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REVISTA SOCIAL ILUSTRADA
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DE
LITERATURA Y BELLAS ARTES
• APARECE LOS DOMINGOS
Año II
Montevideo, Enero 23 de 1898
Núir\. 30
»
Director y Redactor:
RAFAEL J. FOSALDA
PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN
Capitai un mes $ 0.50
Campaña y Exterior un mes . . » 0.60
Número corriente » 0.20
Dirección y Administración: Convención 82
Administrador:
Máximo Seré
Secretario de Redacción:
Fermín IíécLor Casas
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213
VIDA MONTE VI DEA NA
SUMARIO
TEXTO: Zola, por Carlos Roerlo—Invocación, fragmen
tos de un poema inédito, por Gaspar Nuñez de
Arce Los Nacimientos, por Nicolás Granada
(Conclusión)—Mi Pensamiento, poesia por la
Señorita María II. Sabbia y Oribe—QUIERO ca
sarme CON LA SEÑORITA DE..... por ConSÜinl e
G. Fontan Illas— Confidencias, poesia por
Salvador Díaz Mirón—UN episodio DEL AÑO 11,
por Ticala—Vestal, poesia por Juan Carlos
Menéndez— La HIPÉRBOLE del arte: Nerón,
estudio filosófico-histórico-literario por Fran
cisco Caraciolo Aratta~(Continuación)—Aníbal;
Canna, Zama, sonetos inéditos por José C. Mix-
co y 1— Recuerdos de la fiesta, por Eduar
do López Labandera —Ella, poesia por Luis
Chiozza—Para Vida Montevideana, por Juan
Montulco (Continuación)—Como nació un poe
ta, por, Edmundo D'Amicis (Conclusión).
GRABADOS: Galería de bellezas montevideanas: se
ñorita Marieta Machado; fotografía de Chute
y Brooks, grabado de Emilio A. Cali y Compañía
de Buenos Aires.
—-
Yo tengo la pasión de los crepúsculos
vespertinos.
Lo mismo en el cielo, que en el espíritu,
pláceme los fulgores del sol que se vá, de la
luz que se apaga, de la sombra que nace.
El medio día, la ebu lición de las hojas
doradas en los árboles verdes, la ebullición
de la sustancia gris en el fondo del cráneo,
no me apasiona tanto como las melancolías
grises del ocaso y las melancolías grises del
génio que decae.
Hay que esperar á que lleguen esas pues
tas de sol para poder decir si el dia ha sido
hermoso y si el talento ha sido fecundo. La
sombra engrandece; la sombra presta á to
do una majestad solemne y desconocida; la
sombra tiene un ala que se llama justicia y
otra ala que se llama misericordia; en la
sombra hay algo de glorificación, porque
permite medir porentero el esfuerzo realiza
do por la luz solar y por el fuego creador
del artista.
Por eso, hoy que empiezan á atenuarse
los gritos de triunfo, y hoy que las multitu
des empiezan á apartarse del coloso de hie
rro, me parece que ha llegado la hora de
hablar de Zola, pero no Jel Ztla secretario
y jefe de grupo, sino del filósofo y del esti
lista que ha dado vida á una literatura.
Desde el principio de su carrera litera
ria, Zola se hizo adepto de una escuela
biológica muy en boga hoy, escuela que res
ponde por entero al materialismo, de Mo -
leoschol, y Buchner, que es como la médula
de los huesos de este fin de centuria. Esa
escuela biológica dice que la Naturaleza, la
gran madrasta, sacrifica por entero el indi
viduo á la especie, la parte al todo, la molé
cula al núcleo, la abeja al colmenar.
En todas las obras de Zola se advierte lo
mismo; las personalidades se pierden en la
masa; el coro ocupa toda la escena; el héroe
casi siempre es la multitud; lo excepcional
no existe, y el escritor nunca se manifiesta
tan potente y tan grande como cuando se
mezcla á los obreros de «Germinal», y se
mezcla á los peregrinos de «Lourdes», y se
mezcla á los soldados de «La Débacle».
La escuela biológica de que hablamos es
una escuela triste: es la escuela de! dolor y
la desesperanza: es antiprovidencialista y es
ciega como las fuerzas de que lo hace de
pender todo, la gigantez del astro y lo invi
sible del infusorio.
Según esa espantable biología, el hombre,
como el insecto y como la flor, nace sin otro
fin que perpetuar su especie, continuand ; así
la obra de la creación, que engendra á cie
gas, indiferente, por el.mero placer de en
gendrar, por odio á la inercia y por odio al
vacio. No hay más que un bien, la muerte;
no hay más que un consolador, el sueño; la
vida es la excepción y por eso la vida es
un mal.
Desde Lajoie de vine hasta Pol Boui-
lle, desde 7 cresa ‘Raquin hasta L’asommoir,
prueban la influencia que esa biología ha
ejercido sobre el espíritu y sobre el cerebro
de Zola, explicándose asi la importancia
dada por el novelista á todas las miserias
de los sentidos, á todos los estremecimientos
de la carne, á todas las bajezas de la lujúria.
Dios no aparece en ninguna de las pá
ginas de sus obras, como no aparece Dios
en ninguna de las tendencia; dé la biolo
gía que le ha hecho suyo. Mil pudría apa
recer, dada la manera como Zola considera
á la especie y al individuo. Dentro de esa
biología, Dios seria un malhechor, un mons
truo, desde, que crea para el dolor y hace
de la muerte la gran consolatriz.
Anulado lo providencial, la personalidad,
con la amplitud que le han dado las escuelas
espiritualistas, queda anulada Solo por ex
cepción es digna de estudio* Lo que hay que
estudiar es la masa, el núcleo, la especie,
que es lo que perdura, lo que sobrevive, lo
que se impone.
Toda la obra de Zola está en eso, en lo
que antee de. Si la obra es mala, es la obra
de su tiempo, es la obra de las teorías filo
sóficas predominantes. Las habrá abultado
con su visión de artista, pero hasta su estilo
es un reflejo de la esencia de aquellas doc
trinas desesperadas y tristes de aprender.
Zola, el Zola verdadero, hay que buscarlo
en el final de Nana, en el pueblo que reco
rre ¡as calles, ébrio de odio y lanzando es
tridentes gritos de guerra; hay que buscarlo
en La Débacle, en los cuerpos vencidos antes
de luchar, arrojando sus armas sobre el
polvo de los caminos y acechando la llegada
de los convoyes.
El escritor ha respondido á su tiempo: la
democracia por una parte y la filosofía por
otra, nivelando todo y suprimiendo á la
providencia, han destruido al héroe en fa
vor de la masa. Zola lo ha hecho también:
su obra es buena, porque es la misma obra
de su siglo.
CÁRins ROXLO.
MoniüviJeo, Enero cíe l$í>8 4
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FRAGMENTOS DE UN POEMA INÉDITO )
Ruinas de una cartuja en el sitio más agreste
y fragoso de La sierra—Es la caída de
la tarde.
EL VIAJERO
Va la noche avanzando y la infinita
tristeza de esta soledad adusta,
como sueño maléfico gravita
sobre todo mi sér. Hasta el más quedo
murmullo de los árboles me asusta
y oigo, al pasar, la voz con que me nombra
entre la» ruinas escondido, el miedo
que es hijo del silencio y de la sombra.
Sólo contemplo en torno las señales
del furor de los hombres. La pilastra
volcada entre los recios matorrales
por donde, llena de pavor, se arrastra
rápida y undulosa la culebra;
el siniestro perfil del muro hendido
cuya negrura impenetrable quiebra
de trecho en trecho, la.argentada luna
con sus pálidos rayos; el graznido
de agorera corneja que en alguna
desquiciada cornisa tiene el nido,
sola como el pesar; la cruz de piedra
por cuyos brazos trepa y se entrelaza
con mortífero amor lasciva hiedra,
y cual recuerdo de extinguida raza,
allá en el fondo, en su marmóreo lecho
la escultura de noble castellano,
con su heráldico escudo sobre el pecho,
y en la espada feudal puesta la mano,
todo en-desorden trágico se ostenta
causando horror, como padrón de afrenta
á la barbarie del linaje humano.
¡Oh monjes, que en la celd i solitaria
en tan agrios lugares escondida,
rompisteis con el don de la plegaria
todas las servidumbres de la vida,
melio; la del dolor, y que sin ruido
en ignorada sepultura, abierta
por vuestras manos en el santo ejido,
dormís en el regazo del olvido
el sueño de que nunca se despierta!
¿A qué asomáis la descarnada frente?
No escuchareis como en aquellos dias
llenos de vuestro espíritu creyente,
los sacros himnos del salterio i'.e oro
que est illando en solemnes melodías,
desbordaban vibrantes desde el coro.
Ni veréis ya por el espacio inmenso
de la atrevida y portentosa nave,
ascender la oración serena y suave,
venida con s i túnica de incienso.
