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7
i
ASUNCION (PARAGUAY), MAYO
1916
DE
Vi
¡rafe
REVI5TAM MEN5VAL
AÑO I.
TOMO ||
DIRECTOR
MANUEL RIQUELME
SUMARIO
Valle Inelan MANUEL DOMINGUEZ
Los nuevos rumbos <le la Psicologia P. DE LA 0. MENDOZA
Aquella Tarde P. P.
Cervantes en el Colegio Nacional .. JUAN E, O’Leary
Dios proteja a Francia! Amado Nervo
El Hierofante de Sais Eloy FariXa NUSez
El Natalicio de la Infanta Oscar Wildb
Al pie de tus rejas Facundo Recalde
Una poetisa brasileSa SILVANO MOSQUEARA
Orillando la Vida Mariano Carmena
Recordando a Cervantes Manuel Benavknte
El criticismo psiquiátrico A. Gonzálívz-Blanco
Recuerdo de una tarde de otoño ANGEL I. González
Arandú caaty Pedro Pérez
Filosofía barata salterrain Herrera
Elogio de la lengua castellana RICARDO León
Sobro una rima de becquer W. Jaime Molins
«El segundo libro del trópico» Alvar NuSEZ
El gran conflicto Pedro P. Samanieoo
Capítulos limilares Oscar Efren Reyes
N°. 6.
Imprenta
LA MUNDIAL
Asunción
Canje y correspondencia
dirigir a I
Casilla Correo, 146
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ASUNCION
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Mauricio Girard
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LETRñ5
REUI5TR mEHSUñL
CIEnClñ . LITERRTURR . CRITICA . RRTE
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Director: mflnUEL RlQUELfllE
Administrador: 1. EL1.R5 DEL UHLLE
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Caõa seis números
forman UN TOmO
Canje y corresponâencla álrljír a la Casilla óe Toreo 146
Rsunción - Pnraguay
lÍÍ¡llllll!llillll!!ÍH iilílllll!l!lls!!ll|li:illlll¡lllilll!]!l!lllll!l!lllllll!ll!!ilil!illll!|]|lll|]l!!i;i¡lll!l¡l!li;illlllll!llllll!¡i!¡i;illllllll¡ll(l!l!lli;illllillllllll!i;i:i;i:illllllllllll!ililill!illlllllllllllllllli|l|!!lllllllllll|llll|||l!ll!l||l!yi!llll|||||!llill¡i
iiiiiiiiiiiiiiuiiíi
,Wi.m.«.
II!IIIi | ,iITI ! IiI!I IIHIIIII
Berlín
LETRAS
LETRAS
REVISTA MENSUAL
CIENCIA- LITERATURA "CRÍTICA-ARTE
DIRECTOR
'MANUEL RIQUELMÉ
TOMO II
CANJE Y CORRESPONDENCIA DIRIJ1H A
CASILLA CORREO 146
ASO I.
Asunción, Mayo de 1916
NUM. 5.
VALLE INCLAN
Y la luz y el color y el sonido
Solo son cerebrales fantasmas....
Y lodo es como el color y el soni
do en el cerebro. Es verdad que esta
mos siempre colorando el mundo con
el prisma de nuestro temperamento. Pre
tendemos hablar de los demás y solo
hablamos de nosotros mismos. No pode
mos salir de la caja craneal, nuestra
prisión oscura, la caverna que dice Ana
tole Eran ce.
Y entonces ¿qué hacer para retratar
a los escritores?
Dejar que se pinten ellos mismos,
se reflejen tales como son en la luna
transparente de su estilo.
Que no haya crítica! Pues casi no
lo es el resumir y ordenar la forma y
el fondo, lo que sintió y pensó cada
escritor.
Y así va a presentarse Don Ramón
■del Valle Inclán, retratándose en es
corzo. Apenas si nos permitimos el
lujo de delinear el marco.
Su dicción es única entre tantos que
manejan cotí gallardía el verbo de Cer
vantes. En frente de los otros escri
tores de su patria, le son aplicables
estas palabras del amante de la peca
dora mejicana en la Sonata de Estío:
«todos los españoles nos dividimos en
(a MI AMIGO DON AUSENIO LÓl’RZ DECOUd)
dos grupos, el marqués de Bradomín y
los demás.» Prosa fluida, leve, casi
alada, que aporta al castellano la ligere
za francesa: glissez n’apuyes pas.
La arquitectura verbal castelariana,
mapa de un vasto género, resulta, com
parada con la airosa de las Sonatas,
la construcción recargada y pretencio
sa al lado de la esbelta sencillez del
Partenón. Quizá sería mejor comparar
esas Sonatas con el encaje de piedra
de la Alhambra. No es brillante en
la acepción gastada del epíteto. Todo
en él es suave y distinguido, con deli
cadeza aristocrática. Diría, no sé por
qué, tal vez en el sentido germánico,
que su estilo es gótico. La poesía es
tá en la elegancia, decía una célebre
escritora, y parece ser la máxima de
este escritor que, sin duda, será céle
bre también. Se pinta en uno de sus
héroes que quería ser confesor de em
peratrices y de reinas.
*
* *
¿Cómo siente la naturaleza? Con
gracia risueña y sensibilidad contenida.
Ha de haber estudiado muy bien la
gama del idioma. Hay belleza en la
vaguedad de las cosas, en las que flo
tan en el limbo de la distancia o en
230
LETRAS
las nubes indecisas del recuerdo, y la
Hay también en las notas que suspiran
a lo lejos, y Valle Inclán ama esos
ecos dolientes y lejanos. Huye del
tono alto y acierta a producir sus
acordes con una hechicera combinación
de semitonos, divinamente evocadores.
Nos habla de la vaguedad risueña y '
feliz de los recuerdos infantiles, nos
mece con la salmodia del viento, las
cantigas poéticas del pueblo, la quere
lla de las olas y el rumor quejumbroso
de las selvas que alzan al cielo sus ci-
. mas pensativas.
Deliberamente monótono, a veces, pa
ra producir la continuidad de algunas
sensaciones musicales, va repicando y
conjugando la tiramira de sus verbos
predilectos. Veamos:
Las palabras del peregrino en Flor
ele Santidad ululan en el aire, el vien
to siempre está llorando a la distancia
% su llanto de mil anos o quejándose en
los pinares con voces de otro mun
do. En letras antiguas resuenan acentos
de cadencia lánguida y nostálgica. Los
mirlos cantan en las ramas y sus cantos
se responden encadenándose en un ritmo
remoto como la olas del mar. La voz de
Adega era devota y su idioma era el ar
caico, casi visigodo de la montaña. En la
escala de sus notas más queridas, las hay
hondas como un éco de la pasión o so
lemnes y graves como las letanías y los
salmos. A veces los cactus sacudidos
por el viento, remedan ruidos de to
rrente que se despeña a la distancia,
en la oscura lejanía. Y en Gerifaltes de
Antaño hay sombras y rumores que tie
nen una eternidad y una eficacia en el
gran ritmo del mundo.
Así el amante del sonido. Vamos,
de inmediato, a la sensación pictórica.
*
solitarios, la belleza mística, la santi
dad contrita.. Las nubes, en sus pági
nas,. van volando albas en el fondo
sangriento de la tarde que a su vez
huye arrebujada en los pliegues de la
ventisca.
Delinea montañas de fantástica cum
bre, marcando el límite de la otra vi
da. El sol y las estrellas se ponen
en ocaso que dura eternidades. Ma
ría Kosario, el único amor de su vida,
en la Sonata de Primavera, era santa y
bella como esos arroyos silenciosos que
parecen llevar dormido en su fondo el
cielo que reflejan. El marqués de Bra-
domin se propuso amarla y superar a
todos los amantes que en el mundo han
sido . .. Locuras gentiles y fugaces
que solo duraban algunas horas y que
tal vez, por eso, le hicieron suspirar y
sonreír toda la vida. . .
Y así el pintor. Un poco colorista,
un poco decadente, con dejo romántico,
quiero decir,, sentimental.
*
* *
Palabras que no viven en agenos la
bios, están muertas en los míos, dijo-
una vez, y ello no es cierto del todo.
Acude con harta frecuencia a verbos
que no usan otros, a vocablos que sa
ca de no sé dónde: las esquilas sue
nan con ingrávido campanilleo, el re
lámpago deja en los ojos la visión tem
blorosa y fugáz del paraje inhóspito, al
marqués cercaba la turba clamorante,
el viento y los pájaros ululan a toda
hora.
Cincelador primoroso, evita, hasta
donde es posible, el que de la sintaxis
vulgar, sirte del romance, escollo del
prosador, rompiente donde náufraga
la elegancia.
*
* *
Es escéptico. De tarde en cuando se
siente la punta de diamante de su iro
nía. En una historia de España don
de leyó siendo niño, le enseñaron que
lo mismo dá triunfar que hacer glorio
sa la derrota. . .
El semitono en música y la mediatin
ta en pintura. Acordando con esas notas
siempre vagas y distantes, pinta reflejos
dorados, lontananzas y agonías de la luz.
Pone en sitio conspicuo, con los cantos li
túrgicos, la penumbra de los templos
LETRAS
231
En la melancolía del sexo vé el ger
men de la gran tristeza humana, ele
gante cifra de cierta desoladora filo
sofía.
Siempre estuvo persuadido que la
bondad de la mujer es más efímera
que su hermosura.
Es a veces bellamente impío, con im
piedad simpática. Zenotemis, en el ban
quete de Tais, revista de la filosofía pa
gana agonizante, dice que no hay una so
la acción humana, ni siquiera el beso de
Judas,-que no lleve en sí el gérmen de
la redención, y Valle Inclan también
descubre en donde menos se espera, el
polvo de oro de la belleza. Le encuen
tra hasta en el horrendo incesto de la
Niña Chole. Sus labios sangrientos eran
bellos como su historia! Lo peor es que,
a fuerza de elegancia, torna a su he
roina casi inocente, casi pura; con el
nimbo del amor la ennoblece y la res
cata. La otra heroina de la Sonata de
Primavera, no sabía, la pobre, que su
destino de santa era menos bello que
el de María de Magdala.
En la Misa de San Electas del Jar-
din Novelesco, tres jóvenes enfermos,
mordidos por un lobo rabioso, van a
pedir su cura al santo milagrero. Con
voces estranguladas gemían caridad.
El abad cantó la misa y ésta fué tan
eficaz que los tres penitentes se mu
rieron. Aquí la deliberada sencillez, ca
si simple del estilo, hace resaltar el
■contraste inmoral del desenlace.
*
¿Quiénes influyeron sobre él?
Sus ideas, en ocasiones, parecen teñir
se un tanto de las de Jean Lorrain
(prescindiendo de las expresiones cris
padas y violentas de este enfermo, me
apresuro a decirlo).
Hay en el uno y en el otro como en
casi todos los decadentes, cierto abuso
intolerable de lo litúrgico.
Y María Rosario tenía su legenda, co
mo el Duque ele Fresnes aunque en
nadase parezca la imagen angélica del
amor puro con Mr. de Phocas, el ende
moniado, que buscaba las miradas de
agua doliente para ahogar en ellas a la
Ofelia de sus deseos.
Y el encanto perverso de la Niña
Chole, Venus turbulenta, hace pensar
en las princesas de Moreas a que alude
Lorrain, malditas, fatales y ¡adorables!
Las audacias de Gracian asoman no
se sabe dónde ni cómo, pero sin su
amaneramiento a veces gongorino. Tal
vez en un título, en Flor de Santidad.
Luis, dice Gracian, era flor de santos
y de reyes.
Pero todo está atenuado por Anato
le France. Los ojos de violeta de Adega,
la zagala soñadora, son los propios de
Tais, la divina cortesana, y ciertos sue
ños y visiones compulsan los de Pafnu
ció. Quizá el Satanás, Satanás, con que
finaliza la Sonata de Primavera, sea éco
del Vampiro, Vampiro, con que acaba
Tais. Cuando la Niña Chole, tendióse
en la hamaca y esperó, remedaba bas
tante a la temible cortesana que antes,
en la gruta, también esperó al abad de
la Tebaida santa.
H:
* *
Pero de todos modos Valle Inclán es un
escritor original. Nadie, que sepamos,
practica en España como él, el arte
por el arte. Ha trasuntado cuadros be
llísimos con el delicado pincel de su
palabra y después de tanta prosa fati
gante, descansamos en las ondas sua
ves de su estilo.
* *
Y ¿se ha retratado a sí mismo Valle
lucían? Acabamos por dudarlo. En al
go intervenimos —en la distribución de
los colores.
Lectores habrá que con distinto tem
peramento, copiando pasajes diferentes
a los resumidos por nosotros, produzcan
otra impresión con otra estampa. El
tinte del prisma interior.... el fantas
ma cerebral. Decididamente, no pode
mos salir de la caverna!
Manuel Domínguez
Asunción.
LETRAS
2 32
LOS NUEVOS RUMBOS DE LA PSICOLOGÍA
PSICOLOGÍA ANTIGUA Y PSICOLOGÍA EXPERIMENTAL. LABORATORIOS DE PSICOLOGÍA
EN ALEMANIA Y FRANCIA.—RESUMEN.
Para Letras
La Universidad del Paraguay no tiene
todavía anexa un laboratorio de Psi
cología experimental, sin embargo la
materia es interesante y ha realizado
muy notable progreso en la actualidad.
La Psicología ha evolucionado en su
concepto, considerablemente, a tal ex
tremo, que en la hora presente, el la
boratorio es el complemento indispen
sable de la enseñanza de esta ciencia.
El gobierno y las autoridades uni
versitarias, no pueden mirar con indi
ferencia, sin dañar la instrucción supe
rior del país, el progreso científico que
señalamos que es hoy una cuestión
fundamental en los centros de cultura
académica y profesional.
El estudio de la Psicología experi
mental es indispensable, para el mejor
desenvolvimiento pedagógico de las
distintas ramas del saber humano, de
modo que su enseñanza deberá insti
tuirse conforme a los progresos que ha
realizado desde cerca de medio siglo
a esta parte.
'<El estudio del espíritu — dice un
distinguido psicólogo argentino — es un
estudio de primera necesidad, por (pie
la psicología enseña que solo conocien
do sus propias aptitudes puede el hom
bre llegar a ser útil a si mismo, a los
suyos y a la sociedad, máxime cuando
el ambiente colectivo actúa constante
mente sobre su personalidad, dándole
contornos a veces diversos de su con
figuración primitiva. El hogar, el ta
ller, la escuela, constituyen medios que
perfilan inclinaciones desde los prime
ros años o incrustan sentimientos y ten
dencias, en esta época de plasticidad
orgánica, que perduran sin correctivo
posible toda una existencia». (1)
Si consideramos los fines científicos
y las múltiples aplicaciones de la Psi
cología, a las letras, a las ciencias
morales, jurídicas y políticas, a las
ciencias médicas y a la educación, re
sulta evidente que su estudio es ver
daderamente de primera necesidad en
el dominio de la enseñanza superior.
Tan limitada era la Psicología an
tigua.
La Psicología de la escuela antigua,
hasta hace cuarenta años, no tenía otro
sujeto para su estudio que el ser hu
mano, y en sus limitaciones no se re
fería, sino, al conocimiento del hombre
sano, civilizado y adulto. La Psico
logía humana era la sola estudiada,
y mal estudiada, porque se desconocía
el método científico dé investigación
de los fenómenos psicológicos.
La Psicología fisiológica-determinista,
la Psicología Experimental, de la es
cuela científica, ha sacado el estudio
del espíritu, del estrecho marco de la
Psicología antigua, y ha realizado un
progreso análogo al que se había rea
lizado anteriormente en Fisiología, ma
teria esta última, que jamás limitó sus
(1) Dr. Horacio Gr. Pinero— Enseñanza de la Psicolo-
logía-programa—Bnéiios Aires.
IjETUAS
233
investigaciones al solo organismo hu
mano; se sabe que, en las épocas en
(pie la autopsia del cadáver y la disec
ción del hombre eran prohibidas por
motivo religioso, la fisiología por medio
de la observación de los animales, ha
llegado a descubrir leyes muy impor
tantes, que fueron utilizadas por la Pato-
logia desde la más iemota antigüedad.
La, Psicología, cuyo desarrollo ha
sido considerable, durante los últimos
cuarenta años, se ha decidido seguir el
mismo rumbo de la fisiología, de tal
modo, que adoptando el método cien
tifico, ha adquirido singular interés,
que su estudio se impone en la ense
ñanza secundaria y como materia previa
en la enseñanza universitaria, en el
estudio de las profesiones que requie
ren una disciplina mental superior.
La evolución de la Psicología anti
gua hacia el concepto de ciencia ex
perimental, se señala desde 1878. La
cátedra, el laboratorio y las publica
ciones. que se inician por esa fecha,
marcan los nuevos rumbos de la Psi
cología.
El profesor Charcot, en Francia,
inaugura sus memorables conferencias
sobre el hipnotismo en sujetos histéri
cos, mientras en Alemania se inaugura
bajo la dirección de Guillermo Wundt,
el primer laboratorio de Psicología
experimental.
Coinciden estos hechos primordiales
con la fundación de la Revue Philoso-
phique por Ribot, que tan vivo impul
so dió en Francia a los estudios de la
Psicología científica.
En alemania, fué el profesor Wundt,
el verdadero fundador de la Psicología
experimental. Bajo su dirección se
inauguró en Leipzig el primer labora
torio en 1878, anexo a la Facultad de
'Filosofía y Letras. Instalado en el pro
pió edificio de la Universidad, constitu
ye una dependencia exclusiva de la
Facultad mencionada.
Se denomina «Instituto de Wundt».
Es una vasta dependencia, en donde
predominan las pequeñas salitas en nú
mero de nueve, dando todas sus puer
tas a un corredor. De esta salitas,
dos están destinadas al estudio de los
fenómenos de la Optica: una de ellas,
es una cámara obscura en que perma
nece durante un tiempo fijo, el sujeto
que debe ser sometido a experimentos;,
permanencia que responde a la nece
sidad de sensibilizar la retina, y darle
la adaptación condicional que iguala a
todos.
Las piezas destinadas a los apa
ratos de medición, encierran cronosco
pios de Hipp, cronoscopios comunes,
diapasones polígrafos, conmutadores,
llaves tecladas, etc.
En el cuarto de galvanometría,
están los aparatos de Thompson, Wie-
densman d’ arsombal, algunos reosta-
tos reductores de potencial.... apara
tos de uso común en Psicologia.
La cámara de acústica, a dobles
puertas, posee un sistema de tubos de
vidrios envueltos en algodón para ana
lizar distintos tonos y otros aparatos
para medir la altura, intensidad y tim
bre de los sonidos.
Otra pieza está reservada a los ple-
tismografos, ergógrafos y en gobernal
los aparatos destinados a medir la
fatiga muscular e intelectual, en la in
fluencia del trabajo mental sobre la
circulación.
El salón ocupa el director y otra
pieza está destinada al primer asis
tente.
Todas las piezas están ligadas por
tu vos acústicos, y tienen además comu
nicación entre sí, por una red de hilos
eléctricos terminados en cada pieza,
en la cual, una tabla con dedales, lle
nos de mercurio, permite establecer
las coneeciones necesarias.
Como todo laboratorio de importan
cia, tiene su mecánico especial, Zinmer-
matin, quien ha modificado muchos apa
ratos y ha ideado otros, especialmente
para la óptica y órganos de los senti
dos.
El personal del laboratorio se com-
'234
LETRAS
ponô como de veinte personas, entre
profesores, ayudantes y sujetos de ex
perimentación.
La bibloteca del Instituto deWundt
es de gran importancia; abarca todo
cuanto se ha escrito hasta hoy sobre
psicología; recibe un gran número de
revistas y encierra colecciones comple
tas de cuerpos elásticos y todo aque
llo que aporta algún contingente a la
psicología y a sus ciencias auxiliares.
Al Instituto concurre un público nu
meroso, compuesto de estudiantes de
medicina, de ciencia y de filosofía.
Los alumnos están designados en el
laboratorio, en grupos encargados de
alguna sección experimental, pero, an
tes de iniciar un trabajo deben ofre
cerse como sujetos de experimentación
durante un período de seis meses, pa
ra ponerse al corriente de las nociones
más elementales de psicología experi
mental y familiarizarse con los apara
tos que se les enseñan en un curso es
pecial.
Los trabajos hechos en el laborato
rio se' publican en las Philosophische
Studies que forman una colección muy
voluminosa.
Estos trabajos tienden en primer
lugar a la verificación de las leyes de
Weber y Feclmer y su aplicación po
sibles a las sensaciones visuales, au
ditivas y de presión: después, se diri
gen a la psicometría para estudiar
tiempos de reacción simple, duración
de los tiempos psíquicos mas compli
cados, como ser, tiempo de elección
de reconocimiento y de asociación.
Todos estos fenómenos en su investi
gación y fijación, han de servir a
establecer las bases de una descrip
ción científica de los estados de con
ciencia mas sencillos, es un paso entre
la psicología y la fisiología,
La tendencia general del Instituto
de Vundt, es la de enseñar mas bien
que la de investigar, procura difundir
la psicología experimental, dejando en
segundo término la investigación per
sonal. Es un centro de propagación
mas que de especialización. Del labo
ratorio de Guillermo Wundt, han sa
lido psicólogos de alto vuelo como
Munsterberg de la Universidad de
Harward, y Kroepelín, Director del
laboratorio de Heidelberg.
En otra oportunidad nos ocupare
mos de los otros importantes labora
torios que hacen honor a la psicología
científica alemana, como el de Stumpf
de Berlín, fundado por el profesor
Ebbinghaus, el de Goettingue del
profesor Muller y el de Kroepelín
(Heildemberg).
Nuestra información bibliográfica so
bre la psicología científica alemana
nos ha permitido realizar estas des
cripciones, que por otra parte, se ins
piran en los estudios del Dr. Jaime
R. Costa y del Dr. Horacio G. Pinero
que por hoy es el representante mas
avanzado de la psicología experimental
en la República Argentina, notable
psicólogo, distinguido profesor y con
ferencista brillante.
En Francia, la psicología científica
comienza con los estudios del profesor
Charcot sobre sujetos históricos. Puede
decirse que las conferencias en la
Salpetriere del eminente profesor, no
versaron sino sobre psicología mórbida
sirviendo de punto de partida de la
psicología experimental, que desde en
tonces ha llamado la atención de los
hombres de ciencia franceses, que no
trepidaron en seguir el método del
sabio profesor.
Juan Martin Charcot, graduado en
la Facultad de Medicina de Paris a
los veintiocho años (1853) se había
distinguido, en clínica. En 1856 es
nombrado Médico de los Hospitales y
en 1860 fué agregado a la Salpetriere,
siendo designado el mismo año Médico
titular.
En la Salpetriere su clínica es fre
cuentada por numerosos discípulos. En
1873, llegó a ser catedrático de Ana
tomía Patológica en la Facultad de
Medicina y Miembro de la Academia.
ê
¡LETRAS
235
tín 1875 publicó sus Lecciones so
bre las enfermedades del sistema
nervioso y mas tarde, se dedicó a
realizar importantes estudios sobre el
hipnotismo, que ha dado origen al
•desenvolvimiento de la psicología ex
perimental en Francia.
El laboratorio de la Salpetriere ha
sido durante largó tiempo el mas im
portante como centro de investigación
y de enseñanza de la materia. A la
muerte do Oharcot ya existía en Fran
cia muchos psicólogos del alto vuelo
que han seguido los procedimientos y
métodos de ilustre maestro. En la
Salpetriere, el verdadero sucesor de
Charco! es Fierre Yanet, personalidad
científica de gran renombre y uno de
los catedráticos mas notables de _ la
Sorbonne, quien se preocupa especial
mente de enseñar la psicología mórbida.
Yanet dicta semanalmente una clase •
de psicología aplicada a la clínica;
y como decimos, la característica de
la enseñanza de la psicología en la
Salpetriere es la tendencia bien defi
nida a los estudios de los casos clí
nicos. Se considera de gran importan
cia el sujeto de Hospital, pues en él,
los fenómenos psíquicos son mas apa
rentes por que están exagerados. Yanet
no busca otro elemento de demostra
ción’ que los casos patológicos; los
niños no son sujetos apropiados; son
infieles y de resultados poco seguros.
Se ha establecido, que un alumno que
se examina, presenta pronto una emo
tividad que puede hacer malograr el
experimento; al contrario un neurasté
nico o un histérico en sus múltiples
variedades son sujetos altamente apro
piados a las demostraciones; los fenó
menos de la memoria en un sujeto
sano y un enfermo, ofrecen diferencias
de tal índole que el estudio del se
gundo arroja una luz mucho mas viva
que el primero y le sirve de comple
mento obligado.
El laboratorio de psicología de la
Salpetriere es considerado el mas an
tiguo de Francia, pero, es algo defi
ciente; sin embargo, tiene anexo un
museo de anatomía patológica «pie en
cierra valiosa colección de piezas ana
tómicas y fotográficas.
En 1889 se creó en Francia, el pri
mer laboratorio de psicología experi
mental, anexo a la escuela práctica dé
altos estudios (Paris). Su director íué
el profesor Beaunis de la Facultad do
Medicina de Nancy; y el reputado psi
cólogo Alfredo Binet, íué nombrado
Director Agregado. El laboratorio ocu
pa cuatro piezas muy modestas en el
4° piso de la Sorbonne. Alli se han
instalado los aparatos fundamentales
e indispensables en todo laboratorio.
La característica de los trabajos que
se realizan en la investigación perso
nal sobre tiempos de reacción simples
y compuestos, medición del tiempo, con
o sin atención, estudio del cálculo men
tal; investigaciones psicométrícas sobre
la atención y la distracción en sujetos
normales; localización táctil, estesiome-
tría etc. — El laboratorio es exe-
sivamente de psicología normal; par
ticularmente se realiza el estudio de
los fenómenos psicológicos en el indi
viduo sano, dejando el anormal, al
tipo mórbido haciéndose exclusión com
pleta de la psicología individual mórbida.
Binet. es Doctor en ciencia y esta
circunstancia ha infinido para que el
laboratorio de la Sorbonne no se haya
ocupado sino de psicología individual
normal,
Todos los estudios originales de psi
cología experimental hechos en el la
boratorio de la Sorbonne se publican
en la revista científica Alinee psycho-
logique y en el Bul let.in des travaux
du Laboratoires.
Cerca de Paris, en el asilo de alie
nados de Villejuif, el Dr. Toulouse,
ayudado por Vaschide y Vigoreaux,
dicta un curso completo de psico-fisio-
logía con histología del sistema ner
vioso.
El doctor Toulouse se dedica a in
vestigaciones sobre sujetos sanos y en
fermos.
236
Kl inició las publicaciones conocidas
bajo el título de Bibliotlieque Interna
tionale de psychologie en la que han
colaborado profesores y experimenta
dores notables como Claparede. Baldwin,
Paulhan, Morselli, Pitres, Grasse etc.
El progreso realizado en Europa pol
la psicología experimental es tan con
siderable e interesante, que su estudio,
seduce y apasiona, contrariamente a
lo que sucedía con la psicología dog
mática, tan obscura en su enseñanza.
La psicología científica ofrece] para
su estudio el sujeto sano y el hombre
enfermo, de donde se infiere-, sus dos
grandes divisiones: psicología normal
y psicología mórbida, Hoy los im
portantes laboratorios de Francia y
Alemania, han impulsado el cultivo de
la ciencia del espíritu, cuya importan
cia y beneficio ya no se discute como
enseñanza de primera necesidad.
DETRAS
Én 1901, el congreso internacional
de Fisiología, reunido en Turín sancio
nó a iniciativa del profesor Mosso el
voto siguiente: que la enseñanza oficial
de la psicología sea experimental y
organizada como instrucción distinta y
autónoma en las universidades; que se
suministre a esta enseñanza, los re
cursos necesarios para e! funciona
miento de laboratorios de psicología
experimental, que complementen las
cátedras oficiales.
A nuestro modo de ver, la univer
sidad de Asunción, debe crear el la
boratorio anexo de psicología experi
mental, a fin de encausar la enseñanza
de la ciencia del espíritu por su ver
dadero rumbo científico, como han
hecho ya las universidades argentinas.
Prudencio de da C. Mendoza
Mayo de 1916.
Aonmi mu....
gratitud
Había en el paisaje como una
ostentación de lujo y de belleza:
entre las frondas salmodiaba el viento
sus mejores susurros y querellas
y las aves rimaban, en voz baja,
delicados arpegios. .. Se dijera
que su rapsodia colosal, natura,
hacía ejecutar a toda orquesta.
Humilde espectador, devotamente,
escuchaba la gran magnificencia
de aquella formidable sinfonía
de tan dulces y exóticas cadencias.
