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- AÑO I
REVISTA
- Núm. 1 3 •
SEMANAL
Director: ANGEL FALCO — Jefe de redacción: MARTIN CIRES YRIGOYEN
Dibujante: JUAN HOHMANN
Buenos Aires, 4 de Noviembre de 1916
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El teatro nacional
Conferencia inédita
La presente conferencia fué leída por Sánchez en el Ateneo de Monte
video: hubo de ser la primera de una serie sobre cuestiones del teatro na
cional. Debemos estas páginas inéditas a la gentileza de Cata, la viuda
de Florencio. En Montevideo se ha constituido un comité nacional para
reempatriar los restos del gran dramaturgo. En el seno de dicho comité ha
surgido la bien inspirada idea de comisionar a la propia viuda, para que
traiga de Milán los despojos mortales del que fué su amado compafiero. . .
Una sombra de amor exhortando la sombra del Genio. . .
Ermete Zaccone, el actor genial, describiéndome una noche
la figura apostólica de Giovanni Bovio, me contaba que cuando
se estrenó en Nápoles el Cristo a la festa de Purim, los estu
diantes napolitanos colocaron la tribuna universitaria del filó
sofo al pie de la estatua de Giordano Bruno y terminada la re
presentación lo condujeron en triunfo hasta ella, exigiéndole
que hablara. Bovio, confuso y sorprendido por la inesperada
demostración, midió con la mirada serena la estatua del mártir
y le dedicó su oración, comenzando así:
“Han hecho ustedes bien en traerme a este sitio: Cristo
dijo, sed verdaderamente libres; pero éste añadió, sed libre
mente veraces.
Conversando ayer con el conferenciante, con el distinguido
vicerector de este colegio, interrumpió sus melancólicas refle
xiones acerca de los destinos de la raza, diciéndole: Es que
110 somos sinceros los hombres.”
Permítanme ustedes la inmodestia de esta relación de una
frase personal con la anécdota histórica porque ambas referen
cias me dan el lema y la base de esta disertación. Libremen
te veraces y sinceros hemos de ser los hombres.
Voy a hacerles un poco de crónica del llamado teatro 11a-
preeiable, en esta comedia que se viene representando desde hace
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cional, y como actor encargado de un papel, no del todo des-
algunos años, tendré que relacionar mi actuación con la actua
ción ajena y bien puede que en cierto momento salga favorecido
del parangón.
No lo achaquen ustedes a petulancia, si así resulta, por
que si tengo vanidad, mi vanidad es honesta.
¡ El teatro nacional! Esto de teatro nacional, señores míos,
es una brillante sofisticación. El teatro no tiene bandera, E
universal, es humano. A nadie se le ha ocurrido hasta la fe
cha hablar del teatro nacional inglés o francés o italiano, aun
que todos hablemos del inglés Shakespeare o del francés Mo
liere, o del italiano Goldoni.
Es además pretensioso e inmodesto creer en una posible
autonomía literaria cuando aun estamos por definirnos étnica y
socialmente y empezando por Pero Grullo, el conferenciante
inclusive, todos tenemos dichas y sabidas las razones singula-
rización y caracterización de una literatura.
Teatro regional argentino, sería la definición exacta justa
y modesta de nuestra producción escénica y hacer teatro <
el amplio y verdadero concepto, la aspiración individual de
quienes sientan inclinaciones por esa forma de exteriorizar el
pensamiento.
¿Cómo nació el teatro nacional? (Menester es llamarlo de
algún modo).
De Labardén a nuestros días habían producido cosas espo
rádicas de producción teatral, toda ella ingenua cuando no del
todo inferior, servil en la forma y vacua en la esencia.
Pero sobrevino una familia de saltimbanquis, esa ilustre
familia de los Podestases, la misma que en esta fecha se ha
construido ya los cimientos del monumento que ha de levan
tarle la gratitud artística de nuestros descendientes.
Forzudos atletas unos, vertiginosos trapecistas sus herma
nos, blondinas insuperables las niñas de pollera de tul y ros
tros precozmente tristes y pintarrajeados; descoyuntados, pul
posos y fofos hombres boas, clowns de risa dolorosa y de pro-
cario ingenio, ccúyeres y malabaristas, el eterno, el gitanesco
trashumante clam de infelices extrugle for lifers que todos
hemos visto, admirado y compadecido.
Esa familia dió el empuje inicial a nuestro teatro. Usté-
des lo recordarán. Hacían furor entonces los nunca bien con
denados dramas policiales de Gutiérrez.
Juan Moreira, con perdón de Unamuno que lo coloca, no
sé bien en que orden, junto al Facundo de Sarmiento y a las
arengas de Don Bartolo; Juan Moreira despertaba los instin
tos regresivos adormecidos en el alma popular y el mejor
economista de aquellos acróbatas tuvo la acertada de utilizarlo
para su negocio de toldo y candil.
La pantomima del oso y el centinela, con los vejigazos fina
les a son de murga, fué sustituida por el perseguido del juez
y el entenao de esta tierra.
El chiripá y la melena y el poncho reemplazaron a la tú
nica del clown, y el facón homicida fué esgrimido en vez de la
inofensiva y sonora tripa que provocara nuestra risa inocente
al final de las pruebas.
Eran mimos más o menos expresivos. No hablaban aún,
pero ya empezaban a hacer daño. ¿Quién no se sintió Moreira
después de haber visto despanzurrar a Sardetti, a puñalada
por cada mil pesos! Pelear a la partida llegó a ser en cierto
momento un sueño, sino una realidad de las aspiraciones ins
tintivas populares y quién sabe si muchos de nosotros podemos
conisderarnos indemnes de la travesura juvenil de encajarnos
con el facón de palo, tantas puñaladas como diera Moreira
a milicos, alcaldes y comisarios.
Luego hablaron. Soy testigo de la evolución. “Che, vos
hacés de alcalde y yo, que soy Moreira, vengo y te digo: “Está
bien, amigo. Ya le llegará su turno. ¡Le viá’dar más puñala
das!. .. Y vos me decís: “Que lo metan al cepo”.
Después escribieron eso mismo que se decían, y edificaron
junto a la pista un pequeño escenario. Quedaba erigido el
teatro de la fechoría y el crimen, como idea, y el mal gusto, como
forma.
Apareció Vicenta y dijo: ¡Matame, mi Juan, matame! Era
la mujer factor dramático que faltaba. Tuvimos, pues, el pri
mer drama nacional.
Después... Cuellos, Hormigas Negras, Matacos. No que
dó gaucho avieso y asesino y ladrón que no fuera glorificado en
nuestra arena nacional.
Pudo quizás aquello, dada su influencia en el alma colee-
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tiva, tener una paz ventajosa: La de acentuar el sentimiento
de la personalidad despertando rebeldías contra prácticas y
procedimientos y organizaciones abusivas. Pero no puedo dis
traerme en honduras sociológicas y me limitaré a constatar
que por ello desaparecía la nocividad del espectáculo.
Martín Fierro y Santos Vega fueron puestos a contribu
ción, desnaturalizada, por supuesto, la índole moral y artística
de ambas obras.
Los saltimbanquis a todo esto aprendían a hablar y a ac
cionar ante el público con pintoresco desenfado, y justo es re
cordar que de aquel fárrago de insulseces y groserías, surgie
ron algunas caracterizaciones originales como la del viejo crio
llo dicharachero y socarrón, único tipo perdurable y simpáti
co de la creación artística nacional. Excluyo por repulsivo,
inestético y falso, al famoso Cocoliche que aun pasea su gro
tesca figura por los actuales escenarios nuestros.
Elias Regules, Orosmán Moratorio y Martiniano Legui-
zamón, este último con la pintoresca Calandria, hicieron obra
sana y honesta llevando un poco de verdad y de poesía al tea
tro gaucho. A ellos debemos agradecerles la muerte de Mo
reira, de Cuello, de Hormiga Negra.
Luego se suprimió la pista. El paisano se quedó a pié }
fué a hacer sonar las rodajas de su espuela en el tablado de los
teatros bonaerenses.
Surgió un híbrido. Y caso extraordinario de selección;
surgió un híbrido de otro híbrido, de la zarzuela española. Ha
cía furor el género chico. La ciudad se había verbenizado. Un
empresario ingenioso pensó que nuestro lunfardo suburbano
podía reemplazar con ventaja a los chulos y golfos sevillanos
o madrileños y algunos escritores se encargaron de realizar la
tarea. Aquí deben aparecer los nombre de Miguel Ocampo, Ne
mesio Trejo, Argerich, Enrique García Velloso y otros.
Y primero el lunfardo y luego el vigilante, y luego el car
tero y el lustra botas y la modista y el masitero, sin olvidar por
cierto el impagable cochero de plaza, todos los tipos caracte
rísticos de la gran metrópoli fueron teatralizados y musicados
en escenarios españoles.
Don Martín Coronado el viejo bardo que había permane
cido ajeno a esta evolución, pero que había escrito obras tea
trales vaciando su estro en los moldes viejos del teatro esp a
ñol, entregó entonces su “Piedra de Escándalo” a los Po-
destá, que vegetaban un tanto olvidados. El gran éxito de esa
obra devolvió la atención del público y de los aficionados a
los cómicos fundadores. Las costumbres camperas volvieron a
reinar. Surgieron obras y autores en abundancia.
Escribir para el teatro comenzó a ser un modus vivendi.
Como se pagaba poco, se producía mucho. Y malo. Se escri
bían costumbres desconocidas. Un rancho de paja y terrón por
decorado, por lenguaje característico unos cuantos “canejos”y
“ahijunas” cuando no expresiones de la jerga lunfarda porte
ña, con pasiones y sentimientos de importación teatral.
Con esos elementos se fabricaba una obra nacional. El pú
blico, a falta de cosa mejor y más verídica, amparaba y pro
tejía esos bodrios con estimulante complacencia.
