Full text: 1918,Febr. (1918000302)

CERVANTES 
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aún, protégeme como en la escuela, porque sigues 
siendo más fuerte. Tu pena es mezquina si la compa 
ras con la mía... ¿Cómo no sonreir ante esos callos que 
proclaman tu abnegación y ante ese mismo tropiezo 
del cual te levantaste maltrecha, engañada, envilecida 
socialmente, ¡pero con una hija! 
Beatriz.—Una hija sin padre. 
María Luisa.—Bah... ¿Y tú corazón? Así podrás 
sentirla más tuya... Mientras encallecen tus manos para 
alimentarla, eres el padre; cuando te levantas de la má 
quina para ir a la cuna, eres tú... Tuya sola es la hija... 
Sus sonrisas no tienen necesidad de compartirlas... En 
tu buhardilla, que no necesito conocer para envidiar 
la, hay, por pobre que sea, algo que jamás podrá ale 
grar mi casa: un llanto que repercuta en tus entrañas, 
una risa que sea como ventana abierta hacia el cielo... 
Tu vida mala, la darás con gusto porque sean dulces 
los días suyos... Mientras vayan saliendo tus canas, irá 
ella creciendo, haciéndose mujer, y serás como tú mis 
ma mejorada, embellecida... Como si te miraras en un 
espejo milagroso... Mientras que yo... Yo acabaré en 
mí para siempre, para siempre... Perdóname el que sea 
mucho más desgraciada. Tal vez debí callar. 
Beatriz.—No te entiendo bien... Quizás mis traba 
jos manuales me hayan embrutecido... Me parece vis 
lumbrar algo... ¿No eres feliz en tu matrimonio? ¿El 
no es bueno? ¿Acaso quiere a otra o tiene fuera de casa 
alguna de esas cosas que no importan mucho, y sin 
embargo, mortifican? Puedes hablarme como yo te ha 
blé a ti. 
María Luisa.—¿El? ¡Qué me importa él! Todas esas
	        
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