^ en el huerto cerrado de mi alma,
donde solo anidaba la tristeza,
como un ave fatídica, guardiana
de los despojos de mi dicha muerta,
entró un rayo de luz que, poco a poco,
fué esparciendo mis íntimas tinieblas
para mostrarme el rostro sonriente
de mi novia intangible: la quimera.
¿Fué después tu mirada (pie tenía
no sé yo qué fascinación extrema,
qué rara idealidad, qué misteriosa
sugestión de dulcísimas promesas..?
¿O fué, acaso, tu acento persuasivo,
tu voz, de hermosas inflexiones llena,
que a mi dormido afán, como una dulce
reconvención, le insinuaron: crea?
Algo fué, que al brillar como un chispazo,
hirió mi alma con su lumbre intensa
y. ..aquella tarde me sonrió mi novia...
aquella tarde me sentí poeta...
Pedro Pérez
LETRAS
237
• I n|
1
II
il
Esta es. señores, una fiesta puramente
juvenil. Es algo así como un homenaje
anticiparlo del porvenir. Es el Paraguay
de mañana el que se apresura a afir
mai' su españolismo, su solidaridad his
tórica con la madre patria en una gran
comunión espiritual en que el habla de
Castilla remacha el vínculo indestruc
tible que nos une, por encima de todas
las vicisitudes del pasado.
Debemos, pues, dejar a nuestros ni
ños que den libre expansión a sus sen
timientos, que nos digan lo que sien
ten y lo que piensan ante esta fiesta
de toda la raza, ante esta glorificación
del soldado escritor, del manco genial
que con una sola mano realizó la haza
ña literaria más grandiosa que vieran
los tiempos, de aquel hombre que fué
una antítesis viviente, mezcla de dolor
y de alegría, de gloria y de miseria,
de cuya alma atormentada surgió esa
eterna carcajada, que se llama el Qui
jote, flor de idealidad abierta sobre las
lobregueces de su siglo, sobre las mi
serias de su vida y sobre las cruelda
des de su Destino.
Debemos dejar que nuestros niños nos
hablen y nos digan lo que ellos pien
san del hombre cuya desaparición hoy
festejamos, por una cruel ironía, del triste
y buen maestro de nuestra lengua que,
en realidad, nació el día de su muerte,
ya que tal es la condición de los gran
des, al decir del más alto cervantista
americano.
Pero, antes de que ese homenaje ju
venil se empiece, permitidme aclarara
mis más pequeños oyentes el simbolis
mo del Quijote y la personalidad de
Cervantes.
Amigos míos:
Vosotros no acabais de saber quien
fué Cervantes, ni qué representa Don
Quijote.
Habéis oido hablar de un soldado,,
que escribió un libro muy divertido, en
el cual se cuentan las aventuras dé un
loco, que persigue gigantes... Pero no'
van más allá vuestras relaciones con
el hombre que hoy celebramos.
Pues bien: bueno es que sepáis que
ese soldado, que escribió ese libro, era
un desdichado, un veterano de la gue
rra, un inválido, como uno de esos an
cianos que vemos pasar, indiferentes,
implorando nuestra caridad, después
de haberse sacrificado por nosotros en
una larga guerra, de la que salieron
mutilados, cubiertos de heridas, sin fuer
zas ya para ganarse el pan de cada
día.
Cervantes también había puesto su
vida al servicio de su país. Y en una
gran batalla perdió una mano, quedan
do inválido por el resto de su vida.
Perseguido por la mala suerte, cayó
después en poder de unos bandidos a r -
canos, que le hicieron pasar largos años
en la más horrible cautividad. Y, cuan
do pudo verse libre, regresó a su pa
tria, donde se encontró con que muchos
de sus deudos habían muerto durante
su prolongada ausencia, y donde nadie
se fijó en él, pasando inadvertido como
uno de tantos inválidos que regresaban
inutilizados de la guerra.
Los sufrimientos le habían agobiado,
envejeciendo cuando aun no era tiem
po. Y el pobrecito, que para nada pa
recía servir, pasó las mayores estre
checes. Apenas consiguió alguna ínfi
ma ocupación, que tuvo (pie abandonar
para ir a la cárcel...
UÍTUAS
238
Si, amigos mios: así como entre noso-
tros nuestros viejos veteranos han llegado
a sentir sobre sus carnes la mano , sa
crilega de sus hijos descastados, Cer
vantes conoció' los rigores de la cárcel,
adonde fué arrastrado por unas cuen
tas mal ajustadas, por negocio de cen
tavos, por cualquier cosa. Y allí, en
su oscura y estrecha celda, escribió la
vida de Don Quijote, castigando a sus
contemporáneos con el azote de su ri
sa, vengándose de los hombres grose
ros e injustos que le escarnecían, pin
tándose a sí mismo y fundiendo su de
lirante altruismo en un desdichado ca
ballero, loco de generosidad, que bajo
todos los golpes y frente a todos los
reveses persiste en ser el protector de
los débiles y de los desamparados de
la tierra.
Y, mientras los que le habían ente
rrado en aquella cárcel seguían har
tándose. olvidando ai pobre veterano,
abandonándole en su infortunio, el in
válido, el manco, afirmaba la pluma
en la única mano que le quedaba y es
cribía, día y noche, ese libro, que es
su testamento, en el que no hemos anu
bado de leer todavía los profundos dic
tados de su genio.
Y cuentan, amigos míos, que Cervan
tes sereia mientras engendraba a Don
Quijote. Se reía a carcajadas, estruen
dosamente, a gritos. Sus guardianes
acabaron por alarmarse, convencién
dose de que al preso le había entrado
el Diablo en el cuerpo, ultima desgra
cia que podía sobrevenirle. Por que es
bueno que sepáis que en aquellos leja
nos tiempos, hace de esto trescientos
años, las gentes creían que -el Diablo
podía entrar en nuestro cuerpo, para
obrar sus maleficios. Y ante las sospe
chosas carcajadas del recluso, que en
un calabozo daba así rienda suelta a
su alegría, no pudieron menos de creer
en la intervención del espíritu del mal.
Llamaron, pues, al cura de la localidad
para que alejara al demonio a fuer
za de oraciones y agua bendita. El cu
ra entró, temeroso, en la celda de Cer
vantes, y este, sin ningún trabajo, le
explicó la causa de su jovialidad, le
yéndole los pasajes más sabrosos de
su regocijado relato. Minutos después,
el asombro de los carceleros llegaba a
su colmo, al escuchar la i-isa de Cer
vantes y las carcajadas del Cura. Y
mirando por el ojo de la llave pudie
ron ver cómo, inclinados sobre las ga
rrapateadas cuartillas, daban señales y
pruebas de la más sana alegría, sin
nada de sospechoso que hiciese creer
en maléficas intervenciones infernales...
Y así nació Don Quijote. Hijo del
Dolor, amamantado por la angustia, me
cido por la ingratitud, se crió en me
dio del desdén y del olvido. Pero, asi
y todo, fué el castigo del genio, cuya
vida pasajera se extinguía poco después,
poniendo término a sus tribulaciones,
mientras el Caballero de la triste figura
sigue todavía cabalgando sobre su fla
co rocín, resplandeciendo en la punta
de su lanza la luz del ideal, más que
en los polvorientos caminos de Casti
lla, en el gran camino del porvenir, en
el que su larga prole avanza, siguien
do las huellas de su paso!
Tal fué, amigos mios, -don Miguel
de Cervantes Saavedra: un soldado sin
fortuna, un servidor de su país, un in
válido desgraciado, un heroe que cono
ció hasta las amarguras de la cárcel,
cuyo genio generoso se vengó de la
ingratitud de su tiempo, legando a su
Patria un título de gloria imperecede
ro. . . Igual que esos viejecitos que ve
mos mendigar por nuestras calles y que
se vengan de nuestra ingratitud legán
donos el recuerdo de sus heroicos sa
crificios, que son nuestros únicos títu
los al respeto y a la admiración del
mundo!
■ Hablemos ahora de Don Quijote.
¿Sabéis acaso loque representa?Creeis,
seguramente, muchos de vosotros, que
no fué sino un loco, cuya manía con
sistia en ver jigantes por todas partes,
hasta en los molinos de viento. Pero,
per lo menos, nodebeís ignorar que era
un caballero, el último de los caballe-
LETRAS
239
ros undantes, cuya misión era amparar
a los desvalidos y castigar a los pica
ros; que salió una mañana de su casa
y empezó su intrépida cruzada, arreme
tiendo aquí contra carneros, destrozan
do allá pellejos cargados de vino, li
bertando a presidiarios y hasta dando
escape a un león enjaulado, y recibien
do por todas partes, como único bene
ficio, palos y pedradas, que le dejaron
sin dientes y con el cuerpo molido; que
en todas estas grotescas aventuras, en
las que él veía jigantes en los carne
ros y en los pellejos, confundiendo la
sangre con el vino, y victimas inocen
tes de crueles encantamientos en los
más viles criminales y hasta en una
fiera aherrojada . . le sostenía un ideal
caballeresco y el amor de Dulcinea, de
la mujer bien amada, de cuya existen
cia ni siquiera estaba seguro; y, final
mente, que a su lado marchaba un rús
tico llamado Sancho Panza, un hombre
vulgar, que era el que, a cada paso, le
advertía el perpetuo error en que vivía.
Todo esto debeís saberlo, por que
lo habréis leído o lo habréis oido re
feri r.
¿Pero no os dije que Cervantes se
pintó a sí mismo en aquella extrava
gante figura?
Os voy a explicar esto, amigos míos.
Cervantes, que había sucumbido ba
jo el peso de la vulgaridad que le ro
deaba, que había sido mirado con des
precio por los que no le comprendían,
por la masa ignara de los que se
figuran que la vida debe reducirse a
satisfacer los apetitos de la carne, que
la gloria lo mismo que el genio es mo
neda que no se cotiza en el mercado;
Cervantes, digo, que antes de ser sol
dado había sido poeta, y que siempre
fué un soñador, quiso dejar de pié, so
bre el egoísmo del inundo, en una al
ta y escuálida figura, la encarnación
viviente de su espíritu.
Ese Don Quijote persiguiendo el fan
tasma de su ideal, la visión de sus
sueños en perpetua fuga, no es otro que
él, que va por su tierra en pos de una
imposible Quimera, llevando a su lado
al pueblo, descreído Sancho, que le ad
vierte' su locura, y sintiendo caer so
bre su corazón oprobios, miserias y sin
sabores, con más crueldad que los gol
pes que molieron al infeliz engendro
de su fantasía.
Cervantes era también un loco para
los (pie piensan con el estómago y
hasta un mal sujeto para los que juz
gan a los hombres por los éxitos ma
teriales de la vida. Y él quiso mos
trarnos toda la grandeza de esa locu
ra, haciendo que entre la risa que pro
voca asome la simpatía, la compasión,
hasta la admiración por quien tan ga
llardamente sabe sobrellevarla. Por que
Don Quijote empieza haciéndonos reir,
como reia el cura del cuento en la cel
da de Cervantes, poro termina hacién
donos llorar. Se apodera de nosotros
una profunda melancolía ante esa in
justa esterilidad de tanto sacrificio, y
alia, en lo más íntimo de nuestra al
ma, nos sentimos también. Quijotes, dán
donos cuenta de que, en mayor o me
nor grado, todos tenemos nuestra chi
fladura, todos perseguimos nuestro fan
tasma luminoso, y todos sentimos, al
guna vez siquiera, los golpes, las esta
cadas de la suerte contraria, mientras
la realidad, o sea Sancho Panza, nos
llama a la. razón!
Y Cervantes, amigos míos, al pintar
así el drama de su vida, el terrible
conflicto de su existencia, pintó también
a la humanidad. Por eso su obra re
percutió en todos los pueblos de la tie
rra. El mundo está poblado de Quijo
tes y Sanchos, que vieron en ellos la
más estupenda adivinación de su ser
espiritual, la interpretación más com
pleta de todos sus atributos morales,
la sintesis más perfecta de su vida aní
mica. Y en castellano, lo mismo que
en chino, en Francia igual que en el
Japón, ayer como hoy, Don Quijote go
za de la misma popularidad, renovan
do sus hazañas, sin envejecer, regoci
jando a unos, haciendo, pensar a otros,
simpático a todos!
240
LETRAS
Tal es el simbolismo del Quijote.
La realidad del tipo es tal, que don
Miguel de Unamuno cree que el que
en realidad existió fué Don Quijote, no
Cervantes. Y yo me atrevo a afirmar
que no solamente existió, sino que el
Paraguay lo vi ó pasar un día por sus
campiñas, prosiguiendo su cruzada al
borde de sus esteros y sobre sus em
pinadas Cordilleras. Mirando con sus
ojos, viendo las cosas a la distancia
Asunción. Abril 23 de 1916.
tal como él las veía, yo distingo su
trájica silueta en aquella sin igual aven
tura en que caimos por la libertad de
una doncella desamparada—el Uruguay
—bajo los golpes triplicados de los
malsines y follones de la Triple Alian
za. Fuimos el Quijote de América, to
cándonos en suerte sucumbir, tras la
postrera jornada, para quedar de pié
en la Historia—ese inmenso y eterno li
bro de caballería - igual que Don Quijote!
Juan E. O’LEARY
DIOS PROTEJA A FRANCIA!
Dios proteja a Francia la magnífica,
Dios proteja a Francia la iniciadora,
Dios proteja a Francia la que siem
pre ha sabido darse al mundo en holo
causto !
A Francia, la que riega con su san
gre preciosa los diafanos lirios de los
ideales supremos, para que perfumen
después n uestros éspíri tus;
A Francia, la que siembra el divino
trigo del ensueño, para que más tarde
se nos de a todos vuelto eucaristía!
Combatkn con ella las milicias invi
sibles;
Luchen por ella los antiguos dioses;
Palas baje a los campos sonoros de
la batalla titánica;
Los espectros de Aquiles, de Ayax,
de Eneas el piadoso, de sus cenizas re
surjan,
Y embracen de nuevo el escudo de
perenne bronce, que retiemble en los
aires atormentado^ con la cadencia
grave, con la heroica y solemne caden
cia de un hexámetro del Ciego inele-
sígeuo!
Que las almas nobles se unan en la
misma oración porque ATENAS triun
fe; pues que ella es sagrada herencia
nuestra!
Sean los anhelos unánimes, como la
invisible espada flamigera del ángel
que custodiaba el paraiso, pues que en
esta vez el paraiso es de todo!
América joven, lejana y lozana Amé
rica mía, en donde se forjan nuevas
razas, vastagos floridos de la Estirpe
que supo fatigar al Renombre:
Yo bien sé que tus veinte Repúblicas
tumultuosas y audaces, a coro con am
bos musicales océanos y unidas al vas
to corazón de España:
(De la España inmortal, que se re
nueva en la frondosidad de sus vás-
tagosj.
. Claman en estos instantes quizá de
finitivos, mientras sobre la blancura de
la nieve se derrama, trágicamente una
sangre nunca regateada a las reden
ciones:
Dios proteja a Francia!
Amado Ñervo
LUI'HAS
241
El Hierofante de Sais
Cada vez que el hierofante, vestido
de blanco, penetraba en el Santo de los
Santos, sumido siempre en tinieblas ba
jo la bóveda de color azul sombrío ta
chonado de astros amarillos, atraían
poderosamente su atención los jeroglí
ficos escritos en el velo de la diosa
que enseñó a los hombres el cultivo
del trigo y estableció entre ellos la ley,
el matrimonio y la familia. Decía así
la inscripción en caracteres sólo cono
cidos de los iniciados: «Yo soy todo lo
que ha sido, lo que es y lo que será, y nin
gún mortal hadesgarrado todavíami velo».
Estaba hecho éste de una tela riquí
sima y adornado con piedras preciosas
que resplandecían en la, oscuridad del
santuario con el raro fulgor de un ta
lismán maravilloso.
Para el hierofante, iniciado en todos
los misterios del culto, conocedor de los
libros esotéricos de Hermes, del signi
ficado de la pasión, muerte y resurrec
ción de Osiris, del secreto de la Es
finge, del símbolo de los obeliscos y de
la excelsa verdad de las pirámides, sa
bedor de la magia y de la influencia
de las constelaciones, docto en el si
lencio de los sacerdotes del santuario
de Sais, constituía una ciencia infusa
y misteriosa esté sublime conocimiento
de lo que ha sido, lo que es y lo que
será, que personificaba Isis humana o
serpentina, la Deméter egipcia.
El sacerdote más antiguo de la comuni
dad, repetía a menudo a los iniciados:
—Por tradición conservada en los
sagrados libros, se tiene noticia de que
nadie se ha atrevido hasta hoy a ras
gar el velo de la gran diosa. Nosotros,
sus sacerdotes, sabemos muchas cosas
que ignoran los reyes y el pueblo; pe
ro no conocemos las que se ocultan
tras este velo sagrado. No seáis curio
sos, porque la curiosidad es peligrosa
si no la acompaña un pensamiento pu
ro, como enseñan los magos. Callemos
ante el misterio de los designios divi
nos, según nos está recomendado en el
libro secreto (pie conoceréis más tarde.
El hierofante Amenothes anhelaba,
sin embargo, desgarrar el misterio que
ocultaba de la mirada de los hombres
el impenetrable velo de Isis. Presentía
una magna verdad, una inefable reve
lación mística, a través de este velo,
como percibía claramente la anuncia
ción de elevados principios a través
de las aparentes sombras de los enig
mas religiosos y de las ceremonias hie
ráticas. Para él era claro el simbolis
mo del loto abierto, de la barca divi
na y del Nilo celeste. Conocía perfec
tamente el encumbrado e indecible mis
terio que representaba la metamorfo
sis de Hathor en vaca blanca, del do
liente Osiris en buey y de Isis en ser
píente azul constelada de . escamas de
oro. Pero le detenía un instinto de
temor y de horror, cada vez que, lle
vado de la curiosidad, intentaba come
ter el horrendo sacrilegio.
—Los dioses no debieron tener se
cretos para sus sacerdotes—dijo cierta
vez al hierofante Amasis, descendiente
de los faraones.--Bien está que el pue
blo ignore las verdades que únicamen
te nosotros poseemos, porque el loto
no florece para la muchedumbre; pero
que nosotros, los intercesores de las
plegarias de los reyes ante las divini
dades, no sepamos todas las cosas san
tas, me parece una disposición injusta.
¿Qué gano con saber el arcano de la
Esfinge, si nada me es dado vislumbrar
del futuro?
Amasis le repuso en estos términos:
—La verdadera sabiduría consiste,
no en saberlo todo como los dioses, a
quienes jamás igualaremos, porque en
tonces dejarían de ser tales, sino en
conocer todo aquello que es accesible
242
LETBASi
\
a la limitada inteligencia del hombre.
Lo demás, no pasa de ser presunción
censurable y vana soberbia. Es nece
sario que haya siempre un límite a
nuestro conocimiento; es conveniente
que nuestra inteligencia retroceda ante
el misterio y se detenga ante las som
bras. ¿Con qué objeto levantaron los
antiguos la Esfinge en medio del de
sierto? Para enseñar a las generacio
nes presentes y venideras que, en me
dio del pobre desierto de nuestra exis
tencia, siempre se erguirá, como un
monstruo colosal, un enigma indesci
frable. Sería monótono, interminable,
eterno, nuestro tránsito por este mun
do si no lo rodease lo desconocido. Por
eso la gran diosa no ha revelado to
davía, ni revelará nunca, la ciencia del
pasado, del presente y del futuro. «Nin
gún mortal ha desgarrado todavía mi
velo», dice su inscripción. ¿Y quién sería
capaz de pretender la prueba, sabiendo
que nuestros débiles ojos no pueden so
portar el supremo esplendordelosdioses?
Amenothes vacilaba entre el temor y
el afán de saber, a pesar de todo.
En tal estado de espíritu, lo halla
ron las grandes fiestas isiacas que se
celebraban anualmente con extraña so-
leminád y a las que acudían peregri
nos de todos los nomos de Egipto y
de los más distantes rincones de Gre
cia. Sacábase entonces el simulacro de
Isis del tabernáculo y se lo conducía
en procesión hasta la puerta mayor
del santuario entre cánticos místicos,
ajustados al son de las flautas y de las
arpas. Los fieles, congregados bajo los
pórticos, ofrecían a la divinidad palmas
y ofrendas.
Y aconteció que mientras los devo
tos de la magna diosa aguardaban en
el sitio señalado su aparición triunfal,
Amenothes se condolío de la ignoran-
cia de aquel pueblo creyente que se
despojaba de sus joyas para enrique
cer el santuario de Isis, y que oraba
con tanta fé. ¿No eran acaso dignos
tales seres de conocer una de las ver
dades que constituían el patrimonio de
los hierofantes? ¿No comprenderían, por
ventura, los misterios? Sus ideas eran
otras; pero sus sentimientos iban ha
cia esos millares de criaturas dolientes,
y puras que alzaban con fervor sus
plegarias a la diosa.
Penetró con el coro de sacerdotes en
el Santo de los Santos y 1.a efigie de
Isis fué sacada de su sitio para ser
conducida en procesión. Un canto lla
no y grave se alzó en el recinto, al
sonar la fúnebre salmodia de las arpas
y de las flautas. Bajo los pórticos, guar
daban el habitual silencio religioso los
fieles. El velo de la divinidad resplan
decía'como nunca, diseñando vagamen
te los relieves de su rostro. Amenothes;
clavó la mirada en los jeroglíficos con
la infinita angustia del que desea des
cifrar un misterio y conocer una Ver
dad. ¿Qué habría detrás de aquel velo?
La frase grabada allí, ¿debía interpre
tarse en un sentido simbólico o literal?
La puerta del santuario se abrió de
par en par y la multitud pudo adorar
la imagen de la diosa legisladora. Un
murmullo, parecido a una plegaria, se
extendió de un extremo a otro de la
inmensa fila de peregrinos.
De pronto, se vió avanzar entre los
sacerdotes a Amenothes con gestos des
compuestos. Creyóse que se tratara de-
uno de los casos de extásis, frecuentes
en las grandes fiestas isiacas; pero el
hierofante se acerco al simulacro de
Isis, se encaramó sobre una especie de
peana y de un tirón, sin que pudieran
evitarlo sus compañeros, arrancó el velo
para que el pueblo compartiese con él la
dicha suprema de ver, en toda su desnu
dez, la arcanidad de un misterio divino.
Un grito de horror se escapó de la
multitud: mientras el hierofante sacri
lego se desplomaba, súbitamente muer
to al suelo, los fieles vieron una re
pugnante y monstruosa cabeza de esca
rabajo en el lugar en que esperaban
encontrar un prodigioso trasunto del
esplendor y la hermosura de los dioses.
' Er.OY Fakiña Nuñez
LETRAS
243
EL NATALICIO DE LA INFANTA
por OSCAR WILDE ,
TRADUCIDO DEL INGLÉS POR D. EmETERIO MaZORRIAGA
Wilde poseyó como nadie, al decir de los que le conocieron, el arte maravilloso de la
conversación. Sus pensamientos vestíanse brillantemente de paradojas o se engastaban
en la montura de una narración phrabólica. Muerto el poeta, extinguidos los ecos
de su triste y clamorosa. celebridad, sus obras le transfiguraron y hoy el inglés, con
orgullo lo señala como el primero de los primeros entre los grandes hombres de
:: :: ;; letras que su país ha dado al mundo :: :: :: :: :: :: ::
Era el natalicio de la infanta: cumplía
doce años justos, y en los jardines del
Alcázar brillaba el sol en todo su es
plendor.
Por más que fuese genuína princesa
y la infanta heredera de España, ella
tenía tan sólo, cada año un día de su
natalicio, exactamente lo mismo que los
niños de la gente pobretona; por lo que,
como se desprende era de gran monta
para todo el país que luciese en tan
fausta fecha conmemorativa, un esplen
dente día. Y en verdad que lo era her
moso; los crecidos y rayados tulipanes
erguíanse en sus tallos, cual extensas
filas de soldados, y desde el lado opuesto
del césped desafiaban a las rosas de los
macizos, diciendo: «¡Vaya que somos
espléndidos como vosotras!».
Las mariposas purpúreas, con sus alas
espolvoreadas de oro, revoloteaban de
acá para allá, posándose alternativa
mente en todas las flores; salían las lagar
tijas trepando por las grietas de los
muros y se ponían a recibir las cari
cias cálidas de la blanca y brillante cla
ridad; y las granadas hendíanse., chas
queando por la fuerza del sol poniendo
a cubierto sus corazones encendidos.
Hasta los limones de color amarillo
débil, que rebosoban de • las mohosas
espalderas a lo largo de las arcadas
sombrías, parecían tomar su matiz más
variado bajo la fulguración maravillosa
del sol; y las magnolias abrían sus
grandes y marfilinas flores, embalsa
mando el aire de un pesado y dulce
perfume.
La princesa corría pór la terraza con
sus compañeras de juego, jugando al
escondite entre los marmóreos vasos y
las viejas estatuas cubiertas de musgo
por los años.
En los días ordinarios se le permitía
jugar con los niños de su mismo rango
solamente, por cuyo motivo debía jugar
siempre sola; pero el día de su natalicio
era una excepción, y el rey había orde
nado que convidase'a todas las amigui-
tas que deseara viniesen a entretenerse
con ella aquel día conmemorativo.
Había en aquellos esbeltos niños es
pañoles, que alocados corrían pór los
jardines, no sé cuál gracia majes
tuosa; los muchachos, con sus anchos
y empenachados sombreros y sus capi
tas ondulantes; las niñas, atentas a ma
nejar las colas de sus largos trajes de
brocado y a preservar sus ojos de la
viva luz solar, con grandes y negros
abanicos de varillaje de plata,
Pero la infanta era la más primorosa
de todas, por su gracia y más elegante
vestido con arreglo a la moda un tanto
embarazosa de la época. Su traje era
de raso gris; la falda y las mangas, de
grandes bullones, estaban recargados
de bordados de plata, y el rígido
corsé tachonado con filas de hermo
sas perlas. Sus. pequeñísimos chapi
nes, con grandes y rojizas rosetas, des
puntaban por deDajo de su vestido al
caminar. De rosado color y de perlas
era su gran abanico de gasa y entre
los cabellos que circundaban su desco
lorido rostro como una aureola de oro
pálido, llevaba una bellísima y blanca
rosa.
El rey los contemplaba melancólica
mente desde una ventana del regio Al
cázar; detrás de él erguíase su hermano
Don Pedro de Aragón, al que aborre-
244
LETRAS
cían; su confesor y el supremo inqui
sidor de Granada estaban también sen
tados al lado suyo. Aún más triste que
de costumbre estaba el rey, pues mien
tras contemplaba a la infanta, dirigiendo
reverencias con pueril majestad a la
selecta reunión de cortesanos, o bur
lándose tras su abanico de la horripi
lante duquesa de Alburquerque, su
acompañante perpetua, pensaba en la
joven reina, la madre, que hacía bien
poco tiempo—por lo menos asi le pare
cía a él—vino del. alegre país de Francia
y se marchitó en el austero esplendor
de aquella corte española, muriendo a
los seis meses justos del nacimiento de
su niña y antes de que viera florecer
dos veces a los almendros en el vergel,
o recoger dos cosechas de higos de la
vieja y nudosa higuera del patio, cu
bierta al presente de crecida hierba...
La amó tanto, que ni aun consintió a
la tumba robársela a sus ojos, embalsa
mándola un médico morisco, que en re
compensa del servicio éste salvó su vi
da; pues como hereje y sospechoso de
brujería, había ya sido entregado—se
gún pública voz’y fama—al Santo Ofi
cio; y el cuerpo de la reina seguía re
posando en su tapizado ataúd, en laca-
pilla de negro mármol del Alcázar, en
la misma forma y modo que le habían
transportado los monjes en aquel día
ventoso de marzo, hacía una docena de
años próximamente.
Una vez al mes, el rey, embozado en
negra capa, v una linterna sorda en su
mano, entraba en la capilla y arrodi
llándose junto al féretro, vociferaba:
«¡Mi reina! ¡Mi reina!» Y algunas veces,
rompiendo con la distintiva etiqueta ce
remoniosa que rige en España en las
acciones más diferentes de la vida, y
limitada la duración hasta del dolor de
un rey, asía, presa de una agonía loca
y desesperada, las pálidas manos cuaja
das de ricos anillos y probaba a reani
mar con insensatos besos su frío y pin
tado rostro.
En este día parecía verla de nuevo
cual la vió por vez primera en el cas
tillo de Fontainebleau, cuando él con
taba solamente quince años, y ella aun
era más niña. Entonces se tomaron los
dichos ante el nuncio pontificio y el
rev de Francia y toda su corte, y él
retornó al Escorial con un bucle de
blondos cabellos y la memoria de dos
labios infantiles inclinados a besarle la
mano, en el mismo instante de entrar
en su carroza. Después celebróse pre
cipitadamente el matrimonio, en Bur
gos, una pequeña villa en la frontera
délos dos países, y la solemne entrada
en Madrid, con la celebración tradicio
nal de la misa mayor en la iglesia de
Atocha, y un auto de fe más solemne
que de costumbre, en el que cerca de
cuatrocientos herejes, y entre ellos nu
merosos protestantes ingleses, fueron
relajados para entregarlos a las llamas.
