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gier, que el socialismo tiene en la evolución de la cultura occidental,
como la tuvieron las formas similares en los otros ciclos culturales
(indio-budismo; greco-romano, estoicismo), la significación de un
síntoma de decadencia, debemos ver en las reacciones fascistas los úl
timos espasmos de una vida que se extingue. Y es verdaderamente
sugestivo que ese movimiento esporádico, florecido sobre un último
resto de sanidad y vigor, tenga por cuna el Mediterráneo, que fuá
cuna, precisamente, de la cultura Occidental hoy agonizante. La
protesta alcanza, pues, el místico valor de un misterioso simbolis
mo histórico, al localizarse bajo el cielo azul de Italia, en esas ciu
dades evocadoras que han recogido la herencia del más puro hele
nismo para trasmitirla, como una reliquia, a la Cultura Occidental.
Mientras tanto, un orientalismo disolvente y asfixiante se nos cue
la por Rusia, esa ventana abierta al Oriente. En medio de todo es
te complexo enmarañado de acontecimientos y corrientes históri
cas, la actitud de Ferri, que en el fondo es un mediterráneo, es
decir, dos veces occidental, nos parece lógica y explicable. El hom
bre, después de la dura experiencia post-guerra, después de asistir
al fracaso del economismo, estrellado contra las fuerzas más hon
das y eternas de la idealidad y la inconsciencia, ha escondido sus
teorizaciones marxistas bajo siete llaves, y ha dado un saludo de
bienvenida al fascismo y a su encarnación heroica, Mussolini.
Pero Dios nos libre de incurrir en la fácil acusación de que
nos adherimos al fascismo. Para nosotros, el fascismo es un aconte
cimiento episódico, una simple reacción, que, como tal, no incorpo
rará ningún valor positivo en la sociedad, y Mussolini un simple
heroe ocasional nada eterno. El fascismo es un momento que ni
siquiera merece ser superado, ya que carece de toda significación
elemental y necesaria, y el nacionalismo d’annunziano en que se
inspira no puede interesar sino a los literatos y a los patrio
tas a lo Lugones. Pero no podemos negar que el fascismo contri
buye a la liquidación definitiva de muchas formas de nuestra cul
tura en decadencia, punto en el cual se da la mano con el comu
nismo. De todas las mentiras solapadas y jesuíticas de nuestro tiem
po, es sin duda alguna la falsa libexúad democrática una de las
más peligrosas y despreciables. El fascismo, apolítico en el mejor