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VIDA MONTEVIDEANA
Hoy nos odiamos; ignoro si podríamos
vernos con indiferencia.
Quizá es mejor así: la indiferencia no
evade el contacto social. ¡Y si volvia à mi
poderla llave!... ¡Y si abría de nuevo mi
urna!...
Amado NERVO.
Buonos Aires, Enero 13 de 1898.
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EL PERDÓN
TRADUCIDA DEL FRANCES ESPECLALM ENTE
para Vida Monte vi deán a
En la casa—una gran colmena de obreros
de ¡a calle de Delambre, donde Tony Robec
hacía seis meses- ocupaba un cuarto—todo
el mundo lo creia viudo.
Tony Robec, cajista en una imprenta del
barrio Latino, salía todos los días á su tra
bajo, llevando en brazos á su hijo, niño de
seis años, y lo dejaba en una escuela. Al
salir del trabajo recogía al niño, y compran
do lo necesario para la comida, se encerra
ba en casa hasta el otro día.
Al verle joven todavía y buen mozoj y con
un aspecto tan triste, las vecinas decían,:
« Este hombre- debería casarse otra vez..
¡Un hombre tan arreglado! Pronto hallaría
una honrada muchacha que cuidase de él y
de su hijo. ¡Qué aseadito lleva al niño!
Ríen se vé que es un hombre de buena con
ducta. Y gana diez pesetas de jornal».
La portera, que era una mujer sentimen
tal, decia á las vecinas: «No hay que cansar
se, este viudo no se casará jamás. El domin
go pasado le encontré con su hijo en el
cementerio de xMontparnasse. Allí, sin duda,
está enterrada su mujer. «Y qué pena daba
verle con su huerfanito a! lado! Ha debido
adorar á su difunta».
¡Ay, si! Tony Robec habia querido tier
namente á su esposa; pero no era viudo.
Su vida había sido muy sencilla, más no
feliz.
Habíase casado á los treinta años cum
plidos, y aunque á esa edad y por sus cir
cunstancias le habría convenido, una mu-
Figúrense ustedes ahora aquel pobre hom
bre, prematuramente envejecido, abrumado
por la fatiga ! y los cuidados y aquella linda
locuela de veintitrés años, bonita como una
figura de Greuze...
Una noche, al volver á casa con el niño
que había recogido de la escuela, Tony Ro
bre encontró sobre la chimenea una carta
de la que al romper el sobre cayó al suelo
el anillo de boda de Clementina. En esta
carta la pérfida se despedía de él y de su
hijo, pidiéndoles perdón.
Románticos jurados, que, bajo pretexto
de ciímen pasional absolveis siempre á los
maridos ultrajados, que cegados por la
sangre matan á la mujer y al seductor, de
seguro encontráis al pobre Tony muy ridi
culo y acaso un poco vil. Ello es que su
cólera fué menor que su dolor. Lloró mucho
y cuando su Adriano le decía: * Donde está
mamá.-», besaba apasionadamente al peque-
ñuelo contestándole: «Na sé ».
Clementina habia huido en los primeros
dias de Mayo—¡qué perverso es á veces el
aroma de las hlas!--y Tony, en el mes de
Julio, vendió casi todo el mobiliario para
pagar las deudas, y buscando barrios don
de no fuera conocido, se vino á la calle
de Delambre. Allí era donde vivía tan dis
creta y tan dignamente con su Adriano y le
creían viudo.
A fines de Septiembre recibió una carta
de su mujer; cuatro págints incoherentes y
desesperadas, en que la tinta se habia des
leído con las lágrimas. Su amante, un es
tudiante. de medicina, se había marchado
hacia cinco semanis á pasarlas vacaciones
con su familia y no escribía ya, ni daba
señales de vida. H illábise abandonad i; á la
traidora le habían hecha también traición
y se arrepentía, imploraba, clamaba piedrd.
¡Qué daño hizo esto al pobre Tony! Pero
tranquilizaos, jurados feroces que tenéis el
alma del Moro de Venecia, y si no lo lle
váis á mal, devolved por un momento vues-
tia estimación a! pobre hombre. Fué altivo
y nada contestó á la esoosa culnabl
►^x-rite colorcheckerEEma
Y
pobres—una trompetilla de hojalata, un
polichinela, un perrito de lanas—que aca
baban de ser puestos allí, pues eran com
pletamente nuevos y evidentemente habían
sido comprados el mismo día.
«¡Ah, juguetes!»—exclamó Adriano, gozo
so con aquel hallazgo.
Pero el padre, que había descubierto un
pedazo de papel sujeto con un alfiler en
los juguetes, se bajo, lo cojió, y leyó estas
palabras de una letra que conocía harto
bien: «Para Adriano, de parte de su her
mano Julián, que está ahora con el niño
Jesús. »
De pronto sintió que su hijo se apretaba
contra él murmurando asustado: «¡Mamá!)*
y algunos pasos de allí vió una mujer po
bremente vestida, pálida y ojerosa, que,
arrodillada junto á un grupo de cipreses,
tendía hacia él las manos juntas y supli
cantes.
Aquí para entre nosotros ¡oh—jurados
feroces y sanguinarios!—y o no creo que Tony
Robec pensara en aquel que nació el día
de Nochebuena y con la palabra y con e ,
ejemplo enseñó el perdón de las injurias.
El obrero no tenía religión, pero su cora
zón plebeyo ignoraba el amor propio y el
rencor. Después de un estremecimiento pro
ducido, más que por la rábia del antiguo
ultraje, por la compasión de ver en tan
miserable estado á la mujer que tanto ha
bía querido, empujó suavemente al niño
hácia ella y dijo: «Adriano, corre á abrazar
á tu madre».
Estrechó la infeliz al niño con un abrazo
frenético, dióle diez besos en los cabellos, y
después, levantándose y dirigiendo á su
mando una mirada suplicante: «¡Qué bue
no sois!»—murmuró.
La distancia no muy larga entre el ce
menterio y la calle de Delambre, la reco
rrieron á grandes pasos. Tony sentía tem
blar en el suyo el brazo de C'ementina. El
niño iba junto á ellos, distraído ya, admi
rando los juguetes.
-a portera de la casa donde vivía el
lio, se hallaba en el umbral de la puer-
Beñora—le dijo Tony—esta es mi mujer,
desde hace seis meses se hallaba en su
lo cuidando á su madre enferma y
vuelve á vivir conmigo».
subir la escalera tuvo que sostener
u llevar á la infeliz que se deshacía en
l zos , Y con la emoción y la alegría se
ta desfallecer.
ando llegó á su humilde ¿cuarto, Tony
sentar á su mujer en el único sillón
[puso de nuevo el niño en los brazos.
) después un cajón de la cómoda, y
do de una cajita de cartón el anilló
das de Clementina, se lo puso en el
i y solamente entonces sin una palabra
■nsura, sin ninguna alusión á lo pasado,
'coso, gravemente, con la ámplia ge-
Isidad de los corazones sencillos, la besó
fíente para que estuviese bien segura
erdón.
Francisco COPPÉE.
b. Gráfico á vapor, Calle Convención-fG