Amóla con verdadero frenesí, para la
ruina—según muchos creyeron—de su
nación, que guerreaba entonces con In
glaterra por el Imperio del Nuevo Mun
do. A duras penas permitíala estar fue
ra del alcance de su vista; por ella ol
vidó, o lo parecía, todos los graves
asuntos del Estado; y con esa terrible
ceguedad que. la pasión acarrea a sus
servidores no llegó a percatarse de que
las minuciosas y estudiadas ceremonias
con las que buscaba precisamente agra
darla, no hacían más que agravar la
rara enfermedad que ella padecía.
A su muerte estuvo un tiempo como
loco, y de seguro habría abdicado for
malmente la corona, recluyéndose en el
gran monasterio de los ’trapenses de
Granada, del que era abad honorario,
si no le hubiese asustado el terror de
dejar a la infantita a merced de su her
mano, cuya crueldad bien notoria en la
misma España, y sospechoso para mu
chos de haber causado la muerte de la
reina con el regalo que la hizo de un par
de emponzoñados guantes, al visitar su
castillo en Aragón. Y aun después de
haber pasado loé tres años de luto ge
neral, hizo proclamar por real edicto,
ett todos los países sometidos a su sobe
ranía, que jamás consentiría a sus mi
nistros proponerle nuevas bodas; y cuan
do el emperador mismo le ofreció por
embajada la mano de su sobrina, la her
mosa archiduquesa de Bohemia, él, en
cargó a los embajadores respondiesen
a su amo que, el rey de España estaba
ya casado con el dolor, que si bien es
téril, era más amado por él que la be
lleza; contestación que costó a la coro
na y a España la pérdida de las ricas
provincias de los Países Bajos, que in
citados por el emperador, se rebelaron
prontamente, poniéndose a su cabeza
algunos fanáticos protestantes.
Toda su vida de casado, con sus go
ces ardientes e impetuosos, y el terrible
dolor de su repentino fin, parecía repre
sentársele en este día, según miraba
jugar en la terraza a la infantita. La
niña tenía toda la gentil y petulante
vivacidad de la reina; igual y resuelto
modo de mover la cabeza, el mismo
pliegue altivo y bello de la boca, idén
tica V maravillosa sonrisa,—vrai sourire
de France, verdaderamente—siempre
que de cuando en cuando alzaba a la
LETRAS
245
ventana sus ojos, o alargaba su mane-
cita pata que la besasen los magníficos
Graneles de España. Pero la risa pene
trante de los chiquillos le lastimaba los
oídos, la brillante y despiadada luz del
sol se burlaba de su tristeza y un raro
perfume de aromas, idénticas a las
usadas por los embalsamadores—¿sería
tal vez imaginación suya?—invadía la
luminosa atmósfera matinal. Sepultó su
rostro entre sus manos, y cuando la in-
fantita levantó nuevamente los ojos, los
cortinajes estaban corridos y el rey se
había retirado'
La niña hizo un pequeño mohín de
contrariedad, y encogióse de hombros;
de seguro que'su pabre hubiera debido
pasar su dia con ella. ¿Qué importaban
los estúpidos asuntos del Estado? ¿O
habría ido tal vez a esa capilla lúgubre,
en la que ardían constantemente las
velas y en la cual no se le permitía
entrar nunca? ¡Qué tontería la de supadre
con aquel sol tan hermoso y todo el
mundo tan alborozado! Y perdería ade
más el simulacro de la corrida de toros
que anunciaban ya las trompetas, sin
hablar de la función de los muñecos y
todas las restantes maravillas. El tío y
el supremo inquisidor eran mucho más
razonables; habían salido a la terraza a
dirigirla lindos parabienes.
Balanceó su preciosa cabeza y, co
giendo a Don Pedro de la mano, des
cendió la escalera lentamente, dirigién
dose a un extremo del jardín, seguida
de los restantes chicos, por orden rigu
roso de procedencia, yendo delante los
que tenían más títulos.
Un cortejo de nobles donceles, ves
tidos fantásticamente de toreros, salió
al encuentro suyo, y el joven conde de
Tierra Nueva, hermosísimo mancebo de
unos catorce años, descubriéndose con
toda la gracia de un hidalgo y un gran
de español de raza, la condujo solem
nemente a una dorada sillita de marfil
en la palestra. Los niños formaron coro
alrededor, agitando sus grandes aba
nicos y secreteando entre ellos y Don
Pedro y el supremo inquisidor, se para
ron riéndose, a la entrada.
Hasta la duquesa, la camarera mayor,
como la llamaban, mujer flaca y de
avinagrado gesto, como una lechuguilla
amarillenta, no parecía estar de tan
mal humor como de costumbre, y algo
semejante a una glacial sonrisa vagaba
por su arrugado rostro, crispando sus
labios exangües y sutiles.
Ciertamente que era uña maravillosa
corrida de toros; mucho más gustosa,
pensaba la infantita, que la corrida
de verdad que la habían llevado a ver
en Sevilla, con motivo de la visita del
duque de Parma a su padre. Algunos
chicos caracoleaban sobre caballos de
madera, ricamente enjaezados, blan
diendo largas jabalinas con alegres ga
llardetes dé brillantes y vistosas cintas,
de colores vivos; otros, de peones, agi-
■ taban sus rojas capas ante el toro, sal
tando la valla rápidamente cuando
arremetía; y tocante a éste, aunque
obra de mimbres y tendido cuero, era
justamente igual a un toro vivo, y
algunas veces se empeñaba en co
rrer alrededor del redondel sobre sus
patas traseras, cosa que en la vida
se le hubiera ocurrido hacer a ningún
toro. Portóse de primera, y tanto se ex
citaron los chicos que se ponían de pie
en sus asientos y agitando sus pañuelos,
de encaje, gritaban: ¡Bravo toro! ¡Bravo
toro! Con la misma emoción que hom
bres hechos y derechos. Por fin, tras
una larga brega, en la que resultaron
heridos varios caballos y desarzona
dos sus ginetes, el condesito de Tierra
Nueva consiguió traerle ante sus rodi
llas, y habiendo obtenido de la infanti
ta la venia para darle una estocada de
muerte, hundió con tal ímpetu su espa
da de madera en el cuello del animal,
que fué rodando la cabeza, descubrien
do la risueña cara del pequeño señor
de Lorena, el hijo del embajador de
Francia en Madrid.
Entonces quedó despojado el circo, en
medio de aplausos entusiastas, y los ca
ballitos muertos fueron arrastrados so
lemnemente por dos pajes moriscos
puestos de librea negra y amarilla; des
pués, tras un corto descanso, en el cual
un diestro payaso francés hizo ejercicios
en la cuerda tirante, aparecieron en el
escenario de un teatrillo, hecho expro
feso para este día, unos muñecos italia
nos que interpretaron la semi-clásica
tragedia de «Sofonisba». Representada
tan bien y con gestos tan naturales, que
al acabar la función estaban los ojos de
la infantita rebosando de llanto. En ver
dad que lloraron a grito pelado algunos
chiquillos hasta el extremo que hubo
necesidad de acallarles con golosinas;
hasta el supremo inquisidor conmovióse
de tal íorma, que no pudo menos de
decir a don Pedro, parecería cosa into
lerable que personajes de sencillo leño
y de cera teñida, mecánicamente pues
tos en acción por medio de hilos, pudie
ran ser tan desdichados y sometidos a
tan duras pruebas.
Vino después un juglar africano con
un cesto tapado con un paño rojo, y
colocándolos en el centro del redondel,
246
LKTIÍAS
sacó de su turbante una curiosa flauta
de caña y empezó a tocar. A los pocos
instantes agito el rojo pañuelo, y como
quiera que la flauta seguía despidiendo
sonidos cada vez más agudos, dos ser
pientes de color verde y oro avanzaron
sus raras y cuneiformes cabezas y se
irguieron con lentitud, balanceándose
al ritmo de la flauta, como una planta
se balancea en la corriente. Los mucha
chos, no obstante, estaban algo atemo
rizados por aquellas cabezas moteadas
y aquellas lenguas rápidas como- saetas,
pero se divirtieron mucho más, cuando
el escamoteador hizo brotar de la are
na un minúsculo naranjito, del que bro
taron como por arte de magia, hermosas
y blancas flores y racimos de verdaderas
naranjas. Desbordóse su entusiasmo
cuando cogió el abanico de la hijita de
la marquesa de las Torres, y le cambió
en un aguza-nieve que echóse a volar,
cantando alrededor del pabellón.
Aun fué cosa más encantadora el so
lemne minué que danzaron los peque
ños bailarines de la iglesia de Nuestra
Señora del Pilar. La infantita jamás ha
bía visto esta magnífica ceremonia, que
todos los años en Mayo, se celebraba
ante el altar mayor de la Virgen y en
honor suyo. Desde la tentativa de un
sacerdote presa de la locura y, según
voz general a sueldo de'Isabel de In
glaterra, de dar la comunión al prínci
pe de Asturias con una hostia envene
nada, ningún individuo de la familia
real habíase resucito a pasar la puerta
de la catedral de Zaragoza; así, pues,
la infantita solamente conocía por des
cripción la «Danza de Nuestra Señora»
como se la llamaba; y en verdad que
la danza era cosa digna de verse. Los
niños con trajes antiguos de corte, de
blanco terciopelo, y sus extraños tricor
nios estaban galoneados de plata y em
penachados con plumas de avestruz. La
deslumbrante blancura de sus trajes, al
moverse en plena luz solar, parecía ha
cerse más intensa con sus caras ateza
das, adornadas de largos y negros ca
bellos.
Todos estaban fascinados por la gra
ve dignidad de sus figuras, de intere
santes grupos, por la gracia exquisita
de sus gestos pausados y de sus solem
nes reverencias; y al concluir e inclinar
sus grandes y empenachados sombre
ros saludando graciosamente, a la infan
ta. ésta devolvióles su saludo con mar
cada cortesía e hizo voto de enviar a
Nuestra Señora del Pilar, un hermoso
cirio, en recompensa del placer que le
había proporcionado. Una cuadrilla de
bellos egipcios- así se llamaban a los
gitanos en aquel tiempo -presentóse a
poco en la plaza; formando un -círculo,
sentándose sobre sus cruzadas piernas,
y empezaron a tocar dulcemente sus
cítaras, imprimiendo a sus cuerpos el
ritmo de su música y cantado en voz.
baja y entre dientes, una soñadora y
grave tonadilla. Al divisar a Don Pe
dro pusiéronse ceñudos, y algunos se
miraron aterrados, pues hacía tan sólo
unas semanas había hecho ahorcar por
brujos, a dos de su tribus, en el merca
do de Sevilla; pero encantóles la linda
•infanta que, apoyada en el respaldo, los
escudriñaba por encima del abanico,
con sus grandes ojos azules; y estaban
ciertos de que una criatura tan amable
jamás podría ser cruel con ninguno.
Por lo tanto, siguieron su dulce toque,,
rozando apenas las cuerdas de las cíta
ras con sus largas y puntiagudas uñas
y sus cabezas se inclinaron dulcemente,,
como si fueran a dormirse.
Pero de pronto, con un grito que ate
rró a los muchachos e hizo que la mano
de Don Pedro aferráse el pomo de
ágata dé su puñal, irguiéronse al mismo
tiempo y de golpe y en una carrera
loca dieron la vuelta a toda la plaza,
golpeando sus tamboriles y entonando
salvajes canciones amorosas en su gu
tural'lenguaje. Luego a otra señal, sen
táronse nuevamente, siguiendo en com
pleta inmovilidad; el vago rascar de las
citaras resonó en el silencio. Después
de haber repetido estas cosas, desapa
recieron por un instante y reaparecieron
con un oso encadenado, negro, de pelo
rudo, que llevaba en sus espaldas unos
cuantos monos de Berbería. El oso se
sostenía sobre su cabeza con seriedad
indescriptible y los amaestrados monos
ejecutaron toda clase de divertidos jue
gos con los gitanillos que parecían ser
sus amos; peleaban con espaditas, dis
parando escopetas y maniobraban como
si fuesen soldados de la Guardia Real.
Los gitanos consiguieron un éxito
grande.
Pero la parte más cómica de toda la
mañana fué, sin duda, la balanza, la
danza del enauito. Cuando entró dando
traspiés en la palestra, balanceando con
sus piernas zambas y revolviendo a
derecha e izquierda su deforme cabeza,
los chicos soltaron una carcajada gene
ral, y hasta la misma infanta fué aco
metida de un acceso de hilaridad tan
grande, que la camarera mayor vióse
en la precisión de recordarla que si
existían en España precedentes de que
una infanta hubiese llorado ante sus
iguales, en modo alguno los había para
autorizar a una princesa de sangre real,
¡LETRAS
247
a mostrarse tan risueña delante de las
personas inferiores a ella en nacimien
to. El enano, como quiera que sea, era
verdaderamente irresistible, y aun en
la corte de España, distinguida siempre
por -su cultivada predilección a lo ho
rroroso, jamás se había visto un mons
truo tan estrambótico y minúsculo;
además, era esta su primera aparición
en público.
Habíase descubierto tan solamente en
la víspera, cuando corría bárbaramente
por la selva, dos nobles que habían ido
de caza a un lugar remoto del extenso
alcornocal que a la ciudad circundaba,
y le condujeron al real palacio para
dar una sorpresa a 1a infantita, pues el
padre del enano, un pobre carbonero,
sentíase muy a sus anchas al quitarse
de encima su hijo tan feo como inútil.
Y lo que había tal vez de más divertido
en el enano, era su completa ignoran
cia de su aire grotesco; parecía ser
verdaderamente el hombre más dichoso
del mundo y estar más alegre que unas
■castañuelas.
Cuando los muchachos se reían, reíase
también él, tan. estrepitosa y alegre
mente como ellos. Y a la conclusión
de todos sus bail.es saludaba a cada
uno de los chicos con reverencias có
micas sobre toda ponderación, son
riéndose, inclinando su cabeza, exacta
mente cual si fuese uno de sus iguales
y no un pequeño ser contrahecho, que
la naturaleza, por algún festivo capri
cho, había modelado para ser motivó
de befa.
Y tocante a la infanta, ésta ejercía
sobre él un encanto absoluto; no podía
dejar de mirarla y parecía danzar para
■ella únicamente. Acabado el espectá
culo, y como la infanta recordóse que
había visto alas-grandes señoras de la
corte tirar ramos de flores a Caffarelli,
el famoso tiple italiano que el papa en
vió de su propia capilla a Madrid, para
que curase la melancolía del rey con
la dulzura de su voz, quitóse del pelo
la bellísima rosa blanca, y parte por
broma, parte por hacer rabiar a la
camarera, tiróla al redondel dirigiendo
al enano su más encantadora sonrisa;
éste tomó la cosa en serio y con la flor
en los rústicos labios, llevóse la mano
al corazón y arrodillóse ante ella, ha
ciendo una mueca que casi iba de una
■oreja a la otra, con los ojuelos chis
peantes de gozo.
La seriedad de la infanta recibió en
tonces un golpe tan rudo, que aun se
guía riéndose un buen rato después de
haber salido corriendo el enano de la
plaza, y manifestó a su tío el deseo de
que la danza volviera a repetirse, acto
seguido.
Mas, la camarera, con el pretexto de
que calentaba demasiado el sol, fué de
parecer, mirando el bien de su alteza,
de regresar sin tardanza al palacio, en
el que ya estaba para ella, a punto, un
suntuoso convite, y además una magní
fica torta de cumpleaños, con sus ini
ciales en pintado azúcar y una hermosa
bandera de plata ondulando en el centro.
Levantóse, pues, con dignidad grande
v ordenó que el enanillo volviese a dan
zar inmediatamente de pasada la siesta;
dió las gracias al condesito de Tierra
Nueva, por su encantador recibimiento,
y regresó a sus habitaciones, seguida de
las chicas, en igual formación y orden
que cuando ellos habían entrado en el
jardín.
Pero cuando llegó a oídos del enani
llo que por expreso mandato de la in
fanta, debía volver a danzar ante ella
se adueñó de él una arrogancia tan
grande, que se escapó al jardín, sin
dejar ni un momento de besarla blanca
rosa, henchido de su absurdo y placen
tero éxtasis, y gesticulando lo más es
trambótico y ridículo del mundo.
Las flores se indignaron sobremanera
por esa indolente intrusión en su her-.
moso dominio, y al verle corretear por
los senderos y mover tan ridiculamente
sus brazos, ya no fueron dueños de con
tenerse.
Es demasiado horroroso para que po
damos tolerar se recree en cualquier
sitio en que nosotros estemos—dijeron
los tulipanes.
¡Ojalá bebiese jugo de adormideras y
se soterrase para adormir el sueño de
San Juan!—Dijeron los rosados lirios
encendidos de ira.
Es un espantajo!—Gritó una acacia—
¡¡¡Qué torcido y rechoncho es, compa
rada su cabeza con sus piernas, es de
una desproporción enorme! iÇonozco
que mis pinchos se aguzan! ¡Guay de ■
su piel si se me arrima!
Y verdaderamente ha cogido uno de
mis mejores capullos—exclamó el blanco
rosal.—Lleva la flor que abrí esta ma
ñana misma para la infanta, y que la
di como un regalo en sus días. Sí,
de seguro se la ha robado.
Y oí rosal comenzó a gritar: ¡Al ladrón,
al ladrón, al ladrón! todo lo más fuerte
que podía. Hasta los rojos geranios, que
no acostumbran a darse aires de tan
grandes señores y que eran conocidos
por sus relaciones, de poco fuste, se
encogieron al verle con su aire de dis
gusto, y cuando las violetas hicieron
notar con dulzura que si era en verdad
248
LETRAS
feísimo, ningún influjo podía ejercer,
los geranios respondieron, no sin ciertos
visos de justicia, que su defecto mayor
era precisamente ese, y que no ha'bía
ningún motivo para admirar a nadie,
porque fuera incapaz de cura! Y algu
nas violetas se dijeron que la fealdad
del enano era casi arrogancia, y que él
había dado pruebas de mejor gusto, to
mando un aspecto melancólico, o del
mal al menos, pensativo, mejor que en
tregarse a desordenados transportes de
alegría, y retorcerse con unos gestos
tan ridículos e imbéciles.
Tocante al viejo reloj de sol, perso
nalidad altamente distinguida y que en
otros tiempos señaló las horas del día,
nada menos que al mismo emperador
Carlos V, desconcertóse de tal suerte a
la aparición del enano, que se le pasó
casi en dos minutos enteros el señala
miento de la hora con su largo índice
de sombra, y no pudo por menos de
decir al blanco y grande pavo real que
en la balaustrada calentábase al sol,
que, como sabe todo e1 mundo, los hijos
de los reyes, son reyes, y los del car
bonero, carboneros, siendo sencillamente
absurdo pretender lo contrario. El pavo
real, en conformidad perfecta, reconoció
la justicia de esta observación, diciendo:
¡Verdad, verdad! con una tan penetrante
voz que los dorados peces de aquel es
tanque, del cual se elevaba el surtidor
de agua transparente, sacaron la cabeza
de su dominio e interrogaron a los
grandes y marmóreos tritones para que
les dijesen lo que ocurriera en tierra.
Los pájaros, al revés, le amaban.
Habíanle visto en la floresta infinidad
de veces correteando como un diablillo,
persiguiendo los torbellinos de hojarasca,
o acurrucado en el hueco de alguna
centenaria encina, partir con las ardi
llas su recolección de avellanas. A ellos
no se les daba ni un ardite por ave
riguar si era hermoso o feo. Hasta el
mismo ruiseñor que gorjeaba por la
noche en el bosquecillo de naranjos tan
dulcemente que la luna se inclinaba a
veces para escucharle, no era tampoco
de gran hermosura. Encima de esto el
enano había sido siempre bueno para
los pajaritos; en aquel invierno terrible
que despojó a los árboles hasta de sus
más insignificantes bayas y puso a la
tierra como el hierro dé dura, lanzando
a los lobos hasta las mismas puertas
de la ciudad a la busca de algún ali
mento, él no les olvidó ni una vez si
quiera, pues cariñosa y cuotidianamente
les distribuía migajas de su bollo de
pan negro y hacíales partícipes de su
comida, aun siendo ésta escasa y pobre.
Por consiguiente, vinieron a volar y
revolotear a su alrededor rozándole las
mejillas con sus alas y cuchicheando
entre ellos; el enanito sintióse tan arre
batado de gozo que no pudo por menos
de enseñar a los pajarillos la bella y
blanca rosa,y contarles queera un don de
la infanta misma, porque ella le amaba.
Ni una palabra entendían los paja
rillos de lo que él decía; pero nada
importaba esto, porque ladearon su ca
beza mirándole con ese aspecto doctoral
que es tan bueno como entender una
cosa, y mucho más fácil.
También los lagartos le amaban des
mesuradamente cuando cansado de re
correr la floresta se tumbaba en el cés
ped para descansar, ellos jugueteaban
y se recreaban en su alrreded'or, procu
rando divertirle todo lo más que estaba
a su alcance, Nadie puede ser tan be
llo como un lagarto, susurraba; el pre
tenderlo solamente es demasiado espe
rar. Y aunque parezca cosa extrambó-
tica, él no es realmente feo, después de
todo, siempre que se cierren los ojos, y
como es natural no se le mire. Asaz fi
losofadores por naturaleza, los lagartos
parábanse muchas veces largas horas
en meditación, todos juntos, especial
mente cuando no tenían que hacer o era
el tiempo demasiado lluvioso para po
der salir.
En cambio, las flores sentíanse altamen
te enojadas por la conducta de los
lagartos y de los pájaros: esto prueba
de modo'evidente las consecuencias fu
nestas del vagabundaje, decían: el bien
criado tiene vivienda fija, cual noso
tros. Ninguno nos vió jamás ir dando
saltos por los paseos o galopando loca
mente por el césped, persiguiendo las
libélulas. Cuando necesitábamos cam
biar de aire, llamábamos al jardinero,
que nos llevaba a otro plantío. He aquí
un buen modo de portarse; he aquí co
mo todos debieran obrar. Pero las aves
y los lagartos no tienen la cualidad de
la quietud; es más, los pájaros tampoco
tienen una dirección fija en sus excur
siones. Son sencillamente unos vaga
bundos como los gitanos y merece que
se les trate de igual modo.
Realzaron las flores su frente, con un
talante más desdeñoso todavía, y des
bordóse su contento cuando vieron al
enanito, un poco después, abandonar con
pena el jardín y atravesar la terraza
para ir al real palacio. Se le debía guar
dar bajo llave todo el tiempo que lo~con-
ceda la naturaleza vivir—dijeron.—Ved
qué joroba lleva sobre sus espaldas y
qué torcidas son sus piernas;—y comen
zaron a fijarse.
I.KTKAS
249
Pero el euanito ignoraba completa
mente todas estas cosas; era grande
mente apasionado de los lagartos y de
las aves, y tenía a las flores por las mas
espléndidas criaturas del universo, se
entiende que después de que la intanti-
ta le había regalado la hermosísima y
blanca rosa, y le amaba: esto establecía
entre ellas una diferencia grande. ¡Cuan
ardientemente deseaba estar de nuevo
en compañía suya! Jdaríale sentar a su
diestra, y ella le miraría; y él no la de
jaría jamás, sino que harfala.su cama-
rada, enseñándola toda especie de en
cantadoras habilidades.
Y bien que él nunca hubiese pisado
un palacio, ¡sabía tantás y tan maravi
llosas cosas! Sabía construir jaulitas cíe
juncos para que los cigarrones cantasen
dentro: sabía abrir en las cañas aguje
ros a distancia conveniente, construyen
do sonoras flautas, tales como a Pan le
agrada oir. Conocía el canto de todos
los pájaros y hacía que bajaran los es
torninos dé la copa de los árboles, o vi
niera de las morismas la garza real Co
nocía la huella de todos los animales y
segía el rastro de las liebres por sus
huellecitas, y el jabalí, husmeando el
rastro de su carrera sobre las aplasta
das hojas. Conocía todas las danzas del
viento; la loca danza con rojo ro
paje, en otoño; la ligera danza, con san
dalias azules, sobre las unieses; la de
cándidas guirnaldas de nieve en el in
vierno, y la danza florida primavera, al
través de !os vergeles. Sabía donde
anidaban las palomas torcaces, y una
vez que un pájarero apresó en un lazo
a los padres; cogió sus polluellos. y dio
se maña para criarlos, construyéndoles
un palomarcito en el hueco de un olmo.
Estaban completamente domesticados y
comían en la palma de su mano todas
las mañanas.
También los amaría, la infantita, igual
que a los conejos, que pupulaban entre
los heléchos elevados; y a los grajos de
plumaje duro a la par de acerado y ne
gro pico; y a los erizos que pueden ha
cerse una bola defendida por espinas, y
a los grandes y serios galápagos que
caminan lentamente, erguida la cabe
za y mordisqueando las tiernas hojas.
Sí, de seguro que la infanta debía ve
nir con él a la floresta y con él jugue
tear: le cedería su propia cainita y vela
ría al pie de su ventana hasta el amane
cer, para impedir que los toros bravios
y los famélicos lobos que se deslizaban
cerca de la choza, la dañasen.
Y al romper el día daría ligeros gol-
pecitos en las contraventanas para
que se despertase; saldrían juntos, y
juntos correrían durante el día entero.
No hay un momento de soledad en la
selva; a veces la atraviesa un obispo 1
en su muía blanca, leyendo un breviario
con hermosas miniaturas. De cuando en
cuando la atraviesan los halcones con
sus birretes de terciopelo verde y sus
sayos de curtida piel de corzo, llevando-
en su puño los encaperuzados hacoues.
Por la vendimia pasan los lagareros,
rojos de manos y pies, coronados de
reluciente yedra y con odres chorrean
do vino. Por la noche, siéntanse los
carboneros alrededor de sus hornos
enormes, y miran arder los secos tro
zos, convirtiéndose lentamente en car
bón vegetal; asan sus castañas entre
cenizas, juntándoseles los bandidos que
salen de sus cavernas para esparcirse-
con ellos. Una vez, vió además el paso-
de una hermosa procesión por el largo-
y polvoriento camino real de Toledo;:
a la cabeza marchaban los monjes en
tonando dulces salmodias y llevando
brillantes pendones y guiones de oro;
seguíanles soldados con argénteas ar
maduras, arcabuces y picas, y entre
ellos iban tres hombres descalzos, cont
una vestimenta muy rara y amarilla,,
cubierta de pintadas y maravillosas
figuras, y en su mano cirios encendi
dos. Sí; ya lo creo; ¡había mucho que
ver en la floresta!
Y cuando la infanta se casase, busca-
ríala un muelle banco de musgo, al que-
la llevaría en sus brazos, pues era muy
fornido, aunque sabía que era pequeño.
La fabricaría un collar de encendidas
bayas de briones tan lucidas cual laá
blancas borlas de sus vestidos, y cuan
do ya no la placieran, no tenía más que
tirarlo; y ya le encontraría otras. La
regalaría copitas de bellotas, y anémo
nas bañadas de rocío, y gusanillos de
luz, que relucirían en el oro pálido de
su pelo cual estrellas.
Pero ella, ¿dónde estaba? — Interrogó
a 1a blanca rosa, y la blanca rosa no
le contestó. —- El palacio parecía dormir
todo y en donde no estaban cerradas
las puertas había pesadas cortinas co
rridas para evitar la luz brillante.
Vagó alrededor de él buscando una en
trada y al fin descubrió una reservada
puertecilla que se había quedado abierta.
Escurrióse adentro, y se halló en una sala
magnífica, aún más magnífica pensaba
con terror, que el mismo bosque. Por to
das partes abundaban dorados adornos, y
hasta el pavimento era de grandes losas
coloreadas, que en conjunto represen
taban geométricas figuras. Pero la in
fantita dio estaba allí; tan sólo había al-
IjETKAS
250
gimas blancas y maravillosas estátuas
que desde sus'pedestales de jaspe le
miraban con sus ojos tristes y vacíos,
y una extraña sonrisa en los labios.
Allá, en el fondo del salón, caía una
cortina de negro y velludo, terciopelo
ricamente bordada y salpicada de soles
y de estrellas, emblemas y. color predi
lecto del rey. ¿Tal vez estaría la in-
fantita detrás? En todo caso, resolvió
cerciorarse; adelantóse a la cortina y se
desvió furtivamente. No: tan sólo un
salón más hermoso todavía —se dijo él
— que el acabado de abandonar.
