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LA INFLUENCIA DE UNAMUNO EN AMÉRICA
en las trojes de los sembradores mientras los granos re
cién caídos en el surco llaman á sí las fuerzas inarticula
das de la vida para realizar el prodigio de sus germinacio
nes. Está bien que no comprendan á ciertos poetas los es
píritus herméticos; bien está que los sientan. Así los jardi
nes poéticos durarán florecidos muchos más días, sus ro
sas conservarán largo tiempo el aroma. Páginas existen
del libro de la Naturaleza y páginas hay en los libros de
los hombres, que sólo son entendidas por los absolutamen
te ignorantes ó por los videntes; los individuos de la meso-
cracia del pensar cuotidiano jamás las entenderán, porque
sus ideas—las ideas suyas—son otros tantos obstáculos
que les cierran el camino al conocimiento. Son ideas celo
sas, que están en el cerebro de los ilustrados, armadas de
puntas y resueltas á rechazar nuevos huéspedes de la es
trecha casa. Son muebles que no se admiten; no hay dón
de colocarlos.
Menos acierto habría aún en llamar artista á Unamu
no. El artista, únicamente artista, como el mero crítico,
no renueva las almas, ni imprime, hoy por hoy, impulso
hondo, vividor y significativo al espíritu moderno. Buscan
en los actuales momentos los hijos de la ansiedad huma
na, pensadores que consuelen, poetas que con su espada
ideal abran camino por donde se llegue á las fuentes paci
ficadoras del alma, á praderas invioladas, á las cimas se
renas del amor que rejuvenece. Quizá el dictado de crítico-
poeta conviniera mejor á las facultades de Unamuno. Sus
procedimientos críticos se alejan casi siempre de los mé
todos conocidos y de las maneras peculiares á los escrito
res castellanos. Carece de dogmatismos; no demuele por
el encanto de derribar sutilmente fábricas levantadas por
otros; detesta el escepticismo por indigno; es incapaz do
usar la ironía, ni el humorismo, que es al decir de un ma
logrado italiano, «el arte de hacer sonreír melancólicamen
te á las personas inteligentes;» rehuye las absolutas y los
sistemas; elogia con parsimonia, porque juzga debe ser
moderado el elogio si ha de revelarse sincero; la sinceri
dad no la entiende Unamuno como expresión de lo que
sentimos, sino á modo de resultante del contacto del sen-