“M’hijo el dotor”, reflejando costumbres vividas pro
dujo una revolución. Su éxito estrepitoso se debe a la verdad
y la sinceridad con que fué escrita la obra. El público lo com
prendió así y compensó mi labor con las ovaciones más gran
des que haya recibido en mi carrera artística, inolvidables ova
ciones, que marcaron el rumbo definitivo de mis aspiraciones,
encarrilaron mis actividades intelectuales malgastadas hasta
entonces en tanteos estériles en el periodismo y me proporcio
naron pan para alimentarme, estímulo para luchar, y hasta
¿por qué no confesarlo? hasta una compañera que alegra mi vi
da y comparte mis insomnios.
¡Ah el teatro criollo, las escenas campesinas!
El público no toleró más paisanos declamadores ni más
costumbres falsificadas. Denme verdad como esa y las aplaudiré.
Se escribió muy poco más en ese género. Se empezó en
tonces a hacer teatro; ideas o teatro, formaron mayor o menor
éxito; pero con positiva probidad artística.
Y cuando estábamos en eso, nos resultó que los intérpre
tes se habían quedado atrás, y que el teatro nacional, cuyos
cimientos dicen haber echado los trashumantes gigantescos
strugle for lifers de toldo y candil, no estaba fundado aún.
A lo sumo podía concedérseles el mérito de haber servido
de pretexto para que los Payró, los Florencio Sánchez, los
Leguizamón, los Coronado, abordaron con éxito una mayor
forma literaria.
Florencio Sánchez
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La obra maestra
Fragmento
El talento dramático de Florencio Sánchez ha dejado en
la cima de la dramaturgia americana una obra maestra: “Los
derechos de la salud”. Esta pieza amarga pertenece — cla
ro es — a la categoría de las obras que, para existir, no han
menester, únicamente, del palco escénico, el público abigarra
do y los actores caprichosos. Triunfa sola, porque se basta
a sí misma con sus diálogos casi impecables, su andamiaje
sencillo y su clara exposición.
—Tómala — podemos decirle sin escrúpulos al especta
dor más aburguesado, frívolo y egoísta que existir pueda. Y
ese espectador, después de leerla, vendrá a nuestro encuen
tro exclamando: “Es notable. ¡No creía!... ”
—Tómala — podemos decirle sin escrúpulos al otro es
pectador que no gusta en el teatro sino de obras livianas y
solazadas. Y ese espectador, después de leerla, vendrá a nues
tro encuentro exclamando: “Estas son obras. ¡Qué diferen
cia!...”
Entre tanto, muestra imaginación corre, se detiene y
vuelve a correr sobre las escenas del drama angustioso. He
aquí el primer acto. Las figuras empiezan a delinearse en el
cuadro sobrio. Aparece Mijita, esa mujer sencilla y atormen
tada, con refunfuños de “perro viejo lunático”, cuyos temores
la roen y cuya sensibilidad la traiciona a cada instante. Apa
rece Luisa, el personaje central de la obra, con sus sobre
saltos, violencias y contradicciones de enferma incurable. Ta
san Roberto, Ramos, Albertina, y surge, llenando el ambiente,
la individualidad de Renata cuyo carácter — el único ca
rácter en medio a los temperamentos débiles, impulsivos o
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impresionables de este drama — se perfila ya con rasgos in
confundibles. — Estamos en el segundo acto. De la exposi
ción clara y rápida de la tragedia pasamos, no al nudo—
siguiendo las reglas clásicas — sino a la intensificación de
este conflicto de almas, a la exacerbación de los espíritus, a
la rudeza amarga de las “situaciones”. Los diálogos están
henchidos de pasión, de tristeza y de odio. El conflicto se
amplifica y recrudece. Y frente a él, el carácter fuerte y pon
derado de Renata culmina ahora con signos propios, exclusi
vos, únicos.
La tragedia ha dejado los gritos y las reconvenciones
para entrar, en el último acto, a un ambiente sereno y casi
magestuoso. Parece que estuviéramos ante uno de esos dolores
inmensos y graves de los episodios antiguos. Las almas se es
tremecen y se torturan en silencio. Clarea. Las líneas se esfu
man, las figuras andan a tientas, las palabras languidecen.
Sin embargo, todas las artes celebran un consorcio admirable en
este final de drama. He aquí la pintura, simbolizada en las
decoraciones y las luces tenues que representan el amanacer;
he aquí la música, sugerida por el canto vibrante de los pá
jaros ; he aquí la estatuaria, encarnada en aquella figura blan
ca que avanza lentamente hacia la ventana y surge luego de
su marco a la luz enferma del día que empieza; he aquí la
palabra, la palabra que expresa un pensamiento punzante y
terrible a la vez:
—¿ Muerta 1
—No, duerme.
i Conjunto armonioso, síntesis suprema, en la cual todas
las artes se entrelazan, se penetran, se sustituyen y someten,
por último, todos sus medios de expresión a la unidad artís
tica, base y ley de toda obra maestra!
—Pero esto es la visión del teatro — podrá argiiirse.
En efecto, la pintura, la escultura y la música las hemos
visto y escuchado, respectivamente, en el teatro o, mejor di
cho, han dejado en nuestra retina y nuestro oído lo que el
libro no hubiera podido sin duda dejar, por cuanto las aco
taciones no tienen la fuerza de expresión necesaria, ni po
drían tenerla nunca, ya que la palabra es impotente para dar,
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como la música, las vibraciones del sonido; como la escultura,
la plasticidad de la forma; como la pintura, la armonía del
color.
El teatro tiene esta gran ventaja sobre los demás géneros
artísticos: abarca todas las artes y no desdeña ninguna. De
ahí que Talía sea la más ufana de todas las divinidades, por
que siendo su arte, es decir, el arte escénico, la pintura de
la vida, todas las manifestaciones de la existencia humana
tienen honrosa participación en él. Pero el teatro, es decir, los
medios de ejecución del teatro, son los hombres, cosa fácil de
afirmar si se tiene en cuenta el fin del teatro, que es — lo
repetimos — la pintura de la vida. Fin: la vida. Medios:
los hombres. Y como el teatro es acción, es vida, y la vida
de los hombres se manifiesta por medio de pensamientos, pa
siones, ambiciones, alegrías, tristezas, etc., todos estos senti
mientos cuentan con un instrumento eficaz, casi único, del
cual echa mano el dramaturgo para analizarlos: la palabra.
La palabra clara y rica de sentido. El teatro es pues un arte
literario en grado sumo. Arte para ser leído. Pero en este
arte, la obra que merezca el calificativo consagratorio de maes
tra será aquella que, interpretada en el escenario y contenida
en el libro, triunfe igualmente ante el espectador impresio
nable y el lector atento. “Los derechos de la salud” es, sin
duda, una obra maestra.
Miguel Víctor Martínez
Florencio Sánchez
Fué un muchacho noble. Se diría, un anciano de treinta
años! Un niño, envejecido prematuramente por exceso do co
razón; una cosa extraña y fuerte que vagaba al azar, impul
sada por todos los vendavales. Tenía, al revés de la mayoría
de los demás hombres, el cerebro demasiado cerca del cora
zón. Por eso, las ideas que amasaba en aquel laboratorio ma
ravilloso, se empurpuraban como rosas, manchándose en la
sangre altruista de 1a, entraña del sentimiento!... Su vida,
fué como una prolongada caravana de dolores, sollozantes tras
lá sonrisa generosa que perseveró en sus labios y vivió en la
negrura de sus ojos, vestidos eternamente de luto y en los
cuales parecían reflejarse todas las angustias del sufrimiento
humano! Había llegado recién al “mezzo del camin” con la
carne sangrando por la mordedura de las zarzas y los ojos del
espíritu fatigados en la contemplación de la tragedia. Llevaba
consigo, el cortejo divino de la madre creadora. Llevaba el
genio, esa chispa inmortal, que al inflamarse en las sombras,
quema y duele al que la lleva, creando tormentos y arran
cando lágrimas. Su genio, fué como una cruz, en la que se
abrazaban las tinieblas para morir. Partícula de astro que irra
diaba hasta en los más recónditos intersticios, dejando un po
co de cielo, adonde había un abismo! Arder es consumirse.
Esa ley fatal, se cumplió en él. Su genio, se apagó después
de alumbrar muchos rincones obscuros; fué la estrella que
encalló en la nube, luego de dejar la trayectoria luminosa de
su paso por la inmensidad. Lumbre que se extinguió derrotada
por las sombras, dejando al morir, en estas, una mancha blan
ca, como las que suelen poner las constelaciones en las lúgu
bres perspectivas de la noche! Ahí está su obra, mirando de
frente a la vida y al dolor. Los que tuvimos albergue, cerca
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del corazón de aquel soñador que lloraba con el pesar ajeno
y reía con el propio, podemos decir que Florencio, no cometió
en su vida, más delito que el de ser despiadado consigo mismo
para ser piadoso con los demás.
¡Es muy difícil, sobrevivir a las torturas que depaupe
ran, cuando se lian roto las armas para la conquista de la
dicha!.. El objeto' de la vida, no es la muerte; es algo que se
prolonga más allá de los dominios del Enigma: la paz del
espíritu, vivir sin torturarse, desarmar el dolor, el implacable
“alter ego” en el camino de la vida. El vivió de espaldas a ese
anhelo de todos. Era tal, la magnanimidad de su alma, que
más de una vez se habría arrancado el corazón, si él hubiera
sido tributo necesario para redimir de un mal. Era un genio,
pero era también un hombre. Tenía un concepto insólito de
esa profesión tan poco común: ser hombre, sin abdicar al sen
timiento que dignifica y da autoridad al verdadero sentido
de la vida humana. Fué un hombre. Una cosa excepcional, en
medio a un conjunto negro y abigarrado de egoísmos de per
versidades y de apostasias. Fué un pájaro de luz, que el em
prender su vuelo hacia la cumbre que le atraía con las gran
des seducciones y los prestigios de las crestas bañadas! de sol,
quedó prisionero de un ala, en las erizaciones de la selva tene
brosa! Luchó hasta vencer y se elevó goteando sangre por la
herida! Así, vivió treinta y tantos años y, en ese batallar aza
roso, vió derrumbarse su más amado derecho: el derecha a la
vida que es superior a todos los derechos de la inmortalidad
y dé la gloria!
