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CERVANTES
cosas que no lo merecen, a crearnos dificulta-
tades, no sólo no debe el pueblo hacerle el re
clamo, sino ser su contricante decidido. Nues
tro entusiasmo, nuestra energía y nuestro di
nero, únicamente debemos ponerlos al servi
cio del desarrollo de nuestra potencia militar
y naval. Capacitados estamos para compren
der a todas las naciones en lucha y derecho
tenemos para juzgarlas, pero únicamente en el
establecimiento de las bases de la paz procede
que prestemos nuestro concurso. Este es el
importante papel internacional que tiene que
desempeñar España, y la prueba de la amistad
no consiste en demostrar la simpatía por un
bando ni por otro, sino en ayudar a ambos
cuando la guerra termine. Nadie, entre nos
otros, quiere aventuras, y antes de emprender
el camino de los peligros, examinaríamos aten
tamente todos nuestros pasos. Firmes en nues
tro propósito de mantenernos neutrales, pre
parémonos militarmente y no movilicemos,
porque éste es el último paso que debe darse y
el último en que pudiéramos pensar.
En España, la causa de los aliados no es, en
general, simpática, ni al clero, ni al ejército,
dos potencias con las cuales tienen que contar
todos los Gobiernos. Tampoco lo es al resto
de las clases cultas, y hasta el vulgo de los