Hl claustro en que vivisteis olvídalo;,
como la ñor silvestre que en la grieta
del nativo | eñón su aroma exhala;
la campana que aún antes de la aurora
turbaba la quietud de este desierto,
con esa voz en que se queja y ora
la humanidad que vive y la que ha mueito;
el ara excelsa donde tantas veces
en vuestras lentas horas de amargura,
cual náufrago bajel que busca el puerto,
los sollozos mezclados con las preces
alzabais á región más santa y pura;
hasta la clara fuente que en el huerto
os brindaban las ondas cristalinas,
¿en dónde e-tán? Con ímpetu y fracaso,
como una inundación, de las vecinas
cumbres bajó la turbulencia humana,
y el sol que iluminó desde el < caso
vuestro tranquilo hogar, á la mañana
alumbró sólo calcinadas ruinas.
¡Ya es más firme y segura vuestra fosa
cubierta de orzales! Para ejemplo
déla Intuía edad, ¡a fé grandiosa
que alzó, tanta "basílica asombrosa,
desplomándose va como ese templo.
Aquel árbol de espléndido follaje
que dilataba en tiempos más felices
por encima del mundo su ramaje
y en todas las conciencias sus raíces,
so cuyo pabellón, siempre frondoso,
la estirpe humana, en su espiral viaje,
hallaba, sin cesar, sombra y reposo,
del huracán, azote de la selva,
aún sin romperse el ímpetu resiste;
más ¡cuán herido, y deshoj ido, y triste
hasta que Dios á renovarle vuelva!
VIDa MONTEVIDEANA
2'
Hundid, hundid ¡oh monjes! en la tumba
la amarillenta faz. ¿Podéis acaso
restaurar nuestra fé que se derrumba?
¿Lograreis que rena ca á vuestro paso?
¡Hacedlo si podeis! Calmad la ardiente,
la inextinguible sed que nos devora,
aún cuando mane de la oculta fuente
el agua cenagosa y corrompida,
y sepa, al fin, el hombre que lo ignora
el tremendo misterio de la vida.
¿Dónde el término está de la jornada?
¿Será verdad que el hombre sólo sea
una mísera bestia alucinada
por los vanos engendros de su ¡dea?
La fé que manda, la razón que crea,
la voluntad que mueve, las pasiones
rebeldes, los anhelos infinitos
á otra mansión de perdurable calma,
los simbólicos dogmas y los ritos
en cuyas inefables oraciones,
como un perfume se evapora el alma,
¿son la burla brutal y el sueño insano
á que perpetuamente nos condena
un caprichoso azar ó un Dios tirano?
Y no sólo la tierra ingrata y dura,
sino todos los orbes que encadena
con su atracción la inmensidad obscura,
¿lugares ¡ay! de irredimible pena?
¿ f en el mundo, en la mente y en la altura,
todo para el mortal será mentira,
menos la perdurable desventura?
La creación que en el espacio gira
y con cadencia rítmica eslabona
astros que el hombre á penetrar no alcanza,
¿no es más ¡oh espanto! que la eterna lira
en que la vida universal entona,
triste canto á un dolor sin esperanza?
Envueltos en e! ciego torbellino
de la cósmica masa que nos crea
y nos absorbe, indiferente y fría,
¿cuál es, si lo sabeis, nuestro destino?
Y en tan continua y trágica pelea,
¿qué somos? ¿dónde vamos? ¿quién nos guía?
¡No respondéis! Atónitas y mudas
fantasmas de otra edad, veis nuestro duelo
sin disiparlas tenebrosas dudas
que en horas de amarguísimo desvelo
cubren las almas de mortal congoja,
cual tropel desmandado y asesino
que á traición nos asalta en el camino
y hasta de la esperanza nos despoja.
¡Calíais!... ¡No importa que calléis! Si á veces
la duda con sus densas lobregueses
nuestro abatido espíritu cautiva,
pronto del yugo le redime y salva
la fé que surje luminosa y viva,
como del seno de la noche el alba.
Mis no !a fé, que, semejante al ave
entre dorados hierros prisionera,
entumecida y tímida, .no sabe
ni el vuelo inútil ensayar siquiera; .
no la medrosa fé que cuando escucha
la voz del trueno, sin vigor se postra,
sino la fé que el huracán arrostra,
sonda el abismo y con los monstruos lucha.
¡La fé en la luí inanidad, a quién Dios guia,
siempre á la cumbre, siempre hacia adelante
y siempre en busca de la luz!
No es cierto
que una Divinidad, ciega, sombria,
irónica y cruel rija el concierto
harmónico del mundo. Aunque distante,
boga la nave hácia el celeste puerto,
combatida, es verdad, pero no errante.
Cuando el hombre en la selva enmarañada
de su primera edad, despertó preso,
al volver por doquiera la mirada,
debió sentir sobre su frente el peso
de la Naturaleza desbordada.
Si desde el árbol en que estaba oculto,
con su conciencia aletargada á solas,
en medio del fragor y del tumulto,
de tempestades, cataratas y olas,
miró, al través déla espesura, informe
y como el cáos revuelta, ai pié del tronco
la béstia hirsuta y el reptil enorme;
si creyó percibir su grito bronco
hasta en el son monótono y confuso
de la selva agitada por la racha,
de seguro tembló, más se repuso,
y Adán caido ó transformada fiera,
(¿quién su origen conoce?) inventó el hacha
derribó el árbol, encendió la hoguera,
arrancó al bosque sazonados frutos,
hizo la choza, desgarró el misterio,
mató los monstruos y domó los brutos
tras prolongada y formidable guerra,
erigió la ciudad, fundó su imperio,
surcó la mar y dominó la tierra.
Cuando por fin la indócil y salvaje
Naturaleza, á su valor rendida,
templó su furia y le prestó homenaje,
el hombre en la pujanza de la vida,
cada vez más resuelto, más potente
y más ancioso de extender sus huellas,
clavó en el cielo la pupila ardiente
y el rumbo sorprendió de las estrellas.
¿Quién contuvo sus ímpetus? ¿Qué valla
se resistió á su empuje soberano?
¿En qué indeciso campo de batalla
no logró la victoria por su mano?
Incansable y tenaz en su tarea,
siempre conquistador y siempre activo,
d i ó vida y forma á su impalpable verbo
que volaba incorpóreo y fujitivo,
alas resplandecientes á su ¡dea,
ánimo al triste, libertad ai siervo.
Y sin tener un punto de desmayo,
arrebató, creciendo en osadía,
á las entrañas da l.i nube el rayo
Y el cetro á la infecunda Urania.
Larga es la senda recorrida y larga
la penosa labora que se.entrega.
¿Qué importa que el eterno peregrino
á quien el polvo de las ruinas ciega,
dejando á trechos su pesada carga
se siente en el ribazo del camino?
¿Es ¡ay! extraño que vacile y dude,
cuando sus miembros la fatiga embarga,
y mientras, lleno de zozobra, enjuga
el sudor de su frente en donde deja
cada jornada el surco de una arruga
y una punzante espina cada queja?
Pero luego de súbito sacude
la momentánea postración y marcha
con redoblado afán. No le detiene
ni el calor, ni la lluvia, ni la escarcha,
ni el riesgo, ni la herida. Intima y sorda
oye una voz que de los cielos viene
y sin cesar le dice;—¡Sursuin corda!
¡Sursum corda! ¡Elevad los corazones,
hijos nacidos de mujer! La senda
es escabrosa; pero no infinita.
Cuando os deslumbre el sol, cuando os ofenda
el furor de las recios aquilones,
cuando sintáis la voluntad marchita,
alzad el alma á Dios. Su seno abierto
para todos está, como la tienda
que el árabe levanta en el desierto.
¡Alzad el alma á Dios tres veces santo,
que sin fijarse ni en condición ni en raza,
con su cerúleo y estrellado manto
á_ todos nos cobija y nos abraza.
El los humanos derroteros trazi,
y cuando con la vida transitoria
nuestra angustiosa incevtidumbre cesa,
para elevarnos á mejor estado
y ceñirnos el lauro de su gloria,
en su justa balanza sólo pesa
lo que hemos padecido y trabajado.
¡Nadie en estéril ocio se consuma!
Para que fructifique la simiente,
abramos con la reja y con la pluma
los surcos de la tierra y de la mente,
pues cuando á la labor que nos señala
hora por hora el cielo, damos cima,
subimos un peldaño de la escala
que á la ciudad de Dios nos apróxima,
y si del pedernal que es infecundo
saca el golpe la luz, ¿no alcanzaremos
con esfuerzos constantes y supremos
la prometida redención del mundo?
Todo trabajo es oración. Oremos!
No faltarán á tan activas preces
templo ni altar. Las sordas tempestades
asolarán quizás como otras veces,
campos y monumentos y ciudades,
podrán caer las religiones todas
del tiempo en la rugiente catarata
y los claustros, mezquitas y pagodas
hundirse, como esquife que arrebata
deshecho temporal hácia el abismo.
Pero aun cuando el tremendo cataclismo
la superficie del planeta arrase,
entregado.á sus iras sin defensa,
no hará temblar la inconmovible ba;e .
de la admirable catedral inmensa,
como el espacio íransp irente y clara,
que tiene por sostén el hondo anhelo
de las conciencias, la piedad que ara
y por nave la bóveda del cielo.