S. Cabrera Martínez
Cómo supe la muerte de Florencio
Era en los días tumultuosos de la revolución de 1910,
en el Uruguay. El prestigioso caudillo Basilio Muñoz, que
recogiera la pesada herencia de Aparicio Saravia, como
generalísimo de los «Blancos», se había alzado con varios
miles de hombres, contra el gobierno de Williman, a fin
de impedir la segunda presidencia de Batlle. Andaban las
montoneras por diversos departamentos, extendiéndose rá
pidamente la insurrección, como incendio en campo de pa
ja seca.
Los paisanos que habían ganado el monte, se coucen-'
traban a la voz de sus viejos caudillos divisionarios. Ya
se habían producido diversos encuentros encarnizados, entre
las partidas revolucionarias y destacamentos gubernistas.
La primavera del Centenario, se abría en flores de
sangre, en las cuchillas del Uruguay.
En Montevideo la gente se agolpaba junto a las piza
rras de los diarios a recojer con ansiedad las nuevas de
la guerra civil.
El caudillo Fulano se alzó en tal punto; Zutano en
tal otro; encuentro en tal paso; muertos y heridos; Nepo-
muceno aquí, Basilisio allá, Saturno más acá, Mariano se
mueve desde Paso Fundo, trayendo la invasión por Río
Grande, etc., etc.
Precisamente en esos días se había producido el ata
que del grueso del ejército de la revolución al pueblo de
Nico Pérez, punto estratégico, por ser confluencia de vías
ferrocarrileras. La guarnición colorada, con algunas mili
cias paisanas, que se le habían agregado, resistió heroi
camente el choque. Evacuando el pueblo se había atrinche
rado en el camposanto; y allí, entre las tumbas, seguía de
fendiéndose con admirable bravura. La guerra mezclaba
en la misma lucha fraticida a los vivos y a los muertos.
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Al cabo debieron capitular los diezmados defensores, con
todos los honores de las armas.
El pueblo de Montevideo, se estacionaba frente a los
periódicos, haciendo animados corrillos, ansioso de enterai-
se de las peripecias de la encarnizada lucha.
Leía yo en los pizarrones del diario vespertino «La
Razón», las sensacionales noticias, cuando confundido entre
los detalles del combate y toma de Nico Pérez, después
de una larga lista de muertos y heridos, advertí algo que
debí leer de nuevo, no creyendo a mis ojos. Decía: «Un te
legrama de Milán anuncia que Florencio Sánchez murió
en un hospital de dicha ciudad»
Mis pupilas quedaron fijas durante mucho tiempo sobre
los inseguros caracteres de la inscripción en tiza. Vo no veía
nada más que aquellas palabras lúgubres que parecían
resaltar en forma extraña sobre la negrura de la pizarra,
con la concisión de un epitafio. Todo lo demás, noticias de
encuentros, nombres de prestigio guerrero, combates, muer
tos, heridos, etc., todo eso parecía haberse borrado de pronto
como por una mano invisible. _ _ . .
Sólo aquellas palabras lapidarias, brillaban a nn vista
con fulgor siniestro.
Florencio Sánchez había muerto. Había enmudecido
para siempre aquel espíritu lleno de luz y de harmonia. E
muchacho bueno y genial, el amigo y camarada, de tantas
andanzas bohemias y de idealismos luminosos, se había pai-
tido hacia la sombra y el silencio...
Y comprendí que todos aquellos muertos y que _ toda
aquella sangre derramada, en la estéril lucha civil, no
significaban sino bien poca cosa, ante esa otta muerte,
frente a la Eternidad. .
Y no sé si fué el vapor de una lagrima llorada para
adentro, sobre mi silencio interior: pero lo cierto es que
mis ojos, vieron menos luz en el ambiente, al volver a
abrirse sobre las perspectivas de la ciudad impasible, V
era como si la sombra de aquel gran muerto se estuviese
proyectando sobre el alma de la tierra solariega...
>3
Radicalismo reaccionario
Profundo disgusto y sorpresa, lian traído a la opinión
general de la República los últimos actos del Gobernador de
Córdoba, que parecen inspirados en el espíritu ultra-montano
de las épocas del coloniaje áspero e intransigente. Hace pocos
días era la supresión del estudio del desnudo en la Acade
mia de Bellas Artes de la docta ciudad; criterio de vieja bea
ta o de rústico sacristán de aldea.
El espíritu amplio y comprensivo que caracteriza a nues
tro pueblo, no ha tolerado nunca esa estrechez de miras, y
menos en los actuales tiempos. El Gobernador Loza quiere
singularizarse sin duda con su pudibundez excesiva. Quiere
ponerle hoja de parra, al arte, que es hijo de Dios, porque es
creación divina. . .
Ahora niega un teatro para conferencias socialistas, a
cargo de diputados de esc partido, y funda su negativa en
una carta que por los peregrinos conceptos que contiene sobre
libertad de pensar y derecho de reunión, merece pasar a la his
toria como documento inapreciable.
Cualquiera que sea la opinión que pudieran merecer al
doctor Loza las ideas de los conferenciantes, no debió olvidar
nunca que la libertad de pensamiento, es una de las más gran
des conquistas del progreso civil y que en una República mo
derna y liberal como la nuestra, constituyen gratuitas ofen
sas a la dignidad nacional, esas intemperancias reaccionarias
dignas de los peores tiempos del antiguo régimen.
El partido radical a la sombra de cuya bandera gobier
na el doctor Loza., está compuesto por elementos liberales en
su gran mayoría, y éstos no pueden apoyar ni aprobar, segu
ramente, la orientación política que quiere dar a su gobierno
con vistaá a la sacristía.
Los elementos clericales o ultramontanos que han venido
al radicalismo para hacerse de plataforma política en el par
tido, desvirtúan los principios que le dieron vida, bastardean
sus tradiciones revolucionarias, y tienden a malograr el titánico
esfuerzo cívico que le dió la victoria, sancionada por voluntad
soberana de la nación.
Radicalismo, por definición y por razón de ser, no puede
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significar jamás retrogradación, ni ultramontanismo...
Radicalismo como aspiración popular, y como nueva
orientación de gobierno, es una cosa bien distinta del interés
o la esperanza de una clase que constituye la más cerrada y
repudiable de las oligarquías.
Si como artistas protestamos con todas nuestras energías
contra la malhadada supresión del desnudo en la enseñanza
oficial de las Bellas Artes, como libre pensadores! protestamos
aún más enérgicamente contra la disposición de limitar el de
recho de reunión y restringir la libertad de pensamiento.
Es un lugar común de la ciencia y la experiencia, aque
llo de que las ideas han de combatirse con las ideas. El doc
tor Loza puede tener como ciudadano las opiniones políticas o
religiosas que le venga en gana, pero como gobernante ha de
sujetarse a los preceptos constitucionales, y como gobernante
a nombre de un partido popular que marcha al ritmo de las
nuevas tendencias y los nuevos tiempos, no puede hacer pe
sar en sus resoluciones, sus preferencias personales en favor
de doctrinas repudiadas por el pueblo, asumiendo beligerancia
en interés de una clase que se ha opuesto siempre a las más
justas reivindicaciones civiles.
Hay ciertas líneas fundamentales de gobierno que un
político del día, no puede torcer sin peligro. Ya ni aun en las
sociedades más rancias e involucionadas se gobierna hoy con
palmeta y catecismo.
El pueblo ha dejado de ser niño, señor gobernador... y
no es posible que sea excepción de la regla, ese simpático pue
blo de Córdoba, que tanto ha sufrido y sigue sufriendo bajo
el predominio de una casta intelectual cuya cultura huele a
seminario; no tan inteligentemente intelectual, desde que no
comprende que han cambiado las ideas y los tiempos...
Si en todos los círculos artísticos y agrupaciones de hom
bres libres, han caído como bombas, las últimas disposiciones
del gobernador cordobés, no ha sido menos el disgusto en el
seno de los radicales que no pueden solidarizarse con esa frac
ción retardataria, rama sobreviviente desprendida del árbol ve
tusto del antiguo régimen que quiere retoñar ingertado en el
radicalismo.
Angel Falco
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La bohemia de entonces
Entre los poetas de aquella luminosa bohemia intelectual que
hizo su época en ambas márgenes del Plata, no fue por cierto
quien menos sintió la desaparición de Florencio Sánchez, aquel
otro espíritu pleclaro y doloroso, que hizo luz y harmonía de su
dolor: aquel buen muchacho poeta, que se llamó Evaristo Carriego,
que también se fué por la oscura senda... Miramos a nues
tro alrededor y sólo vemos vacío y sombras. L,a muerte ha deja
do los girones de su manto, al pasar por nuestra juventud, oscu
reciendo repetidas veces, los senderos encantados de la edad flo
rida. ¿Qué se hicieron aquellos bravos camaradas romancescos
que tan bien supieron vivir en poesía bajo la augusta advocación
de la belleza? Aquí y allá, han caído en el silencio, unos enton
ces, otros después, todos en este último lustro de tragedia, tan
aciago para las bellas letras rioplatenses: Julio Herrera y Reissig,
el infortunado apolonida que inició la marcha triunfal hacia la
sombra; Florencio Sánchez, cuyo nombre es un lema, el más pro
pio para bautizar un destino; Rafael Barret, el Guyau de Améri
ca, poeta filósofo nuestro, tan profundo a fuerza de ahondar en
su propio dolor; Diego Fernández Espiro, el sonetista claro e im
pecable, con arrestos de andante caballero; Delmira Agustini la
gran poetisa del Uruguay, la intraducibie Safo, cuya diadema de
pámpanos, floreció en las rosas de sangre y de fuego de la tra
gedia; la mujer que ha escrito los mejores versos, en el habla de
Castilla, desde el tiempo de Cervantes; Evaristo Carriego, el tro
vador de las cosas y de las almas humildes, que vivió en la qui
mera y el infortunio; Antonio Monteavaro, novelista excepcional,
que escribió con su propia vida, la más dolorosa novela y murió
enfermo de miseria, de neurosis y de ideal; Bernardo Berro, gran
de espíritu malogrado en la prensa de estrecheces aldeanas; Leon
cio Lasso de la Vega, bohemio romántico, Quijote lleno de nobles
rebeldías, lírico paladín de los desheredados, en cuya alma, abier
ta a todas las generosidades, se cuajaba en luz la leyenda de bra
vura, que fué blasón de sus abuelos esclarecidos y, luego,
cerrando la teoría fatal, aquel que fué maestro entre todos los hi
jos de la lira, aquel que presidió por derecho divino en nombre
de Nuestro Señor Homero, todas las fiestas rituales en las litur
gias del canto: ¡Rubén Darío! Y no nos detenemos sino en aque
llos que estuvieron más cerca de nuestro corazón. Parece que un
destino irreparable acompañara como una sombra el paso de los
peregrinos del Sol...
