CERVANTES
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con su castillo, con sus almenas ruinosas,
con sus bellas leyendas de reyes y sultanas;
y eran nuestra alegría todas aquellas cosas
sencillas como cuentos infantiles...
Luego el encanto rosa de las claras mañanas...
Aquellas bellas tardes sentados al balcón,
que daba al campo, donde la sierra sus perfiles
recortaba en los cielos azules... Y el tañido
de la campana del convento a la oración,
que escuchabais tan llena de emoción.
Y después el olvido.
Así fue poco a poco vuestro hastío
tejiendo el sordo drama... Por fin, vuestra parlida...
Lo común, es verdad; pero en el pecho mío,
aun podéis ver, señora, como sangra la herida.
Adiós, y que os colme el destino de flores.
Sólo un recuerdo os pido con que ornar mi tristeza...
Salud. Ahogad en germen los dolores,
y conservad vuestro tesoro de belleza.
Eliodobo PUCHE