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CERYANTES
siempre faé propenso, y ha. exornarlo su obra con
multitud de nimios detalles de adorno que, por ser
adjetivos, distraen y diluyen la emoción substancial.
Ha tenido más en la memoria los múltiples anteceden
tes que existen por catedrales y templos que cuidado
por hacer triunfar su visión propia, dominante en las
demás obras que de él conozco. Se me dirá: es que se
trata de un mausoleo. Conformes. Pero—digtí yo—es
que no se trata de ningún paso procesional, de Sema
na Santa. Y bastaba la expresión del dolor efectivo
para sentirnos conmovidos y afectados hondamente.
: En fin, con lo expuesto no quisiera mermar en un
ápice el justo triunfo de Julio Antonio. No es esa
mi intención. ¿Cómo va a serla si opino que antes de
bió obtener el clamoroso éxito? Lo que pretendo es
demostrar que se trata de una obra discutible por
muchos respectos y, por lo tanto, no se pueden lanzar
las absolutas y rotundas afirmaciones que se han
hecho. Imposible negar su valor, pero imposible tam
bién elevarlo al grado de lo insuperable. ¡Ojalá lo
fuese!
Muerte de Julio Antonio-
Escrito lo que antecede, ocurre la muerte—no por
esperada menos dolorosa y sorprendente— de Julio
Antonio, víctima de la implacable tuberculosis. Como
los elegidos de los dioses, según la frase clásica, mue
re joven, a los treinta años de edad, cuando precisa
mente más se podía esperar de él, puesto que comen-