Gaspar NUÑEZ DE ARCE.
Madrid, Diciembre de 1837,
( Conclusión )
La vaca y el burro, eran productos de ju
guetería vulgar de la misma procedencia de
las muñecas de Nercmberg, toscamente ta
lladas en pino blanco, y de un tamaño que
acusaba poco progreso en sus respectivas
razas en la tierra clásica del drama de la pa
sión en los tiempos de Herodes y Pilatos.
La gracia del nacimiento consistía en
las montañas, el papel encerado, salpicado
de papelitos plateados, en el alpiste brotado
que cubria todas las hondonadas del paisaje,
y en las cáscaras de huevos de toda clase de
pájaros, que ya en el suelo, ya en festones
aéreos, adornaban aquel cuadro de las más
deschavetadas é inocentes extravagancias.
Personaje infaltabíeal nacimiento era una
negra sacando pan ó tortas de un horno.
Esto era un simbolismo que enternecia
hasta las lágrimas á Mama Sebastiana.
Se veía ella en d ejercicio majestuoso de
sus funciones, asistiendo al misterio del na
cimiento de Jesús.
Por allá, por el rincón de la pared, en una
alta vereda practicada sobre estacas enclava
das en el muro, andamiadas luego con ta-
blitasde cajones de agua de colonia de frasco
largo y recubiertas de papel picado, bajaban
los reyes magos, guiados por una desco
munal estrella de papel dorado que parecía
una pandorga.
Primitivamente, los reyes habían sido
tres soldados de dragones, sobre sus cabal
litos con ruedas, tallados toscamente en ma
dera según el tipo de las juguetería de la
época.
Al rey Baltasar se le había pasado una
mano de tinta por la cara, á Melchor se le
había dado una friega de yema de huevo
para acentuar más su representación de la
raza amarilla; en cuanto á Gaspar, se le
habían cosido al turbante unas guedejas de
pelo de choclo, para darle mayor carácter
á su tipo de blanco ultra-sajón.
El uniforme militar primitivo, iba además
cubierto por anchas capas de raso galonea
do, y guiaban á los lujosos palafrenes, pe
queños soldaditos de plomo con la carabina
á la espalda.
Por supuesto que el rey Baltasar, como
la carabela «Pinta», venía adelante.
Yo contribuí á este nacimiento con la casa
de Pilatos.
Confieso que, por aquel entonces, mis
conocimientos históricos eran de la misma
fuerza dél clásico caldo de hospital.
Así y todo, no tenia gran simpatía por
Pilatos cuyo simbolismo de lavarse las
manos para hacer una porquería, no me lo
presentaba ni siquiera oportuno en materia
de pantomimas judiciales.
Sin embargo, Mama Sebastiana tenia un
capricho por la casa de Pilatos, y hubo que
cumplir su deseo, diplomáticamente esti
mulada mi acción por un plato de maza
morra y media docena de pasteles.
Ella misma me llevó de lo «del amito Itu
rriaga )) una espléndida caja de cartón que
28
VIDA MONTE VI DE ANA
debería servir de material para el frontispi
cio de la casa del procónsul.
Mucho pensé antes de tirar las primeras
i eas de la fachada de aquella casa, que de
bería ser admirada sobre un prado de alpis
te brotado, y coronada por una sarta de
cáscaras de huevos de tero, de urraca, de
perdiz y de chimango.
Paseando por la calle déla Victoria [mi
barrio] tuve la revelación de la morada
del pillo del andaluz, aquél al servicio de
los cesares romanos.
Se había concluido en esos chas un her
moso edificio, que era la admiración de lá
ciudad y sus alrededores; ¡ubi el orbe.
Jamás la audacia alarifeña había súb elo
á tan altos puntos entre nosotros.
¡Era una casa de tres pisos!
Todo el mundo aL pasar decía; ¡Qué her
moso palacio!
No había nada para mi que conviniera á
las pompas sanluarias de Pilatos, como
aquel monumento.
Fijé bien sus lineas en mi imaginación, v
me encerré en mi cuarto, con mi caja de
cartón, mis compases, mis reglas y mis lá
pices, y un búen tarro de pintura rosada,
que, con yeso y almazarrón comprados en
lo de don Juan Agustín García, confeccioné
á la clara de huevo, como para pintar ba
rriletes.
Lo que yo trabajé nadie lo sabe.
Mi madre me mandó echar la puerta
abajo para que fuera á comer.
Pretexté un fuerte resfrio.
Durante la comida y aprovechando la au
sencia de mi madre de su.s habitaciones,
me introduje en ellas y le robé un pañuelo
de manos con puntillas. Necesitaba aquel
objeto para un [detalle de efecto.
A la noche estaba terminada la casa de
Pilatos.
La envolví cuidadosamente, después de
probar ciertos efectos de luz con un cabo de
vela colocado dentro, como en el célebre
duomo de Milán de yero, y me fui triunfal
mente con mi chef-d’eeuve á lo de mamá
Sebastiana.
Mi entrada allí fué una entrada triunfal.
Jamás artista alguno ha sentido mayores
emociones, ni procedido con mayores cui
dados y minucias al exhibir su obra.
La pieza estaba llena de morenos, sirvien
tas, muchachas.
Se ordenó que saliera todo bicho vivien
te al pálio mientras se erigía el monumento.
Exigí quedar solo para esta obra.
Cuando todo estuvo en su sitio, los cabos
de vela encendidos y Pilatos [que era un
muñequito de porcelana vestido de capa
pluvial] en el balcón de honor, todo el mun
do entró.
Los benévolos éxitos dramáticos con que
de grandecito me ha obsequiado mis de
una vez el bondadoso público, no han lle
gado á conmover tan hondamente mi cora
zón, como cuando toda aquel'a muchedum
bre entró de golpe y con un solo grito
exclamó:
¡La casa de Ilalbach!
¡Estaba hablando!
Lo único que disonaba un poco eran Pila-
tos, el alpiste y los huevos; pero, por lo de
más, no se podía pedir mayor fidelidad.
Hasta el pañuelo de mi madre convertido
en cortinajes interior de las ventanas, la da
ban el aspecto intimamente familiar de
aquel confortable hogar, primera mani
festación, tal vez, de vida moderna civili
zada con que el respetable D. Francisco
enriquecía las modernas costumbres ar
gentinas.
La casa de Pilatos pereció en un incen
dio transmitido por los cabos de vela á
los suntuosos cortinados. Lo único que se
salvó fue Pilatos por ser de porcelana.
Luego han ido desapareciendo también los
nacimientos, extirpándose sus fieles, eva
porándose la fé dulce y sencilla con que
íbamos á llenar el alma de cándidas y
tranquilas sensaciones, ante esas raras, abi
garradas, promiscuas aglomeraciones de
símbolos y objetos, ligados, no obstante
entre sí por no sé qué hilo misterioso de
santa peesia, con que festejaba nuestro es
píritu rosadas esperanzas, en el aniversario
de la venida al mundo de su inmortal
salvador.
N rdoi-Ás GRANADA.
Mo Icvideo, Enero de H' 8.
^•VESTAL^
Cómo, en paganos templos, las pálidas Vestales
perennes mantenían los fuegos ofréndales,
preseas á una Diosa, sublimes en pudor;—
asi tú dentro mi alma, con tu candor inmenso,
el fuego que encendiste mantienes siempre intenso,
el fuego inmaculado divino del amor. [ro
Es templo el pecho mío y amor el Dios que implo-
y tú sacra virgen de cabellera de oro,
que de pureza viste el nítido cendal:
es templo el alma mía, la Diosa tú que adoro
al par que eres la virgen de mágico tesoro,
que en mi santuario oficia como única Vestal.
Juan Carlos MENÉNDEZ.
San José (le Mijo, Enero 21 de ISOS
liMtMjéiMá ¿V JVv /J.- YJTLLLíY T’JVáí,
QUIERO CASARME
con Per señotil'a oe
GUERRA AL SOLTERISMO
Es la actualidad, una época propicia para
que nuestra juventud se decida á elegir y
pedirla mano de la señorita que reuna con
diciones de reconocida garantia, para ase
gurar un porvenir más risueño que el que
ofrece la situación presente á todos los que
viven en el celibato, y particularmente á
los qué carecen de actitudes y tienen la cos
tumbre de emplear su tiempo en suavizar
aceras y contar estrellas.
Una enérgica y firme resolución basta pa
ra que todas las dificultades puedan ser
vencidas con satisfacción de ambas partes,
como lo prueba el caso que vamos á referir.
