Full text: 1918,Febr. (1918000302)

CERVANTES 
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bles... Yo temblaba de ansiedad, temblaba tanto, que 
una pobre menestrala que hasta entonces no había ha 
blado, me dijo: «No esté así, yo le cedo mi turno que 
es ahora.» Sin el temor a descubrirme, le habría dado 
algo, mi cadena de platino olvidada en el cuello, por 
aquel minuto de ansiedad que me quitaba caritativa 
mente... Acababa de salir una muchacha de vientre 
abultado. Y entré; la vista del medico, de aquel brillar 
de instrumentos, de aquellos cuadros horribles colga 
dos en las paredes, me sobrecojió y tardé mucho en 
reaccionar. Al cabo, comprendiendo la imposibilidad 
de fingirme zafia, puse un billete sobre la bandejita 
donde el doctor recibía las dos pesetas de cada con 
sulta, y reforzando mi mentira, le dije: «Sólo vengo a 
una cosa, doctor... A que usted me diga si estoy o pue 
do estar embarazada.» ¿A qué descubrirte toda la ver 
güenza del reconocimiento, casi desvanecida, con la 
ansiedad infinita de saber? Fue uno de esos cuararru- 
gas; el esqueleto se curva un poco... Y después el hom 
bre, con ojuelos ladinos, creyendo darme la impunidad 
para sabe Dios qué abominables correrías, me aseguró 
con estas palabras que no olvidaré nunca: «No, hijita, 
la Naturaleza ha querido hacer y para siempre lo que 
yo no me hubiera arriesgado a hacer ni una sola vez... 
Puede usted marcharse tranquila y también correr 
tranquila por el mundo, que por mucho que corra ja 
más le saldrá a la cara, o adonde sea, como a esa infe 
liz que acaba de marcharse.» Yo salí automáticamente... 
No sé cómo llegué aquí, cómo me desnudaron; sé sólo 
que la doncella me encontró desmayada en el tocador 
y que, al despertar, el mundo me pareció otro, sin ob-
	        
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