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CERVANTES
misma ansiedad y el mismo fervor que en sus
comienzos, busca, piensa, investiga, va tras
la emoción, tremante de deseo, esperando que
el infinito inmutable le rinda todos sus secre
tos, le trace nuevas normas.
En estos cuadros y en los que les siguen,
que brotan sin interrupción de sus magos pin
celes, enamorados eter nos de las sedas, de
las joyas, de las frutas y las flores, como el
fluir de un manantial inagotable, Pinazo cami
na sereno, tranquilo y señorial, hacia la senci
llez, hacia la parquedad. No es que se mues
tre avaro de sus tesoros; es que no quiere en-
joyecerse demasiado. El sabe que no hay nada
que canse más y despierte más pronto el des
vío como estar mostrando a todas horas,
constantemente, el caudal que uno posee.
Después de haberlo mostrado en toda su ple
nitud, hay que renovarlo, hay que transfor
marlo, para que, siendo el mismo, sea distin
to. Así hace él, fiel cumplidor de ese axioma
del arte: renovarse o morir. El se renueva;
pero no por capricho, por una sugestión de la
voluntad, sino por una necesidad de su espí
ritu, en donde palpitan todas las inquietudes,
como un nido de alacranes enardecidos.
Ha llegado Pinazo, fuerte, poderoso, a su
época más interesante, porque ahora sus obras