el sable,levantando
en alto una hermosa cabeza, que bon
dadosa, sonríe tristemente.
—«Parece un santo, ¿verdad? Pues
no es santo, es un criminal. Se ha
atrevido a decir, que no está bien, que
los hombres, se asesinan en la forma
que nosotros lo hacemos. Además
ha dicho otras cosas, no tan malas des
de luego como estas, pero que sin em
bargo, pueden perjudicar al espíritu de
nuestro cuerpo».
—«¡Muera, muera, crucifiquémosle!»
Hínchase el sable y dice: «Los fusiles vo
luntarios que deseen darle los tiritos
reglamentarios, pueden a mi voz, dar
tres pasos al frente».
—«¡Yo, yo!» gritan todos y sin poder
contener el entusiasmo, la masa entera
adelántase tres pasos.
—«Oh! qué espectáculo más solemne»
dice el sable—«Esto es algo notable!»
Este ejemplo de disciplina pasará a
la historia. Es decir, que ninguno
de vosotros quiere renunciar a tanta
gloria, ¿no es eso? Deseos de llorar
siento de gozo al veros, pero en fin,
no hemos de reñir ni andar pleiteando
por esta clase de honrosas competen
cias; a la voz de fuego, todos podéis
disparar sobre la cabezota al mismo
tiempo».
—«¡Bien, muy bien, gracias! ¡muchas
gracias!», dicen todos.
Deja en el acto el sable la cabeza
sobre el suelo, sale corriendo, busca
sitio seguro y «¡apunten!, ¡fuego!, pin
pan pan... y la cabeza dando saltitos
va tiñendo de carmín la tierra.
Sonríen los fusiles; acércase el sable,
palpa al muerto y esclama como un
doctor:—«Está completamente cadáver
frío». Pero en el instante en que los
fusiles van a retirarse, el muerto abre
un ojo y dice—«Perdonad un momento,
os ruego me escuchéis. Ante todo os
doy las más expresivas gracias, por el
eterno descanso que me habéis conce
dido. Os felicito, puede que sea esta
la mejor obra que habéis realizado en
vuestra vida».
— «Nuestra conciencia está tranquila
v eso basta» dice mal humorado el sa-
ble.
—«Algo es eso de la conciencia mi
querido amigo»—replica el ojo abierto
—pero no basta, y sino dime», agrega
en tono amable:—«¿No ves de qué mane
ra allá a los lejos, las fieras devoran
en el circo romano a los cristianos?
¿y de un poco más a la derecha no te
llega el olor a chamusquina? Sigue
adelante y verás ahora a los tostado
res, volviéndose tostados, y si te pa
ras un poco más, verás que los protes
tantes también cumplen con su con
ciencia, achicharrando a otros, por no
explicarse bien ciertos misterios. Real
mente era algo grave, eso de no llegar
a comprender bien los misterios».
—«Mira», sigue diciendo el ojo, seña
lando a una mujer.—«Cumpliendo con
la conciencia, aquellos la están que
mando viva por herética. Fijate aflo
ra. ¿Ves a la misma mujer canoniza
da? También estos, creyendo cum
plir con su conciencia la han declara
do santa. Sí querido amigo, llena
está la historia de esta clase de ejem
plos. Y es que no basta la concien
cia, cuando la cabeza está vacía o lle
na de porquería. Ahora bien; si la
cabeza está relativamente sana, ya es
más fácil hacer uso debido de la con
ciencia. ¿Queréis batiros?, hacedlo en
hora buena, pero por favor, no ir a la
batalla en forma de ganado. Bien es
tá que os matéis; eso puede ser una
168
Letras
gran cosa; pero ya que combatís ha
cedlo con toda formalidad; esto es, no
parar hasta que yo os avise».
— «¿Qué dice?» se preguntan con ca
ra de idiotas y. abriendo la boca los
fusiles: «Yo no le entiendo». «Yo tam
poco». «Voy a terminar con él,» dice
un fusil. Se adelanta y de una pata
da le cierra para siempre el ojo.
Se dan varios vivas. Se canta el
himno, y al son de la música, los fusiles
marchan a casa.
Siguen ante mi locura desfilando
tipos y cosas raras. Ahora veo de
qué manera, le nombran caballero
y le conceden el título de marqués
de la Buena Puntería, a un anti
guo mozo de ínulas, que al enterarse,
de que en un hospital los enfermos se
revuelcan en convulsiones de dolor, él
pone fin al, sufrimiento, dejando caer
sobre ese hospital, la humanitaria bom
ba y con tan buen tino, que escombros
y hombres quedan por completo con
fundidos. Más alia, un hermoso bar
co desprovisto de cañones y como
símbolo de paz, surge las aguas, sir
viendo de refugio a niños y muje
res, y una mano heróica, ofrece a to
dos sepultura en el fondo del océa
no. El héroe antes de su acción, era
sai'gento, ahora ya es coronel, esto es;
un sueldo diez veces mayor.
Van en tropel pasando ante mis ojos,
patrullas que en lugar de evitar llevan
desorden. Rebaños de hombres. Hor
das de bárbaros guerreros, sembran
do en todas direcciones, desolación rui
na y miseria. Rostros que lloran. Ho
gares de tristeza. Inmundas pocilgas.
Asquerosas zahúrdas. Pueblos de ham
brientos. Paisajes nevados. Niños es
cuálidos. Niños desnudos. Campos yer
mos. Seres desesperados. Mujeres de-
samperadas.
Todo veloz, va pasando ante mis ojos,
mientras la sangre, comienza de nuevo
a martillar las sienes.
