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HILDEBRJIMDO PIZZETTT
Y EL D J O S UNICO
L a última de las manifestaciones del espíritu en el tiempo es
la música. Cuando Grecia había producido aPitágoras y a
ludias, la música se despertaba apenas con los tocadores de
flauta. Los fragmentos de los himnos de Dionisio y de Né
mésis, y lo que hoy conocemos de la música trágica, nos su
gieren el enorme contraste de las grandes palabras de Esquilo,
jamás superadas y de la tímida línea melódica de sus coros.
La Edad Media forma la música al mismo tiempo que la sen
sibilidad recóndita del hombre. Ella es como la adolescencia
de Europa. Epoca febril de crisis interiores y sueños impre
cisos, en la que los nervios se templan al rojo blanco de las
grandes pasiones. La dialéctica es la gimnasia que da a su
cerebro la agilidad maravillosa que le infunde esa potencia
creadora y esa elegancia de movimientos del siglo de Leonardo.
Cuando el Renacimiento presencia la plenitud de la plástica y
del drama, con Miguel Angel y Ticiano ; Shakespeare y Cervantes,
Palestrina presiente recién con su Stabat Mater el futuro dra
ma musical y los madrigales preparan tímidamente la separación
que un siglo más tarde debía realizar la fuga, entre el arte
vocal y el arte instrumental. En esta época el espíritu planea
todos los caminos de la armonía, al mismo tiempo que el hom
bre aclara su situación en el universo. Es este el instante en
que el sistema nervioso, habiendo afinado a la perfección sus
cuerdas: escultura, pintura y drama, se encuentra admirable-