De las paredes colgaban magníficos
tapices verdes llenos de figuras borda
das a aguja, representando una cacería,
obra de algunos artistas flamencos que
echaron alguna centena de años en
componerla. Esta sala estuvo habitada
en otro tiempo por Juan el Loco, según
se le llamaba, el rey demente; cuya loca
pasión por la caza era tan viva, que
con frecuencia se imaginaba en su de
lirio, cabalgar enormes corceles enca
britados, abatir el ciervo salteado por
monstruosos perros, y tocar la trompa,
apuñalando tímidos y' voladores corzos.
Actualmente servía para las reuniones
del Consejo, y sobre la mesa central
estaban ordenadas las rojas carteras de
los ministros, selladas con los áureos tuli
panes de España y las armas y emble
mas de la casa de Hapsburgo.
El enanito miraba estupefacto,a su
alrededor 1 y casi temía seguir adelante.
Los extraños y silenciosos jinetes que
galopaban tan velozmente por las ex
tensas cañadas sin producir el más leve
rumor, le parecían iguales a aquellos
fantasmas terribles de que había oído
hablar a los carboneros o a los com
pradlos que cazan solamente de noche
y cuando tropiezan con un hombre le
toman por ciervo y le dan caza. Em
pero, pénsó en la linda infanta y reco
bró el ánimo; quería encontrarse con
ella a solas, y decirla que él la amaba
también. Tal vez estuviese en el salón
contiguo.
Echó a correr sobre los blandos y
moriscos tapices y abrió la puerta. ¡No!
Tampoco estaba allí, el salón se hallaba
completamente desierto.
Era el salón del trono, destinado á las
recepciones de los embajadores extran
jeros cuando les concedían una audien
cia el rey, cosa desusada de algún
tiempo a aquella parte; el mismo salón
en que hacía muchos años fueron reci
bidos los embajadores ingleses para
tratar de la boda de la reina, entonces
una de las soberanas católicas de Eu
ropa, con el primogénito del emperador.
Las colgaduras, eran de dorado cuero
de Córdoba, y una pesada araña de
oro, con brazos para trescientas bujías,
pendía del blanco y negro cielo raso.
Debajo de un gran dosel de paño de
oro en el que estaban bordados con
aljófar, leones y las torres de Castilla
erguíase el trono, cubierto con un rico
paño ..de negro terciopelo, tachonado
con argentes tulipanes y cuidadosa
mente ribeteado con plata y perlas. En
el segundo peldaño del trono estaba
colocado el reclinatorio de la infanta
con sus almohadones de paño argentino
tisú, y debajo de éste, más allá del ex
tremo del dosel, estaba la silla del
nuncio pontificio, el único que tenía
derecho a sentarse en presencia del
rey, en cualquier ceremonia publica.
En frente, sobre un escabel rojo, estaba
el capelo cardenalicio con sus nume
rosos y rojo borlones. En el lienzo de
pared, frente por frente al trono, estaba
colgado el retrato, de tamaño natural,
de Carlos V en traje de caza, con un
gran mastín al lado suyo; y un retrato
de Felipe II en actitud de'admitir los
homenajes de los Países Bajos; ocupaba
el centro de la otra pared. Entre las
ventanas alzábase un vargueño de éba
no con incrustaciones de marfil, en el
que aparecían los personajes de la
danza macabra de Hollein esculpidos,
según decían algunos, por las manos
mismas del famoso maestro.
Pero el enanillo no se cuidaba poco
ni mucho de esta magnificencia; no ha
bría dado su rosa por todas las perlas
del dosel, y ni un blanco pétalo de rosa
por el mismo trono. Lo que ansiaba era
ver a la infanta antes que bajara al
pabellón, y rogarla le siguiera en
cuanto él concluyera de danzar. Aquí,
en el palacio, estaba el aire preso y era
sofocante; mas en la selva el viento
soplaba libremente y la luz solar con
sus áureas y vagabundas manos apar
taba las trémulas hojas. También había
flores en el bosque, no tan espléndidas,
quizás, como las del jardín pero de
seguro más suavemente olorosas que
todas estas: jacintos de una primavera
temprana que inundaban con su púr-
.pura ondulantes los frescos valles y los
yerbosos altozanos; amarillas prímulas
que se. apelotonaban alrededor de las
raíces nudosas de las encinas, brillantes
'celadonias, verónicas azuladas, lirios
de color lila y oro. En la selva había
candelas grises encima de los avella
nos, y digitales que se doblaban bajo
el peso de sus abigarrados cálices, vi
sitados frecuentemente por numerosas
abejas. Los castaños tenían sus obe-
IjKTRAS
251
liscos de blancas estrellas, los oxiacan-
tos sus descoloridas y hermosas ba
yas. . .e..
Sí. ella le seguiría ciertamente, ibolo
era necesario hablarla para conseguirlo!
Ella le acompañaría a la floresta her
mosa, y él pasaría danzando el día
entero para agradarla. 'A este pensa
miento brilló en sus ojos una sonrisa
y pasó a la cámara siguiente.
En parangón con las anteriores, esta
última era la más espléndida y hermosa.
Sus paredes, revestidas de rojo damasco
floreado de Lúea salpicado de pajarillos
y delicadas flores de plata; sus muebles,
de plata maciza, festoneados de guir
naldas floridas y amorcillos balancea
dores; ante las dos grandes chimeneas
se desplegaban enormes biombos reca
mados de pavos reales y papagayos, y
el pavimento de ónix verde mar, pare
cía prolongarse ál infinito. Y él no
estaba solo; en la penumbra de la puerta
y en el extremo del salón vislumbraba
una figurilla que le estaba mirando.
Empezó a latirle el corazón temero
samente; un gozoso grito se escapó de
sus labios y avanzó al través de la cla
ridad. Y, según avanzaba también la
figura; ya la distinguía claramente.
¡La infanta! No: era un monstruo, el
más grotesco que jamás había visto,
formado impropiamente, de modo dife
rente a ‘todo el mundo; jiboso, patizam
bo, la cabezota caída, la guedeja negra.
El enano frunció el entrecejo, y el
monstruo hizo igual. Echóse a reir y el
espantajo acompañó su risa, caídas sus
manos a lo largo del cuerpo, exacta
mente como estaban las suyas. Hízole
una burlona reverencia humilde; avan
zó y la figura vino a su encuentro,
copiando sus pasos y parándose si él
se paraba. Gritó alegremente y se pre
cipitó hacia adelante con su mano ten
dida; y la mano del monstruo tocó la
suya; y era tan fría como el hielo; co
menzó' a amedrentarse y agitó su mano,
y la mano del monstruo imitóla pron
tamente. Intentó avanzar, pero le de-,
tuvo una cosa lisa y dura; la cara del
monstruo estaba entonces pegada a la
suya propia y parecía loca de terror.
Sepáróse bruscamente los cabellos de
los ojos y el monstruo íe imitó. Ama
góle un golpe y él le devolvió golpe
por golpe. Le puso cara despreciativa
y él le hizo muecas horribles. Retro
cedió, y el monstruo retiróse.
¿Qué era ello? Reflexionó un instante,
y miró alrededor del resto de la cá
mara. Era cosa chocante, pero todas las
cosas parecían estar dobladas en aque
lla pared invisible de agua transpa
rente. Sí; repetidos estaban los cuadros,
repetidas las butacas. El Fauno dur
miente que estaba tendido en la alcoba
pegaba a la puerta, tenía un hermano
gemelo que dormitaba, y la Venus
argéntea erigida a la luz del sol, tendía
sus brazos a otra Venus tan hermosa
como ella.
Esta cosa, ¿era eco? Un día llamóla en
el valle y ella reprodujo sus palabras una
por una. ¿Podría mofarse de la vista
como de la voz? ¿Podría fabricar un
mundo remedador, exactamente lo mis
mo qué el real? ¿Pueden acaso las som
bras de las cosas poseer colores, vida y
movimiento? ¿Podría suceder que...?
Sobrecogióse, y quitando de su pecho
la bella rosa blanca, volvióse y la besó;
¡el monstruo tenía una rosa, hoja por
hoja igual, que besaba con iguales be
sos, oprimiéndola contra su corazón
con muecas horribles!
Cuando resplandeció la verdad, en él,
lanzó un grito salvaje de desesperación
y cayó sollozando en tierra. ¡Ah! ¡Aquel
ser deforme y jorobado era, pues, él
mismo, horrible de ver y grotesco!
¡El mismo, él, era el monstruo, y- de
él se Había reído los muchachos; tam
bién la princesita. en cuyo amor creyó;
ella también había puesto en solfa su
deformidad y se había regocijado con
sus piernas patizambas! ¿Por qué le ha
bían arrancado de la floresta, en donde
no había espejos que le revelasen su
monstruosidad? ¿Por qué no le había
matado su padre, mejor que venderle
para vergüenza suya? Lágrimas ardien
tes corrían por sus mejillas, y sus dien
tes despedazaron la blanca rosa; el
monstruo debatiéndose, hizo sus mismí
simas muecas y esparció por el aire
sus blancos pétalos. Revolcábase el
monstruo por el pavimento, y cuando
le miró el enano, contemplóle aquél con
una cara crispada por el dolor. El se
alejó deslizándose, por miedo de verle
y tapóse los ojos con sus manos. Como
un ser herido arrastróse a. lo obscuro
y allí yacía gimiendo.
Y, como en aquel instante llegase la
misma infanta con sus camaradas jun
to ala ventana abierta y columbrasen al
feo enanillo tendido en tierra y golpean
do el pavimento con sus crispadas ma
nos, de una manera extraordinariamen
te fantástica y exagerada, prorrumpie
ron desde arriba en gozosos chillidos
de una risa gozosa y formando corro a
su alrededor, le contemplaban.
—Su danza fué chistosa—dijo la in
fanta-pero su manera de accionar lo
es más todavía. Seguramente que es tan
bueno como los muñecos, sólo que no
V
252
es, por de contado, tan perfectamente
natural.
Y agitaba su gran abanico y aplaudía.
Pero el enanito no levantaba el sem
blante; sus sollozos Se hacían cada vez
más débiles; súbitamente lanzó un ex
traño suspiro y apretóse el costado. Y
en seguida cayó de nuevo hacia atrás
y yacía completamente tranquilo.
—Esto es de primer orden—dijo la in
fanta tras una pausa;—pero ahora debes
danzar para mí
—¡Eso esl—Dijeron todos los chicos.
—Ea, a levantarte y a bailar! Eres más
zorro que los monos de Berbería, y
mucho más ridículo que ellos.
Pero el enanito no rechistaba. Y la
infanta pateó el suelo llamando a voces
su tío, que estaba paseando por la te
rraza con el chambelán, leyendo unos
despachos acabados de llegar de Méjico,
donde habían establecido "aquellos días
el Santo Oficio.
—Mi gracioso enanito—gritó- se hace
el sueco. Es preciso que le reanimes y
le digas que dance pare mí.
Cambiaron los dos hombres una son
risa, inclinóse Don Pedro, y dió un ca
chete en la mejilla del enano con su
bordado guante.
LETRAS
—¡Hay que danzar, «petit mostre»!—
Le dijo Don Pedro.—Hay que danzar.
La infanta de España y de las Indias
quiere que se la divierta.
Pero el enanito seguía inmóvil.
— ¡Que llamen al azotador!—Dijo amos
cado Don Pedro, y retornó a la terraza.
Pero el chambelán observó atento;
arrodillándose junto al enano, y puso
su mano sobre el corazón de este. Y
después de unos instantes, encogióse de
hombros, y haciendo una profunda re
verencia a la infanta, le dijo:
—Mi bella princesa, nuestro chistoso
enanito no volvera a danzar. Y és lás
tima, porque es tan feo, que tal vez hu
biera podido conseguir desarrugar el
ceño del rey.
—Pero, ¿por qué no volverá a danzar?
—Preguntó la infanta riendo.
-Pues porque ha muerto—su cora
zón se ha roto—respondió el chambelán.
Y la infanta frunció el entrecejo, y
sus delicados labios de hojas de rosa,
se curvaron con un lindo gesto desde
ñoso.
—En lo venidero, que no tengan co
razón los que vengan a bromear con
migo— exclamó—; v precipitóse en. el¡
jardín.
AL PIE DE TUS REJAS
El piano reia con histérica risa de loco
mostrando en la larga blancura el marfil de sus dientes,
y tu mano de espumas jugaban en las teclas
ligera y nerviosa, cual sueño de fiebre,
en la lenta lascivia de un tango criollo...
y el piano lloraba sufriendo el suplicio de Tántalo,
lloraba y reía mostrando sus dientes de loco...
En ¡a calle desierta y oscura el cendal de la tenue neblina
y el helado gemido del viento que llora la fría canción de los polos.,
y el piano mostraba sus pálidos dientes de negro,
al reir con histérica risa de loco...
El rojo calor de la estancia,
palpitar de lujuria,
y en la blanca frialdad de la calle,
sollozar de una estrofa muy nivea y oscura...
Y el piano reía mostrando el marfil de sus dientes,
reía y lloraba enseñando sus negras encías;
y al pie de tus rejas,
muriendo de fiebre y de frío
y envuelto en el blanco y helado cendal de la niebla,
sufriendo está el pobre poeta una noche de Mayo...
• Y el piano lloraba al reir el compás lujurioso de un tango criollo,
lloraba y reía al sentir en su fría blancura el calor de tus manos...
Facundo Rkcalde
LETRAS
Una poetisa brasilera (l)
Ptítrópolis, Abril 24 de 1915.
Illmo. Sr. Dr. Sylvio Julio
Río
Mi querido amigo:
lie leído el Volcán de la señorita Ro-
salina, regalado por un amigo, y me he
detenido—haciendo uso, del derecho de
analizar lo que se tiene delante de los
Ojos, como quien admira un hermoso
cuadro de arte o de la naturaleza—a
examinar la fisonomía que ilustra la
carátula de la Revista.
El soneto lo encuentro magnífico—no
obstante percibir sólo a medias las de
licadezas del portugués—y el contraste
presentado con suma elocuencia y , ha
bilidad. El monstruo, por años y siglos,
«imperó, flageló a la tierra esclava,
aterró generaciones, cada vez que en
furor a los cielos arremetía» y su có
lera flamígera, impetuosa, amenazadora,
cavaba, rugiendo, al estallido brutal de
las erupciones.» Y ahora—¡pobre gi
gante encadenado!—su seno ya no guar
da secreto: «el hombre lo escruta, lo
escala, lo sonda, lo corta» y, convir-
tiéndolo en «esclavo o héroe, vencido,
sin poder, sin gloria, impasible, el exá
nime titán soporta la ironía# del cielo y
de la tierra!»
El pensamiento es muy bello ,e inge
nioso; pero la inocente niña ignora to
davía—¡y ojalá lo ignore siempre, para
bien suyo!—que hay otro volcán ante
cuyos estallidos los furores del Etna y
deí Vesubio reunidos, parecen juguetes
de niños! Me refiero a eso que los
poetas llaman terremotos del alma, y a
cuyo paso no quedan edificios derruidos
que pueden volverse a levantar, sino
ilusiones que se marchitan, sueños de
felicidad que se desmoronan, esperanzas
convertidas en humo, y el sello indeleble
de un dolor que no muere nunca y
obliga muchas veces, al que sobrevive
a tal catástrofe moral, a «llevar luto en
el alma por una persona viva!»
He resuelto enviar el Volcán a un
delicado poeta colombiano, hoy en Bo
gotá. y a quien conocí en Washington
como Primer Secretario de la Legación
de su país. Le he pedido que lo ponga
en versos castellanos, para hacerlos pu
blicar en Río. Espero , ser complacido-
en este pedido.
En las miradas de la poetisa, que es
más bella que su retrato—no obstante
el brillo y la penetración de su claro-
intelecto—hay todavía la dulzura y la
inocencia, todo el candor de una cole
giala. Este es el resumen de la impre
sión causada después de un rato de
contemplación. Pudiera decirse más, el
tema es vasto y atrayente como la per
sona misma; pero ya no hay espacio en
esta página para abordarlo, v además
mejor es no agotarlo y dejarle sobre el
tapete, a manera de una interrogante o
para que haya siempre un tema encan
tador que despierte interés y curiosidad
en mis futuras cartas.
Reciba Vd. el afecto del que cultiva
su ■ amistad con especial cariño. Muy
atto. y S. S.
Silvano Mosqueira
(1) Publicamos con gusto la presente carta, como
un homenaje de Letras a la celebrada poetisa, bra
silera, que ornamenta la sociedad fluminense.
La autora de Volcán tiene ya los prestigios de
una reputación literaria sólidamente asentada. Es
de las ya consagradas por el consenso público y
descuella entre los más afamados poetas de su ge
neración. En las Horas Literarias de Río—solaz,
espiritual tan frecuente en aquella cultísima socia
bilidad—su concurso es muy apreciado y conside
rado y rara vez lo niega, especialmente cuando se
trata de fiesta de caridad para socorrer a los des
validos. De las excelencias de su persona y de su
espíritu dan clara idea estos conceptos, vertidos
por un escritor paraguayo en la dedicatoria de un
libro, y los cuales debemos a la amable confidencia
de un amigo.—Dice así:—
«Un espíritu rutilante, brillando como un faro en
una cabeza joven y esbelta—adornada con todo el
prestigio de una belleza peregrina—, produce la
impresión del perfume de la Arabia encerrado en
transparente frasco de cristal o de la perla engar
zada en diamantes y guardada dentro de lino estu
che de seda.
«Tal me parece la señorita Rosalina G. Coelho
Lisboa, en cuya persona se destacan tanto la aureola
de una belleza física admirable como los encantos,
de un corazón bondadoso y de una mente repleta de
los más altos y escogidos tesoros espirituales.»
(I lili y SDK LA ¡IDA
Dice Schopenhauer; «Nada hay más
fácil y al mismo tiempo,más,inútil que
refutar a un filósofo».
Lo de fácil es discutible, lo de inú
til es innegable; pero, siguiendo la má
xima de Schopenhauer, ni lo uno ni lo
■otro debemos discutirlo. Además, y es
ta opinión mia tampoco debe discutirse
la filosofía puede considerarse como un
pasatiempo, como un spor intelectual,
■como un vicio o una mania que a
muchos ha conducido al manicomio.
Desde el momento en que las ver
dades o principios fundamentales del
■Ser y del Conocer, o de cualquier arte
o ciencia, son un misterio para el más
profundo filósofo, a pesar de tantos si
glos gastados en su discusión y de tan
tos volúmenes escritos, me permito du
dar de su utilidad práctica,,aunque ine
■quede embobado ante la potencialidad
del intelecto humano que, siempre so
bre bases falsas, ha construido esas
obras monumentales del ingenio dialéc
tico. Confieso mi ignorancia en mate
rias filosóficas. Cuantas veces he hojea
do un volumen de filosofía, he Com
prendido que son demasiado elevadas
las regiones de lo abstracto y que una
■caída sasi segura, es demasiado peli
grosa.
Como pasatiempo, considero laploso-
fía superior al juego de ajedrez, que es
de todos los juegos el que más cálculo
exige; pero en las partidas de ajedrez
se llega a un resultado, mientras que
las filosóficas son interminables y ja
más se arriba a una conclusión definiti
va. Lo cual no quiere decir que de
ban abandonarse como inútiles las in
vestigaciones filosóficas, que son acaso
la ocupación más noble del espíritu;
pero sí quiere decir que debemos dejar
su estudio a los elegidos, a los capa
ces de aportar un dato, siquiera para
facilitar la salida del obscuro laberin
to de las causas.
Queramos o nó, mientras seamos ig
norantes, nos dedicaremos a la filosofía
¿cómo hemos de conformarnos con nues
tra ignorancia de lo que somos, de don
de venimos y adonde vamos? pero de
no conformarnos a dedicarnos todos a
desentrañar esos misterios va gran di
ferencia. Yo, por mi parte, renuncio
forzosamente a ser filósofo, aunque no
renuncie al placer de hojear de vez
en cuando algún tratado de filosofía,
siquiera sea por ver si alguna vez se
ponen de acuerdo los amantes de la sa
biduría. Y, entre tanto, me libraré muy
bien de refutar a ningún filósofo, si
guiendo la máxima del sabio Schopen
hauer, sino fuera razón suficiente para
rio cometer semejante desacato mi filo
sófica ignorancia.
*
* *
Si después de este inocente pream
bulo escribo algunas ligeras considera
ciones sobré un libro, recientemente
publicado en Buenos Aires, titulado
Orillando la Vida, original del señor
Francisco Montes Viñolo, es precisamen
te porque este libro, notable en mu
chos conceptos y contundente siempre,
confirma mis ideas sobre la trascenden
cia de la filosofía. «Si la mentira de
ayer, dice el señor Montes, es la ver
dad de hoy, es en virtud de que la ver
dad de hoy ha de ser la mentira de
mañana (pág. 32)».
Bien está entonces la filosofía para
el que no conoce ese secreto; pero el
LlíTItAS
255
que llega a poseerlo sólo puede sentir
desden, o indiferencia cuando menos,
por esa titulada madre de todas las cien
cias y cuya misión, al parecer, es man
tenernos en continuo engaño. ¿Para qué
entonces combatir teorías, para qüé lu
char por sustituir dogmatismos?
«Todo juicio es verdad, pues que ex-
«presa un concepto encarnado en nues-
«tro pensamiento, e impuesto a nuestro
«cerebro por retratación de nuestra vis
ita. (pág. 13)».
«Todo' lo que vemos en el mundo ex
terior, es una radiación de nuestro
mundo interior, (pág. 18)».
Estas teorías que podrán, o no, ser
ciertas; pero que mañana o pasado se
rán incluidas entre las verdades de ayer
las desarrolla el señor Montes lógica y
magistralniente desde su punto de vista.
De mí se decir que me causan mu
cho bien y afianzan mis sentimientos de
tolerancia, pues, desde el momento en
(pie todos estamos en posesión de la
verdad, es decir, de nuestra verdad, me
considero sin ningún derecho, mejor di
cho impotente, para sustituir con mi
verdad la verdad de otro.
La obra Orillando la Vida está satu
rada de una amarga ironía, de un aris
tocrático desprecio por todos los pre
juicios, sin negar que en todos ellos hay
algo de verdad, de esa verdad, encar
nada en la copa de cristal de la leyen
da hindu, citada por el autor; y que al
romperse en millares de pedazos se ha
distribuido en ínfimas proporciones en
tre los humanos.
En Orillando la Vida se nos da un
concepto mecánico del progreso y de la
vida toda.
No existe la libertad. «El hombre li-
«bre es una ironía. No existe. Es esda-
«vo de sus deseos y de sus necesida-
«des. La cadena del medio es irrompi-
«ble. El trepador y el troglodita, co-
«mo el civilizado de nuestros días,
«son uncidos al yugo por el medio...
(pág. 39;.» -
El progreso surge de la oposición de
valores». La fórmulas todas, para esta
blecer su valor, necesitan su antípoda.
«El ideal nace por oposición a un ideal
«existente y establece el punto compa
rativo. [pág. 21]».
«Sin oposición de valores no existi-
«rían valores, (pág. 35)».
Todo este mecanismo maravilloso que
nos mueve a los humanos, sin que en
él tomemos más parte que la de recep
táculos o trasmiso res, la desarrolla el
señor Montes Viñolo, con insuperable
maestría.
■ Después de leer Orillando la Vida
nos sentimos descorazonados ,y nada
queda en pié de muchas cosas que no
sotros en secreto creíamos.
Quedamos, desconsolados, y conven
cidos a la par, cuando leemos:,«La ca
ridad sólo es buena a título de que
la miseria es mala».-
«La caridad existe, poitpíe existe la
«pobreza 1 que establece el punto com-
«parativo. Ambos valores se comple-
«mentan (pág. 50)».
«El altruismo fué la segunda mani-
«testación del egoísmo y del altruismo
«se hizo un dogma (pág. 36)».
El edificio de los convencionalismos
se derrumba, y sólo nos resta esperar
si los nuevos valores por surgir son
siquiera un poco más elevados que los.
actuales.
La obra del Sr. Montes, a pesar de
ser demoledora, nos comunica una ex
traña sensación de fuerza y de : vida,.
A través de sus páginas se percibe el
culto de su autor por el pueblo heleno.
Es un amante de la vida sin misterios
teológicos; un admirador ferviente de
la fuerza armónica; ama a «una hurnani-
«dad alegre y bulliciosa, de atletas, de
«artistas y de filósofos, entonando el
«cántico de la vida y de la libertad,
«en estrofas inmortales, coronada su sien
«de pámpanos y de . espigas, ahuyen-
«tando la zorra, símbolo de la cizaña y la
«cobardía, que con el hopo ardiendo
huye de sus estados (pág. 69)». Y como
antítesis de Dionisio «siempre joven,
siempre alegre» nos presenta el tipo
de Jesús «ese' epiléctico demoníaco, que
:256
LUTIÍAS
«entre el aquelarre y la hoguera llena
«la fatídica noche medieval (pág. 75)».
Comprendo que al leer estas afir
maciones, un cristiano convencido se
persigne y cierre el libro; pero yo, que
admiro sinceramente al pueblo heleno,
y no juzgo tan despreciable a Jesús,
continúo leyendo, porque así me lo
aconsejan mí tolerancia, y porque des
cubro mucha lógica, desde su punto de
vista, en la obra del Sr. Montes.
Me siento anonadado cuando leo:
«los enfermos de amor al prójimo ago-
«nizan de lástima y mueren de en-
«vidia.
«El amor al prójimo es el producto
«de una psicopatía social que estable
ce la incapacidad mental del hombre,
«(pág. 103)».
«El respeto a nuestra entidad per
sonal nos eleva sobre el rebaño qué
«siente la necesidad de amar a su pró
jimo, después de humillarlo, haciéíi-
«dolo infeliz; ese rebaño que sólo eleva
«su espíritu, mientras vive en contacto
«con la miseria que segrega (pág. 107)».
Verdad, verdad abrumadora, que abra
sa nuestras entrañas de cristiana he
rencia.
El autor exclama: «Yo no quiero
«que me hagan el bien. Yo lo que
«quiero es que no me hagan el mal
«(pág. 83)».
Yo, francamente, prefiero que me
hagan el bien, porque considero muy
difícil y peligrosa de trazar esa línea
divisoria. Pero el Sr. Montes aclara
por completo estas ideas cuando dice:
«Del amor a si mismo, surge el egois-
«mo racional, que, elevando el espíritu
«sobre el plano de los viejos conceptos
«florestales, consagra el principio de
«libertad, equilibrando las fuerzas psi-
«quicas por el respeto y tolerancia mú-
«tua (pág. 105)».
El Sr. Montes es rajante y el escal
pelo de su crítica desgarra sin compa
ción creencias y dogmas. Así al ha
blarnos de la patria dice, entre muchas
cosas que no podemos citar aquí y que
deben leerse: «La necesidad engendró
«el miedo, el miedo engendró el egois-
«ino, y estas tres entidades, necesidad,
«egoísmo y miedo, han formado la
«patria, la que a su vez empolló el
«orgullo (pág. 240)».
El parrofito es como para leérselo
a los (pie ahora pelean en las trin
cheras. Afortunadamente yo no soy
patriota y me parecen muy atinadas
todas las observaciones contenidas en
el capítulo Patria. El que trata de
La Guerra y la Civilización es senci
llamente colosal. No me atrevo a des
florarlo por no quitarle su fuerza su
gestiva. Es necesario leerlo y espe
cialmente las páginas 221, 222, 223 y
224, en las que se pintan de manera
magistral las hermosas cualidades de
Rusia, Inglaterra, Francia, Italia y
Bélgica, que esta incruenta guerra nos
ha dado a conocer como algo muy dis
tinto del juicio que de ellas se había
formado.
En cambio, en Teosofía y Espiritismo,
el Sr. Montes se sale a ratos del se
reno ambiente filosófico y exterioriza
con vehemencia el odio que le inspiran
esas creencias.
El teósofo es un investigador de la
verdad y uno de sus lemas es ser to
lerante hasta con los intolerantes. Den
tro de las sociedades teosóficas son
admitidas y respetadas todas las creen
cias, siempre que sus representantes
no quieran imponer sus dogmas y se
limiten a la investigación, no sólo en
cuestiones religiosas, sino en todas las
que se refieran a la humana actividad.
El Sr. Montes cree que los gobier
nos deben tomar medidas para salva
guardar la salud de los pueblos «contra
«esas malsanas humoraciones teósofo-es-
«piritas, pues el teosofismo y espiritis-
«mo constituyen un flagelo social y
«debe de aislárseles como al cólera o
«la peste negra (bubónica) (pág. 269)».
«Un centro teósofo-espirita, atrae to-
«dos los espíritus castrados, sin resor
bes que laten al unísono por afinida-
«des decadentes».