Clavólos ojos en el bosque,y amodo
de fantasmas, veo correr las sombras;
y dando un feroz grito, en medio de mi
locura, esclamo:—«¡Ay! os odio, con to
do el corazón, con toda el alma. No
quiero veros. Voy a lo desconocido. Voy
a ese bosque misterioso, donde lio de
hallar fieras, más humanas que vosotros.
Sí; sois pequeños, sois ruines, sois per
versos. Quisiera ay! tener poder bas
taste, para aplastar, machacar destruir,
pulverizar, reducir a la nada, toda
vuestra cruel e infinita pequeñez», y asi
diciendo, venzo obstáculos, abrome ca
mino, por la desierta selva, mientras
la tempestad, de un modo despiadado,
vuelcáse de nuevo, con mas furia so
bre mi.
*
* *
A modo de símbolo divino iba na
ciendo el sol. Era formidable hostia
que teñida en sangre, bañaba con sus-
primeros rayos de púrpura y carmín,
toda la tierra. En vuelo majestuoso,
sin batir las alas, llevándolas inmóvi
les y rígidas, hacia la cresta de una
montaña, vi remontarse un águila; ba
jo el follaje me escondí, temiendo que
desde la altura donde se hallaba, pu
diera el ave distinguir mi pequeñez.
Hallábame física y moralmente rendi
do. Al tomar posesión de mi concien
cia, pensé en una fiera, que persegui
da, hubiera ido dejando entre zarzales
y maleza, las tiras de su piel. Mi al
ma también estaba destrozada, hecha
jirones. La idea de que pudiera de
nuevo sorprenderme la noche en me
dio de la soledades del desierto, me
llenó de espanto. Era mi propósito el
de no parar, hasta encontrar a los ha
bitantes de aquellas tierras. Era indu
dable que debian existir seres huma
nos en aquellas regiones.
¡Qué deseos tan intensos tenía ya de
verlos! Gozaba saboreando la ilusión,
de poder oir las sabia palabra, de
aquellos seres, que mi imaginación en
ferma, me mostraba perfectos!»—«¡Tam
bién yo, quizas pueda enseñarles pro
fundas amarguras hijas de mi expe
riencia». «¡Corramos si, en busca de es
tos hombres» y a pasos agigantados,
despreciando el calor bochornoso, piso-
Letras
169
teando obstáculos, subiendo montañas,
cruzando arroyos, sin verdores, pero sin
tiendo de continuo las espinas clavadas
en mi piel, corria y corria en medio del
desierto, e iba ya a caer desfallecido,
cuando en un grito de infinito gozo, se
escapó mi alma, violando el solemne
silencio de la selva.
Al fin los habitantes de aquella co
marca se hallaban frente a mi. No había
duda que aquello que a lo lejos distin
guía era un hombre. Un ser humano; esto
es, el rey de la creación; la imagen y
semejanza de Dios. «Hermano, herma
no» grité lleno de júbilo. «Ven a mi»,
dije avanzando yo hacia él. «Há tiempo
■que te busco. Fui soberbio, quise vi
vir aislado y el cielo me ha enseñado,
los horribles tormentos de vivir fuera
de vuestra compañía. Ya nunca he de
separarme de los demás seres huma
nos».
—«Ven, ven a mi», volví a gritar de
nuevo; pero esta vez mudo de terror que
de sin fuerzas para adelantar ni un so
lo paso. Mis ojos me engañaron; aquel
ser no era un hombre. Tampoco un ani
mal. No era un salvaje. Tampoco un
bárbaro.
—«Dios mió que es eso» murmuré
sintiendo la más desconsoladora pena,
miedo y desaliento. Lloré, pero después
cuando pude verle bien, comenzó mi
locura a reir a grandes carcajadas. Al
sentir mis palabras, el que yo creí un
hombre lanzó un graznido, porque se
ria ofender al lenguaje humano, el con
fundir aquella inconsciente expansión
de la laringe, con el fenómeno por
el cual va el hombre expresando su
pensamiento por medio de la palabra.
Después valiéndose de sus uñas como
garras y de sus brazos como piernas,
fué descendiendo de un árbol donde
se hallaba desnudo en absoluto. Con
aspecto feroz y agilidad de mono vino
hacia mí. Entre sus puntiagudos dien
tes se extremecía la elástica carne de
un réptil; después que lo hubo destro
zado, me miró fijamente y apareció en
su rostro un gesto que lo mismo podía
ser risa que dolor.
«Soy un hombre; si, no lo dudes y
en prueba de ello mira» y en el acto me
mostró sobre la palma de la mano, un
corazón teñido en sangre.
Entonces respiré, fué cuando com
prendí, que aquel ser era un hombre y
mi locura de nuevo, comenzó a reir bár
baramente.
—«Este corazón es el de un niño de
una tribu enemiga que acabo de matar
para devorarlo. Dime», agregó satisfe
cho y con orgullo. «Soy o no soy un
hombre».—
—«¡Justo!» le respondí lleno de gozo
y riendo agrandes carcajadas, «vente,
conmigo», le dije «es precisamente, un
ser humano lo que voy buscando».
José Salafranca
170
Letras.
EL MAESTRO
EL OFERTORIO Lñ EXULTñClÚn
He pulsado en su homenaje mi armoniosa lira de oro,
que al vibrar sabe de himnos y de música de coro
cual si fuera el alma propia del romántico cantor,
y en la ritma más sonora de la lengua castellana,
suelta acentos que moldean a la estrofa, soberana
en el mundo de la vida y en el reino del amor.
Un cruzado del Ensueño que no teme en su camino
ni amenazas de la Empusa, ni Tarpeyas del Destino
porque en un jardín heroico ha florado su capuz,
brinda el agua de su fuente, sus delirios de bellezas,
y en la síntesis supremas de sus líricas riquezas:
los claveles de sus versos irradiando augusta luz.
