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Una estrofa inédita
Cuando días pasados, en el Hotel Oriental donde reside,
visitábamos » nuestro eminente compatriota él doctor don
José Sienra Carranza, llevados por el deseo de, obtener una
colaboración de él para lionrar las páginas de este primer
número de nuestra revista, una muy feliz cuanto inesperada
ocurrencia vino a aumentar el éxito de; nuestra gestión. (Y
aquí es bueno liacer constar que ello demuestra que todavía
en Montevideo todo no es contrario a la suerte de las letras.
Aun puedan ellas tener en su favor la casualidad.)
Después de ¡que con la más buena voluntad nos entregara
su eMudio de la cuestión de Méjico, que hoy empezamos a
publicar, mientras d prestigioso publicista cerraba una car
tera que guarda «legajos de otro tiempo», desprendióse de
ella un trozo de papel amarillento que a la avidez de nuestros
ojos pareció lleno de algo así como una estrofa, Y como al
leerlo viéramos que lo que sospechábannos era una quintilla,
casi está de más decir que inmediatamente sentimos en nues
tro ánimo la resolución de no devolver el pequeño hallazgo a
su dueño. Pero, habíamos sido vistos por éste y, como era de
prever, medió lo inevitable, se empeñó la batalla de sus escrú
pulos contra muestra obstinación.
Reclamos, protestas, hasta indicaciones de elementales
deberes de respeto a la legislación vigente para garantía- de
la propiedad, de todo opuso y argüyó el autor en su interés
de evitar nuestro designio. Todo fué inútil, y convencido, al
fin, de que perdería su pleito, resolvió, a fuer de abogado,
transar con esta, frase • «Bien, pues, sea como ustedes quie
ran, pero con la obligación de titular la quintilla, del tiempo