«Más que centros o asociaciones de
IjliTIíAS
257
«hombres, son sentinas donde se eclosio-
«nan todas las degeneraciones, y todas las
«vilezas rastreras y cobardes (pág. 271)».
Confieso que he concurrido a muchos
centros teosóficos, y no he visto nada
anormal que me haga creer esas mons
truosidades que nos dice el Sr. Montes.
El mismo Sr. Montes escribe en su
libro: «La verdad suprema sólo en mi
«radica. La verdad de otro será su
«verdad, pero no la verdad mía (pág.
«251.
Por esto precisamente estamos obli
gados a respetar la verdad de los de
más, y los señores teósofos tienen la
suya, porque algún fragmento les ha
brá tocado en suerte de la famosa
copa hecha millares de añicos.
Y entonces ¿con qué derecho quere
mos meterles en la cárcel o en el ma
nicomio? Así pienso yo, lo cual no
quiere decir que yo esté en lo cierto.
Es mi verdad, mejor dicho, la de los
otros, la que yo defiendo.
Las mismas consideraciones se pue
den aducir por lo que se refiere a los
conceptos que el Sr. Montes tiene for
mados del socialismo y el anarquismo.
Es la verdad de él, muy respetable,
sin duda alguna, y. por añadidura muy
bien desarrollada en Problema Social,
aun cuando nada resuelva, cosa que
no debe extrañarnos, pues él mismo
dice: «No lo ha resuelto ni lo resolverá
«nadie».
El Sr. Montes afirma que: «el socia
lismo es una manifestación morbosa
«como el platonismo y el cristianismo,
«(pág. 33)»; pero reconoce que tanto
el socialismo, como el anarquismo y el
cristianismo, son una pústula necesaria,
que fatalmente se impone, como signo
de depuración orgánico-social.
«La religión resuelve el problema
«de la felicidad, proclamando la igual-
«dad social a nombre de Dios.
«Los socialistas resuelven el proble
ma de la felicidad, proclamando la
«igualdad social a nombre del Estado.
«Los ácratas resuelven el problema
«de la felicidad, proclamando la igual-
«dad social a nombre del amor mútuo,
<(págs 385-386).
Gracias a los ideales; gracias al
afán humano de hallar la felicidad;
gracias a los convencionalismos y a
las mentiras, que los unos a los otros
nos queremos imponer, vamos, poco a
poco, levantando ese asombroso edificio
que se llama civilización, y mientras
levantamos pasamos el tiempo. Y de
eso se trata: de pasar el rato, para lo
cual la filosofía es un gran recurso.
En este sentido debemos agradecer
a los filósofos de talento sus produc
ciones; pero nada más que a los de
talento, porque los otros nos entriste
cen la vida.
Con razón el Sr. Montes entra a sa
co en los dominios de la filosofía y no
deja títere con cabeza; pera él puede
hacerlo, porque le sobran ingenio y ta
lento y nó le faltan originalidad y
criterio.
Si alquien lo duda lea el capítulo
Educación de la Mujer, inserto en Ori
llando la Vida, uno de los mejores, si
no el mejor, según mi modo de ver,
de toda la obra.
El señor Montes no es feminista al
estilo de los que quieren hacer de la
mujer un competidor del hombre; pero
censura con acritud la educación co
rriente que se dá a la mujer, cuyo es
píritu se deforma «con consejos y le
yendas de castigos y recompensas ce
lestiales» especialmente a la mujer me
ridional y americana.
«Tengo la íntima convicción, dice,
de que cuanto más activa sea la inge
rencia de la mujer en el desenvolvi
miento psíquico de los pueblos, mayor
«será el grado de perfección que estos
«obtengan (pág. 313).»
«La misión de la mujer es formar
«generaciones que conozcan el valor
«de su propia dignidad, que tengan fé
«en sí misma, que tengan voluntad pa-
«ra imponer el valor de una moral in-
«dividual más elevada que la moral
«de los rebaños (pág. 320).»
«Cuando seáis un pueblo rezagado
258
LETRAS
pensad que la educación de la mujer
«en ese pueblo es deficiente, y nunca
«os equivocaréis (pág. 321).»
Cito los anteriores parrados como,
una muestra de la orientación del señor
Montes en este punto;, pero no debo
extenderme demasiado y dejo para otra
oportunidad el ocuparme de esas teo
rias sobre le, educación de la mujer,
tan de conformidad con mis ideas.
Dada la índole ligera de este, artí
culo, no de crítica, sino de impresiones,
no puede seguirse en él, capítulo por
capítulo, la obra del señor Montes ,Vi-
ño lo, pues esta tarea corresponde a
quien tenga más, títulos que yo para
hacerla.
Porque en Orillando la Vida se abar
can los problemas filosóficos, psicológi
cos, sociológicos e históricos, que más
han afectado y afectan a la humanidad;
pero todos esos problemas, están esca
lonados, digámoslo así, relacionados en
tal forma en la obra del, señor Montes
que constituyen un armonioso conjunto
que con mi pecadora pluma, he des
baratado.
Orillando la Vida es obra demoledora
desde el principio hastaelfin, y en esa
tendencia radica su fuerza. Parodiando
al amor podemos añadir: que Orillando
la Vida crea nuevos valores que al
chocar con los ya establecidos im
primen el sello de una superioridad
afortunada.
Es, además, Orillando la Vida, una
obra personalísima: leyéndola se cono
ce a su autor y conociendo a su autor
huelga leerla. Hay en ella un enorme
caudal de cultura, y es la obra de un
hombre de voluntad, de un carácter for
jado en la lucha por la vida. El señor
Montes Vínolo ha sacado, de la vida,
vivida, la fecunda experiencia que no
dan los libros, y. enorgulleciéndose con,
su título de obrero, y como tal traba
jando durante parte de su existencia,
le ha sobrado lugar para sacar tam
bién de los libros la cultuia científica
que derrocha en su obra.. Antes, de pu
blicarse Orillando la Vida saludábamos
al señor Montes con respeto, después
de publicada le saludamos con admira
ción.
Ese libro ha de chocar en su circu
lación con muchos detractores, con mu
chos .enemigos; pero esto no .debe , ex
trañarnos: la intolerancia, el fanatismo
y los prejuicios, ,sou tumores malignos
muy arraigados en la naturaleza hu
mana, y no todos los pacientes pueden
resistir, sin gritar, una dolorosa opera
ción quirúrgica. Afortunadamente el se
ñor Montes tiene el pulso firme, y sa
be despreciar los insultos y las amena
zas de los que, una vez curados, han
de mirar con respeto la mano y el bis
turí que desgarró sus entrabas. Para
mi por ej. que no soy intolerante, ni me
aferm a dogmatismos, ni creo en la
trascendencia práctica, de la filosofía,
la lectura de Orillando la Vida me ha
proporcionado momentos amables de so
laz intelectual, pues además de ense
ñarme mucho me ha onseñado agrada
blemente, con arte, con ese estilo ner
vioso, sin amaneramientos, breve y grá
fico, tan característico del señor Montes
Viñolo.
Para terminar repeiiré el juicio de-
un inteligente literato, a quien pedí su
opinión sobre Orillando la Vida:
Es un compendio de cultura, me con
testó.
La apreciación no puede ser más
exacta.
Paraguay
Mariano Carmena
SONETOS
A QUIJOTE
Pálido don Quijote: Aquesta humilde espada
que te traigo vencida y sin honor, quebrada
fué por los malhadados y viles malandrines,
esclavos de la prosa, árbol de frutos ruines.
Como tú, tomé ventas por palacios de oro;
di todo mi ilusión, di todo mi tesoro
a torpes Maritornes y a groseros arrieros
que mancillaron todos mis romancescos fueros.
La emprendí con molinos, tomé ovejas por hombres
(que en mi imaginación tuvieron bellos nombres;.
Deslíce mil entuertos, luché con Malambruno;
más, por desgracia, río me queda brío alguno...
Pálido Caballero de la Triste Figura:
¡ Apiádate de esta mi divina locura!
A SANCHO PANZA
¡Oh, Señor Sancho Panza! Gobernador modelo,
astro de tu familia, honra y prez de aquel suelo
de la región manchega que nacer te vió un día
con tu primer refrán que era una profecía...
Yo te brindo mi canto, aunque sé que es adverso
tu carácter a la fragilidad del verso;
que eso es para los pobres y los desocupados
que se complacen en soñar tiempos pasados.
Grande es tu ínsula, Sancho; más grande es tu contento
porque has podido dar buen pienso a tu jumento.
Grande es tu imperio como cuanto abarca el espacio.
¡Oh, heroico triunfador de las diarias contiendas:
Recibe, piadosísimo, estas pobres ofrendas
del último bufón que habita en tu palacio!
Manuel Benavente
260
LISTRAS
EL CãlTICISMO PS1QSIATBIC0
Se lia puesto en moda de pocos años
a esta parte, hablar al diestro y si
niestro de degeneración, psicosis mór
bida, genialidad decadente, locura, epi
lepsia y otras lindezas cuando se tra
ta de investigar en la vida Íntima o
pública (que tanto monta) de todo es
píritu superior, llámese guerrero o li
terato, pensador o músico, pintor o
místico. Dentro de poco, a juzgar por
la manía psiquiátrica que invade a es
tos doctores de la nueva le}', hasta los
hombres de negocios van a estar toca
dos de demencia y los agentes de bol
sa no van a ser sino infelices epilép
ticos atacados de convulsiones; buenos
clientes de Charcot.
Enumerar las diversas obras, (pie ins
piradas en este criterio se han escrito,
sería tarea inacabable; facilísimo agotar
la erudición—Una de esas erudiciones
que el psicólogo Queyrat calificaría de
«fútiles»—en materia que es relativa
mente novísima, aunque se haya ma
chacado mucho sobre ella; todo en el
término de pocos años. .. Menos me
propongo aún ir refutando una por
una las afirmaciones que sobre perso
nalidades sobresalientes han lanzado
estos críticos de clínica. La tarea so
brepasa a mis fuerzas; sería preciso
poseer una ciencia y un tiempo pre
cioso, cosas ambas que me escapan; lo
único eficaz sería escribir año por tino
un volumen que fuese un mentís rotun
do a las afirmaciones de los Cabanés
y los Toulouse: una labor que equiva
liese a la que realizó hace poco la vi
ril escritora inglesa Frederika Macdo-
uald en su hermoso libro La leyenda
de Juan Jacobo Rousseau.
Destruir cada año una de esas fal
sas leyendas que han creado los críti
co psiquiátricos, los patólogos doblados
de dilettanti literarios, sería hoy em
presa más meritoria que renovar las
proezas de una Enciclopedia a estilo
de la de del siglo XVIII o escribir
una nueva Summa Theológica. Ya que
esto es imposible a esfuerzo humano-
porqué la erudición, la laboriosidad y
el temple de ánimo de un Bayle, un
Huet, un Feijóo y un Menéndez Pela-
yo reunidos no llenarían la medida—
por lo menos debemos protestar de és
ta- malintencionada y perversa crítica
cada vez que un libro de estos nos
caiga en las manos, si bien temiendo
que nuestra voz vaya a perderse en el
desierto de almas que es España...
Por mi ventura o por mi desgracia,
obligado e inclinado por vocación a
leer todos cuantos libros de crítica li
teraria me ponen a mis alcances y
siendo esta para mí la lectura predi
lecta en la cual hallo todas mis com
placencias. he soportado desde la fa
mosa Degeneración de Max Nordau
hasta las más importantes elucubra
ciones de clínica psiquiátrica que se
han publicado a partir de esa fecha,
y desde Les Detraques de Montagut
hasta la Histoire medicóle de J. J.
Rousseau por Sibiril, han pasado ante
mis pecadores ojos un diluvio de fo
lletos, libros, tesis doctorales, artículos
de revistas, comptes rendas, etc., en
que de una manera más franca o más
indirecta se trataba simplemente de
rebajar, deprimir y enlodar la perso
nalidad de algún eminente artista, pen
sador o poeta, reduciendo su genialidad
a los términos de una locura vulgar,
XjETUAS
261
de mia «psicosis «epileptoide» más o
menos -sobreexcitada.
Hay quien se ha preocupado muy
en serio fie la perturbación visual que
padecía (o se supone que padecía) Víctor
Hugo, como hay quien en Italia ha dedi
cado larguísimos y documentados estu
dios a la ambliopía de Leopardi; liay
quien ha titulado un trabajo Etade me-
dico-psy cholo gique sur Alfred Musset,
(Odiriot se llama el autor de esa tesis
publicada en 1906); no ha faltado ¡cómo
había de faltar!... el Estudio médico-
psicológico sobre Edgardo Poe; el I)r.
Regnault ha titulado un erudito ensa
yo La epilepsia en los hombres de genio,
■asi, «tout eourt»; Mareel Reja nos ha
hablado de una Litter ature de fous;
Vigen se ha entretenido en sondear
«el talento poético de los degenerados»;
Segalen ha dedicado sus afanes a la
observación médica en los escritores
naturalistas; el Dr. Pascal ha escudri
nado Las enfermedades mentales de Ro
berto Schumann; Federico Nietzsche ha
llegado a, ser considerado, no como
pensador y filósofo, sino simplemente
•como parulítico general por el doctor
Peyroux; clásica es ya la obra de Rene
Durnesnil sobre «Flaubert; su herencia,
su ambiente y su método»; nomenos noto
ria la del doctor Emile Laurent que lleva
el sugestivo título «La poesía decadente
ante la ciencia psiquiátrica» (1897).
Mas hasta ahora ninguna obra de
esta índole me ha chocado y asom
brado tanto, por la que podríamos
llamar sin irreverencia desfachatez
científica de sus juicios, por la segu
ridad-aplastante ue sus asertos, como
la que tengo hoy a la vista y voy a
examinar brevemante, escrita en cola
boración por dos doctores de la Fa
cultad de Tolosa, el doctor A. Remond,
profesor de enfermedades mentales, y
el Dr. Paul Voivenel, jefe de clínica
de la misma asignatura.
Titúlase la obra pomposamente El
genio literario \ El aficionado como yo
(1) ljp. gente litter aire, por los Drs. A. Remond y
Pfuil Voivenel; Biblioteque de philosophie enntempo-
raine; Félix Alean, Paris, ]912.
a esta clase de estudios, encuéntrase
singularmente defraudado por la magia
del título que promete un severo y
concienzudo estudio de la alta crítica
literaria, algo que hable a la vez al
corazón y a la inteligencia, algo que
sea superior a la banalidad de las
observaciones psiquiátricas fáciles y
demasiado prodigadas en estos últimos
tiempos y de las cuales (aunque fue
sen verídicas o irrefutables) nos vamos
ya cansando de oir hablar, como el
campesino ateniense se cansaba de oir
hablar, de la virtud de Arístide's.
Para los Drs. Voivenel y Remond,
nadie se libra de la quema. No se
permite a ningún genio escapar como
escaparon las deidades helénicas de la
destrucción de Troya. Fiat medicina et
pereat mundos litterarius, dicen ellos,
parodiando la vieja sentencia.
Importaría poco este criterio parti
cularísimo si no hiciese fuerza en una
opinión mal aconsejada y mal orien
tada. Seria sólo un juicio particularí
simo y sumario muy respetable, pero
no inapelable, de los señores Remond
y \ oivenel. Pero lo grave es. que estas
formas peculiarísimas de la crítica
psiquiátrica llegan a tomar estado de
opinión y dejan huella en la sociedad
en que se producen. Cuajan en la me
dianía ilustrada ciertas fórmulas, cli
chés (¡ue circulan en las/ tertulias de
la, burguesía, frases hechas, tópicos,
mediante los cuales se envenena la
vida del artista o del pensador.
Quedan y se-fijan en la masa semi-
culta, (que es la más terrible) modos
de decir que empequeñecen y amino
ran las grandes personalidades de un
pueblo. Así, por ejemplo, para, apoyar
mi afirmación con hechos concretos y
tangibles, (que no se me diga que
alego verbalismos vacuos), os diré que
entre cierta clase media semi-ilustrada,
que ha oído campanas y no sabe donde,
como se dice vulgarmente, es decir,
•lile ha oído hablar algo, vaga, nebu
losamente, de psicosis epileptoide. y de
teorías lombrosianas, cunden y crista-
262
LETRAS 1
lizan ciertos modos de expresión que
en nada son favorables a ciertas per
sonalidades eminentes de un país; por
ejemplo, bastaría citar dos casos, uno
de político y otro de pensador, Maura
y Unamuno.
Es tan fraeuente oir decir de Maura,
v. g.: «es un desequilibrado».. .o de
Unamuno «es un loco»... ¿Acaso es
porque los que lanzan este juicio ore
rotundo hayanse adentrado en las al
mas de Maura y de Unamuno y bu
ceando en su fondo, como buenos psi
cólogos, hayan llegado a esa desoladora
conclusión: la vesania o el desequilibrio?
No ciertamente, porque ni tienen es
tudios ni capacidad para ello. En
cierta sórdida fonda de una vieja villa
española, a un inculto y vulgarísimo
viajante de comercio, le oí decir con
la misma grave y hueca sentenciosidad
con que lo hubiera dicho Max Nordau
o Lombroso: «Ese hombre es un desequi
librado y un hombre a quien le falta
el equilibrio mental no puede tener
talento. ¿Creen mis lectores que aquel
hombre había leído una sola página
de Unamuno con atención profunda y
espíritu crítico? Yo procuré sondearle
y pude cerciorarme, en efecto, de que
no había leído libro alguno del Rector
de Salamanca ni siquiera ensayos de
revista. Pero ¡era tan cómodo para él
encontrarse hecho el juicio sobre Una
muno acudiendo a la socorrida fórmula:
«es un desequilibrado»!
Estos vituperables tópicos los ha
puesto en boga la vitanda literatura
psiquiátrica que tanto daño viene ha
ciendo a las Bellas Letras. Hasta el
extremo de que yo he pensado muchas
veces que si íuese posible restablecer
la previa censura, que yo atacaría,
por lo demás, gustosamente siempre
que fuese ejercitada por las más reco
nocidas autoridades críticas y siempre
que no se permitióse desafueros y
licencias de ningún género; ya que
para reprender, lo más señalado es
ser irreprensible—para ningún otro
departamento de las letras la recla
maría con más urgencia que para esta
literatura de crítica psiquiátrica que,
traspasando las fronteras de la medi
cina, no se atreve a entrar .del todo-
en las de la literatura y si entra, es
para zaherirla y encenagaría.
¿Qué respeto ni qué admiración po
demos pedir para los espíritus más
selectos de cada época ni para las
obras maestras de la humanidad, si
resulta que aquéllos son vesánicos,
dementados, a lo sumo pobres diablos
atacados de manías raras, en el mejor
caso, y éstas son producto de cerebros
enfermos y de imaginaciones neuró
ticas? ¡.Cuánto mas noble y generosa
era la doctrina antigua que declaraba
al artista y al poeta atacado de furor
divino, encendido por la llama de una
Pitonisa, pero no loco ni epiléptico!
El demon socrático es una invención
aceptable, una fórmula mitológica muy
plausible; pero este empeño clínico de
pintarnos a todos los artistas como
pobres gentes merecedoras de la cárcel,
del manicomio, o a lo menos, del hos
pital, es ruin y deplorable. Cualquiera
diría que se trata de un pugilato sin
gular por poluir y oscurecer las glorias
más puras de la humanidad para no-
dejarnos más que medianías encara
madas.
Frente a la teoría psiquiátrica ¿qué
oponer? De tal modo extreman las
cosas los señores Doctores del Proto-
medicato, que nos veremos obligados
a no contestar sino con gallardías y
desplantes. Recuerdo a este propósito-
una anécdota que narra Emilio Gebhart
y que pinta la entereza de ánimo del
papa Paulo III, áme tres liante (dice
el historiador francés), el cual se in
dignó porque le venían algunas per
sonas demasiado celosas a denunciar
los vicios de Benvenuto Cellini, son
spirüuel spadassin, como escribe Gebhart
con gráfica frase de sabor castiza
mente español, con un hispanismo in
tolerable,, que dirán los puristas, los.
Cejadores de alia. «Los hombres úni
cos en su arte como Cellini (atajó- el,
¡LETRAS
263
Pontífice a los solícitos delatores) no
deben estar sometidos á las leyes y él
menos que cualquier otro»
Siquiera hay doctores menos aluci
nados por el «demonio del análisis»
como Paul Janet que, habiendo lanzado
algún día afirmaciones irreflexivas y
poco meditadas sobre Santa Teresa de
Jesús, se apresuró a rectificar noble
mente con una generosidad de ánimo
que quisiéramos ver en todos sus co
legas y que les granjearía nuestras
fervientes simpatías. Hemos de relatar
el caso con cierta extensión y morosa
delectación, así como con abundancia
de detalles, porque merece la pena.
El Dr. Paul Janet calificaba hace
veinte años de «ilustre patrona de la
historia» a Santa Teresa. Afortunada
mente después ha corregido su diag
nóstico. En 1901 decía en una do sus
conferencias: «El estático es un escru
puloso que tiende hacia la histeria sin
llegar a ella jamás. «El Dr. León Gau-
bert, citado por G. Dumas, en su arti
culo La est'ujmatización en los místicos,
(líevue des Deux Mondes, l.° Hayo de
1907) reconoce que «los fenómenos
estáticos pueden encontrarse en otras
enfermedades que no sea la histeria.»
Mas como pregunta muy acertada
mente Mgr. Hue. en su artículo Neu
rosis y misticismo; Santa Teresa perte
nece u la patología?, «La preocupación
del método espiritualista ¿no es, en
efecto, libertarse de toda espiritualidad,
es decir, de todo postulado teológico
para estudiar científicamente .los he
chos místicos? Hacer la experiencia
religiosa desconociendo por método la
transcendencia del hecho religioso es
querer privarse sistemáticamente de
explicaciones plausibles» L
El Reverendo Padre Hahri, con un
eclecticismo algo chocante, llegó a
decir que Santa Teresa era y no era
a la vez neurótica. «Habiendo expe
rimentado, por una parte, fenónlenos
atribuidos a la neurosis y por otra,
(1) límite Gebhart: Sandro Botticelli, páfir. 9, • Pa-
ríüj 1897.
fenómenos naturales, supo distinguir
tan bien ios unos de los otros, que
esta doble experiencia constituye en
ella una garantía imprevista y muy
preciosa. El conocimiento que tiene
del primer grupo de hechos nos prueba
que no se engañaba cuando describía
el segundo» 2 .
El ilustre Mr. Maguan dice bien
categóricamente a propósito de Santa
Teresa: «Este éxtasis tiene un carácter
original. No hay derecho a confun
dirlo con los otros estados del mismo
nombre, como no se tiene derecho a
asimilar los grandes místicos a esos
degenerados místicos cuya locura toma
accidentalmente la forma religiosa» 8 .
He insistido tanto en Santa Teresa
de Jesús, porque siendo nuestra .Santa
una gloria española muy legítima, ha
sido también, para nuestra desdicha,
una de las más castigadas por los
anatemas clínicos de los psiquiatras.
Esta mujer tan templada, tan serena
de ánimo, a la, par tan idealista y tan
prosaica, representativo tipo de la
mujer española, . en quien Maurice
Barrés 4 reconoce con los éxtasis mís
ticos la sagacidad administrativa de
un Oolbert y en quien yo he visto la
cifra y espejo de la mujer española,
a la vez levantada a las mas altas
cimas del misticismo y sin perder la
cuenta de los garbanzos que han de
echarse al cocido, la mujer española,
realista o (digámoslo de una vez)
prosaica como Aldonza Lorenzo e
idealista a la vez como la mujer que
más lo sea;—no se concibe ciertamente
1 Heme de Philonophie, 1." Julio 1912, año 1, níuu.
7, París.
2 Jierue clr Unix riles, 1883.
3 Le.gons cliniques sur les matadles mentales, 29
serie, p. 110.
4 Todavía recientemente ha escrito Barrós: «Los
convenís d’ascct.isine furent, en rouiité, des ruches de
travuil ot de bonne administratión. Thérese efc «es
ainics s’adonnaient a la predicatión, a la conclnite dos
ames, ot a dos soucis qui sont ton analogues a coux
d’un hommo d'Etat ot d’un graml industriei. 11 í’allait,
manier des étrew, leur regleinenter, lonr batir desabrís,
assurer ]enr subsistance. Cette mystiqiie, cette exaltée
ñt voir dos qualitós d’orgauizatiím qu’on rctrouve ches
ces prodigioux t.ravaillei.rs, les Coíbert, les Xeetkler,
les oommis de Napoleón». Les Anuales politiques et
litteraires; Octubre de 1913.
Véase un estudio mío sobro .So? 1 Juana Jués de. la
Cruz (Nuestro Tiempo, junio 1913).
264
LETRAS.
cómo esta santa española ha podido
ser tan desconocida y tan mal tratada
por los psiquiatras modernos . . . Cier
tamente que para ignorar la constitu
ción tan serena y equilibrada de Santa
Teresa.—representativa de la mujer
española, repito--se necesita o no ha
ber saludado sus obras ni conocer aún
de lejos el alma de la raza, las cos
tumbres, el lenguaje, etc., o estar em
pecinado en una obtusa mala fe de
sabio maniático.
Daño grave hacen a las letras todos
cuantos se obstinan en seguir la tri
llada vía psiquiátrica. He aquí por
qué insisto en censurar las tendencias
de la reciente obra de los Drs. Re-
mond y Voivenel. Para ellos Mau-
passant (a quien nosotros incautamente
conceptuábamos como un soberano esti
lista y como el mejor cuentista que
hay en lengua francesa) es simple
mente un cerebro enfermo. «El ¡[orla
—dicen triunfal y doctoralmente—re
presenta los sueños patológicos de un
cerebro ya enfermo.» (Obra citada, ca
pítulo XVI, p. 204). Gerardo de Nerval
tampoco es un elegido de las Musas,
un hombre en quien se alió la gracia
del primer romanticismo con la sere
nidad de los parnasianos, un poeta
que ha dejado algunas de las más
bellas canciones líricas que se pueden
leer en lengua francesa, como aquella
que comienza:
II est mi air pour qui je donnerais.
Es simplemente un atacado de «lo
cura absorbente». Rousseau fué. un
alienado, según el concepto clásico de
la alienación mental. Krafft-Ebing nos
lo definirá más técnicamente como una
víctima de su paranoia persecutoria
seu reformatoria. ¿Está claro? Nietzsche
es un enfermo de parálisis general, a
large evolution, de evolución lenta.
(Menos mal). . . Por lo demás, su pa
dre ya fué atacado de demencia con
secutiva a un traumatismo. Dostoievrki.
Flaubert y Pascal, no entran en la
categoría de los locos declarados (como
Nerval, Nietzsche, Rousseau y Mau-
passant) pero sí en la de los neuró
ticos. Les grandes neuroses se titula el
capítulo en que estudian los Drs. Re-
mond y Voivenel a estos genios, para
nosotros; pobres, dolientes y degene
rados para ellos. El Dr. Loigue ase
gura muy serio en su «Estudio médico-
psicológico sobre Dostoiewski», que
fué un atacado continuo y violento de
crisis epilépticas. A punto estuvo varias
veces de morir de un espasmo a la
glotis (pie se producía en cada una de
estas crisis. Y así sucesivamente de
todos los demás.
¿A qué seguir? Libros como el pom
poso y falazmente rotulado Le genie-
litteraire por los Drs. Remond y Voi
venel, deprimen el ánimo, debilitan la
imaginación y amenguan nuestro res
peto y veneración a las grandes figuras
consagradas y, en suma, a mi parecer,
son libros que debieran ser proscritos
y desautorizados gubernativamente,
como se desautorizan y prohíben las.
láminas pornográficas.
Andrés. Goxzález-Blanco
LKTKA8
265
RECUERDO DE lili TARDE DE OTORO
Llegando del monte, cargada de aromas'
la brisa ondulaba
con grato frescor:
tus rizos de arcángel al aire jugaron
y un bucle hechicero
tu frente adornó.
Los últimos rayos del Sol derramaban
purpúreos fulgores
cambiantes doquier:
tus rizos castaños, lucientes, tuvieron
rellejos dorados
de hermoso oropel.
Otoño ostentaba .sus lánguidas galas
en dulce agonía
de tarde de Abril,
y, en trémulas notas, rimaba el arroyo
perennes endechas
de un llanto sin fin.
¿Recuerdas?... Las aves pasaban, pasaban
al Sol moribundo
cantando su adiós;
y en tiernos gorjeos su amor se decían,
buscando del nido
la oculta mansión.
Las hojas lloraban en tristes susurros
quizá sus querellas
de eterno vaivén,
o viendo, en presagio del próximo invierno,
sus mustias hermanas
tronchadas, caer....
La planta inclinaba sus ramas al suelo,
de brisas fragantes
a cada impulsión,
y lánguidos besos al césped tendía
en suave deliquio
de blando sopor.
