CERVANTES
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Entonces... Es preciso redoblar la vigilan
cia, una vigilancia activa, cauta, implacable.
Existe una literatura abundantísima sobre
un solo tema: los malos libros. Quizás sea el
sermón más fácil para el sacerdote sin gran
des merecimientos. Hay una colección inter
minable de lugares comunes.
Y, no obstante, la labor de todos estos após
toles es perfectamente ineficaz.
Porque no existen buenos ni malos libros. El
libro en sí es inofensivo, es neutro. Su labor
destructora o reparadora sólo es complemen
taria de las ingénitas inclinaciones espirituales
del que lo lee.
Ayer repasábamos las páginas de un libro en
cantador y fuerte de raciocinio, de Juan Stuart
Mill, que se intitula «La libertad». Discu
rre el gran filósofo la libertad política, mar
cando el campo posible de desenvolvimiento
autónomo del individuo frente al poder consti
tuido. Desentrañando las varias modalidades
de su tema amplísimo, entra en el problema
del derecho a la libertad de conciencia, que
tanto interesó a nuestros abuelos, y al que
prestamos hoy tan poca atención, a pesar de
hallarse aún sobre el tapete, casi insoluble.
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