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DON QUIJOTE DE LA MANCHA
sa y ennoblece. Se encarnan en seres que siendo ficticios,
son tan reales, tan verdaderos como los que en realidad
existen—en seres cuya actitud, cuyo vestido, cuyas pala
bras, cuyo interior y cuyo aspecto ofrecen la más viva
imagen, la más precisa, la más exacta, de un siglo y de un
liais, al mismo tiempo que simbolizan lo que la conciencia
humana guarda de ecuménico, de inmutable y de eterno.
Una vez más, el Verbo se hace carne.
Ya sea cerca de los golfos divinos donde el rapsoda cie
go celebra hoy la pérdida de Ilion, mañana las asechan
zas de Cíclope, después las estratagemas, de Ulises ó el
retorno del esposo-, ya sea en Ferney donde el magro
Voltaire arroja sus sarcasmos sobre Leibnitz y sus discí
pulos y deduciendo de la desgracia individual la hostili
dad de la Naturaleza y la maleficencia del Contrato social,
destruye el imprudente sofisma que da como fin del Uni
verso el «troupeau de Epheméred»; ya sea en Dublin, en
esa Irlanda hambrienta y trágica donde el deán Swift, no
contento con acriminar á la Naturaleza, acusa al hombre
mismo, como un teólogo acerbo para quien el «viejo
Adán» jamás será digno de rescate; ya sea, en fin, en el
pobre pueblo (1) de la Mancha, en esta aldea obscura de
Argamasilla, donde el manco de Lepanto, vencido por los
años, domado por la necesidad, pero de genio victorioso é
indomable, descubre, á lo largo de las rutas desiertas, so
bre las crestas ásperas de las sierras, bebiendo el agua
parsimoniosa de las torrentadas, durmiendo al abrigo de
los robles polvorientos, al paladín de la Triste Figura y á
su obeso escudero; la obra maestra, así aparezca fuera del
tiempo que la ha hecho nacer y de las pasiones (píela han
engendrado, es siempre la más alta representación de una
época, de la idea y de las sensaciones que la han sacudido.
La obra maestra se aísla, y crece. Conquista el mundo; se
incorpora al patrimonio universal. Testigo de la sabiduría
y de la madurez de una familia humana, por ella cono
cen las generaciones siguientes estas altas cualidades. No
hay libro más heleno que la Odisea, más inglés que Gulli
ver, más francés que Cándido, más español que Don Qui
jote- pero, desde hace largo tiempo, estos libros inmensos