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Interpretación de Silva Valdés
I nclinado el espíritu junto a los gustosísimos versos que ha
adunado Fernán Silva Valdés bajo el nombre de Agua del
Tiempo, he realizado en ellos la presencia de la belleza, vivaz e
indesmentible como la de la andariega sangre en el pulso. La he
realizado con esa límpida evidencia que hay en el nadador al sentir
que las grandes aguas urgen su carne con impetuosa generosidad
de frescura. Mi empeño de hoy no es el de ponderar ese río ni
mucho menos el de empañar su clara virtud, sino el de investigar
sus manantiales, sus captaciones y su fuente. Quiero apurar si es
un estuario antiguo o un arroyo novel, si su camino ha sido corre
dizo a la vera de firmes academias o de plebeyos campos, si es
bisoña su andanza o si hace largas noches que las constelaciones
bajan a su cristal.
Es indócil la empresa. El romanticismo — tendencia oracionera,
desvirtuada después por hombres gárrulos como Schiller y Hugo —
ha exacerbado la personalidad con tan ilógico tesón, que aún hoy
se trata de materias estéticas en tono igual al que se emplea en ma
nifestar convicciones. Críticos hay que amparan el verso libre, no
por hallarlo eufónico, sino por un borroso sentimiento de democra
cia. Otros, como Almafuerte, han querido borrar la distinción entre
vocablos literarios e inliterarios. Arbitrariedad tan absurda como
la de un algebrista que intentase situar en la realidad las raíces
pares de cantidades negativas o la de un físico que recabase el