Por ralas praderas, cruzamos el campo
siguiendo el sendero
que lleva al hogar;
la tarde era bella; su calma, sublime;
los bosques sufrían
dolencia otoñal.
Si evoco esa tarde de un tiempo lejano,
yo siento endulzarse
la amarga aridez
del hondo fastidio que callo y oculto
y que es mi secreto
tenaz padecer!...
Poniente lucía celajes de rosa
con flecos de oro
de vivo oscilar,
y allá en sus confines, con luz de granate,
el Sol ocultaba
su esférica faz.
Las nubes rosadas tornáronse grises',
después, disipadas,
perdiéronse al fin,
cual vago recuerdo de nuestra esperanza,
cual sueños dorados
de edad juvenil.
Su luz purpurina perdía la tarde
en una tristeza
de lento espirar;
crepúsculo gualdo tan solo quedaba
como una doliente
sonrisa final.
Alzando tu rostro, mirabas al cielo...
Eternos amores •
juramos los dos..:
y al plácido brillo del Véspero hermoso
mi beso en tus labios
su sello imprimió.
El aura, fingiendo mimar tus cabellos,
. también te besaba,
furtiva, al pasar
y, efluvios del alma, profundos suspiros,
en vuelos fugaces,
robaba mi afán....
En tí yo veía la mística ninfa
que, eu locos ensueños;
soñé en mi ilusión:
el propio trasunto del bién adorado
que, en lindas visiones,
mi mente forjó.
266
LETRAS
Entonces mi enferma, nostálgica vida
sintió reanimarse
con ansias de amar,
cual flor marchitada que entreabre su broche
al puro sahumerio
de brisa otoñal.
¡Oh, dulces recuerdos que, avaro, he guardado
cual solas reliquias
de todo mi sér!
i Ay!, nuestros amores, ¿porqué ya murieron
después de haber sido
mi gloria y mi fé?
¿Porqué ya murieron, y dentro mi pecho
un algo persiste
de aquella pasión?... .
¡Si agito las tibias cenizas, aun hallo
un resto del fuego
que no se extinguió!
Y hoy miro los campos. .. ¡que bellos parecen
después que albergaran
tu blanca beldad!....
Y en todas las tardes parece que veo
por esas praderas
tu imágen vagar.
Angel 1 González
A8ANID COTI
PARA EL CHARRUA AMIGO, YAMANDÚ RODRÍGUEZ
Traducido literalmente, equivaldría a
«sabio o sabiduría de los yerbales».
Pero el arandú caaty, que ha escu
chado las confidencias del bosque, en
su larga vida de leñador o yerbatero
y que sabe por consiguiente, de los
misterios de la selva, sabe también de
los secretos del . campo y por allí es
agricultor; conoce las propiedades cu
rativas y tóxicas de. los yuyos y en ese
concepto es médico; adivina el buen
tiempo, las lluvias o tormentas próxi
mas y es así astrónomo, a su manera.
Es también y mas.que todo, músico y
poeta. Sus instrumentos predilectos,
que, por lo general, él mismo fabrica,
son la guitarra y el arpa. A sus cuer
das arranca extraños acordes, ora dulces
como una caricia, ora quejumbrosos
como un lamento. Con los mismos se
acompaña sus canciones, generalmente
tiernas, aveces picarescas, en ocasiones
graciosamente groseras.
Es especialista en «compuestos», his
torias o leyendas en verso. Algunos he
escuchado, relatando los amores del
«Príncipe Lucero- con la melancólica
Yacy (la luna). El Príncipe, es hijo del
Rey' Cuarajhy (el sol). De puro respe
tuoso, jamás viste su manto de luz antes
que su padre se retire a descansar.
Cuando le supone dormido, entonces
se engalana y aparece en occidente,
para contemplar a su amada y exhi
birse ante ella. Yacy, encantada de esta
perpetua adoración,'quisiera demostrar
le su correspondencia. Y magestuosa-
mente se dirije hacia él. Pero el «Prín
cipe Lucero» es un platónico incurable
y cuando nota que Yacy va a acercarse,
huye presuroso. Sus nupcias son así
imposibles.
El compuesto termina con la mora
leja (?) que, en materia de amores, para
tener éxito, hay que atropellar. Y acaso
tenga razón.
Los compuestos del Caráu, del Cho-
c/tí, del Ñajhaná, son muy conocidos
para que insista en ellos.
Las revoluciones, los cuartelazos y
los guapos que en ellos se distinguieron,
todos tienen sus compuestos. Los tienen
también los bandidos famosos, del país,
los perseguidos por la justicia y hasta
los Donjuanes criollos. Pero lo verda
deramente admirable es .que casi todos
los arandú caaty son analfabetos, en
la verdadera significación etimológica
del vocablo. Lo que más, han conocido
el clásico «Catón» ó el.catecismo del
P. Astetc.
A uno de ellos, peón en un obraje,
le oí esta frase notable, mientras el
encargado le explicaba la liquidación
de su cuenta: Sapiaité; caracú jha
cuenta che cuárejhe miinté á npjheba.
(Un momentito; las cuentas y el tuétano;
yo saco únicamente con los dedos).
El arandú caaty, finalmente, tiene la
inmodestia de su' saber, producto- ge
nuino de la experiencia, «virtud tardía
de los crepúsculos», según la hermosa
frase de un querido amigo, o virtud
temprana de las inclemencias de la
vida, crepúsculos también.
Cuando se pregunta dónde ha apren
dido tal o cual cósa, responde con cierto
énfasis: checo arandú caaty (soy sabio
de los yerbales). Y al decirlo, 1 en sus
ojos negros relampaguea la vanidad.
Pedro Pérez
LETRAS
267
FILOSOFÍA baraté
la RISA Para Letras
Sentimiento connatural de la huma
na especie, la risa todo lo abarca y lo
redime, por aquello de que el mundo
que cruzamos, tiene una tercera parte
de ridículo, la mitad de tonto, y lo
restante está dividido entre los locos
y los sabios. Y si las aspe resas te
rrenas nos inclinan a tomar todo con
pesadumbre, plañendo desencantos y
tribulaciones, menester será que huya
mos de congoja tanta, riendo siempre
en la vida, desde la cuna a la tumba,
ya con incredulidad y hastío como
Leopardi y Larra, ya con sabiduría
como Aristófanes, Volt ai re y Montaig
ne, quien implacable como Juvenal,
quien indignado como Byron y Vdilde;
cual, rio con irónica Compasión a se
mejanza de Cervantes y Oampoamor,
cual con el sarcasmo de Reine y la
profundidad de Shakespeare; aquel con
serena filosofía como Renán, o con
amarga decepción como Adisson y Lra
cial); éste, con el desden risueño do
Quevedo y Bernardo Shavv, o con el
espirito renovador de Planto, Moliere
y Benavente, porque
«Risas hay de Lucifer,
risas preñadas de horror
que en nuestro mezquino ser,
como su llanto el placer,
tiene su risa el dolor»,
Y si lógica explicación tienen los
actos del mundo, ninguno más cuerdo
que el que predispone a la risa, te
niendo en cuenta que para que unos rían,
es menester que. otros sufran y por
ende, hagan de víctimas propiciatorias.
Todo está, en saber pues en cual do
ambos grupos nos contamos cada uno
de los mortales, si en el de víctimas
o de victimarios, (pie lo demás vendrá
después; y sin (pie ello signifique equi
vocación alguna, yo por mi parte, me
incluyo sin reparo, en el número de las
víctimas, puesto (pie ninguna atención
debo al mundo, sino que le tengo por
una gran víctima, que me hace destor
nillar do risa
Contándome en el grupo de las vic
timas, como llevo dicho, persuadido
estoy que el mundo se ríe de mi, lo
que me tiene sin cuidado y no logra
quitarme el sueño. ¿Qué todos se mo
fan de mi persona?, pues yo me burlo
de todos, lo cual equivale a reírse del
mundo entero, que contiene muchas
personas. Podráse inferir, como natural
secuela de este raciocinio empírico, el
hastío, la tibieza y hasta la inutilidad
de la risa’, si todo el género humano
aplicara el sistema que he proclamado.
Esto, que parece lógico, y muy confor
me con el orden racional de las con
secuencias, no se cumple fatalmente en
la vida, porque no todos cargan con
tal pueril determinación, como es.la de
reirse; antes bien, la generalidad pre
fiere a mofarse del mundo, guardarle
respeto, inspirarle afecto, o cobrarle
terror. Y ¡vaya si es para reir, la se
riedad trascendental de esta mayoría
humana!
Esto trae a mi memoria una aven
tura ligera, que si el pío lector no está
de prisa, he de referirle punto por
punto. Propúsose seriamente un (lia,
distraer Bernardo Sliaw sus ocios de
autor teatral, haciendo el aprendizaje
Montevideo.
Eduardo de Salterain Herrera
268
DETRAS
de ima bicicleta; más, como desmañado
se mostrai'a en tal entretenimiento, e
inútiles fueran sus extraordinarios es
fuerzos, para llegar a mantenerse en
equilibrio, no consiguió nada, mas que
tentar la, risa del público (pie le ob
servaba; lo cual bastó para conven
cerle, que producía más carcajadas la
seria actitud que había tomado, que
cuanta comedia chistosa había escrito.
Ya lo saben todos, ¡y no se ponga usted
serio porque se le reirán en sus barbas!
Reir pues, es lo más agradable cuan
do no lo más eficaz en la vida. «Oas-
tigat ridendo mores», — dijo el poeta
y repetimos nosotros, cifrando el éxito,
mas halagüeño en una oportuna chan
za, que en el recio dicterio de una
solemne formalidad, porque si con amor
propio gastan los hombres, con desdén
ajeno se curan, en este vasto hospital
de convalecientes, llamado mundo; mun
do donde hay risas para todos los gus
tos, desde la sonrisa interna que viene
del cerebro llevando luz a los grandes
espíritus como Cervantes, hasta la car
cajada estruendosa que arranca del
vientre para explotar en la boca de
«Pantagruel»; risas (pie por lo que lia-
ce al sonido, bien pueden comprenderse
en las leyes de la escala musical, aten
diendo a fas distintas variaciones que
sufren; ya el fuerte «¡já, já; já!» del
burgués satisfecho, ya el destemplado
«¡ji, jí, jí!» de los tísicos y las niñas
flacas; risas sostenidas y risotadas en
bemol, o en bajo tono epiléptico, que
hacen estremecer el pecho, simbolizan
do el vértigo de la voluptuosidad exaltada,
o el ciego frenesí de la lujuria insolente,
en las noches de erotismo y libertinaje.
Y no descubramos toda la natura
leza risueña, en el sonido de la risa,
que _ yá la expresión y el semblante
reflejan también sus variadas particu
laridades, como el mejor de los obje
tivos: ojos alegres, carrillos compri
midos y boca fruncida, que deja escapar
un desentonado chillido de ratón, se
ñala generalmente la risa burlona de
una solterona avinagrada, de un empe
rejilado pisaverde, o de un judío ma
rrullero y ladino, que observa nuestra
desesperación con el rabillo del ojo.
Menos bulliciosa, la sonrisa es expre
sión sublime en el rostro de una bella;
sonrisas que cautivan, y sonrisas las
hay violentas: la del paniaguado (pie
claudica de su albedrío y la del ene
migo que nos saluda atentamente,,
aunque por lo bajo nos esté enviando
todas las maldiciones del cielo.
No olvidemos los rostros en perpetua
carcajada, (pie simpáticos y atrayentes
en apariencia, son las mas veces in
sulsos y desabridos como el cocido sin
sal. Rostros son estos, de hombres
por lo común, que cierran los ojos
para reir estrepitosamente, abriendo la
boca a más no poder, en términos de
enseñar hasta el esófago, para despe
dir un «¡já, já, já!» de quinto bordón
y marea mayor, que hace estremecer
el cuerpo y la silla y el piso. . . Es
un manantial de carcajadas, que fluye
con precipitación y que parece qui
siera dar salida al mismo demonio,
por la boca, por los ojos, por las na
rices y hasta por el vientre. ¿Qué
usted calla? «¡Já, já, já!» y se recuesta
el reidor donde mejor le venga, para
no caer. ¿Qué usted dice la necedad
más grande? «¡Já, já, já!» y abre una
bocaza como una caverna. ¿Qué usted
no hace nada? «¡Já, já, já!»—lo mismo
(pie si hiciera la cosa más divertida
del mundo, ¡Vaya uno a comprender
la razón de estas almas en eterna sa
tisfacción!
Y para finar con esta pesada clasi
ficación, (pie temo haya conciliado el
sueño, lié, de decir que si hay risas
espontáneas en el mundo, las hay tam
bién forzadas como aquellas que mo
tivan las majaderías de un supuesto
chuzón, o las que obligan los galanteos
de una reunión social; risas forzadas,
risas tristes, como las de este mortal fes
tivo, que por mucho reir del más sufrir,
oculta un desencanto bajo cada sonrisa.
ELOGIO U Li LENGUA CASTELLANA
(fragmento der, discurso de entrada de Ricardo león en la academia
DE LA LENGUA ESPAÑOLA.)
...¿Cómo encarecer su feliz combi
nación de sonidos fuertes y suaves,
rotundos y misteriosos, voces largas y
breves, la encantada melodía de sus
números y cadencias, el boato de su
léxico, y, sobre todo, la libérrima
construcción, el donaire y desembarazo
con que huye de las repeticiones y
estorbos, y cabalga a rienda suelta
como elegante amazona, llena de or
gullo y bizarría?
Lejos de la mesura y proporción
del francés, admite muchos tonos con
trapuestos, revienta de salud, y fuerza
plástica, luce formas redondas y tur
gentes, sin que le falten arrullos y
melindres cuando lo pide la ocasión;
tan pronto se amartela, como se alza
con el látigo en el puño para defender
su noble honestidad, y hasta se burla
a veces de la lógica, haciéndole amo
rosas morisquetas ‘con retruécanos,
burlerías e idiotismos. Y cuando para
humillar a pobres envidiosos, abre las
arcas de sus caudales y muestra el
insolente lujo de sus vestidos y sus
joyas, el Potosí de sus cofres, el ful
gurante aparador de su rico diccionario,
no hay lengua en el mundo que no
desmaye avergonzada y triste.
Pero no es el derroche léxico, repito,
la mayor virtud de los clásicos del
siglo de oro, sino la riqueza sintáxica,
la novedad, el garbo, la plenitud y
maestría de las oraciones, la variedad
gallardísima de los giros, la osadía
de las metáforas y el desenfado y
robustez con que mueven la pluma
como dueños y señores de la materia
y la forma. Ya aplican la espuela en
torneo y simulacro marcial, atajando'
muchas razones con pocas y fuertes
palabras, ya enfrenan la ardiente boca
del fogoso corcel, metiéndole despacio
y con elegantes rodeos por la gran
muchedumbre de las ideas, aquí se-
solazan al pie de las frondas y las
fuentes, soltando la rienda del espíritu
oratorio, lleno de imágenes y valientes
figuras; allí recogen las florecidas del
campo, los refranes y agudezas, re
quiebros y comparanzas del vulgo, y
subiendo el tono, encendidos en el
fuego de la imaginación y la fe, re
montan las alas del lenguaje humano
a las vertijinosas cumbres de lo divino.
¿Qué género del arte, qué primor
del espíritu moderno serán incompa
tibles con la lengua clásica? La poesía?
Válganos la memoria de Fray Luis.
¿La novela? Cuando no viviese el
Hidalgo inmortal, acudirían en bulli
cioso tropel los picaros de Tornes y
Alfarache, con toda la caterva de bus
cones y escuderos, Celestinas, Justinas,
y Doroteas de sabrosa invención. . ¿El
teatro? Los manes de Lope y Tirso
nos acorran. ¿La política? Vengan
aquí los Torres y Huevaras, los Que
vedos y Navarretes, Juan Márquez y
Saavedra Fajardo. ¿La historia? Sed
testigos vosotros, Padres Marianas y
Sigüenzas; claros varones de aguileñas
plumas; Gomaras y Mendozas y Mejías,
Garcilasos y Melos, Moncaldas y Solís.
¿La ciencia que llaman positiva? Des
cance en paz el vocabulario científico-
español, tan gráfico y vigoroso en otras.
270
LETRAS
centurias, muerto ya bajo la triple pe
sadumbre del tecnicismo de ultrapuertos.
¿La filosofia? Ose quien pueda demos
trar que el verbo candente y misterioso
donde cuajó «la más alta y generosa-
filosofía que los hombres imaginaron»,
no sirve para traducir las ansias del
espíritu, las vislumbres de la razón,
los deseos entrañables y obscuros de
nuestras almas calenturientas.
Sí, como dicen todos, el rasgo prin
cipal del espíritu moderno es la inquie
tud, la rebusca angustiosa de lo infinito,
¿dónde habrá una lengua que exprese la
inquietud y el ardor como la lengua
española, acostumbrada a escrutar en
las tinieblas de la noche los relámpa
gos de la eterna luz, elevándose a las
más puras contemplaciones de la ver
dad?
Si hay un idioma en el mundo que
tenga bríos para subir tan alto, es es
te de Castilla, el de San Juan de la
Cruz, el que ascendió «por la secreta
escala» y oyó en la dulce «soledad so
nora» «el silbo de los aires amorosos»
y conjuró con voces inmortales.
leones, ciervos, gamos saltadores.
«a- las aves ligeras
montes, valles, riberas,
aguas, aires, ardores,
y miedos de las noches veladores».
¡Oh, lengua peregrina, que igual su
piste caminar por la tierra entre pica
ros y galeotes, cuadrilleros y mozas
del partido, durmiendo en cárceles, me
sones y bárdeles, como subir a los pa
lacios y a los pulpitos y escalar ei
cielo con manso vuelo de paloma! ¿Per
diste ya las alas y los bríos?
¡Oh, tú, Poeta del siglo XX, quien
quiera que seas, baturro o manchego,
astur o montañés, navarro o andaluz,
español en suma, (pie vale tanto como
latino o griego: si pretendes arrancar
a las Musas un eterno laurel, no bus
ques fuera del solar dehados; usa la
lengua que Dios te deparó: ¡la noble
lengua castellana! Por grande y sutil
■que fuere tu espíritu; por alto que fri
sen tus pensamientos, qué no podrás
decir con el idioma de Cervantes y
San Juan de la Cruz? Porque si quie
res hablar de amores y de ternuras,
a lo mimoso y roncero, ¿dónde halla
rás expresiones más suaves y regala
das, más carantoñas y fiestas, más lin
dos piropos, más infantiles diminutivos,
más derretidas mieles?
Y si te diera por lo rotundo y mar
cial, ¡qué de voces bárbaras y crudas,
qué de roncos y .férvidos sonidos para
descubrir el horror y tumulto de la
guerra, el estruendo y tropel de las
batallas, los retemblores y estampidos
de la pólvora, el áspero rodar de los
carros, el espantoso choque de la car
ne y el hierro, las corazas rotas, los
salvajes relinchos, la tierra que trema,
él cañón que retumba, el huracán que
pasa, la sangre, la noche, el trágico
silencio de la derrota y de la muerte!. . .
Pues si tu mansa condición te incli
na a más apacibles horizontes; arrullo
te darán las hondas de los graciosos
menantiales y habitación las selvas, y
correrá el estilo puro y claro como el
agua destilada y serenísima de los re
cónditos veneros. Y por fin,- cuando
pretendas revelar emociones de la vida
interior, este idioma tan carnoso y
turgente, se adelgazará en tus manos
como tejido inconsútil, como tela viva
y sensible de impalpables nervios, donde
se sienta la vibración de tu alma y
dibujen los dedos de los ángeles mara
villosas alegorías.
Famosa urdimbre es esta del romance
español, brochada y recamada por santos,
poetas y místicos artífices; palio del
sumo verbo, púrpura de reyes, toca de
vírgenes, velo de custodias, brocado de
casullas, lienzo de banderas, paño de
altar, vestidura honestísima de pensa
mientos limpios y veraces, airosa capa
de corte castellano rica en hombros
de hidalgos caballeros, garboso al talle
de los chisperos de Madrid, manto
imperial ceñido al vigoroso cuerpo de
nuestra raza insigne.
¡Con qué orgullo y, a la par, con
LETRAS
271
qué profunda confusión me acerco yo
ahora a los umbrales de su morada y
arribo al templo solemne consagrado
a su culto, mantenedor de sus antiguos
esplendores! Digna es esta Real Aca
demia del singular tesoro que le fué
confiado. Merced a su dignidad, sabi
duría y tolerancia, señoreó majestuosa,
incólume las ardientes disputas, las
fluctuaciones del gusto, recibiendo por
igual por igual en sus sillas a clásicos
y románticos, a eruditos y poetas, a
los humildes y a los proceres_ con la
serenided augusta de las instituciones
inmortales. Atenta sólo a defender la
honra y soberanía del lenguaje español,
permanece ha dos siglos en su glorioso
puesto, ajena a todas las faciones,
inmune a todos los contagios, cum- ,
pliendo su misión b’enhechora bajo las
lumbres claras y perennes de la Cien
cia y la Tradición, de la Autoridad y
el Progreso.
Al inclinarme, lleno de gratitud y
reverencia, ante sus puros blasones,,
envío, también, una efusivn felicitación
a las nobles Academias Americanas, a
los generosos hispanistas extranjeros
y a cuantos desde lejanas tierras, de
dican sus luces y estudios al esplendor
de nuestra Reina y Señora la Lengua,
Castellana.
Ricardo León
SOBRE UNA RIMA DE BECQUER ....
(Para LETRAS)
Es el arpa de Bécquer que dormita
con todos sus poemas y nostalgias,
con todas sus ternuras
con todas sus plegarias,
esperando la mano que la agite
y haga surgir su melodía extraña.
Recógela, mujer, que entre sus cuerdas
duerme la estrofa del amor, callada,
como una fantasía,
como una remembranza,
de aquel poeta de los versos áureos,
del trovador de las canciones gratas.
Es el arpa de Bécquer que dormita
con el tranquilo sueño de la infancia
esperando tu mano,
i . como la nieve, blanca,
es el arpa de Bécquer que te dice:
yo soy la inspiración, la vida, el alma!
W. Jaime Molins
27'2
LETRAS
"EL SEGUNDO LIBRO DEL TRÓPICO
Por A. AMBROGI
El segundo Libro del Ir épico es un
elegante volumen, nítidamente impreso
que nos llega de Centro América.
Verdadero presente de un afortunado
amante de la belleza literaria revela
patentemente a las pocas páginas un
escritor, que no conocíamos. Confesé
moslo sin rodeos pues es mal que toma
a toda América. Se conoce en ella el
último folletinista europeo y se ignora
a veces hasta la existencia de intere
santes creadores del continente. Cierto
que lo que llamara Fray Candil la
grafomanía y otros la verborrea ame
ricana ha hecho retroceder no pocas
veces la curiosidad inteligente, pero
el hecho lamentable es, que descono
cemos no solo lo malo sino lo bueno
de nuestra América, Estamos seguros
que al autor de la obra que motiva
estas líneas le acontece el mismo fe
nómeno: nos desconocerá, como nos
otros a él, y por las mismas razones.
En el Paraguay, por ejemplo, donde
no ha faltado quien dedicara concien
zudos trabajos al estudio del esteta
Ruskin, o del atormentado creador
Oscar Wiide, no sabemos de nadie
que haya dedicado sus vigilias a des
cubrirnos ¡ntelectualmente algo de lo
mucho que hay de mérito en hispa-
noamerica. Excepto un trabajo de
Toranzos sobre Centroamérica, y una
conferencia que se diera en nuestro
Teatro Nacional sobre el colombiano
José Asunción Silva...!
No sabemos, pues, guien es Arturo
Ambrogi, autor de El Segundo Libro
del Trópico pero si afirmamos, después
de leer sus obras que es un escritor
meritísimo y digno de ser leído entre
nosotros por quiénes pretenden alguna
que otra vez hacer literatura de am
biente, naturaleza y vida nativas.
De Arturo Ambrogi no poseemos
sino esta obra, publicada sin pié de
imprenta, ni año; y la noticia de que
escribiera otrora, Marginales de la vida,
Sensaciones del Japón y de la China.
El primer Libro del Trópico. . . Y des
cubrimos allá, escondida en una página
final, esta indicación: «...se imprimió
en El Salvador, el 28 de marzo de
1916». Y nada más.
Ahora bien: ¿qué nos dice el libro?
N sobre todo: ¿nos dice algo que me
rezca comentario? Indudablemente. El
salvadoreño Ambrogi ha logrado pro
ducir en su lejana patria una obra
que desde el punto de vista de las
evocaciones estéticas que sugiere o de
las emociones intelectivas (pie produce,,
despierta interés entre nosotros en el
Paraguay y evidentemente interesaría
en cualquier parte. Y la razón está
en que, en verdad, su obra es como
reza su titulo El libro del Trópico;
producción artística donde el lector
recibe una intensa evocación de am
biente y alma tropicales, vista—como
quiere el arte transcendente—a través
de un temperamento. Y un libro «del
trópico», sino es un pasticho literario;
sino es un alarde de mera y vana
literatura; sino es un pretesto para
exhibir pedantescas galas de- estilos;
sino es en sumá, un golpe más al
pseudo-modernismo o al atrasado de
cadentismo, puede ser una obra tan
atrayente, tan bella y tan útil como
■LETRAS
273
■cualquier libro «de la ciudad» o «del
gabinete».
Y el do Ambrogi, es una selecta
serie de cuadros de naturaleza, cos
tumbres de almas tropicales escritos
con un verismo y un arte exquisitos
y on un estilo adecuado, sencillo, típi
co, a la vez que refinado y sutil. Nada
en ella, de rastacuerismos de advene
dizo literario. Nada de decadentismos
mandados retirar o de modernismos
de guardarropía. Y mucho menos de
rancios clacícismos o purismos empa
lagosos. Ambrogi escribe como todo
el mundo que escribe bien: de un
modo peculiar suyo, que si trae a la
memoria el de ciertos escritores es
■como una esencia recuerda a las flores
naturales. Se vé ciertamente en él la.
huella de sus admiraciones; pero se
vé ante todo su propia técnica, que
triunfa en el diálogo y la descripción.
Recuerda en su procedimiento por
■ejemplo, a Martínez Ruiz. Como en
Azorin, su léxico es elevado y sabio
cuando nos habla de lo que es inte
lectivo, y sencillo; casi rústico cuando
nos habla de la humilde vida campe
sina. Pero su tónica es una agradable
modernidad sin extravagancias, her
manada con un amor sincero a la
naturaleza y la vida campestre que
con tanto cariño describe y descubre.
Sus temas son bien la poesía de los
seres humildes e inadvertidos; bien el
saudoso encanto de la vida rústica.
Nos habla de «la molienda», del «cura
que va de paseo»; del «solar de ño
Martín», de «las muchachas que van
por el agua», de «los volatines en el
Pueblo», de «las mañanitas invernales»,
de «la viejecita a quien creen bruja»
y de otras maravillas llena de esa
poesía perfumada con el aroma suave
de la ingenuidad. Ved como empieza
un cuadro. «La molienda», como era
de costumbre, debía dar principio poco
después de media noche. Los mozos,
soñolientos, iban, a la luz de los hu
meantes candiles, preparándolo todo.
Del próximo potrero llegaban las dos
primeras yuntas, y por el sendero en
recuesto, de los cañaverales, sonaban
los porrazos de las carretas que cami
naban a iniciar el cotidiano acarreo.
Aun no habían cantado los gallos. La
noche estaba fresca, tachonado el cielo
de luceros que dejaban fluir sobre la
tierra obscura un tenue claror de luna».
Y así es siempre. Terso, elegante,
sencillo, verista. Pero en sus diálogos,
las gentes del campo hablan su lengua
rústica, y en ella dicen, por ejemplo:
«—■Cómo va esa salud nana Jacinta.
—Asina no más, patroncito. Siempre,
este rinma mordiéndome como chucho
con rabia...»
O también: «...No veyo a la Prieta
ni al Zento.— No están?—No están.
Los ci buscado, y no los veyo por
nenguna parte.— Porai deben estar
enz ucumados—afirmó».
Y el lector vive un momento la vida
pastoral de la campiña salvadoreña
impregnada del encanto de las faenas
campestres. Asiste a las tareas del
trapiche hasta ver moldear el dulce de
caña; o presencia el traslado de los
ganados que salen de los espesos ma
torrales «con los grandes ojos estupe
factos, mascando todavía la última
dentellada de tiernos cogollos...»; ve
desfilar ante su vista la plaga de lan
gosta «devorando las hojas, arrasando
los retoños, carcomiendo la corteza, ..»
