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CONVERSACIONES LITERARIAS
M.—Es verdad... lAquei Fradique!... ¡Cómo se descom
ponía y se desencajaba cuando le hablaban de las para
él inmundas Lapidarias, defecadas allá en 1867 en el ver
tedero hediondo de una revista portuguesa escondida que
se llamaba A Reooluçao de Setembro!... ¡Cómo se indigna
con Marcos Vidigal, el cronista que escribía sus revistas,
musicales para gozar gratuitamente su billete en San Car
los, como alguno que yo conozco en Madrid las escribe
sólo por la butaca del Real... ¡Cómo llamó á Marcos, «in
discreto, burgués y filisteo!...» ¡Cómo le amenazó con una
pega intellectual cuando se publicaron esos trozos de sus-
lapidarias!... ¡Cómo después un día, en la rua do Ale
crim, cuando el interlocutor le preguntó si Fradique pu
blicaría alguna vez sus.versos, Marcos contestó: Nunca!....
II.—i Y por qué? ¿Por qué ese puntillo exagerado de
honra?
M.—El Maestro trata de explicarlo. Tal vez Fradique!
á la manera del canciller Bacon y de otros hombres gran
des por la acción, desee esconder de este mundo de mate
rialidad y de fuerza su fino genio poético. O tal vez—y
esto es lo más probable, pienso yo,—esa ira, al ver su
nombre impreso debajo de versos con que se enorgulle
cería Leconte de Lisle, sea la del artista noblemente y per
petuamente insatisfecho que no acepta ante los hombres
como suya la obra donde siente imperfecciones.
H.—Pie ahí la explicación que yo he dado antes. El
descontento, la insatisfacción de sí mismos es lo que hace
á estos grandes impotentes en la apariencia, en la realidad
creadores de su felicidad, que no buscan las pompas va
nas del populacherismo, y si no han de ocupar el solio
de la poesía, renunciar á entrar en el escalafón... Ya que
no pueden ser los primeros ocupantes del reino celestial,
rechazan generosamente una beata y tibia bienaventu
ranza... De no ser Dantes, prefieren no ser Alfieris, v. gr.
M.—Sin duda, no creen en aquel género de ingenios de
segundo orden que, sin igualarse á los genios, ocupan en
las artes y ciencias un puesto muy desahogado y muy vi
sible...
II.—lEso no lo dice usted!