El joven estaba enamorado de una
señorita hermosa, hija única de padres ricos;
pcro'siendo él pobre, no tenia esperanza de
ser admitido su ofrecimiento. En esta aflic
ción consultó á un abogado,.amigo suyo, el
cuál le dijo: «Tú no tienes caudal, ni espe
ranza de adquirirle; dime pues, ¿te dejarías
cortarla nariz por veinte mil peso 3 ...,-»
« ¿Qué dices? replicó el joven,—no per
mito ia tal cosa por todo el mundo! »
« Muy bien,—añadió el abogado. —Yo
tengo mis razones para hacerte esa pre
gunta. ))
Al día siguiente fué el abogado á casa
del padre de la joven para pedírsela de
parte de su amigo, y sabiendo que el \ iejo
amaba mucho el dinero, le habló así: «El
joven de cuya parte vengo á pedir á usted
su hija, no tiene actualmente dinero con
tante, pe-o posée una joya, con propiedad
absoluta y que no puede perder, por la
cual yo mismo le he ofrecido veinte mil
pesos y los ha rehusado.»—Esta aseguranza
indujo al padre á consentir en el casamiento,
el cuál fué efectuado con gran placer de los
dos jóvenes, pero cuando el viejo supo des
pués la naturaleza de la joya que poseía su
yerno, se tiraba de las narices á cada mo
mento, renegando de una tal especie de
alhajas.
Coma que ’a demostrado, para casarse so
lo se necesita resolución. Basta decir: Quie
ro asarme con la señorita de y poner á un
abogado en juego, para que el usurero con -
sienta que su hija se una al que la solicita.
Y es urgente que los célibes se preocu
pen de cuestión social tan importante, que
siempre será más honroso que la actitud de
los Congresos feministas que actualmente
tienen lugar en Norte América, declarando
guerra á muerte á todos los solteros en
edad de casarse, por considerar un peligro
social ¿1 estado de celibato.
En el Congreso de señoras en Chicago,
que acaba de tener lugar, fué calurosa
mente aplaudida la moción siguiente:
«En vista del abandono que los legisla
dores hacen de la existencia de los séres
célibes, acordamos proponer, para que s: a
sancionado con fuerza de ley: »
«.Artículo i.°—Serán obligados á casarse
todos los hambres que cumplan veintidós
años, siempre que puedan atender las obli
gaciones del hogar, y los que á esa edad no
se hallan en esas condiciones, serán obli
gados á servir á la pátria coma soldados
durante cuatro años, después de los cuales
se les asignará un empleo para que pueda
subvenir à los gastos del matrimonio, y si
na se hubiese observado buena conducta, se
le repetirá la dosis. »
«Se trata de los célibes sin profesión ni
oficio. ))
«Art. 2.°—A las mujeres que á los veinti
dós años no consiguieron casarse, se les
obligará á buscarnovio y si no tuviesen fami
lia, el Estado se encargará de sostener la
prole de las célibes.»
«Art. i.° — Las mujeres de desahogada
posición, constituirán un Montepio Univer
sal, cotizando cada una, obligatoriamente,
un franco semanal desde los diez años y las
VIDA MONTEVIDEANA
29
industriales ó artistas depositarán un franco
c ida mes desde .los doce años.»
« Art. 4“. —Estos fondos servirán para
sostener los matrimonios, cuyos maridos
queden cesantes, ó que ú pesar de poder
sostener á las mujeres no tuviesen recursos
para casarse, n
El tema es importante y nos ocuparemos
de él en otra oportunidad.
Constante G. FQNTÁN ILLA 5 '.
M uilcvidca, Enero 22 <le 1988.
r* ■ -
CONFIDENCIAS !
( INÉDITA )
Una flor por el suelo,
Un cielo de hojus empapado en lloro,
Y encima de ese cielo el otro cielo
Lleno de luu i y de bridantes de oro...
Un rayo que el aura acariciaba,
Un banco... .sobre el banco.
Así como quien (Iota, se sentaba;
Y vestida de blanco,
Bella como un arcángel me esperaba!
Aún flotan en mis noches de desvelo
Con la luz de una luna como aquella,
El verde y el azul de cielo y cielo
Y aura y arroyo y flor y banco y e'la!
¿No te acuerdas, mujer, cuantos delirios
Yo me forjaba, junto á ti de hinojos,
Al resplandor de los celestes cirios,
Al resplandor de tus celestes ojos?
¿Te acuerdas alma mía?
bos ocupados por los españoles, quienes se
habían posesionado además de las azoteas
de las casas adyacentes, para poder resistir
mejor el asalto que para ese día (25 de Abril)
iban á llevar á cabo las fuerzas patriotas
mandadas por el heroico Benavidez, que
desde el día anterior sitiaba la villa, habien
do intimado su rendición, á lo que contesta
ron los sitiados con una enérgica nota, en la
que rechazaban las proposiciones del caudi
llo, comunicándole al mismo tiempo la con
signa de morir por el rey.
El coronel Gayón había recibido un pe
queño refuerzo que condujo de Montevideo
el preboste Acevedo y Salazar, como tam
bién una buena cantidad de munición; con
cuyo contingente creyó poder resistir cual
quier ataque. Cuando la aurora teñia de
rosa el horizonte, ya estaban los patriotas en
condición de dar una carga,—-cuyo violento
empuje había de causar terror más tarde,
en las huestes de Fernando,— y aprestados
á la lucha.
Entre aquellos bravos, formaba don Isi
doro Almirón, vecino de la villa sitiada,
quien, inmediatamente de tener conocimien
to del ataque que se preparaba, fuese á en
grosar las filas de aquellos valerosos cen
tauros, que su vigoroso é irresistible
empuje, hubiera provocado la envidia de
los antiguos atenienses ó espartanos.
Las fuerzas realistascompuestas en su ma
yor parte de voluntarios, contestaron al ru
do ataque con nutridas desetrgas de fusilería
y artilleria, que abrían grandes claros en
las filas, patriotas, que con más brío y ma
yor tezón volvían á la carga con pujanza
violentísima, pisoteando con los cascos de
sus corceles cuanto sus invencibles lanzas
Entonces inocente
derribaban.
Me jurabas amor y yo podía
Besar tu corazón sobre tu frente!
Ayer unos tras otros
Mis delirios así pude fingirme
Hoy 110 pílele haber nad 1 entre nosotros,
H >y tú.vas á cacarte y yo à morirme!
Y tanto sol y porvenir dorado.
Tanto cielo soñado,
En una inmensa noche se derrumba!
Hoy me dijiste tú: no hay esperanza;
Hoy te digo: en paz gozi,— y en mi tumba
Mañana me dirás: en paz descama!
Salvador DIAZ MIRÓN,
f. Eojolá, Diciembre 11 (le 18Í7.
'ílih «gBÉK* #-
UN EPISODIO DEL AÑO 11
—
La guerra de nue t"a Independencia se
había iniciado con todo el ardor que produce
c l entusiasmo de quien lucha por adquirir
libertad.
Las tropas realistas, al mando del valiente
c oronel Ga yon, encontrábanse atrincheradas
el pueblo de San José, que entonces
imponíase de un grupo de osas y ranchos
e D torno del templo que aun subsiste aun
que, como es sabido, más amplio y hermoso.
Contiguo á éste, hallábase el Cabildo; ám-
Tal era el entusiasmo que reinaba entre
aquellos valientes, que don Isidoro Almi-
róp, á quien'ya nombramos, tuvo el valor
osado y heroico de internarse, al dar la se
gunda carga, entre las filas enemigas, que.
atacadas per su tajante sable, retrocedían
ante aquel solo hombre que con su brazo
hercúleo iba dejando fuera de combate á
cuantos atacaba, hasta que una herida reci
bida en el vientre le hizo retroceder -hasta
donde estaban los suyos, y aquel nuevo
Agamemnon, se retira del combate, pero no
,como el héroe griego en el sitio de Troya
para restablecerse de su herida, sino, para
que, una vez vueltos á su sitio los intes
tinos, que amenazaban querer salirse, y
vendado el vientre con un pañuelo, volver
con más ardor á la lucha, donde sus com
pañeros con otras dos cárgasmás impetuosas
aún que las primeras, acababan de tomar la
villa y á las fuerzas españolas, incluso su
gefe prisionero.
Pero ¡ay! en aquella memorable batalla,
cayeron muchos valientes; (entre ellos don
Manuel Artigas, primo hermano del funda
dor de nuestra nacionalidad), --pero cuya
sangre generosamente vertida, por la liber
tad de un pueblo que merece ser indepen
diente, fructificó en 1825.
twala.
Montevideo, Enero 22 de 1807'
MI PENSAMIENTO
Aún era niña, estonces el pensamiento
Vagaba sin cesar por los espacios,
Juegos, estudios, flores y palacios
Jo lo en gran confusión y movimiento.
Ya en el aire, formaba un gran castillo
Lleno de dulces, pájaros, confites,
Con muñecas sin par, grandes convites
Y de flores sembrado el jardincillo:
Otras veces pensaba en mis lecciones,
E11 estudios, exámenes, comedias;
Pero jamás pensaba en la? tragedias
Que hay en. la vida por dos mil razones.
Hasta que un libro recibí yo un día
Que abrió otro nuevo campo á mis ensueños,
Pensamientos más dulces y halagüeños
Llegaron á invadirla mente mía.
Más era niña y pronto di al olvido
Mis dulces ilusiones de un momento.
Como ramo que esparce y lleva el viento,
Qji zis para tornar aún más florido.
Pasó algún tiempo, el libro abro de nuevo,
Despiertan mis dormidas ilusiones
Alzándose cual mágicas visiones,
Que, en mi embeleso, penetrar no atrevo.
