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CERVANTKS
do. A poco sienten en su cráneo un mazazo
que debía extenuarles. Palpando, advierten que
el techo del pasillo ha ido descendiendo y que
a la sazón queda una especie de túnel de una
vara escasa de diámetro por el que hay que
pasar. Y la comitiva, obstinada en divertirse,
gatea aguerridamente.
Lejos ya la boca del túnel, encuéntrase una
sala de espejos cóncavos, convexos, capricho
samente ondulados, que reflejan caricaturas
hilarantes. Viejo es el suceso, pero conquista
la indulgencia. Y, pasado el divertido salón de
espejos, éntrase en otro corredor no menos te
nebroso y espantable que el precedente.
Desacreditado por conocido aquél, éste deja
de amedrentar. La lección ha sido provechosa.
¡No valdrán abismos, ni estacas, ni techos in
clinados!
La gente tactea las paredes, pisa más des
pacio que nunca, explora con las manos en to
dos sentidos. Estas bromas, como otras veras,
suelen dar pretexto para que alguien le palpite
con prisa el corazón. Ahora sí que el silencio,
aunque apercibido a deshacerse en risillas, es
hondo y solemne...
Transcurren los segundos, y no ocurre nin-