Full text: 1918,Febr. (1918000302)

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CERVANTES 
lias, tocaba ya en el horizonte. Desde la carretera leja 
na, se oía el chirrido de un carro tirado al lento paso de 
sus bueyes, y el cauto de un mozo rizaba el aire, car 
gado de olores y de frescura. De las ramas del huerto 
caían las primeras hebras de la sombra que envolve 
ría a la noche en su fina red. La hierba crujía suave 
mente en derredor de la margarita... y ella, estreme 
cida, contemplaba absorta el misterio caído a ras de 
ella. Estaba tan cerca a los azules ojos de la niña, 
atónitos y abiertos, que veía las incontables rayitas 
negras de sus iris; tan cerca... que un mechón de su 
pelo la anegaba entre sus ondas, semejante a un río 
de oro; tan cerca... que creyó oir manar la sangre 
tibia bajo el acero reluciente, y sentir conmoverse su 
corola por el trabajoso alentar de aquel pecho. Y 
¡ay!... tan cerca... que una mano blanca, al crisparse 
convulsa, arrancó a la margarita de su sostén, para 
dejarla caer sobre aquel lacerado corazón... y todos 
sus pétalos inmaculados tiñéronse de carmín... y su 
trémulo suspiro fué a repercutir en el sollozo que 
desgarró la garganta de la niña. 
Después... la fugitiva esencia de la flor y el alma li 
bertada de la mujer, confundidas en la brisa, rozaron 
con ternura la frente del pobre loco, que lloraba junto 
a la humilde planta despojada y al frágil cuerpo 
exánime... a ras de tierra... 
Carlota Remfry de Kidd
	        
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