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¡Sí! La muerte es la Hermana Auxiliadora de la Gloria, y el
infortunio es la ineludible senda. El canto atrae sobre los inge
nuos ruiseñores, la atención del cazador en acecho... I.o cierto
es que Pan lia muerto para siempre en el mundo, y que en
este subalterno vivir contemporáneo, parece ser que el canto ya
no fuese grato a los dioses, un tiempo amigos de los poetas. He
aquí el bellísimo soneto que inspiró a Carriego la muerte de Flo
rencio. Una honda emoción irrumpe de cada verso, que parece
caer con ritmo de lágrima harmoniosa. Habla al amigo muerto,
cantándole la desolación de los camaradas vivos y el duelo de
Catita, la dulce compañera enlutada para siempre... y pide a
Jesús, que le cierre los ojps para que no vea el horror de la muer
te y el vacío de la Eternidad...
Canillita
A los manes de Florencio Sánchez
¡Siempre el mismo! Ingrato... ¿Te parece poco
que jamás volvamos a encontrar tus huellas?
Si nunca hallaremos romero más loco...
¡Qué cosas las tuyas! Irte a las estrellas...
No mereces casi que así te lloremos
¡Irte á las estrellas!... ¡Adiós, canillita!
Siempre, siempre ¿sabes? te reprocharemos
que hayas dejado tan sola a Catita.
Por ella, su pobre pajarito bueno,
bésale en los ojos, Jesús Nazareno
que estás en la cruz,
por ella que ahora se queda más triste,
que todos los tristes que en el mundo viste,
ciérrale los negros ojazos sin luz.
Evaristo Carriego
17
“Los Muertos”
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DIBUJO DE CABRAL.
Un juicio chileno
Reproducimos a continuación el sesudo estudio sobre la política
argentina y la personalidad dei Presidente Irigoyen.
Su autor es un eminente escritor chileno, de gran nombradfa
americana, que en la actualidad ocupa brillantemente una banca en
la alta cámara de su patria.
Escribe en el autorizado diario «El Mercurio», ocultándose bajo
el seudónimo de Julián World, que respetamos.
Asuntos americanos
La asunción de la Presidencia argentina por el doctor Hipólito Iri
goyen. — Dos lineas de su silueta moral. — Perspectivas del radi
calismo como partido de gobierno. — ¿Qué va a ser de los par
tidos conservadores. — Posible mutación de la política argentina.
En el proceso de la política interna argentina, el día de hoy marca
un cambio de frente absoluto y trascendental en las tendencias del Go
bierno de la República: entra al ejercicio del poder público el partido
radical y pasan a la oposición los partidos conser\ adores, que gober
naron al país durante algunas decenas do años.
Para formarse un concepto cabal de lo que significa esta muta
ción en la política casera del país vecino y amigo, es indispensable
recordar la inflexibilidad del radicalismo argentino en las actitudes
hieráticas que lo llevaron a la reivindicación armada de 1890, a las
empresas revolucionarias posFerióres y, por último, a la abstención
electoral que terminó hace un par de años solamente y que era, en el
fondo, una confirmación rotunda de su airada o irreductible protesta.
Para esos radicales no ha habido concomitancia posible con las
fuerzas políticas que han gobernado la República bajo la dirección de
Mitre, Roca, Luis Sáenz Peña, Uriburu, Pellegrini, Juárez Celman,
Quintana, Figueroa Alcorta, De' la Plaza, etc. Tal vez no transigieron
en su hora ni con el propio doctor Roque Sáenz Peña, que instituyó
¡a libertad electoral. Para esos radicales, tan detestable ora el régimen
conservador como inaceptable el programa y los hombres del socia
lismo. La República, según ellos, no podía ser gobernada sino por el
radicalismo, que proclamaba la necesidad vital de restaurar la verdad
institucional, desconocida por el dospotismo conservador; reorganizar
todos los servicios públicos, maleados por el exclusivismo de ese régi
men; acabar con los Gobiernos de horca y cuchillo que oprimían las
provincias, por obra y gracia de la complicidad o tolerancia del Go
bierno federal, que, a su vez, se sostenía en los gobiernos provinciales;
e implantar decididamente el Gobierno del pueblo por y para el pue
blo, mediante el ejercicio irrestricto del derecho de sufragio.
Como teoría, este programa involucraba una panacea; y de ahí
que él haya gastado el privilegio de despertar entusiasmos inconteni
bles y atraer prosélitos a millares. Todo ciudadano que se embarcaba
en la góndola de los ensueños políticos temeroso del canal de Orfano,
y ge hacía sacerdote de cierto lirismo republicano aristocrático, y se
desposaba con la esperanza de una vasta reforma, y contra algo de lo
existente se quejaba, y en lo existente veía la barrera que se oponía
a la conquista del mañana, todo ciudadano, repito, que nacía a la vida
pública sin vinculaciones con las viejas jefaturas de los partidos con
servadores o sin participación en los poderíos de los feudalismos pro
vineiales, o sin tendencias a la acción niveladora del socialismo, se hacía
opositor a los gobiernos de aquella cepa y a la atracción de esta otra
r8
19
fuerza, y buscaba la sombra del pendón radical, que cobijaba a todos
cuantos quisiesen emprender cruzada contra el régimen imperante.
He dicho en otra ocasión que el radicalismo argentino es un con
glomerado indefinible, pues en él participan hombres de todos los
credos políticos imaginables. Hoy me mantengo en esa opinión. El par
tido radical argentino no es un partido político, carece de programa
doctrinario y hoy, en los días mismos en que escribo, no tiene ya esa
fuerza centrífuga que le permitió, cuando era ariete de combate, para
embestir y triunfar, mantener la cohesión de sus elementos componen
tes. En la oposición, el radicalismo tenía una meta: conquistar el
poder, a la buena o a la mala. En el Gobierno, debería tener un pro
grama doctrinario al cual subordinar su acción; y no lo tiene, pues eso
de restaurar la verdad institucional es una bella música que cada cual
la entiende a su manera y que no basta a satisfacer las esperanzas
de millares de soñadores y de muchos millares de aspirantes a cual
quiera cosa.
En brazos de esto partido llega hoy a la Presidencia de la nación
argentina el doctor Hipólito Irigoyen, la personalidad más compleja
del mundo político de su país. El doctor Irigoyen, sucesor de Leandro
N. Alem y Aristóbulo del Valle en Fa jefatura de la Unión Cívica Ra
dical, es algo así como una condensación de todas las fuerzas psíquicas
que constituyen la energía, el orgullo, la mentalidad, el sentimiento y
el misterio de esos hombres raros predestinados a dirigir y dominar
multitudes. Se lo creyera un Moisés, un Mahoma, un Cronwell. Puri
tano e inflexible. Enérgico hasta lo indomable. En su orgullo de cima,
es sencillo hasta la, humildad. Honrado hasta la incapacidad de una
transacción. Poseedor de un bagaje cultural que le da dominio sobre
todas las grandes cuestiones derivadas de las doctrinas que prefijan la
Constitución del Estado, la sociedad, la familia y el individuo. Severo
consigo mismo hasta el sacrificio. Tan soñador para amar el ideal como
obrero práctico para remover una montaña. Apóstol y patriarca. Fuerte
para la lucha diaria, porque sabe concentrar el vigor de su talento en
el dominio del todo, con la percepción analítica de las partes, poique
no conoce la debilidad sentimental con que se explican o justifican las
tolerancias y transigencias que disimulan las transgresiones del deber
y porque es dueño de esa rigidez catoniaua que no se quiebra ante nin
gún poder ni se debilita ante ninguna lágrima. Piensa mucho y obra
sin vacilaciones. A veces es una esfinge. Siempre o casi siempre cul
mina en él el verbo del silencio. En la Gran Revolución, hubiese estado
con los girondinos, por amor a los principios de libertad, igualdad y
fraternidad humanas, y si con aquellos hubiese actuado, probable fuera
que la historia no registrara las debilidades de la Gironda para guillo
tinar a Luis Capeto y no luchar con el triunvirato. El doctor Irigoyen
es un pensador republicano de musculatura de hierro, que no concede
atributo alguno al oportunismo.
Ser o no ser. Esta es mi divisa. O se gobierna respetando la ley
y el derecho, o se está en la oposición, tribuna o barricada. Para él
no hay términos medios.
En la entereza heroica de esta naturaleza inoral extraordinaria,
ha habido una sola debilidad: haber cedido a las presiones popularos
que le han colocado en la Presidencia de la nación. El no quería ser
Presidente. Resistió agriamente a las invitaciones de sus correligiona
rios. Rehusó la proclamación de su candidatura. Acaso se enfadó con
quienes desestimaron su resolución c impusieron la insistencia del par
tido en proclamarle candidato insubstituible. Pero, al fin, cedió. Ce
dieron el jefe y el soldado y calló el hombre. ¿Hizo bien? ¿hizo mal?..