Tengo siempre en mis desvelos tan extrañas ideaciones,
que al volver la hora serena, impecables brillazones
me iluminan el cerebro en pujante inundación
y me invaden, me dominan con tal bravas altiveces
que al cantarlas, yo me muestro con mis propias desnu-
[deces
mientras mi alma está en mis versos y en mis labios el
[corazón.
Yo deseo que este canto sea símbolo y escudo
de la bella cornucopia que genera a mi saludo
en el rítmico lenguaje de gentil solicitud,
que acrisole los afectos de futura bienandannza
y mantenga siempre fresco el rubor de la Esperanza
bajo un cielo de cariño con un sol de Juventud.
EL CñHTO
El maestro es un obrero. En la vida de la escuela,
el espíritu se forja, el cerebro se cincela
al impulso propiciante de su diaria dirección,
él no tiene miramientos ni distingos caprichosos
porque siendo obrero noble, se talló cual los colosos
en el bloque soberano de una justa redención.
Su palabra es para todos los que anhelan recibirla
y en las vueltas del camino con mil triunfos revestirla
—si es el riesgo que florara la epopeya intelectual:—
para todos hace su obra, para todos tiene ideas,
para todos brinda el frnto de sus bellas amalteas:
ya sean hijos de aldeanos o del príncipe imperial.
El maestro es un soldado. De las patrias la opulencia
ha surgido del chispazo que le dió a la inteligencia
el varón más decidido en las lides del saber,
porque el fruto no madura si es que el sol no lo sazona,
porque el triunfo del cerebro, todo el mundo lo pregona
con la trompa más heroica del sublime amanecer.
El maestro es un poeta. El dulzor de la Poesía
con su música innundada do suprema melodía
cabe al májico portento de su psiquis superior,
un poeta que en silencio y sin fatuos oropeles
canta himnos soberanos, madrigales y rondeles
matizando toda su alma cual si fuera un alma flor.
¡Ave! cruzado auspiciado!*,
ánfora luz que irradia la amaltóa,
símbolo do la conquista soberana
en el bello concierto del presente
y en la síntesis fausta del mañana.
Espíritu gentil, fibra febéa,
corazón y cerebro,
redentor sin ambajes, sin dobleces
porque al lanzar tus sacras altiveces:
eres el hombre sol y el hombre idea.
¡Ave maestro!
Sacerdote de un rito,
que fulgurando en astro al pensamiento-
lo eleva en ascención al infinito.
La siembra y la vendimia
en el inmenso campo de la mente
proclaman tu labor como el emblema
do una gloria esplendendente.
Tú el sembrador;
en actitudes francas y sencillas
arrojas con la Fé de tus sanciones
en una como lluvia, las semillas,
y cuando el tiempo en su voluta eterna
va rompiendo los gérmenes en flores,
so diseñan tus triunfos y tus palmas
entre una bolla idealidad de amores;
porque el supremo galardón so alcanza,
porque os el frnto de tu obra' inmensa
ese tropel que al porvenir se lanza
llevando en el cerebro un mundo nuevo
y en los rostros un gesto do Esperanza.
El hombre cuando nace es solo un cuerpo,.
en la feliz infancia es un problema,
en la adolescencia es una hipótesis,
y en la Juventud es un dilema.
En estas fases de la vida propias
brillan tu noble esfuerzo y tus anhelos,,
porque él busca una mano que lo guie
y que le imprima promisores rastros,
una mente hecha luz que lo levante,
un corazón que lo ame, lo comprenda
y un generoso aeda que lo cante.
Y como van los héroes tras las glorias-
y tras el sol en procesión los astros,
marcha por tí maestro,
sublimemente hermoso,
a labrar con cincel el pensamiento
y a lanzarlo hululante
con el clarín de triunfo del talento.
¡Ave cruzado auspiciado!*!
Cante tu paso en romancescas glosas-
el inspirado bardo, eternamente,
y caigan en diadema por tu frente
en líricas metáforas las rosas.
Fuerza es que sea un titán arcaico
y que tu propia majestand te asombre,
no hay obra más sublime bajo el cielo
que la suprema formación del hombre.
¡Sursum!; Maestro!
A tu cruzada, el canto,
y a tu grandeza, el himno.
Agusnit Rossi (hijo)/
Letras
171
II ALIA I LA LITKltATUUA JLMICAS
Me imagino ei gesto de asombro del
lector al leer estas líneas, que tratan
de una moderna literatura judia, tan
vasta como cualquier otra y al igual
de las demás, llena de las infinitas
vibraciones y tendencias, en torno a
las cuales gira toda la moderna lite
ratura universal.
El mundo sigue siendo rutinario a
despecho de los empeños exaltados de
melenudos profetas populares, que en
su miopía pretenden poder apresurar
la marcha desesperadamente lenta, pe
sada y avasallora de la historia.
Es asi, que los hombres, por muy
ilustres que sean y por mucho que
representen en la suma de la intelec
tualidad contemporánea, necesitan de
los golpes de efecto para su glorifica
ción : Rabindranath-Tagore, el asiata
sublime, sin el premio Nobel, perma
necería ahora perfectamente descono
cido aun para aquellos, en quienes
el no saberlo todo es una deshonra
mayor que la estupidez.
Algo semejante sucede con la lite
ratura judía o idisch según la denomi
nación original y definitiva de este
nuevo idioma, que no por el hecho de
ser relativamente jóven, carece de los
matices necesarios, para tener una li
teratura muy cultivada y que es el
reflejo fiel de esta alma múltiple y
atormentada del judio.
i Eli judio!
