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CERVANTES
Aun sentimos sobre nuestras sienes el mar
tilleo de sus argumentos, de una fortaleza es
tupenda. Todos ellos pudieran ser aplicados
sin violencia lógica a este asuntillo, siempre
torpemente desflorado de los buenos y malos
libros.
Vamos a suponer por un momento que el li
bro que contenga ideas—probado que existen
infinitos libros que sólo contienen abortos de
ideas o iniciaciones de ideas—produzca una
acción decisiva de afirmación o negación en el
alma del que lee.
He aquí un libro: esta es la verdad. He aquí
otro libro: este es el error.
¿Qué inconveniente hay en que el error sea
conocido?
La verdad ha de acoplarse a la certidumbre,
y ésta no se da espontáneamente, por la sim
ple aparición de aquella verdad en nuestro ce
rebro. Nada vale la verdad en nosotros, si fá
cilmente puede hacérsela vacilar. En tanto es
beneficiosa la admisión de una verdad en cuan
to va adornada del carácter de ejecutiva, es
decir, cuando comunica al que la posee la su
ficiente dosis de energía para que sea reali
zada.