Full text: 1.1922=Nr. 1, Repr. 1997 (1922000100)

PROA 
los héroes, Hércules da caza a todos los 
monstruos. Entre los demonios, el Rey 
del Infierno. Pintón, oprime toda's las 
sombras. Mientras Heráclito ante todo 
Uora. Nada sabe de nada Pirrón. V de 
saberlo todo se glorifica Aristóteles. Des- 
preciador de lo mundanal es Diogenes. 
A nada de esto, yo, Agrippa, soy ajeno. 
Desprecio, sé, no sé. persigo; río, tira 
nizo, me quejo. Soy filósofo, dios, héroe, 
demonio y el universo entero. 
La atestiguación segunda lia saco del 
Tercer Trozo de la Vida e Historia de 
Torres Villaroel. Este sistematizador de 
Quevedo, docto en estrellería, dueño y 
señor de todas las palabras, avezado al 
manejo de las más gritonas figuras, qui 
so también definirse, y palpó su funda 
mental incongruencia ; vió que era seme 
jante a los otiros, vale decir, que no era 
nadie,, o que era apenas una algarada 
confusía, persistiendo en el tiempo y fa 
tigándose en el espacio. Escribió así : 
Yo tengo ira, miedo, piedad, alegría, 
fristeza l codicia, largueza, furia, manse 
dumbre' y todos los buenos y malos afec 
tos y loables y reprehensibles ejercicios 
que se puedan encontrar en todos los 
hombres juntos o separados. Yo he pro 
bado todos los vicios y todas las virtudes, 
y en un mismo día me siento con incli 
nación a llorar y a reir, a dar y a retener, 
a holgar y a padecer, y siempre ignora 
la causa y el impulso destas contrarieda 
des. A esta alternativa de movimientos 
contrarios, he oído llamar locura; y si lo 
es, todos somos locos, grado más o me 
nos, porque en todos he advertido esta 
impensada y repetida alteración. 
* 
* * 
El yo no existe. Allende toda posibi 
lidad de sentenciosa tahurería, the toca 
do con mi emoción ese desengaño en 
mente despliegue de opiniones para las 
pañero. Retornaba yo a Buenos Aires y 
dejábale a él en Mallorca. Entrambos 
comprendimos que salvo en esa cercanía 
mentirosa o distinta que hay en las car 
tas, no nos encontraríamos más. Acon 
teció lo que acontece en tales momen 
tos : Sabíamos que aquel adiós iba a so 
bresalir en la memoria, y hasta hubo eta 
pa en que intentamos adobarlo, con vehe 
mente despliego de opiniones para las 
añoranzas venideras. Lo actual iba al 
canzando así todo el prestigio y toda la 
indeterminación del pasado... 
Pero encima de cualquier alarde egoís 
ta, voceaba en mi pecho la voluntad de 
mostrar por entero mi alma al amigo. 
Hubiera querido desnudarme de ella y 
dejarla allí palpitante. Seguimos conver 
sando y discutiendo, al borde del adiós, 
basta que de golpe, con una insospechada 
firmeza de certidumbre, entendí ser nada 
esa personalidad que solemos tasar con 
tan incompatible exorbitancia. Ocurrió- 
seme que nunca justificaría mi vida un 
instante pleno, absoluto, cpntenedor de 
los demás, que todos ellos serían etapas 
provisorias, aniquiladoras del pasado y 
encaradas a'l porvenir, y que fuera de lo 
episódico, de lo presente, de lo circuns 
tancial, no éramos nadie. Y abominé de 
todo misteriosismo. 
* 
* * 
El siglo pasado, en sus manifestacio 
nes estéticas, fué raigalmente subjetivo. 
Sus. escritores antes propendieron a pa 
tentizar su personalidad que a levantar 
una obra ; sentencia que también es apli 
cable a quienes hoy, en turba caudalosa 
y aplaudida, aprovechan los fáciles res 
coldos de sus hogueras. Pero mi empeño 
no está en fustigar a unos ni a otros, 
sino en considerar la víacrucis por don 
de se encaminan fatalmente los idóla 
tras de su yo. Ya hemos visto que cual 
quier estado de ánimo, por advenedizo 
que sea, puede colmar nuestra atención ; 
vale decir, puede formar, en su breve 
plazo absoluto, nuestra esencialidad. Lo 
cual, vertido al lenguaje de la literatura, 
significa que procurar expresarse, y que 
rer expresar la vida entera, son una sola 
cosa y la misma. Afanosa y jadeante co 
rrería entre el envión del tiempo y el 
hombre, quien a semejanza de Aquiles 
en la preclara adivinanza que formuló 
Zenón de Elea, siempre se verá reza 
gado ... 
Whitman fué el primer Atlante que 
intentó realizar esa ]>orfía y se echó el 
mundo a cuestas. Creía que bastaba enu 
merar los nombres de las cosas, para 
(¡ue en seguida se tantéase lo únicas y 
sorprendentes que son. Por eso. en sus 
poemas, junto a mucha bella retórica, se 
enristran gárrulas series de palabras, a 
veces calcos de textos de Geografía o de 
Historia, que inflaman enhiestos signos 
de admiración, y remedan altísimos en 
tusiasmos. 