Quedé extasiada ante tan dulce ensueño!
Que inmensa dicha vislumbrar me hacía!
Más... pronta comprendí que no existia
Felicidad completa... 11 i en un sueño.
Y entonces, delirante, al ser divino
Volví mis ojos y miré el cielo,
Inlenogando luego con anhelo
¿Cuál, será en este mundo mi destino?
María H. SABBIA Y ORIBE.
Montevideo, Enero 22 de 1898.
LA HIPÉRBOLE DEL ARTE
mué»
ESTUDIO FILOSÓFICO—HISTÓRICO—LITERARIO
( Continuación)
Roma entera archa como una pira inmen
sa, y las llamas destructoras subían por
las columnatas magnificas, los pórticos de
granito, los arcos severos, los ámplios an
fiteatros, las termas lujosas, los palacios
artesonados, dignos de epicúreos ysibaritas;
y las antorchas de Nerón penetraban en el
hogar de los caballeros y plebeyos, de sena
dores y steerdotes; y el humo densísimo y
las jigantescas lenguas de fuego se alzaban
furiosas hacia el cielo como serpientes mul
ticolores, y el Aventino y el Capitolio y el
Foro, en cuyas cimas sagradas Gracos y
Catones, Césares y Scipiones, Cicerones y
Tribunos, tiranía y derecho, libertad y
esclavitud, gloria y envilecimiento, fuerza
bruta humana, habían combatido por tactos
siglos por la salud de Roma y la civiliza
ción del mundo, caían en candentes ruinas
bajo ,el poder Eliminador de Nerón, el jénio
satánico de aquella inmortal epopeya de
horrores nefandos.
Y, entretanto, el incendio devoraba, calci
nando tantas obras de arte, tantas bellas
pinturas murales, tantos vasos etruscos y
esculturas delicadas, tantas telas costosas?
tantas púrpuras de Tiro, pieles de Siria,
lino de Alejandría, sedas de Damasco; tan-
VIDA MON'TE VIDE AN A
3:)
tas suntuosidades, bastantes para enriquecer
por sí solas á diez Babilonias florecientes
y entretanto que el pueblo y los patricios
buscaban, aterrados, huyendo en loca ca
rrera, asilo en los sepulcros marmóreos y
en los monumentos sagrados, Nerón, mag
nífico de maldad, entusiasmado, vestido con
el traje de comediante desde lo alto de la
torre de Mecénas, cantaba con poderosa voz,
acompañándose con la cítara griega, la
toma de Troya; principiando por aquel
verso: que la tierra después de mi perezca por
el fuego! y por seis días y siete noches re
presentó el único verdadero papel de prota
gonista trájico en una escena terriblemente
grandiosa, digna de tal monstruo artista.
Más tarde, los bárbaros sorprendiendo al
enervado emperador iecdosio el joven; han
saqueado c incendiado á Roma, vengando
asi los crimenes que ella debía al Orbe en
tero, pero no consigna la historia que el
primer bárbaro que devastó á Roma fud
Nerón, presa de un capricho artístico sin
nombre. J-á historia, sin el consejo de la
filosofía, es la abuela sempiterna terrifica
á los nietos pequeños al adormecerlos sin
darles la razón provechosa para la vida y
el útil ejemplo que dejan para el hombre
los hechos inmortales de la historia.
Un escritor realista moderno, exime
en parte de responsabilidad moral á Nerón,
por ser ese gran crimen producto de su fan
tasía de artista, pues el quería representar
con verdad trájica, Ja toma, destiucción é
incendio de la magnífica Iioya, que Ho
mero relata en sus versos esculturales.
Pero nada disculpa al criminal innato, ú
la fiera humana qne se goza en sepultar la
ancha hoja del puñal en Ja garganta de la
victima inerme, y en ver saltar á chorros
la sangre caliente de la herida; de la herida
cuyos lábios quedan abiertos para siempre
para gritar castigo y venganza.
Nerón incendiando á Roma por un capri
cho de artista no es 1 Ioracio Vernet, el cólebre
pintor de marinas y batallas, que yendo á
bordo de un buque, cierta noche de tempes
tad horrible, entre los relámpagos sangrien
tas que latigueaban las nubes, haciéndolas
llorar gruesas gotas de lluvia, se hace atar
á lo alto de un mástil para que quedaran
impresos en su retina asombrada los sinies
tros efectos de aquella noche tremenda que
más larde le costó la vida.
Nerón incendiario para reproducir la exac
titud del arle por medios criminales, no es
Meissonier que para pintar su famoso cua
dro en el que vese á Napoleón derrotado!
1814, hizo construir á propósito una calle
maestra con una gran pendiente; esperó
algunos dias hasta que los copos de nieve
la cubriesen y con una batería de artillería
que prestóle un coronel su amigo la hizo
atravesar por aquella calle y así la copió
en su cuadro, llena de barro y nieve, surcada
por las pesadas ruedas de los cañones. Como
para llevar á cabo su cuadro, 1817, compró
un campo de trigo casi madurado, haciéndo
lo devastar luego por un escuadrón de caba
llería que Meissonier seguía al galope para
sorprender hasta los menores movimientos
de coreóles y ginetes.
Nerón se asemeja, . sobrepujándolo por
cierto, á áquel actor farcnso que para sor
prender un grito tremendo y único en la
agonia del asesinado, sepultó un'puñ il en
el corazón del mejor de sus amigos, tenien
do así para copiar la verdad trájica más
exacta para el Arle.
Nerón fue juzgado por sus mismos coetá
neos, y si traemos al tapete de la discusión
su mayor ó menor responsabilidad, es para
impugnar á la escuela realista que vé ó
quie-e ver un rasgo artístico donde solo
hay una monstruosidad sin nombre. Y no
se diga por esto que si en otra parte de es
te estudio histórico llamé á Nerón artista
sublime, no sea consecuente con las premi
sas sentadas. El juicio está en pié, y sino
decidme, ¿acaso las luces fátuas que surjen
déla podredumbre de los cementerios son
menos luces que las que irradian los astros
fulgurantes en el espacio? La piedra pre
ciosa engastada en el mango del puñal ase
sino, es menos preciosa, por eso, que su
hermana engastada en la corona de un san
to en el altar ? Lacrosa cuya semilla car
gó en sus a'as el viento y la dejó caer en
hediondo estercolero y brotó lozana y dió
bien olientes perfumes, es acaso menos rosa
que la reina de los jardines cuidada en ur
na cristalina para que las inclemencias del
tiempo ó de los hombres no la marchiten
temprano ?
F..Axcisoo C. ARATTA.
( Continuará)
"v Tf’ V "Uv" TT T "J* "v V V V V "v ’ V y — "v *? T T "v Y Y T
( sswsvos mimos)
1
CANNAS
El astro en el zenit. Provocaóora
La sien altiva de laurel ceñida:
El astro en el zenit y en plena vida
Tiene fugaz irradiación de aurora!
Lux in U'nnebris! Reina vencedora,
Roma imperial, hoy triste, envilecida;
Te mira el mundo de dolor transida
Y el mundo todo tu dolor deplora.
La hueste extraña cual enorme mancha
La llanura latina entenebrece
Ya casi cae—tétrica avalancha.
Sobre la gran ciudad:—la brega crece
Y brilla- illa á lo lejos- -la revancha
Que el poder del gran pueblo aún no fenece!
II
ZAMA
¿Qué se hizo tu poder, jefe valiente?
¿Qué se hicieron tus lauros y trofeos?
¡Ya olvidaste tus bélicos arreos
Se enmoheció tu cota refulgente!
No á la Roma soberbia y esplendente
Podrán vencer—en lidia —tus pigmeos:
¡Vosotros sois de desacato reos,
Castigados seréis eternamente!
Simbolo egregio del poder romano
¡Oh Aniba'-!: Hoy te reta en campo abierto,
Lanza en ristre Escipión el Africano;
Y Cart-'go ha de ser triste desierto
Por el que hizo sacrilega tu mano
Imperdonable y rudo desacierto.
■ José C. MIXCO Y L.
San Salvador, Diciembre 9 de 1397,
RECUERDOS DE LA FIESTA
I
Las gaitas y los tamboriles alegraban el
espacio con sus sonoras y descompasadas i
notas; descompasadas debido quizás á la
influencia del alcohol en el organismo de
ciertos gaiteros.
Alrededor de éstos, en alegre é infernal
algarabía, bailaban multitud de parejas de
hijas de la bella Galicia.
Más allá, á la sombra de algunos añosos
eucaliptus, una familia saboreaba unos mates,
mientras que el jugoso asado al asador espe
raba su turno, sazonándose en el fuego, que
avivaba.de cuando encuando, el jefe de la fa
milia, echándole algunas ramas secas.
Y diseminadas por to los lados, multitud
de carpas, en las cuales ondeaban, agitadas
por el manso céfiro, infinidad de banderas,
con los colores que agitó, triunfantes, la bri
sa de la tarde del 22 de Julio de 180S, en los
históricos campos de Baylén.
