56
Salón anual de Bellas Artes
ItI ax Nordau era humano cuando escribía sus formidables y
terminantes juicios. El judío de “Degeneración” era huma
no, demasiado humano.
Sus análisis, que ios vulgares llaman panfletos o libelos, na
da tienen de tales. La brutal energía de sus observaciones no es
rusticidad ni maldad. Tampoco es apasionamiento. Es sabiduría ru
miada y amor de verdad enaltecido. Nordau íué genio y hombre, en
toda la acepción viril de la palabra. Por ser genio y ser hombre
amó la verdad entusiasmándose de su belleza. Tenía sobrado carác
ter para ello. Y como hombre que supo ser, en el genio y en la fran
queza despreció eufemismos y empaques de feminidad. No así hu
bieran surgido “Degeneración” y “Los convencionalismos socia
les.”
La verdad, en forma de sabiduría, esclavizó la potencia fogosa
del maravilloso polemista. El produjo en el siglo la alquimia moral
de la energía, oponiéndola a las inversiones de la decadencia con
temporánea. De ahí que mereciera ser incomprendido por los su
perficiales, los débiles y los imbéciles. No le faltó quien le saliera
al paso y desde la cueva de su idiotez le escupiera su inofensiva
impotencia, en tonto calificativo. “Judío lapidario” llamóle Vargas
Vila, el literato de los suicidas.
El poetastro que mastican los cuarteleros del rancho y la ga
lleta esférica, el familiar de las viciosas y de los lúbricos del últi
mo paso, el morfinómano de la juventud, creyó vérselas con un pan-
iletista. No concibió al Nordau grande, al que jamás toleró que en
nombre de la belleza, ios hombres se vistan de cultos, sin destruir