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LETRAS FRANCESAS
LA LITERATURA FRANCESA DE HOY
vida intelectual de París está constitui
da por las reuniones frecuentes en casa
do literatos y mecenas y por sus innumera
bles revistas, de más o menos corta duración,
que llevan entre sus páginas olorosas a tin*
1* fresca el estremecimiento de la última in
quietud y del último entusiasmo.
Si las revistas literarias 3on algo así como
la sal de la vida intelectual, las reuniones en
casa de las personalidades artísticas más o
tt'enos conspicuas, vienen a ser como la glosa
a la sal de la vida literaria. En esas reuniones
Se c °nienta lo publicado en las últimas revis-
tas , se destroza a los enemigos y se fraguan
tendencias que a su vez, aparecerán en nuevas
revistas.
La literatura francesa ha llegado a produ*
Clr el efecto de cerebral porque siendo París
Un eentro de actividad enorme, cada nuevo li
terato qa e desea crearse una personalidad
distinta para que el público lo distinga so
Ve enligado a exponer su credo y sus limi
taciones. A ésto es a lo que se llama tenden-
Cla ’ y cuando alguna de estas tendencias ha
tenido eco, se le da el nombre de escuela. De
a bi que, a últimas fechas, a fuerza de explo
rar en el campo de la literatura, las diferencias
1 ue se establecen entre cada escritor sean de
m ás en más mínimas y cerebrales, al grado
de que apenas si hay un ligerísimo matiz de
'screpancia entre ellos que, en algunos ca-
® os » no llega a más que a la interpretación
de una palabra.
La literatura francesa estaba en plena efer
vescencia hiperestésica cuando estalló la gue
rra. De un golpe, cesaron todas las activi
dades artísticas y todo el mundo sólo pensó
en la guerra. Y cuando concluyó ésta, como
si los intelectuales se despertaran de una ho
rrible pesadilla que fuera tan larga como el
sueño de Rip Van Winkle, se hallaron en me
dio de un campo desierto y en ruinas. Y el
primer movimiento fué el del reconocimiento
mútuo y el del recuento de los que quedaban
vivos. Había que ver, allá al principio de
1919, las primeras veladas y fiestas literarias
organizadas en los principales teatros de Pa
ris, a donde acudían los intelectuales con
ojos desmesurados a ver a quien veían y
quien los reconocía. ¡ Habían cambiado tanto
durante la guerra I Y había que ver aquella
alegría infantil cuando alguien les tocaba en
el hombro y les decía, “¿Cómo le va, Fulano,
qué es de su vida ?” O cuando los presentaban
con algún literato surgido durante la guerra,
“Fulano de Tal, gran poeta, que dirigía la
revista Zutana cuando estalló la guerra”. Oh,
entonces aquel individuo era un hombre fe
liz. Y era de ver igualmente aquella campa
ña de piropos y de loanzas que iniciaban mú-
tuamente en los periódicos y en las revistas
que iban surgiendo poco a poco. Pero esa épo
ca paradisíaca en que, como dice Cervantes,
no se conocían las palabras tuyo y mío no pu-
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