Ese ser tan desconocido para unos
y tan exótico para otros; acaramela
damente descrito y presentado por unos
y repudiado por la inmensa mayoría
de de los incapaces; el judio moderno
no es sin embargo mas que uno de los
tantos peregrinos de la vida — tal vez
un poco mas cristalizado por la sumi
sión incondicional, que se pretende im
ponerle desde la cuna — con todas las
miserias y todas las noblezas muy hu
manas y muy propias de las genera
ciones actuales.
El alma de la nación judia, mode
lada y educada en las circunstancias
especiales en que vive y se desarrolla,
está templada para afrontar las mise
rias más horribles y para sentir los
impulsos más nobles, más que cual
quier otra nación, que haya dejado
constancia del grado de su civilización
en algún congreso de paz universal,
pero armada y de hecho tan efímera
cual una pompa de jabón.
Aquella paradoja, que en el actual
sainete europeo se aplica a los rusos,
«raspad al ruso y encontraréis al tár
taro», con más acierto que nunca se
podría variar en este sentido: raspad
al hijo del siglo XX; alzad un poco
la cáscara de su falsa e hipócrita ci
vilización y encontraréis al hombre;
al salvaje mísero y bestial, pero su
blime en su salvajismo y en su bestia
lidad de dios, cuya cabeza se remonta
a las alturas celestes y cuyas plantas
se arrastran en el lodo. Raspadlo y lo
veréis en su estado verdadero; producto
de su época y esclavo del fatalismo,
que invariablemente rige sus destinos
hacia un porvenir desconocido y pro
blemático.
Por que es asi la presente genera
ción, salvaje por ley y mandamiento
de la especie y un poco perversa y
soñadora por refugiarse desesperada
mente en las refinadas degeneraciones
del alcohol, del opio y de la morfina...
Y también es así el judio.
172
Letras
Adolece de todos los defectos, pro
pios de los demás hombres: muy hábil
en el arte de la hipocresía, por que
ella es la reina soberana, que impera
en el siglo de las luces, y muy noble
y abnegado cuando las circunstancias
lo requieren, por que en el caudal le
gendario que el judio heredó de sus
antepasados forma paite la tradición
patriacal de la nobleza de José en el
caso de Putifar. ..
Pero el mundo se empeña en ver al
judio con una luz especial.
Hijo del medio ambiente en el que
actúa, ora como un ser extraño, ora
despreciado y a veces admirado — na
die le trata con la naturalidad con
la que se trata a un congénere. El
«judio» ha llegado a convertirse en
epíteto y como tal siempre suena mal.
Conozco a toda una casta de jóve
nes, que han renegado de sus dioses,
antes de tener la capacidad de pro
fundizar siquiera la significación de
aquel término. Aquella juventud tur
bulenta e incrédula, mira con olímpico
desprecio a los eruditos, blasfema de
los ya consagrados y en cambio se
descubre ante las rebeldías versátiles
de un adolescente de luenga cabellera
y de corto entendimiento. Pues, aque
lla misma juventud fracasa en lo que
a tolerancia se refiere, cuando se en
cuentra frente a frente con un compa
ñero judio. Lógico sería, que la que tan
amplios horizontes concede al pensa
miento humano, pretendiendo remon
tarse más allá del Bien y del Mal,
salvando con pie firme las vallas de
una moral tan resbaladiza, como elás
tica, que esta juventud juzgara a su
compañero judio sin apasionamiento y
despojada de todo convencionalismo.
Pero degraciadamente no ocurre tal
cosa. Y en el afan antisemita, incul-
cádole desde la cuna en el hogar paterno
y luego en la escuela jesuítica, llega
hasta censurar el parentesco bíblico
del judio. Y aun las rebeldías, que tan
to encantan a la generación joven,
llegan a parecerle odiosas si proceden
de esta fuente. A renglón seguido,
como una justificación póstuma de su
censurable conducta, acude la juventud
al testimonio de la ilustre pléyade de
los charlatanes de la pluma, que de
una u otra manera hincaron su diente
en la carne dolorida del judio.
Y muy pocos son los que sincerán
dose consigo mismo y un poco más
consecuentes con sus ideas de justicia
llegan a confesar al judio su franca
admiración, ofreciéndole aquella cordia
lidad moral, de la que tanto carece su
alma en pena.
Pero entre todos, buenos y ma
los, justos e injustos, ninguno llega a
considerar al judio con la misma na
turalidad, con que consideraría a cual
quiera de ellos, que sea capaz de apa
sionarse por una quimera, ahogándose
en un mar de contradiciones y de aspi
raciones a cual más inaccesibles y utó
picas, y siempre pronto a claudicar,
rindiendo vasallaje a una mirada per
versa de dos ojos glaucos, profundos
como la inmensidad y enigmáticos co
mo el alma de la mujer.
*
* *
Ya dije antes que la literatura ju
dia es el reflejo fiel de su alma.
Nacida hace menos de un siglo, es
ta literatura ha sufrido un desarrollo'
vertiginoso, contando actualmente con
plumas, que harían honor a cualquier
idioma.
Ahi está para comprobarlo el gran
Scholom Asch, cuyo drama «Dios de
Venganza» fue vertido a varios idio
mas y presentado con éxito sin igual,
por la fiereza de la tésis que encierra
y por constituir un reto ibseniano para
sus contemporáneos.
Abi está el humorista y satírico
Scholom Aleijem, de quien el eminen
te crítico George Brandes dijo en una
ocasión: «en las obras de Mark Twein
vertidas a otro idioma no hallareis más
sabor, ni más brillante y puro humor
que en las obras de Scholom Aleijem».