A mi juicio — que bien poco vale, naturalmente — el Presidente
20
Irigoyen será inferior al ciudadano Irigoyen, por la sencilla razón de
que las cualidades del hombre son superiores a los pies forzados dol
puesto. Ese puesto es el ambiente que le es propio y dados los tiempos
y circunstancias que lo caracterizan, requiere estadistas de otras mo
dalidades y que tengan temperamentos más acomodaticiós. Si la puerta
de entrada es chica, por ella no pasan, sin curvarse, los cuerpos gran
des, que blasonan de inflexibilidad. Pequeño es el margen que la Pre
sidencia de nuestras Repúblicas deja al carácter irreductible de un
Jefe de Estado; y a mi entener, en ese margen no cabe la integridad
extraordinaria del doctor Irigoyen, quien tiene del deber un concepto
que, por lo rígido, pugna abiertamente con el sentido de la condescen
dencia, varilla mágica indispensable para manejar la casa de locos
de la política interna de nuestros países. Es muy posible que me equi
voque; pero tengo para mí que hay muchas probabilidades do que el
doctor Irigoyen, en uno de los días canieulosos de la política argen
tina, responda a la contrariedad que exaspera o al fracaso de que uno
no se responsabiliza, con el mismo gesto olímpico de Casimir Perier o
de Luis Sáonz Peña. ¿La razón? Puramente subjetiva.
El doctor Irigoyen llega a la Presidencia de su país como porso-
nero de un partido que ha luchado treinta años por la consecución del
poder. Su exaltación a esa cumbre, -no solamente no coincide con un
cambio total de la situación política, que debiera ser favorable a las
nuevas tendencias del Gobierno, sino que viene a contrariar la situación
imperante. En el Congreso federal, la mayoría corresponde a los adver
sarios del radicalismo; y la mayoría de Ioh gobiernos provinciales —
Buenos Aires, Mendoza, Santiago del Estero, Corrientes, San Juan,
Catamarca, Salta y Jujuy — pasa lista en la misma tendencia.
De otro punto de vista, se debe observar que el bloc radical em
pieza a romperse en los primeros ensayos de gobierno provincial. Ya
está roto en Santa Ee; y si son ciertas las informaciones de la prensa
diaria, de un momento a otro se romperá ruidosamente en Córdoba,
Entre Ríos y Tucumán, hasta el punto de que tal vez se haga necesa
ria la intervención del Gobierno Federal en más do una de esas pro
vincias. Y piénsese en que si esta intervención salva o repone la inte
gridad constitucional ,en cambio jamás evita los divorcios políticos
que la dieron origen, pues es consecuencia fatal del empleo de este
resorte institucional dejar en pos de sí la satisfacción de lo victoria,
en unos, y el roedor de la derrota, en otros. Los primeros, aplauden al
Gobierno federal; los segundos, lo condenan.
¿Podrá el Presidente Irigoyen satisfacer las aspiraciones idealis
tas o materiales del inmenso heterogéneo conglomerado radical que le
ha dado el triunfo, y que de él espera y en él confía con apasionamien
tos mesiánicos? Ni aunque el nuevo Jefe dol Estado dispusiese de todo
el poder público, fuera razonable esperar un éxito suyo tan conside
rable, pues que a tamaño suceso se opusiera la propia fisonomía multi
forme de los olementos componentes de la fuerza .política vencedora.
He dicho ya que el radicalismo argentino carece de programa doctrina
rio, y pienso que esta circunstancia va a constituir la causa primera de
las dificultades del partido en el Gobierno, pues_ aunque fuese un pro
grama eso de laborar por el respeto de la verdad institucional, ya se
verá de cuán diversas maneras y a través de cuán diferentes prismas
se van a apreciar y ver las instituciones y los procedimientos guber
nativos. La verdad es una, se dice; pero se olvida que cada quién f-e
juzga poseedor de ella.
Si el radicalismo tuviese objetivos definidos en la organización
política, económica, religiosa, etc., de la nación, se estuviera en lo justo
al suponerlo compacto y entusiasta cubriendo la guardia del Gobierno
y amparando el usufructo de su triunfo electora) último; pero, pri
vado de esos vínculos, de esa fuerza ofensiva y defensiva y de esos
estímulos con que se nutren los organismos combatientes, es de suyo
inevitable la rápida descompaginaeión de esa fuerza política, a medida
que la carencia de ideales colectivos vaya realzando en cada conciencia
radical los ideales propios sobre organización del Estado. Y como todos
ios que hoy se llaman radicales — en mérito de que asi calificó Alom
su intransigencia memorable — pertenecen a todas las escuelas imagi
nables en los órdenes político, religioso y económico, es evidente que
apenas se sobreponga en ellos la conciencia individual a la colectiva,
y quede de manifiesto la diversidad de aspiraciones y creencias, <d
partido perderá su cohesión y, por poco que se extreme la disparidad,
hasta su propia existencia, con tanto mayor motivo cuanto que ya se
ha obtenido la única finalidad en que se inspiró su formación.
Por otra parte, es de suponer que los partidos tradicionalistas o
conservadores, que todavía dominan en el Congreso y en la mayoría
de las provincias, querrán aprovechar la lección recibida y se organi
zarán en. un solo y verdadero partido doctrinario, con programa cate
górico di acción política y administrativa. Si esto ocurriese, el Go
bierno del doctor Irigoyen tendría a su frente una fuerza poderosa de
oposición, que limitaría la acción política del Ejecutivo hasta casi
anularla.
Si se supusiese en el doctor Irigoyen el temperamento de los dic
tadores, fuera do toda lógica imaginarse lo que sobrevendría en la
vida interna argentina, así en lo tocante a las relaciones del’prosidente
con su partido como en las del Ejecutivo Federal, con las Cámaras
Nacionales y los gobiernos provinciales. Pero, no habría antecedentes
que justificasen esa suposición, pues aun aceptando la efectividad do
la dictadura con que se dice ha obrado siempre el jefe radical en las
decisiones de su partido, es lo cierto que esta misma dictadura apli
cada al Gobierno de la República, contradeciría de un golpe de mazo
en forma definitiva y temeraria, toda la historia y toda la razón de
ser de Radicalismo argentino. Y el doctor Irigoyen no es de los hom
bres que se desdoblan en el oportunismo ni que se avienen a sacrificar
su personalidad.
Es en mérito de todos estos antecedentes que yo me atrevo a
insinuar Ja posibilidad de que antes de mucho tiempo el doctor Irigoyen
lamente el cuarto de hora en que se resolvió a aceptar la carga que
se le ha impuesto. Austero y puro, jamás transigirá con sus principios,
cualesquiera que fueren las exigencias de sus amigos y adeptos y las
conveniencias de su partido. Esclavo del deber, lo cumplirá fría e ine
xorablemente. Y si viera que no puede cumplirlo o que, cumpliéndolo
se va a quedar solitario en la alta roca de su orgullo cívico, — que no
lo hay mayor en la tierra del sol y de la espiga de oro — quien sabe
si, como Carlos V, cansado y decepcionado, no tira lejos la banda pre
sidencial, para refugiarse en el santuario de su conciencia implicable,
después de haber enriquecido el calendario de los Presidentes argenti
nos con un gran nombre, consagrado por las virtudes de una gran
vida.
Son condicionales estos insignificantes pesimismos, pues bien po
dría suceder que las circunstancias a venir fuesen propicias a agrada
bles sorpresas. Si el bloc radical no se rompiese, fuese por instinto de
conservación, fuese por efecto de una reorganización del partido, ba
sada en la adopción de un programa doctrinario; o si la oposición no
se organizase, y los grupos conservadores continuasen su progresiva
y casi inevitable disolución, a causa de que también les falta el nexo
doctrinario, en uno y en otro caso estaría asegurada la libertad de
22
acción del Presidente, en un amplísimo campo de iniciativas, tanto que
esa acción pudiera ir hasta provocar la quiebra definitiva de todas
las agrupaciones políticas argentinas — excepto la socialista — para
sobre las ruinas del pasado organizar un gran partido liberal, que,
de hecho, se colocaría entre los dos extremos naturales do las ideas
que flotan en el ambiente político argentino: el socialista y el abso
lutista o reaccionario.
¿Hay probabilidades apreciables de que se produzca esta transfor
mación sustancial? Sí la's hay. En el campo radical se cuentan hom
bres de todas las ideas, que jamás podrán agruparse bajo la sombra de
un sólo árbol doctrinario. Apenas surjan las ideas matrices constitu
yentes de un decálogo imperativo, sobrevendrán las controversias y
disidencias irremediables. Cada cordero buscará su aprisco; y unos irán
al redil liberal y otros al absolutista. En las filas conservadoras no
es menor la disparidad doctrinaria. Eos conservadores se habituaron
al personalismo. No han tenido otro norte que luchar por los fueros
de la autoridad y la conservación del orden público, obedeciendo antes
que a los principios a las atracciones de conductores autócratas o poco
menos. Hoy no se trata ya do combatir por esos ideales plenamente
realizados. Hoy no hay un sólo hombre conservador capaz de impo
nerse en la vida pública de su país con los atributos de un caudillo.
Hoy no existe una fuerza atractiva consagrada que sea capaz de unir
en un sólo bloc todos esos elementos políticos que otrora fueron el
sostén invencible del Gobierno federal y de los gobiernos provinciales.
