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espeso cortinado de los bigotes, hace temblar con sn vozarrón, las
estanterías del café.
Junto a las vidrieras suelen sentarse, los hombres graves que,
con el ceño frucido y el puño apoyado en el mentón, reflexionan
acerca de la inmortalidad del cangrejo. Se les cree genios porque
hablan muy pocas veces y cuando lo hacen adoptan un tono de
suficiencia y orgullo por lo que ellos son, o de conmiseración por
lo poco que vale el que les escucha.
La obra que los inmortalizará casi siempre versa sobre * 1 la rei
vindicación de la Edad Media” y “la interpretación económica de
la Historia Argentina”.
Así como los parroquianos del café absurdo son devotos del
“Completo”, éstos guardan devoción a la Trampa y al Dios Pido.
El café donde los cómicos beben y fuman su vanidad es tam
bién un café absurdo. Sus puertas cuando se abren o se cierran, ríen
con la risa de Garrick. En los pocilios de café, con la ceniza de sus
habanos de veinte centavos, éstos cómicos van dejando los restos
de sus ilusiones, que un foco de luz, aeresponado de niebla, se en
carga de velar.
El café de la cordura carece de perchas.
Zurdos
S ucede con frecuencia que, muchos de los hombres militantes
en extremas izquierdas — políticas o literarias — andan con
paso de ebrio, de traspiés en traspiés.
A éstos, Quevedo los ubicaría en las zahúrdas de Plutón, junto
a los zurdos, porque, perteneciendo a la izquierda, no hacen cosa
a derechas.