Full text: 1918,Febr. (1918000302)

CHUTANTES 
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otro mundo que el que circundaba la dehesa, creía de 
buena fe que allí terminaba todo o que allí nacía todo 
para no continuar. 
María Jesús y Eafael se conocieron y se amaron: 
se amaron con la ternura de las flores, con el ímpetu 
de la sangre virgen, eon el atavismo de una supers 
tición. 
Está loca saña de amar y de sentir al modo de las 
bestias, era en María Jesús y Eafael algo brutal e im 
perativo, fuerte y salvaje, que asienta sus raíces en la 
viva roca y muestra sus rojas flores en lo alto del co 
razón. Amar a lo burgués hubiera sido para ellos in 
inteligible. Quintaesenciar la forma hasta hacer de 
cada palabra una melodía, hubiera pasado para ellos 
como el amor de las estrellas. En sus largos silencios 
estaba su mejor poema. 
Desde la ribera del río, María Jesús clamaba: 
—¡Eafaé!... ¡Eafaé!... 
Y Eafael aparecía, sin pronunciar palabra, tal como 
macho en celo al cálido reclamo de la hembra. 
Sus coloquios eran mansos, cálidos, perfumados de 
ternura y de pasión. 
Sole acechaba en la sombra estos coloquios. Aun 
recios sus brazos, aun rosado su vientre, aun encen 
dido el corazón, también ansiaba morder el fruto ver 
de y se retorcía en espasmos de dolor y lujuria. La 
hembra triunfaba de la madre en un sarcástico pero 
franco gesto de rebeldía. La raza mora, pasional y 
morena, había dejado en la garrida hembra un sedi 
mento bastardo, pero ácido y fuerte...
	        
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