Full text: 1918,Febr. (1918000302)

CERVANTES 
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día. El campo, sopor y fatiga, sólo da una impresión 
de cansancio. De vez en vez la música de una esquila 
lenta y rumorosa. D. Miguel alza la cabeza, abre sus 
ojos grises. Su pasado le inquieta y siente cómo la fa 
tiga le sube a la garganta, le reseca los labios, le anu 
bla los ojos. Sole ha puesto sobre su vida la última 
brasa de deshonra, la última apostilla. Siente el dolor 
de los heridos y el orgullo de los que no claudican 
nunca. Siente asco por Sole y asco de sí mismo. Y 
todo el fuego de su odio se apaga con el chorro frío 
de este frío cálculo... Romper de una vez sería apre 
tar la argolla que le une a Sole, argolla deleznable, 
frágil, de indignidad, pero, al fin, la última. Guando 
los brazos de Sole no se tiendan a su cuello, no en 
contrará otros brazos amantes. Sólo sus besos podrán 
encender, con indeciso temblor de fuego, sus caducos 
labios. Ahora alza sus ojos hacia aquella estrecha vi 
vienda, y la vivienda le muestra, descarnada, fría, in 
quietadora, la ruina de su orgullo y de su corazón... 
Desde la ribera del río, María Jesús clamó: 
—¡Rafaé!... ¡Rafaé!... 
El campo, en la noche, daba una sensación desco 
lorida de pena, de terror, de cansancio, de muerte. 
No eran ninguna y eran todas a un tiempo, estas vo 
ces de la fatalidad, las que flotaban en aquel obscuro 
ambiente vacío de sentido y vacío de luz. Cantaban 
los grillos porque era primavera y porque era noche. 
Su monótono canto era una estridencia más que ate-
	        
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