PROA N° 2. Edición facsimilar | 39
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DESEO Y EXPRESION
E ste deseo que matiza, todos mis pensamientos al igual que la
llama de esas lámparas que en la penumbra de las iglesias ape
nas enrojece el silencio.
Este deseo silencioso disuelve una vaga angustia en mi sensi
bilidad. Ansias contenidas de amar, de sentir, de comprender, de
gastarme, en una palabra, por algo y para algo.
Todo esto se me ocurre que fué el tormento de Beethoven. Vedlo
ahí, en esa copia de aguafuerte, la frente pensativa, los ojos tristes
y la naris dilatada. Tal un fauno senil que recordara sus siestas.
El deseo es el alba de mi expresión, es un temblor de aurora
sobre el mundo de mi conocimiento. Surge de mi un remordimiento
extraño, una voz secreta que trata de guiar a mi sensibilidad indis
ciplinada. Dios es la expresión voluptuosa del todo, el BÍmbolo de
mi deseo. Yo admiro a los santos que lucharon contra el deseo. Este
afán de estar solos, de observamos, de miramos, de escarbar en
nuestra angustia, nos da más fuerza porque nos reconcentra; vol
vemos a ser nosotros mismos cuando estamos a solas con nuestro
deseo, cuando nos abandonamos a nuestra tristeza. Satisfacer un
deseo es una forma de alegrarse; y cuando se está alegre se es me
nos uno mismo. Entonces, ha desaparecido una causa de vivir, he
mos realizado un afán, noB hemos encontrado a nosotros mismos. La
vejez comienza cuando la idea supera al deseo. La idea es la vejez
de la sensación. La angustia del deseo nos comunicará siempre un
poco de juventud.
Pablo ROJAS PAZ.