Así lo ha demostrado la jornada electoral última. Los conservadores
no pudieron encontrar un nombre que los uniese n iuna doctrina que
les hiciese olvidar pequeños personalismos. El partido demócrata pro
gresista se fundó para esto, para ver de refundir en una sola agru
pación los círculos semi-autóctonos de las viejas oligarquías provincia
les. No lo obtuvo. Y, a lo que parece, ese partido ha muerto. ¿Tendría
mejor fortuna otra iniciativa de esta laya? No lo croo, porque falta
el hombre; y éste ya no se producirá, porque los semidioses conductores
de pueblos nacen del fragor de los combates y de la epopeya vence
dora del obstáculo grandioso, nunca de la gestación tranquila de una
democracia sana. ¿Huera raro entonces que el Presidente Irigoyen, en
un medio ambiente tan propicio a las más audaces innovaciones, diese
origen a la liquidación de estas fuerzas políticas heterogéneas, que ya
ne tienen razón de ser, o las forzase a organizarse doctrinariamente,
o auspiciase la constitución de nuevos grandes partidos, son unidad
de doctrina y acción?
Todo puede suceder; pero, como quiera que los hechos ocurran,
es lo cierto que una luz habrá en cualquiera sombra que los preceda
o suceda: la integridad sin mácula del Presidente Irigoyen; y una
consecuencia será punto menos que inevitable: la expansión vigorosa de
la cultura política argentina, que en la jornada de hoy expone uno de
sus más grandes triunfos: la coronación pacífica y radiante de un
proceso electoral tumultuoso que ha importado la derrota de los par
tidos de Gobierno y la victoria de una fuerza política que lucho
treinta años en la oposición.
Para responder dignamente a tamaño honor concedido por el
pueblo, el radicalismo necesitaba dar a la nación argentina un Pre
sidente como el doctor Hipólito Irigoyen.
Julián World
23
Notas y Noticias
La ley de residencia
y un gallardo gesto del Dr. Irigoyen
En el número pasado de esta revista, nuestro director escri
bía un artículo sobre las leyes de excepción y el nuevo régimen
abogando para que dichas leyes sean abolidas.
Deciase, en dicho alegato, que un obrero había sido deportado
en virtud de la ley de residencia, durante los primeros días del
nuevo gobierno. La especie fué recogida en los periódicos revo
lucionarios. A fuer de caballeros hemos de manifestar que no lle
gó a cumplirse la condena.
El doctor Irigoyen, llevado por su generosidad de alma y su
espíritu de justicia, apenas fué informado del asunto por el cita
do artículo, llamó al señor Jefe de Policía doctor Moreno, a fin
de que explicara lo sucedido. Dicho ilustrado funcionario mani
festó al señor Presidente de la Nación, que en efecto había un
obrero sobre quien pesaba la ley de deportación por su ingeren
cia en agitaciones libertarias, pero que al informarse de sus ante
cedentes de hombre bueno y honrado, no existiendo causa ni mo
tivo para el destierro, fué puesto inmediatamente en libertad. He
aquí la verdad de las cosas.
Confesándonos de nuestra ligereza, en dar como realidad lo
que sólo existió como intención, hemos de congratularnos por el
interés que merece al doctor Irigoyen nuestro «Proteo», auguran
do de paso, días mejores para el respeto de las libertades popu
lares y la tolerancia con las ideas nuevas bajo el nuevo régimen.
Conste así y nuestro agradecimiento.
El episodio
Una sorpresa de Florencio
El coronel Patiño, distinguidísimo jefe del ejercito uruguayo,
solía relatarnos interesantes anécdotas sobre la vida de Florencio
Sánchez de quien fué compañero en Roma, en ocasión de ha
llarse en calidad de agregado militar a la Legación del Uruguay
a cargo entonces de nuestro eximio colaborador, don Eduardo
Acevedo Díaz.
Florencio era muy despreocupado en cosas de dinero, tal co
mo cuadraba, a su alma bohemia. La reducida pensión que le de
cretara el gobierno uruguayo, no lograba resolverle el problema
24
de la vida, sino por una o dos semanas; las otras había que hacer
aquí libros y aguzar el ingenio. A nuestro gran bohemio lírico,
solían faltarme muy a menudo las liras...
En cierta ocasión, Florencio y el coronel Patino, detuviéronse
a refrescar en una de las pintorescas cantinas de los suburbios
de Roma, después de un nocturno paseo artístico a ti aves de la
urbe legendaria. A tiempo de pagar advierte Florencio que no le
alcanzaba el dinero, debiendo llegar en auxilio su compañero, ago
tando las liras que le restaban.
Salen, y como ya el tiempo se había puesto algo cargado, se
decide tomar un coche a fin de dejar a Florencio en su hotel.
En el viaje nuestro ilustre bohemio se queda profundamente dor
mido. Llegados al hotel, a horas muy entradas de la noche, con-
téstanle, que ese señor durmiente ya no vivía allí, desde dos días,
a causa de ciertas diferencias con el gerente, en la cuestión del
pago. No hubo forma de arreglo, ni siquiera momentáneo; el co
che volvió a desandar el camino con el durmiente, y el compañero
que se desvelaba, por encontrar solución al asunto, no teniendo
para pagar al cochero e imposibilitado de llegarse a su domicilio,
por razones fáciles de explicar. Decide entonces practicar una
exploración en las ropas de Sánchez en busca de hipotético bi
llete olvidado, conociendo el carácter despreocupado de su cama-
rada. En efecto, en el fondo de un bolsillo, estrujado y viejo, halló
un billete de ioo liras, una fortuna. Pagó al cochero y dejó a
Florencio en un hotel confortable, encargando a la gerencia que
entregasen al mismo el vuelto de esa suma, (más de 90 liras), al
despertarse.
Al día siguiente vióse llegar a Florencio a la Legación del
Uruguay, donde ya se encontraba el coronel Patiño.
—Venía con aire extramente alegre.
—¿Qué cosas pasan en Roma,—comienza.
—¿Recuerda Vd. amigo Patiño, que anoche al separarnos yo
no tenía ni una mísera lira en el bolsillo?.. Pues vea lo que me
sucede. Me recuerdo hoy, en una lujosa habitación de un hotel
desconocido; apenas repuesto de la sorpresa, me visto y trato de
salir, eludiendo las miradas de los empleados, a fin de evitar lo
que lo me veia venir. . . A punto de salir a la calle, oigo que me
chistan con insistencia, apresuro el paso, casi corriendo, hasta
que un empleado me alcanza en la disimulada fuga.—¡Excelenza!. ••
Excelenza!... ¡Tome Vd. su dinero! Y me entrega, 94 liras en fla
mantes billetes. Yo tomo una actitud de circunstancias, embolso
el dinero y salgo. ¡Parece cosa de cuento!
¡Las sorpresas que tiene Roma!
25
Teatros
La Fiesta del teatro nacional
En el Coliseo
Esta tarde se realizará en el Coliseo la matinée de gala or
ganizada por la Asociación de la crítica en honor de La Fiesta
del teatro nacional.
He aquí el interesante programa que se desarrollará: «El hijo
del coronel», sainete de Carlos María Pacheco, por la compañía
Vittone-Pomar; «Las víboras», comedia de Rodolfo González Pa
checo, por la compañía Muiño-Alippi; «El vuelo nupcial», original
del doctor César Iglesias Paz, por la compañía Pagano (primer
acto); «24 Horas dictador», drama de Enrique García Velloso, por
la campañía Parravicini-Rico-Podestá (segundo acto); y el primer
acto de «El movimiento continuo», original de los Sres. Armando
Discepolo y Rafael de Rosa, por la compañía Casaux.
La Sra. Membrives, la Srta. Berntti y el dúo criollo Gardel-
Rezzano prestarán también su concurso.
Un jurado compuesto por los Sres. Ricardo Rojas, Martiniano
Leguizamón, Juan Pablo Echagüe y Mario Bravo, tendrá a su cargo
la adjudicación de los premios respectivos.
Como nota novedosa el público tendrá voto en el torneo y
será considerado como miembro del jurado.
Auguramos un éxito completo al original espectáculo.
Pequeños comentarios
El vellocino de oro
La famosa leyenda helénica del vellocino de oro puede adap
tarse, con perdón de Júpiter, al ambiente contemporáneo. En
nuestra época, propicia a esta suerte de juegos, nadie se alarmará.
Y mucho menos ahora que ha sido substituido el robo descarado
de argumentos teatrales por la adaptación. Constituye esto un
medio de ganarse la vida como otro cualquiera. Se nos antoja
también que no es mejor ni peor que los demás medios en boga ..
Hecha la salvedad adaptamos la fábula griega.
El célebre nauta Jasón, era hijo del rey de Tesalia. Cordero,
nuevo Jasón, aunque no desciende de real estirpe, se siente más
Jasón que Jasón mismísimo.
Bueno.
Si Cordero es Jasón ¿por qué el escenario del Victoria no
26
puede ser la nave Argos? ¿Acaso no nos es permitido todo en
materia de adaptación? Y ya en abierto tren de adaptadores trans
formamos a los actores de la compañía en argonautas y a Don
juan Tenorio en vellocino de oro. Suprimimos el dragón que
defiende al vellocino de marras, porque de meterlo en danza, por
más moderno que el dragón fuera, no permitiría, sin duda, el he
cho artístico que comete Jasón Cordero.
Una encina y un bosque de bambalinas, ajústanse perfecta
mente a la encina y al bosque de la Cólquida, En cuanto al
público ¿no es el más indicado para personificar a Medea la ser
vicial princesa enamorada de Jasón con cuya ayuda consiguió
éste su heroico propósito ?
Bien dice Cordero:—Satisfecho estoy con que el público “me
dea” para vivir hasta la próxima temporada.
Cordero, que en años anteriores fuera proclamado Cristo au
téntico, ha sido, en el que corremos, consagrado 1 cnorio único.
Nadie sino él tuvo el suficiente valor de emprenderla con
Don Juan. Ni los exhaustos cómicos de provincias, ni aquellos
de las continuas veladas artísticas en artísticos cafés.
¡Nadie! ¡Nadie! Solamente Cordero atrevióse.
Debido a la falta de competencia en tenorilcs cuestiones, un
regular público acude a presenciar el magno acontecimiento.
