CERVANTES
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punto cuando el guía nos conduce á una cueva subte
rránea. Allí, bajo los cimientos del castillo, encerró
Luis XI á sus víctimas de marca. Allí, empotrada
en bóveda sombría, estuvo la jaula de hierro que
albergó, durante años y años, hasta la muerte de
Luis, el espectro de un cardenal: La Bulue. El rey,
apoyado en el brazo de su barbero ó de su verdugo,
sus dos hombres de confiannza, venía á visitar el
espectro. El espectro se quejaba, implorando miseri
cordia. Luis XI chacoteaba. Era una de sus distrac
ciones favoritas.
En la tarde recorremos de nuevo la ciudad y visi
tamos algunos edificios, entre otros, la iglesia de San
Martín.
¿Cómo asegurar que ya la fe no fabrica tomplos?
Puede faltar el fervor, no parcial, sino colectivo, el
fervor adsoluto y unánime de un pueblo, de una raza
que se pone á labrar piedras, á soñar en lo infinito y
realiza, gastando tesoros y vidas, esos suntuosos sue
ños de piedra, esos palacios de Dios que se llaman la
catedral de Burgos, la catedral de Toledo, la catedral
de Colonia, la catedral de Milán, San Pedro de Roma
ó Notre-Dame de París.
¿Pero quién acaba de construir ese opulentísimo y
pesado templo de San Martín, en Tours, sino la fe?
No es el artista quien la tiene: el artista por dinero
levanta los muros de la Opera Cómica, en París, ó
escava la cripta de San Martín, en Tours; no es el
clero quien la tiene: el clero consagra sus haberes y
sus vigilias á la obra, en interés de su negocio; pero