Pero lo que más llamó mi atención, enK e
aquel derroche de flores, de banderas y de
juegos diversos, fué una morocha, de ojos
negros como el azabache, de pelo aún más
negro, de dientes, ¡oh!, déjame que os dig 1
que no era ese el nombre, pues más qu e
clientes, eran los suyos una hermosa hilera
de preciosas perlas; su cuerpo lleno de infi
nidad de trastornadoras curvas, y cimbrado!'
cual la rama del fragan'e jazmín agitada
por leve y rítmico soplo, y sus palpitantes se
nos eran propios de una diosa.
¿Y qué decir de su pié? De su pié diré q° e
era diminuto como podría serlo el de la Vé
nus de Milo, y que al posarlo en el suelo, ^
compás de alegre fandanguillo, ganas daba 0
de volverse tierra para sentirse pisado por¿l-
No sé si su silueta estará en algo bosque
jada, pero aunque asi no sea, empezaré di
ciendo que no bien la vi, experimentó tod°
mi sér la conmoción que pudiera producid 6
el contacto de una pila eléctrica.
Mis ojos la envolvían con su mirar tan fij 0 ’
mientras que ella solamente de rato en rato<
y como quien mira á un desventurado, °° 6
dirijía su encantadora y dulce mirada.
No por eso me desanimé sino que, por d
contrario, continué con más fijeza dirijiend 6
mis ojos hacia ella,como podría dirijirlos h°'
cia un sér sobrenatural.
Ella, sin duda conmovida, me miró co 1 ^,
más detención y llegó con la vista hasta i°'
terrogarme sobre mi persistente mirada.
Cu
el
Po
•áanc
ton
fhari,
Mo
Mor
V
m
II
Acababa de bailarse una alegre muiñeiD
me hallaba paseando, cuando vi cruzar de
lante de mi á la bella gallega,—pi es seg|r
estoy de que Galicia la cobijó bajo su cie^
y de que el Miño la meció en. sus ondas.
Prévio su consentimiento, la seguí, y
ef
un paraje algo retirado del «mundanal riL
1 'er
tontrt
*0cab;
•his’.ei
^ujer
Ropic
e Üa p,
c omp:
Una
to che
do», comencé á hablarla, á describirle f* ,1 jA*°r la
amor, á decirle que sentia hácia ella u°‘ ) túrte-
pasión arrebatadora, que me hallaba dispues' 6 '•Rute
á llevarla ante el altar, si ella aceptaba t°
sincero y leal cariño; pero ella me rehusó e<l
'•tura
^ cur
VIDA MONTE VIDE AN A
31
Pocas palabras, diciéndome que causas es
peciales le impedian corresponderme.
Sin embargo, yo continué mi amorosa de
claración, ciego como estaba, embebido todo
ser en la contemplación de la bella galle-
j Sa. Articulaba un sinnúmero de palabras
J iTiorosas, de súplicas, de lamentos, para
. conseguir conmover en algo su corazón.
,S Llegué á decirle que la adoraba con el cas-
L y puro amor co i que Romo ) amaba á su
Julieta, conque Fausto adoraba á M irga rita.
Le dije que estaba dispuesto á salvar cual-
ciuier obstáculo para conseguir s i cariño, y
cine hasta me sentía capaz de robarla y huir,
huir á lejanas playas en donde fuera el solo
,dueño de tan apreciada prendí; pe o me
cortó la hilación de mi ardiente declaratoria
Utla mano (de gillego por lo pesada) aplica
da por vigoroso brazo sobre mi mejilla, que
d¡ó por tierra con toda mi pobre humanidad.
111
Guando volví cn-nií, después de limpiarme
e t polvo de la ropa, supe que la invisible
^ano que sobre mi mejilla se había posado
c °n tanta fiereza, era la de mi sastre, su
Marido.
Eduardo LÓPEZ LABANDEUA.
Montevideo, Uñero 22 de 1838.
7 ef>
rió
Como el perfume de la diamela
Que brisa leve lleva doquier;
Con ojos itegros, cual la gacela,
Esa es la niña de mi querer.
Con voz suave, dulce, harmoniosa,
Y una mirada de serafín;
Con labios finos, color de rosa,
Esa es mi amada, mi querubín.
¡Oh! si en mis días de amor inquieto
Yo tus caricias pudiera ver
¡Cuántas canciones, siendo indicrcto
Yo te ofreciera por tu querer.
Luis CHIOZZA.
Montevideo, Enero 22 de 1888.
C0I0 NACIO UN POETA
i-•.©:.• -
TRADUCCIÓN DHL ITALIANO ESTEC1AU1ENTB
l'ARt 8! VIDA MONTKVIDEANA »
( Conclusión )
Rero la mirada de ella, que siempre
en
contraba la suya y la apaitaba apenas la
Lcaba, era siempre la misma mirada negra,
^isieriosa, inescrutable, como la de una
^ujer tan altaneramente consciente de su
^'opio poderio, que ningún efecto visible de
c!la pudiera darle ni siquiera la más ligera
Complacencia de amor propio.
Una sola vez, al volverse al ruido de un
Coche dentro del cual la vió, le pareció —
¡ ÓjPor la actitud con que volvió la cara á otra
uÓfParte—que ella había apartado de él vlva-
les^'^ente la mirada y que sobre su perfil aso
lara la última llamarada de una expresión
^ curiosidad benigna. Pero, al volverla á
v. r otra vez, se convenció de que habia sido
una ilusión.
Pasó otro año. En el invierno se enfermó
gravemente. Estuvo á punto de morir.
No lo comunicó á su familia; pero, apenas
curado, débil todavia, y muy pálido, partió
á Alejandría para pasar la convalescência
entre los sayos.
Salió de noche en el tren directo de las
sie'e, haciendo un sacrificio para tomar
billete de primera clase y sentir así menos
las molestias peligrosas del viaje.
Estaba contento por haber encontrado un
puesto en el rincón de un coche vacio,
cuando en el momento de la pirtida subie
ron precipitadamente á su compartimento,
una señora y dos caballeros, que apenas
habían entrado, se asomaron á las porte
zuelas para alargar la mano á otros señores
y señoras, que decían: ¡Adiós!—¡Buen viaje!
—¡Hasta la vuelta!—con el acento de quien
saluda á viajeros para un país lejano y por
largo tiempo.
El tren ya se movia, los recién entrados
ocuparon sus puestos, la señora se sentó
frente á él, sus miradas se encontraron ...
I Era élla!
El corazón le dió un vue’co como si le
rompiera el pecho y su vista se obscureció.
Pero los ojos de élla se desviaron al mo
mento, y por las primeras palabras que cru
zaron entre los tres, supo una noticia que
le causó una sacudida mis fuerte que la
misma aparición.
Uno de los señores era el m trido, c judo y
diputado; el otro, un antiguo amigo, que
acompañaba á los esposos hasta Génova,
donde debían embarcarse.
'¿Embarcarse? ¿Para dónde? Poco aficio
nado á los diarios, como todos los poetas de
veinte años, no sabia que el diputado conde
había sido nombrado ministro plenipoten
ciario para una ciudad de Oriente; nombra
miento que había promovido en la prensa
una tempestad de censuras y polémicas.
Las primeras palabras de la conversación
se lo revelaron.
¡lila partia! Pero la sensación profunda
que le produjo esta noticia fuá casi domi
nada por un momento por la del perfume
sutilísimo, extraño, que ella exhalaba, y
que lo embriagaba como si viniera de su
carne y de su hálito, y después por el del
sonido de su voz, que nunca habia oido,
nuevo, profundo, casi sordo, misteriosa
mente fascinador como sus ojos.
Pero entre todas estas sensaciones era
más fuerte todavía una ansiedad atormen
tadora, una vergüenza, c tsi un terror de la
presencia de ella y de los otros, como si el
estado de su ánimo y sus mis íntimos pen
samientos debiesen aparecerías evidentes á
través de su frente y de su pecho, como una
llama á través de un cristal.
Respirando apenas, sin atreverse á mirar
la, permaneció asi, como hipnotizado, has
ta la estación de Moncalieri, donde un em
pleado subió á inspeccionarlos billetes.
Cuando al mirar el suyo, dijo con voz
fuerte: Alejandría, le pareció que la señora,
aún sin volverse, prestaba atención á ese
nombre.
El tren continuó su marcha, se detuvo
en Asti y volvió á partir.
Los dos señores hablaban de Oriente y
de política; ella miraba la campiña negra
que huía, y parecia pensar.
Solo una vez, en el espacio de más de
una hora, encontró él su mirada, pero fue
un instante.
Sus ojos le parecieron más negros, más
grandes y' más terribles bajo aquella luz
amarilla que le llovía sobre el rostro, déla
lámpara central del wagón, cada vez más
débil'y trémula como si fuera á apagarse; y
por un extraño juego de su propia fantasía
ahora la veia allí,como era, casi en contacto
suyo y la sangre le rebullía—ora le parecia
verla léjos, en el extremo del tren, y casi ve
lada por una niebla amirillenta--óra de nue
vo muy cercana, pero separada de él como
por un abismo profundo abierto bajo sus
piéS. .