Y va contemplando la vida de los ran
chos, las velaciones, las inditas que van
por el camino... Estas inditas son dos;
y, van de regreso a su pueblo, después
de haber vendido en el Mercado su
canasto de huevos, sus aguacates, o su
par de gallinas. Son inditas de Pan-
chimalco. Van caminando, las dos,
con ese troteeito especial de la raza,
meciendo los brazos,'en equilibrio sobre
el yagual el canasto en que van las
compras... Para defenderse del sol,
que pega de sesgo, ambas recogen la
punta del pañuelo con los dientes. Y
caminan ligero, incansables, sin un
jadeo apenas, sin sudar casi. Todos
los días, antes de que la aurora des-
274
LETRAS
punte, ellas cojen camino. Llegan a
la ciudad, van al Mercado, donde venden
sus huevos, sus aguacates, su par de
gallinas; y después de hacer sus com
pras regresan a su pueblo. En él son
felices. Su marido trabaja en el hua-
talito\ el hijo que ya manija la cuma
y le ayuda al payé. Ambos dos, forman
el mundo de la pobre indita traginante.
El rancho es suyo; el pequeño rancho
de paredes tacualiadas de cómico techo
de dorada paja, rematado por lina olla
embrocada. Para su hombre, para el
Mju, por ese ranchito, la indita trabaja,
trabaja sin descanso. Tal vez se llame
María, como se suelen llamar todas las
inditas. El maridu, se llamará proba
blemente, José, como todos los inditos.
No sé qué honda melancolía experi
mento al ver a aquellas dos inditas
que trotan, con menudito trote de ratón,
bajo el ardor inclemente del sol, entre
el polvo denso y asfixiante....»
*
* *
Y he aquí en suma porqué hemos
querido conversar de este Libro del
Trópico que nos envía Centro América,
libro que no nos habla de histeria, de
ajenjo ni de bulevar...; que desde el
lejano pueblo salvadoreño, nos habla
en palabras, nuevas en unos casos y
familiares en otros, de costumbres, de
sentires y de cosas pocas veces di
versas, y muchas en extremos pare
cidas a las nuestras. . .Por ello hemos
querido decir algo de estas páginas
que nos revelan allá en países tan
apartados de nosotros, latidos que
parecen de nuestro propio corazón:
vibraciones de la buena alma ameri
cana, aún no completamente divorciada
de la santa madre tierra, fecundante
y liberatriz; la buena alma acariciada
por anhelos, esperanzas y pasiones-
comunes.
Alvar Núxrz.
Asunción
LHTRAS
275
li; muí cimini
Una pieza amplia, débilmente ilumi
nada, adornada de efigies pensativas
de grandes genios. Hugo con la barba
blanca y cabeza voluminosa. Lamarti
ne, de rostro cándido y apacible. By-
ron, de continente apuesto y varonil.
Beethoven. de quien se dijo, el alma
de Alemania, Wagner, Goethe, Sha
kespeare, Zola, artistas y pensadores
presidían aquel recinto que invitaba a
la meditación y al estudio. Tal era el
santuario dedicado por Arnaldo, el jo
ven devoto de la ciencia, a la Investi
gación de los arduos problemas que
preocupan la mente humana.
Acababan de dar las doce. La ciu
dad parecía dormida. Así, en ciertas
capitales de América, a la media no
che, todo queda sumido en profundo
sueño, no sintiéndose el rumor que a
esas horas se escucha en París, Lon
dres, Buenos Aires.
Y el cuarto de Arnaldo tenía un
aspecto silenciario. Había allí una paz
nemorosa de un día de estío cuando
el sol ha llegado al cénit.
Crisóstomo, el viejo maestro, estaba
sentado al lado del discípulo querido.
Había resuelto un difícil problema de
matemáticas, y, al final,'como lo hacía
siempre, se extendió en largas consi
deraciones. Hablaba de la historia de
aquel problema, de los desvelos sufri
dos por Arquímedes para plantearlo y
resolverlo." Abundó en consideraciones
sobre la aplicación de las ciencias
exactas; disertó sobre los inventos y
descubrimientos a que había dado lu
gar y la revolución social originada por
éstos. El maestro estaba inspirado, el
caudal de sus conocimientos era inago
table. Y aquella noche parecía transfi
gurado a los ojos de su alumno, quien
contemplaba con religioso respeto a
aquel hombre superior que era para él la
encarnación de la sabiduría misma. Y
corría todavía el sudor por la frente me
ditativa y cansada del maestro, cuando
empezó este diálogo con su hijo espi
ritual, que no le tenia secreto, y le
confesaba, con la misma ingenuidad sus
inquietados amorosas, como le interro
gaba sobre los arduos problemas cien
tíficos.
Vos, que sois tan sabio, maestro mío:
conocéis las lenguas antiguas y moder
nas; narráis los hechos de la historia;
como si relatarais vuestra propia vida;
medís la distancia de las estrellas;
prevéis los fenómenos metereológicos;
profetisáis los acontecimientos huma
nos; en fin, estáis al cabo de la última
evolución científica y filosófica, decidme
¿por qué vive siempre Caín, por qué el
hombre no ha sabido ser más bueno y
renunciar de una vez por siempre a
la mutua destrucción?
Difícil es el problema que me pre
sentas, hijo mío; mas, para satisfa
certe, trataré de explicarte quizá lo
inexplicable:
Hay leyes universales que gravitan
sobre el hombre y le oprimen, y contra
las cuales todo esfuerzo humano será
impotente. Seguramente a esta catego
ría pertenece el conflicto, que es una
ley perpetua, inmutable y universal.
Los geólogos y naturalistas opinan,
en efecto, que resultado del choque
de fuerzas antagónicas es la creación.
En los orígenes, los átomos, animados
de fuerzas atractivas y repulsivas, pre
valeciendo las primeras, formaron una
nebulosa amorfa e incoherente, con
I.ETKAS
276
fuerza, a su vez, de la misma natu
raleza. Triunfante entonces el 'poder
repulsivo, desprendiéronse de ¡a ma
teria difusa anillos incandescentes
equilibrados en su órbita por la atrac
ción universal. Así se engendró el
sistema planetario solar, de que forma
parte la tierra, como tú lo sabes.
Yendo más lejos, según los científicos,
una sustancia sutil, indiferenciada, el
éter, es el Supremo Creador.
Y la tierra, de nebulosa ígnea que
era, enfrióse poco a poco, necesitando
siglos para llegar al estado actual.
Primero fueron gases, luego minerales
y vegetales y, por último, animales.
En los gases prodomina la energía
repulsiva, en los sólidos, la cohesión,
y los animales y vegetales son com
puestos más heterogéneos, en los que
la lucha es más intensa. El roble o
la encina gigantescos abaten los arbus
tos que no pueden prosperar bajo su
sombra. El águila carnicera desgarra
sin piedad a la pobre avecilla. Los
carnívoros destrozan con sus zarpas
al manso cordero o al inofensivo ciervo.
Y T llegamos al hombre, ser dotado de
inteligencia y corazón, que parecería
más bueno, menos feroz; pero pronto
nuestra ilusión se desvanece al pre
senciar la destrucción despiadada, in
cesante, de humano a humano. Notables
sociólogos sostienen que la sociedad y
el estado se forman del conflicto. En
síntesis, se lucha en todas partes. La
fijación de la especie misma es pro
ducto del aniquilamiento del débil y
preponderancia del más fuerte. El de
recho de los fuertes es la ley suprema.
Protestas en vano, mi buen amigo,
contra esta lucha que horroriza, pero
persigue una finalidad.
—Maestro mío, noto que vuestro
saber es infinito. Habláis como ha
blara el oráculo. Pero perdonadme
que os diga humildemente quo no me
convencen vuestros argumentos o, mejor
dicho, que no alcanzo a comprenderlos
¿Cómo es posible que la lucha sea eter
na, sin fin? La admito entre los brutos,
pero no concibo que el hombre, la obra
más perfecta de la creación, de quien
los místicos, tal vez blasfemando, en
un exceso de vanidad, han dicho: ima
gen y semejanza del Creador, necesite,
para vivir y prosperar, sacrificar mi
llones de hermanos. O mis sentimientos
fraternales me ofuscan; o en miles de
siglos la humanidad no ha salido de
la infancia; o el vértigo y la insania
se apoderan hoy de la que llaman
civilizada Europa.
—No intentes, joven, hablar de lo
que no comprendes. Las leyes natu
rales no tienen entrañas, y ellas han
sido creadas por Dios, contra quien
es inútil rebelarse.
—¿Cómo, Dios, la bondad misma,
permite el imperio del mal y el dolor?
Acaso no dijo por boca de Jesús:
amaos los unos a los otros, el más
profundo pensamiento que ha brotado
de la mente humana; frase, la más
bella, que jamás haya pronunciado
poeta alguno.
El maestro, algo impaciente, se ir
guió, y en actitud soberbia habló asi
al discípulo rebelde:
La ciencia, como la religión, tiene
sus misterios. No intentemos penetrar
el fondo, la esencia de lo ignoto. Es
inútil interrogar el tiempo y el espa
cio. La entrada de los problemas me
tafísicos guarda una Esfinge formidable.
Contengamos nuestros deseos, y no
perdamos tiempo intentando traspasar
los límites de la razón humana. Al
hombre sólo es dado conocer los efec
tos y no ¡mede saber las primeras y
últimas causas. Y consecuencia de una
de las leyes naturales es la lucha, con
dición de la existencia y del progreso.
Tú, tan bueno, incapaz de quitar la vida
al ser más nocivo, inconsciente, inevi
tablemente, en cada aspiración, en cada
pisada, destruyes miríadas de vidas,
y en la mesa, te nutres de seres que
tienen el mismo derecho a la vida
que nosotros. Al venir al mundo,
desgarras el vientre de la existencia
más querida de la tierra, de la idola-
T.KTliAS
277
trada madre, con peligro de muerte.
El progreso de la humanidad es resul
tado de sangrientos choques. Persia,
Grecia, Roma, Oartago, España, Ingla-
rra, Alemania y Francia no han podi
do prosperar sino conquistando, aba
tiendo a naciones más débiles. La civi
lización, en su avance incontrastable,
necesita de víctimas expiatorias. La
historia de la Humanidad es la historia
de la guerra. La lucha es siempre la
misma, sólo que el carcaj, la lanza y
el yelmo han sido reemplazados por má
quinas más poderosas y rápidas de
destrucción. Se baten ahora en el mar,
en el aire, en las profundidades de la
corteza terrestre; el resultado, como de
todas las contiendas, será un paso más
hacia el progreso, porque a los gran
des cataclismos, según la ley rítmica
del filósofo, siguen la paz y el renaci
miento. La libertad ha costado rauda
les de sangre y no ha habido descu
brimiento que no haya abatido varias
existencias y acabado con muchas ilu
siones. Matar es vivir. Demoler es edi
ficar. «En esta lucha desigual el uni
verso conjurado contra nosotros debe
fatalmente vencer. La vida es una
guerra sin tregua, una conquista siem
pre disputada. No se puede vencer y
descanzar sobre el triunfo, pues com
batir y mantenerse un tiempo es vivir
y morir es ser vencido». El labrador
derriba bosques seculares para poner
en su lugar la simiente que. venciendo
la resistencia de la tierra, ha de bro
tar pletórica en doradas mieses. Es
necesario destruir el pasado para edi
ficar sobre sus escombros el porvenir,
porque el pasado y el porvenir no
pueden coexistir. Dejemos, pues, seguir
su curso a los. acontecimientos y no
intentemos oponernos a sus designios.
—Perdonad mi terquedad, maes
tro mío. Insisto en que el choque
violento, mortal, algún día desapare
cerá. El crimen de Caín no puede per
durar. Además, amado maestro, no
acierto a comprender que haya miste
rios vedados al pensamiento humano.
Yo creo que a la voluntad persis
tente y al vuelo de la inteligen
cia, nada puede resistir. Mi audacia
me lleva más allá todavía hasta
derribar la Esfinge, que decís, custodia
la entrada de los principios inviolables.*
No. La mente humana no debe te
ner valla que la detenga, ni límite co
ma el espacio infinito. Quiero ver cara
a cara el misterio e interrogarle. Amo
a los grandes visionarios. Locura era
cruzar el espacio como soberbio cóndor,
y hoy el piloto lo somete a capricho
voluntad. La esclavitud, que fué por si
glos un derecho, y se creyó eterna e in
violable, fué volteada por el terrible 89
que derribó de un golpe, lo que el aqui
lón del tiempo no ha logrado. Nada
puede resistir al poder humano que
tuerce el curso de los ríos y domina la
naturaleza que se creyó invencible. Es
mi convicción de que las luchas crue
les deben desaparecer y ser reem
plazadas por otra más humana y eficaz.
Convengo en que demoler es edificar,
pero habrá tiempo en que las razas
abrazadas no tiendan sino hacia un
ideal único y construyan todas un mis
mo edificio para todos. Y, querido maes
tro, yo sé que al perpetuo conflicto se
opone el eterno equilibrio, a la destru-
eión .mutua, la pacífica convivencia y
la ayuda recíproca, condiciones también
indispensables para el progreso. De las
grandes guerras y formidables máqui
nas de destrucción, no quedarán sino
vestigios para horror de las generreio-
nes del porvenir. No. La Humanidad
tiene que avanzar mucho todavía para
cumplir su destino. La guerra nació
con el hombre y existe aún, pero no
es razón para que haya siempre. Lo
que no se pudo en siglos, se puede en
un día. Lo que miles de generaciones
no han logrado, puédelo un hombre.
Vuelvo a insistir, maestro, que el feroz
conflicto no puede ser eterno.
—Crisóstomo respondió:—Te perdo
no, amigo mió, porque eres joven y es
tás en la edad de los sueños. Pero cuan
do, como yo. hilos de plata blanquéen
278
LKTKAS-
tu cabeza, verás la terrible realidad, y
entonces te convencerás ele que el hom
bre, a pesar de su grandeza, es jugue-
del acaso, y comtempiarás con calma
lo que hoy te impresiona hondamente.
—Será como vos decís, maestro mío,
dijo Arnaldo, y prosigió:
Grandes y trascendentales son los su
cesos que contemplamos. El tronar in
cesante del cañón diríase que conmue
ve el mundo entero. Los hombres em
puñan el sable y el fusil, y hieren, y
matan, y matan sin cesar, no sabiendo
por qué. Según vos, todo esto es ló
gico, inevitable. Para dar y recibir la
muerte, el hombre que piensa en la sole
dad, tiene horror. Qué de metamorfosis
ha sufrido! ¡Es ahora instrumento ciego,
animado de una fuerza infernal que
aniquila lo que encuentra a su paso!
Y esto se explica, más de una vez me
lo habéis dicho: el cambio de la natu
raleza y tendencia humanas se deben
a las circunstancias actuales que obran
sobre su psicología instable y le trans
forman. Crimen de la guerra, dijo un
pensador; y, en realidad, en mi con
cepto, el más monstruoso de los crí
menes. ¿Dónde están los socialistas que
predican ideas de paz y de concordia?
¿Qué valen las ideas si el martirio no
las corona? Pillos, cobardes e inconse
cuentes, han marchado a la guerra.
Sólo Jaurés fué el Cristo del socialis
mo. Francia tiene este orgullo que
supera a todas sus victorias, - el de
contar entre sus hijos a este mártir
de la fraternidad. Al egoísmo, condi
ción de selección, según vosotros,
opongo el altruismo, la más sublime
virtud que albergarse puede en pecho
humano. Escribe, un eximio pensador:
«La primera de las virtudes sociales
es la abnegación, el sacrificio de uno
misino a los demás. La vida sólo se
desarrolla a condición de esparcirse y
se enriquece entregándose. El que
cifra su dicha en hacer dichosos, que
se complace en aliviar infortunios, se
aproxima a la felicidad verdadera,
porque toma parte en las alegrías que
él procura y goza de los placeres uni
dos a la intención misma, en tanto
que el goce del egoísta, adquirido por
la privación o la desgracia del pró
jimo. es anormal y precario, en con
tradicción con la ley de la equidad».
La selección se efectúa también pací
ficamente, dando el fuerte la mano al
caído y ayudándole a levantarse, en
vez de abatirle. La evolución no nece
sita ser siempre violenta. El odio no-
puede ser eterno en el pecho del
hombre. El odio no debe existir sino
para el mal. La palabra extranjero
desaparecerá de las lenguas del por
venir, porque no habrá sino hermanos.
«Sócrates ya presentía la fraternidad
humana al proclamarse ciudadano del
mundo, más todavía que ateniense o grie
go.» Las fronteras se borrarán,y los hom
bres vivirán en una perpetua frater
nidad, en el mutuo respeto del derecho.
La armonía es una de las más bellas
expresiones de la lengua humana. La
civilización, que según los sabios, es
resultado de explosiones violentas, no-
podría subsistir si el amor, el afecto
mutuo no inspirasen a los hombres. El
pronunciado contraste que ofrecen las-
ciudades sería causa de disolución, si
los reformatorios no existieran para
las almas exraviadas; si la santa ca
ridad no abriera sus brazos compasivos
a los desvalidos, el equilibrio social
desaparecería. Par más que la tole
rancia sea el equilibrio de fuerzas
antagónicas, al decir de un filósofo, el
amor, la compasión hacia los débiles,
es propio de espíritus cultivados. Has
ta hoy el corazón permanece en el ol
vido. Educad el sentimiento, aun más
que la inteligencia. La razón salva, el
sentimiento redime. El cerebro condu
ce al éxito efímero. El corazón lleva
a la sublimidad del martirio. Es nece
sario rendir culto casi divino a los.
grandes benefactores de la Humanidad,
como predica un notable pensador con
temporáneo. El libro vencerá a la es
pada. Hasta hoy César. Alejandro, Na
poleón reinan en la historia, pero no.
XjETKAS
279
tarda en ser derribados por Aristóteles,
Spencer, Renán Llegará día
en que las divinas palabras de Jesús
tendrán eco en la conciencia humana
y serán una realidad viviente, y el
hombre tendrá el valor supremo de mo
rir antes de.cometer un fratricidio. La
victoria no dará derecho, que se con
quistará por los méritos y esfuerzos
pacíficos. La igualdad y la justicia im
perarán. Cada uno tendrá su parte en
la gran obra, equitativamente propor
cional a sus méritos y aptitudes. Al
derecho de la fuerza, sucederá la fuer
za del derecho. Y ese día, un presen
timiento intuitivo me dice,querido maes-
tro, no está lejano. Ya diviso, cual la
aurora que despunta en el Oriente, la
gran obra de la reivindicación defini
tiva. Y tú, América amada, tierra de
promisión a cuyo encuentro vienen los
Asunción, Agosto 1916.
vencidos de la despiadada Europa, cual
el Jacob de la Biblia fuera en busca
de remotos Canaanes; tú, tierra de amor
,,y libertad, serás la que, invitando a
tu banquete a todos los hombres del
universo, como consagran en letras de
oro tus Constitucionos, ofrecerás al mun
do el modelo de una paz cimentada en
la equidad.
—Asi fué el diálogo escuchado en
tre la realidad amarga, cruel, y la uto
pía, risueña, feliz. Por boca del maes
tro hablaba el frió racionalismo. En
labios del joven modulaba el sentimien
to la canción de la esperanza, vaga,
lejana, pero melodiosa. Y los rayos de
luz matinal, claras, como la visión que
vislumbraba en el porvenir el joven vi
dente, ¡interrumpieron aquella plática
que tenía la majestad de los grandes
sueños.
Pedro P. Samaniego
CAPÍTULOS L1MILARES
(l NTELECTO)
Los conflictos de la guerra y el hombre en sí
Desde cierto punto de vista consideran
do, impertinentes lie creído las preguntas
acerca de lo que sucederá, después de la
guerra actual, con los sentimientos, ideas,
etc. Hay espíritus que, en su pasmo por
el trastorno europeo, piensan en trascen
dentales cambios políticos, sociales y has
ta literarios. Son ánimos optimistas: quizás
no se equivoquen. No obstante, esto yo
juzgo como una expresión de la bebería
neutral, simplemente.
¿ Quién no conoce ya al muy célebre
señor D. Santiago Ramón y CajaL ? Es
biólogo profundísimo, después de filósofo:
es una especie de Heráclito muy sabio y,
sobre todo, muy enemigo de la raza hu
mana; un hombre que, en llegando a po
nerse a una mesa de epicúreos, con sólo
su presencia mataría a los convidados. ¿ Pa
ra qué más? Triste, sombrío, negramente
pesimista, cansa miedo con cada una de
sus palabras. El no cree en ninguna po
sibilidad de reforma humana sino dentro
del convencionalismo social: en el fondo,
el hombre, aisladamente observado, no so
brepasará nunca de su cualidad dolorosa
de mero animal, de ente miserablemente
perverso. Sólo dos valores dignos de es
tima el hombre ha creado, según él: la
ciencia y el arte, — olvidando, me pare
ce, «el instinto poético». Y todo lo de
más no es sino modificaciones pasajeras
y, sobre todo, convencionales. En lo mo
ral no ha progresado nada; afirmación que
funda el crítico en un «hecho biológico
desconsolador: la desesperante resistencia
280
LETRA»
evolutiva del cerebro». «Igualmente irri
sorio aparece ese otro progreso — agrega:
—nuestro antepasado cavernícola espolia
ba y asesinaba franca y sinceramente, sin .
atormentar a sus víctimas con ninguna teo
ría antropológica; hoy los agresores, cuan
do son fuertes, escriben libros eruditos, re
pletos de alta filosofía política, no sólo
para cohonestar sus atropellos c iniquida
des, sino para presentarse ante el mun
do como una raza superior a la que to
do está permitido » ... (3). Si entre todas
las respuestas obtenidas de los eminentes
españoles por el señor Ortega y Oasset,
hay una que se distinga más, por su fal
ta de retórica y plenitufd de verdad, ésta
es, la deE sabio incansable, del persegui
dor tenaz en el descubrimiento de las va
riaciones celulares en la humana bestia. Re
cordando a Weisman, modestamente de
clara que «ninguna de las adaptaciones
culturales y ' sociales del hombre se ha
trasmitido todavía a las células germinales
y adquirido, por tanto, carácter hereditario.
Consolémonos, pues, pensando que, por
imposición fatal de la inercia nerviosa, nues
tros descendientes serán tan perversos co
mo nosotros » ... Y luego, después de aquel
espantoso consolémonos: Doloroso es con
fesar — prosigue el maestro —■ que hemos
puesto demasiada confianza en la eficacia
educadora de la religión, de la moral y
del arte. Nuestra tan encarecida cultura
se ha constituido por acumulación coorde-.
nada de nociones relativas al mundo. Ella
nos permite actuar sobre él, pero no so
bre nosotros mismos. El sombrío y trá
gico yo que llevamos incrustado en el ce
rebro permanece intangible y hermético.
Nadie ha logrado suprimir o corregir nada
de esas células nerviosas portadoras de ins
tintos crueles, legado de la más remota
animalidad y creados durante períodos geo
lógicos de rudo batallar contra la vida
ajena » ...
(3) Contestación a la encuesta del hebdomadario
madrileño España sobre futuros cambios ideol ’ffi-
cos, etc., después de la guerra presente.—Pensamien
tos parecidos acabo de encontrar en un nuevo libro
que me llega recientemente, ya terminadas mis Li
minares, y en momentos de darlas a la prensa. La
Lámpara de Aladino se titula, por Blanco—Fombo-
na; y en una muy amena sección de pensares y sen
tires— después de Ciudades y Panoramas, la mejor
del libro—hermosamente se dicurre sobre progresos
de la maldad. Es consolador.
Este juzgar de un hombre envejecido
en la observación continua de los fenó
menos biológicos, creo, — como Gastón Pa
rís al hablar de aquel gran Pasteur, descu
bridor de la disimetría molecular — «uñó
de los secretos más ocultos, menos sos
pechados y más importantes de la natu
raleza»; que bastaría para darle mere
cida inmortalidad, si sus semejantes fueran
tan buenos que le toleraran las altas ver
dades que expone. Aquella progresista ac
ción devoradora — eterna ley que rige
desde el infusorio al mamífero — tiene,,
por dicha, su incorruptible testigo en una
fatal denunciadora: la Historia. El adelan
to de la ciencia de la perversidad, sigue
una escala brillantemente ascendente: to
dos los representantes de ese lamentable
evolucionismo, desde el estado primitivo,
rústico, hasta nuestros días, de refinamien
tos y blanduras hipócritas. Caín, Lamech,
en el antepasado cavernícola, que dice Ca-
jal; Grocio, Lamy, Maquiavelo y Hobbes
en lo moderno, dentro de la vida colec
tiva, en forma de doctrinarios y filósofos.
Y luego, toda esa gran canalla de fuer
tes y taimados que, aprovechando la es
tupidez producida por un fanatismo infa
me en la humanidad, agrupada como re
baño, tiranizó y degolló y mató sin que
nadie protestara, — porque, según parece,
todos eran cobardes hasta para gemir, du
rante diecisiete... o más siglos, — si así
lo queréis, ¡ oh !, todavía ingenuos libe-
rófobos de la Europa transhumaníe. ¿ Pe
ro qué ? Tenéis vuestra disculpa. Vuestros
hombres libres — o más bien, con ganas
de ser liberales, en la mayoría, — son po
cos para sacaros de esa triste filosofía que
antes habéis reaonocido para ser esclavos:
la de la sumisión. «Si hay esclavos de
naturaleza, es porque antes hubo esclavo?
contra la naturaleza. La fuerza es la que
hizo los primeros esclavos, y la cobardía los
ha perpetuado», — se lee en luminoso ca
pítulo de El Contrato Social. ¡ Magnífico !
Mas, esta es ya la perversidad en co
lectivo, que es lo que conduce, sin du
da, a todas estas grandes hecatombes in
ternacionales. El del individuo, ya está:
la Historia nos lo muestra negramente tris
te; la moral universal, ¡ ah !, la moral
LETRAS
281
universal... ¿ pero qué nos van a de
cir los moralistas ? Rememorando a los
más notables, casi lo mismo que los bió
logos modernos: tienen el mérito, sí, de
haberse adelantado, fundándose sólo en
la observación, en la experiencia, en sí
mismo, como ha ^firmado cierto francés
muy célebre. La moral de Séneca, como
que tan rigurosa, determina que hombres
«miserables» pueden haberlos desde su
pensamiento mismo, y lo peor de todo,
«según el grado en que lo piensan ser»
... Lo cual no es psicología: en ese decir
no tenemos más que una magistral propo
sición de catecismo ético. De Montaigne,
poco; de Pascal, nada; de La Bruyére -
y de algunos parodiadores de nuestros
días — es todo cuanto se ha conocido en
este aspecto del corazón humano: «Se
llama honrado al hombre, que no sale a
robar ín los caminos; que no mata a na
die, y cuyos vicios no son escandalosos
...» El grito de ¡horror! del muy hu
manitario y santo señor de Maistre, pues,
no es sino una nueva manera de expre
sar lo ya observado por el autor de los
Caracteres. Sin embargo*, innegable es que
muchos de estos observadores, han toma
do coplas, quizás exactas, de la vida real.
A diario suceden tantas cosas que se pres
tan para estas consideraciones. Nosotros
propios ¡ cuántas veces no hemos visto a
algún individuo, por lo menos, leer, con
interés, antes la noticia de un asesinato
que la de la felicidad repentina de uno- de
sus buenos parientes, por ejemplo 1 Y así
opina Franz Brentano. Ese tipo raro, ese
excentricismo feroz, caso para la medicina
legal llamado Marí-a Jeanneret, que se com
placía en la contemplación de torturas aje
nas y «rogaba de rodillas le dejasen asis
tir a las operaciones peligrosas» en las
clínicas o en el hospital, — pudiera de
cirse que no es sino un gran superlativo del
sér humano en sí. Se es moral — palabra
inventada por la sociedad — o por no
faltar al convencionalismo, o por suges
tión voluntaria, con el noble anhelo de
dominar «el primer impulso», — a la ma
nera de Turiri, virtuoso burgués de Bag
dad, y personaje explotado por Lemaifre,
para su deliciosa acotación poética al mar
gen de la Zend - Avesta. — Sucedió un
día que, este tal rico y virtuoso burgués,
derrepente, tácitamente fué facultado para
que hiciese, lo que quiera con su primer
deseo. Turiri, hombre virtuoso, casi el
rato mismo de la concesión, entre caba
llos, mendigos y gente honrada mató algo
más de doscientos. Cuando murió, y en
compañía de un secular ermitaño de por
ahí llamado Maitrcya presentóse todo de
sencajado a “Ormuz, el Dios bueno, éste
le dijo: Virtuoso Turiri, dulce servidor
mío, hombre verdaderamente bueno, entra
en mi descanso. Los crímenes que Maitre-
ya te reprocha, los cometiste rnuy a. pe
sar tuyo; pues que fueron el resultado de
ese primer impulso que nadie puede do
minar. Se o-dia fatalmente lo que moles
ta, y fatalmente se desea el aniquilamiento
de lo que se odia. La naturaleza es egoís
ta y el egoísmo lleva consigo el deseo de
la destrucción. De éste modo, el hombre
más virtuoso empieza, allá en el fondo de
su corazón, por ser un malvado, y la ca
pacidad concedida a un mortal, de jjoder
realizar en cualquier circunstancia el primer
impulso involuntario, concluiría con des-,
poblar el universo...» (4).
