PROA N° 2. Edición facsimilar | 29
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dan. de transparencia para ios cuerpos opacos. En cuanto a mí,
en este apuntamiento sobre Siiva Valdéa» no quiero dictar normas,
«no inscribir observaciones.
De las poesías más gustadoras y perfectas que hay en su libro —
El Poncho, El Mate Amargo, El Buey, El Payador, El Rancho —
elegiré la última para desentrañarla. En su decurso, admirable de
continencia espiritual, de gesto criollo y de ritmo de zarandeo, el
poeta equipara el rancho a un pajarraco huraño y a un gaucho
viejo y memorioso. Las imágenes son nuevas, el compás es inusitado,
el ambiente suyo sabe a palpable realidad y no a versos ajenos y
sin embargo yo aseguraría que no es el principio de un arte iné
dito, sino la cristalización y casi la perdición de otro antiguo. La
singularidad de sus metáforas es prueba de ello. ¿Qué arte novel
supo jamás de traslaciones t En mis eventuales andanzas por la
serie de ocho mil cantos populares que recopiló Rodríguez Marín
y por las mil coplas patrias que ha enfilado, tras de un noble pre
facio, Jorge M. Furt, he encontrado escasísimas metáforas. La
propia lírica andaluza, tan amadora de la hipérbole, metaforiza con
significativa parquedad y en lo atañedero a las sentencias figura
das que andan en boca del vulgo, son traslaciones ciegas en cuyo
pretérito pasmo nadie repara. A un sentimiento nuevo no le con
viene la línea curva de la imagen y sí la derechura del cotidiano
decir. En cambio, qué grato es entretejer guirnaldas de imágenes
alrededor de un tema ya adentrado en la intimidad de las letras!
Basta cualquier comparación perezosa para desgajar del cielo la
luna y hacerla resbalar a nuestras manos, trémula y alelada. Cabe
rememorar aquí lo que Schopenhauer dijo de las alusiones eróti
cas. Todos las desentrañan en seguida, pues la materia suya es
vivaz en toda conciencia. De idéntico modo, si El Rancho de Fernán
Silva Valdés es bello y no asombroso meramente, ello se debe a
que generaciones de payadores han poetizado acerca de ese sujeto,