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PROA N° 1. Edición facsimilar | 53
Sorolla, en cambio, es pintor cálido, de luminosidad plena.
Pinta la luz iridescente, vibrante. Su sentido del arte es objetivo.
Objetivo y panteísta. Este panteísmo distrae su optimismo en el
átomo transparente. Ama la atmósfera encendida, la Naturaleza
ardiendo en caricias de sol.
So rolla pone en todo animación solar, policromía oxigenai. Posee
el secreto del arcoiris. Es la Naturaleza en plenitud de vitalidad,
de goce. Su perspectiva aérea es oxígeno purificado, diafanidad mi
lagrosa, claridad suprema, radiación perfecta.
Entre Zuloaga y Sorolla media la diferencia que va de lo pro
fundamente humano, a lo objetivo. El uno es analista incisivo que
se asoma a las almas y se atormenta, descubriendo un significado
en cada cosa, un sello inmutable de lo constantemente divino. El
otro es un pintor de ambiente, que se distrae pintando, aceptando
la Naturaleza en sus caprichos, sin hacer crítica ni ahondar lo
inquietable.
Mientras Zuloaga penetra el mundo oculto de las cosas y juzga
los valores humanos despiadadamente, Sorolla abre la ventana de
su alma y se extasía ante la realidad del mundo.
Zuloaga es un gran brujo, que muestra lo que Dios oculta en
las almas; Sorolla oficia en el altar divino, cultivando el goce de
vivir, callando lo que ve de íntimo.
En Zuloaga asoma siempre la sed de descubrir, de ver hondo
y de decir las cosas como las ha sentido. En Sorolla asoma lo que
juega, y, como él juega con lo que vive, se goza en ello, mostrando
lo que ha vivido.
Tan distintos espíritus debían producir creaciones opuestas.
La diferencia estética que hace antitéticos a Zuloaga y Sorolla, se
manifiesta en su forma de encarar el sentido de la vida.
He dicho que uno analiza y juzga, caracterizando lo que descu
bre de íntimo en las cosas; el otro manifiesta voluntad de vivir,
traduciendo el juego de su albedrío.