Así es el hombre en sí. En la colec
tividad, el poder de ésta le restringe, le
acoquina, — cuando no ha llegado ha do
minarla; en la soledad absoluta, sus pa
siones todas se duermen; la ira, la ven
ganza, el odio no encuentran factores. El
alma se despierta al bien; pero al bien
relativo... El estoicismo es una aspiración
de mejora humana; el indiferente raras ve
ces fué censurable p-or su falta de buen
sentido: la filantropía, la heroicidad y to
das las acciones generosas son triunfos del
espíritu sobre la animalidad común; pero
del espíritu convertido en amor propio y
dignidad, no innata como dicen, así ge
neralizando, algunos bobalicones; sino «su
gerida» ¡ Cuánta pena, Dios mío ! (Os
pregunto: ¿ cuál creéis que ha sido más
fácil en vuestro espíritu r- la piedad o el
odio ?) Yo, al revés de Rousseau creo que
en la naturaleza el hombre fué malo...
(4) Trod, de Batlle.
282
LUTItAS
aunque con nadie, y en !a sociedad es
bueno — ¡ pero en la buena sociedad ! —
siquiera hipócritamente. Sin pararnos en
consideraciones etnológicas, daríamos de
muestra, dos ejemplares diversos, frente
a frente: 'un salvaje de la antigua Oalia,
el welche, por ejemplo, que mataba a tres
clases de personas, despiadadamente — lo
cos, leprosos y extrangeros —; y otro de
nuestros tiempos — ya civilizado francés
entonces, — que sabe que los manicomios y
lazaretos son humanitarios y la tierra pro
pia lo es también del desconocido extran-
gero. Si inquiriéramos por sus opiniones,
claro que la acción social fuera la causa
de todo. Lo propio diría Sesostris, lo pro
pio el príncipe de los Chetas — los pri
meros diplomáticos del mundo, ambos, que
conocieron la enorme importancia de las
palabras dulzonas — oh ! la humanidad,
derechos de hospitalidad, asilo ! — para el
afianzamiento de sus recíprocas ventajas.
.... No es, pues, bueno que a Madre Na
turaleza culpemos la bondad innata. Só
lo que, en la comunidad, sí, la perversi
dad ha venido a ser más innoble por lo
felona. — (Bueno, ¿ y qué resulta de to
do esto ?, se me dirá. Y yo digo: que
en todo caso debemos refinar, magnificar
el convencionalismo, la mentira, o sea la
imaginación, piara ser mejores: ¡ ya que
es inevitable, hay que refinarlo !).
Tomando, pues, como razón fundamén-
tal, la naturaleza del hombre — que nada
de perverso demostrara en verdad si la
sociedad — ¡ tan positivista ! — no le die
ra para tal cosa ocasiones mil; — se diría
que es dolorosamente utópico pensar en
cambios posibles en lo porvenir. Se acaba
rá la guerra infame que hoy asuela Euro
pa, sí; pero como toda la humanidad no
perecerá con ella, el día de las represa
lias no tardará en llegar. ¡ Sólo la Natu
raleza es inmortal ! Ella no se transforma:
única desde la creación hasta el final, no
soporta retoques sino en la fantasía de los
diahosos de la existencia que, por el de
sarrollo de su vientre y de sus bolsillos,
juzgan, con ciertas candorosas almas op
timistas, fodo reformable y perfectible ...
Sin embargo, ¡ hay tantos que la odian !
Cuando, realmente, debemos adoraria. El
arte o la literatura que.se vincule en ella,
no cambiará nunca. Se magnificará sí; pe
ro desaparecer, jamás. No mintamos ’la
divina sinceridad de lo natural. El hom
bre es de suyo- poético, imaginativo, senti
mental, pensador; pero no digamos que
es culpa suya también el ser perverso:
esto corresponde a su parte animal: lo
demás es cuestión de esa cosa superior
llamada espíritu: y nada más. Y esto es
la naturaleza ...
Reaccionemos
Por lo expresado, creo que, — por más
que se citen épocas de literatura bélica
... — nuestros modos de pensar antes de
la guerra presente, no serán innovados si
no a influjo de dos causas poderosas: o
de! miedo, del fetichismo; o del optimis
mo, el supremo instinto del triunfo...
Y en el fondo, el hombre...
Pero es verdad que la literatura, para
ser amable, no necesita brillar como hija
de época determinada: como que su va
lor es intrínsiico — su propia hermosura, -
preséntase más bien cosmopolita, bella en
todas las latitudes y a través de todos los
tiempos, según el grado de fuerza, inte
lectual de sus hombres.
Y entre tanto, pues, la guerra europea
no nos preocupe más que como a miem
bros de colectividad y de raza. Reaccio
nemos ...
La literatura en los individuos y en los tiempos
Como cada uno tiene su manera propia
de mirar las cosas, según ya se ha dicho,
en no habiendo aquiescencia o similitud
recíproca entre dos o más pareceres, la li
teratura — y, generalmente, todo lo ar
tístico no existiría sino individualmente
... Mas, consolémonos, queridos artistas,
y también ¡ oh ! queridos y eternos ti-
LETRAS
283
ranos, con que, en sus siglos de vida,
la humanidad no llegará nunca a un nivel
tan perfecto que, en ella misma, no per
mita las imposiciones y los atacamientos.
—Cada alma es una representación de vi
da: la libertad es su madre. Por eso,
el absolutismo de las ideas como de los
procedimientos éticos dentro de uno mis
mo, tendrán siempre su tácita justificación.
¡ Sabernos el día en que nos hallamos !
Verdad que, en una época como ésta, de
pleno anarquismo intelectual, esas afirma
ciones resultan extemporáneas, inactuales,
de ningún valor, por tanto. Los hechos
valen más que la filosofía de las palabras,
—se puede objetar. Así es... y será en
todo tiempo y en todo país. Pero es que,
por una equivocación lamentable, se es
anarquista, en ciertos pueblos, por la me
ra razón del «ya/», y de un yo pobre y
restringido que, por estas mismas incon
veniencias, no puede acercarse a la gene
ralidad — que, muchas veces, está cons
tituida por grandes espíritus. Se ignora
la legalidad del anarquismo — si así me
permitís expresarme. Por esto la decaden
cia del pensamiento en definidas épocas,
faltas de poderosos cerebros-guías. Falso
es el razonamiento de los cursis, imitado
res de lo volandero, sin siguiera compren
der la relatividad de su importancia. Se
es libre cuando se tiene probabilidadesde
de reportar alguna utilidad al arte. Ser
independientes no quiere decir que tan in
dispensable sea ser mediocres. Y segui
mos.
. Los espíritus libertarios, los grandes li
bertarios de sociedades enteras, no han
proclamado sólo la independencia fisica
mente personal, sino también, además de
la moral, la intelectual y artística. Con
Voítaire, el rebelde al derecho divino, aso
ma también el verso- libre, si bien no tan
francamente como en tratándose de sis-
temas filosóficos; los versos que hacen
quejarse al ilustre autor de El Genio del
Cristianismo, en medio de ¡os elogios que
le arrancan las armonías del poema a En
rique IV. Mirabeau... ¿ pero, cuándo no
fueron libres los franceses?... Sólo que:
lo fueron con talento, y no por dejadez o
ignorancia como ciertos modernistas con
temporáneos: he ahí la gran diferencia.
Ser libres cuando los arrebatos del espíritu
así lo exijan; desligarse de viejos moldes,
como ahora se dice, cuando una época —
aquella en que vivimos — nos presenta
otros, es altamente plausible. Si no así,
bien están los clásicas con todas sus be
llezas. Y que la manera de expresar és
tas sean hoy un difícil problema, cierto:
hemos de procurar solucionarlo lo más
felizmente posible. Y si es verdad que
la crítica moderna iia dejado ya de ver
en e! Quijote de Cervantes una obra de
pura retórica, sino' el fiel retrato de una
grandeza moral; no es menos verdadero
también que nadie ha olvidado la cultura
del gran manchego para no enunciar sus
pensamientos en complicados galimatías de
castellano ramplón... No obstante, con las
anteriores causas reconocidas, ios efectos
deben aparecer muy otros. Ya no canta
remos la gloria del Cristo sino como inau
dito acontecimiento histórico. Y nadie nos
impondrá modalidades de escuela a la fuer
za: en este caso podemos evocar nuestros
derechos individuales, el valor personal, y
hacer para nuestro reino interior. Y en
el mismo caso diríamos: La República,
que amamos en io político, debemos in
troducirla también en lo sentimental (si
sois tan tontos que creáis que los huma
nos sentimientos estén también sujetos a
modificaciones o revoluciones alguna vez);
queremos decir, en el arte — que, inge
nuamente comprendiéndolo, no es sino ma
nera especial de expresar los sentimientos.
No naci-mos con el sello imborrable de
las herencias sistemáticas en que, por des
gracia, aún creen los puritanos y unos
cuantos fanáticos de lo fósil. Somos in
dividuos, somos entidades absolutas; y, si
se quiere un alegato menos general y al
alcance de idiotas comprensiones: somos
jóvenes — valga el pedantismo, qué diría
el señor Miguel de Unamuno' — de un si
glo de evoluc.o.ies poderosas: nosotros 1 s
seguimos. Para nuestros sentimientos ar-
tísheos haya una sola y definitiva orien
tación: la propia real pruna — con toda
la brusquedad que pueda tener esta frase,
felizmente de los labios de aquel muy li
beral español. Y añadiríamos: El buen
284
LETRAS
gusto en sí no es siempre la expresión in
vulnerable de un siglo de celebridades: es
el corazón del hombre rodando sobre los
tiempos y las visdsitudes mundanas, a t.a-
vés de los refinamientos culturales, así de
las razas como de los pueblos ... Veintidós
o ritas siglos há se adoraba allá, en la
vieja Roma, el cuerpo marmóreo, por lo
blanco de sus formas divinas, de una Ve
nus lasciva y sonadora. Virgilio la vió
entre los sencillos pastores de Mantua:
ellos preferían la Venus positiva, la ama
da de carne a la diosa tradicional. El
«divino Coridón» dijo un día: «Grato
es el álamo para Hércules, la viña para
Baco y el laurel para Febo y, para Ve
nus, el delicado mirlo. Pero mi Filis pre
fiere el avellano, y en 'tanto que le ame,
no podrán igualarle siquiera, el mirto de
Venus ni el laurel de Apolo»..,. Tal de
intenso es el amor del pastor Coridón el
rival de Tirsis; consagrado por el ingenuo
Melibeo ... (5). Horacio, como Virgilio no
la olvidó en sus versos; y Ovidio, desde
la negra Tomis, y con el vivo recuerdo de
sol hembra lasciva, la hija de su verdugo;
Julia, la cantó sin descanso, ora en ener
vantes poemas de amor y de añoranzas y
recuerdos, ora en largas historias como las
Metamorfosis; ora en elegías que son
siempre lloros « impregnados » de dolorosa
nostalgia por un bien de carne blanca y
palpitante...
Más tarde asoma el Cristo; • el Cristo
de la caridad y el bien universal, con sus
palabras de dulce sentimentalismo. Su mar
cha triunfal a través del país de Galilea,
es corno una odisea de ensueño -— va
guedad misteriosa de poesía, — como una
caravana fantasmagórica de idealidades —
de todas las idealidades — puestas en
concreto por el pincel de un divino ar
tista. Esa vida es un puro, melancólico
verso. En ella todos los años pasan como
indescifrables visiones de fantástica leyen
da... ¡Y ésta es una poesía 1, la mayor
poesía de cien religiones: literatura de los
cinco apóstoles; belleza final de un gran
libro de inmortales poemas — la Biblia.
Esta, ra literatura sublime que, ya en ri
cos palacios, ya bajo la choza de un
solitario monje persistió, para acato uni
versal, a través de quince 0’ dieciséis siglos.
A influjo de esa literatura divinamente mag
nética, mi! hombres se dejaron comer, re
signados, por las hambrientas feiras del
Circo romano; y otros tantos dieron, con
su vida, en la triste y legendaria Tebaida
(de cuyos ¡ ay ! lejanos tiempos ya sólo
se recuerda en sueños...), para perdón
de sus culpas y menoscabo de las de la
humanidad bulliciosa y alegre y despre
ocupada. Tomás de Kempis se ha inspi
rado en ella para sus desgarradores poe
mas de la muerte; Francisco de Asís, Te
resa de Jesús... La han mostrado en
toda su grandeza Klopstok, Millón, Tasso
—que así canta triunfos cristianos como
amores de mitología, y a quien llamaría
yo el de la mixta inspiración; Dante Ali-
gliseri con sus aterradoras descripciones de
ese mismo infierno soñado por el mismo
Cristo, y cien grandes poetas. más ...
Y lie aquí, pues, el gusto impuesto
por una revolución moral: sólo terminará
con la religión del Cristo y sus apóstoles:
que, para su desgracia, ya va languidecien
do como un brillante sol en el ocaso...
Literatura General ¡Cosmópolis!
Tanto gusto hay en invocar una Ve
nus como en cantar layes a la Madre
de Jesús, y como en arrodillarse ante
una diosa positiva de carne y hueso.
Hay gusto en la representación de un
mundo poblado de bellezas impalpables,
y lo hay también en el infierno y en
la tierra, junto a la aterradora poesía
del demonio. 1 Yo aprecio los cuentos
(5) Ecloga VII. Trac!, de Machado.
de Francesco da Barberini como sim
patizo con la fábula de! contrato de
Fausto con Mefistófeles. ¡Y en esta
época! ¿Y por qué no? Seamos atentos
al espíritu de cada pueblo y época y
a la civilización, naturalmente evoluti
va. En lo moderno se reconoce un gus
to especial bu la mayoría de-las almas
artistas: el que inspira la Madre Natu
raleza. Es' plausible. No seamos intran-
LETRAS
285
«¡gentes. Lo bello expresado de una u
otra manera no deja de ser agradable.
Sólo qué, el apreciarlo no depende
más que de gustos... De gusto! ¿Qué?....
— La imposición de uno sólo, (que
aparece por épocas más o menos lar
gas, sí), es el egoísmo individual—
valga el ripio—.en un modo de pensar
o sentir, y muchas veces en un extra
vagante capricho, con asqui'escencia de
todas cuantas voluntades se afinan con
la principal. Y es así como tantas
ocasiones una excentricidad puede pa
sar. por tiempo indefinido si posible,
por buen gusto. En el mundo hay tan
ta libertad para hacer una cosa como
para calificarla, Y si es verdad que la
ley prohíbe ser homicidas, esto no es
bastante para mantener las manos del
asesino atadas a la espalda, ni para
impedir que el mismo llame buena su
acción. Y asi en literatura: como en
todas las cosas. Todo en ella, repeti
mos, no depende sino de la anuencia
de inclinaciones, de pareceres o, si que
reis, de circunstancias y caprichos.
¿Qué mucho y ni admirable es que,
en pleno clacisistno, tanto se invoque
el rigor de las reglas artificiosas para
una perfección segura, cuando la in
transigencia imperaba en todas partes
así en lo político como en lo moral y
educativo; en lo privado como en lo
público?.... ¿Qué mucho que hoy tenga
mos escuelas en cada grupo, y aspira
ciones de imposición universal en cada
individuo, cuando la educación es múl
tiple. los sentimientos se despiertan
conforme el poder de la inmaginación
y el alma toda, en fin, se muestra tan
cosmopolita como la misma Naturaleza,
para contemplarla y analizarla? ....
Representaos un hombre civilizado y
un salvaje; éste y uno que, haya estu
diado geografía o que diserte sobre
las razones éticas de la Religión, por
ejemplo: todo es cuestión de cultura,
de desarrollo interno, si asi me permi
tís expresarme.
«La literatura debe ser la expresión
de la época en que'se vive»—repetía
en España su famoso crítico Mariano
José de Larra, haciendo propaganda de
la innovación (hoy cosa vieja) de Víc
tor Hugo y Dumas. Y además de un es
píritu, agrego sin hacerme sí enteramen
te solidario de tan restringuido modo de
ver la literatura en la amplitud de su
acción. Pues hay literatura para una
época y literatura de una época. Las
letras, o más bien, casi todos los libros
de los siglos XIII y XIV. de Italia,
verdad que están repletos de bribona
das: ingenuas adúlteras, sacristanes pi
llos y frailes en camisa: es razonable,
esa literatura es expresión de la épo-
del mal siglo de Alejandro VI y demás
Borgias, más o menos auténticos, cuan
do a de Brescia y Savonarola les tocó
nacer, desgraciadamente. . .’. . Pero un
Zola y, antes de él, un Voltai re y un
Mi rabean, no expresan sólo cosa de su
tiempo: ellos han nacido para torcer el
rumbo de aquél y dar «nueva vida» a las
ideas y manera de exponerlas. La ac
tual América Latina ¿qué representa-
,ción espiritual tuviera aún a dos millas
lejos de sus límites si ella tratara de
expresar su propio, feble espíritu?....
Ninguna. Pero tendrá con los libros de
vigorosos esfuerzos culturales, como los
de José Enrique Rodó. Vaz Ferreira;
con obras universalmente sentibles como
las de Rubén Darío, Leopoldo Lugones,
Santos. Chocano (hablo sólo de ios de
hoy); con páginas pletóricas de anhelos
de resurrección racial, como las de Gar
cía Calderón, Manuel ligarte. Blanco-
Fombona. .. . Tendrá como ha tenido
siempre sólo' con hombres como Juan
Montálvo, González Vigil, Domingo Sar
miento.... Pero con mastuerzos—oh!,
como sus gobernantes—; con hominica
cos de aplastado cerebro y de peor co
razón. que, en su restringimionto genial
mente visual, no vean más tierra en ol
Universo que aquella en donde están
parados; con nulidades así; representa
ción espiritual, digo, no la tendrá jamás
.. . ¡Si no me creéis, a Pancho Villa ha
cedle literato! Conocemos algunas des
venturadas patrias: en ellas cualquier
286
LETRAS
hombre torpe se llama periodista; cual
quier vejete analfabeto se arroja las
prerrogativas de alto crítico literario;
el majadero «principia con esto y acaba
con estotro» es su indispensable introito
—reproche de ignorantes. ¡Pobres pa
trias! Sin embargo, han habido algunos
- la mayoría de los cuales muy cursis
felizmente—que han opinado a favor de
una posible escuela literaria sudameri
cana, netamente sudamericana. No dis
cutiremos: es inútil. A los que tal pien
san sólo hay que decirles: sed lo menos
políticos posibles. La literatura no es
como vuestra política, políticas de me
ros nombres propios, de caudillos. La
literatura es belleza, la belleza es uni
versal, y siendo universal es para todos
los hombres. Si tratáis de imponer vues
tra literatura en el mundo, o siquiera
en otras partes que no sean América Es
pañola, imponed primero vuestas costum
bres, vuesta cultura, vuestros vicios...
De otro modo, ¿quién os va a hacer caso?
Hasta los grandes degenerados, para ser
grandes, necesitan ser de Francia....
Por América
No obstante, esto no quiere decir que
neguemos enteramente la posibilidad de
una relativa originalidad—cosa diver
sa ífel simple americanismo—y denlos
tanta preíerensia a lo exótico, He di
cho lo anterior nada más que coíno una
ingenua amplificación, para mí, de lo
afirmado por el señor Rodó, al prolon
gai’ a Darío. Quizás sea creíble un ame
ricanismo absoluto; pero siempre que
América literaria quiera vivir inédita
. . .. Y por lo demás, claro que en nues
tro Continente mismo hay fuentes fe
cundas de original belleza. Rabindra-
nath Tagore, en hallándose aquí, tan
fuerte como en su India. Es cuestión
nada más que de talento y, si no os
asustáis, nada.más que de genio
En los Andes. Algunas opiniones
El amor a la Naturaleza, y espe
cialmente a la de los Andes, ha tenido,
por decirlo asi, algunos apóstoles o
directores, que propenden, en su fana
tismo por ella, a hacerle un tanto
místico; pero místico en sentido per
fectamente religioso. Caracterizaré. El
Dr. Federico González Suárez, ilustre
sudamericano ya por su ilustración, ya
por su estética, publicó, hace algunos
años, un opúsculo sobre la Hermosura
de la Naturaleza... .Lleva correcto
prólogo de Menéndez Pelayo. En dicho
opúsculo se expresan bellos conceptos,
un tanto generales y otro tanto didác
ticos. Según éstos, nuestra naturaleza,
teniendo como tiene un distintivo es
pecial entre otras, así fueran de la
Groenlandia, por ejemplo, es la única
que debe inspirar la poesía, la litera
tura sudamericana, en sus descripciones
vivas del mundo físico. De éste están,
entre tanto, excluidas las imágenes o
representaciones paisajistas esencial
mente no andinas. Débese retratar fiel
y galanamente nuestra propia natura
leza, tan rica, tan hermosa y tan uni-
versable. En esta consideración, el
escritor cree necesario pintarnos lo
que él tanto admira. Y lo que sobre
todo le llama la atención es, quien lo
creyera, la petulante voz de un «grillo»,
de un «sapo» u otros animalitos así,
de este género, no menos sucios que
abundantes por estas tierras, casi siem
pre tan húmedas y tristes Y es
que esa afición por los bichos aquellos
tiene su fundamento muy positivo: el
sentimentalismo religioso del admira
dor. El obispo Miryel de Víctor Hugo
«se lesionaba el pie por no aplastar
una fea ponzoña que se le atravesaba
en el camino». Francisco de Asís, Gre
gorio Nazianceno lian de haber hecho,
sin duda, lo mismo, supuesto su in
menso amor para con los seres; Santa
Teresa de Jesús, Fr. Luis do León
....Todos éstos respetaban y admi-
LETRAS
287
raban a los pequeños irracionales: nada
menos que contemplando en ellos la
habilidad para andar, para comer y
para ver—¡pues que tenían ojos!—y,
al mismo tiempo, meditando sobre esa
otra habilidad, aún más potante, de
«Aquel» que tan diestros hiciera para
correr, andar y construir sus casas a
esos bichos. Viéndolos, no se puede
dejar de admirar lo inmenso, lo infi
nito de la «Sabiduría increada», que
dice el señor Gonsález Suárez. La
contemplación de Natura, pues, no
trae—y aún, no debe traer—más con
secuencia que el inmediato pensamiento
■en la incomparable ciencia de Dios.
Y aquí viene precisamente la propo
sición falsa de aquel gran escritor.
Quizás ella corrobora, una vez más, mi
afirmación anterior: (pie el gusto—y
la crítica—son hijos, en la mayoría de
las veces, de un aislado «yo», de la
insalvable sugestión personalmente pro
fesional. Porque ese espíritu juzga así
de las cosas de Naturaleza, determina
también: que los ateos no pueden amar
nunca la naturaleza. «El ateísmo des
truye siempre la encantadora hermo
sura de ella»—dice. Con el cual modo
de pensar ingenuamente os confieso
que no me estoy muy conforme. Yo
sé que el mundo físico es una cosa
positiva y Dios un mero asunto de
imaginación. Es admirable el modo de
apreciar la naturaleza de Chateau
briand, sí; pero sólo mi respeto para
con tan magno poeta me libre de lla
marle, ese su modo, con cierto señor
de Lafargüe; simple producto de un
«sentimentalismo macarrónico» . ... Si
Juan .1 acobo Rousseau pensaba sólo
en la Sabiduría increada, cuando al
borde de un abismo «solía estarse
contemplando el remolino de las aguas
en el fondo horas y hasta dias enteros»,
no lo sé. Pero también os diría una
franqueza: el excesivo amor de Natura
trae, como consecuencia, un estado pa
tológico especial, ineludible y, sobre
todo, permanente. Así, el religioso,
acostumbrado a mirar en todas las
cosas sólo una obra del Sér Superior;
porque así lo exige pensar su misma
fé; no se entregará enteramente, casi
nunca al paisaje para gozar aislada é
íntegramente de él: ésto—pensara—
no sería sino olvidar la primera causa;
¡un pecado! Y su alma, con este
modo de sentir, va haciéndose, poco a
poco, algo como un disco de fonógrafo.
La voz que ella propia ha dado a las
cosas va grabándose en su seno hasta
que,, al fin, como aquella misma dulce
lámina musical, no puede dar más que
una sola nota, un solo canto......
Y así con todas las demás.
TÉRMINO
El hombre artista ante la Opinión Pública
Hay refrán que, entre dos o más
propiedades, atribuye la de la locura a
todo sér humano. Si dicho refrán es
en sus tres partes verdadero, no. pedré
afirmarlo. Pero es verdad que el vulgo
no siempre vale lo que la esfinge con
cabeza de asno, simbolizada por Pascal.
Sabe decir, entre sus absurdos y can
dideces, también algunos aciertos...
Según esa observación, pues, diríamos
de Cicerón que su poco de locura, uni
versal, ineludible, lo tuvo al recomendar
la siguiente barbaridad; que todas las
obras, así del árido intelecto como del
fresco ingenio deben ser confiadas, sin
vacilaciones, al público, a la opinión
pública, crisol donde se purifica la, fama,
el real valer de un gren espíritu!...
¿Por (¡ué no os reís, amigos? ¡La opi
nión publica! ¿Qué es don Quijote para
la opinión pública?.... Un simple libro
para reír, a la manera de las historias
de Bertoldino y Cacaseno, personajes
tan citados por la iletrada gentuza, así
en escritos serios como en esos que
quieren ser festivos, aún expresando
288
LETRAS
cosas vulgarísimas,-extremadamente ple
beyas! La Opinión Pública. . .es el gri
terío de la vulgaridad y la insipiencia;
el entusiasmo o descontento inconscien
tes de la ignorancia colectiva.. .Y si
por algo aprecio a Luis Bonafoux es,
precisamente, por haber comprendido
así todo el valor de esa inmensa por
quería. Los fracasados, los mediocres,
los simples son los consagrados por la
opinión pública. Si altos espíritus dili
gentes no sacaran a la luz a los talen
tos excelsos, a los genios, éstos estarían
perdidos: la constituyente borrical de
la Opinión los ha condenado: son in
comprensibles, aturden la cabeza, ocio
sas son sus complejidades. Cuando Sien-
kíewicz es tan popular y al mismo
tiempo consagrado por la sabia deter
minación del premio Nobel, no es por
que la turbamulta de sus lectores aplau
da el genio del hombre productor, sino
las maravillas del libro y del libro fá
cilmente comprensible, por su fecundo
universalismo. La canalla del público
es ante todo y sobre todo positivista.
El hombre físicamente mediocre le ins
pira recelos; las materiales riquezas, .e|
puesto predominante le ayudan en los
juicios de su paupérrima estética....
Y por eso, el hombre verdaderamente
artista, libre del afán meramente po
pulachero. debe ser juzgado de muy
diverso modo de los demás. Necesita,
de una investigación directa, por así
decirlo, apartando las gárrulas basuras
que sobre la personalidad auténtica ha
ya arrojado la brutalidad del vulgo ne
cio y corrompido. Ni nunca lo quera
mos comprender paralelamente con el
criterio de los portavoces de éste. Hay
un origen. El odio personal primero: el
populacho atento está a la primera voz,
la del aplauso o de la condena; y él
las hace definitivas por su propia cuen
ta. Autamatismo, necedad, injusticia: ha
ahí los valores de la masa anónima—
¡tan analfabeta y tan ruin!
Los soñadores eternos
Soñar es el destino del artista; y
y muchas veces sueña tan intensamente
que sus creaciones dejan de tener eco
positivo en las cosas de la tierra. Y
si todos no pueden hallar más consue
lo para sus heridas del alma que el
de la generosa ilusión, no es que sean
tan poderosos para comprender toda
la grandeza de un predestinado de las
musas, cuando él ha olvidado de pen
sar al alcance de sus semejantes. El
se ha desligado casi de la materia: no
lo juzguemos por ésta, pues que sería
algo como criminal. La religión del
arte puede compararse a la del Cristo:
la muerte de la humanidad de éste no
expresa la no existencia, en ella mis
ma, del Eterno Dios
Sueña el artista; pero soñamos tam
bién los desmás hombres: ¡la vida de
este mundo es una eterna engañadora!
Y los sueños tienen una patria—la
luna. Cuando muramos, ellos iránse a
sepultar allá, en los inconmensurables
y pálidos dominios de esa iiqpasible y
solitaria diosa.
¡oh,
la diosa de los mundos encantados!'
Quito-Ecuador.
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