Letras
173
Y sigue la falange interminable de
prosistas, dramaturgos y poetas, quie
nes en poco tiempo han realizado el mi
lagro de dotar a la nación judia de una
bella y compleja literatura: Bialik, an
te quien Gómez Carillo se inclina res
petuoso—Bialik, el del verbo cálido y
a quien el genio dotó del fuego místi
co de los profetas; Pérez Hirschbein,
el romántico diáfano y soñador; Men-
dele Moijer-Sforim, cuya cliacha, vale
por una Odisea y finalmente Isaac León
Pérez, el gran Pérez, para quien el
verso no tuvo secretos y quien domi
naba con la misma perfección todos
los géneros de la literatura: desde el
misticismo y del simbolismo, al realis
mo más cruel, y desde la prosa más
brillante y pura hasta el verso moder
nista y el ditirambo más atrevido. Y
así un sin fin de artistas, aportando
cada uno su grano de arena al perfec
cionamiento de la obra común.
Y de toda esta pléyade de artistas,
que han echado las bases, tal vez de
un resurgimiento definitivo de los doce
millones de judios, esparcidos por el
mundo, Isaac León Pérez es el pri
mero que se retira. Hace pocos meses
murió en Varsóvia, cuando la metralla
y el cañón ya formaban parte del festín
sangriento de la civilización moderna.
Ciento cincuenta mil judios, de todas
las capas sociales, acompañaban los
restos del maestro a la última morada
desafiando el tronar no muy lejano de
los cañones enemigos y afrontando la
posibilidad de un «pogrom» de parte
de sus cariñosos conciudadanos, los rusos.
¿Eran, pues, aquellos ciento cincuenta
mil judios tan solo correligionarios de
Pérez? Absurdo sería sostener tal afir
mación. Más que correligionarios eran
ellos toda una generación nueva, que
de esta manera rendía un justo home
naje al maestro y colaborador en la
creación de la moderna literatura idisch.
Rindiendo así los honores postumos
a Pérez, se afirmaba un ideal; se lan
zaba un reto a la imbecilidad y se sa
ludaba los primeros destellos del Sol na
ciente de las generaciones nuevas, liber
tadas por completo de las funestas pa
siones de raza, que desde que el mun»
do es mundo y el hombre es hombre
azotan inclementes a la humanidad.
Pedro Sprinberc.
174
Letras
CUENTOS ESCOJIDOS DE I. L. PÉREZ <•>
Traducción de S. Ecsnik
Ea Herencia
(A manera de prólogo)
Anuncióse al jardinero que la lila más her
mosa y blanca que plantó y ha cultivado, la
más bella de su jardín, su orgullo y consuelo,
había desaparecido.. .
Pasó un viento y la arrancó, llevóla, y en su
loca carrera la habrá abandonado seguramente
en el camino...
Y padecía el jardinero.
Era su flor más amada, su orgullo, su con
suelo; y el dolor amargaba su corazón.
*
* *
Tendido en la costa del mar duerme un bar
quero. .. Acostóse en la noche apacible... Su
barca se ondea plácidamente sujeta de la ca
dena, y melifluos ensueños adormecen la nos
talgia descorazonadora del barquero...
Pasará la noche... Presto vendrá el alba...
Sobre las olas fulguran reflejos de la aurora en
el oriente. ¡El ha de librar el barco! Y redimi
do de la noche y de las tinieblas saltará en
él pleno de energía y de júbilo, y remando
ahuyentará los vestiglos de las sombras y el
ensueño de las ondas. Surgirán perlas y cir
cundarán su barco...
¡Eh! ¡Eh! ¡Adelante, en lontananza, sobre las
olas y reflejos! ¡Ea! ¡Ea! Hacía nuevas costas,
hacia mundos nuevos.. .
Y alguien pasa y le toca el hombro:
—Barquero: tú sueñas y el viento ha hecho
lo suyo. ¡Rompió la cadena! Una oleada furio
sa embistió tu barca, arrastrándola. El cielo se
alborota y el mar se agita; aléjáte de la costa.
El barquero despierta.
Y despiertan también su dolor y su eterna
nostalgia.. .
*
* *
El sol declina, y en el bosque no puede el
pastor recontar su majada. Palta una oveja:
una que se ha perdido... La más blanca, la
más joven y más delicada. ..
La llama con los nombres más tiernos, con
voz intranquila y nostálgica. En ecos múlti
ples resuena su voz en la selva. La oveja no
responde. No hay son de ella...
Sigue declinando el sol, las tinieblas se tor
nan más espesas y ya la neblina envuelve los
árboles...
Rápidamente conduce el hato al corral, lo
encierra, toma un farol, prende fuego en él, y
(1) Escritor israelita de gran valia.
regresa atribulado a la selva en busca de su
amada oveja, la más blanca, la más tierna y
más delicada...
Penetra en el bosque al trémulo reflejo de
la débil lucecilla, y de repente una ráfaga apa
ga la única luz. ..
En la obscuridad de la selva se queda pas
mado el pastor.
*
* *
Y al creyente se le ha dicho:
—Un trueno partió tu santuario... Tu Dios
de quien dependía tu alma, hacia el que tu
corazón padecía nostalgia, tu única esperanza
y salvación, ese Dios tuyo cayó y se ha pul
verizado ... Y levantóse un viento que disper
só y difundió su polvo...
Destrozado quedó el corazón del creyente.
*
* *
Y yo soy la metamórfosis de todos ellos.
Yo heredé el dolor del jardinero, del barque
ro, del pastor, del creyente, y todo ello estalla
en mi pecho.
El y Ella
(Un jardín. En el fondo, una casa. La luna
sale de entre las nubes y deja caer sobre
la escena un pálido reflejo.)
El. — Las flores te sintieron y te saludan
con su aroma...
Ella. — (Irónicamente) ¡Oh!...
El. — Y la luna sale de entre las nubes y
va a tu encuentro...
Ella. — La luna es una necia, decía Heine...
