CERVANTES
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sible creer en gnomos y liliputienses, gigantes
y trasgos, brujas y endriagos, princesas encan
tadas y príncipes desencantadores, vulpejas
parlanchínas y ranas discursea doras, ratonci-
Uos picaros y conejos avispados.
A la gran mentalidad de Cervantes no ha
correspondido que otra gran mentalidad le co
mente y le interprete.
Ahora le ha tocado el turno al Estado espa
ñol de seguir faltando el respeto al Genio de la
literatura española.
Después de premiar ese monumento ridículo
que manco munadamente perpetraron el arqui
tecto Zapata y el escultor Coullaut Valera y
que se alzará para nuestra vergüenza en la
Plaza de España, sin que nadie sepa por qué
motivo, por qué poderosa e ineludible obliga
ción. ha encargado al dibu jante Ricardo Marín,
que ilustre la edición monumental del Gran
Libro que a sus expensas ha editado con moti
vo del centenario de Cervantes, bajo la direc
ción del Sr. Rodríguez Marín, el cual-dicho
sea de paso—en vez de ocuparse tanto de fisgo
near por el «Quijote», que maldita la falta que
hace, debiera ocuparse en que la Biblioteca
Nacional que dirige estuviese en condiciones