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igual. Somos dos ilusos y dos inadaptados.” El otro señor le con
testa: “No es igual. Tu ideal es egoísta, el mío no.” Así pueden
seguir dialogando indefinidamente. Para darle un poco de impor
tancia a esta pavadita el señor Giusti habla de la dicha de todos y
de la justicia De esta manera algún crítico avisado dirá que es
un diálogo filosófico y otro hallará elevados conceptos sociales. Y
el 10: el 10... ¡cómo me cuesta decir que no hay derecho a endil
garle a una preciosa chica rubia, como es la hijita de Giusti, cuatro
páginas de palabrería vacía y estúpida, de la más perfecta ram
plonería sentimental !
“Juegas alrededor mío, cabecita rubia,, toda recogida en tu ilu
sión, animando y embelleciendo cuanto miras con tus ojos claros,
cuanto tocas con tus manos frágiles y mi corazón es como un vaso
colmo.”
Yo me animo a decir más sobre este ¿Recordarás?, porque las
chicas rubias de ojos azules, son sagradas para mí.
Bueno. Han quedado fuera de concurso cinco narraciones. Son
las únicas pasables. La última Pinoquio y Piclnchín es la mejor.
Koberto F. Giusti es un escritor de amplia y firme reputa
ción. Este juicio sincero sobre su libro de cuentos no va a hacerla
vacilar, lo sé. Pero me parece justo decir que fuera de sus ensa
yos críticos: Nuestros poetas jóvenes y el Amiel, todo lo demás no
vale nada. Su reputación responde pues, a lo relativo de nuestro
ambiente. Con un poquito más de cultura, estas dos obras se per
derían irremediablemente entre una producción de mediano valer.
Los muñecos de Giusti son demasiado ingenuos, muy simples,
muy fuera de la vida. La historia de sus muñequitas, excepto Pino
quio, es la historia vulgar y romántica de las muñequitas de Josué
Quesada, con la misma cursilería la misma falta de observación
superior. Si Giusti ha querido ser realista — y parece haber sido esta
su intención en La Infanticida y en Transplantada o en Las Qanas
— yo opino que no ha sabido conseguirlo. La falta fundamental
n oue se ha olvidado de que los actos y los acontecimientos depen
dientes de estos, no se rigen por una psicología literaria a flor de
piel, tan grata a Manuel Gálvez. El ser humano, complejo y absur
do, es cruelmente lógico siempre para la verdadera psicología, aque-