Full text: 1918,Febr. (1918000302)

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CERVANTES 
rido expresar un drama del mundo—tanto más cuanto 
que en ese grupo hay halgo de retrato—un dolor 
determinado y nuestro, ¿por qué ha caído en la teatra 
lidad de las imágenes religiosas, por qué no ha inqui 
rido otra manera más personal y humana para^imbo- 
lizarlo? 
¿Es que sólo se ha preocupado de la técnica y ha 
olvidado por esta vez lo fundamental: el concepto? 
Y pensó: ¿es que por haberle dicho todos que su 
arte se entronca con el de los imagineros se creía en 
el caso de imitarles y trasladar a un mausoleo las figu 
ras de un altar? Y recordaba aquellas luminosas pala 
bras de Camilo Mauclair, refiriéndose a los maestros 
pasados en su libro «De Watteau a Whistler»: «Ad 
mirarlos no es imitarlos; es reconocer en ellos las 
ideas lógicas comunes a las artes de todos los siglos y 
conocer la fuente para alumbrar en nosotros ese ma 
nantial eterno representado por el fluir de una visión 
sincera y conmovida de los aspectos de la vida.» 
¿O será acaso—añadí—que tuvo necesidad de ajus 
tarse a los gustos de quienes habíanle encargado la 
obra? 
Me mostré partidario de eSfca sospecha al ver la 
dualidad manifiesta de concepto de las dos figuras 
(helena la del hijo, eclesiásticocatólica la de la madre). 
Pues aunque ambas tendencias se advierten en su 
arte, están armonizadas, fundidas, no se producen de 
la tajante manera que aquí, hasta el extremo de que, 
si se separasen las dos figuras, la del jovenzuelo 
podría tomarse como un efebo dulcemente dormido, 
nunca muerto—los griegos eran contrarios a las feal-
	        
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