El. — Pero cada necio posee su lógica y
sabe distinguir entre el bien y el mal. ¡ Cómo
tremolan sus rayos sobre tu rostro delicado,
sonriendo al rededor de tus finos labios!
Ella. — ¡Eres poeta!
El. — Cualquiera lo sería viéndote. Y no
es poesía: es que te amo...
Ella — (Señalando la casa). Ve a decírselo
a mi madre y se alegrará: se pasa las noches
en insomnio, en el temor de que me quede pa
ra vestir imágenes... ¿Aun permaneces aquí?
El — Acordóme de una historieta.
Ella. — Cuéntala, si se relaciona con el
asunto.
El. — Es, pues, de saber que ello aconteció
en el Paraíso.
Ella. — Arcaica historia es esa.
El. — «Que siempre nueva será», dice Heine...
Y sucedió antes de que se expulsara a Adán
y Eva, la primera pareja del Edén, y antes de
Letras
175
que se colocase como guardias a querubines
armados de filosos sables...
Ella. — Sería que aún no habían comido de
la divina manzana, ignorando así lo que era
el bien y el mal.
El. — Sí que comieron.
Ella. — ¿Y no estaban expulsados todavía?
El. — (Sonriendo). Aquí precisamente co
mienza el episodio. Desconociendo el mal,
Adán so pasea tranquilamente por las alamedas
del Paraíso y halla una hormosa manzana col
gada de un árbol
Ella. — ¡Otra vez una manzana!
El. — Y hermosa también; una tentación
para la vista, como diría la Biblia; una manza
na delicadamente roja, cual fresca mañana.
Ella. — ¿Y le agradó?
El. — Ciertamente. La boca se le «hizo
agua.»
Ella. — ¿Y la arrancó?
El. — Esto está prohibido en el Paraíso.
Limitóse a pedir. Se detuvo ante el árbol, lo
saludó con fineza, y díjole: «Arbol, buen ár
bol, regálame tu manzana, pues quiero comerla.
Ella. — ¿Y negóse el árbol?
El. — No. Mas fijó su condición. «Adán
generoso Adán, contestó el árbol, tú puedes
tomar la manzana, pero sin separarla de mí.
Puedes comerla, más también a mi deberás co
merme. Tendrás que comerlo todo: la manza
na. las hojas, las ramas, el tronco y hasta las
raíces». - '
Ella. — ¡Ja! ¡jal ¡ja!
El. — También Adán se reía. Pero el árbol
hablaba con seriedad. «No debes comerme de
una sola vez. añadió, sino con el tiempo, en el
trascurso de tu vida. Deberás comerme coti
dianamente, a cada hora, a cada minuto, a ca
da segundo, sin intermisión alguna.
Ella. - ¿Y él?
El. — Ya conocía el bien y el mal.
(Pausa)
Ella. — También heme yo acordado de una
historieta.
El. — Cuéntala, si se refiere al asunto.
Ella. — Esto no pasó en el Paraíso, pero sí
en un sitio semejante: en una selva primitiva.
Y no era Adán el protagonista, sino un con
génere suyo, un salvaje. Tenía el cuerpo sal
picado de distintos colores y pintados sabre la
garganta, en lugar de perlas, una dentadura y
animales raros, y sobre la cabeza llevaba una
corona de plumas varias. Traía en la mano
un arco. Levantando cierta vez la cabeza, vió
revolotear allá arriba un extraño pájaro, ador
nado con una pluma dorada, que era una ten
tación para la vista, un divino rayo matutino...
Y gustóle la pluma, porque la necesitaba para
su diadema.
El — ¿Y le lanzó una saeta?
Ella — Era demasiado alto y brioso el vue
lo del ave para que la saeta pudiera alcan
zarla...
El — ¿Preparóla una trampa?
Ella. — No. Bogó: «Pajaro, pájaro, yo ne
cesito tu pluma... Detente y te mataré. No me
serviré do tu cuerpo, solamente tomaré la plu
ma, tu brillante pluma que...
El — ¿Y?
Ella. — Antes de que concluyera, el pájaro
se había volado. (Se va apresuradamente).
El — He ahí el problema...
La Vestal
Del fuego pensaba así el hombre primitivo:
«El fuego proporciona calor y quita el frío;
el frío es la muerte, el calor es vida. La fuen
te de la vida es el fuego».
«El fuego ahuyenta las fieras de la selva; el
fuego es útil».
«Madre de la luz es la lumbre. La luz ahuyen
ta las sombras de lo noche...; el fuego es bueno».
«Puro es el fuego, y todo lo purifica; el fue
go es un santuario».
«El sol, la luna y las estrellas, todo lo que
brilla hállase en el cielo. Desde allí debía un
Dios conceder por misericordia el fuego al
hombre. Porque ¿qué sería del hombre si no
tuviera un fuego?»
Así meditaban nuestros antepasados y man
tenían en sus templos un fuego sagrado y pu
ro, al que prodigaban especial veneración.
Para custudiarlo fué escogida la virgen: lo
más noble, lo más puro y más delicado.
Como a sus propias pupilas cuidaba la vir
gen el sacro fuego del templo. Sacrificaba su
vida en aras de lo supremo o de lo sagrado o
del símbolo que los encarnaba... Al fuego con
sagraba su corazón y su virginidad. Avivába
lo con su aliento, quemaba en él incienso y lo
mantenía siempre vivo y puro.
Pero si sucedía que la vestal olvidaba por
un instante su misión, se apartaba del altar y
salía del templo dejando que el fuego se ex
tinguiese, entonces, ¡ay de ella!:
Arrojábanla viva a un hoyo y la enterraban...
Cierta vez fué sitiada una ciudad griega.
Aspecto fatal adquirió la lucha entre sitia
dores y sitiados.
