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CERVANTES
las cuestiones de arte no pueden establecerse bande
rías ni partidos; hay que proceder serenamente, y los
hombres deben ser aptos para descubrir con impar
cialidad las bellezas y las máculas donde se hallen y
ajustar la actitud en que han de colocarse frente a la
obra según la altura del artista. ¿Cómo, pues, voy a
exigir lo mismo a Julio Antonio que a otro cualquiera?
¿Cómo he de juzgar lo mismo su obra que cualquier
otra? ¿No dicen que es excepcional, que tiene un valor
único en la escultura española? Pues con arreglo a
esa excepcionalidad, de cuya existencia ni un solo
» momento he dudado, ha de ser la obra. Si estoy con
vencido de que no lo es, ¿cometo algún pecado, incu
rro en algo punible al decirlo? Tolo lo que se podrá
argüir en mi contra es que estoy equivocado, que
sustento un error; pero hace falta demostrarlo, como
yo voy a intëntar razonar mi criterio.
La causa de los tonos agresivos en que estaba
redactado mi artículo, que no quiso nunca ser hostil
al escultor, está en la indignación que me produjo la
parcialidad de los panegiristas acérrimos de Julio
Antonio, que en sus bataholas de bombos y platillos
llegaron a los excesos más reprobables. Y aunque los
españoles somos muy dados a lanzar las afirmaciones
más radicales y ribombantes, es conveniente que va
yamos deslindando los campos para no confundir las
fiestas del espíritu y la inteligencia con las de los
sentidos. No creo que sea necesario para ponderar el
mérito de un artista negar el de los demás; no estimo
' que sea indispensable para elogiar algo afirmar que
nada se ha hecho comparable ni nada se hat a seme-