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CERVANTES
finada, como en Hotel-Casino, Impresiones de
un baile y Nouveau jeu.
Hay en este poeta muchas tonalidades a la
manera suave y sugestiva de Amado Nervo, a
quien dedica su libro y por quien profesa una
gran admiración. Hay en alguna de sus can
ciones algo de la ingenuidad del poeta de Per
las místicas; pero en general, el Sr. Lanza es
más humano, más realista, aunque con un
cierto matiz de aspiraciones místicas—revela
do en poesías como Serenidad piadosa, Nihil y
Finis, impregnados de una amargura de Ecle-
siastes. En el fondo del alma de este poeta pal
pita un espíritu cristiano que se sobrepone aún
a su anhelo de modernidad. Basta leer estas
estrofas de Finis (pág. 204 del libro):
Sobre el mundo entreteje su madeja
la Vida, Vanidad, Ruido de Ruido.
Es un residuo de melancolía cristiana, laten
te bajo las cenizas del escepticismo. Porque
el Sr. Lanza, como hijo de su siglo, no es un
creyente ingenuo de edades pasadas; es un in
crédulo, pero respetuoso con la fe y aún año
rándola y envidiando a quienes la tienen. Re
cordemos, si no, una poesía titulada El enorme
dolor (véase la pág. 147 del volumen):
Pálido Galileo de la amarga agonía
que adoré en los jardines de la risueña edad;
escucha mis palabras, infante de María:
amarguras de incrédulo bien merecen piedad.
Aunque perdí la fe, (Señor, ¿es culpa mía?)
no hay en mi alma un átomo siquiera de maldad
y a la luz temblorosa de la melancolía
mi frente es como un viejo marfil de soledad...