Y la victoria está lejana aún.
Muros inexpugnables rodean la ciudad, y enor
mes proyectiles son lanzados contra ellos.
Héroes denodados se abalanzan contra sus
puertas, pero otros no menos intrépidos las
defienden.
El número de los atacantes es idéntico al
de Iob defensores.
E igual es la cantidad de dardos lanzados
desde lo alto de los muros a la que envía des
de abajo el enemigo.
Y raramente deja alguna de dar en el blanco.
Y el número de muertos tumbados a los
pies de los sitiadores es el mismo que el de
los que caen de los muros.
Arrodillada ante el altar, con la vista fija
en el fuego, aguarda en vano la sacerdotisa
alguna señal de triunfo.
176
Letras
No percibe su oido grito de júbilo. No se oyen
pasos de vencedores encaminados al templo...
Leve temblor sacude su corazón virginal.
Su ciudad natal está en peligro y con ella
el sagrado templo y el fuego venerado.
Súbitamente se apodera de ella una horrible
tentación: es necesario que salga del templo y
presencie, tan siquiera por un momento, la
tremenda refriega...
Y no pudiendo vencer su deseo sale del templo.
De pronto cae desde lo alto de los muros
un cuerpo a sus pies... Un héroe menos entre
los defensores; más inminente se hizo el peligro.
Rápidamente coge la vestal el arco de la
mano del muerto, y con la velocidad del rayo
sube sobre el muro. Con energía desesperada
estira las cuerdas, apunta, dispara y hiere a
un grande héroe de los sitiadores...
Muy luego cambió de faz la lucha: su ciudad
natal estaba por vencer.
Rechazado y desbandado está el enemigo, li
bre quedó la ciudad y el sacro templo ha sido
salvado...
Con gritos de júbilo, himnos y banderas des
plegadas, apresúrense los héroes al son de mú
sica hacia el sagrado templo para agradecer
a su dios, al diós de su ciudad y...
Se quedan petrificados...
¡El templo está obscuro!
En el momento del triunfo el fuego se había
extinguido...
Del templo al son de cantos de agradeci
miento e himnos de alabanza es conducida ba
jo banderas y estandartes la vestal que ha dado
la victoria...
Rebosante en adornos de oro y plata se la
conduce, velado el rostro, por el camino cu
bierto de flores, que va de la ciudad salvada
hasta la sepultura, allá en el campo libre...
La detienen al borde del pozo y coronan su
cabeza de vencedora con laureles.
Y los más vinculados al templo y los ancia
nos de la ciudad se postran a sus pies, la ro
dean, arodillados, y besan los bordes de su tú
nica.
Ya los instrumentos dejan oir su postrer soni
do de júbilo y agradecimiento; luego enmudecen.
Y en medio de un silencio sepulcral se la
arroja a la fosa, que presto se llena de tierra...
De un lívido rostro dos ojos negros asi me
contaron, y yo os lo redero.
¡ Canalla!
I
Pasa un hombre acaudalado y advierte al
pordiosero apoyado en la pared. El tiempo es
frío y húmedo. ¡ Quién sabe desde cuanto
tiempo el mendigo estará ahí en espera de
una limosna!
Apiádase el rico, y sacando una moneda de
diez centavos la arroja al pordiosero.
Este mira hacia el lugar donde cayó la mo
neda, pero no se mueve para cogerla. El ca
ballero lo observa y se dice:
— ¿Será poco para él? ¡Canalla!
II
Pasó el coche. Quejándose se sienta el por
diosero sobre la acera. El tiempo es húmedo
y frío. Le duelen las costillas. Difícil le será
volver hoy a casa, porque estando así sentado,
las piernas se niegan a obedecer. Tampoco
puede alcanzar la moneda. Se tiende cuan lar
go es y extiende la mano ... Apenas ... ape
nas ... ¡ Ya la tiene!
Observa la moneda: ¡es falsa!
Y también él exclama:
¡ Canalla!
¡El colono
Había una vez un colono, comenzó a refe
rirnos Rabí Salomón.
Vivía aislado en la aldea; no se relacionaba
con nadie y ninguno trataba con él.
Hablaba una lengua extranjera y nadie lo
comprendía, ni quería comprender.
Un día el colono halló un brillante.
No podía apreciarlo, pero ya se le alcanzaba
que era de valor.
Brilla e ilumina. «Es un pequeño sol, piensa
el colono, debe de valer un caudal».
Pero es arriesgado vivir entre extraños po
seyendo semejante piedra preciosa. Porque si
llegasen a averiguarlo, lo asaltarían, y, for
zando las puertas, le quitarían el tesoro y
la vida.
Es menester ocultar la piedra
No dirá palabra ni a su mujer, pues harto-
sabido es la indiscreción de las hijas de Eva.
Y regresando a la colonia entierra la pie
dra, en el jardín, delante de la puerta. Coloca
como señal una gran piedra; una piedra pesa
da que le indique el sitio para que, cuando
lleguen tiempos mejores, en los cuales no deba
temer la envidia y el odio de los vecinos, sepa
adonde encontrar el tesoro, que libremente
podrá brillar entonces en la claridad del día.
Cierta vez su jóven esposa observó la pie
dra. No puede tolerar que el ágata ocupe
inútilmente un lugar, pues allí podría plan
tarse algo: una cebolla, un pepino . . .
Mas no pudiendo sola sacar la piedra llama
en su ayuda al marido.
Este se asusta.
— ¡Dios te libre! — exclama — no toques la
piedra.
— ¿ Por qué ?
— Es esta una piedra propicia. Nos trae
suerte y bienestar.
— ¡Si no es más que una simple ágata!
— Pues ya lo ves: tal poder posee.