Público cursi, público de niñas sentimentaloides, de galan-
cillos imberbes que se sienten Don Juanes hechos y derechos, de
opulentas mamás que buscan colocación para la femenina prole
entre tanto Don Juan incipiente que, dicho sea de paso, no las
van con bromas de tal calibre, público de horteras y de portugue
ses desocupados, amigotes siempre de la democrática gorra... pero
público al fin y al cabo.
Es justo dejar constancia que también influye en la afluencia
del heterógeno conjunto, la baratura de los precios fijados por
la empresa apesar de la carencia de competidores.
Por eso es de ver el gesto con que el terrestre nauta declama
aquello de:
«No os podéis quejar de mí
vosotros a quien maté». (*)
Si uno sesenta os quité
arte purísimo os di.
Los dos últimos versos—menos mal—los declama «in pectore».
Así nos lo contó la Soledad ( 2 ) rogándonos guardáramos el secreto.
Queda complacida.
Y es de verlo asimismo en la redondilla que sigue:
(') En í 1.60 ra/n. c/1.
p) Con S mayúscula.
2 7
«Magnífica es en verdad
la idea de tal panteón (*)
y... siento que el corazón
me halaga esta soledad». ( 4 )
Nos halagaría mucho más que le halagase la Soledad, (con S
mayúscula), en la soledad, (con s minúscula), de su apacible retiro.
El arte, y a los que mató en uno y sesenta, le estarían agradecidos
en extremo.
Lo mismo nosotros que nos hubiéramos ahorrado estas líneas ..
Arcades ambo
Un buen muchacho que suele visitarnos a menudo entró, días
pasados, con harta violencia en nuestra redacción y, sin siquiera
saludarnos, nos dijo:
—¿Ignoran Vds. la hecatómbica novedad?
—La ignoramos en absoluto. ¿De qué se trata?
—Se trata de que Fontanella arde en ira contra Vds.
—¿Fontanella?... ¿Fontanella?... ¿Cuál Fontanella?
—Agustín, el autor de «Federación».
Nos pusimos de pie en homenaje a... nuestras entumecidas
piernas por la falta de ejercicio.
—Pues sí:—continuó—arde en ira, en santa ira, según él,
—Déjelo que arda. Como el fénix renacerá de sus propias cenizas.
—Me extraña sobremanera que tomen a broma una ira santa.
—¿Y por qué motivo se siente el augusto Agustín túnica de Meso?...
—Porque su Genio no admite comparaciones con el Genio del
Pontífice Máximo de la Criolla Talía: (léase Belisario). «Mi Genio
—afirmóme trémulo Agustín F'ederación Fontanella — no puede
compararse con Genio alguno por más Genio que sea, y mucho
menos con Belisario. Es menester les exija a sus amigos una
rectificación'!).
—Entonces, corra y dígale que, ante tan perentoria exigencia,
nos ratificamos gustosos.
(») El Victoria.
(*) Con ■ minúscula.
28
Bibliografía
La poesía campera, demasiado sencilla e inocente para adaptarse
a las nuevas orientaciones estéticas, parecía agonizar entre nosotros,
desde que el colono se mezclara al gaucho, y desde que los pantalones
y el sombrero a lo cow-boy suplantaron al chambergo legendario y al
chiripá con calzoncillo “cribao”.
Después de las notas perdurables de Estanislao del Campo y de
Hernández, ya no se produjo en ese estilo cosa de verdadero valor.
La guitarra de Santos Vega y de Martín Fierro, pasó en herencia a
los payadores del suburbio cosmopolita; otros sentimientos y otras
modalidades inspiraron los otros cantos diversos.
El teatro contribuyó a inferiorizar el género, por obra y gracia
de autores y de cómicos de pacotilla.
Tanto se plebeyizó el gaucho, que ya basta su presencia en el
escenario, para alejar toda emoción de arte noble y verdadero. Se
necesitaría un espíritu genial de dramaturgo, para reivindicar teatral-
mente al gaucho nuestro, tan sobado y manoseado en beneficio de
cursilerías subalternas y de enfermizos pasatiempos. Y a la verdad
que no vemos al Elegido, entre los de la farándula de paso.
Sin embargo, el gaucho, en su ambiente claro y pintoresco, es
un tipo lleno de idealidad, apto para dar vida a toda clase de creación
artística. Tiene la frescura de su alma virgen y la sugestión de su
misterio aun irrevelado. Tiene la historia y la leyenda, como fondo
luminoso donde destacar su figura inconfundible. La tragedia heroica,
el prestigio de la epopeya bárbara en que fué protagonista ilustran
con resplandores rojos el relieve excepcional de su perfil de medalla,
acuñada en troquel de sangre y de fuego, sobre la visión fugitiva de
los siglos.
Bastaría un soplo de genio, para animarlo como un símbolo vivo
en nuestros escenarios, rehabilitándolo estéticamente y devolviéndole
sus viejos prestigios marchitos, como cuadrara a quien fué tronco de
la estirpe, y héroe de nuestra epopeya libertadora.
En la otra orilla del Plata, se ha conservado mejor la tradición
campera, frente al irresistible avance cosmopolitano. Todavía hay
calandrias y boyeros en el monte charrúa; todavía los gorriones im
portados no han hecho callar a los chingólos del solar aborigen.
De cuando en cuando algún son de guitarra genuinamente nuestra,
sin acompañamiento de acordeón chacarero, surje en la paz campe
sina, haciendo sentir los viejos recuerdos criollos y el encanto de las
cosas que se van de nuestro ambiente y de nuestras almas. Y son
gemidos de bordona que dice todo el poema de la tristeza pampeana y
que es como una lágrima sonora de la raza vencida.
Hace algunos años se publicaba en Montevideo una revista criolla
que hizo época en las letras del Plata. Se llamaba “El Fogón”. Al
calorcito de sus llamas propicias, hacían rueda los trovadores de más
pura cepa criolla que han encarnado en el alma del paisanaje riopla-
tense. Los De María, Kegules, Trelles, Moratorio, etc., de la Banda
orienta] y los Leguizamón y Coronado de la Banda argentina, soste
nían la pintoresca y noble justa lírica en la cordialidad del mismo ideal
y del eomún afecto por la raza romántica que supo hacer florecer
sobre los rudos encinares del solar patricio, las madreselvas de sus
bellos idealismos, la flor de trébol de las vidalitas y las flores de
ceibo de sus estilos, llenos de nostalgias sensuales y de recuerdos
heroicos.
2 9
El auditorio de los buenos criollos de aquel fogón legendario, se
entusiasmó muchas veces con las memorables payadas del Viejo Pan
cho y de Calixto el Ñato, tan fecundas en sus clásicos decires, de sano
humorismo agreste y de ingenio campesino.
De ese tiempo y de esa pléyade fué el Viejo Pancho, criollazo
de buena ley que tiene su querencia allá por los pagos del Tala, do
minios ‘ ‘ canarios ’ ’ que fueron un día del famoso ‘ ‘ Don Melitón ’ ge
neral analfabeto, muñeca electoral tan temible como lo fuera su lanza
en los viejos entreveros gauchos.
Allí empezó a destacarse el Viejo Pancho, hombreándose desde
muy joven con los más duros y mentados en el oficio lírico. Sus pro
ducciones sencillas y expontâneas como el alma misma del paisano, sin
vueltas ni trastiendas, llamaron desde entonces la atención de los
“dotores” y el entusiasmo del criollaje.
Ahora el viejo cantor nos envía un libro con una amable dedi
catoria que nos enorgulleciera si no nos sonrojara, “Al inspiradísimo
poeta, autor de “La Leyenda del Patriarca”, con verdadera humildad
intelectual y devoción sincera”. ¡Criollazo hasta en eso el Viejo Pan
cho! Su humildad paisana es orgullo; tiene el sabor de la gentileza
hidalga del gaucho que se entrega en una frase, sabiendo todo lo que
da en la grandeza de la ofrenda. Porque a ningún cantor pueblero,
tiene por qué ceder en nada este gran poeta del campo. Los más
grandes creadores de poesía, desde los aedas bíblicos, al Ciego de Me-
lesígenes, y al Dante y a Cervantes, fueron almas sencillas y sin com
plicaciones, almas con vastedad de océano y de pampa. . .
Entre los buenos cultores del verso campesino, Don José A. Tre-
lles, el Viejo Pancho, se singulariza por la novedad de la forma, y la
profundidad del concepto, que sigue siempre fiel a las modalidades
de la vida agreste, de la cual es su alma una exacta condensación
sonora. Los nuevos ritmos que ha sabido descubrir dan a su lirismo
una expresión inconfundible. Casiano Monegal, un joven escritor de
gran talento que poetiza y sueña desde su lejana villa de Meló, ha
bautizado cabalmente al Viejo Pancho llamándole “nuestro Vicente
Medina”, agregando que “os el que ha sondado mejor en el alma
gaucha, expresando en versos perdurables las pasiones bravias, los
dolores y las ternuras de nuestras Julietas y de nuestros Romeos
criollos ’ ’.
Efectivamente: la lectura de “Paja brava”, que así se titula el
libro, nos deja la sensación de asistir al advenimiento glorioso de un
gran poeta campesino, muy de la tierra y muy de la raza.
Todos los ritmos y todas las formas poéticas florecen en este har
monioso carmen que huele a terruño nuestro; y todas esas formas son
tratadas por el poeta con perfección no sospechada. Hay que notar
que el lenguaje usado por el Viejo Pancho os castizo y genuino de
los criollos de sus pagos, denominados “canarios” por ser de este
origen sus primeros pobladores.
Entremos a la querencia: “la portera está abierta”, según nos
lo avisa el dueño; “Supongo tendrás majada y no te repugnará el
áspero vaho de aprisco, si te acucia el deseo de ver mi hacienda;
criolla toda, lector, sin otra mestización que la que puede haber re
sultado de algún vitando descuido debido a mi inopia. Criolla, y por
liviana, desdeñada de saladeros y frigoríficos, vale decir, do Ateneos
y Bibliotecas”. Así dice en el prefacio, con exacto simbolismo cam
pero el amable patrón... Véase este delicioso cuadrito:
“Dóranse los trigales a un Sol que quema
V agitando sus alas, las segadoras,
Largan en los rastrojos atáos de paja
Que han de mascar más tarde las triyadoras.
