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VARIEDADES
El lírico Rueda, que desde la muerte de Núñez de Arce
ocupa el primer puesto entre los poetas españoles, habla
con un levantamiento admirable. Su ardor, su fe, su ener
gía, son, para los españoles en general, un modelo digno
de ser imitado. Nada de lo que se refiere á la poesía es in
diferente al noble poeta. Que sus ideas sean ó no justas-
poco importa desde nuestro punto de vista. Lo que nos
encanta en él, es la seriedad casi religiosa con que habla
de su arte. Desde el principio alza la voz y dice que «un
poeta de verdad, un poeta de los que hacen Dios y la Na
turaleza, no produce versos cojos, ni versos largos, ni
versos cerebralmente puestos de una manera, ni versos
cerebralmente puestos de otra; un poeta de verdad, el Poe
ta, trae, de un modo preestablecido, es decir, trae desde
antes de nacer, todos los metros y todas las combinacio
nes rítmicas, sin que á ninguna le falte un acento, hechos
carne y espíritu, hechos cerebro é intuición, y al hablar ó
al escribir rompe á expresarse por música, según perfectas
cadenas de ritmos, según divinas tablas logarítmicas ema
nadas del mismo Dios, que ha hecho las flores á ritmo,
las gotas de agua á ritmo, el pulso, la respiración y el an
dar á son de ritmo. Ese es el poeta de verdad, el Poeta; y
ese Poeta hace versos del mismo modo que anda, que late
y que respira: todas las combinaciones musicales las trae
desde antes del nacer, como un don gratuito y milagroso,
y aunque 61 no quiera es rítmico, armónico, justo en sus
acentos, completo en la música portentosa de sus pala
bras, como es completa de acentos un ave al volar, y un
ciervo al correr, y un caballo al galopar, y un mar infini
to al desarrollar sus olas como una portentosa y estupen
da tabla de logaritmos musicales.» Y esto, que podrá no
ser una verdad absoluta, ni siquiera una verdad frecuente
en nuestra época de retórica triunfante, es una verdad en
Rueda mismo. Su musa no conoce ni leyes sabias ni artifi
cios complicados, y cuando canta, cuando baila, cuando
desea en su sencilla coquetería conquistar á su amante,
sólo adorna su morena desnudez con joyas de una pesa
dez tan suntuosa como sencilla. Cuando esta musa oye ha
blar de las elegancias modernas, de las sutilezas extran-