Full text: Nr. 10.1907 (1907001000)

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VARIEDADES 
El lírico Rueda, que desde la muerte de Núñez de Arce 
ocupa el primer puesto entre los poetas españoles, habla 
con un levantamiento admirable. Su ardor, su fe, su ener 
gía, son, para los españoles en general, un modelo digno 
de ser imitado. Nada de lo que se refiere á la poesía es in 
diferente al noble poeta. Que sus ideas sean ó no justas- 
poco importa desde nuestro punto de vista. Lo que nos 
encanta en él, es la seriedad casi religiosa con que habla 
de su arte. Desde el principio alza la voz y dice que «un 
poeta de verdad, un poeta de los que hacen Dios y la Na 
turaleza, no produce versos cojos, ni versos largos, ni 
versos cerebralmente puestos de una manera, ni versos 
cerebralmente puestos de otra; un poeta de verdad, el Poe 
ta, trae, de un modo preestablecido, es decir, trae desde 
antes de nacer, todos los metros y todas las combinacio 
nes rítmicas, sin que á ninguna le falte un acento, hechos 
carne y espíritu, hechos cerebro é intuición, y al hablar ó 
al escribir rompe á expresarse por música, según perfectas 
cadenas de ritmos, según divinas tablas logarítmicas ema 
nadas del mismo Dios, que ha hecho las flores á ritmo, 
las gotas de agua á ritmo, el pulso, la respiración y el an 
dar á son de ritmo. Ese es el poeta de verdad, el Poeta; y 
ese Poeta hace versos del mismo modo que anda, que late 
y que respira: todas las combinaciones musicales las trae 
desde antes del nacer, como un don gratuito y milagroso, 
y aunque 61 no quiera es rítmico, armónico, justo en sus 
acentos, completo en la música portentosa de sus pala 
bras, como es completa de acentos un ave al volar, y un 
ciervo al correr, y un caballo al galopar, y un mar infini 
to al desarrollar sus olas como una portentosa y estupen 
da tabla de logaritmos musicales.» Y esto, que podrá no 
ser una verdad absoluta, ni siquiera una verdad frecuente 
en nuestra época de retórica triunfante, es una verdad en 
Rueda mismo. Su musa no conoce ni leyes sabias ni artifi 
cios complicados, y cuando canta, cuando baila, cuando 
desea en su sencilla coquetería conquistar á su amante, 
sólo adorna su morena desnudez con joyas de una pesa 
dez tan suntuosa como sencilla. Cuando esta musa oye ha 
blar de las elegancias modernas, de las sutilezas extran-
	        
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