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ejemplo, los llanos y altiplanicies de América, es de notar que
entonces tratábase sólo de corrientes transplantadas, aún sin fiso
nomía propia. El “prado ameno” y la “fértil campiña”, el “blando
céfiro” y el “arroyo cristalino” de Zorrilla y Esproneeda, obser
várnoslos también en Acuña, Flores o cualquier otro poeta de esa
pléyade. Diríase que el pesimismo romántico les impedía notar las
variedades del medio. No obstante, algunos asomos, aunque débiles
por lo común, se encuentran en ciertos autores de esa época, sin
duda debidos al influjo de otras literaturas. El movimiento reno
vador operado a fines del siglo último, si bien abrió maravillosas
perspectivas, a causa tal vez de ser principalmente formales, no
produjo un definitivo cambio de actitud. Sin embargo contribuyó
en forma muy apreciable a que aquél se iniciara. La lógica floración
que vino tras el desenvolvimiento, vigorizó nuestra lírica con un
hálito universal que hasta entonces nunca tuvo. Como inesperada
riqueza que sobreviene, advirtióse recién cuánto se atesoraba sin
sospecharlo. Pronto se oyeron en América y la península, ritmos
augúrales entre el tumulto de voces baldías originado por tal
reforma.
Rubén Darío, a cuyo alrededor giró entonces la ronda “moder
nista”, no descubre en las grandes ciudades sino frívolos aspectos
que apenas insinúan el nuevo orden de belleza. Trashumante, a
despecho de su conocida predilección por París y aún Buenos
Aires, recorre todas las rutas del mar y de la tierra como un pere
grino sonámbulo. Unicamente la selva pánica o el mundo versa
llesco, con sus fantasmagóricas decoraciones, logran atraerle. En
sus parques de ensueño, poblados de “tenues suspiros” y “galantes
pavanas”, entre marquesas y vizcondes prófugos de Watteau, su
tortura interior parece que consigue algún sosiego. “La gran
cosmópolis”“ (meditaciones de la madrugada) que se recopiló en su
libro póstumo “Sol de Domingo”, es con los versos escritos en
París sobre su bohemia en Buenos Aires, de las poesías en que