De pronto le sacudió la voz nasal del ma
nió que exclamó :
— ¡Pero aquí nos quedamos á obscuras!
Se dio cuenta entonces de que la luz se
iba extinguiendo de veras, como le había
parecido.
En la estación de Felizzano, la última an
tes de*’Alejandría, el conde se asomó á la
ventanilla para llamar al guarda-tren; se
oyeron pasos, voces confusas, y después el
grito de:
— ¡Viajeros, al tren!
Y una voz lejana y clara:
— Se encenderán las luces en Alejandría!
El ti ca siguió adelante, mientras el conde,
volviéndose á sentar, gruñía contra el ser
vicio.
— ¡Cómo ha dé ser! elijo el otro señor,
riendo—hagámos cuenta que pasamos un
túnel de quince kilómetros!
Pero en aquel punto la llamila dió el úl
timo estremecimiento —el joven vió todavia
una vez relampaguear los ojos negros — y
después, todo quedo en tinieblas.
Siguió un minuto de silencio, tras del cual
los dos señares reanudaron su conversación.
Y el joven, mudo, inmóvil, con las manos
sobro las rodillas, como para ensimismar
se y embotar en la propia mente aquel
angustioso, intolerable pensamiento—el de
que ella partia—concentró con un esfuerzo
todos sus sentidos en la aspiración de aquel
perfume misterioso que lo embriagaba, y
que parecia hacerse más penetrante en la
obscuridad, como si se acercase á él, lenta
mente, la persona adorada de que emanaba.
Pasaron a'gunos minutos....
Y entonces en aquella obscuridad sucedió
una cosa maravillosa, increíble, que le pro
dujo el efecto de un trastorno de las leyes
de la naturaleza.
Sobre su mano derecha que oprimia la
rodilla, sintió posarse su mano. Si se le hu
biese escapado de una boca el grito que por
un momento se sintió subir de las entra
ñas,. hubiera parecido á Ls otros tres el
grito de un estático á quien aparece una
visión celeste.
Pero inmediatamente temió que fuera una
ilusión de los sentidos, el efecto de una per
turbación improvisa de la razón, y se ob-
32
VIDA MONTEVIDEANA
servó por un momento á sí mismo, interrogó
á su mente, vacilando y conteniendo la res
piración.
¡No! ¡No era una ilusión!
Un extremecimiento violento le corrió por
todas las venas, y en el mismo punto se le
produjo en la mente, una confusión, un
tumulto de pensamientos, como un sonoro
torbellino de llamas, que parecía le debiera
hendir las paredes del cráneo.
¡No! ¡no era una ilusión!
La mano mórbida y lijera, continuaba po
sada sóbrela suya, que permanecía como
paralizada por aquel contacto.
Después toda su sangre se sublevó y le
dominó una embriaguez repentina, como
si hubiera tragado un sorbo de licor terri
ble, y en poco estuvo que no se arrojara
de rodillas con los brazos abiertos.
Pero fué contenido casi por una fuerza
no suya y sintió temor por aquel momen
táneo delirio.
Nuevamente dudó que fuera una ilusión
y obligó de nuevo á su pensamiento á exa
minarse á si mismo.
Pero la mano continuaba.... continuaba-
y oprimia ligeramente la suya, como en
actitud da caricia y protección y él sentía
su morbidez, su calor y su vida.
Entonces penetró en su alma una infinita
dulzura, los ojos se le humedecieron, su
mente se aclaró y se sintió palpitar tan fuer
te el corazón, que.tuvo casi miedo de que se
oyeran los latidos por encima del c-trépito
del tren.
Alentado un peco, volvió la mano hacia
arriba, la estrechó y le pareció que un lo
ríente de voluptuosidad le revolviera el alma
y el cuerpo; aquella mano estabi e i la suya
¿Pero era posible? ¿Era ve-dad? ¿E-a él?
¿Era esa mano?
Un pensamiento súbito le traspasó el co
ra zón, la opiesión de aquella m i n o e ra un
adiós—un adi >s para siempre!
A después 1 > asaltó otro pensamlcnt >;
era amor... ó compasión solamente, compa
sión de su amor, de su pobreza, de su ros
tro de enfermo, del dolor que ella adivinaba
en él por su partida?
¡Oh! ¡No era, no podía ser más que com
pasión!
La presión cariñosa de aquella mano.aca-
riciadora que ro dejaba penetrar los suyos
entre los propios dedos, era el apretón de
una amiga compasiva, era la voz de un sen
timiento casi maternal, que le decía:--Tú
me amas, y yo parto; ya no me verás más,
pobre muchacho, nunca más en la vida.
Peí o yo me acordaré de ti alguna vez
y fe dejo como memoria esta dulzura.
Pues bien ¿qué importa ? También solo
por la compasión sentía una gratitud in
mensa, una ternura que le hacia subir los
sollozos á la garganta.
Y hé aquí que mientras esto pensaba,
aquellos deditos se abrieron y entraron en
tre los suyos. Y entonces un vértigo de amor
se apoderó de él é inclinando el rostro y
levantado un poco aquella mano, clavó en
cima los labios temblorosos y la cubrió de
besos mudos, abrasadores, desesperados,
hasta que le faltó la respiración; pero des
pués volvió á empezar y entre una y otra
repetión, con la poca razón que le quedaba,
se esforzó en recordar cuantos minutos
había entre Felizzano y Alejandría, cuantos
minutos de aquel paraiso le quedaban to
davía; pero aunque siempre los había sa
bido, no consiguió recordarlos.
Le parecia estar en aquella obscuridad
divina solo un minuto, le parecia estar hacía
una hora, un tiempo incalculable, le parecia
haber sido siempre feliz, afortunado, privi
legiado por el cielo de aquel modo; y respi
raba jadeante por la alegría se sentía grande,
daba gracias á Dios, bendecía la vida...
En aquel punto hendió el aire un silbido
agudo y largo.
¡Ah! fué para él lo que seria para un rico
el anuncio de la ruina y para un monarca el
del fin de su reinado: se le heló la sangre en
el corazón.
En el mismo momento sintió que aquella
mano se deshacía lentamente de la suya y se
posaba otra vez, como antes, lijera, en acti
tud de caricia amistosa y casi de protección
materna.
¡Si! ¡era compasión; nada más, nada más;
pero compasión, amor ó amistad, aquella
celeste dulzura iba á concluir.
A medida que el tren contenía su marcha,
la mano, casi insensiblemente, se retiraba.
Cuando hirieron los vidrios de la venta
nilla los primeros reflejos de las luces de la
estación, ya no la sintió, más.
Una tristeza mortal lo invadió. Buscó en
la luz incierta, los ojos de ella; no los en
contró.
Ella estaba ya en otro mundo. El sueño
había terminado. Aterrado por su despertar,
agarró su balij i y saltando al wagón antes
que el tren estuviese inmóvil, le pareció co
mo si se arrojara de una altura luminosa á
una cima negra y horrible, en cuyo fondo se j
hubiera despedazado la cabeza.
Y en cambio, ascendía do la obscurid id á
la gloria, porque todo I’urin, un mes des
pués, repetía la expié id ida poesía que li
presión de aquella mano lé h ibi'a hecho
brotar del fondo del alma, y su nombre so
naba en mil bocas, como una gloriado la
ciudad.
ledmundo D'AMICIS.
Turín, Diciembre de
&o o® @-0 &o @-o @o >33 033
PARA “VIDA MONTIVIDEANA”
( Conhr, nación )
¿No ves? el que no necesitaba pidre ni
madre, siendo como es el padre del univer
so; el que no había menester apoyo, porque
es todopoderoso; el que no pedia lástima!
porque es feiiz, quiso tener madre, y la tuvo
como el emblema de la ternura, como, la
santidad Jel cielo encarnada en el mundo.
Iba.á huir, y quiso tener quien le siguiese;
iba á padecer, y no le estuvo por demás
quien compartiese con él los tormentos: iba
á morir crucificado, y convenía una mujer
que le llorase. Si su midre hubiera muerto
primero, el Salvador hubiera llorado, por
ella: la tuya ha muerto, llárala tú, que no
faltas á la entereza ni á la filosofia.
Filosofia! ¿Comiste porventura en el en
torpecimiento del corazón? Al que aboga su
sensibilidad no le llamaré filósofo, más
antes miserable cínico que, pensando en
grandecerse con el estoicismo, se embarra
el alma y se mueve como un feo escarabajo.
Si algo vale el hombre es por las afecciones,
por esas afecciones elevadas y profundas
que guían á la virtud. Yo no creo que Sata
nás haya sido arcángel alguna vez, sino
cuando lo veo llorar en el abismo; y esas
lágrimas abrasadas que corren en silencio
á lo largo de su rostro y le queman la barba,
son quizás un titulo á la conmiseración de
la Divinidad. El hombre que por filosofía
permaneciese en perpétuo silencio, teniendo
ei uso de la palabra, seria un loco; el que
en ningún caso llora, teniendo el uso de las
lágrimas, es un ateo, no cree en la natura
leza, ni en el amor, ni en el dolor, en
nada; y no crée en nada porque nada
siente: su corazón es insonoro, su alma
es turbia, su pecho un terruño impro
ductivo. Este se llama filósofo? No; la
filosofía del corazón, ésa, es la verdadera:
esa filosofía es húmida, esa filosofía es fra
gante, esa filosofía es suave, porque anda
■ empapada en llanto; yes tan harmoniosa,
porque los suspiros vienen sonando en ella.