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Con el gacho e viruta sobre loa ojos
Mont&os en mancarrones que por sotretaa
Ni sombra son de aquoyos que beyaquiaban
Al sentir las yoronas en las paletas.
Van cruzando las chacras, jediendo a gofio,
Cortáo el pelo a rape y en zapatiyas
Los nietos do los gauchos de vincha y lazo,
— Juertes como los talas y coroniyas. —
Que cuando estas quebradas no habían sentido
Más aráo que la trompa de los peludos,
Se golpeaban la boca putiando alcaldes
(jinetes en baguales de los más crudos.
A la puerta e los ranchos, cuando eyos pasan
Salen las paisanitas de la ticrruca
Que se enseban la cara pa echarse polvos
Y se añudan el pelo sobre la nuca.
Y “balan” vidalitas, en la acordeana,
Y relinchan, al ráirse como potrancas,
Y al andar, van diciendo de razas finas
Po el tamaño e los senos y de las ancas.
¡ Y son también las nietas de aqueyas chinas
De ojos como no hubo otros, lindas y esbeltas,
Que al morir de las tardes, todas de blanco
Y adornadas con flores las trenzas sueltas,
Iban desde los ranchos hasta el palenque,
A esperar a los crioyos de entrañas duras,
Que eran pa lus chiruzas de sus amores,
Suaves como la grasa de las “achuras”...
Nada más exacto y expresivo de la vida silvestre, y su evolución
en el espíritu y las costumbres, evolución que no deja de causar dis
gusto al criollo matrero que sigue cantando:
“Me retiro; no hay que ver,
Al ñudo son sus halagos,
Estos ya no son mis pagos
Los pagos que dejé ayer.
Ansiaba amigo, volver
Pa ver mis viejas taperas,
Y me hayo con puras eras
Y puras tierras aradas
Y paisanas remangadas
Cuidando las sementeras.
Los que jueron gramiyales,
Que daban gusto a los ojos,
Se han convertío en rastrojos
Tuitos yenos de abrojales.
No hay mangueras ni corrales
Pero no falta el chiquero
Ni el galpón ni el gayinero
Ni siyas en las cocinas,
Porque ¡ahijuna! hasta las chinas
Cambiaron de asentadero.
¿Chinas dije? pues reculo
La expresión; áura el hembraje
Ha cambiao hasta el pelaje
Con ladino disimulo,
i Compañero 1 hay cada rulol
¡Cada frente de cuajada!
Cada mejiya rosada
Como pintada por Dios
Con carmín, polvos de arroz,
Y sebo de riñonada!...
Nada ja volar, a volarI
Ni estos mis pagos han sido
Ni el que como yo los vido
Los golverá a recordar.
Voy ande pueda pulpiar
Y amañar un redomón,
Ande alegren un fogón
Gauchos que digan primores,
Y hembras que enviden amores
▲1 cebar un cimarrón!
3 1
Aqui ia relación amorosa a la china arisca, en buen romance, de
genuino sabor criollo, lleno de humorismo y de picardía:
“China; espérame a las once:
A esa hora no nos ve naides,
Porque están negras las noches
Como sotanas de fraire.
Dejate de andar zonciando
Con la vieja y con tu padre,
Que, últimamente es al ñudo
Esconder lo que eyos saben,
i Mira, quién, china, tu vieja
Pá uo cazarlu en el aire!
Eya, que fué p'al amor
Como Rivera p’al sableI
Luego en todos los metros y los ritmos, el eterno poema de amor
sensual sentido con todo el fuego del alma campesina. Luego la eterna
tragedia gaucha; la visión sangrienta del cuchillo que deshace agravios:
“Era pó aquí mesmito...
De aquel láo la manguera. . .
El rancho... la cocina
Y aura |ni güeyas quedan I
Ni raíces del ombú que daba sombra
Al palenque de troncos de palmeral
Ayí, de un tajo bárbaro
Le abrí en dos la cabeza,
Y sin decir palabra
Dejó caer la osamenta. . .
¡l r era gaucho guapazo el comisario,
Y r matador sin hiel, según las mentas!
Salí.. . monté a cabayo
Y enderecé a la sierra
xinde anida el carancho
Y los zorros acechan.
Ande haciendo de juez, el espiniyo
Lo desnuda al matrero y lo atormentai
De los años que se iban
No yevaba ni cuenta,
Pero ya era yo viejo
Destabáo y sin juerzas,
Cuando al caer de una tarde, las barrancas
Repitieron los ecos de la guerra!
Coroné la cuchiya
Y en el plan de la sierra
Yide en colunas vivas
Como grandes culebras
Agitarse entre ponchos y entre lanzas
Los invencibles gauchos do mi tierra I
¿Qué divisa yevaban?
¡Ni me fijó siquiera!
Sentí fuego en los ojos
Respiré vida nueva.
Y gozando el placer del entrevero
Enderecé al montón a media rienda.
Tuitos éramos unos,
Y en rabiosas peleas
Empapamos en sangre
La idolatrada tierra.. .
Hasta que un día, acomodóos los grandes,
De la patria infeliz, tuvieron pena
Dígase si no es esto hermoso y elocuente en la expresión del ins
tinto combativo que aun vive en el alma del gauchaje semibárbaro.
En cuanto a nosotros, podemos afirmar que no hallamos nada mejor
en todo nuestro romancero pampeano.
El amor a la tierra, irrumpe de pronto en el corazón del trovero
errante, ya con los sones de la dulce vidalita de pura estirpe indígena:
“Mi patria y lo gloria
Yidalitá,
Se hicieron amigas,
Porque fué esta tierra
32
Vidalitá,
La cuna de Artigas.
Ya en el grave y harmonioso endecasílabo canta el dolor dol
criollo patriota que ve desangrar su tierra, en fiera lucha civil; así
le dice a su amada enviándole flores, el Dos de Noviembre de 1904,
año de ruda contienda:
‘‘Deshojólas no más po’ande tú quieras,
Que en la patria de Artigas
Tanto son cementerio las quebradas
Como son camposanto las cuchiyas.
Po’ande quiera que fueron
Luciendo en los chambergos las divisas
Po’ande quiera que fueron nuestros gauchos
Iba quedando roja, la gramiya
Ando cantaban antes las calandrias
Dicen aura las brisas
Que se han quedáo siq_ besos muchas cunas
Y se han quedáo sin luz muchas pupilas.
Las almus *de las madres
Van siguiendo entuavía,
E vuelo e los caranchos que señala
El lugar en que fueron las guerriyas
Pero más tarde la pasión romántica por el color de la divisa
vuelve a apoderarse del cantor bravio:
“i Que soy gaucho atrasáo, fruto amargoso
Maduráo a la sombra e las taperas,
Charamusca en la hoguera de los odios
Que abrasan esta tierra?
¿Qué le juyo al sobéo de eso que yaman
Progreso y luz y cencía,
Y voy siempre p’atrás como el cangrejo
Resucitando vinchas y melenas,
Como dijo el Fiscal, el día e la vista
Pa encajarme diez años de condena?
i Y qué hacerle al dolor si soy ansiua
Y ansinita lia de ser hasta que muera 1
¡Ahijunal P’al que mata engüelto en sombras
Seguro y a traición no ha e tener lengua,
Y la tuvo pa mí, que herí de frente
Y maté en güeña lay en cancha abierta
Y antes de darle al fierro,
Pedí al taita respeto pa mis crencias,
Respeto p’al color de mi divisa
Que es mi más grande amor sobre la tierra,
Porque habla al corazón de sacrificios
Y con las glorias de la patria sueña,
Porque tiene el perfume e las cuchiyas
Y el entusiasta ardor de las peleas,
Y se enrieda en las cuerdas en que vibran
Mis tristes y mis décimas,
Y la yeva la china que yo adoro
Prendidita en la trenza!
Y vuelve otra vez a las fierezas del amor que adquiere en el
alma primitiva llamaradas de incendio pasional; así le dice al hijo,
exigiendo que castigue a la amada infiel:
“Reyunála no más donde la encuentres
Si te engañó, gurí...
Reyunála no más pa que en la. vida
Pueda ráirse de tí.
¡Ah! malhaya la oreja e la chiruza
Que dispreció mi amor!
No habérsela peláo p’hacer con eya
Presiya al mamador!”
Y así todo ese libro que según la exacta expresión de un
cronista coterráneo es un Breviario Criollo. Agradeciendo al Viejo
Pancho, trovero sin igual, su fragancioso envío, plácenos mani
festar que, después de Martín Fierro, no se ha dado en la lírica
rurál de la cuenca del Plata, una nota más honda, ni más
sentida, ni mejor acordada.
VídRlitá,
La cuna de Artigas.
Ya en el grave y harmonioso endecasílabo canta el dolor dol
criollo patriota que ve desangrar su tierra, en fiera lucha civil; así
le dice a su amada enviándole flores, el Dos de Noviembre de 1904,
año de ruda contienda:
“Deshojólas no más po’ande tú quieras,
Que en la patria de Artigas
Tanto son cementerio las quebradas
Como son camposanto las cuchiyas.
Po’ande quiera que fueron
Luciendo en los chambergos las divisas
Po’ande quiera que fueron nuestros gauchos
Iba quedando roja, la gramiya
Ande cantaban antes las calandrias
Dicen áura las brisas
Que se han quedáo silbosos muchas cunas
Y se han quedáo sin luz muchas pupilas.
Las almas *de las madres
Yan siguiendo entuavía,
E vuelo e los caranchos que señala
El lugar en que fueron las guerriyas
Pero más tarde la pasión romántica por el color de la divisa
vuelve a apoderarse del cantor bravio:
i vvjue soy gaucno airasao, truto amargoso
Maduráo a la sombra e las taperas,
Charamusca en la hoguera de los odios
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