Full text: Nr. 11.1907 (1907001100)

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LAS NOVELAS SOCIALES 
ni an la hermosura dolorosa y desmayada de la anemia; 
llores de vida que se mustiaban antes de abrirse; adoles 
centes de piel blanca, de una palidez de papel mascado, que 
el sol no lograba calentar, tiñéndola á trechos con menu 
das manchas de color de salvado. Vírgenes de ojos desme 
suradamente abiertos, como asombradas de haber nacido, 
con los labios azules y las encías de ese rosa pálido que re 
vela la miseria de la sangre. El pelo triste y sin brillo aso 
maba alborotado bajo el pañuelo, guardando en sus mara 
ñas briznas de paja y granos de tierra. El pecho de las más 
tenía la monótona uniformidad del desierto, sin que al res 
pirar se marcase bajo la tela el más leve rastro de los mon 
tículos seductores que avanzan orgullosos como un blasón 
del sexo. Tenían las manos grandes y los brazos enjutos y 
huesosos como los hombres. Al andar, movíanse sus fal 
das con desmayada soltura, como si dentro de ellas sólo 
existiese aire, y al sentarse, la tela marcaba ángulos duros 
sin la más tenue redondez. El trabajo, la fatiga bestial ha 
bían paralizado el desarrollo de la gracia femenina. Sólo 
algunas delataban bajo su envoltura los encantos del sexo; 
pero eran muy pocas.» (1) 
Muertos para el arte Pereda y Palacio Valdés, (2) estro 
peada la personalidad de Galdós (como novelista, entién 
dase bien), en esa última serie de episodios que no ha sabi 
do continuar la leyenda de sus primeras novelas, (?>) no 
resta entre los contemporáneos otro novelista de más mé 
dula que el autor de Arroz y Tartana. Y Blasco Ibáñez es- 
(1) Ibidem, III, 163 y 164. 
(2) Cuando esto se escribió, había anunciado que con La Aldea perdida ponía fin 
á su obra literaria. Hoy, para bien de las letras espartólas y recreación de sus admi 
radores, se ha disuadido de ello y prepara una novela que será, sin duda, hermosa 
como todas las suyas: Tristón ó el pesimismo. 
(3) Esto no se atreve á decirlo nadie en España, sólo Dionisio Pérez, ei que me 
jor maneja el castellano entre nuestros escritores jóvenes y un periodista que pudie 
ra dar lecciones á muchos académicos, asi como un artista probado y un pensador 
original y audaz—lo ha notado de pasada. Galdós como novelista ha muerto á raíz 
del comienzo de la última serie de los Episodios nacionales, que sólo en algunas pá 
ginas afortunadas recuerdan aquellas sus primeras novelas, que lo colocaban á la al 
tura de un Balzac. El hecho no deja de ser menos cierto porque los críticos al uso no 
osen trompetearlo; y la posteridad sabrá muy bien qué partido tomar con esos libros 
de cubierta llamativa.
	        
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