Privar al género hum ino de su parte más
noble, quitándole la sensibi'id id, so pretexto
de filosofía, es mutilir la obra de Dios. ¿Qué
vale la inteligencia sin los afectos? Un hom
bre sin otra cosa que ingenio, yo lo hago
con las manos, puesto que un autómata
puede ser obra de cualquiera; una criatura
sensible, tierna, de cuyo seno se despren
dan el amar, la compasión, la generosidad,
y salgan volando afuera como una bandada
de ángeles, no pued c ser sino habilidad de la
N itáraler 1, por obra y gracia de Dios. El
llorares como el hablar, necesidad de la
especie humana: carecer del órgano de las
lágrimas, es ser mudo, con ese mutismo
desprovisto de poesía que nos aleja de lo
sinto y nos arrastra à la materia.
No llores! te he dicho por ventura? Al
contrario, di rienda suel a á tu dolor, cuando
al verme te tiraste de rodillas gimiendo de
sesperadamente. Sabias á qué iba vo; tu
madre estaba en tu corazón, en tu memoria,
á tus ojos, y sin pensar ni saber lo que ha
cías, te echaste por aquel suelo, como en
presencia de un alto sacerdote: sacerdote,
si; sacerdote de la desgracia; he recibido
las órdenes, y ejerzo mi ministerio de com
padecer, y aliviar si puedo; de bendecir las
virtudes y anatematizar el crimen y los vi
cios. La expresión del dolor verdadero es
ésa: el que quiere llorar santamente, llore
de rodillas.
(Concluirá )
Juan MONTA i. YO.
Caracas [Venezuela] Diciembre 3 (le 1897.
E tab. Gráfico á vapor, Galle Convenci ón-8.«
32
VIDA MONTEVIDEANA
servó por un momento á sí mismo, interrogó
á su mente, vacilando y conteniendo la res
piración.
¡No! ¡No era una ilusión!
Un extremecimiento violento le corrió por
todas las venas, y en el mismo punto se le
produjo en Ja mente, una confusión, un
tumulto de pensamientos, como un sonoro
torbellino de llamas, que parecia le debiera
hendir las paredes del cráneo.
¡No! ¡no era una ilusión!
La mano mórbida y lijera, continuaba po
sada sóbrela suya, que permanecía como
paralizada por aquel contacto.
Después toda su sangre se sublevó y le
dominó una embriaguez repentina, como
si hubiera tragado un sorbo de licor terri
ble, y en poco estuvo que no se arrojara
de rodillas con los brazos abiertos.
Pero fué contenido casi por una fuerza
no suya y sintió temor por aquel momen
táneo delirio.
Nuevamente dudó que fuera una ilusión
y obligó de nuevo á su pensamiento á exa
minarse á sí mismo.
Pero la mano continuaba continuaba-
y oprimía ligeramente la suya, como en
actitud do caricia y protección y él sentía
su morbidez, su calor y su vida.
Entónces penetró en su alma una infinita
dulzura, los ojos se le humedecieron, su
mente se aclaró y se sintió palpitar tan fuer
te el corazón, que.tuvo casi miedo de que se
oyeran los latidos por encima del entrépito
del tren.
Alentado un peco, volvió la mano hacia
arriba, la estrechó y le pareció que un to
rrente de voluptuosidad le revolviera e! alma
y el cuerpo; aquélla mano estaba e i la suya
¿Pero era posible? -Era ve-dad?. ¿E-a él?
-Era esa mano?
Un pensamiento súbito le traspasó el co
razón; la opresión de aquella m tn o era un
adiós—un adi >s para siempre!
Y después 1 > asaltó otro pensamic.nt >;
era amor... ó compasión solamente, compa-
pues volvió á empezar y entre una y otra
repetión, con la poca razón que le quedaba,
se esforzó en recordar cuantos minutos
había entre Felizzano y Alejandría, cuantos
minutos de aquel paraíso le quedaban to
davia; pero aunque siempre los había sa
bido, no consiguió recordarlos.
Le parecia estar en aquella obscuridad
divina solo un minuto, le parecia estar hacía
una hora, un tiempo incalculable, le parecía
haber sido siempre feliz, afortunado, privi
legiado por el cielo de aquel modo; y respi
raba jadeante por la alegría se sentía grande,
daba gracias á Dios, bendecía la vida...
En aquel punto hendió el aire un silbido
agudo y largo.
¡Ah! fué para él lo que seria para un rico
el anuncio de la ruina y para un monarca el
del fin de su reinado: se le heló la sangre en
el corazón.
En el mismo momento sintió que aquella
mano se deshacía lentamente de la suya y se
posaba otra vez, como antes, lijera, en acti
tud de caricia amistosa y casi de protección
materna.
¡Si! ¡era compasión; nada más, nada más;
pero compasión, amor ó amistad, aquella
celeste dulzura iba á concluir.
A medida que el tren contenía su marcha,
la mano, casi insensiblemente, se retiraba.
Cuando hirieron los vidrios de la venta
nilla los primeros reflejos de las luces de la
estación, ya no la sintió, más.
Una tristeza mortal lo invadió. Buscó en
la luz incierta, los ojos de ella; no los en
contró.
Ella estaba ya en otro mundo. El sueño
había terminado. Aterrado por su despertar,
agarró su balij t y saltando al wagón antes
que el tren estuviese inmóvil, le pareció co
mo si se arrojara de una altura luminosa á
una cima negra y horrible, en cuyo fondo se
hubiera despedazado la cabeza.
Y en cambio, ascendia de la obscuridad á
la gloria, porque todo Turin, un mes des
pués, repetía la expié adida poesía que li
resión de aquella mano lá h ibia hecho
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ella: la tuya ha muerto, llórala tú, que no
faltas á la entereza ni á la filosofía.
Filosofía! ¿Consiste por ventura en el en
torpecimiento del corazón? Al que ahoga su
sensibilidad no le llamaré filósofo, más
antes miserable cínico que, pensando en
grandecerse con el estoicismo, se embarra
el alma y se mueve como un feo escarabajo.
Si algo vale el hombre es por las afecciones,
por esas afecciones elevadas y profundas
que guian á la virtud. Yo no creo que Sata
nás haya sido arcángel alguna vez, sino,
cuando lo veo llorar en el abismo; y esas
lágrimas abrasadas que corren en silencio
á lo largo de su rostro y le queman la barba,
son quizás un titulo á la conmiseración de
la Divinidad. El hombre que por filosofía
permaneciese en perpétuo silencio, teniendo
el uso de la palabra, sería un loco; el que
en ningún caso llora, teniendo el uso de las
lágrimas, es un ateo, no cree en la natura
leza, ni en el amor, ni en el dolor, en
nada; y no crée en nada porque nada
siente: su corazón es insonoro, su alma
es turbia, su pecho un terruño impro
ductivo. Este se llama filósofo? No; la
filosofía del corazón, ésa, es la verdadera:
esa filosofía es húmida, esa filosofía es fra
gante, esa filosofía es suave, porque anda
.empapada en llanto; yes tan harmoniosa,
porque los suspiros vienen sonando en ella.
Privar al género humano de su parte más
noble, quitándole la sensibi'id id, so pretexto
de filosofía, es mutilir la obra de Dios. ¿Qué
vale la inteligencia sin los afectos? Un hom
bre sin otra cosa que ingenio, yo lo hago
con las manos, puesto que un autómata
puede ser obra de cualquiera; una criatura
sensible, tierna, de cuyo seno se despren
dan el amor, la compasión, la generosidad,
y salgan volando afuera como una bandada
de ángeles, no puede ser sino habilidad de la
Nituralezi, por obra y gracia de Dios. El
llorares comí el hablar, necesidad de la
especie humana: carecer del órgano de las
lágrimas, es ser mudo, con ese mutismo
esprovisto de poesía que nos aleja de lo
tnto y nos arrastra á la materia.
No llores! te he dicho por ventura? JV1
[contrario, di rienda suel a á tu dolor, cuando
L al verme te tiraste de rodillas gimiendo de-
esperadamente. Sabias á qué iba vo; tu
(madre estaba en tu corazón, en tu memoria,
i tus ojos, y sin pensar ni saber lo que ha
las, te echaste por aquel suelo, como en
resencia de un alto sacerdote: sacerdote,
í; sacerdote de la desgracia; he recibido
as órdenes, y ejerza mi ministerio de enm
udecer, y aliviar si puedo; de bendecir las
it'tudes y anatematizar el crimen y los ví-
ios. La expresión del dolor verdadero es
sa: el que quiere llorar santamente, llore
e rodillas.
(Concluirá )
Juan MONTALVO.
Caracas [Venezuela] Diciembre Ó de 1897.
- tab. Gráfico á vapor, Calle Convención-Re