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la actitud que están sin dejar de pensar y una voz formidable
llenara el universo anunciándoles que eran inmortales, cuánta
no sería su amargura al ver su ridiculez o su inutilidad inmorta
lizadas ! Así cualquiera de los instantes por que pasa una vida
eternizada, sería para el hombre el mayor castigo. ¡ Cuán ridicula
es toda nuestra vida si la contemplamos en cada uno de sus
instantes, cuando comemos, escribimos o paseamos! Y es porque
comprendemos que cada uno de esos instantes es eterno al re
flejarse en el universo. Spinoza pensaba seguramente en esto cuando
decía que llegábamos a Dios si hacíamos tdos nuestros actos “sub-
speciae a eternitatem ”.
Dicen los astrónomos que si los marcianos dispusieran de teles
copios tan potentes como para distinguir con claridad la vida de
la tierra, debido a la distancia a que se encuentran y a la velocidad
de la luz, actualmente verían a Atila y sus hordas invadiendo a
Europa. ¿Y Atila y las hordas no han sido acaso, según nuestra
ilusión, nada más que un instante y un relámpago pasajeros! Sin
embargo, Atila está todavía en el Universo, y la conciencia infinita
le ve en la misma actitud sobre un caballo blanco cuyo casco secaba
la yerba que pisaba, i Y nosotros, como A tila, no reflejaremos tam
bién nuestros actos sobre la eternidad ? Papini, en uno de sus cuentos
fantásticos, nos pinta la angustia de un hombre a quien obligaron a
contemplar el desfile de todos sus pensamientos hasta el más recón
dito. Y yo pienso que el castigo formidable para nosotros, no serán
las llamas ni el fuego líquido, sino la visión eterna de toda nuestra
vida proyectada eternamente ante nuestros ojos. Si nosotros hubié
ramos sido contemporáneos de los cartesianos hubiéramos sacado de
este cálculo matemático, consecuencias metafísicas incalculables, por
ejemplo, la demostración de la existencia de Dios, puesto que si el
ver épocas anteriores de la tierra depende de la distancia en el
espacio en que esté colocado el observador, llegaríamos a la conclu
sión de que un ser colocado en el infinito y cuya vista fuera infinita,