Admírase la mujer. No sabe con certeza si
el maride lo dice en serio o por vía de broma.
Se fija en sus ojos y nota que están serios,
severos, y sin indicio de burla.
Ella ama al esposo y cree que es prudente
y honrado, y como mujer está satisfecha en
Letras
177
creer en algo, sobre todo en un señal venida
de arriba... Y además carece de tiempo para
meditar: es necesario cultivar la huerta. Obe
dece pues al marido y torna a sus faenas.
Al día siguiente advierte éste que son dos
las piedras colocadas en el jardín.
— ¿Qué es esto? ¿Quién ha puesto la otra
piedra? pregunta. Sonríe su consorte.
Dormía mal esa noche la jóven. Era tan
extraño el brillo de la luna a través del pos
tigo ... El corazón se le llenaba de angustia
y de nostalgia .. . Sentía temor...
Pero no quería despertar al cónyuge; deci
dióse a bajar del lecho, se deslizó del aposen
to y colocó otra piedra ...
Esto la calmó.
— Así —• añade sonriendo — será doble su
eficacia.
¿Y qué puede hacer el colono? ¿Como ha
de irritarse contra su mujercita cuando ésta
sonríe tan dulce e infantilmente y abrazándolo
con las blancas manos le presenta, para ser
besada, la frente alabastrina?
El besa con fervor la blanca frente, y en el
azul de sus hojos busca una explicación de su
intranquilidad nocturna. Y calla. Considera la
jóven a este beso cual premio por su bondad
y devoción. Así es que cuando quiere que la
bese en la frente, añade una piedra.
Y si él no lo hace, los ojos de ella se lle
nan de lágrimas.
La pareja llegó a tener hijos : un varón y
una niña.
Esta no se asombra, y sin interrogar si
quiera remeda a la madre.
La madre pone piedras grandes, la hija pe
queñas; pero las piedrecillas crecen con ella.
_ Empero el hijo prudente ya inquiere: ¿Qué
significa todo ello?
Las piedras — responde la madre orgullosa
de su saber — nos son propicias,
— ¿Por qué? — insiste el muchacho — ¿Y qué
es propicio? ¿Es obtener más de lo que se
gana o produce?
Esto no lo sabe la madre.
— Pregúntaselo a tu padre — le replica.
— Cuando seas mayor de edad — le dice el
padre — también tú lo comprenderás.
Y cuando el chico llegó a la edad madura
el padre lo reveló el secreto del brillante.
Y así ha sucedido con una larga serie de
generaciones.
Una transmitía a la otra el arcano.
De cada generación uno tan solo conocía el
secreto del brillante, y los restantes creían
que las ágatas traen suerte, que cuanto más lo
hubiere, mejor será, y seguían añadiendo piedras.
Los vecinos lo notan y se admiran.
Algunos se burlan; otros, por el contrario,
respetan costumbres antiguas.
Más de uno pensaba que este hábito debe
datar de la época en que los ángeles descen
dían del cielo por escaleras, avista do los hombres.
Algunos vecinos, deseando demostrar su amis
tad hacia la familia, arrojaban también piedras
al jardín.
Y en el seno de ésta el acto de colocar
piedras se convirtió en costumbre, en tradi
ción, en culto.
Protestan los jóvenes, los viejos se irritan y
amenazan con sus puños huesosos.
Los jóvenes predican contra las piedras y
los ancianos dicen:
— Tai como hacían nuestros antepasados,
asi haremos nosotros ... Nuestros abuelos nos
sobrepujaban en saber y arrojaban piedras,
señal es que así debe ser. No somos nosotros
los indicados para transformar el mundo.
Y otros tantos dichos anunciaban, sobre los
que se basa el mundo, esto es, el mundo de
los humanos.
Y si algún jóven se proponía obrar contra,
lo que afirmaban los viejos, éstos lo perseguían.
Anualmente abandonan los jóvenes la casa
paterna, se separan de su propia familia y
van a buscar trabajos: comen pan ajeno, pernoc
tan en hogares extraños, con harto pesar suyo.
Porque insoportable se hizo la vida en su
propio hogar.
El montón de piedras crece diariamente. Se
desparrama,aproximándose cada vez más ala casa.
Con el tiempo las sagradas piedras tapiaron,,
puertas y ventanas :
— ¡No importa! decían los ancianos.
Y colocando una escalera pasaban por la
chimenea.
Llegó a faltar el aire. Esto es lo de menos:
cuando se come poco y se vive poco no se ha
menester de aire abundante.
Hubo también escasez de víveres. .Imposible
era cultivar la tierra, pues todo el campo ha
llábase cubierto de piedras.
— Dejadnos por lo menos hacinarlas, roga
ban los jóvenes, que crezcan hacia el cielo,
pero que no ocupen menos espacio de tierra.
Que haya tan siquiera terreno para arar y sembrar.
— ¡Herejes!, replican los viejos, solo por en
cima de nuestros cadáveres llegaréis hasta las
piedras...
Rabí Salomón se queda pensativo por un
instante, y alquien de nosotros pregunta:
— ¿Y por qué calla aquél que conoce el se
creto del brillante y no concilia a viejos y jóvenes?
— ¡Bah!, contesta Rabí Salomón con un pro
fundo suspiro, el mal está precisamente en que con
el tiempo se han olvidado del todo del brillante...
Si habrá muerto alguno sin dejar testa
mento... o si hubo alguien que no quería
creer a su propio padre o se negaba a enga
ñar a su propio hijo, lo cierto es que el bri
llante cayó en olvido, y jóvenes y viejos lidian
ahora por simples piedras ...
Calla Rabí Salomón.
Y nosotros preguntamos:
¿Quién es el brillante?
Pero Rabí Salomón no responde. Sonríe y
luego exclama:
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