De Whitman acá, muchos se han en 
redado en esa misma falacia. Han dicho 
de esta suerte : «No ihe mortificado el 
idioma en busca de agudezas imprevistas 
o de maravillas verbales. No he urdido 
ni una leve paradoja capaz de alborotar 
vuestra charla o de chisporrotear por 
vuestro laborioso silencio. Tampoco in 
venté un cuento al derredor del cual 
se apiñarán las largas atenciones como 
en la recordación se apiñan muchas ho 
ras inútiles al derredor de una hora en 
que hubo amor. Nada de esto hice ni 
determino hacer, y sin embargo quiero 
perdurar en la fama. Mi justificación 
es la que sigue: Yo soy un hombre ató 
nito de la abundancia del mundo: yo 
atestiguo la unicidad de las cosas. Al 
igual de los más preclaros varones, mi 
vida está ubicada en el espacio, y las 
campanadas de los relojes unánimes ja 
lonan mi duración por el tiempo. Las pa 
labras que empleo no son resabios de 
aventadas lecturas, sino señales que sig 
nan lo que he sentido o contemplado. Si 
alguna vez menté la aurora, no fué por 
seguir la corriente fácil del uso. Os pue 
do asegurar que sé lo que es la Aurora : 
he visto, con alborozo premeditado, esa 
explosión, que ahueca el fondo de las 
calles amotina los arrabales del mundo, 
(humilla las estrellas y ensancha en mu 
chas leguas el cielo. Sé también lo que 
son un jacarandá, una estatua, un pra 
do, una cornisa... Soy semejante a to 
dos los demás. Esa es mi jactancia y 
mi gloria. Poco importa que la haya pro 
clamado en versos ruines o en prosa ma 
zorral». 
Lo mismo, con más habilidad y ma 
yor maestría, afinmlan los pintores. ¿Qué 
es la pintura de hoy, — la de Picasso y 
sus alumnos, — sino la verificación ab 
sorta de la preciosa unicidad de un rey 
de espadas, de un quicial, o de un ta 
blero de ajedrez? La egolatría román 
tica y el vocinglero individualismo van 
así desbaratando las artes. Gracias a Dios 
(¡ue el prolijo examen de minucias es 
pirituales que estos imponen al artista, 
le hacen volver a esa eterna derechura 
clásica que es la creación. En un libro 
como «Greguerías» ambas tendencias en 
tremezclan sus aguas e ignoramos al leer 
lo si lo que imanta nuestro interés con 
fuerza tan única, es una realidad copia 
da o es pura forja intelectual. 
* 
* ' * 
El yo no existe. Schopenhauer que 
parece arrimarse muchas veces a esa opi 
nión. la desmiente tácitamente otras tan 
tos, no sé si adrede o si forzado a ello 
por esa basta y zafia metafísica — o 
más bien ametafísica, — que acecha en 
los principios mismos del lenguaje. Em 
pero, y pese a tal disparidad, hay un lu 
gar en su obra que a semejlanza de una 
brusca y eficaz lumbrerada, ilumina la 
alterríativa. Traslado el tal lugar que, 
castellanizado, dice así : 
Un tiempo infinito ha precedido a mi 
nacimiento ; ¿qué fui yo mientras tanto? 
Mctafísicamcnte podría quizá contestar 
me: Yo siempre fui yo; es decir, todos 
aquellos que dijeron yo durante esc tfem- 
po, fueron yo en hecho de verdad. 
* 
* * 
La realidad no ha menester que la 
apuntalen otras realidades. No hay en 
los árboles divinidades ocultas, ni una 
inagarrable cosa en sí detrás de las apa 
riencias, ni un yo mitológico que ordena 
nuestras acciones. La vida es apariencia 
verdadera. No engañan los sentidos, en 
gaña el entendimiento, que dijo Goethe : 
sentencia que podemos comparar con es 
te verso de Macedonio Fernández : 
La realidad trabaja en abierto misterio. 
Jorge Luis BORGES 
DESPEREZO EN BLANCO 
En aquellos tiempos pasados tan le 
janos que no existía nadie, pues nadie 
se animaba a existidos por lo muy soli 
tarios que eran para toda la gente, y 
además, no se podía pasar ningún rato 
en ellos parque carecían de presente en 
el cual todos los ratos están contenidos 
y otro además, pues como estaban per 
didos en la «noche de los tiempos» no 
se veía donde estaban : lo que impidió 
alojarse en ellos, todo lo cual lo sabe 
mos por la Paleontología — tan conoce 
dora del pasado como ignorantes nos 
otros del presente, — en aquellos tiem 
pos que las personas más ejercitiadas en 
la vejez recuerdan olvidar, nuestros pies 
eran callos y el hombre inteligente les 
dió un amparo que no necesitaban, ro 
deándolos exteriormente de botines por 
la parte de afuera, de modo que esos 
pies quedaran adentro, acomodo que 
nunca habían conocido, pues hasta en 
tonces habían pertenecido al mundo ex 
terior y no sabían lo que era ser ellos 
una cosa de adentro de nada; por el
	        
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